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12

Yeong

Aquella jornada marcó el inicio del fin.

Los preparativos del declive de mi vida se fraguaron la noche que la madre de Nam murió al caer por las escaleras de casa. Mi padre fue quien la mató. La empujó, entre gritos e insultos, y ella no pudo evitarlo. El recuerdo de la sangre descendiendo por su cuello, desmayada a mis pies, me impidió dormir el resto de la semana.

Después de llamar a la ambulancia, Namjoon llegó a casa, encontrándose con que su madre estaba al borde de la muerte. Él solo tuvo que verme tiritar de miedo para saber que lo había visto todo y que el único culpable de que aquel desastre hubiera ocurrido era el despreciable de mi padre.

Nosotros fuimos al hospital, esperando una buena noticia, sin embargo, esa misma madrugada uno de los sanitarios que la socorrió en el suelo de nuestra casa nos dio el ultimátum más doloroso de todos.

Recuerdo que solo me preocupaba mi hermano. Él no solía mostrar sus sentimientos, pero sabía lo mucho que quería a su madre. Con lágrimas en los ojos, vi cómo se derrumbaba en el frío pasillo de urgencias. Yo, tonta de mí, traté de calmarlo con un abrazo. Ese consuelo apenas surtió efecto unas horas. Al regresar a casa, él se detuvo en el recibidor. Sus pupilas se clavaron en toda la sangre que tintaba los peldaños y se esparcía por las baldosas como una sombra.

Mi padre, sorprendentemente, decidió quedarse en el hospital para agilizar los trámites pertinentes. Tonta de mí que creí en él y en una bondad que un ser tan diabólico jamás conocería.

Observando a Nam, entendí que le necesitaba y esperé y deseé que él también quisiera mi ayuda.

Temblando, me acerqué a él. En aquel entonces todo me daba miedo y la mirada que había en el rostro de mi hermano mayor me estrujó el corazón de la forma más punzante y arrolladora posible.

—Nam ... —le llamé, ignorando la avalancha de sensaciones que le ahogaban en esos precisos instantes—. Prepararé algo de café, así que ....

—No fue un accidente, Yeong —aseguró él, rechazando mi mano.

Me costaba respirar y la verdad en sus palabras hacía que me lloraran los ojos.

—Nam, yo ...

—¿Por qué has mentido? —y giró la cabeza, regalándome una vista privilegiada de la oscuridad y desesperación que inundaba sus orbes—. Tú estabas aquí y lo viste todo, pero cuando el agente te preguntó ... Solo dijiste que había sido un accidente.

El gesto roto de mi hermano fue devastador para mi escasa estabilidad emocional.

Esa noche cometí el primer error de muchos. Puede que lo que viniera a raíz de ese acontecimiento fuera el karma, asestándome innumerables machetazos por haber sido una cobarde insensible que mintió para proteger a la poca familia que le quedaba en lugar de que se hiciera justicia.

Esa mujer fue como una verdadera madre para mí. Nam lo sabía perfectamente. Y, a pesar de lo mucho que la quise, no pude contar lo que pasó realmente a las autoridades. No pude traicionar a mi padre porque tuve miedo de que él también se fuera de mi lado, al igual que mamá.

Era tan infantil que ni siquiera fui fiel a mí misma y mantuve la farsa con la estúpida esperanza de una niña que aún cree poder reconstruir un hogar que nunca existió.

Los dedos de Namjoon se hundieron en mis brazos, devolviéndome a la realidad que yo misma había elegido.

—¿¡Por qué!? ¿¡Por qué es más importante defender a ese monstruo, Yeong!?

Sus gritos me desgarraron el alma. Esas preguntas eran las de alguien que lo había perdido todo y que no entendía la razón. El Nam sosegado y cariñoso había desaparecido, transformándose en un chico huérfano que me odiaba con todas sus fuerzas.

Ojalá no nos hubiéramos conocido, Nam. Habrías sido feliz y seguirías teniendo a esa madre que te amaba por encima de todo.

—No ... No quería que ... —balbuceé, llorando por la crudeza con la que me hablaba.

Me empujó, enfadado por mi comportamiento. Le había decepcionado y tenía todo el derecho del mundo a echármelo en cara, así que cerré la boca y agaché la barbilla como la chica obediente que siempre se tragaba los gritos, incluso si no iban dirigidos a ella.

—Tú nunca quieres nada. Solo miras y asientes, como una niñata estúpida que no se esfuerza ni piensa por sí misma. Y por lo visto tampoco sientes ni una pizca de vergüenza por tener a un asesino como padre ... Solo seguirás siendo su perrita faldera hasta que te mate también —concluyó, hablando duramente—. Porque lo hará. Mató a tu madre y ahora se ha deshecho de la mía, pero tú eres la siguiente y te puedo asegurar que no estaré aquí para ver tu cadáver. Ya he sufrido bastante por vuestra culpa y no pienso aguantar ni un segundo más en esta maldita casa.

Sorteó el charco reseco de sangre y subió las escaleras como alma que lleva el diablo.

Pensé en ir tras él. Nadie en su situación querría abandonarse a la soledad absoluta. Acababa de perder lo más importante de su vida y yo estaba contribuyendo a que su pena creciera, alimentándose de un dolor innecesario y egoísta.

Proteger a mi padre se había convertido en una costumbre después de tantos años conociendo su modus operandi. Él la pifiaba y yo, de una manera u otra, siempre me veía involucrada en sus problemas. ¿Por qué mentiría una pobre chica de apenas catorce años? Incluso si me atrapaban envuelta en aquel rastrero engaño, sabía bien que mi padre se encargaría de callar a los curiosos. Su actuación era confiable; el hombre que acababa de perder a su segunda mujer por la crueldad del destino. Ese miserable padre que tenía que cuidar de la hija a la que tanto quería.

