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Yeong
Sin entender cuál era su propósito, Jungkook me condujo hacia abajo. Pensé que se trataría de un aparcamiento subterráneo, por lo que mi desconcierto aumentó.
¿Qué podía haber ahí?
Ningún cartel indicaba qué se podía encontrar en aquella planta y Jungkook no cedió ante mis preguntas. Él solo sonreía y me escuchaba intentar adivinar lo que nos esperaba en aquella zona.
No obstante, ninguna de mis ideas se adecuó a la realidad. Al bajar, un color azulado llamó mi atención. Fue entonces cuando entendí que ese piso albergaba un acuario al que no supe ponerle final.
No era capaz de creer que algo así estuviese colocado bajo un centro comercial enorme como ese y Jungkook se deleitó con mi estupefacción, sonriendo tiernamente.
—No te lo esperabas, ¿verdad?
Por supuesto que no. ¿En qué momento iba a suponer que una pecera gigantesca estaría ubicada allí como si fuese lo más normal del mundo?
Di un par de pasos, observando los cristales que iban del suelo hasta el techo, la pigmentación azul que se veía a través de ellos y los múltiples peces que nadaban en esa balsa de agua.
De pronto, me fijé en que aquella vitrina rectangular de unos diez metros de largo no acababa en la pared, sino que un pasillo no muy grande continuaba aquellas vistas. Un niño salió corriendo y yo comprendí que estaba permitido el acceso, así que, cambiando los papeles, tiré de la mano de Jungkook y nos metimos en aquel túnel.
Todo estaba rodeado de peces, algunos más grandes y otros más pequeños. También había medusas y estrellas de mar escalando por los vidrios. El paisaje era maravilloso, tan hermoso que comencé a caminar sola sin ser consciente de ello.
No me consideraba una fanática de los animales, pero el ambiente me invitaba a admirarlo todo, fascinada por un descubrimiento como ese.
El techo también dejaba ver a los pececillos menear sus colas y nadar en diferentes direcciones. Ni siquiera sabía hacia dónde mirar realmente y, obnubilada con un paz de color rojizo, me acerqué al cristal.
La luz era escasa porque los focos estaban repartidos en las esquinas de la piscina. Fue por eso que, al percatarse de la ausencia de Jungkook, me resultó un poco difícil localizarlo a unos metros de distancia. La luminosidad de la pecera me cegó, pero, en cuanto lo ubiqué, me interesé por acabar con ese camino que había creado entre ambos.
—¿Qué haces ahí? —con un gesto de mi mano le pedí que viniera—. Míralos desde aquí, se ven mucho mejor.
Sus manos descansaban en los bolsillos de sus pantalones negros y su silueta anuló esa urgencia por tenerlo cerca. Me encandiló, como si fuera mil veces más interesante que contemplar los movimientos de aquellos seres.
—Estoy contento con lo que veo desde aquí, noona —me explicó.
Mis oídos retuvieron su respuesta y la reprodujeron hasta que mi fortaleza se vino abajo. Me decanté por disfrutar del escenario que tenía delante en lugar de mostrarle mi rubor.
El chico sabía cómo usar sus armas y esa lengua afilada que entrenaba a diario me debilitaba de un maldito plumazo.
Coloqué mi mano izquierda sobre la superficie transparente, analizando la trayectoria de un cangrejo ermitaño que se intentaba esconder de gente como yo.
Asumiendo que Jungkook se quedaría un rato más mirándome en la lejanía, continué el recorrido a paso lento, deteniéndome frente a algunos bancos de peces que, al distinguirme tras los cristales, cambiaban su rumbo.
Me sentía cómoda y tranquila, pero el calor que pasé aquella tarde se había extinguido. No quedaba ni un solo indicio de la intensidad ni del cobijo que Jungkook suponía para mí. Por lo tanto, tiré por tierras sus planes de permanecer apartado y extendí mi brazo antes de girar, siguiendo la forma del túnel.
—No me gusta que vayas detrás de mí, Jungkook.
Tu lugar está a mi lado.
Al instante, la calidez de su mano me brindó aquel respiro que tanto deseaba.
De su mano, recorrí gran parte del acuario. Nos detuvimos cuando yo quise, frente a una ramificación en la que se escondían decenas de pececillos de colores. Me ocasionó cierta ternura observar cómo intercambiaban lugares los unos con los otros, persiguiéndose y jugando con los de su especie.
—¿Sabes por qué quise traerte a este sitio para nuestra primera cita? —inició él la conversación mientras yo toqueteaba el cristal con las puntas de mis dedos, embobada.
—¿Por qué? ¿Estas medusas te recordaron a mí? —bromeé.
En el reflejo de la vitrina, vislumbré cómo sonreía gracias a mi chiste.
—Puede —dijo, sin desmentirlo—. En realidad, pensé mucho en qué lugar sería el adecuado. Lo pensé incluso antes de decirte lo que sentía —comenzó—. Me paré a pensar y llegué a la conclusión de que apenas te conocía —tragué saliva, conociendo bien ese sentimiento—. También me pregunté si podía quererte así sin saber quién eras —apretó su mano, recogiendo más la mía—. Además, tú ... Al principio, no me mirabas. Me rechazabas una y otra vez —me fijé en un pez que abría y cerraba la boca, echando burbujas con cada contracción.
