14
Yeong
—¿Y bien?
La pregunta de Tae llegó a mí de golpe mientras terminaba de emplatar la comida.
—¿Qué? —le respondí, desconcertada.
Habíamos estado hablando de alguna que otra clase, pero esa conversación sobre el temario del Renacimiento que ambos teníamos que completar para la próxima semana ya había llegado a su final hacia un par de minutos. Que me lanzara aquella cuestión tan repentinamente me pilló desprevenida y no supe qué quería decir.
—¿Y bien? —repitió él, alzando las cejas un par de veces.
Fruncí el ceño y me acerqué al lavabo para quitarme los restos de arroz de las manos.
—Tae, de momento no soy adivina, ¿sabes? —dije, burlona.
Él rodó los ojos, exasperado por mi nula habilidad para captar sus mensajes encriptados.
—Veamos —suspiró, preparándose para darme una explicación que pudiera entender—. Llevamos toda la mañana juntos y ya me has repetido cincuenta veces cuánto sientes haber desaparecido. Después de eso, hemos terminado las clases que nos quedaban y te he pedido que vinieras a casa para ayudarme porque mis hermanos vienen hoy del internado, así que ... —dejó lo siguiente en el aire, esperando que yo continuara, pero mi gesto bastó para darse cuenta de que no tenía ni idea de a dónde pretendía llegar con ese discurso—. ¿De verdad? Pregunto por Jungkook, Yeong. Es lo único de lo que no hemos hablado, tonta.
El sonrojo que se apoderó de mis mejillas fue un reflejo de la vergüenza que sentí por mi poca intuición, aunque su nombre también surtió algo de efecto. Sabía que me obligaría a hablar sobre lo que había sucedido entre nosotros, pero era un tema tan delicado que prefería callarme. Fui demasiado inocente creyendo que Tae me seguiría la corriente durante todo el día.
—No ... —me aclaré la voz, pendiente del agua que limpiaba mi piel—. No sé por qué querría hablar de él.
—Porque estás enamorada de él —razonó—. Creo que ese es motivo más que suficiente para que tengamos una pequeña charla.
—Yo no ... —sonrojada, intenté negar lo que acababa de decir.
—Si te atreves a decir que no es cierto —me miró, amenazante—, te juro que ...
Tae nunca juraba en vano y yo quería seguir viviendo como su amiga, no como su enemiga, por lo que cerré el grifo y le di la razón al rendirme.
—¿Y de qué quieres hablar? —me sequé las manos, sintiendo cómo mi ánimo iba decayendo en cuanto Jungkook regresó a mi mente—. No creo que charlar arregle nada, Tae.
Él se mantuvo en silencio durante un largo minuto, observando cómo sacaba los vasos de colores de sus hermanos pequeños y colocaba los platos de comida en la mesa. Cuando hube terminado, lo encontré analizándome mientras se apoyaba en la encimera.
Su gesto era de alguien que quería una solución pero no lograba dar con ella. Parecía realmente contrariado a raíz de mi declaración, aunque era más que obvio que él sufría por ambas partes al ser el mejor amigo de los dos. Estaba en una posición delicada que le obligaba a cuidar de nuestros sentimientos.
—Siéntate —me indicó, serio.
Acepté su petición y tomé asiento frente a él, en un extremo de la mesa.
Él esperó unos instantes, cruzado de brazos.
No quería meter la pata, así que estaba pensando muy bien qué decir. Sabía que mi estado de ánimo no era el mejor y que, gran parte de ese malestar, había sido provocado por ese agónico amor que sentía por Jeon.
—Tae, no tienes que animarme. Estoy bien —insistí, haciendo el amago de sonreír.
—No. No lo estás —sentenció antes de iniciar aquella conversación tan complicada—. Ayer os visteis.
Su afirmación me hizo recordar el rostro de Jungkook y lo mucho que lloro en mi hombro al verme. Él lo había estado aguantando todo y, cuando me descubrió allí, toda su fortaleza se vino abajo.
Saberle tan desamparado y dolido fue demasiado para mi resentida conciencia.
—¿Has hablado con él? —me atreví a preguntarle.
Sin embargo, mi amigo me dio una negación al sacudir ligeramente la cabeza.
—Nam me lo contó anoche —me desveló, algo receloso—. Jungkook no me dijo nada. Él... Es muy reservado cuando el asunto tiene que ver contigo. Es como si no quisiera tocar el tema por miedo a no saber controlarse.
Bajé la vista.
—Debe de ser difícil para él —confesé, volviendo a escuchar sus sollozos resonando en mis adentros.
Taehyung arrastró la silla que quedaba al otro lado y la puse frente a mí. Yo no le miré, sino que fijé la mirada en el suelo, controlando las ganas de llorar.
—Y para ti también. No hay más que verte —expuso—. Los dos lo estáis pasando mal. Es demasiado evidente.
¿Podíamos estar bien acaso?
Ni siquiera nos habíamos declarado correctamente. Solo fueron unas pocas palabras por teléfono después de que nos besáramos, pero, por alguna razón, presentía que aquel dolor en mi pecho no era tan insufrible. Si llegaba el día en que nos dijésemos lo que de verdad sentíamos el uno por el otro ... Probablemente ahí descubriría el verdadero sufrimiento.
