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Yeong
La bolera era infinita. O eso pensé al cruzar la entrada de la mano de Jungkook.
Nunca había estado en una ni, mucho menos, imaginé que sería así de grande. Mientras él me hablaba sobre su afición, entendí que mi mundo era demasiado pequeño. Algo tan simple como ir a jugar a los bolos con tus amigos ... No se me pasó por la cabeza en ningún momento, ni siquiera cuando todavía no conocía a Jae. Y todo fue porque me encerré en mí misma, privándome de miles de experiencias completamente normales para cualquier chica de mi edad.
Me esforcé por dejar de darle vueltas a esa sensación y observé cómo Jungkook charlaba cordialmente con el dueño del lugar, que le cedió dos pares de zapatos después de preguntarnos a ambos nuestros números. A continuación, nos señaló la última pista, aún vacía.
Aunque no había mucha gente a esa hora, varias familias y grupos de amigos jugaban entre risas.
Al llegar al carril que se nos había asignado, Jungkook empezó a explicarme cómo funcionaba. Estaba tan contento que de sus ojos saltaban chispas. Más que prestarle atención a sus palabras, me encontré perdida en esa ilusión con la que me hablaba acerca de aquel deporte.
Al cabo de unos minutos y de habernos cambiado el calzado, Jungkook lanzó para enseñarme cuál era la mejor manera de acercarse a la pista.
—Entonces ... —agarré una bola morada, dispuesta a tirar por primera vez—. ¿Dices que son estos dedos? —le mostré la posición de estos.
—Sí —asintió, colocándome bien el resto—. El meñique y el índice se apoyan en la bola para aumentar la sujeción, ¿lo ves?
Eché un vistazo a la posición de mi mano y decidí probar a pesar de que la inexperiencia llamaba a mi puerta. No quería hacer el ridículo, por lo que me aseguré de seguir sus instrucciones y tomar un buen ritmo al dirigirme hacia el carril.
Puede que el tiro no fuese perfecto, pero la trayectoria no pudo ser mejor, pues derribó todos los bolos de un solo golpe.
Incrédula, me giré hacia Jungkook, que contemplaba mi pleno boquiabierto.
—¿Lo he hecho bien? —fue lo único que acerté a decir.
Con el ceño fruncido, eligió una bola. Comprendí rápidamente que aquello se había transformado en un reto para él.
—¿Vas a hacer que me ponga serio desde el principio, noona? —entrecerró los ojos y fingió que crujía su cuello.
Su reacción me hizo reír a carcajadas.
A partir de ese momento, su competitividad se convirtió en la gran protagonista de la tarde. No estaba muy segura de cómo lo hacía; yo solo tiraba la pesada bola con fuerza e intentaba que no se torciera antes de llegar al final. Tenía la suerte de mi parte, desde luego, porque mi marcador no hacía más que subir como la espuma.
Jungkook, durante la primera ronda, achacó su mala puntería a la falta de práctica y, con su orgullo por bandera, enfiló todos y cada uno de sus tiros pensando en la victoria.
Para su alegría, el cansancio empezó a hacer mella en mí. Al llegar a los últimos turnos, mis lanzamientos se vieron resentidos. Para entonces, Jungkook ya había recordado cómo lanzar y tumbar los bolos al primer intento.
Fueron varias horas de tensión hasta que, tras mi tiro final, el marcador le otorgó la cifra más alta a Jungkook. La diferencia estuvo muy reñida y apenas quedaron tres puntos entre él y yo. Aunque hubiese caído en combate, no tenía por qué bajar la cabeza. Siendo primeriza, incluso Jungkook parecía asombrado de que fuese tan hábil.
Él, sentado en una de las butacas reservadas para nuestra pista, sonreía a pesar del cansancio y del sudor. Se había abierto el primer botón de la camisa a cuadros mientras esperaba a que acabase mi turno y el resultado saliera iluminado en la pantalla.
—Eso estuvo cerca —apoyó sus brazos en los asientos colindantes, descansando.
Una parte de mí sentía pena por no haber ganado. Habría sido genial hacerlo sin haber jugado nunca, pero ver a Jungkook así de agotado suponía que le había plantado cara. No había sido fácil sobreponerse a mis lanzamientos, su cara lo decía todo. Por lo tanto, cuando me acerqué a él, me fue difícil guardarme una mueca socarrona.
