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13

Yeong

Habían pasado casi dos semanas desde que pisé los pasillos de la universidad.

Jae no se tomó nada bien que aquel hombre se fuera sin firmar el contrato que había pactado, así que yo pagué durante varios días su enfado. No fue muy doloroso, pero sí prolongado. Aquel cabreo le duró demasiado tiempo y tuve que soportarlo lo mejor que pude.

Todavía sentía los músculos algo agarrotados y la cadera resentida. Nada que no se arreglase con unos cuantos días más de descanso. Por suerte, no estaba yendo al hotel debido a las marcas que se aferraban a mi piel, por lo que se podría decir que estaba disfrutando de unas breves vacaciones en las que el único cliente era JaeHo.

Mis clases terminaron con el rugir de mis tripas. Al no querer encontrarme con Jungkook, ni siquiera pude bajar a la cafetería a mitad de mañana para comer algo por miedo a enfrentarme a él.

No sabía nada de él ni de Tae y estaba preocupada por si Jae ataba cabos hasta dar con lo que realmente ocurría, así que decidí no contactar con mi amigo y fingir que había desaparecido de la faz de la tierra.

Sabía que los dos debían estar asustados de que me hubiera pasado cualquier cosa, pero no me veía capaz de llamar ni de dar una simple señal de vida.

Cuando salí del aula, me di de bruces con aquella chica a la que Tae estaba ayudando a instalarse. Recordé su nombre al tiempo que ella me sonreía tímidamente.

—Buenos días, Minsoo —la saludé.

—Buenos días, unnie —se inclinó, respetuosa—. ¿Cómo has estado? No te he visto esta semana por aquí.

—Sí, bueno ... No me he encontrado muy bien últimamente —hice una mueca, rezando por que bastase aquella explicación—. Pero ya me encuentro bien. ¿Y tú? ¿Te has acostumbrado ya a tu horario? Al principio estabas un poco perdida, ¿no?

—Sí —asintió, sonriente—. Gracias a Tae-oppa ha sido fácil.

Me comentó que su día también había acabado y que se marchaba ya, a lo que me uní a ella y salimos juntas del recinto.

Parecía muy buena chica y no dejó de repetirme lo agradecida que estaba con Tae. Incluso después de haberse acostumbrado, él no la dejaba sola si podía. No hacía falta que me lo dijera para creerlo porque Taehyung tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Incluso si él salía perdiendo, ayudaría a todo el que lo necesitara. No mentía al decir que era la mejor persona que había conocido nunca.

—Seguro que él te ayuda encantado. No pienses que eres una carga, Minsoo —le respondí, animándola a pedirle consejos siempre que lo viera necesario.

—Lo sé, pero él tiene mucho que hacer en la delegación y su madre también necesita cuidados ...

Me sorprendió que Tae le hubiera comentado la situación de su madre. Él no solía airear su vida privada a cualquiera y que Minsoo estuviera enterada de la mala salud de la señora Kim me dejó pensativa.

—No lo está pasando muy bien —admití, sintiéndome mucho peor que antes—. A veces intenta hacer más cosas de las que es capaz y no sabe cuando parar.

—Y le admiro por eso —me confesó la chica—. Si él no hubiera estado cuando llegué... Todo habría ido horrible y la verdad es que no sé cómo agradecérselo.

Iba a contestarle a aquellas palabras y, de la nada, mis orbes dejaron de barrer el horizonte de alumnos que salían en esos momentos del aulario y dieron con dos figuras muy familiares.

Al identificar a los chicos, me frené en seco.

No podía verles aún. No sabía qué decirles ni cómo disculparme por haberme esfumado tan repentinamente.

—¿Unnie? ¿Qué pasa?

No se enfadarían. Ninguno de ellos se disgustaría conmigo porque sabían lo delicada que era mi existencia. No me recriminarían nada, pero la vergüenza que sentía por mi comportamiento era demasiado intensa. Necesitaba un poco más de tiempo. Sobre todo con Jungkook.

Él ... Él me besó y esa misma noche se me confesó. Yo ya era consciente de sus sentimientos. No era estúpida y conocía en qué se traducían sus gestos y miradas.

Jungkook se estaba enamorando de mí y la cosa no era muy distinta en mi caso. Por eso creí que poner tierra de por medio serviría. Era una de las pocas medidas que podía tomar para impedir que ese cariño creciera.

