20
Jungkook
Tras saludar a la señora Park, que preguntó por mi madre y su estado de salud, eché un vistazo a los alrededores. Lamentablemente, no localicé por ninguna parte a Yeong.
Con la idea de que hubiera abandonado la estancia junto a alguno de esos tipos que no cesaban de lanzarle miradas de perversión, me encaminé hacia Tae, que se despidía de un par de mujeres de edad avanzada que sonreían y sonreían hasta cuartear sus ocho capas de maquillaje.
Al verme, me regaló una de sus sonrisas, aunque mucho más apagada y tensa.
Acarició mi espalda, haciendo uso de nuestra posición, y yo suspiré.
—¿Cómo te encuentras, hyung?
Se relamió los labios, observando a unas personas que pasaron cerca de nosotros.
—Abrumado —admitió, soltando una carga de aire que le había obstaculizado la respiración desde que llegó—. Toda esta gente me habla como si fuera un prodigio, pero sé perfectamente que se mueven por interés —dio en el clavo, examinando el ambiente—. Este mundo en el que andáis metidos Yeong y tú está podrido, Jungkook. Tan podrido que apesta.
Sí. Pensar que mi familia asistía a ese tipo de teatros y que mi hermano había decidido seguir el camino de mi padre con tal devoción me generaba angustia. Las arcadas que me sobrevenían no tenían rival. Ese aire, contaminado y ominoso, se adentraba en mí como un veneno. Un veneno sin cura.
—Siento que te hayas visto arrastrado a todo esto, Tae —me disculpé, enrabietado conmigo mismo por no tener los recursos necesarios para evitar que algo así ocurriera—. Y noona también lo siente.
Yeong estaba envuelta en un halo de pesar y desdicha. Parecía un ángel caído del cielo, pero su forma de andar, de hablar y de observar eran demasiado reveladoras. Al igual que yo me recriminaba esa debilidad que me impedía proteger a mi familia, ella se condenaba a aquella vida corrupta por no saber cómo ayudar a la suya de otra forma.
Por instinto, hice el mismo ritual que había repetido decenas de veces a lo largo de la noche y la busqué sin éxito. Tae entendió por qué me veía tan afligido.
—Jungkook.
Puse toda mi atención y sentidos en él.
—¿Sí, hyung?
Los bordes de sus labios se levantaron un poco.
—¿Alguna vez te he contado cómo conocí a Yeong? —preguntó.
Yo moví la cabeza, negándolo.
Tae echó la mirada al techo, ordenando sus recuerdos antes de revelar aquello.
—Hace unos dos años y medio, cuando apenas llevábamos dos semanas del curso —inició su relato—. Yo salía de la delegación de alumnos y me tropecé con una chica que llevaba una montaña de libros. Formaban una pila tan alta que ni siquiera se le veía la cara —sonrió—. Yo me disculpé y traté de ayudarla. Terminaría rodando por las escaleras si llevaba ese peso hasta la biblioteca, pero no importaba cuánto se lo dijera porque su respuesta era la misma —me miró y distinguí en sus pupilas una amargura que se me hacía conocida—: "no quiero molestar" —el resentimiento inundó su gesto—. Sus compañeros prefirieron cargarla con todo el trabajo sucio y marcharse antes y Yeong tenía el valor de llevar una sonrisa enorme. Se sentía útil —puntualizó, apenado— y ahora entiendo que ese es el mayor problema; nadie la quiso por cómo era, sino por lo que hacía. Incluso Namjoon-hyung —no esperaba que lo nombrase, así que intentó explicarme más al respecto—. Sabes que la abandonó, ¿verdad?
Abandonar. Esa palabra se sentía tan dolorosa que me tomé unos segundos para procesarla.
—Sí. Me contó algo de lo que pasó —le contesté.
—Yo tampoco conozco los detalles. Ninguno de los dos quiere hablar del tema —aclaró—. Aunque sí sé que hyung volvió porque su conciencia le remordía diario y no lo soportaba. Cuando llegó, vio que su hermana pequeña había asumido un papel que no le correspondía y que le salvaba la vida —tragó saliva—. No me quiero ni imaginar qué hizo Yeong, pero es evidente que está en deuda con ella. Con esto no estoy menospreciando los sentimientos ni el cariño de hyung —se justificó, frunciendo ligeramente el ceño—. Yo también soy un hermano mayor y daría lo que fuera por ellos, es solo que él la despreció y, cuando quiso arreglarlo, ya no podía —calló, con los ojos cristalizados—. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Recordé mi charla con Nam-hyung y cuánta desesperación demostraba en sus palabras. Cuánto arrepentimiento cargaba a sus espaldas por haber cometido el error de su vida años atrás.
—Noona debió sentirse utilizada aunque esa no fuera la intención de Namjoon-hyung —respondí, imaginando lo difícil que tuvo que ser para ambos.
—Exacto —suspiró—. Porque él se fue y regresó cuando todo estaba arreglado —puso las cartas sobre la mesa, dándole esa perspectiva tan oscura y retorcida que, sin duda, era o, al menos, fue real para Yeong—. Estoy seguro de que ella no le guarda rencor y ... Me alegro. Tampoco sería justo que lo hiciera; hyung se siente culpable y se sacrificaría por Yeonnie si tuviera la oportunidad. La quiere de verdad —concluyó, haciendo gala de ese corazón de oro que tenía desde que éramos niños—. Se supone que las relaciones son equitativas, que uno da y otro recibe, a partes iguales, pero eso no es verdad —afligido, me observó—. Yeong daba más a sus compañeros de lo que recibía. Tu madre se sacrifica más por vuestra familia que tu padre. Yo pongo más esfuerzo en mi trabajo, en mi familia y en mis estudios —ejemplificó—. Un esfuerzo que no se me paga justamente. La vida es así, pero se puede ser feliz.
Tae también había sufrido mucho. Todos lo habíamos hecho, en mayor o en menor medida, pero él parecía entender mejor que nadie lo desgraciada y sola que llegaba a sentirse noona. Precisamente por eso me complacía que hyung fuera su mejor amigo y pudiera brindarle ese apoyo siempre que lo necesitara.