Aproveché que estaba sentado de un modo cómodo para sentarme sobre su regazo, ignorando el resto de sillas. No había mejor asiento que ese y Jungkook no puso ninguna pega a mi atrevimiento.
—Tenías miedo de que te ganara, admítelo —decidí meterme un poco con él.
—Estaba todo bajo control —su orgullo prevaleció—. Solo necesitaba calentar. Nada más.
—Ah, ya —solté una carcajada y noté cómo su mano izquierda se adaptaba a mi espalda, acariciándola—. ¿Sabes lo complicado que es jugar en vestido corto? —se rio, rozando con los dedos el corte de la tela—. No podía concentrarme al cien por cien en la bola y ...
Repartió un par de besos en mi mejilla, regocijándose de mis lamentaciones. Al mirarme otra vez a los ojos, me olvidé momentáneamente del asunto.
—Pero yo tenía unas vistas increíbles, noona —insinuó, pícaro.
Asombrada de su astucia, actué como si me ofendiera. Abrí la boca, molesta, pero él volvió a reír y apenas opuso resistencia cuando me levanté de sus piernas.
—¿Qué intentas hacer? ¿Eh? —puse mis brazos como jarras, en mi cintura.
Se mordió el labio, aunque no supe muy bien si fue debido a mi declaración de guerra o porque le gustaba verme así. En realidad, la segunda opción concordaba mejor con lo que me había comentado en ocasiones anteriores. No me molestaba, en absoluto. Además, solo él conseguía sacar ese lado de mí, más combatiente y soberbio.
¿Alguna vez me permití ser así? ¿Responder cuando no estaba de acuerdo con algo o, simplemente, enrabietarme por perder en un juego?
—¿De verdad soy yo el que no sabe perder? —me rebatió, escéptico.
Enfurruñada, me negué a ceder.
—Quiero la revancha —le reclamé.
Me gustaba esa complicidad entre ambos. Jungkook se las arreglaba para sacarme unas ganas de pelear ridículamente intensas, por mucho que dicha lucha no fuese más que una riña tonta.
—No te confíes tanto o perderás de nuevo, noona.
Su consejo me irritó. Vaya si lo hizo.
—Eso ya lo veremos —me crucé de brazos—. ¿Qué más hay por aquí?
Echó la cabeza hacia atrás, sopesando su respuesta.
—Recreativas —dijo, sin un ápice de preocupación.
Dispuesta a erradicar esa seguridad en él, recogí mi bolso y lo reté. Esa media sonrisa no podía ser más atractiva, no obstante, me resistí a caer en su encanto y decidí que le ganaría en algo, costase lo que costase.
—Voy a machacarte, Jeon Jungkook —mi firmeza le divirtió.
—Yeong-ah ... —se palpó la barriga, todavía fatigado—. ¿Cómo lo haces para que me enamore más y más de ti?
No dejé que su acertada anotación derribara mis deseos y le apremié, ansiosa por callarle ese piquito de oro que tenía.
—Las palabras bonitas no te van a servir, te lo advierto —me desabroché los zapatos, plenamente consciente de que sus pupilas estaban posadas en mí—. Venga, vamos.
—¿Y mi premio?
Alcé la barbilla, apartándome también el cabello. Ni siquiera se había movido. Su ocupación consistía en mirarme, tan abrasador que dudé de mi aguante.
—Serás ... —me mordí la lengua, tragando con esos reproches antes de aproximarme a él y besarle durante dos tristes segundos—. No te lo voy a poner fácil, ¿me oyes? —le solté mientras sostenía el cuello de su camisa.
—Así me gusta —confirmó, lanzando una suave cachetada a mi trasero. Se puso en pie y, en su cinismo, obvió mi gesto de conmoción—. Cuando no te tenga delante, serás incapaz de vencerme. Ya lo verás.
Resoplé, estupefacta y sonrojada por su abierto descaro.