Nada de eso era real, pero todos lo creían a rajatabla. Nadie dudaba de esa historia. Nadie se preguntó nunca si había un velo cubriendo esa casa y todas las desgracias que en ella sucedían.

Mi vida se estaba desmoronando y no sabía cómo manejarlo. Perder a mi padre era algo inconcebible en esa etapa, pero si Nam me dejaba también ... Probablemente no sabría qué hacer si él se iba. La última luz que quedaba allí se iría para no volver, dejándome sumida en esa mentira que estaba protegiendo a capa y espada.

Quise seguir la estela de mi hermano para disculparme por lo que había hecho. Incluso si eso me alejaba de papá ... Hubo un breve momento de introspección en el que imaginé una vida lejos de ese padre déspota, lejos de ese barrio que tan mal me había tratado. Me planteé la idea de huir también. A veces escapar te hace abrir los ojos y quise creer que podría funcionar conmigo. Si me alejaba de esa casa, puede que ... Solo era una posibilidad, pero, ¿y si había más mundo para mí? Solo conocía lo que mi padre me había querido enseñar y todas esas cosas solo me habían convertido en una niña asustada y dependiente de los demás. Si me marchaba lejos, a lo mejor ...

Contemplando esa posibilidad, los fuertes pasos de Nam retumbaron. Bajó las escaleras, furioso, y pasó por delante de mí, como si yo no estuviera ahí.

En un arranque de valentía impropio de mi personalidad, me apresuré a detenerle agarrando su chaqueta. Él abrió la puerta de casa y se detuvo al sentir mi tirón en su ropa, pero ni siquiera se giró. No quiso mirarme. Le repugnaba hacerlo y no le culpaba por ello. Yo también me odiaba a mí misma por ser fiel a alguien que nunca me había querido.

—No te vayas, por favor —sollocé.

Quería que él se preocupara por mí como siempre había hecho. Namjoon había sido el único apoyo real que tuve en esa casa. Él se enfrentó a mi padre, arriesgándose a ser golpeado y maltratado, si así conseguía protegerme. Nunca dudó en cuidar de mí.

Sin embargo, yo misma había sentenciado el futuro. Por esa maldita mentira todo se fue a la mierda.

—Tú te lo has buscado, Yeong.

Esas fueron las últimas palabras que escuché de Nam en años.

Me dejó, a sabiendas de que no sobreviviría si permanecía cerca de mi padre. Lo supo desde el primer día, pero salió por la puerta con la intención de no regresar.

Esa noche, antes de que papá volviera, esperé junto a la entrada, sentada en un rincón, con la tonta esperanza de que Nam apareciera y me llevara con él. Esperanzas. Siempre esperaba cosas de los demás en lugar de reaccionar y conseguir mis propios méritos. Ese círculo vicioso me consumiría más pronto que tarde porque, tal y como mi hermano mayor dijo antes de escapar, yo me lo había buscado.

Nam no volvió y entendí, entre lágrimas, que había desaparecido de verdad.

Sin haber dormido, al cabo de las horas, decidí limpiar la sangre que quedaba. Mirarla hacía que las tripas se me retorcieran y que quisiera vomitar por lo asquerosa y rastrera que estaba siendo. Había decidido seguir las acciones de mi padre, transformándome en una pequeña copia de ese opresor impertérrito.

Cuando entró en el salón y me vio sentada en el suelo, con la mirada perdida, simplemente pasó de largo. Hizo lo que siempre hacía cuando regresaba a casa; se sentó en su sillón y sacó el paquete de cigarrillos que llevaba consigo desde primera hora de la mañana. Se rascó la descuidada barba y me echó un vistazo, como si estuviera haciendo el inmenso esfuerzo de ponerse en mi lugar, de entrar en mis carnes. Casi simulaba apiadarse de mí.

Prendió la punta del pitillo en completo silencio y observó cómo se consumía. Las cenizas cayeron en su regazo, acompañándome dentro de esa tristeza que ni mi propio progenitor se preocupaba por consolar.

Desdibujando mi existencia, parpadeé.

Odiaba ese humo que expulsaba, sin miramientos. Me inundaba los pulmones, extirpándome el aliento, y esa humareda se me antojaba un auténtico aprisionamiento. Dos manos, incorpóreas, pero innegablemente reales, se escurrían en medio de aquel vapor en un intento por camuflarse y pasar desapercibidas ante mis ojos llorosos. Sentía el ahogo crecer, así que tosí, contrariada.

Esa nube de toxicidad me asfixiaba, cada vez más. Día a día.

Y no tenía ninguna pista de qué hacer para sobreponerme a ello.



🚬🚬🚬



Sumida en aquella monotonía, me las arreglé para ir a clases casi a diario a pesar de verme obligada a gestionar la casa mientras papá hacía de las suyas. Con el tiempo, él dejó de exigirme cosas. Al fin y al cabo, no podía tratarme como había hecho con mi madre y la madre de Nam. Supongo que había algo que le impedía hacerlo, aunque no lo entendiera.

Solía desaparecer durante días. A veces eran semanas. Y, justo cuando pensaba que no volvería, se presentaba, desaliñado y cabreado. Aquel revólver era su mejor compañero y normalmente me lo dejaba para que lo limpiara y le sacara toda la mugre y suciedad que traía.

Solía pensar en las mil y una maneras en que lo utilizaba cada vez que salía de casa. ¿Habría matado a personas con ese arma? Le faltaban balas siempre, pero no tenía ni idea de cómo las empleaba.