—Hyung ... —quise decir algo que le consolara.
—A veces pienso que soy una carga para Yeong, ¿tú no? —me detuvo, entristecido.
Noté cómo el pecho me pesaba. Esa maldita sensación que había obstruido mis arterias era compartida. En realidad, siempre lo supe.
—Sería millonario si alguien me pagara cada vez que lo pienso —comenté, haciendo una mueca.
Taehyung golpeó suavemente mi hombro, sonriente.
—No seas estúpido. Tú ya eres millonario —me echó en cara.
Estuve a punto de reír, pero supe contenerme y morder mis comisuras en su lugar.
Ese dinero me pertenecía por ley, era de mi familia por mucho que lo negara, así que Tae tenía toda la razón.
—Suelo olvidarlo —dije con la boca pequeña.
Ambos mantuvimos un breve silencio.
Puede que no supiéramos lo que era la felicidad plena, pero habíamos sido felices en diferentes momentos de nuestras vidas y no había ningún motivo que nos impidiera serlo a partir de entonces. Los altibajos estarían ahí, sin importar cuánto los detestasemos, no obstante, nos habíamos sentido queridos incondicionalmente.
Yeong no había tenido esa suerte.
—Ella siempre ofrece más y los demás se aprovechan de su buen hacer. Por eso, para que no siempre sienta que carga con nuestra seguridad, tenemos que quererla más de lo normal —reflexionó Tae—. Y tú tienes el papel más importante, Jungkook —señaló, amable—. Debes ayudarla a que sea feliz de una jodida vez. No merece menos.
Asentí, dispuesto a darle todo si era necesario.
—Tenemos que sacarla de aquí, hyung.
—Lo haremos —agrandó su sonrisa y se fijó en una pareja que estudiaba uno de sus cuadros al otro lado de la sala—. Ahora que lo pienso, ninguno de los dos me habéis contado nunca cómo os conocisteis —alzó sus cejas, expectante.
No pude evitar soltar una carcajada.
Esa historia ... Dejaba mucho que desear, la verdad. Si Tae se enteraba de lo que pasó, era muy posible que se burlara de mí hasta que criasemos malvas.
—Créeme, no quieres escuchar ...
El golpe seco cortó el fluir de mis palabras.
Tae comprendió lo que era antes que yo, puesto que me encontraba de espaldas. Sus orbes se agrandaron, reflejando un temor al que, por desgracia, estábamos acostumbrándonos demasiado. Cuando vi a los protagonistas del suceso y la cara gacha de Yeong, la situación dejó de ser un misterio para mí.
Ni siquiera pude avanzar; Tae ya había cogido mi brazo. Fue un acto reflejo porque él estaba perdido en la escena, pero algo en sus articulaciones reaccionó y me frenó para evitar que hiciese algo.
—Hyung —mi susurro lo alcanzó, pero teníamos tanto miedo que no supimos hacer nada en absoluto.
Ese demonio empezó a golpearla, a ridiculizarla, a desprestigiarla como persona, y cada gemido de dolor que Yeong emitía se me clavada en el pecho cual dardo.
No pensé que lo haría. A pesar de las advertencias de noona, quise confiar en su sentido común, en una benevolencia que, acababa de confirmar, era nula.
¿Qué maldito trato tenía con Choi JaeHo? ¿Que la ataba a un energúmeno como ese, capaz de maltratar a un ser humano hasta que este suplicara?
Tenía la necesidad de llorar, de ir con ella y protegerla aunque eso me costara la vida, pero, en aquel océano de angustia, podía aferrarme a Tae. Él se pegó a mí, sosteniendo con decisión mi muñeca. Incluso me echó hacia atrás y así evité contemplar un nuevo impacto en su magullado cuerpo.
Junto a un pequeño espasmo en mis dedos, me fijé en la corbata de mi amigo.
—Voy a matarlo, Tae —le aseguré, con las lágrimas a punto de salir—. Te juro que lo mataré con mis propias manos.
Primero me ocuparía de encontrar el papel, contrato o veredicto que le hubiera quitado la libertad. Descubriría el vacío legal, lo denunciaría y, antes de que la policía lo llevase a la celda más oscura y húmeda del país, le arrancaría la piel. Una vez deshollado, le exigiría una puta explicación y haría que se tragara el cañón del revólver que guardaba en casa. Aunque ellos intentasen detenerme, yo ...
Agarró mi otro brazo, también con cierto temblor en la mano.
—Le prometí que cuidaría de ti —expuso, luchando contra esa voz que también lo empujaba a desear la muerte de Choi— y tú se lo juraste, Jungkook—sus ojos llenos de lágrimas aparecieron en mi nublada mente, deshaciéndolo todo—. No es momento de ser el héroe de la historia, sino de aguantar, ¿me oyes? —apretó mi brazo, rabiando tanto o más que yo. Sus orbes negros me petrificaron; la esperanza que vivía en ellos era deslumbrante—. Júrame que no te pondrás en peligro y que seguirás de una pieza cuando esto termine o no te lo perdonaré.
Si me sucediera algo, Yeong no se lo perdonaría nunca. Cuando mi cuerpo estuviera bajo tierra por un arrebato de valor, ella lloraría y se culparía todo el tiempo. La condenaría a una pena mayor que la que ya tenía que soportar.
Tae esperó, con sus toses de fondo, y analizó el par de gotas que descendieron por mis mejillas en completo silencio.
Si me mataban, Yeong estaría muerta en vida. No imaginaba algo peor para su pobre corazón.
Darle todo de mí implicaba la paciencia, el temple y la espera. Todo. Con el objetivo final de que, en algún momento de nuestras vidas, esos sentimientos de horror y amargura se extinguieran. Una nada a la que no regresaríamos.
—Te lo prometo, hyung —le dije, afianzándome a la voz de la conciencia.
Usó sus largos dedos para retirar las lágrimas de mi rostro, impidiendo que alguien más las viera.