Conocía a ese Jungkook desvergonzado que no dudaba a la hora de conseguir lo que quería. Siempre fue así. No paró hasta que yo le reconocí ese amor que compartíamos. No se detuvo hasta ganarse la confianza de mi hermano. Tampoco abandonó la idea de aquella cita a pesar de los contratiempos con los que habíamos tropezado irremediablemente. No se rindió conmigo ni con mi condenada existencia.
Lo conocía, sí, pero esa actitud se me antojó mucho más estimulante en medio de aquella infantil competición.
Examiné cómo se sacaba el calzado y ataba sus deportivas.
—¿Estás diciendo que tus primeros tiros fueron un desastre por mi culpa?
Me miró, provocador.
—Eres tú la que lo ha dicho, no yo —su regodeo estaba yendo demasiado lejos.
—Prepárate para perder —a duras penas conseguí refrenar un arrebato de risa.
Salimos de la bolera entre comentarios ingeniosos que desprestigiaban las habilidades del contrario.
En mi caso, esperaba no haberme olvidado por completo de jugar. La última vez que lo hice y probé las máquinas recreativas del barrio aún estaba en secundaria. Si no recordaba mal, sucedió una tarde que ninguno de los quería volver a casa y Nam propuso gastar nuestros ahorros en unas cuantas partidas. Se me daba bastante bien en aquel entonces, así que me conciencié de que debía minar el ego de Jungkook a la más mínima oportunidad. Yo también tenía un orgullo que proteger frente a su voluntad exacerbada.
Y, no es por presumir, pero siempre cumplo mis promesas.
Jungkook me dio el privilegio de elegir el primer juego y, después de revisar todas las máquinas, me decanté por el Air Hockey.
Él no puso ninguna pega. Es más, parecía muy feliz por mi elección, pero esa alegría fue disminuyendo cuando mis golpes colaban las fichas circulares por su ranura, una detrás de otra. Su cara de frustración se hizo presente y, aunque cometí ciertos errores y le regalé algunos puntos que podría haber salvado si hubiese sido un poquito más rápida, al final de la partida, la única ganadora fui yo.
—Te lo dije —sonreí y me dispuse a recoger los tickets que echaba la máquina por una de las rendijas.
—Te he dejado ganar —saltó, intentando escapar de la realidad.
—¿No me digas, Jungkookie? —me burlé—. No te pedí que fueras benévolo conmigo.
Chasqueó la lengua, irritado.
—Otra más —y fue a meter el dinero.
—Todas las que quieras —no me rehusé.
Así pasaron los minutos y, de repente, le había derrotado cuatro veces consecutivas.
Su semblante reflejaba esa arraigada oposición a lo que estaba pasando. No podía ser más divertido verle sufrir de aquel modo. Se empeñaba en negarlo, como si se escudase en lo cansados que habían sido los bolos, pero en el momento en que lo llamé "débil", me arrastró hacia la zona en la que se encontraban las canastas de basket. Me dijo que no sería capaz de ganarle en eso y, desgraciadamente para él, volví a sacar la mayor puntuación.
Incluso me acusó de estar haciendo trampas y se ganó un empujón de mi parte. Si bien me pidió perdón por insinuar algo tan grave, yo acabé riéndome en alto gracias a su mirada asesina.
Podría decirse que fue casi un milagro que me llevase la medalla en el resto de juegos que Jungkook eligió a lo largo de la tarde. No porque fuese menos diestra en los simuladores de carreras o en el golpeador de topos, sino por lo fatigada que me sentía después de tantos retos impuestos por él. Supuse que los dos estábamos exhaustos cuando Jungkook expresó que no podía más.
—Está bien ... —jadeó, acalorado—. Tú ganas en todo, excepto en los bolos —se rindió, apoyando las manos en sus rodillas.
Mientras recuperábamos el aliento, tomé todos los tickets que había ganado durante esas horas de juego interminables y calculé su valor. Al parecer, en función de la cantidad que se obtuviese, se te permitía reclamar algún tipo de recompensa en el mostrador del recinto.
Tiré de Jungkook hasta allí, donde las vitrinas ascendían repletas de muñecos y demás regalos.
—Buenas tardes —nos saludó la señorita que se encargaba de despachar a las oleadas de niños que chillaban y corrían a nuestro alrededor—. ¿Quería canjear sus cupones?
