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22

Yeong

—¿Por qué hace tanto calor aquí?

Nam no dejaba de abanicarse con la mano, como si así fuese a transpirar mejor y la dura ola de calor le diera una pequeña tregua.

Por suerte, yo llevaba un vestido de verano. Fui precavida e imaginé que en un sitio cerrado a cal y canto como ese no correría ni una triste brisa. Era parte de la biblioteca, así que los altos ventanales de la sala tampoco ayudaban a evitar el sol de la mañana. Debimos encontrarnos por la tarde, cuando la temperatura hubiese mejorado un poco, pero no quise imponer mis ideas después de saber que Jimin tenía un día algo ajetreado. Si ese iba a ser el único momento que pudiésemos vernos en un lugar relativamente seguro, no me molestaba andar asfixiada.

—Creo que en la sala que han reservado hay aire acondicionado, tranquilo —comenté, suspirando.

—Más nos vale —insistió, con una mueca de dolor cruzándole el rostro— o me asaré como un maldito pollo antes de que lleguen.

Yo revisé que la encargada de la enorme biblioteca no estuviese matándonos con la mirada por seguir hablando. Me alegré de que una enorme pila de papeles se interpusiera entre nosotros, dándonos un mínimo margen de error.

—Jungkook dijo que no tardarían —le recordé, viendo cómo resoplaba y movía la pierna derecha a causa de los nervios—. Podrías confiar más en él, ¿sabes?

Se rio en voz baja, divertido ante mi acusación.

—Claro que confío en tu chico, Yeong —aunque había sorna en sus palabras y me di cuenta al instante—. Pero si no aparece en menos de cinco minutos, me aseguraré de descontarlo de su sueldo.

Había pasado una larga semana desde que le contamos a Nam todo lo que sabíamos y sospechabamos sobre Dongwook, ese hombre que apareció de la nada para ponerlo todo patas arriba.

Una semana repleta de exámenes finales y entregas de proyectos que, milagrosamente, no habían acabado en tragedia para mí. Ni siquiera supe muy bien de dónde saqué el tiempo necesario, pero conseguí estudiar bastante, gracias a la benevolencia y comprensión de Jae, por supuesto. Tras expresarle mi apretada agenda para ese final de cuatrimestre, no puso ni una sola pega y me dejó permanecer en casa y en la universidad indefinidamente. No sabía por qué simpatizaba tanto conmigo, pero se lo agradecía. De lo contrario, no habría podido salvar esas últimas semanas.

Tae, Jungkook y Jimin también estaban ocupados con los estudios, por lo que fue difícil concertar una cita con este último para charlar y ponerle al corriente de ciertas cosas.

Según me había contado Jungkook, Jimin estaba trabajando de interno en un bufete de abogados bastante reconocido en la ciudad y, al ser un principiante, abusaban mucho de su tiempo. Si no entendí mal, él ya cursaba algunas asignaturas de tercero y cuarto porque quería graduarse cuanto antes, así que no me extrañaba que estuviera tan liado.

Sostuve el pase que Jungkook nos había conseguido a Nam y a mí para poder entrar en aquel área de la facultad de derecho.

¿Qué le diría a Jimin? ¿La verdad, o sería demasiado arriesgado para todos que supiera determinados "detalles" de mi vida? Si bien Jungkook me aconsejó que dijera simplemente lo más relevante, no estaba segura de que aquello le bastara a su amigo.

Y, en ese preciso momento, la puerta de cristal que nos dio la bienvenida unos diez minutos atrás, se abrió, dejando paso a esos tres chicos. Con Jungkook a la cabeza, vestido de negro de pies a cabeza, Tae y Jimin caminaban tras él mientras hablaban amistosamente.

—No entiendo cómo te rodeas de tíos tan atractivos —dijo de repente Namjoon.

Aguanté una carcajada y sonreí. Él estaba boquiabierto, analizando muy bien a ese trío que abandonaba poco a poco la recepción de la biblioteca.

Le di con el codo en el costado, haciendo que me mirara en lugar de desgastar a esos tres.

—Supongo que lo dices también por ti, ¿no? —levanté una ceja, contenta de que su sentido del humor siguiera ahí.

—Claro —aseguró y yo me crucé de brazos, altanera—. Ellos ... No son para tanto ahora que los veo mejor —rectificó, bromeando.

Reprimí mi risa y bajé la vista un segundo, recuperando mi seriedad y concentración a pesar de las bromitas de mi hermano. Aunque no estaba equivocado; la estampa que nos regalaron al llegar fue digna de una pasarela de moda. Incluso algunas cabezas se alzaron, olvidando sus libros y apuntes, con la intención de contemplar a unos desconocidos que brillaban con luz propia sin apenas intentarlo.

Jimin llevaba una camiseta de manga corta y unos pantalones de tiro alto oscuros, pero su estilo al caminar mejoraba aquel aspecto una barbaridad. Mi mejor amigo combinaba sus pantalones de lino marrón con una camisa blanca que resaltaba el color castaño de los tirabuzones de su cabello castaño. Jungkook ... Jungkook no había alterado mucho el vestuario al que me tenía acostumbrada, pero esas prendas oversize, acompañadas de sus pendientes y anillos plateados, lo hacían destacar tanto o más que sus compañeros.

Los tres tenían sus pases colgando del cuello y se los enseñaron a la encargada, que también revisó a los nuevos visitantes con cierto detenimiento.

Observé cómo Jungkook miraba hacia los lados, buscándonos. Cuando nos localizó, a unas mesas de distancia, su hermosa sonrisa me segó la respiración. Las chispas que salían de sus ojos me absorbieron por completo y, sin darme cuenta, ya había tomado mi bolso y estaba caminando hacia él junto a Nam.

Nuestro encuentro no pudo ser tan entusiasta e íntimo como queríamos, pero me bastó verle sonreír. Aquel gesto me daba una vitalidad incomparable, irremplazable.

Aunque no me quitó los ojos de encima hasta que estuvimos el uno frente al otro, primero saludó a Namjoon.

—Hola, hyung —tiró de su mochila, inocente—. No habéis tenido problemas para llegar, ¿verdad?

—Tus indicaciones nos ayudaron bastante —corrí a decir antes de que mi hermano tuviera la oportunidad de hacerlo.