—Eso es —parpadeó, tragándose las suyas propias—. El dolor desaparecerá. Confía en mí.
—Duele tanto que no sé cómo lo soportaré, Tae —murmuré, camuflando un sollozo.
¿Cuándo acabaría? ¿Cuándo dejaría de sentir esa presión en el torso?
—Mi Jungkookie es fuerte —dijo con cariño— y la amas mucho. Lo sé, y Yeong también lo sabe.
Entonces, alguien llamó a Jae, deteniendo la tortura de Yeong, que luchaba por respirar.
Ambos observamos cómo JaeHo pretendía asfixiarla y cómo un hombre de unos treinta años se interponía en su despiadado objetivo. Compartieron unas palabras que nadie logró escuchar y, finalmente, Jae soltó a noona. Ella, en el suelo, se peleaba con su propio sistema respiratorio mientras que ese maltratador se incorporaba, charlando amigablemente con aquel hombre que había hecho lo que yo no pude hacer.
¿Quién era ese tipo? ¿Por qué ...? ¿Por qué se había arriesgado para ayudar a Yeong? ¿Qué razones tenía? Una temeridad de tal calibre debía encerrar algo más.
—¿Sabes quién es? —me preguntó Taehyung al tiempo que el extraño le ofrecía un apoyo físico a Yeong.
—No —examiné la manera en que pasaba la mano por la espalda de noona, aunque ella no parecía estar cómoda—. No lo sé.
Jae dijo algo al público, sonriente y afable, como si no hubiera intentado perpetrar un asesinato. No obstante, mi atención estaba completamente volcada en su figura y en ese hombre que la llevaba lejos del alcance del lunático de JaeHo.
—Intentaré preguntar a alguna de las señoras que llevan acribillándome toda la noche —meditó mi mejor amigo—. Alguna de ellas debe saber quién es y cómo se las ha arreglado para hacer eso sin ...
—Hyung —lo reclamé, sin apartar la mirada de la puerta por la que se habían marchado—, ¿puedes entretener a Jae durante cinco minutos? Tengo que comprobar si Yeong está ...
—Jeon Jungkook —no me dejó seguir, preocupado y serio por lo que estaba indicándole—, no hagas ninguna estupidez.
Mi cerebro iba a una velocidad inhumana y mis músculos exigían que corriera hasta ella.
Con una mueca surcando mis labios, lo negué.
—Te lo he prometido.
Tae se retiró una solitaria lágrima del pómulo y me soltó.
—Vete, vamos —me apremió.
¿Qué haríamos sin él? De repente, me di cuenta de que se había transformado en ese salvavidas que siempre estaría a nuestro alcance. Si él nos faltaba en algún momento a Yeong o a mí, puede que no fuera suficiente el amor que nos profesábamos. Puede que todo se derrumbara, igual que una casa de naipes.
No contesté. En su lugar, limpié mis mofletes y forcé a mis ojos a detener el agua que expulsaban con tanto ímpetu. Si ella me veía llorar, se vendría abajo.
Un segundo después, me encontraba esquivando a los invitados que chismorreaban acerca de lo acontecido, de la maldad de Choi JaeHo y de cuánto miedo inspiraba ese déspota.
Yeong
Ya en el baño, me sorprendió la disposición del cuarto, puesto que había un pequeño mueble que actuaba como sillón improvisado. Aquel hombre, mudo, me ayudó a tomar asiento y preguntó sobre mi estado. Se preocupó de que estuviera cómoda y sosegada, como si me hallase al borde del colapso.
—Estoy bien, Dongwook-ssi —le comuniqué mientras acariciaba mis nudillos.
Él, ligeramente contrariado al descubrirme tan serena, se apartó y remangó las mangas de su camisa.
—Iré a pedir un botiquín de primeros auxilios —dijo—. Su labio sigue sangrando y ...
—Dongwook-ssi —se calló, atendiendo a mis palabras atentamente—, ¿por qué haces esto?
Algún hombre llegó a encapricharse conmigo después de vernos a solas y, por un segundo, temí que ese fuera el caso del tipo que, sin explicación aparente, deseaba cuidarme. No era ninguna inválida y podía camuflar mi aspecto con un poco de maquillaje. En realidad, su ayuda no era necesaria, pero él insistía en tenderme su brazo.
Suavizó el gesto, dejando caer los hombros, cansado.
—Las formalidades están de más —se desvió de la conversación—. ¿Puedo llamarte Yeong?
Mantener las distancias con los clientes resultaba fundamental en un trabajo como el mío, por supuesto. Sin embargo, tenía la corazonada de que me sería útil perder las formalidades con un hombre como él.
—Claro, no hay problema —toqué mi comisura, intentando detener la hemorragia.
En mi cabeza oscilaban demasiados temores y no había lugar para una incógnita como la que estaba planteando ese señor.
—De acuerdo —su satisfacción era notable—. ¿Te parece bien que hablemos cuando vuelva con los medicamentos?
Mareada, agotada y saturada; adjetivos que podían definir mi situación demasiado bien. Por lo tanto, no vi ningún inconveniente en posponer unos minutos la charla que me desvelaría los motivos ocultos por los que estaba ayudando a una puta de lujo.
—Sí —fui bastante breve.
—No te muevas de aquí —me pidió, dirigiéndose hacia la salida.
Con el cierre de la puerta, me permití descansar y tocar mi vientre, aún sensible por la patada que recibí de JaeHo. Conocía a la perfección hasta la última herida de mi cuerpo y no le fue complicado atinar en uno de los cortes que me ocasionó la semana anterior. No podía confirmar que se hubiera abierto, pero dolía y quemaba como diez mil demonios. Mi garganta no molestaba ni la mitad a pesar de haber recibido un daño mayor.
Fueron pocos golpes y Jae procuró que dejasen una mella infinitamente superior, como si me hubiese propinado cien en lugar de tres. No iba a matarme, solo a causarme un dolor que no tuviera parangón. Aunque, después de haber sentido la presión de su mano en mi cuello, la idea de que un día no muy lejano me quitara la vida no se volvía tan descabellada.