—Minsoo, ¿nunca ...? ¿Nunca has sentido que no mereces lo que estás viviendo?

Ella no titubeó.

—Muchas veces, unnie.

Sentía aquella presión en el pecho, comprimiendo mis pulmones y dejándome apenas algo de oxígeno. Era una maldita tortura y verle allí prolongaba y agudizaba esa sensación de odio. Pero, incluso siendo una herida abierta, mis piernas decidieron no moverse y aguantar un poco más el aguacero.

Jungkook, a lo lejos, hablaba con Tae. Había una sonrisa en sus labios y me sentí estúpida por querer observar de cerca a ese chico.

No podía hacerle eso.

—Es horrible, ¿verdad?

Una solitaria lágrima se derramó por mi mejilla, acompañando la triste mueca que mis comisuras mantenían.

¿En qué momento dejé que Jeon Jungkook entrase en mi corazón?

—Sí —murmuró.

—Algunas personas no merecen lo que les toca vivir y ... Da mucha rabia —solté, hablando de mí y de todos aquellos con los que tenía alguna relación.

Si a Tae o a Nam les sucedía algo, no podría resistirlo. Y ahora .. Ahora también estaba él. En realidad, Jungkook corría mucho más riesgo que ninguno. Si hacía un movimiento en falso, si Jae descubría que nos veíamos fuera del hotel ... Todo acabaría y él no era consciente de la temeridad a la que se estaba exponiendo.

Podía enamorarme de él en la distancia. Ese padecimiento no era nada en comparación al desgarro que sentiría si le pasaba algo por mi culpa. Estaba dispuesta a acordonar mi amor si con ello aseguraba su bienestar.

Me mordí los labios, rememorando aquellos besos. La delicadeza con la que me tocó ... ¿Por qué? ¿Por qué la vida me ponía delante eso que más había ansiado siempre? Di por perdida mi maldita felicidad. Hacía años que olvidé lo que era soñar con algo, así que ... ¿Por qué demonios apareció él si nuestra relación era un imposible?

El destino seguía burlándose de mí, como siempre había hecho.

—Unnie ...

Tiró de mi ropa y de esa manera recordé lo que debía hacer.

—He olvidado una cosa —le mentí, forzándome a sonreír para que no sospechara de mi actitud—. Nos vemos mañana a la hora de almorzar, ¿vale?

Ella asintió y se despidió de mí. Viéndola alejarse, decidí salir del recinto por la entrada trasera. Había mucha menos gente en esa salida y evitaría que Jungkook me encontrara. Si Minsoo daba con ellos y les contaba que había estado conmigo, sabía que el muy cabezota volvería a buscarme y no podía dejar que eso ocurriera.

La cobardía siempre había sido una buena aliada para mí y me aproveché de ella una vez más.

Solo serían unos días más. Hablaría con Jungkook y le diría que no podía seguir ayudándole y que debíamos olvidarnos de un final feliz. No funcionaría.

Ya lejos del campus, cogí el primer autobús que pude y me dirigí al lugar que más había visitado esa semana. Necesitaba la soledad y el silencio de una galería de arte. Solo quería adorar los cuadros allí colgados aunque los hubiera visto cientos de veces antes. Era mi terapia. La forma más fiable de desconectar y creerme humana era aquella.

Al llegar a la calle señalada, bajé del vehículo y caminé hasta las grandes puertas de hierro que daban la bienvenida a los visitantes. El recinto estaba vacío a aquellas horas. Los pocos turistas que quedaban, ya salían del salón principal para comer en algún restaurante cercano. La sala estaría deshabitada y mi única compañía serían las magníficas piezas allí colgadas.

Aliviada, canjeé mi pase en la entrada y di las buenas tardes al guardia. Mi cara le resultaba tan familiar que sonrió ligeramente al descubrirme cruzando los pasillos de la galería.

Tal y como predije, el lugar estaba desierto. No había ni un alma y gracias a eso pude respirar tranquila mientras caminaba por el amplio salón de exposición.

Llevaba yendo a aquella galería en particular desde hacía años. Puede que desde antes de que mi vida se viera condenada por Choi JaeHo, pero habían pasado tantas cosas que no lograba recordar el día que visité por primera vez el arte expuesto en aquellas altas y limpias paredes.

