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11

Jungkook

JaeHo me acompañó hasta la salida, consciente de que intentaría volver con Yeong si me dejaba la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, fue inteligente y se inventó la excusa de que Yeong debía ocuparse de otros asuntos el resto de la noche.

No podría verla.

Me iría a casa sin saber de su estado y aquello dolía más cualquier otra cosa.

En mitad de la calle, me desabroché un par de botones de la camisa. Me estaba agobiando bastante y me costaba respirar.

Si Jae le hacía algo por habernos encontrado de la forma en que lo hizo, no me lo perdonaría. A mí, al menos por el momento, no se atrevería a tocarme. Había motivos suficientes para mantenerme de una pieza. Le interesaba tenerme de su lado, así que no me daba miedo que se pusiera en mi contra. Todavía me quedaban bazas que usar antes de que eso sucediera.

Sin embargo, Yeong no tenía nada que la salvara. Estaba completamente sola y yo, a pesar de tener algo más de control, tampoco podía interceder por ella.

Era horrible verse tan inservible.

¿Qué había conseguido besándola? ¿Acaso importaba realmente que me estuviera enamorando de Yeong? El amor no nos iba a ayudar. Inscluso si ella pareció aceptar mis sentimientos por unos escasos segundos, no bastaba para celebrar algo. La situación no auguraba nada bueno y apenas empezaba a lamentar mi atrevimiento.

No quería que tuviera más problemas por mi culpa y presentía que se avecinaban muchos las próximas semanas.

Lamentarme no iba a hacer que ella estuviera a salvo, por lo que dejé que el sofoco me envolviera mientras caminaba hasta mi coche. Subí al auto y arranqué, pero me frené y medité qué hacer.

Aquel desastre sucedería, quisiéramos o no. Yo lo había iniciado todo con aquel beso y me culparía durante mucho tiempo, pero recordaba perfectamente los escalofríos que la sacudieron cuando nuestras bocas se fundieron en una sola. Con aquella imagen en la cabeza, tuve que hacer un enorme esfuerzo por no sonreír. Porque ella no me rechazó. Podría haberme alejado con un simple empujón y yo nunca más habría intentando algo. Me habría contenido por el resto de mis días, pero lo permitió y se sintió como una agradable brisa en medio de aquel abrasador infierno.

Clavé los incisivos superiores sobre mi labios, tratando de controlar la emoción que me llenaba el alma.

Dentro de todo ese desastre, todavía podía rescatar un pequeño atisbo de felicidad. Mi mayor miedo no se había cumplido y, aunque más adelante Yeong alegara que fue un mero desliz, sabía que sentía algo por mí. Aquel se convirtió en el único consuelo que pude permitirme. La única esperanza que logré mantener a partir de ese día.

Incluso si Yeong me lo negaba, estaba seguro de lo que había pasado entre nosotros y ni siquiera ella podría hacerme creer que no fue importante. Sentir su entrecortada respiración a las puertas de mi boca me brindó más de lo había imaginado. La forma en que sujetó mi ropa para sostenerse explicó la angustia por la que estaba pasando y cuánto necesitaba un apoyo. Y, siendo más egoísta que nunca, quise ser aquel soporte para ella. No tenía por qué cargar con todo sola. Empezaba a conocerla más de lo debido y, poco a poco, comprendí que Yeong podía vivir con todo ese sufrimiento a sus espaldas. Claro que podía, pero me dolía tanto saber que lloraba y se resquebrajaba sin nadie a su lado que me decidí por desafiar el orden establecido.

Estaría allí para cuando me necesitara y la valoraría como nadie más lo hacía.

Después de conducir por unos diez minutos, decidí no volver a mi piso y, en su lugar, ir a casa de Tae. Él podía localizar a Yeong o hablar con ella y tenía que contarle todo. Estaba más perdido que antes y su consejo me sería útil, como siempre.

Aparqué el coche en la acera de enfrente y corrí a su portal. Allí, pulsé el botón de su telefonillo correspondiente. Justo después de hacerlo, lo lamenté. Sus hermanos debían de estar dormidos a esas horas, pero estaba tan nervioso que ni siquiera lo pensé a tiempo.