Pensando en esa posibilidad, en que podría perder la paciencia de repente y asesinarme, no oí el chirrido de la puerta hasta que unos pasos suaves llegaron a mis tímpanos.
Esperaba ver allí a Dongwook, con las manos llenas de utensilios que sirvieran para curarme. Así pues, al distinguir a Jungkook a pocos centímetros de mí, esa intensa necesidad de romper en llanto se apoderó de mis sentidos. Me fue difícil controlarla, pero lo hice en cuanto identifiqué sus ojos llorosos.
—¿Qué estás ...? —mi réplica a su aparición no llegó a nada porque no pude echárselo en cara.
No era capaz de recriminarle que fuese un temerario si me miraba de esa manera.
Él se acercó y hundió las rodillas en el suelo, justo delante de mí. Arrodillado, contemplé la humedad que aún quedaba bajo sus orbes.
Me maldije. Me maldije miles de veces a partir de ese momento por consentir que Jungkook atravesara por aquello. Acababa de ver cómo intentaban ahorcarme ... ¿Cómo no llorar tras presenciar una escena así de macabra?
Posó sus manos sobre mis piernas. La tela de mi vestido no impidió que sintiera la calidez de su piel.
En mi estupidez, creí que no querría volver a tocarme. Que no tocaría algo roto y manchado como yo. Que me rechazaría con una expresión cándida y amable. Que no podría mirarme de la misma forma. Que me tendría pena y ... Y decidiría separar nuestros caminos de una vez por todas.
El agradable tejido de su camisa entró en contacto con la piel que dejaba a la vista mi falda.
Atrapada en el brillo de sus pupilas, no frené el movimiento involuntario de mi brazo. Cuando mi mano cayó en su mejilla, percibí mejor el rastro de agua que todavía quedaba en ella.
—Perdóname —mascullé, pellizcando mis labios para que estos no tiritaran.
Junto a una endeble mueca, la curvatura de sus cejas me mostró un calvario diferente al mío.
—Perdóname tú a mí por no tener autoridad suficiente y librarte de él, noona ... —expuso su mayor aflicción con una pequeña lágrima deslizándose por la esquina de su ojo izquierdo.
¿Cómo se sentía? ¿Hasta dónde llegaba su sufrimiento tras entender que no era rival para Choi JaeHo? Esa frustración lo acompañaría semanas, meses, incluso años si no lográbamos terminar con él antes. ¿De verdad podía pedirle que lo soportara? Le haría llorar mucho más que esa noche. Lo lastimaría cada vez que desapareciera de su alcance. Llevaría una vida que ni siquiera se debería considerar como tal. Y todo porque se había enamorado de mí.
—Nadie la tiene —le recordé.
Un instante más tarde, su mano derecha palpaba mi cuello con una delicadeza que solo él manejaba. El contraste entre sus caricias y la fuerza con la que Jae me agarró, removió mis entrañas. Jungkook tenía un miedo atroz a romperme mientras que ese demonio respiraba por y para fraccionar mi cuerpo y mi alma.
Jungkook soltó un gemido entre dientes, incapaz de contener la exasperación. No quería llorar más, pero sus sentimientos lo empujan a hacerlo y yo no tardaría en seguirle si continuaba poniendo esa cara.
—¿Te duele?
Su pregunta me hizo temblar.
El dolor era subjetivo. Por mucho que me agujereara el vientre o que me ardiera la garganta, no tenía que ver con el malestar que sentía al mirarlo a unos ojos perlados de lágrimas que plasmaban el amor que atesoraba por mí.
—Me duele más que llores, Jungkook —le fui sincera.
Y se deshizo en un llanto que no se apagaría nunca.
Avergonzado, pasó sus brazos por mi espalda y me abrazó.
Escucharlo sollozar e hipar, desconsolado, se convirtió en una de mis pesadillas más recurrentes, pero no dije ni una sola palabra y le devolví el abrazo con toda la fuerza que me quedaba. Notaba cómo temblaba, cómo su pecho se contraía y se expandía, preso de esa devoción que ya no era más que una condena.
Si hubiese podido evitar que nos encontrásemos aquel día, lo habría hecho. Si hubiera sabido que Tae nos presentaría ... Habría faltado a clase. Habría hecho cualquier cosa si conseguía alejarlo de mi jodida vida y del sufrimiento que tendría que cargar.
Pero ya no podía hacer nada más que abrazarlo y quererlo hasta que no me quedase nada que ofrecerle.
—¿Por qué ...? ¿Por qué pasa esto? —dijo, llorando un río de sinceridad—. ¿Por qué demonios no puedo hacer nada? Yo ... —sorbió su nariz—. No puedo dejar que te vayas con Jae, Yeong —cerré los ojos, extenuada—. Si te pone la mano encima otra vez ... —se aferró a mi hombro, encontrando en él un punto de apoyo—. Me volveré loco, noona ...
¿Quién no perdería la cordura tras confirmar con sus propios ojos que la mujer a la que ama es vejada día a día? Mientras estuve sola, pude controlar la vergüenza por mí misma. El problema residía en que ahora también tenía que pensar en Jungkook, en todo lo que debía suponer para él un solo golpe.
No quise tocar su cabello engominado, por lo que acaricié su espalda y recé por que aprendiera a sobrellevar la tortura que supondría a partir de entonces.
—Va a hacerlo tantas veces como quiera, pero tú lo curas —mi susurro le arrancó una respiración muy profunda—. Recuérdalo, por favor.
Cuando se echó hacia atrás y me sonrió, vi a alguien que no merecía. Vi a una persona que se disponía a pelear por una libertad y una vida que no eran suyas.
Retiró una gota de sangre que comenzaba a resbalar por mi comisura para poder apoderarse de mi boca dos segundos después. Me besó con tanta exigencia que sentí cómo perdía el equilibrio aun estando sentada. Incluso tuve que sujetarme a su brazo para aguantar el ataque que supuso su lengua, arrasando con todo atisbo de contención.