Pasé un buen rato dando vueltas y vueltas por el recorrido marcado y, al cabo de un tiempo, me acerqué a la pintura más minimalista de todas. No tenía nada de especial a simple vista, pero en mi mente era muy distinto. Aquella delgada brecha negra que cruzaba simbólicamente el lienzo ni siquiera había sido bautizada por su creador. Era un cuadro sin nombre y, por ende, sin motivo. No expresaba nada en particular y, a pesar de una evidencia como esa, algo dentro de mí me llevaba a permanecer allí horas, observando aquel trazo oscuro.

Puede que sintiera algo al mirarlo. No estaba del todo segura.

La línea rompía la blancura, la armonía de un espacio blanquecino y agradable. Un hachazo que dividía la obra en dos mitades.

—Sigue siendo tu favorito.

Sus palabras me sorprendieron, pero no me perturbó que él hubiera dado conmigo. Al fin y al cabo, era la única persona que sabía de mi obsesión por aquel sitio.

Su chaqueta de cuero rozó mi brazo.

—¿Qué haces aquí, Nam? —le pregunté, relajada.

—Bueno, mi hermana pequeña ha estado ilocalizable desde hace varios días, así que pensé en dar una vuelta por la ciudad para buscarla —me comentó—. Siempre que desaparecías después de una pelea con tu padre venías aquí, ¿recuerdas? Por alguna razón te refugiabas en esta galería y quise probar suerte viniendo.

Sonreí, cansada y agradecida. Él todavía recordaba ese tipo de detalles. Habían pasado más de siete años de su huida y su mente había protegido a la perfección los recuerdos que compartimos antes de que todo se viniera abajo.

Solo se escuchaba un lejano tic tac de las manecillas del reloj que adornaba la entrada de la sala. El pesado silencio nos abrazó durante largos minutos y supe que ambos estábamos visualizando esas tardes en las que la casa se nos caía encima. Los gritos y los golpes eran horribles. El ruido de los muebles arrastrándose y de los platos rompiéndose en la cocina nos seguía persiguiendo, así que los dos sabíamos disfrutar de momentos de sosiego como aquel.

—Cada vez que venías a buscarme, te sentabas en una de esas banquetas del fondo y te pasabas todo el tiempo con un libro en las manos —dije.

—Es un buen sitio para leer —admitió—. Además, creo recordar que esos asientos son bastante cómodos. Creo que también me eché alguna que otra siesta.

Mi sonrisa se ensanchó y él suspiró tan fuerte que no pude evitar escucharlo.

De pronto, su brazo derecho se hizo camino por encima de mis hombros. Relajé mi compostura y terminé acercándome más a él hasta poder reclinar la cabeza cerca de su cuello. La calma que sus brazos me brindaban no era comparable con ninguna otra, así que bajé la guardia por completo y seguí observando el cuadro.

—Me tenías preocupado, Yeong —confesó él.

—Lo sé —me lamenté—. Siento no haberte llamado.

—Tú y tu mala costumbre de pedir perdón por todo —dijo, bromeando—. Aunque creo que esa disculpa no deberías dármela a mí, hermanita.

Comprendí que Tae y Jungkook ya habían hablado con él y que estaba informado de lo que sucedió aquella noche. No quería ni imaginar lo mal que lo debieron pasar creyendo que Jae podría haberme hecho algo irreparable.

—No sé cómo hacerlo —me sinceré, entrecerrando los ojos—. Solo sé decepcionar a los demás, Nam.

—Eso no es verdad y lo sabes —me rebatió, acercándome a su cuerpo con cariño—. La Kim Yeong a la que conozco desde niña siempre ha hecho todo lo que ha podido y más por cuidar de los demás. Incluso si salías mal parada en las discusiones, nunca dudaste en protegerme. Primero con tu padre y después con Jae, así que no hables de decepciones.

Mi cabeza se empeñaba en negarlo porque tendía a menospreciarme, pero Nam no iba muy desencaminado.

—Gracias por subirme la autoestima —le agradecí.

—No, Yeong. No estoy consolándote —puntualizó—. Te recuerdo lo que hiciste por mí a pesar de lo mal que me porté contigo. Te dejé tirada y cuando regresé tú tomaste toda la responsabilidad de aquel jodido contrato para que mi vida no acabara en manos de ese hijo de puta —me encogí al escuchar hablar sobre ese suceso—. Solo quiero que no olvides que eres valiente. Llevas siéndolo toda la vida aunque te niegues a creerlo.