Jungkook soportó mis desplantes, mis malas palabras. Aguantó cosas que ninguna persona debería tolerar por amor y, teniéndolo todo en su contra, logró sacar de su cueva a una Yeong que ni siquiera existía hasta ese momento.
—Era muy antipática, ¿no? —la estrella de mar que tenía delante, pegada a los cristales, despegó una de sus patas.
—No —me lo negó—. Solo te protegías de alguien a quien no entendías —dio en la diana, tras lo que bajé la mirada—. Pero empezaste a sonreír aunque yo estuviese delante. Empezaste a suavizar la voz cuando me hablabas. Dejaste de parecer inalcanzable y, un día, me di cuenta de que no podía quitarte los ojos de encima —confesó, elevando mis pulsaciones por minuto—. Siempre supe que me enamoraría de ti. Desde esa bendita noche en el hotel —suspiró, agradecido por haber ido en lugar de su hermano—. Una voz me persiguió a partir de entonces, intentando convencerme de que volviera y pidiera verte. Me martilleaba la cabeza todo el maldito tiempo —admitió—. Pero Tae hizo todo el trabajo y le estaré eternamente agradecido. El resto ... El resto ya lo conoces —su risita me doblegó—. Bueno, hay una cosa.
No lo soporté más y me volví hacia él, encontrando su risueño semblante.
—¿Qué cosa?
—Te mentí —se puso en evidencia, pillándome por sorpresa—. Cuando discutimos de camino a la parada esa noche —lo recordé tan claro como el agua que cayó sobre nosotros después de salir de casa de Taehyung—. Dije que te quería —rescató de su propio discurso—. Pero, si eso hubiese sido cierto, ¿qué es lo que siento ahora mismo? —me miró con esos ojos penetrantes—. Llevamos semanas juntos. Cada vez te conozco más y me gusta más cómo eres —con mi mano izquierda, me aferré a su brazo, sintiéndome en una completa y definitiva paz—. Deduje que estabas cansada de cenas caras, de lujos. Que por ese odio que le tienes al dinero nunca llevas joyas —mis orejas desnudas, mi cuello y mis manos vacías contrastaron aquella afirmación—. Imaginé que habías dejado de hacerlo todo por culpa de ese tío —se lamentó y yo lo hice con él—. ¿Noona habrá ido alguna vez a un karaoke? ¿A una bolera? ¿Al cine? —formuló esa serie de preguntas en voz alta, obteniendo mi silencio a cambio—. ¿Se habrá divertido alguna vez como yo lo he estado haciendo desde que tengo uso de razón? —me sonrió, entristecido por haber dado en el clavo—. Por eso te traje aquí. Porque quería que rieras y lo pasaras bien —dejó su mano derecha en mi mejilla, regalándome una caricia que había añorado hasta la saciedad—. Porque tienes derecho a algo tan simple como esto y a mucho más.
Él pensó en mí, en todas esas cosas de las que había visto privado por el estilo de vida que llevé desde niña. No habíamos tenido una conversación decente al respecto, yo no le conté la precariedad en la que nos ahogábamos antes de que JaeHo entrase por la puerta de casa, pero Jungkook no necesitaba que dijera nada para saberlo. Podría haberme compadecido, haberme pedido detalles de esa etapa a la que, tantos años después, todavía no me sentía preparada para regresar ni en recuerdos.
Él, con su vida llena de comodidades, no pensó en alardear, en gastar unos cuantos miles con tal de deslumbrarme. Eso habría hecho Jae. Jae era el tipo de persona que se sentía orgulloso de pisotear a los demás. Fingía sentir pena por sus miserables condiciones de vida y exponía sus millones de wons.
Y Jungkook solo quiso que me olvidará de todo eso, de todas esas montañas de dinero que me tenían aprisionada a diario.
Todo fue por culpa del dinero. Si mi padre no se hubiese obsesionado con una riqueza que no le pertenecía, yo ...
—A veces —me pronuncié tras un largo silencio—, a veces me pregunto qué habría sido de mí, de Nam y de su madre si mi padre hubiese tomado las decisiones correctas, pensando en su familia —mantuve la vista en uno de cuadros de su camisa, con ese pálpito de humillación en mi pecho—. Suelo echarme a llorar —admití frente a él— porque todos los escenarios son humildes, pero felices. Son mejores de lo que tenía hasta hace poco —me dediqué a delinear una de las venas de su brazo, esperando tener el valor para continuar—. Y, justo cuando peor lo estaba pasando, llegaste al hotel, con tus ojos brillantes y despampanantes —noté cómo empezaba a sonreír, pero estaba demasiado absorta en las encrucijadas de su camisa—. Te fuiste y me dije a mí misma que era un alivio, hasta que volviste a aparecer —batí mis párpados, aletargada—. Procuraba evitarte porque no quería involucrarte en algo de lo que no pudieras salir, sí, pero también lo hacía porque esas reflexiones cambiaron —le conté—. Si me hubiese ido de casa a tiempo, si Namjoon se hubiese quedado conmigo, si mi padre no se hubiese metido con la gente equivocada ... No me habría encontrado contigo.
Todo tiene una razón de ser.
Por cruel que sonara, ¿y si el sufrimiento que soporté estaba ligado a él? ¿Y si el destino había actuado a mi favor por primera vez?