Él era eso; una energía arrolladora, un vigor inconcebible que me transmitía ese valor del que carecía después de haber sobrevivido años abandonada a una suerte que, para colmo, nunca existió.
Al terminar con mis escasas reservas de aire, se encargó de recoger las manchas rojizas esparcidas alrededor de mis labios y lamió el nuevo flujo que amenazaba con caer. De pronto, el escozor me sacudió, obligándome a gemir a modo de queja. Jungkook frenó, entendiendo que no era muy agradable para mi corte abierto.
—Lo siento —se disculpó, valorando la profundidad de la hendidura que cruzaba mi labio.
Yo sonreí, agradecida.
—Puedo soportarlo si eres tú el que lo hace —su media sonrisa me tranquilizó, aunque pronto me di cuenta de que su boca estaba llena de mi pintalabios y corrí a quitarlo con un par de dedos—. Mírate ... Te has llevado todo el color.
Me concentré en limpiarlo y estaba tan enfocada en ello que no fui consciente de que Jungkook me miraba como si no hubiera nadie más en el mundo que mereciera su atención.
Respiré hondo y la humedad de sus gotas, que llegaban hasta las yemas de mis dedos, planteó esa incertidumbre que necesitaba esclarecer a toda costa. Podía ser una tontería para otro, pero si no lo escuchaba de su propia boca ... No podría avanzar con lo que estábamos construyendo casi a ciegas.
—¿Te arrepientes? —le pregunté, a punto de explotar.
Ligeramente confundido, se fijó en mi semblante con esos ojos de cervatillo asustado. Yo eliminé el poco rastro rojo que quedaba en su boca.
—¿De qué?
Sabía que estaba siendo desconsiderada y, a fin de cuentas, una egoísta, pero me urgía oírlo y concienciarme de lo que tenía que proteger. Si después de haberme visto en ese estado, mancillada y deteriorada por las sucias intenciones de ese desgraciado, se mantenía firme en su decisión de acompañarme, no volvería a hablar del asunto.
—De quererme —tragué saliva.
No titubeó. Ni siquiera pensó en la respuesta.
Jungkook cogió mis manos, que seguían tocando sus labios a pesar de que estuvieran limpios. La agresividad de su mirada me dejó estática, sin poder hacer ni decir nada.
—Da igual lo que ese hijo de puta haga, lo que tenga que ver o escuchar —atrajo mi mano a sus labios y la besó, frunciendo el ceño, claramente molesto por la duda que le estaba expresando— porque volveré a ti una y mil veces. Volveré contigo y no te librarás de mí hasta que dejes de sentir lo que sientes ahora, Yeong. No me largaré de tu lado bajo ninguna otra condición, ¿lo has entendido?
En otra vida, debí ser una maravillosa persona. De lo contrario, no daba con una explicación que justificara la llegada de Jungkook, y menos todavía que se hubiera enamorado de un ser oprimido y que se menospreciaba a todas horas. A veces pensaba que el amor lo había cegado, pero solo duraba unos minutos, hasta que lo miraba a los ojos y discernía en ellos una prudencia que superaba a la de Nam.
Ese chico, que, arrodillado frente a mí, me reiteraba su afecto, no era como el resto de personas que había tenido la desgracia de conocer y soportar desde niña. Jeon Jungkook no se comparaba con ningún hombre y, pasara lo que pasara en un futuro, daría gracias al cielo por haberme dejado estar con él.
—Como si eso fuera posible ...
Mi respuesta lo impulsó, buscando nuevamente mis labios ensangrentados, pero coloqué ambas manos en su pecho y se lo negué, combatiendo mis propios deseos.
Paró, inconforme. Resistió la tentación de besarme y yo me prometí que le devolvería con creces lo que le debía después de esa noche.
—¿Y ese hombre? ¿Qué pretende? —cuestionó, tan desorientado como yo.
—No lo sé —me cercioré de que su rostro estaba impoluto, sin una sola gota—. Se llama Dongwook y tiene negocios con Jae que aún no se han cerrado.
Sus dedos jugaban con mi pendiente mientras él meditaba acerca del individuo.
—¿Su apellido?
Estaba muy interesado en ese tipo y no era para menos. De repente, detenía a JaeHo y me ayudaba cuando nadie en esa sala tenía el derecho de entrometerse en los asuntos de uno de los hombres más influyentes y podridos de dinero de la ciudad.
Si hizo algo tan descabellado, debía tener cierta seguridad de que no sería castigado ni ridiculizado en mi lugar.
—Puedo averiguarlo —afirmé—. Y tú vuelve con Tae. Puede que os entereis de ...
—¿Cuántos días? —me preguntó, mostrándome ese gesto indefenso que algún día se haría con mi corazón completo.
Entreabrí los labios, dudando al respecto.
No podía saberlo. Todo dependía de los antojos de Jae, así que podía tratarse tanto de un día como de una semana. No había un patrón que me guiara en esos momentos y, por mucho que quisiera eliminar ese miedo de sus facciones, no tenía el privilegio de darle lo que esperaba oír.
Aparté un mechón que comenzaba a escaparse de su flequillo.
—Si lo supiera, te lo diría, pero ... —mi justificación era pésima.
—Estarás incomunicada hasta que le dé la gana —me habló con urgencia—. ¿Y si pasa algo? ¿Y si ...?
—Jungkook —me propuse calmarlo.
—Tres días, Yeong —declaró, con el aura de un juez; imparcial y decidido—. Eso es todo lo que acepto. Si no sé nada de ti en tres días ...
Comunicarme con Nam no era imposible. Siempre podría aprovechar la soledad de la casa o la ausencia de JaeHo en el hotel para encontrar el modo de llamar a mi hermano a la librería. Si a Jungkook le bastaba con saber que estaba medianamente bien después de varios días, me obligué a hacerlo aunque resultara difícil.
Realmente no me pedía mucho y era lo mínimo que podía ofrecerle después del malestar que pasaría cuando nos separasemos esa noche.