Mi vida era monótona y tensa. No estaba segura de qué pasaría al día siguiente. La policía podría llamar a nuestra puerta, dispuesta a arrestar a mi padre por algún delito que yo desconocía. Podrían aparecer matones con los que mi padre tenía que saldar deudas. Eran tantas las posibilidades que, en ocasiones, me costaba conciliar el sueño.

Mi existencia era taciturna e insípida. Pasaba prácticamente desapercibida a los ojos de mi padre, pero seguía teniendo miedo a morir, ya fuera a manos de ese hombre que me tenía por una carga o por alguien que quisiera darle un escarmiento y me podía encontrarme como un buen objetivo.

Su ausencia hacía que mi vida fuera algo más llevadera, por triste que sonara.

Así pasaron varios años. Los gritos apenas estaban presentes debido a que él pasaba poco por casa. Solo buscaba dinero y comida. Hablaba de grandes negocios y de una empresa que le haría rico. Estaba orgulloso de sí mismo. Yo solo callaba y asentía a lo que él mandaba. Actuaba, pero no por decisión propia, y aquella extraña estabilidad no duró para siempre.

Un día, unas semanas después de haber cumplido los diecisiete, papá apareció a la hora del desayuno como si no hubiera estado por ahí más de una semana. Más animado que de costumbre, me comentó que uno de sus negocios iba viento en popa y que, esa misma noche, traería a casa a un hombre muy poderoso que le ayudaría a subir a lo más alto. Me mandó a comprar para preparar algo de buena calidad. Al parecer, el paladar de ese señor solo admitía platos refinados y de primera clase, así que no rechisté y acepté la ingente cantidad de dinero que mi padre me tendió antes de marcharse de nuevo.

¿De dónde demonios sacaba tanto dinero? Nunca me había atrevido a preguntarle de dónde venían esos ingresos ni tampoco por qué tenía que tener un trabajo a media jornada varios días a la semana para costear los gastos de la casa cuando él parecía nadar en billetes. Nunca pregunté y ese fue otro de los errores a los que me tuve que enfrentar más tarde.

Ya no me pegaba. No llegaba gritando ni me despreciaba tanto, por lo que me tragaba todas esas dudas y rezaba para que esa prosperidad se mantuviera durante mucho tiempo. Solo así podría salir de aquel infierno.

Compré carne de primera clase y busqué una forma decente en que cocinarla. Limpié el comedor y aireé toda la casa para que ese maldito olor a tabaco disminuyera un poco.

A lo mejor ese negocio también me beneficiaba a mí. Si papá encontraba una mejor casa, se iría, y en unos meses yo sería mayor de edad. Apenas me faltaban unas semanas para terminar las clases, así que esa opción no era tan descabellada. El pensamiento de alejarme de aquel lugar me generaba una mezcla de terror y tranquilidad inigualable. No sabía si lo haría. Solo ... Esperaría a ver cómo evolucionaban los tratos de mi padre.

El sol se ocultó y yo me preparé para esa visita que tanto beneficiaría los trapicheos que papá traía entre manos. Sin saberlo, estaba dejando entrar al diablo en persona. Un individuo mil veces peor que mi padre. Eso era él. Un lobo con piel de cordero.

Y así terminé de arruinar mi vida.

Cuando llegaron, yo estaba terminando de emplatar todo. Agradecí que aparecieran justo a la hora porque estaba segura de que, si la comida se enfriaba, por poco que fuera, mi padre me mataría delante de los invitados.

Aliviada, dejé el trapo que tenía en las manos y fui a la entrada para saludarles. Sonreí todo lo que pude al identificar a mi padre y, de pronto, choqué con la mirada de un hombre joven muy bien vestido. Llevaba un traje negro y cualquiera podía deducir que era alguien de dinero. Todas mis dudas se esfumaron y comencé a creer que, por una vez, mi padre se había acercado a las personas adecuadas.

—Esta es mi hija —le indicó al desconocido—. Acércate, Yeong.

Me adelanté, obediente. Frente al joven, hice una breve reverencia. Al mismo tiempo, me aferraba al delantal que me había colocado. No quería causar mala impresión.

—Es un placer, Yeong —dijo, educado—. No me dijiste que tu hija fuera tan guapa, Kim.

Y como la tonta adolescente que era, nada acostumbrada a piropos tan básicos como ese, me sonrojé hasta el tuétano. Él se percató y sonrió, satisfecho de que su método hubiera funcionado. Supongo que, en aquel entonces, conseguir algo así para alguien de su calaña era toda una proeza. Burlarse de la chica pobre y poco experimentada era todo un lujo para ese ricachón.

—El señor Choi quería conocerte, así que compórtate —escupió mi padre, avergonzándome.

JaeHo lo planeó todo, incluso antes de conocerme. Él lo manejó a su antojo desde las sombras siempre.

Si ese hombre del que se iba a aprovechar tenía una hija, sus planes serían más sencillos y más fructíferos. Él realmente creyó que podría chantajear a mi padre amenazándome, pero no sabía que yo ya subsistía bajo una amenaza continua.

—Vamos, Kim. Se ve que has criado a una chica con modales —me defendió él—. Soy Choi JaeHo. Es un placer verte por fin, Yeong.

—Igualmente, señor Choi —respondí, hecha un manojo de nervios.

Meses más adelante, me arrepentiría de aquella velada más que de nada que hubiera hecho en toda mi vida. Permití que ese chico me importara y que sus palabras y acciones me afectaran lo suficiente como para darle cierto control sobre mí.

Era una presa fácil para JaeHo. Fui un objetivo más que accesible para él porque había vivido respondiendo obedientemente, sin alterarme ni negarme a nada. Aceptar órdenes formaba parte de mí, lo quisiera o no.

Una niña sumisa que no conocía la verdadera maldad del mundo. El mejor regalo que mi padre le pudo hacer nunca.