—Noona —murmuró—, te amo tanto que no creo que haya una palabra que pueda describirlo —reconoció, resentido con el diccionario y su escasez de acepciones—. Y sé que empeorará, así que, en un tiempo, esta será otra mentira por la que tendrás que perdonarme.
Ahuyenté ese picor en los ojos y le dije lo único que tenía claro.
—Te lo perdonaría todo, Jungkook —apreté los labios, enamorada de él hasta las trancas—. Aunque me rompieras el corazón.
—No llegaré a ese extremo. Te lo prometo —me garantizó.
No me moví ni un ápice porque estaba segura de que mirarlo a los ojos me arrojaría a un llanto al que no quería recurrir.
Jungkook me atrajo a su cuerpo, abrazándome. De esa forma también me daba algo de privacidad para llorar si lo creía necesario, pero entender el porqué de su movimiento solo me sacó una sonrisa. Con algo de dificultad, guardé las lágrimas y me refugié en aquel abrazo.
—Gracias por haber aparecido, Jungkook —le agradecí—. No sabes cuánto me ayudó que confiaras en mí.
—Gracias a ti por no haberte rendido —apuntó, acariciando mi columna—. Tuvo que ser horrible —su susurro me empujó a abrazarlo más.
Me contuve, refrenando el regreso de los momentos en que no podía más. Momentos en los que respirar se hacía una tortura.
—Ni siquiera puedo ponerle un calificativo —musité, cerrando los ojos y escondiéndome en su pecho.
—No lo hagas —me apoyó—. Es agua pasada.
Respiré hondo y me deleité con el sonido de su corazón.
¿Querer volver atrás para arreglarlo todo? La tentación existía, pero sabía que mi padre se las habría arreglado para hundirnos de otra manera. Cambiar los acontecimientos no era posible, y mucho menos cambiar a mi padre.
Así que, por fin acepté que no quería modificarlo. Que el dolor me encaminó hacia Jungkook y que, aunque fuese complicado, prefería ese mundo que me había maltratado a uno sin él.
—Y gracias por traerme aquí. Odio con toda mi alma los restaurantes caros.
Ya conocía esa información, solo quise confirmársela y, a cambio, soltó unas adorables risas.
—¿Qué más odias? —sondeó.
—Las arañas —no dudé ni un segundo— y los sustos.
Ya he tenido suficientes sobresaltos en mi vida.
—Lo tendré en cuenta, noona —asintió.
Besó mi pelo, haciendo uso de nuestra diferencia de altura.
Estaba descansando, con el burbujeo y el sonido del agua a pocos centímetros. No necesitaba más problemas ni dedicarles un tiempo que solo Jungkook se merecía. Sin embargo, esa pequeña espina que traía clavada desde que me recogió en casa de Tae se retorció en mi interior, rogando por conseguir mi atención.
—En realidad ... —la tela de su camisa me hizo cosquillas en la nariz—. Yo también te he mentido.
Él debía de haber imaginado que había algo más. Practicaba cuando estábamos juntos, por lo que leer mi rostro aquella tarde no pudo ser muy trabajoso.
—Bien, ya no me siento tan mal —intentó mitigar esa pena que mi voz dejaba salir.
Apacigué mis nervios, extinguiéndolos en su totalidad.
—Antes, cuando te levanté la mano —ese nudo en el estómago se fue deshaciendo—. Dije que no era nada, pero ...
—Yeong, no tienes que darme ninguna explicación. Entiendo que ... —intentó detenerme.
—Jungkook —me aparté de su pecho, seria, y le planté cara—. Ninguna relación funciona si no hay sinceridad. Lo sé perfectamente —me miró, cediendo a esa realidad universal—. Mi hermano se fue porque mentí sobre la muerte de su madre —expuse de repente, cogiéndole desprevenido—. Dije que murió por una caída a pesar de que no era verdad. Protegí a mi padre en lugar de decir lo que pasó y no quiero volver a mentirle a las personas que más me importan —levanté la mirada, abochornada por haberle desvelado aquello—. ¿Lo entiendes?
Namjoon se largó porque no fui sincera, porque elegí el bando equivocado a raíz del miedo que nació ante la posibilidad de perder a mi otro progenitor. En ese momento no sabía lo que significaba la familia. La sangre no lo es todo, pero yo aprendí la lección demasiado tarde.
Con su brazo en mi cintura, movió la otra mano y alcanzó mi cutis. Retiró algunos mechones, observándome mejor.
Que le hubiese contado eso marcaba un antes y un después para los dos, ya que estaba apostando por construir nuestra relación a partir de una confianza y de una fe ciega.
—Soy todo oídos —me mostró una mueca torcida.
Sus dedos peinaban varias de mis hebras mientras yo me llenaba de aire, sin meditar lo que iba a contarle.
—No es grave, o eso quiero pensar —empecé, anclando mis pupilas en su blanquecino cuello—. JaeHo lleva toda la semana sin tocarme. Ha estado tranquilo, como una persona normal y corriente —me relamí los labios—. Me hiela la sangre no saber qué se le pasa por la cabeza. Además de que, siempre que actúa así, acaba golpeándome cuando menos lo espero —repasó la forma de mi mejilla con su pulgar, alentándome a proseguir—. Por eso esta mañana estaba tan inquieta. Cuando te giraste en el coche, mis reflejos se activaron involuntariamente y ...