Abarqué su mejilla con la palma de mi mano, por lo que él relajó la dureza de su mirada y me compensó con una confianza indescriptible.
—¿Vendrás a buscarme? —le regalé una amarga sonrisa.
—Movilizaré a todo el país si hace falta —dijo, muy seguro de sus contactos.
Una carcajada breve se escapó entre mis labios, haciéndole sonreír con amplitud.
Asentí, y ese ligero movimiento de cabeza hizo su trabajo. Jungkook, más que satisfecho por haber conseguido una promesa a la que no podría faltar, se incorporó, arreglándose el atuendo.
Agarré las manos sobre mi regazo, admirando cómo se adecentaba el chaleco y volvía a abrocharse la chaqueta del traje que escogieron Tae y él.
—Ten cuidado —mi ruego rompió su concentración.
Aún sonriendo, se inclinó y besó mi mejilla, precavido.
Moría por que siguiera colmándome de atenciones. Incluso que supervisara mis heridas y moratones él mismo. Se lo habría permitido todo en aquel instante, pero los dos sabíamos que tendríamos que esperar hasta que el lugar fuera seguro y no hubiese peligro cerca.
—Tú también, noona —su susurro desapareció al escabullirse por la misma puerta que le había dejado entrar.
No entendía cómo contuve las ganas de llorar mientras él se deshacía en lágrimas. Jungkook ... Jungkook era más fuerte de lo que creí cuando nos conocimos y, si hubiera podido, habría evitado el llanto a toda costa. Que yo lo viera así, en una situación tan delicada, no podía gustarle, para nada.
Al menos, el rastro de su presencia me hizo compañía hasta que, unos minutos más tarde, Dongwook se adentró en el cuarto, cargando en sus manos unos cuantos vendajes y una botellita de desinfectante.
Nuestros ojos se cruzaron y él me enseñó el bolso que traje conmigo y que había estado en el guardarropas desde que llegué al recinto a última hora de la tarde.
—Imaginé que necesitarías maquillaje —me lo dio, temiendo haberse equivocado.
—Sí, gracias —sus dudas fueron disipadas y pudo enfocarse en el resto de objetos que había traído.
Depositó todo aquello a mi derecha, en el sillón que ocupaba yo, y se fue alejando tras sacudirse las manos. También se tocó la corbata azul que llevaba, moviéndola ligeramente y deshaciendo el nudo que le cerraba la garganta con demasiada tirantez.
Observé sus pasos, cómo retrocedía, dándome la espalda y expirando. Sentí que estaba respirando por primera vez en toda la noche.
Estuvo mirando a la pared que teníamos enfrente y, de pronto, se dio la vuelta. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un pitillera de plata con una marca que no llegué a ver muy bien en la solapa. Rebuscó en el bolsillo de la pata contraria, sacando de este otro un mechero a juego, del mismo color y diseño.
Habilidoso, cogió entre los dedos un cigarrillo y, rápidamente, lo acercó a su boca. Entonces, se percató de que yo lo contemplaba, sin moverme ni un mísero centímetro.
Supuse que lo malinterpretó, pues se apresuró a cerrar el mechero.
—¿Te importa que fume? —alzó las cejas, preocupado por estar molestándome.
—Ah, no —le saqué de su error—. Adelante.
Dongwook asintió, conforme con mi contestación, y prendió el pitillo en un abrir y cerrar de ojos.
La calada que dio fue canalizante; se le veía en el rostro. Ese hombre debía ser un gran adicto al tabaco. En él tenía un refugio incomparable. Además, parecía desestresarle mucho, como si el humo arrastrara cada minúsculo temor que almacenase dentro.
Estaba tan concentrado en fumar que preferí darle algo de margen para que se calmara y me ocupé de limpiar el corte de mi labio con el tenue sonido de sus pasos por la sala.
Cerrando la cajita y tomando mi bolso, decidí que era el momento de hablar.
—¿Vas a decirme la verdad?
Mi interrogante logró que se detuviera, aunque de espaldas a mí. El olor al tabaco nunca había sido de mi agrado; me recordaba a mi padre y a esa maldita obsesión suya con los puros. Si hacía el esfuerzo, incluso podía respirar ese aire pesado y sucio que bañaba el salón de nuestra antigua casa.
Aquel tipo se atrevió a mirarme a la cara después de dar una nueva calada.
—No es tan sencillo ... —negó con la cabeza un poco, pensando y pensando en asuntos que no pretendía contarme.
Algo irritada con él por habernos llevado a ese punto y no tener la valentía que requería, me pronuncié.
—Probablemente sea más fácil de lo que crees —mi contundencia le hirió; sus ojos cansados lo exponían.
Dongwook aguardó unos segundos, pensando en qué decir, y acabó tirando al suelo la colilla usada. Justo después, apoyó la espalda en la pared contraria, permaneciendo cara a cara.
No me había detenido a analizarlo. Mi mente había estado ocupada en otras cosas, pero mientras él titubeaba acerca de mi aprensión hacia su comportamiento, me tomé la licencia de examinar más su rostro. No podía superar los treinta y cinco años de edad a pesar de la cantidad de trabajo que cargaba en sus hombros. Los tenía hundidos, indicio de que, física o psicológicamente, estaba exhausto. Sus ojos también se me antojaron caídos y pude ver el rastro de unas ojeras que, en algún momento de su vida, fueron mucho más pronunciadas y llamativas.
¿Por qué un magnate tenía ese aspecto?
—Yeong ... ¿confías en alguien aquí? —su pregunta me puso los pies sobre la tierra de nuevo.
—Sí —dije antes siquiera de meditarlo como correspondía.
En más de una persona.
Se rascó la barbilla, sopesando el significado que escondía mi declaración.
—Eres afortunada entonces —miró hacia arriba, hacia el techo del cuarto.
Ese hombre era todo un misterio.