—Buenas tardes —le devolví la cortesía—, sí. ¿Cuáles son los muñecos que puedo intercambiar con esto? —le di las largas tiras.
Sin embargo, un par de niños, acompañados de sus padres, reclamaron la atención de la dependienta. Ella se disculpó conmigo y se dirigió hacia los nuevos clientes.
—Un momento. Enseguida estoy con usted.
Jungkook, a mi derecha, se apoyó en el mostrador de cristal, rezagado.
—¿Cuál quieres? —me preguntó.
—Ah, no —moví mi mano, quitándole esa idea de la cabeza—. No es para mí —descansé ambos brazos sobre la superficie fría—. Tae recogía hoy a Nana y Yonghee. Pensaba regalarles algo —le expliqué.
Con la sombra de una sonrisa en sus labios, exhaló un largo suspiro.
—¿Ni siquiera vas a llevarte algo para ti? —ante mi negativa, rodó los ojos—. Entonces ... ¿Planeas esclavizarme? ¿Eso pretendes, noona?
Fingió estar aterrado de mis deseos ocultos, lo que me sacó una estúpida sonrisa. Él se dio por satisfecho al verme así y avanzó con la intención de besarme, pero aquella chica regresó, frustrando sus planes. Carraspeó, incorporándose.
—Los contaré. Espere aquí —dijo, llevándolos consigo.
En cuanto se retiró, Jungkook empezó a abanicarse con la mano. Ojeó el lugar y, habiendo localizado los baños, me lo señalizó.
—Vuelvo en un momento —me prometió, caminando de espaldas al área de servicio—. Voy a refrescarme, ¿vale?
Gesticulé, invitándole a que se marchase tranquilo mientras yo aguardaba a que la señorita volviese con un dato concreto.
Se esfumó al doblar la esquina, entrando en el baño sin perder un segundo. En realidad, a mí tampoco me vendría mal pasar por los aseos antes de irnos. No estaba sudando tanto como él, pero algo de agua fresca me caería como una bendición.
El sistema de ventilación funcionaba correctamente, así que imaginé que pensar mucho en el sofoco no me ayudaba a regular mi temperatura en absoluto.
Aquella chica volvió en un abrir y cerrar de ojos, acostumbrada a ir de un lado a otro en tiempo récord. Me relató cuál era el sistema de puntos y la cantidad que había acumulado. Muy amable, me señaló una de las estanterías más alejadas, indicándome que podía escoger cualquier muñeco o juguete de aquella balda y de las inferiores.
Sopesé las mejores opciones durante unos instantes y opté por dividir mi puntuación para poder tomar dos objetos. Imaginé cuánto jugaría Naeun con el bonito elefante azulado de la segunda fila y toda la ilusión que le haría a Yonghee una figurita de Iron Man a la que se le movía la cabeza.
Tras comunicarle mi decisión, la joven encargada me pidió un minuto, ya que necesitaba subirse a una escalera con tal de alcanzar los premios. Yo le respondí que no tenía prisa y me lo agradeció. Ella era la única que despachaba a la gente y no quería apresurarla con tantas personas llamándola, así que me dediqué a observar el lugar.
Las risas de unos adolescentes ocuparon mis sentidos, pero pronto encontré una distracción mayor. En el mostrador había un expositor que pasaba desapercibido por su posición, detrás de una cesta de caramelos bastante llamativa. La aparté, curioseando, y así di con un llavero que, a simple vista, no destacaba en nada. Se trataba de una de esas bolitas negras y peludas del Viaje de Chihiro que brillaba debido a diminutos cristales que se escondían por su pelaje.
El destello de aquella película se clavó en mi memoria, extrayendo una imagen de mi infancia que nunca pensé rescatar: el vago recuerdo de mi madre, poniéndome ese DVD una y otra vez, sonó desde algún escondite que había olvidado con los años. Probablemente esa fuera la única película física que teníamos en casa y, aunque me esforzara, no recordaba mucho de ella. Solo me resultó agradable encontrar ese trocito de mi vida anterior. Esa vida sin preocupaciones. Una vida en la que mi madre aún estaba.