Unos meses después de haberme instalado en la finca de JaeHo, Nam volvió a Corea.

Nunca se puso en contacto conmigo ni trató de encontrarme hasta que su conciencia fue más fuerte y regresó a nuestra antigua casa con la tonta esperanza de que yo le recibiera, sana y salva. Descubrió que el lugar estaba abandonado. Nadie vivía allí desde hacía tiempo y pasó día enteros preguntando a los vecinos sobre mí. Alguien debía de saber dónde estaba su hermana pequeña. No podía haberme esfumado de golpe, sin dejar rastro.

También investigó sobre la desaparición de mi padre, pero aquella búsqueda no dio ningún resultado. Solo había huecos en blanco en esa historia y él se culpaba por haberme dejado allí. Lo primero que pensó fue que me habían matado. Algunos de esos matones con los que papá se relacionaba podían acceder a casa fácilmente y no les habría sido complicado rajarme la garganta de extremo a extremo.

Namjoon me dio por muerta durante varias semanas. Era la explicación más sencilla a mi inquietante desaparición, pero entonces, ya instalado en la capital, recibió una carta a nombre de mi padre. No ponía desde dónde se enviaba ni aportaba la más mínima información sobre la situación de mi padre. Allí solamente le pedía que se reuniera con un tipo que le diría qué hacer.

Nam no entendió qué sentido tenía aquello. Daba igual quién fuera ese hombre con el que debía hablar, él ya estaba suficientemente ocupado intentando abrir una pequeña librería a la vez que seguía insistiendo a la policía para que más encontrasen. Una de esas ocasiones en las que visitó la comisaría, se le ocurrió preguntar por el contacto que mi padre le había nombrado en su carta.

Choi JaeHo.

Namjoon siempre me comentaba la palidez con la que le atendieron tras soltar ese nombre. Todos los oficiales apartaron la mirada y aseguraron que, si ese hombre estaba detrás, no podían hacer más por ayudarle. Incrédulo, dudó sobre lo que hacer. Si ese tipo era tan importante, a lo mejor tenía información sobre su hermana, ¿no? Esa era su esperanza y se aferró a ella hasta el punto de ir al hotel principal de la cadena que Choi JaeHo presidía.

Cuando se presentó ante Jae y le preguntó por mi padre, todo encajó. Jae le dijo que yo estaba viva y que estaba bien gracias a él, pero Nam nunca se fiaba de hombres como ese. El dinero era tan indispensable para ellos que podían matar para preservarlo y los ojos de Choi eran los de alguien cegado por el poder.

Mi hermano exigió verme porque estaba seguro de que me había metido en algún tipo de problema y Jae, consciente de que tenía la situación bajo control y de que Nam haría lo que él dijese, dejó que nos viéramos.

La sensación de alivio que sentí cuando lo ví frente a mí no podía describirse con palabras. Y Jae, presente durante el reencuentro, se dio cuenta de que ese era mi punto débil. Ese que decía ser mi hermano mayor era lo único que podía utilizar para amenazarme realmente.

Si Nam no hubiera aparecido ... Él podría haber escapado. Si no se hubiera presentado en el mismísimo infierno, su vida estaría tranquila. Dándome por muerta, sus problemas habrían acabado definitivamente.

Y, a pesar de la temeridad que hizo al buscarme, el día que lo abracé de nuevo noté esa paz que Jae me arrebató. Solo estaba tranquila con Nam y nunca supe cómo agradecerle que volviera. Era egoísta que dijera aquello. Claro que lo era. No obstante, solo me quedaba él. Permaneció en mi desastrosa vida por su propia voluntad y decidió quedarse después de enterarse de lo que ocurría.

Insistió mucho en que le dejara cambiar esa maldita firma por la suya, pero yo no dejé que lo hiciera. Le rogué a Jae para que no le involucrara en sus ilegalidades y él, como si me concediera un triste deseo, accedió a que Nam quedase al margen de sus turbios negocios. A pesar de su misericordia, siempre que me resistía a sus malditos juegos, me amenazaba con torturarlo.