Con su atención puesta en mí de nuevo, me sentí ligeramente egoísta. Había echado de menos que sus pupilas negras brillasen de exaltación por estar juntos y él apenas contuvo una sonrisa, de esas que sacaban a relucir sus tiernos hoyuelos, al percatarse de mi desesperación.

—Yo sobro aquí —susurró Nam, echando a andar—. Voy a saludar a los otros, tortolitos.

Y se fue, dejándonos esa privacidad por la que moríamos a diario.

Aunque nos habíamos visto a lo largo de la semana anterior, nuestras conversaciones no fueron ni la mitad de largas de lo que deseábamos. Tampoco pudimos estar a solas porque tanto Jungkook como yo invertimos gran parte del tiempo en estudiar, por lo tanto, aquellos segundos de intimidad fueron un regalo.

—Buenos días, noona —me saludó, educado.

—Buenos días —le devolví, manteniendo la compostura al estar en un espacio público—. ¿Cómo fue tu examen?

—Muy bien —reconoció, satisfecho con su trabajo—. Era más fácil de lo que pensaba —añadió, orgulloso de sí mismo.

—Seguro —le respondí, feliz de que los resultados fuesen buenos.

Comprobé que Nam estaba hablando en voz baja con Jimin y Tae. Parecía que mi amigo los presentaba, así que me centré en Jungkook, suplicando por algo más de tiempo con él.

—Me gusta tu vestido —agregó, ilusionado.

Su apunte me hizo sonreír de oreja a oreja, sonrojada por escuchar eso de él.

—Parecemos niños de primaria, Jungkook —mordí mi labio, a punto de reír como una estúpida.

Jungkook se dio cuenta de lo ciertas que eran mis palabras, pero no me dio la razón, sino que avanzó hacia mí, dejando una distancia casi inexistente entre ambos, y me miró a la cara con un mezcla de diversión y picardía.

—Resalta tus curvas —concretó, rozando mi brazo con sus dedos—. ¿A que eso no lo diría un niño?

Mis ojos viajaron solos hasta su semblante, que revelaba ese ímpetu suyo, tan demoledor como siempre. Desde luego, disfrutaba dejándome sin recursos para defenderme.

—No creo —le reconocí, sintiendo esa tensión entre ambos.

Uno de sus anillos tocó mi piel y la sensación del metal sobre mis poros fue asombrosa.

—¿Crees que a la gente le importará si te beso? —me preguntó, ansioso por obtener mi permiso.

Después de humedecer mis labios, resistiendo la tentación que me planteaba, agaché la mirada con su apabullante aura abrasándome.

—¿Y estás seguro de poder parar antes de que esa señora tan desagradable nos regañe? —con un movimiento de cabeza, le dejé claro que me refería a la mujer tras el mueble de recepción.

Me lanzó media sonrisa, agonizando.

Su paciencia pendía de un hilo extremadamente fino cuando le retaba de esa manera, no me cabía ninguna duda, pero lo hice igual porque él no iba a ser el único que jugara.

—Vas a volverme loco, Yeong —lanzó al aire.

La sensación fría de su anillo se detuvo y supe que yo había ganado ese pulso.

—Lo mismo digo —me planté, sudando de pura presión.

Me retó, sé que lo hizo. Y yo habría caído tan fuerte en sus brazos que ni siquiera esa mujer de pocos amigos podría alejarme de él, pero las manos de Tae en el aire, llamándome en silencio, me recordaron cuál era el motivo que nos había traído a ese lugar.

—Nos están llamando —me aclaré la voz, agradeciendo que nos hubieran interrumpido.

—¿Llegará el día en que pueda tenerte solo para mí, noona? —expresó, apesadumbrado.

Me compadecí de Jungkook, de sus ojos de cervatillo que me pedían a gritos que se lo consintiera todo, que cediera y me dejase arrastrar por sus melódicos anhelos.

Cautelosa ante las miradas indiscretas de aquellos estudiantes, me acerqué a su cuerpo y posé mi mano derecha en su pecho, lamentando no poder enmendar su dolor con un chasquido de dedos.

—Espérame después, cuando ellos se hayan ido, ¿vale?

Asintió y tomó mi mano entre la suya.

—Está bien —aceptó.

Así pues, nos dirigimos hacia Nam.

Jimin y Tae nos saludaron; el primero me dio los buenos días, cordial, y el segundo besó mi mejilla. Me preguntó cómo estaba y, después de obtener una respuesta, fuimos a la zona en la que Jungkook reservó una sala acristalada e insonorizada para poder charlar sin preocuparnos de molestar o que nos molestaran.

Una vez sentados alrededor de la mesa que presidía el cuarto, Jungkook le dio a Jimin la tarjeta de presentación de Dongwook y entre todos le explicamos unas pinceladas sobre asunto para el que requeríamos de sus contactos en la policía.

Al principio, pensé que la convicción de Jungkook explicándole mi delicada posición y esa amistad que los unía serían suficientes. Que se embarcaría en ese proyecto a pesar de no conocer detalles que eran más importantes de lo que queríamos admitir. De veras lo creí.

Jimin era un chico agradable, así me lo había demostrado aunque habían sido pocas las ocasiones en las que coincidimos. Además, las buenas palabras de Taehyung y Jungkook no me hicieron desconfiar de él ni de sus intenciones en ningún momento.

Preguntó, quiso saber ciertos puntos que no terminaba de entender en la historia, y yo comprendí que, lamentablemente, no funcionaría. Al menos no lo haría si seguía guardándome datos que podían ser cruciales para progresar.

En el momento en que el nombre de Jae salió a la palestra, el gesto de Jimin se enturbió. No podía culparle por temer a ese hombre porque toda la jodida ciudad lo hacía. No obstante, nos prometió que hablaría con unos amigos en la comisaría, sin meter a su padre de por medio, y que nos contaría cuanto pudiera sobre Lee Dongwook.

Él no dejó de sonreír hasta el final, aceptando cumplir ese favor por una chica que no estaba siéndole sincera en absoluto.

Nam también se percató de aquello, pero no supo decir nada más cuando Jungkook le dio las gracias a su amigo.

Jimin comenzó a guardar los folios que había utilizado para apuntar la información que le ofrecimos y yo noté la mano de Jungkook en mi muslo, dando un pequeño apretón a este. Ojiplática, giré la cabeza, encontrando su media sonrisa. Probablemente él ya lo sabía, incluso antes de hablar con Jimin, pero hizo el esfuerzo y probó suerte por ayudarme. Porque solo quería ayudarme, el cariño en sus ojos me lo susurraba.