Saqué mi móvil para avisarle de que era yo quien andaba molestando a la una de la madruga, sin embargo, su voz surgió de pronto del aparato.

—¿Sí?

—Tae, soy yo. Es importante —le dije, conciso.

¿Le ha pasado algo a Yeong? —me preguntó, alarmándose.

Yo esperaba que no fuera así, pero ya no estaba en mis manos impedirlo.

No pude darle una respuesta, pues desbloqueó el seguro de la puerta, dejándome pasar a su edificio. Tenía tal ansiedad que no fui en dirección al ascensor, sino que subí a toda prisa los pisos por las escaleras.

Al llegar al de Tae, casi no tenía aliento. Él ya estaba esperando con la puerta abierta. Apenas salía algo de luz de su casa, pero pudé ver perfectamente el gesto que tenía cuando me vio aparecer. La preocupación tintaba sus facciones y, nada más verme, se irguió.

—¿Qué ha pasado? —inquirió.

Yo entré, respirando con fuerza por el esfuerzo. Me quité los zapatos y Tae cerró la puerta sin hacer ruido.

Tragué saliva, apoyándome en su pared. Habían pasado demasiadas cosas en las últimas dos horas y tendría que explicarle todo con cuidado para que no se alarmara de buenas a primeras.

—¿Yeong te ha llamado?—fue lo que salió de mi boca.

Tae me analizó a conciencia y acabó negándolo.

—¿La has visto? ¿Qué ha ...?

—Fui al hotel por un compromiso que tenía con JaeHo y me enteré de que pretendía hacerle algo. Parecía bastante enfadado y estaba más que claro que quería desquitarse con Yeong —le confesé—. Así que fui con ella y acabé ... Acabé besándola.

—¿Besándola?

—Sí —murmuré, revolviéndome el cabello.

—¿Por qué?

Podía decir mil excusas a esa pregunta. Había una interminable lista de respuestas que tendrían sentido para los dos, pero solo necesitaba soltar una de ellas.

Apoyé la cabeza en la pared y fijé la vista en el techo de la casa de mi mejor amigo.

—Porque no quería que le ocurriera nada —admití, con la garganta seca y el corazón bombeando demasiado rápido—. Me estoy enamorando de ella.

Inspiré hondo, intentando calmar aquel nerviosismo que me perseguía desde que la dejé en esa cárcel invisible.

La mano de Tae, me devolvió algo de cordura. Él apretó mi hombro, a lo que me erguí, tomando con una suave sonrisa en su somnoliento rostro.

—Ya lo estás, Jungkook —dio en el clavo y, al ver la verdad reflejada en mis ojos, permitió que su sonrisa creciera aún más—. Igual que la terca de Yeong.

Esas palabras deberían haber sido un alivio para mi ánimo. Deberían haber alejado todo el pesimismo que albergaba dentro, pero no lo hicieron y mi mejor amigo vislumbró ese maldito miedo en mis pupilas.

Con una mueca en los labios, miré a Taehyung fijamente.

—¿Y qué? No soluciona nada, Tae.

El sentimiento que había nacido en mí no era suficiente. Amarla no la salvaría de su lucha y aquello era lo más dolorosa de nuestra historia.

Porque, precisamente, el amor era algo prescindible que no parecía estar a nuestro alcance.

—Creéme —reiteró—, eso hará que ella no se hunda.

Y creí tan fervientemente en aquella afirmación que me obligué a mantenerme firme.

Cuando las cosas se volvieran en su contra, yo tendría que estar ahí y Tae tenía razón. Si ella leía el miedo en mis acciones, solo entorpecería en sus prioridades. No quería que Yeong me viese como una carga más a la que proteger. Aunque no fuera capaz de estar con ella a todas horas, intentaría no entorpecer y estar a su lado.

—Pasa. Haré algo de té para que te relajes —dijo Tae, apartándose de mí.

Lo seguí a través del apartamento y me disculpé con él por presentarme tan tarde. Le restó importancia, asegurando que sus hermanos no se despertarían por mucho trasiego que hubiera en la casa.