—Dijo el elefante y la figurita, ¿no es así? —inquirió la dependienta después de darle unos refrescos a esos jóvenes.
—Sí, gracias —olvidé el llavero y me concentré en la chica.
Se subió con cuidado a la escalera y yo temí que pudiese tropezar. Aquella estantería no era de fácil acceso, por lo que me mantuve alerta en caso de que necesitase ayuda. Ella, cordialmente, me rechazó y esbozó una sonrisa.
La suavidad con la que el brazo de Jungkook reptó
por mi cintura fue de lo más imprevista.
Se agachó, besando mi pómulo, y yo relajé los músculos.
—¿Ya los has elegido? —asentí y él contempló el trabajo que llevaba a cabo la chica—. ¿Necesita que le sujete la escalera? Puede ser peligroso.
—No se preocupe —repitió, atrapando el peluche que le daría a Nana—. Es más estable de lo que parece.
Su simpatía me calmó a pesar de que el miedo a una aparatosa caída continuase ahí. Iba a quedarme, pero decidí aprovechar aquellos instantes para conocer los baños.
Me giré ligeramente, haciendo que Jungkook me mirara también.
—Voy al baño —le indiqué cuál era la figurita que debía serle entregada—. Es esa, la del tercer estante.
—Ve. Yo me encargo —y tomó mi relevo, gustoso.
Me marché, confiándole los obsequios que llevaríamos esa noche a los hermanos de Tae.
Mi paso por el baño fue breve puesto que solo me lavé las manos e intenté que el agua calmara ese asfixiante calor que seguía teniendo.
Sin duda, aquella cita había roto mis expectativas. ¿Cómo se me habría ocurrido que Jungkook y yo terminaríamos jugando a unos recreativos como un par de niños? Aun así, aunque no hubiese sido una de mis apuestas para ese día, lo pasé tan bien que no lo habría cambiado por una cena en el centro de la ciudad.
Él rompía todos los estereotipos a los que la gente de dinero me tenía acostumbrada. JaeHo nunca me habría invitado a algo parecido. Por no hablar de que solo salíamos cuando otras personas reclamaban nuestra presencia en caterings, celebraciones o cenas de alta alcurnia.
Humedecí mi cuello con un papel mojado, atendiendo a la imagen en aquel espejo. Una chica de veintiún años agotada, pero viva y radiante. Las caras joyas que Jae me regalaba no me habían hecho ver de esa forma después de tanto tiempo a su lado.
Por primera vez en años, me di cuenta de que era una persona normal. Durante unas horas solo sería Kim Yeong, nadie más, y saber eso me obligó a sonreír.
Cuando salí, masajeando mi pulgar izquierdo, que había sufrido en el último juego, identifiqué a Jungkook cerca del mostrador. Cargaba con aquel peluche, la figurita y una amplia sonrisa.
Unos minutos más tarde, los dos nos encontrábamos en mitad del pasillo central, mirando hacia arriba como estatuas porque habíamos dado con un extractor de aire acondicionado lo suficientemente potente como para quitarnos ese calor del cuerpo.
—¿Cuánto tiempo hemos pasado ahí dentro? —le pregunté, estrujando el peluche bajo mi brazo izquierdo y cerrando los ojos, reconfortada.
—Como dos horas —me contestó, tan aliviado como yo—. ¿Tienes hambre?
Se ayudó de su dedo índice para rozar el dorso de mi mano y agarrarla. No lo miré, pero sí sentí el impulso de sonreír al notar ese gesto. En silencio, hice que nuestros dedos encajasen.
—No mucha —reconocí—. ¿Y tú?
—Tampoco.
—¿Hay alguna librería en las otras plantas? —indagué, con todo ese aire frío golpeando mi rostro.
—¿Quieres ir con la competencia, noona? —exageró, inquisitivo. Emití unas pocas risas—. Hyung se sentiría traicionado.
—Ese libro ha salido hoy y Nam suele hacer los pedidos cada lunes. Tendría que esperar toooda una semana hasta que llegase —alegué, incapaz de pasar el fin de semana sin poder leerlo—. ¿Qué tengo que hacer para convencerte de que ...?