A continuación, miré su mano. Las venas sobresalían, realizando un recorrido infinito que ascendía por su antebrazo. Se entrecruzaban en varios puntos de dicha extremidad. De forma inconsciente, la sujeté, agarrando algunos de sus dedos.

Sentí que él era ese apoyo incondicional que nunca tuve cerca.

Si él está haciendo todo lo puede, tú también debes, Yeong.

—Jimin-ah —exclamé, dejando a los cuatro perplejos.

Pestañeó, guiado por la confusión, y sus ojos oscuros me escrutaron con amabilidad.

—¿Sí?

Mi agarre empeoró y, de repente, me encontré aferrada a la mano de Jungkook como si ... Como si me estuviera dejando la vida en ello.

—¿Noona? ¿Te encuentras bien? —intervino un Jungkook preocupado que intentaba corresponder a mi sujección con fuerza y coraje.

Le regalé una mirada breve y asustada que no le dejó tranquilo, pero tras acariciar el dorso de su mano, noté cómo destensaba los músculos del brazo y me daba un poco de tiempo para escoger la expresión justa.

Decidida, me dirigí a Jimin.

—¿Podemos hablar a solas?

Olvidó su cartera, sus folios y su agenda.

Eso era lo que había estado esperando y que no pudo pedir por miedo a que me negase en rotundo. En realidad, mi yo del pasado habría hecho eso. Habría escogido la huida por encima del vértigo que me generaba aquella conversación, abierta y explícita. Para suerte de todos, cada vez quedaba menos de esa Yeong aterrada y pequeña que se ahorcaba a sí misma al rechazar la ayuda del resto.

Esbozó una satisfactoria sonrisa, complacido por aquello.

—Por supuesto —accedió, tomando asiento de nuevo.

Con un suave gesto, le agradecí su paciencia y me repetí que lo correcto sería contarle la verdad. Toda la verdad, sin tapujos ni mentiras piadosas.

Tae y Nam permanecían callados, asimilando lo que pasaría si abandonaban el lugar. Jungkook, por su parte, cogió mi dedo meñique bajo la mesa y habló, temiendo que me estuviese sintiendo en la obligación de hacer algo que no quería.

—¿Noona?

Su interrogante era adorable a la par que desconfiado.

Iba a contarle a Jimin cosas que ni siquiera Namjoon conocía. Cosas que aún no había tenido la oportunidad de explicarle a Jungkook a pesar de que las ganas de hacerlo me laceraban las tripas. Iba a hacerlo, y eso le asustó porque también él dudaba de que fuese posible cambiar las piezas de un puzzle perfectamente diseñado por un sádico como Choi JaeHo.

Le sonreí, escuchando las sillas de mi hermano y de Tae chirriar, avisándome de que ellos no se opondrían a mi decisión final.

—¿Me esperas fuera? —le pedí, agarrada a su mano derecha.

No podía fingir que no dolía mentirle a un amigo. Ni siquiera le dijo que estábamos juntos. Optó por guardarlo con el fin de protegerme a su manera. De la única manera que sabía.

¿Cómo no iba a querer contarle lo feliz que se sentía? ¿Cómo no iba a estar muriéndose por decirle que me quería y que haría lo que fuera por librarme de esas cadenas? Estaba siendo muy injusta con él y tenía que detenerlo antes de que le hiciera tanto daño que su amistad acabase en un aprieto.

—Sí, Jungkook —Tae me echó una mano—. Hyung quiere que le hagamos un tour por la facultad.

Me observó con esos ojos grandes y apacibles, incapaz de negarme la libertad de la que tanto habíamos hablado.

—Claro —musitó, conteniendo la urgencia de besarme.

Y yo estuve a punto de hacerlo hasta que recordé a Jimin y la explicación que le debía después de haberle reunido allí. Era un chico ocupado y no quería que malgastara más de su tiempo en excusas y enredos.

Jungkook me soltó y se levantó, imitando a sus mayores. Ellos ya estaban en la puerta, aguardando a que el pequeño los acompañara, pero no fue a su encuentro hasta recoger su mochila y mirarme una última vez. Tras asegurarse de que estaba tranquila, de que mi rostro no ocultaba rastro alguno de esa maldita ansiedad contra la que luchaba la mayor parte del día, se forzó a salir junto a Tae y Namjoon.

El nítido sonido de las bisagras de la puerta y el posterior click al ser cerrada me dejaron completamente relajada. Puede que mi mayor miedo fuera no saber cómo relatarle a ellos lo que pasó y que, por eso mismo, exponérselo a Jimin no fuese ni la mitad de difícil.

Acomodado en su asiento, mantuvo el silencio. Solo cuando me vio suspirar decidió abrir la boca.

—Yeong —su sosiego era magnífico, me impresionaba—, sé lo importante que es esto para Tae y Jungkook, así que no quiero que me digas nada por compromiso —definió su condición—. Yo ...

—Vas a decir que me entiendes, ¿verdad que sí? —mi dardo lo dejó mudo, estupefacto—. Aprecio tu simpatía, pero no puedes entenderlo. Para entenderlo, tengo que explicártelo todo —él asintió, dándome la razón—. Siento haberme andado con rodeos, Jimin —me disculpé—. Lo menos que debo hacer es serte sincera.

—No hay nada que perdonar —y me mostró una dulce sonrisa—. No soy tu abogado, pero sabes que de mí no saldrá ni una sola palabra de lo que hablemos aquí, ¿no?

Asentí, a sabiendas de que alguien como él no me traicionaría bajo ninguna circunstancia. Si los chicos confiaban en su criterio, yo podría ponerme en sus manos.

Le resumí un poco aquella época y el momento en que conocí a Jae. Él lo escuchó todo con atención, sin tomar apuntes por respeto a mí y a esas declaraciones tan íntimas que le estaba revelando.

—Hay un contrato —dije, acabando con esa parte de la historia.

—¿Un contrato? —se cruzó de brazos, valorando la información—. Entonces, ese es el origen —concluyó.

—Sí —inspiré hondo, recordando aquel papel que me mostró una sola vez—. El problema es que yo no lo llegué a firmar; JaeHo falsificó mi firma —me miró, contrariado por lo que estaba escuchando—. Yo firmé un documento en nombre de mi padre, pero no ese. Estampó mi firma en otro lugar y yo no pude demostrar lo contrario.