Presionó con dulzura su boca, tragándose esas ásperas palabras que había querido decirle durante toda la tarde. Sostuvo mi nuca durante el beso, silenciándome a modo de respuesta.
Temí que pudiera desbaratar la cita si lo hacía y me callé, pero no era honesto que siguiera teniéndolo bajo candado. Decidí divertirme con él y no angustiarme, aunque me prometí que se lo explicaría antes de volver. No sería capaz de dormir esa noche si no le hacía ver lo que escondía ese gesto de autodefensa.
Al parar, contemplé su gesto de serenidad, terriblemente agradecida.
—Lo sé, noona. Lo sé —repitió, esforzándose por ambos.
—Le tengo mucho miedo, Jungkook —mi labio tembló y yo traté de frenarlo hincando los dientes superiores en él.
Estuvo a punto de insultar y maldecir a JaeHo en pleno acuario, pero las voces de algunos niños lo llevaron a pensarlo un poco más.
Cogí en mi puño derecho un pedazo de su camisa, negándome a llorar. No iba a terminar ese día entre lágrimas. No lo haría. No las derramaría por ese demonio ni le daría más protagonismo en mi vida.
Y, sin ningún aviso, lo abracé de nuevo.
—Yeong-ah, ojalá ... Ojalá pudiera ... —trató de decir, enfadado con la vida por haberme hecho tan infeliz.
—Está bien así, Jungkookie —acaricié su costado y regulé mis suministros de oxígeno para huir de ese llanto—. Está bien así. Hazme caso —debía desviar la conversación antes de que él se sintiera todavía más impotente—. Ahora que lo pienso, puede que la idea de intimar tampoco mejorase mis niveles de ansiedad —y era totalmente cierto.
Comprendió mis intenciones y se rindió. No serviría de mucho que se culpase por cosas que escapaban al control de los dos.
Junto a un largo suspiro, se reclinó, depositando los labios al lado de mi oído.
—¿Creíste que te llevaría a mi piso?
Su suposición no iba mal encauzada. A lo mejor esa había sido una de las posibilidades que valoré mientras me arreglaba y le comentaba a Tae qué era lo que me preocupaba.
—No voy a negártelo —tanteé.
—No quería arriesgarme tanto —entró al juego y esbocé una grata sonrisa—. Puede que la próxima vez. Si te apetece, por supuesto.
Me lo propuso de una forma tan directa y amable que no pude evitar reír. Su corpulencia me ayudó a que las carcajadas no se repartieran por todas partes, despertando la curiosidad de los visitantes más alejados. Estábamos muy bien en la soledad de aquel pasillo y llamar a extraños no me atraía demasiado.
Algo más recuperada, me dispuse a sacarle de dudas. Alejé mi cabeza de su abrigo, sonriente.
—Me gustaría, sí —contesté.
—¿Te gustaría? —saboreó mi respuesta—. ¿Estás flirteando conmigo? Soy un poco lento para estas cosas —entrecerró los ojos, regocijándose en mi predisposición.
—Solo digo que todavía no he recibido mi premio por haberte ganado en todos esos juegos —me retiré ligeramente, acercándome a la cristalera.
Hizo ese movimiento con la lengua, presionándola desde el interior de su boca. Su mandíbula, definida, se ganó mi mirada.
—Aaaah, así que es eso —simuló estar desconcertado.
Pasé las manos tras mi espalda, palpando el frío cristal con las yemas de los dedos.
—¿No vas a hacer nada al respecto, Jungkook-ssi?
Un segundo. Un segundo tardó en apoderarse de mis labios. Su impaciencia se escurrió por mi boca, cosquilleando allí donde su habilidosa lengua tocaba. ¿Cómo podía conseguir tan fácilmente que olvidaste la rectitud? ¿Cómo? ¿Cómo sabía qué tecla pulsar para que me entregase a él y a ese torbellino de emociones?
Atentamente, agarró mi mentón y yo abrí más los labios, sometiéndome a su fuerte vehemencia.
Aquel beso se nos fue un poco de las manos, fui consciente de ello unos instantes después, con Jungkook devorándome los labios, estando yo pegada a esa pecera gigante, ya que la fuerza de su respiración y el eco de nuestras comisuras entrando una y otra vez en contacto dejó de ser lo único que se escuchaba en aquel túnel.
—Mamá, mamá, ¿se besan porque están muy contentos de venir al acuario?
Maldita fuese yo y ese arrebato que no controlé a tiempo.
Del susto, retrocedí y, además de romper la unión con Jungkook, sentí un golpe seco en la parte posterior de la cabeza al dar de lleno con la cristalera. ¿Por qué estaba tan dura esa coraza de cristal?
Me giré, roja como un tomate, y escondí el rostro de ellos. Vi a un pez payaso pasar delante de mi cara, mofándose del ridículo que estaba haciendo.
Solo pude agachar la cabeza y tocar en la zona que me dolía. Escuché a Jungkook disculparse formalmente con aquella señora que paseaba de la mano de su hijo pequeño. Por suerte, siguieron su camino y así pude escupir una maldición mientras masajeaba mi cráneo.
—Noona, ¿estás bien? ¿Te duele mucho? —colocó su mano en mi cabeza, sosteniéndola por mí.
¿Reír o llorar? ¿Cuál de las opciones encajaba más con la situación?