—Supongo —farfullé.
—Yeong —me llamó, suspirando—, sé que le quieres lo suficiente como para negarte a sincerarte con él, pero eso no arreglará nada. Lo sabes, ¿no? Aplazarlo solo servirá por unas semanas a lo sumo —explicó lo que ya había pensado yo durante esos últimos días—. Llegará el momento en el que tú o él, uno de los dos, explote. Y entonces estaréis mucho más perdidos que nunca.
Me mordí el interior de la mejilla, agarrando el borde de mi falda y apretando la tela con fuerza.
—¿Y qué puedo hacer? —dije, agobiada.
Él se detuvo, dudando su respuesta.
—Creo que explicarle cómo te sientes sería un buen comienzo —me sugirió—. Jungkook entenderá y aceptará lo que le digas porque quiere ayudarte. Él ... Él te quiere. Te quiere más de lo que imaginas.
—No basta —le repliqué de mal talante—. Que me quiera o que yo le corresponda no solucionará nada, Tae. Yo sigo siendo la maldita esclava de JaeHo y, por mucho que le quiera ... Mis sentimientos no van a protegerle. Es imposible que lo hagan. Que me haya enamorado de él solo le generará un problema tras otro y empeorará con el tiempo. Créeme.
Mi confesión dejó a Tae sin palabras.
Me era tan exasperante decir aquello ... Pensarlo me dañaba constantemente, pero soltarlo en voz alta era todavía más sacrificado.
Me incorporé poco a poco, topándome con los apagados orbes de mi mejor amigo.
Tae se revolvió en la silla, incómodo por la seriedad de mi voz. Sopesó cómo rebatirme y terminó rindiéndose.
—Nunca te había escuchado hablar así —dijo, ligeramente intimidado.
—¿Así?
Asintió, regalándome una sonrisa que irradiaba compasión.
—Tan convencida de lo que dices —aclaró—. Está claro que lo que sientes por Jungkookie es más de lo que puedo llegar a comprender.
Calificar lo que notaba en mi corazón cada vez que lo tenía cerca no era sencillo. Tampoco me veía capaz de calcular el aprecio que albergaba hacia él. No había ningún medidor que me señalara el tope y eso era un contratiempo porque, al no saber el punto en el que me encontraba, no tenía ni la menor idea de cuándo parar.
Y era aterrador.
Se sentía como conducir sin frenos. Solo podía dar giros y vueltas mientras aquel amor se disparaba en múltiples direcciones. No había forma de detenerlo.
—No sé cómo enfrentarme a él —le dije, con un nudo en la garganta—, pero tampoco sé cómo hacer que deje de gustarme. Aunque le diga que no podemos estar juntos... —continué, comenzando a ver borroso—. Una parte de mí quiere intentarlo. Mi egoísmo puede matarlo, Tae. Y si le pasara algo, yo...
—No ocurrirá nada —arremetió, relajando su tonalidad—. No sois ningunos tontos, Yeong. Ni tú ni él dejaréis que ese tipo arruine lo que apenas habéis descubierto. Estoy seguro.
—No depende solo de nosotros —le rectifiqué—. Hay cosas que no podremos controlar... Yo no soy lo que él merece. Solo está confundido y cree que...
Una solitaria lágrima rodó por mi mejilla, arrasando con todo ese mar de preguntas que me hacía a cada segundo.
¿Podría quererme sabiendo que otros me tocarían?
¿Llegaría a amarme a pesar de lo autodestructiva que era?
¿Sería feliz viviendo de esa forma?
La mano de Tae agarró la mía y, sobre su dorso, se estampó aquella miserable gota de agua. Él apretó mis dedos y pude sentir cómo su respiración se tambaleaba por breves momentos.
—No hay confusión que valga —dijo, rotundo—. Conozco a Jungkook desde que éramos niños y he presenciado cada una de las veces que se declaró a una chica. Siempre fue amable y educado, incluso cuando se daba cuenta de que no era amor lo que sentía por ellas, pero eso no es lo que veo ahora porque él no se atreve a decírtelo. Está tan asustado como tú, Yeong —me comentó—. Ninguno se había enamorado realmente de alguien antes y es lógico que os aterre la idea, sobre todo en tu posición. Es normal que quieras rendirte —empatizó conmigo, contemplando mi gesto de dolor—. Y por eso estoy aquí. Para recordarte cómo se iluminan tus ojos cada vez que lo ves —sus palabras se llenaron de ternura de repente—. Puede que solo sientas esto por Jungkook y no me perdonaría si lo dejases pasar. Permítete ser un poco egoísta y explícale lo que te preocupa. A lo mejor así encontréis una solución que no implique alejaros.
Tomé su consejo muy en cuenta, consciente de que debía hacer algo. No podía dejarlo pasar. No después de haberlo tenido en mis brazos y haber sentido su llanto como si fuera el mío.
Tae esperó a que me recompusiera, tan paciente como siempre. Cuando vio que mis ojos dejaron de estar húmedos y mi voz volvía a estar entera, se levantó y me dio un rápido abrazo.