Me giré, abriendo los ojos, y me di de lleno con sus armoniosos orbes. Entendí que Jungkook me estuvo mirando desde el primer momento. El rubor se afianzó en mis mejillas, lejos de asemejarse al enrojecimiento que ya empezaba a disminuir después de haber derrochado toneladas de energía.
—En el cuarto piso debería haber una —no puso objeción.
A pesar de la necesidad que sentí de pegar mi boca a la suya tras observar sus labios, el griterío de los niños que salían también de las recreativas me recordó que, en un espacio público, esas muestras de afecto podían ser muy arriesgadas.
—Te sigo —vocalicé, en voz baja.
Jungkook y yo subimos varios pisos y, al llegar a la librería, corrí al escaparate. Comprobé que el libro en cuestión estaba expuesto y entré para tomar un ejemplar.
Estaba echando un vistazo al estado del tomo, confirmando que estaba en buenas condiciones, pero Jungkook asomó su cabeza sobre mi hombro.
—¿Ha salido la segunda parte? Recuerdo que leí la primera en ...
—¿Lo has leído? —exaltada, me volví hacia él—. ¿En serio? No conozco a nadie que lo haya hecho. ¿Te gustó?
Mi bombardeo de preguntas lo desconcertó levemente, aunque enseguida recuperó la estabilidad y me manifestó su opinión acerca de aquella trilogía histórica.
—Fue muy interesante. No sabía que la vida de Julio César hubiese sido tan dura —me comunicó.
Una larga conversación salió de aquello y descubrimos que nuestros gustos como lectores no distaban mucho. Algunos de mis autores favoritos coincidían con los suyos y, a medida que profundizábamos en el tema, nos dimos cuenta de que las opiniones que teníamos tampoco se alejaban demasiado. Se sentía casi absurdo que fuésemos tan parecidos en algo como eso frente a muchas otras cosas en las que éramos claramente opuestos.
Esa charla se alargó mientras recorríamos la librería, hablando de distintos libros y escritores. Aunque ambos pasábamos mucho tiempo en la tienda de Namjoon, nunca habíamos intentado comparar esos gustos. Si lo hubiéramos probado, mi sorpresa no habría sido así de grande.
Me hacía mucha ilusión hablar de algo que me gustaba tantísimo con él, pero sus tripas comenzaron a rugir y las ganas de comer fueron haciéndose más fuertes en los dos. Por ende, aplazamos esa charla para otro momento y fui a pagar el libro.
Tras agradecerle al empleado que me atendió, cogí la bolsa y me tropecé con la mano abierta de Jungkook. Complacida, la tomé.
La zona de restaurantes estaba en el segundo piso, así que bajamos y contemplamos todos los lugares hasta dar con una cadena de comida rápida que no tenía mucha clientela. Él me juró que sus perritos calientes eran deliciosos y, viendo que el hambre no dejaba de crecer, acepté al segundo.
Aunque Jungkook insistía en lo contrario, me negué a que él pagase la cena. Ya me había invitado a los bolos y tenía un sueldo a pesar de lo poco orgullosa que me sentía de ese trabajo. Por lo tanto, yo puse el dinero y él las manos para llevar nuestras bandejas a una de las mesas libres más próximas.
Nos sentamos en una mesa de dos con unas vistas preciosas del cielo nocturno. Eran ya casi las diez de la noche, por lo que todo estaba oscuro, pero las luces de la ciudad se distinguían a lo lejos.
Jungkook llevaba toda la razón al decir que la comida de ese sitio era excelente. Dudé si había probado algo tan bien condimentado y él se puso la medalla, feliz de haber elegido el lugar idóneo.
Iba a coger mi bebida cuando su semblante me atrapó. La curiosa forma en que fruncía el ceño y abultada sus labios degustando aquel perrito caliente terminó por arrancarme unas risotadas que perturbaron su ensimismamiento en el plato.
—¿Qué pasa? —sus facciones se relajaron y una pizca de mi alegría se le pegó.
Dejé mi vaso en la mesa después de beber.
—Es gracioso —puntualicé, confundiéndole más.
—¿El qué?
Dio otro mordisco al pan, llenándose los mofletes.