Las piezas fueron encajando en su cabeza. La mueca que hizo me dio a conocer que también él se sentía fascinado por el modus operandi de Choi JaeHo. Me atrapó a través de una mentira que, lamentablemente, se convirtió en una realidad de la que no pude escapar.

—Sabía lo que hacía, eso es evidente —confirmó, mordiéndose los labios mientras pensaba a toda velocidad—. ¿Pudiste leerlo?

—No recuerdo con exactitud lo que decía —le reconocí—, pero parecía real. También hizo que uno de sus abogados me explicara lo que pasaría si lo incumplía y, desde entonces, no he sido capaz de ir en su contra —Jimin valoró aquello mientras golpeaba la mesa con su dedo índice—. En ese momento me vi tan sola y perdida que no supe a quién recurrir ni qué hacer. Pensé en denunciarlo, pero Namjoon volvió y Jae se aseguró una baza a su favor —le odiaría por eso toda mi vida—. Si quería que mi hermano viviera en paz, tenía que seguir con él.

Y lo logró. No me marché, no tuve arrestos ni la valentía para largarme de casa y poner tierra entre los dos. El miedo creció y creció hasta límites insospechados, llegando a esa mañana, a ese punto de mi existencia.

—O sea que ese contrato del que hablas no era lo que buscaba —ató cabos—. Ese dinero que "supuestamente" —recalcó aquella palabra, ya que tampoco creía que fuera cierto— le debía tu padre nunca fue su objetivo porque lo que siempre quiso ...

—Era yo —junto a una sonrisa amarga, terminé la oración. Jimin me observó, serio—. Y no va a dejarme ir —finalicé, compungida.

Se obsesionó conmigo. Vio en mí una presa, algo que poder marcar como suyo y de nadie más. Tuve muy mala suerte, como si, en general, mi vida estuviera orientada a la desgracia, a la tragedia.

Jimin me compadecía, lo veía en sus ojos caídos. Después de escuchar el grueso de mi calvario, ¿cómo no sentir pena por mí? Nadie, por muy miserable que fuera, merecía ser esclavizado.

—Intuyo que tu padre no apareció y que sigues sin saber de él —reparó en aquel aspecto, desviándose levemente.

—No —negué, entristecida ante la idea que rondó siempre mi mente—. Es más fácil creer que murió hace mucho. Si siguiese vivo ... ¿Debo considerarlo un ser humano, Jimin?

Ese resentimiento seguía palpitando en mi pecho a pesar de los años que habían pasado sin noticias de aquel hombre que alguna vez fue mi padre. ¿Odiarlo? Una minúscula parte de mí le odiaba, pero dejé de tener ese sentimiento guardado cuando el dolor me consumió después de meses repletos de injustificadas palizas. Jae se dedicó a limar mi alma, destrozarla y acabar conmigo, con la estúpida que fui. Me transformó en una bolita asustadiza que oponía resistencia aunque así recibiera más golpes.

—No, desde luego que no —afirmó, frunciendo el ceño—. Pero, Yeong —me reclamó, cumpliendo con su papel de asesor—, si sabemos algo de lo que le pasó, podríamos intentar agarrarnos a eso —respiré hondo porque, por mucha rabia que me diera esa suposición, Jimin había dado en la clave—. Es un clavo ardiendo. Podemos quemarnos si lo tocamos antes de tiempo, sin embargo, es una baza que no debemos pasar por alto. No nos conviene olvidarlo por ser un monstruo.

La sensatez de Jimin me golpeó duramente. Su consejo era acertado y pensé que se convertiría en un gran abogado. Mordaz y prudente. Sereno y directo. Aquellos adjetivos caracterizaban a un excelente profesional. Me alegré de que estuviese de nuestra parte y no contra nosotros. También me figuré que Jungkook, de haber sabido todo aquello, habría llegado a una conclusión idéntica.

—Lo sé —contesté, sosteniéndole la mirada—. Gracias por decirlo. Necesitaba escucharlo.

—No las des —y me pasó una hoja blanca—. ¿Puedes escribirme sus datos? Nombre completo, edad aproximada, aspecto, lugar de nacimiento ... Todo lo que sepas —destapé un bolígrafo que él mismo me tendió y comencé a escribir—. Hay alguien en comisaría que podría ojear los archivos por nosotros. Si hay algo interesante, Min Yoongi lo encontrará —me comentó, suavizando la conversación—. Es de la promoción de mi hermano mayor, pero tengo muy buena relación con él.

Garabateé su descripción física debajo de la edad que tenía cuando desapareció y la que debía tener actualmente.

—Si confías en ese tal Min Yoongi, yo también lo hago —dije, contundente.

Seguí redactando también el nombre de las dos mujeres que fueron sus esposas y, al lado de sus nombres, escribí la causa de defunción. La verdadera y la falsa en el caso de la madre de Namjoon y, en cuanto a mi madre, solo puse que falleció joven. No tenía más conocimiento que ese y así se lo hice saber a Jimin, que se quedó con el papel y me prometió mantenerlo en estricto secreto.

—No te preocupes —y lo guardó en su cartera.

—Sé que no debe de ser relevante —relamí mis labios, con esa herida incurable en mi pecho—, pero .. ¿Podrías pedirle también que busque información sobre mi madre? —cerró el broche de su portafolios y se centró en mí de nuevo—. Esto no tiene que ver con el favor que le estás haciendo a Jungkook, te lo pido yo como ...

—Yeong —me interrumpió, sonriendo con los ojos hasta que apenas quedaba una tierna línea de ellos—, se lo diré —y se acercó a la mesa para tomar mi muñeca a modo de apoyo—. Lo hago por una amiga, ¿vale?

No había forma de que le agradeciera aquello. Se estaba metiendo con gente peligrosa porque Jungkook se lo había pedido, pero podía haber puesto alguna excusa y ninguno se habría molestado con él. Pero, en lugar de eso, estaba confiando en mí, sin conocerme apenas.

—Gracias. No es fácil hablar de todo esto para mí. Ni siquiera mi hermano sabe algunas de las cosas que te he contado —le mostré mi agradecimiento y Jimin movió la cabeza, restándole una importancia que sí tenía por todo lo que implicaba su participación—. Y siento lo de antes —alejó su mano de mi brazo, permitiéndome continuar con esa disculpa—. No pretendía faltarte al respeto.