Anímicamente mejor, le ayudé a recoger las ollas y los utensilios de cocina que habíamos utilizado para preparar la comida de sus hermanos. él se burló un poco de mi aspecto, logrando que sonriera después de unas cuantas bromas.
De una forma u otra, terminé defendiéndome de esas acusaciones que había lanzado contra mí. El tono burlón estaba ahí, pero de verdad quería creer que no era tal y como mi amigo lo había relatado.
—No se iluminan. Deja de decir tonterías —me quejé.
Tae había copiado la costumbre de Nam más pronto de lo esperado y adoraba burlarse de la poca compostura que mostraba si se trataba de Jungkook. Solo lo hacían para sacarme una sonrisa, así que estaba segura de que no era cierto. Exageraban.
—Claro que lo hacen —me replicó, cerrando el frigorífico—. Se vuelven dos farolillos. No bromeo.
Negué esas afirmaciones y el ruido de la puerta abriéndose extinguió cualquier rastro de nuestras risas.
Tae se acercó a mí, apoyándose en la mesa con una bonita sonrisa.
—¡Hyung! ¿Por qué siempre cargas a Nana? Yo también quiero que me lleves —berreó una voz chillona desde la entrada.
Mis ojos se fueron abriendo lentamente al reconocer aquel infantil berrinche.
Creí que Tae iría por sí mismo a la parada para recoger a sus hermanos pequeños, pero cuando esas voces llenaron el lugar junto a la figura de Jungkook, comprendí que ese no había sido su plan realmente.
Yonghee, de la mano de Jeon, seguía quejándose por el poco caso que le estaba haciendo el mayor, mientras que Naeun se agarraba con cariño al cuello de Jungkook. Él la tenía cogida en volandas con el apoyo de su brazo derecho al tiempo que tenía la mochila de los niños sujeta en su antebrazo.
La niña le sacaba la lengua a su hermano, mofándose de su suerte, y el pequeño de casi diez años mostraba un tierno puchero por falta de atención.
Y Jungkook sonreía ampliamente.
Hacía demasiado que no le veía sonreír de aquella forma tan radiante.
Fue tal la sorpresa de encontrarlo así de feliz que el codazo que recibí por parte de Taehyung me sorprendió, pero no pude alejar la mirada de Jungkook.
—¿Ves? —me preguntó Tae, casi en un susurro—. Como dos faroles.
Su insistencia en el asunto me tintó el rostro de un suave tono rojizo. Puede que fuera débil ante su sonrisa. Era algo que no podía perimetrar, así que me giré para que aquel rubor no llegase al recién llegado.
—¿Ya estáis dándole trabajo a Jungkookie? —preguntó Tae, sonriente por la esperada llegada de su familia—. Vamos, venid a saludar a vuestro hermano favorito. Venga.
Él fue caminando hacia ellos y los dos niños se olvidaron de Jungkook con el único objetivo de correr hasta su hermano mayor, al que abrazaron en un abrir y cerrar de ojos. Tae, de rodillas, los rodeó con sus brazos y repartió dulces besos en sus cabezas. Un detalle que les hizo reír por llegar repentinas cosquillas.
Sonreí ante la bonita imagen, feliz por ver de nuevo a Naeun y a Yonghee.
Hacía ya unos tres meses que no coincidía con ellos. Venían siempre que yo andaba ocupada con algún trabajo especial de JaeHo o justo cuando menos tiempo tenía para escaparme de mi jaula. Por eso me alegraba tanto tenerlos cerca otra vez. Adoraba a esos críos con todo mi corazón y ansiaba pasar esa tarde cuidándolos. No sólo era por hacerle el favor a Tae, sino porque me encantaba ocuparme de esas dos cabezas inquietas. Eran para mí como esos primos lejanos a los que no tenía posibilidad de ver durante bastante tiempo.
Sintiendo es grata sensación de aprecio, observé cómo se abrazaban, pero no me pude resistir y terminé cambiando la dirección para chocar con las oscuras pupilas del último invitado.
Jungkook acababa de darse cuenta de que yo estaba allí. Su semblante no mentía. Tampoco la sorpresa en sus orbes.
Ninguno de los dos había pensado que vería al otro. Al parecer Tae se había encargado de orquestar todo sin decirnos nada en absoluto. No me hacía falta pensar en ello porque sabía que era más que capaz de juntarnos en su casa con la esperanza de que pudiéramos resolver los malditos problemas que se interponían entre nosotros.
Me tensé, pendiente de su manera de mirarme. Esa mezcla de alivio y ternura iba acompañada de un toque de tristeza. La tenue sonrisa que me regaló no era real. Le costaba demostrar sus verdaderos sentimientos después de lo que pasó la tarde anterior.
—¡Yeonnie!
El grito de Naeun me despertó del hechizo de Jeon y así pude regalarle una sonrisa. Ella se tiró hacia mí, olvidando a su hermano. Yo abrí mis brazos y solté alguna que otra carcajada en el instante en que ella dio un adorable saltito para colgarse de mi cuello, abrazándose a mí como un pequeño koala.
—Yo también me alegro de verte, Nana —dije, poniéndome en pie con la niña entre mis brazos.