Jae estaba pleno porque me tenía completamente en sus manos y, de esa forma tan rastrera, consiguió que yo fuera su prostituta de postín sin una sola queja. Me acostaba con quien me ordenaba y pacté tener algo similar a una relación con él. Mi jefe podía tenerme cuando quisiera y yo no diría que no por el bien de Nam. Eso era lo me hacía aguantar tantos golpes y humillaciones.

Si Namjoon era libre en mi lugar, entonces valía la pena sufrir a diario.

Nam me despertó de aquel viaje por mis recuerdos al apretar su agarre un poco más. Yo me recosté contra él, pensativa.

—Solo falta que confíes un poco más en ti misma, Yeong —me alentó—. Puede que no siempre hayas tomado las mejores decisiones, pero esto no está pasando por los caminos que emprendiste. El único culpable es tu padre —me recordó, haciendo que la imagen de ese hombre volviera a mí por momentos—. Tú solo intentaste salir de ahí, pero te dejé sola y nadie podría huir de un tipo como Jae sin ayuda.

—No digas eso, Nam —le pedí, con mis párpados cayendo.

—Es un hecho que me fui. Por eso quiero que elijas bien y que decidas quedarte con alguien que no huya —explicó—. Y los dos sabemos de quién hablo.

La imagen de sus pupilas brillantes y llenas de vida iluminó mis recuerdos como un fogonazo.

—Nam ...

—Estos días me han servido para conocerle un poco mejor —retomó el tema, suponiendo que yo intentaría desviar la conversación— y ahora entiendo por qué le proteges —noté cómo sonreía en el tono de su voz—. Lo envidio porque no sabe lo que es perder a alguien. Ha tenido la suerte de vivir sin tener que enfrentarse a una pérdida cercana, pero, aún así, él tiene miedo a que ocurra. Le aterra perderte, Yeong —dictaminó, seguro de lo que decía—. Puede que al principio tuviera bastantes dudas al respecto, solo que ahora ... Sé que no te dejará. Si se tiene que enfrentar a Jae, lo hará. Ese crío tiene mucha más fuerza de voluntad que yo y es agradable saber que por fin tienes a alguien que daría lo que fuera por ti.

Suspiré, restringiendo mis verdaderos sentimientos.

—Tú has visto lo que Jae le hace a los traidores —dije, con ese miedo trepándome por la boca del estómago—. Nos matará de la forma más cruel que se le pase por la cabeza. Primero iréis vosotros y la última seré yo. Me hará limpiar vuestra sangre y entonces acabará conmigo. Es cruel, Nam —repetí lo evidente—. Es el ser más déspota y carnicero que he visto nunca y ...

—Habla con Jungkook entonces y explícaselo. Solo así verás la determinación que tiene —aseguró mi hermano—. Puede que no haya visto una de las matanzas de Jae, pero es tan insistente que dudo que cambie de opinión. Al igual que Tae. Él tiene una familia de la que ocuparse y todos los malditos días ha venido con Jungkook, pálido por si les daba una mala noticia —apreté la mandíbula, sintiendo cómo se me humedecían los ojos—. No saben realmente dónde se están metiendo. No lo saben. Se lo ha repetido cientos de veces estas semanas, Yeong... Y su respuesta ha sido la misma. Puede que no lo entiendas y te niegues a creerlo, pero yo sí les comprendo. Aunque odies cuando lo digo, es la pura verdad, hermanita —movió la cabeza y besó mi cabello—. Daría mi vida si a cambio tú disfrutas de la tuya, y ellos lo sienten así también.

Saber que ellos me apoyaban era todo lo que necesitaba. Vivía en un infierno, pero sin su presencia yo no habría durado ni un día en aquella cárcel.

—Sois unos estúpidos —afirmé, conmovida por sus declaraciones.

—No te lo niego —se resignó—. Sobre todo mi nuevo empleado. No se cuántas veces van ya, pero no han sido ni una ni dos las ocasiones en las que quiso ir a buscarte. Como si esa fuera la solución —bromeó—. Está desesperado por verte, Yeong.

Mi corazón se quejó, reclamando esa otra mitad que tanto deseaba.

Si yo aceptaba y comenzábamos una relación, todo apuntaba a que acabaría de la peor manera. Por mucho que quisiera estar cerca de él, solo le pondría un puntero en la cabeza para que Jae supiera a quién disparar. Le condenaría. Vendería a la primera persona que había amado en toda mi mísera existencia. Jungkook merecía enamorarse de alguien que pudiera dárselo todo, no como yo.