Me topé con la preocupada mirada de Jungkook, pero de mi boca salieron carcajadas limpias. ¿Qué cara había puesto ese niño al ver a dos extraños comiéndose hasta el alma? Desde luego, la noche mejoraba por momentos.
Jungkook se vio afectado por mi repentino ataque de risa y me mostró su hilera de dientes, conteniendo las risotadas. No quería gritarle a la gente que quedase cerca que viniera a admirar mi sonrojo.
—Lo mejor será que dejemos esto para cuando visite tu piso, ¿no? —logré decirle, acariciando su mano.
—Sí —reconoció, echándose el pelo hacia atrás,—. Deberíamos irnos antes de que esa mujer llame a los de seguridad.
Pasó el brazo por mis hombros y nos marchamos entre risas.
El camino de vuelta fue muy apacible. Jungkook puso música, R&B, si no me equivocaba, y con la melodía de fondo, comentamos los planes que teníamos para las vacaciones y, más a corto plazo, para las semanas siguientes. Me dijo que Jimin estaba intentando contactar con su amigo de la policía y que, probablemente, en unos días le avisaría.
La charla se terminó al llegar a la calle de nuestro amigo. Pudo encontrar aparcamiento pasados unos cuantos coches y así pudimos bajar juntos. Ninguno quería despedirse, así que fue un alivio poder subir a su casa cogidos de la mano.
Ninguno tenía la llave, por lo que tuvimos que llamar al timbre y esperar afuera. Pasó un minuto sin que Tae abriese y nos resultó extraño, pero no nos desesperamos mucho y aguardamos hasta que, de sopetón, mi mejor amigo apareció en la entrada con un gesto de cansancio increíble.
—¿Tae? —apoyé la mano derecha en su puerta y Jungkook soltó mi izquierda—. ¿Te pasa algo?
—Hyung, tienes una cara horrible —añadió Jungkook.
El dueño de la casa suspiró y nos miró como si fuéramos su única salvación.
—Llevo casi media hora peleando con Nana porque Yonghee rompió una de sus muñecas —nos explicó rápidamente—. Una de las que le regaló mamá.
Oh, ahí estaba el problema.
Cualquier cosa que perteneciera a su madre era como un tesoro para Naeun. Si hablábamos de un regalo ... Entendía muy bien la fatiga de Tae. Esa niña podía tener tanta energía y ser tan cabezota que sería imposible calmarla sin un buen saco de paciencia.
Le mostré el peluche que traíamos. Él lo observó, perplejo, y después se fijó en mí.
—Puede que traigamos la solución —lo zarandeé.
Aliviado, nos dio paso. De verdad tenía mal aspecto. Debió haber sido un mal rato para él.
—Tienes un sexto sentido, noona —dijo, sonriendo.
—Voy a necesitar tu ayuda —le dije, obteniendo una afirmación de su parte. Me volví hacia Tae y coloqué mi mano en su brazo—. Descansa un poco, ¿quieres? Nosotros nos ocupamos.
—Yeong ... ¿Acaso eres mi ángel de la guarda? —preguntó, revelando su agotamiento a nuestros ojos.
Divertida, besé su mejilla y crucé el umbral.
Fue bastante sencillo localizar a Nana. Tenía la costumbre de esconderse detrás de algún mueble enorme y robusto para aislarse del mundo y llorar tranquila. Por lo tanto, al entrar, saludé a Yonghee, que estaba sentado en el sofá, cabizbajo, y fui directamente al sillón de lectura que Tae utilizaba.
Más tarde me ocuparía de él. Lo primordial era calmar a Nana y sacarla de su escondite.
Sus gimoteos me sirvieron para ubicarla en un par de segundos.
Cerca de la butaca, asomé la cabeza por el respaldo, distinguiendo a la niña hecha un ovillo, contra la pared.
—¿Nana? —la llamé y ella, lentamente, alzó la mirada—. ¿Qué te pasa, cariño? ¿Qué haces ahí metida?
Si queríamos que saliera tendríamos que ser cautelosos y decir las palabras correctas para no empeorar la situación.
—¿Unnie? —respondió.
A pesar de la poca luz que llegaba a ese lugar, pude ver su carita bañada en lágrimas.
Apenada por esa estampa, intenté bajar más el tono de mi voz.
—Sí, soy yo. He venido a veros, ¿por qué no sales y me cuentas qué ha pasado? —empaticé con ella, rogando por convencerla.
—No quiero —volvió a agacharse más, retomando su posición fetal—. Yonghee es estúpido ... —se sorbió la nariz—. Ha roto la muñeca que me dio mamá.
Esas muñecas de porcelana eran muy sensibles y que se rompieran con un mal movimiento era bastante común. Si bien Nana siempre tenía mucha precaución cuando jugaba con ellas, no me extrañaría que, por error, Yonghee hubiese tropezado con alguna o que la hubiese pisado.
No obstante, aunque hubiese sucedido por pura mala suerte, ella debía haber llorado mucho.
—No digas eso —agarré la tela del sillón, tomando una mejor visión—. Seguro que tu hermano no lo hizo a propósito.
—¡Pero la ha roto! —gritó, desconsolada—. Mamá siempre dice que no se pueden arreglar ... —ese gimoteo regresó, partiéndome el corazón.
Entonces, Jungkook pasó la mano por mi espalda. Su proximidad alivió un poco la tensión de mis hombros.