Aquel era su apodo. Nana. Tae me contó que surgió cuando Yonghee, con apenas dos años de edad, intentó llamar a su hermanita recién nacida. Era demasiado tierno imaginar aquella escena, pero, lamentablemente, yo no pude vivir esos primeros años en los que la vida de Tae transcurría sin ningún imprevisto.
—Qué fácil vendes a oppa, Nana —se lamentó Tae.
—Es que noona es mejor que tú, TaeTae —se regodeó Yonghee antes de acercarse a mí en busca de uno de mis abrazos.
Se aferró a mi pierna, haciéndome reír.
—Esto se llama maltrato —lloriqueó el mayor de los tres hermanos, y entonces se volvió hacia un Jungkook que no había podido dejar de mirarme—. ¿Verdad, Jungkookie?
—¿Eh? —volvió en sí mismo, confundido—. Sí. Claro, hyung.
Tae suspiró, negando con la cabeza por lo despistado que era su amigo y yo traté de no girarme hacia ellos. Seguía estando demasiado sonrojada como para dejar que me vieran.
Después de aquella agradable acogida, los niños se sentaron a la mesa alegando que tenían muchísima hambre. Tae se fue al cuarto de sus hermanos con la intención de dejar sus mochilas allí, dejándonos a Jungkook y a mí como vigilantes.
—¿Has hecho tú la comida, noona? Está muy rica —me comentó Yonghee, llenando sus mofletes de una nueva cucharada de arroz.
—Sí, aunque Tae ha ayudado también —le contesté, sonriéndole.
Jungkook, despertando de su letargo, se fue acercando a nosotros y, al pasar tras los chicos, revolvió el cabello ya despeinado del niño. Él se quejó, logrando que el mayor riera por un segundo.
No se detuvo y continuó hasta que ya no había más que unos centímetros entre ambos. Se dejó caer contra el filo de la encimera, cortándome la respiración por esa cercanía.
—¿Cómo estás?
Su pregunta era inocente. Solo quería ser educado conmigo, pero había algo de frialdad en su voz. No quería meter la pata.
Me mordí ligeramente el labio, mirando fijamente cómo se llevaban grandes cucharadas a la boca.
—Bien —susurré.
Jungkook me miró de reojo, midiendo sus acciones.
—Me alegro —admitió.
Yo también me alegraba de verle, pero no añadí nada más tras su contestación.
—Unnie, ¿por qué estás tan roja? —inquirió de pronto Nana.
Mierda.
Me llevé rápidamente la mano izquierda al rostro, palpándome el pómulo. Era vergonzoso que una niña de siete años se percatara de algo como aquello, aunque era todavía más bochornoso que el culpable fuera consciente de lo que había provocado en mí.
—Hace ... Hace un poco de calor. Solo eso —le respondí, acalorada.
Me arremangué la camiseta, fingiendo que mis palabras eran ciertas, y mantuve mi boca cerrada.
—Yeonnie tiene mucho calor últimamente, Nana —comentó Tae, apareciendo de nuevo en la cocina, indiferente.
Noté cómo Jungkook se alejaba de mí, arrepentido de haberse tomado tantas libertades.
—¿Estás enferma, noona? —preguntó Yonghee.
Iba a negarlo, pero Taehyung se me adelantó, lanzando una pesada mirada tanto a Jungkook como a mí.
—Algo así —dijo nuestro amigo, ofreciendo un vaso de agua a su hermano—, pero se curará pronto. No os preocupéis.
Jeon se movió y fue hasta los armarios para agarrar un vaso limpio y llenarlo de agua bien fría. No necesité mirar en su dirección para saber que estaba sonrojándose por el mismo motivo que yo y quería evitar que los niños se fijaran en eso. Sería más complicado de explicar si lo encontraban intentando reprimir aquel tímido sonrojo.
Al cabo de unos minutos, Tae le preguntó a Jungkook si ya había comido y este dijo que sí. Esperamos a que los niños terminasen con sus platos para poder recoger la mesa, pero justo cuando me disponía a agarrar el plato de Nana, mi mano chocó con la suya. Ambos nos apartamos al instante, causando la extrañada mirada de los infantes.
Me alejé de la mesa, poniendo espacio entre nosotros.
Nuestra torpeza comenzaba a desesperar a Tae. Lo sabía perfectamente. No obstante, no podía evitarlo. Mis reflejos parecían haberse congelado al tenerle allí. No tenía prevista su presencia y aquello estaba provocando fuertes estragos en mi organismo.
—Voy un momento al baño —me disculpé con ellos.
En menos de diez segundos, me encerré en el aseo y traté de apaciguar mi pulso. Sentía el bombeo en mis oídos, recordándome con cada latido que él estaba en el mismo lugar que yo y que ya no habría ninguna excusa que aplazara la conversación que teníamos pendiente.
De alguna forma, la noche pasada decidimos no hablar del asunto. Los dos estábamos demasiado susceptibles y teníamos que pensar bien nuestros argumentos. Si hubiésemos hablado esa noche, con los ojos aún humedecidos y la angustia en nuestras palabras, no habría sido capaz de decirle que no.
Y, mirándome en el espejo de la casa de Tae, me di cuenta de que me dirigía al mismo camino del que intenté escapar en la librería.
Contrariada, me eché agua por toda la cara y esperé encerrada hasta que el rubor hubo bajado bastante.