Yo le abriría las puertas al patíbulo.

El sonido del teléfono móvil de mi hermano interrumpió mis pensamientos. Él, sin separarse ni un centímetro de mí, metió la mano en su bolsillo y sacó el aparato. Le echó un vistazo, cavilando si debía responder a la persona que le buscaba, y acabó por quitarle el volumen y devolverlo a su lugar original.

Namjoon más responsable que nadie, así que fue extraño ver cómo ignoraba aquella llamada entrante.

—Puedes cogerlo —le animé a descolgar.

Tragó saliva y su mirada se clavó nuevamente en la obra que llevábamos largo rato admirando.

—Es Jungkook.

Mis labios se cerraron.

¿Cuántos días habían pasado desde que hablé con él? Saber que era Jeon el que esperaba que Nam respondiera me revolvió las entrañas. Quería escuchar su voz. Mi debilidad por él estaba surtiendo efecto y, por lo tanto, insistí una vez más.

—Responde. No te preocupes.

Nam lo pensó durante unos segundos y, debido a esa espera, su móvil dejó de vibrar. Cuando tomó de nuevo el teléfono, este se iluminó con fuerza para comunicar que Jungkook estaba llamando por segunda vez.

Mi hermano descolgó la llamada y decidí apartarme un poco. No sabía de qué iban a hablar y no quería que me viera como una entrometida.

—Dime, Jeon —dijo Namjoon.

Las palabras de Jungkook eran débiles, así que no pude escucharlas correctamente. Me di por vencida al cabo de un minuto y clavé la mirada en el reluciente suelo del salón.

¿Qué le iba a decir cuando lo viera?

Yo ... No estaba preparada para dejar que alguien me quisiera. Ni siquiera sabía cómo amar a alguien. Sería un maldito desastre y él se cansaría de mí más pronto que tarde. Esa relación no tenía ningún futuro, por doloroso que fuera aceptarlo.

Jungkook debía comprender mi situación.

Además, tampoco podría ser su novia. Mi vida estaba ligada a Choi JaeHo y, al final del día, debía estar a su lado y compartir su cama. ¿Cómo iba él a soportar algo así? Saber que la persona a la que quieres es de otro terminaría consumiéndole. Y una persona tan buena como él no debía pasar por un mal trago de ese calibre.

Jungkook merecía más de lo que yo podía ofrecerle y esa realidad me quemaba el alma. Su felicidad no estaba conmigo.

Nam se despidió y dio por finalizada aquella llamada. Mis ganas por saber qué pasaba eran difíciles de ocultar, pero no le pregunté sobre aquello que habían hablado.

Se guardó el móvil y exhaló una buena bocanada de aire.

—¿No me vas a preguntar?

Me ensalivé las comisuras y negué en silencio.

Namjoon se río y yo me giré para ver la adorable sonrisa que surcaba su rostro. Aquellos hoyuelos que tanto me gustaban habían aparecido, por arte de magia.

Hacía mucho que no le veía sonreír de esa forma tan sincera y abierta.

Su amable mirada me congeló, incapaz de resolver el por qué de su alegría.

De pronto, alargó su brazo y me despeinó suavemente. Yo fruncí el ceño, confundida por su cambio de actitud.

—Sois igual de cabezotas los dos, maldita sea —concluyó burlón.

Deslizó su brazo por mis hombros otra vez y fue llevándome hacia la salida.

—¿Qué mosca te ha picado? —dije, caminando junto a él.

—Nada, nada —respondió—. Vamos. Te invito a comer algo. Estoy muy seguro de que no has comido nada en todo el día.

Y me callé porque sus palabras eran ciertas.

Comimos en el primer restaurante que encontramos. Fue relajante poder compartir aquella comida con Nam. No volvimos a sacar ningún tema delicado y hablamos de la librería y de cómo me iba en la universidad. Fue casi como una de nuestras conversaciones de hace años, cuando vivíamos juntos y su madre todavía respiraba.

Ya eran más de las cuatro de la tarde cuando salimos del lugar.

Nam sacó su teléfono, confirmando que le estaban reclamando en la librería. Un dulce hormigueo que recorrió la punta de los dedos al pensar que él estaba allí.

—Tengo que volver —me dijo, abrochándose la cazadora—. ¿Y tú?

—Creo que iré a las aulas de estudio de la universidad para terminar ...