Normalmente, los tipos que se codeaban con JaeHo eran fáciles de leer. No solía tener complicaciones a la hora de averiguar sus prioridades. Dinero, sexo, reconocimiento, poder, ... Esas opciones se repetían, como un patrón, como si todos ellos viniesen de la misma maldita fábrica. Una fábrica en la que se les daba un estatus, un nombre, y los saltaban al mundo con la intención de que devoraran a los más débiles despiadadamente.
Sí. Esa personalidad terminaba siendo única y exclusiva de los señores adinerados que entraban en mi habitación. Él también lo hizo y me trató igual o peor que la mayoría, entonces ... ¿Por qué demonios no parecía ser el mismo empresario al que debía entretener por orden de Jae?
—¿Acaso tú no? —inquirí, confundida.
Una sonrisa irónica resplandeció en su semblante por un instante.
—Sería un suicida y estaría completamente loco si confiase en personas como Jae.
Imaginé que lo había confundido. Pensó que confiaba en Jae después de todo lo que me hacía sufrir.
Su determinación me invitaba a creerle, a no poner en cuarentena su actitud, sin embargo, era habitual para mí juzgar a cualquiera que obrase bien en un mundo en el que la regla principal radicaba en "comer o ser comido".
—Si no lo haces —hablé, buceando en esos ojos enturbiados—, ¿por qué estás aquí?
Cambió la posición, inclinándose lo suficiente para alcanzar su bolsillo por segunda vez y hurgar en él.
—Porque alguien tiene que hacerlo —y abrió su cartera, apartando por fin la mirada de mi persona.
Yo había jugado con mi barra de pintalabios desde que empezamos a conversar, inquieta por estar a solas con un tipo que me dio la sensación de ser cruel y despiadado y que, unas semanas después, no se asemejaba a esa imagen.
Ojeó unos cuantos papelitos, dejando nuestra charla en un segundo plano.
—¿A qué te refieres ...? —con el ceño fruncido, lo escudriñé.
¿Acaso el shock de lo que había ocurrido no me dejaba pensar con claridad? No había más explicación que esa. Bajé la guardia con un tío que se apoderó de la paciencia de Jae y la estrujo, haciéndole enfadar más de lo que podía recordar.
Peligroso. Ese era el único adjetivo que encontraba para definirlo.
Extendió su mano. Solo en ese momento me di cuenta de que había abandonado su lugar, alejado de mí, y apenas quedaba distancia que nos separara. Agitó sus dedos, por lo que yo me fijé en el trozo de papel que me estaba acercando.
Al observarlo, dubitativa, se vio forzado a especificar de qué se trataba.
—Mi tarjeta.
Aún más contrariada, me mantuve reacia a tomarla.
—No entiendo por qué me la das —no tenía ningún sentido que hiciera algo así—. Si Jae lo descubre, tendrás muchos problemas. Además ...
Quería oponerme hasta que se cansara de insistir, pero Dongwook no demostró desesperación alguna. Me miró con aplomo, sin bajar el brazo. Una extraña y peculiar mueca se impuso en su boca, devolviéndole aquella fatiga de la que no conseguía deshacerse.
—A veces es necesario crear problemas para resolver otros, ¿no crees? —ladeó la cabeza, juicioso.
Narradora externa
El resto de la velada transcurrió sin más inconvenientes: el fotógrafo se encargó de tomar y guardar para la posteridad un recuerdo de lo más amargo; los invitados comenzaron a despedirse cerca de la una de la madrugada; y el personal contratado para la ocasión fue recogiendo las mesas habilitadas.
La mitad de los invitados se habían ido ya cuando un señor del que no recuerdo su nombre y Jeon Jungkook se aproximaron a Kim Taehyung y Kim Yeong, quienes se ocupaban de dar una amable y gratificante despedida a todos los que habían pasado por la exposición.
Jungkook, que había confirmado la ausencia de Choi JaeHo en la enorme sala, escogió aquel momento adrede. No estuve muy segura de si fue la inercia o la necesidad desmedida que lo ahogaba por acercarse a Yeong, pero se las arregló para posicionarse a la derecha de la joven.
Taehyung, por su lado, siguió charlando con el otro individuo, pues le proponía un futuro trabajo.
—Espero que nos veamos pronto, Yeong-ssi —expresó el chico.
Ella, que seguía negándole una pequeña mirada por miedo a que alguien más leyera el cariño en sus ojos, se limitó a sonreír como mejor sabía y asentir.
—Yo también lo espero, Jungkook-ssi —le devolvió la cortesía—. Salude a su hermano y a su padre de parte del señor Choi, por favor. Sé que quiere verse con ellos pronto.
No sabría decir si sus palabras eran reales o una simple fachada.
—Claro. Puede darlo por hecho —se lo afirmó.
Y, para su sorpresa, la señorita Yeong le dio la cara, aunque no le regaló más que una sutil mirada. Ella, rápidamente, le tendió su mano derecha con la clara intención de estrechar la suya. No obstante, Yeong había colocado su extremidad de una forma muy concreta de la que, lógicamente, Jeon Jungkook dedujo algo más.
El chico acercó su mano, tomando la de Yeong, que permanecía boca abajo y demasiado tensa.
En el instante en que se tocaron, él percibió la rugosidad de un trozo de papel rectangular y, en silencio, lo tomó. Tan pronto como lo tuvo en su poder, se lo guardó con total naturalidad en el bolsillo de sus pantalones hechos a medida y carraspeó.
Un nervioso sudor frío empezó a bajarle por la palma de la mano, ansioso y temeroso de que Choi JaeHo hubiera vuelto al lugar. Para su tranquilidad, la presencia de aquel hombre no se localizaba en ninguna de las zonas de la sala que había visto tantas cosas en tan pocas horas.
—Jungkook-ssi —la voz de la chica le obligó a reaccionar.
Al observarla, descubrió que ella estaba ofreciéndole una privilegiada vista de su rostro. Después de mirar la herida en el labio de la anfitriona, se detuvo en sus ojos. Probablemente pensó que eran hermosos.
—¿Sí?
—Gracias por haber venido esta noche —le agradeció.