Él, consciente de que debía andarse con cuidado, se adueñó del otro extremo del sillón y asomó sus ojos saltones sobre este, comprobando que Nana estuviese ahí.
—Podemos intentar pegar las partes, Nana —le comentó, consiguiendo que ella nos mirase de nuevo—. Y mientras buscamos la forma, Yeonnie te ha traído un regalo. Puedes jugar con él mientras tanto, ¿qué te parece?
La niña parpadeó, luchando contra su intenso llanto. Le había picado la curiosidad por saber más acerca de ese regalo, así que se limpió las mejillas torpemente y me observó, dudosa.
—¿Un regalo?
Las gotas rebasaban sus preciosos orbes y aquello me dolía más que ninguna otra cosa. Naeun se pasaba el tiempo riendo. En muy pocas ocasiones la vi llorar y ni de lejos se acercaba a esa rabieta que pilló por la torpeza de su hermano mayor.
—Sí —levanté el muñeco para que pudiera verlo ella misma—. Te presento al señor Elefante —le dije, sonriendo con todas mis fuerzas—. ¿No vas a venir a saludarle? —moví el peluche, capturando toda su atención.
Jungkook se bajó del sofá, poniéndose a la altura de Naeun. Se inclinó y extendió su mano hacia ella, que nos miraba por turnos, en medio de un conflicto de interés. Por un lado, quería seguir con su enfado, llorar hasta dormirse, y, por el otro, sentía unas fuertes ganas de salir y agarrar ese peluche de su color favorito.
—Ven tú, unnie —dijo, sorprendiéndonos a los dos.
La mirada de Jungkook lo decía todo: nunca antes le había rechazado. Supe que le dolía aunque mantuviera la sonrisa para Nana. No podía creer que se hubiese negado a que él la ayudara y lo sentí como algo tan personal que no tomé la vía más factible, sino que me desvié. No iba a dejar que el curso de los acontecimientos fuera a peor.
Escogí bien mi defensa y me dirigí a ella.
—Pero los abrazos de Jungkook son estupendos, Nana —le aseguré—. ¿Sabes lo blandito que es?
Escuché una risa remota de Taehyung y me prometí que le golpearía cuando acabáramos.
—¿Más blandito que el señor Elefante? —hizo un puchero, asestándome un mazazo en el estómago.
Esa niña era demasiado para mí.
—Mucho más —le insistí.
—¿Cómo puedes saberlo, unnie? —me preguntó, frunciendo el ceño de una forma adorable—. ¿Jungkookie te ha dado alguno?
Si por mí fuera, viviría en sus brazos.
Pero no podía responderle eso. Luché contra mis instintos y asentí, a sabiendas de que el sonrojo ya comenzaba a trepar por mi cuello peligrosamente.
—Unos cuantos —admití, y habría jurado que Jungkook tenía una sonrisa kilométrica en los labios.
—Vamos, ven con oppa, Nana —se pronunció, meneando la mano—. Me pondré triste si no puedo darte un abrazo.
Titubeó por unos segundos, pero empezó a gatear por el suelo y, gracias a Jungkook, salió del hueco que había entre el sillón y la pared enseguida. Una vez fuera, se enganchó a su torso como un pequeño koala mientras él acariciaba su espalda, evitando que rompiese a llorar por centésima vez esa noche.
Se levantó, cargando con Nana, y yo le ofrecí el peluche. Con un bracito alrededor del cuello de Jungkook y el otro sobre aquel elefante, me miró.
—Gracias, Yeonnie —y se encogió contra el muñeco, abrazada a ambos.
Me sentía satisfecha por haberlo conseguido, por supuesto, y una sonrisa natural se instaló en mi boca al tiempo que alargaba mi brazo y despejaba el pelo de su cara hinchada.
—No hay de qué —dicho eso, me giré en dirección a Taehyung, que lo había presenciado todo sentado en una de las sillas de su cocina—. Es muy tarde. ¿No deberíais estar en la cama ya? —por el gesto de Tae entendí que así era, pero que la situación se le fue de las manos—. Pues deberíamos ...
—Quiero dormir en la cama de TaeTae hoy —espetó Nana.
Por lo visto, Tae había tenido una tarde ajetreada con sus hermanos. Solamente pedían dormir en la cama de su hermano cuando el día había sido desastroso.
Sin reparar en Tae, imaginé que no pondría ningún problema a que durmieran en su cuarto.
—Dale un beso de buenas noches y seguro que te deja —le susurré a Nana.
Jungkook la llevó con el más mayor y yo aproveché ese descanso para darle a Yonghee su figurita. Parecía triste y no era para menos, así que me aseguré de que su ánimo mejorara antes de acompañarlo a la habitación. También le dije a Tae que no se preocupara porque nosotros nos encargaríamos de cambiarlos y meterlos en la cama. Él ya había lidiado durante horas con ellos y necesitaba un respiro.
De tal forma, los llevamos a su cuarto y les ayudamos a ponerse el pijama, aunque siempre fueron niños bastante independientes para ese tipo de tareas y prácticamente lo hicieron por su cuenta. Eso sí, Yonghee volvió a disculparse con su hermana y, por suerte, Nana aceptó sus disculpas. No sabía si se calmó por estar abrazada a ese elefante, pero me alegraba mucho de que todo hubiese acabado bien.