—No es eso, mujer —incorporado en la silla, dejó sus dedos en la superficie y yo me fijé en sus anillos por un segundo—. No he dudado de tus intenciones. ¿Tienes idea de cuánto me han hablado Tae y Jungkook de ti? —se echó a reír dulcemente y yo le acompañé—. Siento que nos conocemos aunque no hayamos tenido la oportunidad de hablar mucho hasta ahora, y quería reconocer en ti a la chica de la que ellos presumían.

No me merecía a ninguno de los dos porque, lo reconocieran o no, me había allanado el camino para sincerarme con Jimin. Sin su ayuda, no habría sido capaz de quedarme con él en ese cuarto y contarle ni una milésima parte del verdadero problema.

—Espero haberlo conseguido —deseé, sonriente.

Revisé la hora en mi reloj y me levanté. No quería entretenerlo más de lo debido y la comida se acercaba a pasos agigantados, así que atrapé mi bolso junto a la tarjeta que nos permitió entrar a Nam y a mí. Jimin entendió el mensaje y siguió mis pasos.

—Sí. Lo has hecho —me aseguró mientras colocaba bien su camiseta—. Te describieron muy bien.

Retiré mi asiento y aguardé a que él hiciera lo mismo con el suyo.

—¿En serio? —fingí una sorpresa que le arrancó alguna que otra risilla.

—Te lo aseguro. De Tae me suelo fiar bastante y acertó. Jungkook ... —se entretuvo antes de profundizar en su compañero de estudios—. No te voy a mentir; al principio pensé que el amor le había cegado un poco —su respuesta me petrificó—. Es un chico muy pasional.

Se dispuso a avanzar hacia la salida, pero mi inmovilidad le frenó.

—¿Cómo lo supiste? Tae ... ¿Te dijo algo?

No lucía molesto ni enfadado por habérselo escondido. Era un alivio.

—No —negó cualquier implicación de mi mejor amigo—. Lo deduje —se encogió de hombros, simplificándolo—. La perspicacia es imprescindible para un futuro abogado, ¿no?

—Supongo que sí —le di la razón.

—¿Cuánto tiempo lleváis? —preguntó por curiosidad.

Nos encaminamos hacia la puerta y, antes de que la abriera, le di una contestación.

—Casi un mes —satisfecho, tomó la manivela—. No podemos ir diciéndolo por ahí. Mi situación es ... Bueno, ya sabes cuál es —asintió, conforme con ello a pesar de que uno de sus amigos más cercanos le había ocultado algo tan importante—. No se lo tengas en cuenta, por favor. Estoy segura de que quería decírtelo, pero ...

Lo último que me gustaría era que se lo tomase a malas o que se sintiera desplazado. Jungkook lo tenía como a un hermano y debía dejarle claro que aquel secreto no podía llegar a oídos de Jae, que solo por ese motivo evitamos decirle a alguien más que él y yo ...

—No hace falta que te justifiques —y volvió a mirarme, comprensivo—. Es normal que seáis cuidadosos. No importa —inspiré, intentando relajarme—. Puede que me meta con él después, pero no se lo cuentes, ¿trato hecho?

Me di cuenta de que todos esos chicos eran genuinamente buenos, que no buscaban nada a cambio, que solo querían ayudarme porque eso es lo que haces con tu familia. Jimin me demostró un afecto y una transigencia que nadie le había exigido. Estaba siendo él mismo conmigo, me estaba dando un lugar a su lado, una forma de poder descansar. Viniendo de una casa en la que me faltó ese aprecio, él quería que me sintiera bien en su presencia.

Entendí que había ganado un amigo con quien poder ser sincera.

—Muchas gracias, Jimin —me incliné, haciendo una pequeña reverencia.

Teníamos la misma edad, por lo que esa clase de formalidades sobraban, sin embargo, mi deuda con él defendía aquel comportamiento.

En un primer momento, se escandalizó. No le gustaba sentirse superior a los demás y tenía una actitud dulce, muy compatible con la de Jungkook, si me paraba a pensarlo. Unos segundos más tarde, algo sonrojado, me rogó que no volviera a hacer aquello nunca o terminaría sintiéndose incómodo de corazón. Se lo prometí, pero ninguno de los dos movió ni un músculo.

—Solo ... —suavizó la voz—. Cuida de él —su ruego me conmovió—. Va a ser difícil para vosotros y entiendo que os queréis lo suficiente como para arriesgarlo todo —noté cómo se me secaba la glotis—. Es como mi hermano pequeño y haré todo lo que pueda para que estéis a salvo, pero no sé si su familia estaría dispuesta si esto se descubre —se refería a la investigación, al riesgo que corríamos al meternos en territorio enemigo, y a la poca confianza que guardaba en los Jeon en caso de emergencia—. Así que, por favor, Yeong, protégelo —trató de sonreír, pero la sospecha de que algo se torciera ensombreció sus atractivas facciones—. Te lo pido, como amigo —y agrandó la sonrisa tras rescatar mis propias palabras.

Con la imperiosa urgencia de llorar llamando a las puertas de mi pecho, le respondí.

—Daría mi vida por él —exterioricé, tranquilizándole.

—Bien —suspiró y pasó a sonreír con todas sus fuerzas—. Será mejor que dejemos este tema —tiró de la puerta, invitándome a cruzar el umbral primero—. Hablaré con Yoongi-hyung y, en cuanto sepa algo de ese hombre o de tu padre, se lo haré saber a Jungkook. Tendremos otra reunión entonces, ¿te parece?

—Sí —salí del cuarto y observé cómo cerraba el lugar—. Gracias otra vez.

Se carcajeó en una tonalidad baja, procurando no incordiar a las personas más próximas.

—Jungkook me dijo que te encantaba pedir perdón, pero no me avisó de los agradecimientos —yo también reí y él me acusó directamente—. ¿Quieres sacarme los colores, Yeong-ssi?

—En absoluto, Jimin-ssi —lo llamé de la misma forma que Jungkook, deduciendo que así se referían a él únicamente cuando había cierto grado de amistad.

Entre cuchicheos, atravesamos la gran biblioteca. Nos despedimos rápidamente de la encargada y Jimin volvió a empujar la puerta de cristal para mí. Era muy caballeroso, pero le repetí que tenía dos manos en buen estado, comentario que a él le hizo bastante gracia.