—No te pongas nerviosa, Yeong —me dije a mí misma—. Tienes que hablar con él. No puedes pasarte la vida huyendo.
Tras repetirme eso varias veces, decidí comportarme y volver con los demás. Le diría a Jungkook que esperase un poco antes de marcharse y entonces le explicaría lo que pensaba. Así se zanjaría el problema y la falta de comunicación dejaría de ser el principal obstáculo.
Al regresar, la mesa ya estaba limpia y Jungkook lavaba los platos en el fregadero, dándome la espalda. Me concentré en Tae, que limpiaba la boca de Nana porque se había manchado y no podía hacerlo por sí sola. Yonghee se acercó a mí, resplandeciente.
—¿Vas a quedarte con nosotros, noona?
—Esa era la idea. Sí —el niño sonrió, contento—. Así podéis contarme cómo os ha estado yendo en el colegio.
—Y podremos jugar también, ¿verdad? —dijo Nana después de que Taehyung se hubiera encargado de ayudarla.
Asentí y ella empezó a corretear por todas partes, hablando de las muñecas que había traído en su mochila. Yonghee prefería una tarde de videojuegos y, de un momento a otro, empezaron a pelearse por ver quién ganaría. Los dos querían jugar conmigo y era imposible que me dividiera en dos.
—Chicos, podemos hacer primero una cosa y después la otra —les propuse, impidiendo que siguieran discutiendo—. Tenemos toda la tarde.
—Pero yo no quiero jugar a las muñecas —se enfurruñó Yonghee.
Suspiré, comprendiendo que sería complicado tenerlos a los dos ajetreados.
—Yonghee, deja de quejarte tanto —le riñó Tae, de camino a la entrada para tomar su abrigo—. Para eso está Jungkookie aquí. Puedes jugar también con él.
Así que era eso lo que Tae buscaba.
Clavé mi vista en él, deseando estrangularlo y maldecirle por orquestar todo ese teatro tan bien.
Me guiñó un ojo y yo me mordí la lengua, reafirmando lo estúpida que podía ser cuando me lo proponía. En el momento en que Jungkook apareció debí imaginar que no traería a los niños y se iría. Tampoco podría mantener esa pequeña charla porque se quedaría toda la tarde con nosotros.
—Tae, yo ... No debería quedarme—interrumpió Jungkook de pronto.
Pero él no le dejó encontrar un motivo por el que largarse y se apresuró a agarrar sus botas.
—Me lo prometiste, Jungkookie —le lanzó una mirada asesina y se volvió hacia mí con el mismo fervor—. Puedes ayudar a Yeong.
—Pero ahora no ...
—Nada de peros, Jeon —concluyó él, abriendo la puerta de la casa—. Volveré en unas horas. Solo tengo que hacer unos trámites y estaré aquí. Por favor.
Jungkook parecía incómodo. Su gesto apagado me daba la impresión de que quería marchar cuanto antes. Entender que no quería compartir su tiempo conmigo logró que aquella sonrisa se esfumara de mis labios. Aquella tontería hizo que los niños se callaran, atentos al pequeño inconveniente que había surgido.
—Está bien —aceptó finalmente.
Esa respuesta destilaba resignación, hiriéndome profundamente.
—Nos vemos después. No rompáis nada y portaos bien o no dejaré que Yeonnie y Jungkookie se ocupen de vosotros más, ¿entendido?
Tae se marchó esperando que pudiéramos arreglar nuestras desavenencias gracias a su plan maestro, pero estaba claro que no Jungkook ni yo teníamos ánimos para ello. Yo tenía mis razones, pero él ... ¿Por qué lucía como un perrito mojado? ¿Qué le había pasado?
Nana tiró de mi falda, entristecida.
—Unnie ... —balbuceó.
Jungkook se bajó las mangas de su sudadera y, con las manos ya secas, fue acercándose a nosotros, cabizbajo.
—Hyung —dijo Yonghee, anticipándose a lo que hermana iba a preguntar—, ¿es que no te gustamos?
Aquella pregunta resquebrajó el ambiente de un plumazo. Mis orbes se agrandaron, observando el ceño fruncido del niño, que estaba a tan solo un par de pasos de mí.
A Jungkook también le sorprendió que el pequeño le preguntara algo así, pero no puso mala cara y acarició el lacio cabello del niño. Sonrió, cambiando su forma de actuar.
—Claro que me gustáis, Yonghee. Sois como mis hermanos —explicó, aliviándole—. ¿Por qué dices eso?
—Porque no querías quedarte —dijo lo evidente.
—Eso no es verdad. Tenemos una revancha pendiente, ¿recuerdas?
El rostro de Yonghee se iluminó y todas sus dudas se despejaron. Solo con un vistazo podía asegurar que Jungkook amaba a esos niños tanto como quería a Tae.
Todo era por mi culpa. Solo por mí.
—Entonces —Naeun se incorporó a la conversación, llamando la atención de los tres—, ¿la que no te gusta es Yeonnie?
¿Cómo era posible que una niña tan inocente diera de esa manera en el clavo? ¿Qué le había hecho pensar que yo podía ser el verdadero problema?
Jungkook y yo nos quedamos estáticos. La franqueza de Naeun había acertado, hundiéndose con la intensidad de una flecha en nuestra herida abierta.