JaeHo tenía veintidós años. Era atractivo y simpático, todo lo que una chica que nunca se había enamorado buscaba en su primer amor. Además, tenía dinero y, lamentablemente, yo había crecido en un ambiente en el que tener posibles era bastante significativo. Él nunca se comportó mal conmigo. Cuando venía a casa, se preocupaba por mí y se interesaba en mis gustos. También solía preguntarme por los estudios y, al cabo de un par de semanas, tuve la impresión de que buscaba agradarme.

¿Cómo no caer a sus pies si demostraba el cariño que más me faltaba?

Los psicópatas suelen ser maestros del engaño y yo descubrí aquel detalle de primera mano.

Un día cualquiera, Jae vino a casa después de comer. Mi padre, como era ya una costumbre, llevaba tres días sin dar señales de vida. Al ver al señor Choi en la puerta con una amable sonrisa, mis mejillas se ruborizaron.

—Buenas tardes, Yeong —ladeó el rostro—. ¿Puedo pasar?

—Claro —me aparté, dejándole entrar—, pero mi padre no está ahora mismo ...

Se sacó el abrigo y lo colgó del perchero. Sin abandonar aquella seductora sonrisa, me miró fijamente.

—¿Y quién ha dicho que quiera verle a él?

Oh, mierda.

Agaché la cabeza, sorprendida por ese comentario.

Le invité a tomar un café y él aceptó de buen grado. Quién habría imaginado que estaba a punto de hipotecar el resto de mis días gracias a las malas decisiones de mi padre.

Tras un largo rato de charla, JaeHo fingió recordar algo, como si ese no fuera el motivo que le había llevado a visitarme a sabiendas de que mi padre no estaría presente. Sacó una carpeta y yo presté atención a lo que dijo.

—No sabes cuándo vendrá tu padre, ¿verdad? —negué de lado a lado, dándole la respuesta que esperaba—. Es una pena —hizo una mueca y echó una ojeada a los papeles que guardaba—. No consigo contactar con él y necesito su firma para un contrato.

—¿Un negocio nuevo? —le pregunté, tomando algo de mi bebida.

—Algo así —asintió—. Está bastante ilusionado con todo esto. No es un hombre de muchas palabras, pero estoy seguro de que lo hace por ti. Para que puedas seguir estudiando.

Ya había hablado con Jae de lo importante que eran para mí los estudios. Los sentía como una vía de escape y al mismo tiempo me formaban para poder trabajar algún día de lo que más me gustaba.

Mi madre guardaba algún que otro libro de historia en su cuarto y, a pesar de que el tiempo había pasado, todavía tenía un tenue recuerdo de su voz. Me leía historias de reyes y faraones, mostrándome todas esas pinturas y esculturas que incluían aquellos pesados tomos. Puede que ella hubiera soñado con continuar con sus estudios en algún momento, pero el repentino embarazo se lo impidió y prefirió cuidar de su salud por recomendación del médico. Papá ni siquiera prestaba mucha atención a esas cosas y nunca se preocupó realmente por mi madre el tiempo que ella estuvo en cinta.

No me quedaba ningún recuerdo, por lejano que fuera, de rastros de cariño entre ellos. Mi madre murió cuando yo era muy pequeña, pero la sensación de que ellos se quisieron nunca estuvo ahí.

Si mi madre siguiera viva ... Sabía que las cosas habrían marchado de una forma muy diferente.

Mi padre no se preguntaba por mis notas ni por las matrículas de la preparatoria, por eso las palabras de Jae sonaron vacías a mis oídos. El dinero no se invertiría en mí en abosoluto.

—Está más feliz. Sí —admití, apenada.

—¿Y si firmas tú? Es puro trámite y en realidad solo necesito el apellido para formalizarlo todo —sugirió, después de pensar durante unos segundos.

En un principio, rechacé la propuesta. Era menor de edad aún y no podía firmar documentos de los que sabía nada. Era una temeridad y ambos éramos conscientes de que, si lo hacía a escondidas de mi padre, me llevaría un buen manotazo. Podía ser la niña buena de papá, pero no firmaría algo a ciegas.

—No creo que sea buena idea, Jae —él me había pedido que nos tuteáramos y así lo hice—. Los negocios de mi padre son serios y no quiero que...

—Puedes leerlo antes si quieres —me ofreció el montón de papeles—. Es más, me gustaría escuchar tu opinión sobre los beneficios que hemos pactado —agarré la carpeta por respeto a él, cosa que le satisfago mucho—. Me harías un gran favor con esa firma, Yeong. La edad no es un problema en este caso porque tu padre es el titular indiscutible, así que no pondrán ninguna pega. La gente con la que me junto no suele complicar este tipo de asuntos y yo estoy de parte de tu padre. Créeme.

Como hacía siempre que venía a casa, metió la mano en el bolsillo de su pantalón y cogió un cigarrillo de su cartuchera de plata. Del otro bolsillo extrajo su mechero de nácar y encendió el pitillo.

Ya estaba hecha a los fumadores, pero que Jae fumara era uno de los pocos detalles que me hacían oponer resistencia a esa atracción inevitable a la que me empujaba constantemente.

Ese olor a muerte me hacía retroceder.

Por no llevarle la contraria, abrí el portafolios y leí las primeras páginas, comentando todo lo que me llamaba la atención a petición suya. Eso era lo que pretendía, que me hiciera valer por mí misma y demostrara mis conocimientos sobre economía para que el escaso ego que me permitía tener se inflara en su presencia.

Si parecía que controlaba la situación, creería que no había peligro alguno, tal y como él deseaba. Y así sucedió, puesto que repasé los documentos completos mientras Jae se fumaba un par de cigarros en silencio, concluyendo que no había trampa posible en aquel trato. Era tan fácil de comprender que no sospeché de las auténticas metas detrás de aquel inocente negocio de compraventa de bienes raíces.