—Cuando comes algo que te gusta mucho pones cara de enfado —él asintió, masticando—. Juntas las cejas así —hice una recreación de su aspecto con mis dedos.
—Mi madre siempre lo dice —adimitió antes de dejar el perrito en su recipiente— y, por culpa de eso, a veces no sabe si me gusta la comida que prepara —se relamió las comisuras y bebió de su refresco.
—¿De verdad? —seguí riéndome, imaginando la preocupación de su madre.
Con cuidado, agarré una patata, dispuesta a comérmela, sin embargo, la irrupción de la mano de Jungkook me frenó en seco. Lo miré, extrañada, y él pasó su pulgar por encima de mi labio superior. Tan pronto como acabó, se lo llevó a la boca y chupó aquello que me había quitado.
—Tenías salsa en el labio —puso en mi conocimiento.
Me los lamí, agradecida.
—Ah, gracias —le dije.
Sostuve de nuevo mi comida y le di un bocado, alertada de cualquier aderezo que pudiese escapar.
—Te habría besado, pero estás demasiado lejos, noona —señaló, y yo estuve a punto de atragantarme, pero, por suerte, conseguí tragar correctamente y evitar un desastre.
La disposición de los asientos en esa mesa era bastante usual; la una frente a la otra. No debía molestarle que fuera de esa manera, solo que ... Su apreciación me dio que pensar.
Tampoco había mucha separación. Incluso podía notar la tela de sus pantalones en mis rodillas.
—Jungkook-ah —lo llamé, limpiando mis dedos en una servilleta.
Levantó la barbilla y me enseñó su mirada cristalina.
—¿Mmmm? —pestañeó, escuchándome.
No le concedí apenas tiempo para que reaccionara y me incorporé. Atento, consideró mi movimiento, pero yo fui más ágil y logré robarle un beso. Solo tuve que inclinarsme sobre la mesa y procurar no mancharme. Así pues, me quedé con el sabor de su bebida en las comisuras, aunque sólo me percaté de ello al sentarme y succionar mis labios por instinto.
Él aguantó sin decir una palabra hasta que yo me vi con fuerzas para responder por mi repentino ataque.
—Tú también tenías —le di mis razones y echó la vista a su derecha, conteniendo una sonrisa—. Creo —también oyó eso último.
Los dos sabíamos que estaba mintiendo, pero ninguno sacó a la luz ese minúsculo detalle y continuamos cenando. No obstante, Jungkook sintió el imperioso impulso de expresarse al cabo de unos instantes.
—Me acabo de dar cuenta de que este sitio es mejor —añadió.
—¿A qué te refieres? —me oculté detrás de la comida, avergonzada.
—Puedo ver tu sonrojo perfectamente —aseguró, empeorando mis colores.
Con la mano sobre mi boca, moví la pierna y choqué con la suya, demostrándole mi veredicto respecto a su aclaración. Las risas de Jungkook se repartieron por todo el lugar, distrayendo a varias personas. Aquellos ojos ajenos clavados en mi persona no hacían más que sonrojarme el triple, y él disfrutó de eso más que nadie.
—Yah, sigue comiendo —rogué, colorada.
La cena transcurrió rápidamente y nos fuimos del lugar. Nuestros pasos iban dirigidos a las escaleras mecánicas y supuse que allí acababa esa cita. Jungkook me llevaría de regreso a casa de Tae y nos diríamos adiós hasta la semana siguiente. Un ciclo del que no sabía cómo escapar.
Llegamos a la planta baja cogidos de la mano y yo seguí hacia el frente, en dirección a las puertas del centro comercial, pero Jeon Jungkook no lo hizo. Sintiendo la tirantez de mi brazo, lo miré.
—¿A dónde vas? —cuestionó.
Mi titubeo le resultó cómico, ya que una efímera carcajada huyó de su garganta.
—¿Al coche? —le lancé la pregunta de vuelta.
Ladeó la cabeza, mostrándome las escaleras que bajaban hacia el subsuelo.
—No he acabado contigo aún, Yeong —espetó con media sonrisa bailando en sus labios.
🎯🎯🎯
El jueves 21 tenéis la última parte. Más larguita que estos dos capítulos para compensar 🫰🏻✨
Os quiere, GotMe 💜
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