—No, Yeong —esbozó una cálida sonrisa—. Te estoy preguntando si vas a venir conmigo.

Examiné su semblante, consciente de que él quería que fuera valiente y enfrentara mis sentimientos como correspondía. Algo incómoda, eché un vistazo a la calle, nerviosa por lo que me estaba proponiendo.

—No sé qué decirle, Nam —le fui sincera—. Y no busco mentirle, así que ...

—Sé que es una decisión complicada, Yeong —alegó, empatizando—. No estoy diciendo que le digas algo sobre eso. Solo ... Deberías pedirle tiempo si es lo que necesitas. Además, verte será suficiente para Jungkook. Hazme caso.

Escapar no solucionaría aquello y Nam lo sabía mejor que nadie porque vivió una situación parecida al marcharse de casa. Él me estaba aconsejando porque realmente quería verme crecer como persona. Tenía que plantar cara a mis miedos o acabarían devorándome.

Por eso me marché con mi hermano. El camino hasta la librería lo pasé intentando dar con una explicación que fuera suficiente, pero nada me venía a la cabeza. Todo lo que pensaba era en mirarlo a los ojos y decirle que, hiciera lo que hiciera, ya me gustaba demasiado como para fingir que no era verdad. Nada de mentiras, ¿cierto?

Destrozaría sus esperanzas, pero no le soltaría un engaño sin sentido.

Pocos minutos después, llegamos a la calle y Nam aparcó su coche cerca de la puerta. Yo me bajé, temblando, como si fuera a encontrarme con mi mayor pesadilla.

Mi hermano cerró su coche y fue hacia la librería. Yo, callada, avancé tras él. Levanté la mirada y vislumbré lo que sucedía en el interior del local.

Jungkook estaba tomando unas cajas del suelo al tiempo que hablaba con un hombre. Debía de ser el repartidor de confianza de Nam porque, si no, no habría dejado que Jungkook despachara un encargo importante. Nam era tan meticuloso con su trabajo que me costó creer que hubiera dejado al mando al inexperto empleado que no llevaba más de un mes trabajando.

Su percepción sobre Jungkook había cambiado bastante durante mi ausencia y con eso lo había demostrado.

Jeon le dio las gracias a aquel tipo con una torpe reverencia y, gracias a ese gesto, la caja que acababa de agarrar estuvo a punto de caerse. Yo sonreí al ver aquello.

El repartidor le ayudó a sostener el peso entre risas, a lo que Namjoon meneó la cabeza.

—Es un desastre —aseguró, dejando ver una pequeña sonrisa—, pero me alegro de que te hayas enamorado de él.

—Solo es un desastre a veces —le contesté.

Observamos cómo el tipo se alejaba de Jungkook y él se iba hacia el interior de la librería, desapareciendo entre las últimas estanterías.

—¿Tanto le quieres? —preguntó él, a mi lado.

Respiré profundamente y dije lo que tanto me costaba expresar. Solo era una maldita palabra, pero nunca me había sido tan arduo hablar.

—Eso creo—admití, con la voz rota y los ojos cargados de lágrimas.

—Entonces piénsalo bien, Yeong —me recomendó—. Vuestra felicidad está en juego.

Nam llevaba toda la razón y, como tal, no añadí nada más.

El repartidor salió de la tienda y se detuvo a tener una breve charla con el dueño. Tras ese rápido intercambio de palabras, aquel hombre se despidió de Nam y de mí y volvimos a quedarnos a solas.

Cogió el pomo de la puerta y tiró de este, haciendo sonar el casi inaudible chirrido de las bisagras.

—¿Vamos?

Le miré, ansiosa y aterrada por entrar en el cálido lugar. Di el primer paso al interior, por delante de Namjoon. Dos segundos más y la puerta se cerró cuidadosamente tras nosotros. No había nadie a esa hora de la tarde, así que, al escuchar la puerta abrirse, Jungkook preguntó por la persona a la que estaba esperando.

—¿Hyung? —interrogó, desde el fondo del establecimiento—. El nuevo pedido acaba de llegar y no ha habido ningún problema.

Me agarré de las manos, sintiendo mi corazón latir de la boca. Moverme no sería tan pesado si fuera otro. Si tuviera que hablar con Tae, no estaría tan histérica, pero el que me esperaba tras aquellos estantes era Jeon Jungkook y por su culpa pensé que iba a desmayarme antes de llegar a él.