Esa chica parecía tener cierta predilección por el joven que acudió a la exposición en nombre de la familia Jeon. No me cabía duda alguna al respecto, pero la gente no prestaba atención en absoluto a una nimiedad como esa.
¿Un código secreto? ¿Algo que solo ellos dos sabían? Quién pudiera dar con una respuesta a la adorable sonrisa que Jungkook se forzó a reprimir.
—Gracias a ti —dijo, olvidando las formalidades de repente.
El más joven tuvo que llevar ambas manos tras su espalda para comportarse y no volver a tocarla. Podía verse el anhelo en la presión de su mandíbula. Yeong también lo notó, pero no hubo más tiempo, ya que Kim Taehyung intervino, dispuesto a despedirse del chico.
Puede que los demás no lo supieran, pero una servidora estuvo merodeando por aquella gran sala a lo largo de la noche. Escuché cuchicheos, malas palabras e insultos de distintos invitados. Fue muy entretenido, pero, me atrevería a decir que uno de los encuentros más interesantes y confusos lo protagonizaron Choi JaeHo y Jeon Jungkook.
Mi dominio no alcanza los cuartos y salones colindantes al de la exposición, así que no podría haber sabido qué hacía Jungkook-ssi lejos del epicentro de la fiesta. Como gran observadora que soy, me di cuenta de que sus ojos estaban enrojecidos, señal de un llanto al que no hallé justificación.
Aunque ese dato del que fui consciente no fue perceptible para el señor JaeHo, que se tropezó con él después de que Jungkook volviera a la sala presidencial. Ambos se cruzaron en una esquina bastante próxima a la puerta que el invitado utilizó para regresar.
JaeHo había terminado de hablar con Kim Taehyung y lucía satisfecho con el resultado. Se disponía a salir de la sala, al contrario que Jeon Jungkook.
—Jungkook, amigo —lo interceptó, y este tuvo que desviar su trayectoria—. ¿Dónde estabas? El señor Yunseok preguntaba sobre tus padres y comentó que hacía tiempo que no te veía.
Jungkook expresó su sorpresa y le sonrió.
—Fui al baño un segundo, nada importante. Gracias por decírmelo, Jae —palmeó su brazo a modo de agradecimiento—. Papá no me lo habría perdonado si llego a olvidar al señor Yunseok.
JaeHo, con disimulo, se fijó en la camisa de Jungkook. Su habilidad era digna de admirar, pues el joven ni siquiera lo advirtió.
—No es nada. Creo que estaba junto a la mesa de los cócteles —le indicó, señalando hacia el sitio.
—Perfecto —asintió Jeon—. Nos vemos después.
—Te debo una copa —verbalizó Jae antes de que su interlocutor se alejara demasiado.
—Lo mismo digo —y se marchó mientras arreglaba su chaqueta.
Choi JaeHo contempló al chico, aparentemente pensativo. Confirmó que este llegaba a la zona de las bebidas y saludaba a Kim Yunseok, un viejo amigo de su familia.
Recobró la concentración tras unos segundos. Casi como si volviera a la vida, esbozó una escalofriante sonrisa. La tensión que había entorpecido su caminar se volatilizó y procuró saludar a una pareja entrada ya en los cincuenta que le reclamaba.
Jae se dirigió hacia el matrimonio.
Como buena observadora, sé identificar a otros de mi misma calaña, y Choi JaeHo era uno de ellos.
¿Cómo lo averigüé? Fácil: él también vio la mancha de pintalabios rojo en el cuello de la camisa del joven Jungkook.
Un rastro tan diminuto pasaría desapercibido a cualquiera, pero ese hombre la vio y divagó
sobre el tema hasta que aquellos invitados comenzaron a llamarlo. Llegó a una conclusión que él mismo dijo en un susurro, con la vena de su cuello a punto de estallar de emoción y rabia.
—¿Por qué me mentiría? —se relamió, con sus pulsaciones aceleradas—. Ah ... Puede que haya estado preocupado por la persona incorrecta ... —y guardó silencio para sonreír educadamente a la pareja que le esperaba.
Era posible que yo no supiera qué hizo Jeon Jungkook los minutos previos a su encuentro con Choi JaeHo. No lo sabía, sin embargo ... Al final de la noche, viendo a Jungkook y a Kim Yeong, el uno al lado del otro, comprobé que el tono del pintalabios que ella usaba era el mismo de ese escondido vestigio que adornaba la prenda del chico.
Así pues ... Jeon Jungkook no fue solamente al baño. Le mintió al señor Choi y él lo supo al ver ese color rojo en su camisa porque la única que tenía dicho labial en toda la sala era Kim Yeong, y ella, en esos momentos, estaba en un cuarto aleatorio junto a un tal Lee Dongwook.
Vaya ...
"Las mentiras tienen la patas cortas" es el dicho que representaba la peliaguda situación en la que se encontraba Jeon Jungkook después de haber intentado engañar a Choi JaeHo.
Qué pena.
♡♡♡
JK la cagó 🤡
Si no hubiese mentido, a Jae le habría valido una mierda que estuviera con Yeong, but eligió el camino difícil y ahora tendrán que afrontar las consecuencias. ¿Cuáles? Aaaammmssss 🫢🫢🫢 Habrá que esperar a los siguientes capítulos para saber qué tipo de represalias tomará.
Si es que hace algo, claro 🙂🙂
Jungkook y Yeong tendrán bastantes problemas en un futuro no muy lejano, eso desde luego 🫠🫠🫠
Auuunque, después de unos capítulos tan tensos como estos, confirmo que los próximos no serán muy crueles para ellos 🥹♡
Otro temita es el de Dongwook 🙄 Quién es y por qué ha ayudado a Yeong 🤔🤔🤔
Who knows 🫣
Y para acabar; el capítulo 21 lo publicaré el 30 de junio a las 00:15 a.m., hora española. Apunten 😎
Nos vemos la semana que viene y mil gracias por los 90k en Answer 🤧🥹💜🥰✨
Os quiere, GotMe 💜
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