¿Por qué querría engañarme? Mis sospechas eran infundadas, por lo que terminé agarrando un bolígrafo para estampar mi firma en el espacio señalado al final del último folio.

—¿Nada más? —inquirí, reordenando el informe.

Él lo tomó, contento por mi colaboración, y se levantó de la silla. Yo me disponía a imitarle al entender que había llegado el momento de que se fuera, pero Jae fue más ágil y se aprovechó de mi guardia baja para plantar un inesperado beso en mis labios entreabiertos.

Con los ojos bien abiertos, observé cómo se alejaba de mí, dejando restos de ese amargo sabor a tabaco en mis comisuras. Sonrió con la mirada y aquella imagen logró que el pulso se me acelerara.

—Me has evitado muchos problemas, Yeong —confesó—. Sabré agradecértelo la próxima vez.

Y esa próxima vez de la que hablaba me robaría más que un beso.



🚬🚬🚬



Después de aquel encuentro con JaeHo, mis sentimientos se dispararon. Estaba confundida porque él era atento y bueno conmigo, más de lo que nadie lo había sido nunca. Esa experiencia me creó sensaciones encontradas. Quería quererle y mi primerizo corazón estaba desbloqueando los picaportes correctos para que el cariño diera paso a algo más.

Expectante por su regreso, empecé a pensar que me estaba enamorando de Jae. Fue una idea estúpida que estuvo anclada a mí por más de una semana. Me emocionaba amar a alguien y ser correspondida, así que esperé.

Esperé otra vez.

La noche que Jae volvió, papá todavía no había pasado por casa. Era raro, sin embargo, estaba tan ofuscada en ese capricho de adolescente que ni siquiera me preocupé lo suficiente.

JaeHo llegó con gesto serio y supuse que había pasado algo.

Le pedí que se sentara mientras yo calentaba algo de té. Había conducido hasta allí por su cuenta y eso era algo que no había hecho hasta ese día. Siempre le acompañaba su chófer, aunque este se quedaba esperando en el vehículo. Pero en esa ocasión no fue igual.

Parecía cansado y enfadado, pero yo no sabía muy bien cómo preguntarle por lo que había pasado.

Bastó con que le diera su taza de té humeante y tomara lugar a su lado para que él comenzara a contarme lo que había sucedido en su último viaje a Japón. Al parecer, unos tipos con los que estaba trabajando trataban de joderle el negocio, poniendo en riesgo todo en lo que había invertido Jae su tiempo esos meses.

Él había tomado la costumbre de venir a casa siempre que el trabajo le hacía pasar un mal rato. Yo le escuchaba y le consolaba en todo lo que podía. La niña educada y simpática estaba ahí para lo que quisiera, así que prefería estar conmigo en lugar de hablar con sus asesores y abogados.

Yo era alguien en quien Jae empezaba a confiar y eso me hacía sentir importante y necesitada.

Habían pasado ya casi dos horas de su llegada y la noche había caído por completo. Nuestra conversación era cada vez más banal y tranquila. Había conseguido que sus nervios desaparecieran y con eso me daba por satisfecha.

—¿Quieres quedarte a cenar? —dije, sonriendo.

Me alegraba saber que estaba mejor gracias a mí y, por alguna maldita razón, quería que siguiera sintiendo esa calma. Si se marchaba, los quebraderos de cabeza volverían a atacarle y la Kim Yeong de diecisiete años enamoradiza no quería que eso ocurriera.

—No puedo —me explicó él, acariciándose el cuello por debajo de la camisa—. Tengo demasiado por hacer aún y deben estar esperándome.

—Está bien —acepté, resignada.

Pero Jae no se movió del sofá y yo sentí sus pupilas clavadas en mí. Mi pulso creció paulatinamente y se disparó en el instante en que él sostuvo mi mejilla. Me vi obligada a mirarle, incómoda por lo cerca que estábamos el uno del otro. A él no le molestaba en absoluto y lo dejó claro con su siguiente movimiento.

De repente, sus labios estaban presionando los míos. Ya no había rastro de la suavidad que recordaba de la primera vez, sino lo contrario. Esa violencia que estaba guardando debido al estrés de sus negocios salió a la luz, petrificándome. No supe qué hacer y por ello dejé que Jae canalizara su rabia besándome.

No había nada de malo en ello porque los dos nos gustábamos, ¿cierto?

Esos furiosos besos comenzaron a lastimarme las comisuras. Ya no era divertido e intenté hacérselo saber al tirar de su ropa, pero él no se detuvo y me agarró de la cintura para que no hubiera distancia entre nosotros.

Al cabo de unos segundos en los que luché por respirar, pude apartarme de él. Su rostro denotaba sorpresa, como si no esperase esa reacción por mi parte.

—¿Qué pasa?

Su pregunta era sencilla y, en mi interior, conocía la respuesta.

"No estoy lista para esto. Aún no."

Ni siquiera había confirmado si mis sentimientos por él eran reales. Necesitaba tiempo y paciencia. Mi vida se basaba en pensar y esperar, ¿cómo podía Jae pretender que estuviera dispuesta a avanzar tan rápido?

No quería que me usara como canalizador de sus frustraciones laborales. Eso no era lo que buscaba en nuestra relación, sin embargo, cuando él volvió a tomar mi barbilla, me di cuenta de que lo que yo pensara no era relevante. Sus deseos eran los únicos importantes.

En contra de lo que realmente quería, él siguió devorándome la boca.

No había amor en su roce, solo desesperación y lujuria. Aquellas acciones me hicieron entrar en razón poco a poco porque era más que evidente que JaeHo no se preocuparía por mis sentimientos. Él era muy distinto a mí en ese aspecto; no le gustaba hacer esperar ni que los demás le tuvieran esperando.