Aguardé a que saliera y, al girarme, ya en el pasillo, identifiqué a un Jungkook que, para matar el tiempo, revisaba su teléfono. Al estar mirando hacia abajo, ni siquiera su buena posición le ayudó a vernos.

Solo había pasado un rato desde que se marchó. ¿Por qué me alegró tanto encontrarlo allí?

—Jungkook-ah.

Mi voz actuó en él; alzó la cabeza, mostrándome sus enormes ojos y una posterior sonrisa que denotaba ese júbilo contagioso.

Se guardó el móvil en el bolsillo de sus pantalones y esperó pacientemente hasta que alcancé su flanco izquierdo, sosteniendo el borde de la camiseta negra que llevaba aquella mañana. Lo había echado demasiado de menos, sí. La suave curvatura de mis comisuras delataba ese sentimiento.

—¿Todo bien, noona? —sentí su mano colarse por mi costado y descansar en mi cintura, colocándose de un modo que no hiciera saltar las alarmas de Jimin.

Me habría encantado decirle que él ya sabía lo necesario, que adivinó por sí mismo que teníamos algo más que una cordial relación de sunbae y hoobae. No obstante, los pasos de su amigo frenaron mi propósito, pues se acercó a nosotros, divertido.

—Puedes descansar, Jungkook. No voy a quedármela—dijo, burlón.

—¿Qué dices, Jimin-ssi? —se metió con él, recostado sobre la pared—. Una chica tan bonita como Yeong-noona no se fijaría en un tipo de ojos pequeños como tú —me guardé una risotada porque cualquiera podía reconocer que esos orbes eran uno de sus encantos.

Con Tae tenía un tipo de relación diferente. Jimin y él se trataban como unos hermanos que disfrutaban peleando cada pocos minutos. Ese choque constante los hacía ver como unos niños en busca de atención y, en cierto sentido, me recordaban a los hermanos de Taehyung. Aquel pensamiento provocó que me escondiera contra Jungkook para que no descubrieran mi cara ruborizada.

—Ya, ya —hizo un aspaviento con la mano, inventando una indignación desmedida—. Dejemos que lo decida ella, ¿no crees? —me escrutó, con algunos mechones de su flequillo rubio cayendo, revoltosos, por su frente—. Yeong, te suplico que lo saques de su error.

En contra de mi sonrojo, levanté mi brazo izquierdo y, después de inclinarme ligeramente hacia el cuerpo de Jungkook, palmeé su vientre bajo. Sentí cómo se erguía, incrédulo. El estómago también se le contrajo cuando mis dedos lo tocaron por encima de la tela.

Observé a un Jimin más que alegre.

—Lo siento, Jimin —le seguí la corriente—. Prefiero a Jungkookie. No te lo tomes como algo personal.

Entrecerró los ojos, sonriendo.

—No hay nada que perdonar si eres tú, Yeong —pasó a mirar a Jungkook, que se había quedado quieto al tiempo que intentaba digerir aquello—. Y tú no vuelvas a mentirme o me enfadaré de verdad, ¿estamos?

Sinceramente arrepentido, se distanció de mí lo justo como para poder reclinar el cuello, disculpándose con Jimin aunque este no lo dijera en serio.

—Perdóname, hyung, yo ...

Nunca antes había oído que le hablase a Jimin con honoríficos, así que imaginé cuan apenado se sentía por no haberle dicho la verdad desde el primer momento.

Jimin se aproximó a él, sin ningún tipo de reproche que hacerle al respecto. Dejó caer la mano derecha en su hombro.

—Tienes que cumplir si tienes a una chica así al lado, ¿me oyes? —no se vio satisfecho hasta que el pequeño asintió, reprimiendo una tenue sonrisa—. Nos vemos mañana, tonto —fue alejándose, no sin antes dirigirse a mí y depositar un casto beso en mi mejilla—. ¿Te encargas de explicarle lo que hemos hablado, Yeong? Tengo que comer con mi padre al otro lado de la ciudad.

—Descuida, y que te aproveche —le deseé una agradable comida.

—Puede que no venga a clase mañana —le informó Jungkook, pegándome más a su torso—. Pásate por mi piso a primera hora de la tarde.

Llamó al ascensor y este abrió sus puertas de acero para él. Jimin entró después de comprobar la hora en su teléfono.

—Lo haré —y se despidió de los dos con un rápido movimiento de manos.

—Jimin-ssi —profirió Jungkook, con el sonido del metal, chirriante, de fondo—, gracias.

Exhalé un suspiro, notando mi interior vacío de esas malas sensaciones que me habían acuciado desde que llegué al edificio de derecho.

—¡No hay de qué! —exclamó y el ascensor se cerró, llevándolo a la planta baja.

En el centro del silencioso pasillo, olvidé que lo adecuado sería contenerme y abracé a Jungkook. Hundí mi cara en su costado, cerca del brazo que había empleado para sujetarme durante todo el tiempo que Jimin estuvo allí. Al estar en tal posición, podía escuchar el bombeo de su corazón sin apenas esfuerzo y decidí que me quedaría así.

—¿Le contaste la verdad? —preguntó, perturbando mi descanso.

—Sí —aspiré su aroma—. Tenía que hacerlo, ¿no crees?

Desplazó la mano hasta mi brazo, rodeándome con tal de devolverme, a medias, el abrazo.

—Creo que está bien si sientes que era lo correcto —su resolución abanicó mis miedos, deshaciéndose de ellos por un instante—. Se comportó, ¿verdad? Jimin tiende a sacar su lado más agresivo cuando se ve menospreciado o ...

Moví la cabeza hacia la izquierda y la derecha, desterrando esa posibilidad. Incluso si lo hubiera hecho, si me hubiese atacado, no se lo habría recriminado, ya que, objetivamente, él tenía todo el derecho de exigirme transparencia antes de meterse en los lodazales de las altas esferas.

—Fue muy amable —le comuniqué—. Pensé que se me haría imposible, pero estaba equivocada. Es un gran chico —sentencié, con los ojos cerrados.

Callado, acarició mi brazo descubierto. Sus dedos estaban fríos y aquello me dio un diminuto refugio de cara al calor que se había tragado la ciudad ese día. Apacible y cómodo eran los dos adjetivos que describían a Jungkook la mayor parte del tiempo, pero cobraron aún más sentido entonces.