Con las palabras de Jungkook revoloteando, guardé la ropa de los niños en el armario.
—Hemos ido a un acuario enorme —le relató a la pequeña—. Había un montón de peces como los que tienes en tu enciclopedia.
—¿En serio? —exclamó, boquiabierta.
Cerré la puerta del armario, admirando la escena con detalle.
—¿También había pirañas, hyung? —intervino Yonghee, emocionado.
Jungkook frunció sus labios, pensando detenidamente su respuesta, pero sus pupilas me buscaron, incapaz de recordar.
—¿Vimos pirañas, Yeong?
Él estuvo tan concentrado observándome a mí que no debía recordar ni a uno solo de esos animales.
—Creo que sí —dije, tomando asiento a su lado, en la cama—. También recuerdo a un tiburón martillo.
Yonghee me pidió que le nombrase a todos y cada uno de los peces que había en ese acuario. Yo fui enumerándolos hasta que la vocecita de Nana me detuvo.
—¿Y por qué fuisteis juntos a un acuario, unnie? —su pregunta me paralizó los músculos.
Esa niña era demasiado avispada para su edad y su interrogante me dejó sin recurso alguno. ¿Debía mentirle? Jungkook tampoco supo qué decir y me cedió el turno, deseando que yo nos salvara gracias a un movimiento estratégico.
Su necesidad de conocer y saber más de lo debido se había convertido en un obstáculo que no estaba segura de cómo sortear.
—Bueno ... —empecé diciendo, ligeramente nerviosa.
—¿Y por qué llamas a noona por su nombre, hyung? —me calló Yonghee, examinando a Jungkook con una leve sospecha—. Solo TaeTae la llama así.
De pronto, esa plácida charla se transformó en un intenso interrogatorio. Lo peor de todo era mi nerviosismo. ¿Por qué demonios me asustaba contarles la verdad? Ellos fueron como mis hermanos pequeños desde que conocí a Tae en la Universidad, varios años atrás, así pues, ¿qué inconveniente había en que supieran que Jungkook y yo ...?
—Jungkookie y yo estamos saliendo —dije, asombrando a los tres.
—¿Sois novios? —preguntó Naeun, con los ojos más abiertos que nunca.
Pero no lo éramos.
Respiré, deseando encontrar la manera de que ellos comprendieran, a grandes rasgos, nuestra relación.
Yo tendía a enrevesarlo todo. Las cosas podían ser mucho más sencillas aunque yo las complicara. En esos casos, me consolaba que Jungkook fuese lo opuesto.
—Algo así —dijo él, ocupándose de responder.
Nana se cubrió la boca, moderando su ilusión. A mí me atacó un calor horroroso.
—¿Los novios se besan?
Incómoda, noté cómo Jungkook estaba resistiendo la risa.
¿Qué sería lo próximo que preguntarían? ¿Querrían una demostración en vivo y en directo?
—Claro que sí, Nana —interrumpió Tae, entrando a la habitación con una sonrisa—. Las personas que se quieren se dan muchos besos y hacen cosas que los niños no deberían saber ni ver, así que a dormir —ordenó finalmente.
Nosotros nos levantamos de la cama, dejándole espacio para que los arropara con una manta fina.
—Pero quiero saber ... —lloriqueó ella.
Jungkook se posicionó detrás de mí y yo, agobiada, solo acerté a apoyarme un poco en su pecho.
—No, no quieres —repitió—. Yo no te educo para que seas así de impertinente, preciosa —le dijo, provocándole cosquillas a su hermana—. Venga, decid adiós a nuestros invitados, que tienen que irse —los dos pequeños agitaron sus manos y balbucearon una despedida entre tiernos bostezos. Taehyung me señaló la puerta—. Te he pedido un taxi, Yeong. Llegará en cinco minutos.
Asentí. Jungkook no podía llevarme a la finca de Jae. Lo más sensato a esas horas de la noche sería que un taxi me acercara al lugar.
—Hyung, ya no puedes decirle de esa forma a noona —petrificada, escuché a Yonghee—. Ahora sólo puede Jungkook-hyung.
Mis carcajadas y las de Jungkook se extendieron por la habitación en un segundo. Los niños también se echaron a reír, aunque no entendían realmente la razón de nuestro jolgorio.
—Cría cuervos que te sacarán los ojos —masculló mi mejor amigo mientras contenía esa misma felicidad.
Un minuto más tarde, salimos del cuarto, cerrando tras nuestro paso. Caminamos por el pasillo y yo me obligué a dejar de reír. No quería pecar de codiciosa, pero pondría la mano en el fuego y afirmaba con seguridad que no me había divertido tanto en toda mi vida.
—Esa niña terminará matándome algún día ... —dije, llegando a la mesa.
—Son muy inteligentes —me siguió, viendo cómo me apoyaba en el filo, de cara a él—. Se te dan muy bien los niños.
—No lo sé —crucé los brazos sobre mi pecho—. Solo tengo trato con Nana y Yonghee. Otro niño se asustaría de mí.
La idea de que los niños me gustaran no era descabellada. Además, los pocos infantes con los que tenía relación nunca me supusieron un verdadero problema. Aun así, mi actitud no siempre agradaba a los demás, por no hablar de un niño con el que tendría que medir hasta mi última palabra.
—Eso es imposible, noona.