Quería las cosas y las quería en el momento en que se le antojaban.

Todas esas esperanzas que habían nacido en mí sobre nuestra inexistente relación habían sido imaginadas y no llegarían a cumplirse por mucho que lo intentara. Jae era un consumista nato que se dejaba llevar por sus instintos más primarios.

Si tenía hambre, comía. Si quería verme, lo hacía. Si quería tenerme, así sería.

Y nadie, mucho menos yo, podía torcer sus ideales.

El camino ya se había trazado en su perturbada cabeza. Lo supe en cuanto mi espalda chocó con los cojines que adornaban el sofá del salón y él se colocó sobre mí.

—Jae ... Jae, para ... —dije, difícilmente.

No iba a parar.

Los ojos se me humedecieron mientras sus manos se las arreglaban para levantar mi camiseta. Sus fríos dedos reptaron por mi abdomen al tiempo que se acomodaba encima de mi torso.

—¿Por qué? —dijo, tocando la tela de mi sostén—. Estás coladita por mí. Sé que quieres esto más que yo.

No era así. Nunca estuve enamorada de él. No se podía querer a alguien con tan poco. Jae había movido bien sus hilos, nublando mis emociones hasta confundirme. Había jugado con la carta correcta y yo había dejado que la sacara de la baraja como si nada.

Que él hubiera mostrado interés por mi persona no implicaba que le gustara mi forma de ser. Aquellas visitas no querían decir que hubiera caído a mis pies porque nadie en su sano juicio se dignaría a amar a una chica insegura y solitaria como yo. Solo había sido su distracción favorita desde que mi padre nos presentó. Me había utilizado y volvería a hacerlo muchas veces más para su propio beneficio.

Si él salía ganando, no importaba cómo quedaba el otro.

Intenté zafarme de su agarre, pero mi posición era comprometida y él tenía ventaja al haberse ocupado de dejarme inmovilizada.

Noté cómo subía mi sujetador. Entonces empecé a llorar y ese detalle le excitó más. Era un maldito sádico.

—Por favor —le supliqué, empequeñecida y acorralada como un animal al que habían cazado.

El cariño se había esfumado y él estaba mostrando su verdadera cara. Escuchó mi ruego y yo le oí gemir. Una arcada vino a mí. La sensación de sus manos retirando mi ropa interior a pesar de la resistencia que estaba poniendo a ello era abrumadora.

No podía ver con claridad debido a las espesas lágrimas que ese energúmeno había provocado.

—Vamos, Yeong ... —insistió, sacándose el cinturón a todo correr—. Sigue resistiéndote. No sabes cuánto me gusta que me digan que no.

Nunca había negado nada a nadie. Aquella fue la primera vez y no sirvió para nada.

Jae me violó aquella noche, en mi propia casa. Yo misma había dejado que el depredador más despiadado de todos entrara en mi hogar y me arrebatara la poca felicidad que había reunido durante mi triste existencia.

Mientras él se deleitaba con mi llanto y aquellos gemidos de puro dolor, yo entendí la verdad más lacerante. Ví más allá de aquella situación y traté de olvidar que su miembro se estaba hundiendo en mí con brutales embestidas.

Es horroroso comprender que nadie está ahí para ti y que estarás sola hasta el final.

Ese final... ¿Por qué no llegaba? ¿Quién había decidido hacerme tan desgraciada? ¿Era divertido ver cómo me destrozaban física y mentalmente?

No habría justicia ni persona que me ayudara a salir de aquel mundo plagado de monstruos. Solo yo podía escapar, como lo hizo Namjoon.

Nam.

¿Y si él se hubiera quedado conmigo?

¿Jae habría podido hacerme aquello? ¿Se lo habría permitido?

Pensar en aquello fue otra de mis mayores equivocaciones.

Nam había tomado una decisión y estaba escribiendo su vida, lejos de mí y de toda la maldad que me rodeaba. Él no tenía culpa de que estuviera rompiéndome con el paso del tiempo porque, si estaba siendo violada por alguien como JaeHo, solo yo lo había permitido. De forma indirecta, dejé que una persona tan despiadada y egoísta entrara en mi vida. Yo pensé en él. Yo quise verle. Él solo tuvo que emplear algo de fuerza bruta para despojarme de la esperanza restante.

Fui yo la que permitió que él me hiciera aquello.

Culpar a los demás de mis errores no solucionaría ningún problema.

Si no actuaba por mi cuenta, todo seguiría igual. Esa era la cruda realidad y lo que tenía que preocuparme.

Creí que todavía estaba a tiempo de salvarme y de empezar de cero, alejada de toda esa gente que solo se había acercado a mí por interés.

Tardaste demasiado en llegar a esa conclusión, Yeong.

La salvación desapareció de mi alcance el día que firmé aquellos documentos.

—Tengo que irme —dijo, ya levantado y arreglándose los pantalones.

Acababa de propasarse conmigo y solo pensaba decir eso. Evidentemente, para él no era más que un polvo, pero para mí era mucho más. Nunca había estado con un chico y esa primera experiencia había sido horrible. No me respetó y, además, disfrutó doblegándome como el desgraciado que había demostrado ser.

No quería saber más de él. No quería que volviera más. Que se olvidara de mí después de lo que había hecho era lo que pensaba que ocurriría, pero la suerte no estaba de mi parte y él no se cansaría tan rápido de mí.

Me cubrí el pecho, algo conmocionada.

La chica virgen y obediente se había ido. Esa noche cambió mi visión y me obligué a mantenerme firme. Si él presentía que estaba rota, tomaría el control y terminaría de machacarme.