Dejé de mirarla y, tras hacer acopio de fuerzas, me atreví a enfocar la figura de Jungkook. Él, empalidecido, tardó unos segundos en pestañear y encontrar la voz necesaria para contestar aquello.
—No, Nana —negó, relajando la postura—. En realidad ... Yeonnie me gusta mucho.
Mi apodo en su boca hizo que un cálido hormigueo me quemara la sangre.
—¿Mucho? —dijo, ilusionada.
La sonrisa de Jungkook se afianzó a sus labios a pesar de lo roto que se mostraba. Giró la cabeza y yo, casi sin creerlo, le sostuve la mirada.
La imperante necesidad de hablar sobre nuestra situación estaba haciendo mella en él.
—Muchísimo ...
Ruborizada y algo enfadada, me incliné. Cogí a Naeun en brazos y ambas nos marchamos al cuarto, dejando a los chicos en el salón. Cuando cerré la puerta de la habitación, me apoyé sobre ella, tragando saliva y autoconvenciéndome de que no podía dejar que me derribara con una confesión de ese calibre.
Nana se alejó de mí, analizando mi rostro de pánico.
—Unnie —me llamó, logrando que relajara el gesto—, ¿por qué nos hemos ido? ¿Es que a ti no te gusta Kookie?
La dejé en el suelo y me agaché, agobiada por la marea de emociones que amenazaba con ahogarme de un momento a otro.
—Jungkook ... Jungkook me gusta tanto que no sé cómo responderle, ¿sabes? —me confesé a ella.
—Diciéndole que también te gusta. Es muy fácil —dijo, sonriente.
Ojalá fuera tan simple.
Me aparté el pelo de la cara y esbocé una grata sonrisa antes de acariciarle la mejilla.
—Sí. Supongo que debería hacer eso.
Él se me acababa de declarar, aunque hubiera sido de una manera un tanto indirecta. Lo había hecho y mi corazón lloraba al querer devolverle la respuesta.
¿Sería un consuelo que le dijera la verdad? Si le decía cuánto me gustaba y después le pedía que se alejara de mi vida ... ¿Se sentiría un poco mejor?
A lo mejor solo necesitaba decírselo para liberarme de aquella presión. Le iba a negar cualquier acercamiento, así que ... ¿Había algo de malo en que le expresara mis sentimientos? Actuaría como una especie de terapia. Si no podíamos estar juntos, al menos él sabría que en mi interior también había nacido algo que iba más allá de la amistad.
Era lo poco que podía hacer para suavizar sus miedos.
El tiempo fue pasando y nosotras jugamos a todo lo que Nana quiso. Me habló de lo bien que se lo pasaba en el internado aunque a veces echase de menos a Tae y a su madre. En cierta forma entendía sus palabras. Yo eché mucho en falta ese cariño materno de pequeña, pero, por suerte, Naeun y Yonghee todavía tenían a su madre con ellos.
Las esperanzas de los médicos que trataban a la señora Kim no eran muchas y por eso mismo Tae acordó con su madre que lo mejor para los niños sería pasar un tiempo fuera. Aunque los gastos de sus estudios estaban prácticamente cubiertos por los ahorros de su madre, Tae tenía un trabajo a media jornada en un taller de pintura. De esa forma apoyaba económicamente a su familia y eso le honraba. No todo habrían hecho ese sacrificio por el bien de sus hermanos.
Por todo eso y muchas más cosas, Yonghee y Naeun adoraban a su hermano mayor. Se preocupaba por ellos, llamándoles a diario y recogiéndolos una vez casa dos semanas para que pudieran pasar el fin de semana con él y así ir al hospital a ver a su madre.
Me hacía muy feliz que Naeun estuviera creciendo sin ningún problema, al igual que Yonghee. Esos niños no tenían por qué conocer el sufrimiento a tan temprana edad. Solo debían ser unos críos alegres y risueños, tal y como lo era Taehyung.
Después de varias horas jugando sin descanso, le propuse a Nana salir en busca de algo de merienda y ella aceptó encantada.
Mientras recogíamos sus muñecos y peluches, pensé en qué estarían haciendo Jungkook y Yonghee. En algún punto de la tarde, Naeun y yo escuchamos sus gritos y risas, por lo que supuse que habían acabado frente a la televisión jugando a un videojuego.
Me despreocupé, pensando que todo estaba bien ahí fuera, pero esa idea cambió cuando Yonghee abrió la puerta de la habitación en silencio. Naeun terminó de guardar sus juguetes y yo me percaté de la intromisión de su hermano mayor. Él tenía el ceño fruncido y su carita revelaba cierto desconcierto.
—¿Cómo os lo estáis pasando, Yonghee? —dije, estirando las piernas—. Íbamos a salir a merendar...
—Noona —me interrumpió, algo raro en él.
—¿Qué pasa? —ladeé la cabeza, intrigada.
El pequeño se giró un poco, indicándome la razón de su visible preocupación.
—Es hyung —dijo, hablando en voz baja—. Creo que no se encuentra bien.
No le pregunté nada más.
Salí del cuarto y me apresuré a volver al salón para comprobar que lo que Yonghee decía no era un simple presentimiento.