No me di cuenta de que estaba frente a mí hasta que la sombra de su cuerpo impidió que la luz, procedente de la esquina contraria, me golpeara.
Levanté la mirada, encontrando su dulce sonrisa.
—¿Ahora vuelvo a ser noona a secas? —me metí con él.
No quería irme. No quería volver a esa casa a esperar a otro hombre. No quería.
Se inclinó, ignorando el remolino de pensamientos que intentaba frustrar esos últimos minutos a su lado. Tan pícaro como lo había sido aquella tarde, me robó un beso aislado. Aprisionó mis comisuras entre las suyas, protestando. Cuando se separó, me envió una mueca de resignación.
—Me encantaría desgastar tu nombre, Yeong —y se aventuró a besarme nuevamente, pero yo se lo impedí al poner mi mano en su pecho.
—Y los labios también, por lo que veo.
Mi broma le gustó, puesto que sonrió en grande.
—Y otras cosas —puso la puntilla.
Hice el amago de reír, contenta de verle tan alegre a pesar de que nuestra cita ya había concluido.
—Yah, Jungkook ... —presioné más su pectoral, quejándome de su libertinaje.
Ambos nos aguantamos la mirada, reconociendo el final en los ojos del otro.
¿Cuándo nos veríamos? Yo podía alargar la mentira de que los exámenes seguían reteniéndome fuera de casa por unas semanas, pero Jae sabía que nuestras vacaciones estaban cerca y dudaba que me dejase aquella libertad, merodear por donde me diera la gana, si la universidad no era la excusa.
—Tu taxi debe de estar llegando —rompió el silencio.
—Sí —musité.
Dio un paso atrás, poniendo sus sentimientos en orden.
—Antes de que te vayas, tengo algo para ti —dijo mientras revisaba uno de sus bolsillos.
—¿Algo? No tienes que regalarme nada —me rehusé.
No había mayor regalo que el que me había hecho ese día. No por lo divertido que fue, de principio a fin, sino por haber tenido el tiempo en mis manos y habernos conocido mejor, aunque todavía quedase la mayor parte.
—Pero quiero hacerlo —rebatió—. Vamos, dame la mano —me apremió.
Sin resistirme, extendí el brazo derecho y, con la palma boca arriba, esperé a que depositara sobre ella ese obsequio que no habría aceptado en otras condiciones.
Ah, pero cuando lo hizo, mi sonrisa se esfumó.
El llaverito que estuve contemplando horas antes, en el mostrador del recinto de las recreativas, cayó en mi mano. Las patas de aquella bolita negra se enredaron y sus orbes se clavaron en mí, como si estuviera saludando a su nueva dueña.
—Lo estabas mirando —conmocionada, me fijé en la ilusión que desprendía su voz—. Pensé que te gustaba y lo compré —simplificó—. ¿O me equivoqué? No me digas que ...
Quise llorar porque era la primera vez que alguien me miraba lo suficiente como para saber qué añoraba. Ni siquiera lo toqué, ni siquiera lo observé durante más de tres segundos, ni siquiera valoré llevarlo conmigo.
¿Cómo algo tan sumamente anodino podía llegar a él? ¿Cómo?
Reaccioné en el instante en que Jungkook pasó sus dedos por mi cara, limpiando unas gotas que salieron de repente.
—Mierda ... —retiré algunas y sonreí—. ¿Por qué solo sé llorar?
Acomodó mi pelo para evitar que se pegara a mis mejillas por la humedad.
—¿Significa que te gusta? —preguntó, esperanzado.
Sus caricias, amables con mi piel, se extendieron por todo mi rostro. Asentí con insistencia, contemplando el llavero.
—Me encanta —nos miramos—. Me encanta que seas un maldito donjuán detallista, Jeon Jungkook.
¿Por qué tenía que ser tan difícil? ¿Por qué enamorarme de Jungkook no podía otorgarme esa felicidad y nada más?
—Tomaré eso como algo bueno —acunó mi cara entre sus grandes manos, satisfecho.
Cerré la mía en torno a ese bichito peludo y me sujeté a sus muñecas, recuperando el control de mis aguados ojos. Y, por supuesto, me reí de mí misma y de lo tonta qué podía ser si se trataba de ese chico.
—¿Qué has hecho para que llore, Jungkook? —se inmiscuyó Tae, pasando de largo y tomando su taza.
—Ser un maldito donjuán detallista, o algo así —reprodujo mis palabras, una a una, con su semblante iluminado.
—Ah, sí. Pecas mucho de eso —me secundó, revelando su sonrisa rectangular.
Los tres reímos y pedí por más momentos así. Momentos en los que pudiese llorar de pura alegría, arropada por mi familia.
🐠🐠🐠
Y la cita llegó a su fin 🤧🥹
Los dos se han quitado algún que otro peso de encima con esa charla en el acuario y han afianzado aún más su relación, y los hermanos pequeños de Tae ya saben que están juntos xDD
Entre otras noticias, c viene la llegada de Yoongi en un par de capítulos y también ocurrirán *cositas* entre Yeong y Jungkook próximamente 7w7
Espero que os esté gustando la historia 🫰🏻🫰🏻✨✨
El capítulo 26 caerá, muy probablemente, a principios de la semana que viene, así que no se lo pierdan 😎
Os quiere, GotMe 💜
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