—Así que ... Me eliges a mí —una pizca de orgullo endulzó sus palabras.

Encauzó nuestra conversación hacia el comentario del que todavía me abochornaba. No era lo mismo decírselo a él, estando solos, que proclamarlo a los cuatro vientos frente a uno de sus mejores amigos.

—Genial. Ahora he alimentado tu ego —mi lamento le arrancó una carcajada.

—Es que alguien necesitaba recordarle que no todas las mujeres sobre la faz de la tierra correrían hacia él si tuviesen la oportunidad —aunque quisiese esconderlo, su revuelo encerraba cierta molestia—. Ni que fuera tan encantador ...

La curiosidad me picó tanto que no fui capaz de controlar mi voz.

—Pero sus ojos son adorables —corregí su desacertada apreciación.

—¡Noona!

Y comencé a reír demasiado alto. Me vi obligada a parar cuando recordé que estábamos a pocos metros de aquella biblioteca y que la señora tras el mostrador sería perfectamente capaz de salir a echarnos la bronca por estar alborotando su preciado silencio.

Mientras me recomponía, observé su rostro teñido de una bonita capa rojiza. También me fijé en su afán por esquivar mi mirada, detalle que me forzó a recobrar la mesura a pesar de lo chistoso que era aquel berrinche que Jungkook había iniciado.

Algo separada de él, me propuse arreglar ese desatino.

—No me puedo creer que estés celoso, Jeon Jungkook —arremetí contra él.

La forma en que su lengua se revolvía, inquieta, dentro de su boca, me fascinaba. Con las cejas arqueadas, entendí que realmente le molestaba que Jimin se llevase todos esos halagos al final del día. Una envidia sana que no debía sentir porque nunca conocí a alguien como él. Y, desde luego, aunque no fuesen comparables, en mi opinión, no existía nadie que lograse superar a ese chico de ojos saltones.

—No estoy celoso —negó.

—Di eso mirándome a la cara —cogí su antebrazo—. Vamos.

Su predisposición era escasa, pero conseguí que me mirara durante un par de segundos antes de regresar la vista al suelo y jugar con sus labios, avergonzado.

—Es posible que ... La primera vez que te viera, Jimin dijera algo así como "tu amiga es muy guapa, Tae" —hizo una mueca después de imitar la voz de Jimin, y su mohín me retorció la barriga—. Él sabe cómo conquistar a los demás y yo ...

Clausuró sus belfos, entendiendo que estaba dándole demasiado valor a la coquetería con la que Park Jimin había nacido.

—¿Tú? —le apremié.

Su puchero fue la gota que colmó el vaso.

—Yo solo meto la pata cuando lo intento.

Me adelanté, atrapando sus rechonchas mejillas entre mis manos. Jungkook abrió los ojos y se dignó a mirarme, vislumbrando un alto grado de oposición en mis iris, que debían brillar de pura irritación.

—¿Te parece que fallaras conmigo?

Mi cuestión era sencilla y él supo resolverla, mezclando esa torpeza suya que desdeñaba y el amor que me profesaba en un beso que buscó por voluntad propia. Se lo estaba pidiendo con la mirada y, gracias a la facilidad que tenía para leerme, no tardó en capturar mis labios, fervoroso.

Llevó su mano a mi nuca, posicionando mi cabeza de modo que le fuese más fácil besarme hasta dejarme sin capacidad de reacción. Mientras degustaba mis comisuras, comprendí que había algo más, que ese infantil enfado se debía a otra razón distinta. Lo había camuflado con la idea de no preocuparme.

Al separarse de mí, descubrí su boca hinchada por la magnitud a la que llegó aquel roce. No me reprimí y acerqué mis dedos para delinear su curvatura. Jungkook, cabizbajo, decidió que guardarse aquello no beneficiará a ninguno de los dos.

—Querría ser como Jimin porque así —esperó, creyéndose un estúpido por decirlo— podría ayudarte yo mismo. No tendría que involucrarse ni pedir favores a nadie si yo tuviese la libertad que le dan sus padres —estaba muy resentido por ese tema—. En tres meses cumplo la mayoría de edad, pero no puedo moverme como quiero sin la sombra de mi hermano o la de mi padre. Es tan frustrante tener que quedarme al margen, noona ... —frunció el ceño, dolido—. Le agradezco mucho que haga esto por ti. Sé que puede meterse en un lío, por eso debería ser yo quien se prestase a eso.

Y me sentí horrible porque, en mi egoísmo, agradecía que fuera Jimin quien caminase por la cuerda floja en lugar de él. De esa forma, Jungkook estaba más seguro. Si se hubiese encargado de hablar con aquella gente, yo habría sufrido cada minuto.

Di una caricia a su barbilla, detalle que empujó sus comisuras un poco. Esa triste sonrisa me recordó la promesa que le hice a Jimin, de protegerlo aunque fuese complicado.

—Hay muchas cosas que Jimin no puede hacer y que tú sí puedes —señalé, buscando el método de levantarle el ánimo.

—Dime solo una y me sentiré mejor. Lo juro —echó una bocanada de aire, suplicando por algo que le hiciera sentir menos inútil.

—Hacerme feliz —dije muy convencida, a lo que Jungkook sonrió, enorgulleciéndose de aquel logro que únicamente él podía atribuirse—. ¿O no lo crees suficiente?

Deposité un nuevo beso en sus labios, llevándome algo del sabor a café que había tomado.

Él posicionó sus manos a mi espalda, pillándome con la guardia baja. Se detuvo cerca del corte del vestido, antes de que la tela cayera en cascada por mis piernas.

—Sé que no debo sentirme así —admitió—. Lo siento.

—Puede que Jimin me viese con buenos ojos cuando nos conocimos, pero gracias a ti dejé de menospreciarme. Me valoraste más que nadie, Jungkook —paré al observar mi silueta en su pupila negra—. Me salvaste de algo mucho peor, así que olvídate de sus encantos y confía en lo que te digo —golpeé su pecho y me concentré en el contraste de mi pálida mano sobre su camiseta oscura.

Puede que Jimin se convirtiera en ese rayo de esperanza que estábamos buscando, pero a Jungkook ... A Jungkook le debía la vida. Sin él, no estaba segura de qué habría ocurrido. No hablaba del odio que guardaba dentro de mí ni de la ineptitud a la hora de relacionarme, sino de esa maldita sensación de vacío. Un vacío que intenté eliminar aquella tarde, después de visitar a la madre de Tae en el hospital, cuando estuve al borde de la carretera y al borde de ...