Jungkook estaba recostado en el sofá, con el rostro medio tapado por su brazo.
Pensé en tantas posibilidades que ni siquiera tomé las precauciones que acostumbraba siempre que se trataba de él. Solo me dejé caer al lado del sillón, con mis rodillas rozando el frío suelo, y me acerqué para observar mejor su condición. Sin embargo, al tener su mano obstaculizando mi tarea, me adelanté y la retiré de su cara.
Jungkook reaccionó en ese momento.
Al sentir mis dedos en su piel, sus ojos cerrados se abrieron lentamente y, en lugar de sobresaltarse como esperaba que sucediera, se limitó a batir las pestañas, adormilado.
—¿Qué te pasa? —arqueé las cejas, temiendo su respuesta—. ¿Te duele algo?
Los dos niños aparecieron desde el pasillo y fueron caminando hacia dónde Jungkook se encontraba descansando.
Él dejó que yo apartara su brazo, sumiso ante mis preguntas. Uno de sus pendiente brilló para mí, tintineante.
—Me he mareado un poco —me contestó—. No es nada.
Estaba pálido. Aunque me dijera que no tenía de qué preocuparme, el color había desaparecido de su tez, señalando que algo no marchaba como debía.
Me tomé la libertad de rozar su mejilla con mis nudillos para comprobar que no tenía fiebre. Viendo mi acción, Jungkook desvió sus pupilas hacia mí y respiró hondo.
Yonghee se quedó a mi lado y Naeun observó a Jungkook desde la cabecera del sofá.
—Unnie, ¿está bien Kookie? —inquirió ella, asustada por la seriedad de mi semblante.
Sopesando su estado, acaricié brevemente su pómulo y él giró la cabeza para poder mirarme mejor.
Jungkook se había sacado la sudadera mientras jugaba con Yonghee y no lograba dar con ella. Puede que hubiera tenido calor, pero ya era esa la sensación que invadía su cuerpo. No podía seguir con una mera camiseta de manga corta si estaba tan tibio. Puede que fuera una bajada de tensión. No estaba del todo segura.
—Sí, Nana —respondió en mi lugar, haciendo una mueca—. Estoy bien, solo...
—¿Puedes traer una manta para Jungkookie? —le pedí, amable, y en cuanto ella asintió marchándose, me dirigí a Yonghee—. ¿Llegas al armario donde Tae guarda los vasos?
—Claro, noona —aceptó el encargo.
Una vez nos quedamos solos, yo me senté de rodillas para estar algo más cómoda.
Nunca le había visto debilitado. Ni siquiera en aquella ocasión, cuando pilló un resfriado por mi culpa.
—Nunca me habías llamado así —me regaló media sonrisa.
Alejé mi mano de su rostro, consciente de cómo me había referido a él.
—¿Un mareo? —le interrogué, cambiando la dirección de la conversación.
Él comprendió que lo primordial era su salud. No había lugar para las bromas, así que se reservó aquellos comentarios y se dejó de evasivas.
—No he dormido mucho estos días —me explicó, sin dar motivos ya que ambos los conocíamos—. Se me pasará en un rato ...
—Genial —dije, irónica.
—Y puede que ... —paró, avergonzado—. Puede que tampoco haya comido mucho hoy.
Le miré, deseosa de echarle un buen sermón por no cuidarse como debía, pero sus ojos de cachorro lastimado hicieron su cometido correctamente y mantuve todas esas maldiciones en mi boca cerrada.
Resoplé, asimilando que esa era la razón por la que se le había anotado tan desanimado desde que llegó. No era un cansancio habitual y él había procurado fingir que se encontraba como siempre.
—Te prepararé algo de comer y ... —dije, intentando reincorporarme.
De repente, sostuvo la mano con la que había tomado su temperatura, reteniéndome. Tenía los párpados entornados, negándose a que me marchara. Tensa, volví a sentarme. Él alzó un poco sus comisuras, agradecido por mi decisión.
—Lo que tengo no se cura comiendo, noona —comentó, soltando mi muñeca—. Ya lo sabes.
—Para empezar, deberías descansar mejor y dormir suficientes horas —le aconsejé, evitando entrar en ese tema—. No tienes buen aspecto, Jungkook.
Inspiró y los rápidos pasos de Naeun comenzaron a escucharse más y más cerca. Jungkook recostó la cabeza, calmado.
—Te lo prometo —aseguró—, pero tú tienes que prometerme que hablaremos después. Necesitamos hablar, Yeong.
Su petición tenía todo el sentido del mundo y no iba a aguantar más. Por su bienestar. Aclarar las cosas le ayudaría a olvidarse de mí y así podría retomar su vida. No habría nada ni nadie que le impidiera dormir por las noches ni que le quitara el apetito. Su salud quedaba por encima de cualquier discusión, por lo tanto, no pude negarme.
—Vale —murmuré—. Lo prometo.
Al segundo, nos interrumpieron.
—Toma, unnie —me tendió la manta y yo la cogí.
—Gracias, preciosa —le agradeció Jungkook.
Quería cuidar de él. Quería hacerle compañía cuando enfermara. Quería prepararle algo de comer para que se recuperara. Quería sonreír por él y para él. Quería todo lo que Jungkook me estaba ofreciendo. Lo quería.