—No me corrí dentro, así que quita esa cara de asustada —explicó, creyendo que mi palidez había sido causada por eso—. Mandaré a alguien para que cambien el sofá y todo arreglado.

Lo que hiciste no se solucionaba con dinero, Jae.

—Vete ya —murmuré, sin mirarle.

Debido a mis palabras, se atrevió a girarme la cabeza, forzándome a observar su semblante cargado de orgullo.

—No voy a dejar que me hables así, ¿lo entiendes?

Y esa declaración me dio miedo.

Cerré la boca y me aparté de él. Sentir un dedo suyo encima me angustiaba más que ninguna otra cosa en el mundo.

No tenía más tiempo que perder conmigo. Debió pensar que me adoctrinaría otro día. Había gente de enormes fortunas que le esperaba y no podía hacerse de rogar ni un minuto más.

—La próxima vez será como tú quieras, Yeong —dijo, antes de salir de casa.

Dio un portazo y un escalofrío me subió por la espalda. Me moví y comprobé que se había ido por fin. El reloj declaraba que habían pasado pocos más de veinte minutos desde la última vez que lo miré. En tan poco tiempo, Choi JaeHo había abusado de mí y de mi estupidez como nadie.

Bajé la vista, encontrando que la tapicería del viejo sofá estaba manchada de sangre. Mi sangre. Apenas sentía el vientre algo entumecido.

De un momento a otro, el llanto se desató de nuevo. Estaba agonizando. No sabía qué hacer. Sentirme perdida era quedarse corta porque realmente no vislumbraba una maldita salida en medio de esa continua calamidad en la que se había convertido mi vida.

No dejaría que hubiera una próxima vez.

Ese fue mi pensamiento principal.

A veces ser cobarde es la mejor escapatoria.

Namjoon actuó bien. Encontró el momento oportuno y huyó para salvarse. Yo debí tomar esa oportunidad también en lugar de quedarme, pero, a lo mejor, aún había una opción. Solo tenía que coger todo lo que fuera de valor para mí y salir de esa casa antes de que acabasen conmigo, tal y como me recomendó mi hermano mayor.

Mi plan era aceptable. Había un gran porcentaje de que saliera como quería, pero tenía que hacerlo rápido o el demonio regresaría.

Tras derramar las últimas gotas, me limpié la cara y subí las escaleras. Toda mi ropa acabó dentro de la antigua maleta de mi madre. Nunca la había tenido que utilizar, pero las cosas iban a cambiar drásticamente. O eso creía.

A las tantas de la madrugada, cerré la cremallera y di por concluida la tarea. Tenía que buscar un sitio para pasar la noche. Esa era mi idea.

Lamentablemente, el problema era mi estado. El sangrado no había sido mucho, pero mi entrepierna ardía. Ese dolor me impedía hacer gestos muy bruscos. Jae no se contuvo ni un pelo y, literalmente, me rompió las entrañas. Ponerme de pie era costoso a esas alturas de la noche y la molestia se acrecentaba con el paso de las horas.

Al final, pensando sobre lo que hacer, me quedé dormida y aquel fue el fallo que me restaba por cometer.

Desperté con el sol golpeando mis párpados cerrados. Las imágenes fueron perpetrando en mi memoria. Un martilleo constante e hiriente que me recordó lo ocurrido antes siquiera de abrir los ojos.

Adormilada, me incorporé en la cama y comprobé que ya era media mañana. No tenía tiempo para descansar si mi objetivo era huir de allí, así que me cambié con la muda que había dejado lista y agarré mis cosas.

¿Qué estaba a punto de hacer?

¿De verdad iba a dejar a mi padre? ¿Era capaz de abandonarle? Más importante que eso, ¿tenía la fortaleza suficiente para escapar de esa realidad que me estaba dejando sin aire?

Apagué las luces del salón y cogí las llaves por inercia. No iba a volver, pero quería llevármelas por si algo sucedía. Esa decisión me había costado la salud y no lograba dejarla ir.

A las once y media, tomé el picaporte de la puerta y la abrí.

Sentí que algo me esperaba lejos de esa maldita casa. Esas paredes me vieron crecer y guardaban los últimos recuerdos de mi madre, pero tenía que aprovechar esa oportunidad. Sabía que, si mamá estuviera conmigo, me habría alentado a ello. Ella sí habría velado por mí y me habría aconsejado con cariño. Su amor fue el que siempre me faltó y buscarlo en otras personas solo me había traído desolación.

Tiré de la puerta, crucé el umbral y un imperioso temblor se apoderó de mis piernas.

Jae estaba bajando de su coche. Le escuché dar una orden a su chofer y entonces se dio cuenta de que yo salía de casa con una maleta en las manos.

Perdí cualquier esperanza al verle. Todo se fue al garete.

Si solo ... Si hubiera sido fuerte, si hubiera salido de madrugada, él no me habría encontrado. No habría dado conmigo y yo habría empezado de cero. Dejar el dolor atrás era una utopía que, en mi caso, no se haría realidad.

—¿Qué haces, Yeong? —él sonreía, pero había maldad oculta en su sonrisa—. Entra, venga.

Me empujó a esa vida de la que intentaba escapar. Me ató a un mástil al cerrar nuevamente la puerta y yo ví en sus orbes enrojecidos que estaba conteniendo las ganas de abofetearme.

—Jae...

—¿Ibas a irte? —preguntó, con los ojos inyectados en sangre—. Está claro que sigues sin entender con quién estás tratando, preciosa —se despeinó un poco, alterado por descubrirme de esa manera—. Incluso si te marchases, te encontraría. Yo no dejo ir las cosas que quiero y tú ya eres mía.

—No soy un cosa —aseguré, aterrada por el tono de su voz—, y menos tuya.