La blandita textura de sus labios me sacó de aquel momento tan desagradable. Él me besó varias veces porque, de alguna manera, vislumbró en mi semblante que estaba rememorando algo repulsivo, algo que no quería volver a vivir nunca más.

Su boca funcionó como una esponja; se tragó cualquier malestar que estuviese merodeándome.

—Yo también pensé que eras hermosa —aclaró como si el comentario le hubiese herido—. ¿Por qué te di mi tarjeta si no? —levantó las cejas, con una cara muy graciosa.

En su tierno intento por cambiar el tema y que no me quedase ensimismada en recuerdos dolorosos, regresó a su papel de caballero andante.

—Conque esas tenemos —él entrelazó sus dedos en mi espalda, acomodándose—. Pues que sepas que Jimin no sólo tiene unos ojos ...

Y me calló con un nuevo beso, mucho más intenso y asesino. Cuando sus dedos rozaron el inicio de mi trasero, un escalofrío me obligó a recoger los brazos y hacerme una bolita frente a Jungkook, que se recreó y roció su esencia en todas las esquinas de mi sedienta boca.

Con la respiración agitada, escuché la dura y potente banda sonora que se reproducía en mi fuero interno.

—Aún me debes una cita, Yeong-ssi —musitó, agudizando sus técnicas de seducción.

Me agarré a su camiseta, somnolienta y tranquila porque por fin estaba descansando en sus brazos.

—¿Has terminado con la mudanza?

Sabía que su tiempo se había centrado en estudiar, trabajar y trasladar sus enseres al nuevo piso que escogió tras abandonar el apartamento que su padre le prestó. No quería abusar de él después de tantos días agotado. Es más, pondría la mano en el fuego al afirmar que se había pasado la noche en vela terminando de prepararse para el examen de aquella mañana.

Lo confirmó con un débil movimiento.

—Tae me ayudó ayer a subir las últimas cajas y hoy era mi examen final —se me antojó liberado y eso me trajo un poco de paz—. Ahora tengo todo el tiempo del mundo para estar contigo.

Ojalá yo pudiera decir lo mismo.

Si fuese posible, me pasaría las veinticuatro horas del día con él, pero mis obligaciones para con Jae eran ineludibles aunque lo odiase con toda mi alma. No obstante, una reciente charla que tuvimos me ofreció un ligero respiro.

—Jae tiene una cena el viernes —rescaté— y probablemente se pase la noche con esa gente —algún prostíbulo ampararía a esa horda de empresarios asquerosamente ricos—. Creo que podré retrasarme.

—¿Estás insinuando que el viernes te tendré a mi merced durante horas y horas ininterrumpidamente?

Su felicidad me estrujó el corazón. Haría lo imposible para asegurarme de tener el viernes por la tarde libre y dedicárselo solo a él.

—Eso mismo —dije.

Echó los ojos hacia arriba, tan feliz que ni siquiera sabía cómo expresarlo.

—Ah, por fin ... —murmuró para sí.

Y, de pronto, bajó las manos. Antes de que pudiera detenerlo, me encontré levitando debido a la fuerza que empleó. Mis pies perdieron el contacto con el suelo en el instante en que Jungkook se sirvió de mi trasero para alzar mi cuerpo, demostrando lo enérgico que podía ser al recibir una noticia de ese calibre.

—¡Jungkook! ¿¡Qué haces!? —aporreé sus hombros, asustada de la altura—. ¡Vas a levantarme la falda si ...!

Pero mi queja, por fundamentada que estuviera, no llegó a nada. Él levantó la cabeza, iluminándolo todo con una sonrisa que rebosaba emoción, y yo no pude hacer nada más que admirarle, prendada de la imagen que me estaba regalando.

—Noona, ¿se puede morir de felicidad?

Aquella era la estampa más hermosa que mis ojos verían. Mis oídos no escucharían una risa más armoniosa y mis manos nunca tocarían a una persona más cálida que Jungkook.

Un pálpito me arrojó a su cuello, abrazándome a él con un extraño y aterrador presentimiento trepando mis entrañas. Casi podía oír el sonido de esa hoja mortífera que acababa con todas las personas que habían tenido algún papel en mi triste vida.

—Nada de morir todavía, Kookie —afligida, enterré algunos de mis dedos en su cabello.

—Te quiero tanto que siento que voy a explotar —declaró en mi oído.

Hice el amago de sonreír, pero el terror también me paralizó los labios. Empezaron a temblar, así que me forcé a morderlos mientras centraba todos mis sentidos en la extensión de sus brazos, en el olor de su champú y en el tintineo de sus aretes.

—Yo también —quise continuar, pero mi garganta fue cerrándose.

Yo también te quiero tanto que me aterra la idea de que algo te suceda, Jungkook.








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Todo tan cute que me dan ganas de vomitar arcoiris 🥹🥹

Ya se va viendo que Jimin tendrá un papel importante porque moverá algunos hilos y también hará que Min Yoongi aparezca 😎😎😎. Quería mostrar un poco lo que supondrá Jimin para Yeong; un consejero y un amigo de esos que te dicen las verdades a la cara. Puede que Jimin se prestase a ayudar por la amistad que tiene con Jungkook y Tae, pero, como él mismo ha dicho, ver a la chica que le describían sus amigos en Kim Yeong es suficiente para saber que es una buena persona y que podrá salir adelante 🤧

Btw, los "celos" de Jungkook nacen de esa impotencia que tiene al no poder intervenir como le gustaría. No es que le dé miedo que Jimin intente algo con Yeong (aunque es cierto que Jimin la vio como un buen partido cuando se conocieron 7u7) porque confía en ella y en lo que sienten ambos, sino que envidia la libertad de su amigo y el hecho de que sea él quien ayude a su pareja. Creo que es lícito que se sienta así, debe ser muy frustrante para él 😓

Después de esto, se viene el capítulo de la esperadísima cita 😏. Una cita que todavía estoy moldeando, la verdad 😂, así que me vendría genial leer vuestras ideas o sugerencias por si me ayudan 👽

Poco más que decir. Intentaré tener el capítulo 23 para finales de la semana que viene. Estén pendientes ♡♡♡

Os quiere, GotMe 💜

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