Me levanté y procuré que su torso quedase bien tapado. Jungkook se incorporó, pero yo le sujeté de los hombros y tuvo que tumbarse nuevamente.
—¿Ya estás mejor, oppa? —su preocupación era demasiado tierna.
Me senté al borde del sofá, dejando así lugar para que Nana se acercara y pusiera su manita sobre la frente del enfermo. Jungkook esbozó una bonita sonrisa y no pude apartar la vista de aquella adorable imagen.
Lo quería, maldita sea ...
—Mucho mejor —dijo.
Yonghee llegó con un vaso de agua en las manos, teniendo mucho cuidado de que no se cayera ni una gota. Su concentración me hizo reír, pero solo hasta que me di cuenta de que Jeon Jungkook estaba grabándose en las retinas esas inesperadas risas. Tímida, ayudé a Yonghee a acercar el vaso hasta Jungkook. Él lo aceptó encantado y tomó todo el líquido para que los niños se quedaran satisfechos.
—No os preocupéis —aseguró, sentándose poco a poco—. Ya estoy bien, así que podemos seguir con la carrera que ...
—Ni hablar. Quédate quieto y descansa —me opuse, impidiéndole moverse al colocar ambas manos en sus hombros—. Nada de jugar más. Intenta dormir algo y nosotros haremos la merienda.
Su mirada se ablandó, acatando mis órdenes sin ninguna pega. Volvió a acostarse y Naeun se pronunció, emocionada.
—Sí. Te prepararemos lo que quieras, Kookie —insistió la niña.
—¿Lo que quiera? ¿En serio? —mostró una emoción forzada y entonces atisbé un extraño reflejo en sus resplandecientes ojos—. ¿Puedo tener lo que quiera, noona? ¿Lo que sea?
Sabía a lo que se refería, al contrario que los chicos. Ellos solo esperaban la petición de Jungkook para poder cumplirla mientras que yo ... Yo ni siquiera pude hacer frente a su temeraria esperanza, dándole el monosílabo que tanto ansiaba oír.
—Sí —me comprometí, cegada por su aura.
—Miraré en la nevera. Vamos, Nana —soltó Yonghee, y salió corriendo junto a su hermana hacia la cocina.
Y de nuevo nos quedamos solos.
Jungkook esperó, callado, pero no obtuvo ninguna aclaración por mi parte. El sonrojo en mis mejillas era más que suficiente para él.
—Yeong —susurró.
Carraspeé, aclarándome la garganta.
—¿Mmm?
—¿Acaso yo no te gusto? ¿Me odias?
Aquella pregunta me dejó sorprendida porque Naeun también me la hizo. Como si de cara a los demás mi actitud pudiera llevar a más de un malentendido.
No puedes quererle y esconderte, Yeong. No puedes.
¿Cómo podía odiar a la persona que más quería? Tanto Jungkook como yo sabíamos que la respuesta era negativa, no obstante, había formulado la cuestión esperando que le respondiera con sinceridad. Quería escucharme decirlo y yo no era capaz de expresar cuánto me gustaba. No podía.
—¿Por qué dices eso?
Movió la cabeza, sonriendo.
—Por la forma en que me miras —especificó, aunque en el fondo de sus iris podía ver cierto resentimiento—. Antes saliste huyendo. En realidad ... También colgaste aquella vez. No me dejaste decir nada de lo que tenía pensado.
Sonreí, a medias.
Eres tan cobarde, Yeong ... Y si sigues siéndolo, no podrás vivir en paz contigo misma.
Te castigas por inercia.
Te obligas a permanecer rota porque no saber vivir sintiéndote completa.
—Huyo de todo, Jungkookie. Sobre todo de lo que más me importa —él abrió sus ojos, asimilando lo que estaba confesándole—. Ya deberías saberlo.
Y, tras responderle aquello, lo dejé descansando.
Había vivido huyendo. Siempre.
Huía de Jae. De sus golpes. De sus gritos. Huía de mis seres queridos por miedo a que salieran perjudicados. Huir era mi costumbre más arraigada. La verdadera pregunta no era si le odiaba, sino si podría escapar de él también. Porque, con cada minuto que pasaba a su lado, esa pesada ancla se hundía más y más en mi pecho.
Te aterra porque con él eres valiente.
🎐🎐🎐
"Answer" ha llegado a los 50k y no puedo estar más agradecida por todo el apoyo que habéis dado a la historia desde el principio 🥺🤧😭
Como agradecimiento, aquí tenéis el capítulo 14. Y ya os adelanto que ando escribiendo el 15, por lo que estará, casi seguro, para finales de la semana que viene. Antes tengo pendiente actualizar "Kazino" xD
Este capítulo ha sido más tranquilo (?) y tengo la impresión de que también un poco más aburrido que el resto, pero me apetecía escribir algo así. Espero que os haya gustado uwu
Haced todo el stream que podáis y escuchad mucho el álbum de los chicos porque es una joyita 🤧
Muchas gracias por estar siempre ahí y por todos los comentarios que me dejáis (tanto en las historias como por privado). Me alegran el día muchas veces 🤧✨
Os quiere, GotMe 💜
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