—Eres tan tonta —se burló, riendo—. ¿De verdad no lo ves? ¿No ves que tu padre la cagó al relacionarse conmigo? Ahora todo lo que él poseía, es mío. Y tú entras en ese lote, Yeong.

¿Qué estaba diciendo?

Se metió la mano en el interior de la chaqueta y sacó de ella varios papeles doblados. Los ojeó, casi histérico, y cuando dio con lo que andaba buscando, me lo tendió.

Su mueca de maníaco se estaba hundiendo en mis sienes. ¿Por qué quise involucrarme con un desequilibrado como él? ¿Qué mierda tenía en la cabeza cuando pensé que era una buena persona? ¿Tan fácil era que me engañaran?

Dudé, pero cogí aquel documento y leí lo que había escrito en este.

—Esto... —respiré hondo, incrédula por lo que estaba viendo—. Esto no es real. Lo has manipulado —balbuceé, a punto de llorar de impotencia.

La risa de JaeHo me taladró los tímpanos y se repitió en mi mente durante semanas. Meses.

—Puede que tú me dieras tu firma y yo me haya encargado de que termine en este papelito, pero las condiciones que ves ahí son ciertas. Tu padre se ha largado con una cantidad de dinero que me pertenece a mí, así que alguien debe pagarlo, ¿no crees? —no daba crédito a lo que estaba leyendo y aquello se tradujo en una negación—. "Por la presente, será mi hija, Kim Yeong, quien se encargará de devolver cualquier gasto que el señor Choi JaeHo crea conveniente mientras nuestro trato sea vigente". Y tu querido padre se ha ido del país. Ahora te toca a ti pagar, cariño.

La cifra era tan alta que volví a marearme. No... No podría pagar eso en toda mi vida. Era imposible que consiguiera tal cantidad y saldara la deuda que mi padre había creado. No había manera humana en que yo me librara de ese peso.

—Esto es ...

—Es lo que te toca vivir por ser la niña de papá y creer que él te cuidaría —Jae no dejaba de reír, incluso se le comenzaban a saltar las lágrimas—. Todos sus caprichos no han servido de nada porque, si lo pillo, está muerto. Y lo más gracioso de todo es que, incluso si lo mato y me hago una medalla con sus vísceras, tú eres la única que queda a cargo del gasto principal. Tú firmaste —se mofó, sabiendo que eso no era verdad y que había hecho que mi firma fuera falsificada para poder condenarme— y ahora harás lo que yo quiera porque tienes una puta deuda conmigo de millones —me sujetó de la barbilla, helándome la sangre—. Vivirás por y para mí, Yeong.

—No seré tu criada —intenté zafarme de él, pero no tenía fuerza en el cuerpo.

Ese papel me sentenciaba a una vida de esclavitud. Jae había jugado bien y ganó. Tenía mucha experiencia en el mundo de los negocios y sabía qué trampas y qué señuelos utilizar para coger a alguien por la garganta.

Se había guardado las espaldas. Me tenía. Daba igual cómo se mirara ... Yo ya no era libre.

Todo por aquella maldita firma y por el irresponsable de mi padre. Esas grandes ganancias de las que siempre hablaba cuando se quedaba en casa eran falsas. Todo había sido una artimaña gracias a la que pudo largarse y dejarme vendida. Se había ido.

Me usó e hipotecó. Solo por un cheque de dinero.

—Serás más que eso, Yeong —dijo, acercándose más a mí con esa asquerosa sonrisa bailando en sus labios—. Sé que disfrutaré mucho contigo y que podré sacar provecho de ti. Me pagarás, tranquila. Aunque no creo que saldes esa cuenta hasta dentro de mucho tiempo.

Sus carcajadas acompañaron mis sollozos por un largo rato. Rompí aquellos papeles, como si así se deshiciera todo lo que me acababa de destrozar mi vida. Había copias hechas y, si no cumplía, él mismo se encargaría de buscar absolutamente todo lo que pudiera hacerme daño y amenazarme con ello.

Eso fue lo que Jae dijo antes de llevarme a su coche y arrastrarme con él.

Recordé a Nam y pensé que podían hacerle algo. Él tenía derecho a ser feliz en mi lugar, así que lloré largo y tendido, pero no opuse resistencia. Todavía tenía algo que proteger, aunque mi hermano estuviera en otro lugar. Solo yo debía cargar con esa deuda. Nam estaría al margen de todo si podía impedirlo.

Y así fue cómo me convertí en la prisionera de Choi JaeHo.





🎭🎭🎭

Ahora por fin se entiende y sabéis lo que ocurrió para que Yeong acabara tan mal.

No miento si digo que he terminado llorando al escribir este capítulo porque lo que pasa Yeong es demasiado fuerte, incluso para una historia de ficción como esta.
Aunque quiero recordar que a veces la realidad supera a la ficción.

Añado que mañana o pasado, a más tardar, subiré el siguiente capítulo. Se podría decir que será como un "especial" en compensación por haber estado tantos meses sin actualizar la novela

Explicar esto era necesario para que comprendais por qué Yeong se niega a querer y a ser querida. No confía en nada ni en nadie y le va a ser muuuuuy difícil aceptar que necesita dejar atrás el pasado para poder ser feliz con Jungkook 😔🤧

De todas formas, en el siguiente capítulo explicaré cosas sobre Nam y lo que pasó a raíz de que él volviera con Yeong ✌🏻

En esta parte, como veis, Jungkook no aparece mucho (en la siguiente tampoco demasiado) porque Yeong sigue siendo la protagonista de la historia y es necesario que hable de sus sentimientos y del dolor que alberga dentro. Nuestro JK precioso queda en segundo plano ahora mismo 😬

Gracias por el apoyo y por los 55k de "Noona" 😭🤧

Os quiere, GotMe 💜

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