Ambos nos sentamos mientras la bebida terminaba de calentarse.

Los minutos pasaron mientras comentábamos y analizábamos los obstáculos que impedían la libertad de Yeong. Todo eran dificultades y caminos sin salida, pero hablarlo con Tae me ayudó a pensar con más claridad. Ojalá ella se abriera un poco más. Podríamos encontrar una solución si Yeong nos explicaba sobre lo que pasaba con Jae, no obstante, tendríamos que insistirle mucho hasta que eso sucediera.

Pasó más de una hora. Tae y yo debatíamos qué hacer, puesto que ella no daba señales de querer contactar con él y la idea de llamarla no era viable. No teníamos ni una sola pista de qué había ocurrido entre Jae y Yeong después de que yo dejara el edificio, así que no sabíamos si estaría con ese demonio. Si él veía que Tae la buscaba, las cosas podían ponerse mucho peor.

Entonces, como si Yeong hubiera percibido la desesperación que nos estaba atormentando, el móvil de mi amigo comenzó a vibrar sobre la mesa.

Yo me quedé quieto, asfixiado por la incertidumbre, y él dejó la tetera en la encimera. Al hacerlo, estuvo a punto de quemarse la mano, pero la necesidad de saber algo más era mayor y se apresuró a agarrar el teléfono.

Sus ojos cambiaron ligeramente, adquiriendo una pizca de la calma que tanto necesitábamos esa madrugada.

—¿Es ella? —pregunté, levantándome de la silla.

Tae asintió y descolgó para atender la llamada de Yeong mientras yo me acercaba a él.

Las ganas de escucharla y comprobar que estaba bien eran demasiado intensas. Me pegué a Tae para escuchar lo que dijera, pero él se encargó de poner el altavoz para que yo me enterara de todo.

Con miedo a hablar, se atrevió a preguntar por ella.

—¿Yeong?

Durante unos segundos, no se oyó nada. Parecía que no había nadie al otro lado de la línea a pesar de que la llamada seguía en curso. No se escuchó ni un miserable ruido, preocupándonos a los dos.

Aquel desagradable silencio se rompió d repente con un profundo suspiro.

—¿Tae? —dijo ella, apaciguando el miedo que me recorría las venas—. Siento llamar tan tarde.

—No te preocupes. ¿Estás bien? —preguntó.

Ella carraspeó con la intención de aclararse la voz. No estaba hablando muy alto, así que supuse que no tenía mucho tiempo. Probablemente él estuviera cerca y no quería que la escuchase al teléfono.

—su voz iba decayendo.

—No lo parece, Yeong —añadió Tae, mirando fijamente el aparato.

No nos resultaba difícil imaginar su estado. Hablaba con algo de miedo a ser descubierto, lo que significaba que no estaba a salvo y aquello me enfureció en sobremanera. Apoyé el puño en la mesa y apreté la mandíbula todo lo pude.

¿Has ...? ¿Has hablado con Jungkook?

Su pregunta nos dejó sin aliento. Yo... No pensé que buscaría a Tae para averiguar cómo me encontraba yo. A mí no me pondrían un dedo encima y Yeong lo sabía a la perfección. Debía preocuparse por sí misma, no por mí. Ella estaba en constante peligro viviendo con JaeHo, lo mío ... Lo mío solo eran negocios.

La garganta se me cerró en el momento en que Tae giró la cabeza, observándome.

—¿Por qué lo dices?

Estuvo hace unas horas en el hotel y ... —dudó antes de seguir relatando—. Se marchó con Jae, pero él no va a decirme si le ha hecho algo y no sé cómo está. Pensé que podría haberte dicho algo.

—¿No has intentado llamarle tú? —Tae le devolvió una nueva pregunta.

No debo hacer eso, Tae. Ya lo sabes —la voz se le quebró y mis ojos se cristalizaron en un instante.

Ahí me di cuenta de que estaba llorando. Por eso había pausas tan largas entre sus respuestas. Ella trataba de controlarlo, pero los impulsos del llanto la traicionaban por momentos. No era capaz de aguantarlo, por mucho que insistiera.