Nam me dio un suave empujón, suponiendo que los nervios me estaban comiendo por dentro.

—Os dejo solos, ¿vale? Tranquilízate —rozó mi hombro y fue directamente a la trastienda.

—Hyung, ¿puedes ayudarme con esto? No sé si estos libros van en la sección que marca.

Contuve la respiración e hice uno de los mayores esfuerzos de mi vida para ir en su dirección. Podía parecer una tontería, pero la debilidad que sentía por Jungkook era ridículamente inmensa. La responsabilidad a la que me había aferrado todos esos días estaba a punto de esfumarse, pero no había manera de evitarlo.

Al llegar al último pasillo, vi cómo él estaba de rodillas frente a la caja con la colección nueva que habían pedido. Revolvía los tomos, desconcertado por las indicaciones que mi hermano le había dado.

Entonces, con un par de ellos en su mano derecha, se adentró más en la oscuridad y los colocó como yo le enseñé el primer día.

Caminé poco a poco hasta que se dio cuenta de que tenía a alguien detrás.

—¿Puedes pasarme el cuarto de esta serie, hyung? —pidió, sin volverse hacia mí, y yo me agaché para agarrar el libro en cuestión y tendérselo—. Graci ...

En el instante en que vio mi mano ofreciéndole el volumen, su voz se detuvo. Se giró, sorprendido, y su semblante se cargó de un consuelo que me golpeó de lleno. Él respiró con urgencia y los libros que sostenía se cayeron al suelo.

En un veloz movimiento, pudo hacerse con mi cintura y obligarme a caer de rodillas a escasos centímetros de su cuerpo. Estática, me dejé abrazar por él y así noté cómo se hacía diminuto poco a poco. Cómo se empequeñecía mientras clavaba los dedos en mi espalda.

Parecía estar comprobando que estaba allí, que no era una espejismo. Tiró de mí, angustiado, y suspiró.

—Jungkook ... —lo llamé, preocupada por su silencio.

No tuve que decir nada porque, al cabo de un par de segundos, comprendí el motivo de su sosiego. Creí que cuando me tuviera delante me haría decenas de preguntas sobre lo que había pasado esa última semana, pero no fue así.

Jungkook no actuaba como el resto. Si se trataba de mí, sus reacciones eran naturales y efusivas. No había ningún misterio en la fuerza con la que se asía a mi espalda.

Tenues espasmos se apoderaron de su fuerte complexión.

La humedad de sus lágrimas comenzó a embadurnar la zona descubierta de mi cuello y yo no pude frenar la iniciativa de mis brazos, que se escurrieron por sus costados para poder abrazarme a él con la misma impaciencia.

Jungkook sollozó y su mano derecha se adentró en mi pelo suelto, insistiendo en acercarme todo lo posible a pesar de que no había ni un triste milímetro alejándonos. Escondí el rostro en el hueco de su hombro y, mordiendo mi labio inferior, reprimí un quejido de arrepentimiento por haberle hecho sufrir tantos días.

—Jungkook, yo ... —su nombre salió de mí nuevamente, buscando su perdón.

—Ahora no, Yeong —me suplicó, entre sollozos—. Por favor ... Me alegro de que estés bien —yo comencé a llorar, afligida porque lo único que le importaba era verme de una pieza—. Le habría matado con mis propias manos ... De verdad ...

No estaba lista y él lo sabía. No me pidió explicaciones ni me presionó, solo ... Solo lloró en mis brazos, aliviado.

El cariño de su abrazo me hizo algo más valiente.

Fue esa tarde cuando entendí que Jungkook no me hacía vulnerable. Él me insuflaba un torrente de energías inigualables y, pasara lo que pasara, siempre le estaría agradecida por haberme amado incondicionalmente.

No puedo darte lo que quieres, pero ojalá el destino fuera más benévolo conmigo. Ojalá hacerte el hombre más feliz, Jungkook. Ojalá no vuelvas a derramar una maldita lágrima por mí.

Ojalá.





📚📚📚

Aclaro que todavía no están juntos. Ese abrazo simboliza el consuelo que necesitan después de haber estado separados, but de momento todo sigue igual. La única diferencia es que saben que se quieren ✌🏻🤧

Espero que os hayan gustado estos dos capítulos

Os quiere, GotMe 💜

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