Estaba destrozada.

Habían pasado horas desde que nos separamos y ella apenas había logrado escabullirse de la vigilancia a la que estaba sometida para llamar a Tae. Ni siquiera quería desahogarse con él. Solo había marcado su número para saber si estaba de una pieza aún.

¿Era esa la primera vez que lo hacía? Porque ... Tenía la maldita sensación de que Yeong había velado por mí durante las últimas semanas. Todo sin que yo lo supiera.

—¿Qué te ha hecho? —Tae volvió al ataque, decidido a sacarle algo de información—. Estás llorando, así que no me digas que...

—Ya no lloro por eso, Tae.

Su sinceridad me estrujó el corazón.

Estaba tan acostumbrada al maltrato que no gastaba más lágrimas en ello. Se había vuelto algo habitual y común en su vida. Recibir unos golpes no bastaba para que Yeong se rompiera, pero estaba al teléfono, conteniendo unos sollozos que la estaban matando.

—Noona, tampoco debes llorar por mí —le pedí, cabizbajo.

No dijo nada después de escucharme y yo cerré los ojos, imaginando su compungido gesto y las espesas lágrimas que seguramente se deslizaban por sus mejillas mientras sostenía su móvil.

Quería abrazarla y prometerle que todo mejoraría aunque fuera falso. Consolarla era lo único que quería. Necesitaba que se aferrara a mí para poder soportar aquel dolor que la estaba lapidando en vida. Tenía que hacer algo más que escucharla llorar porque aquello la consumía demasiado rápido. Jae acabaría con ella y yo me negaba a ser un espectador.

Yeong sollozó.

—¿Qué debo hacer entonces? —preguntó, algo enfadada—. Eres un estúpido ... No tenías que venir ni exponerte de esa manera, ¿comprendes? Enfrentarte a Jae no es una solución y tú ...

—No quería dejarte sola —confesé, incapaz de escucharla tan dolida.

Y yo no quiero que seas su nuevo objetivo —soltó, y mis orbes se agrandaron.

¿Estaba ...? ¿Estaba aceptando mis sentimientos y revelándome los suyos?

—Pero ... —titubeé, frenando cualquier tipo de ilusión.

Me da igual lo que haya pasado entre nosotros, Jungkook. No puede ser y tienes que entenderlo.

No le daba igual. Ese rechazo tenía un claro motivo que yo podía llegar a respetar, pero no a costa de su felicidad.

—No es justo que te engañes a ti misma, Yeong —repliqué.

—Entonces ... ¿Me estás diciendo que espere sentada a que decida cómo deshacerse de ti? ¿Eso quieres? —la indignación impregnaba el tono de su voz, al igual que el sufrimiento por estar rechazando sus propios deseos—. No voy a dejar que actúes como un suicida.

Ella no entendía que daría mi vida si así la liberaba. No lo entendía y lo negaría siempre. Incluso si la única escapatoria que le quedaba era mi muerte, Yeong rechazaría ese camino una y otra vez porque no quería hacerme daño.

—Así que me estás ordenando que no haga nada y mire cómo acaba matándote a ti, ¿no?

Fui más directo y cortante de lo que pretendía, pero ella tenía que saber también mi mayor miedo.

No quería presenciar cómo Jae jugaba con ella, destrozándola hasta que llegara el día en que decidiera acabar con todo. La exposición a la que esaba sometida Yeong no era explicable, ni para mí ni para Tae.

Mi frustración estaba más que justificada y, en el fondo, ella era consciente. Por eso se detuvo y la agresividad con la que me estaba hablando descendió de pronto.

Jae no me matará —afirmó.

—¿Y quién garantiza eso, Yeong? Ni siquiera tú sabes cuándo se le cruzarán los putos cables —dije, irritado y molesto por lo poco que se valoraba—. No lo tienes bajo control. Es demasiado volátil y podría hacerte algo que...

Recordaba todas las cicatrices que había encontrado en su piel y podía imaginar otras muchas que ni siquiera conocía. Y eso podía acabar el día en que Jae se cansara de ella. Tenía el poder de hacerle cuanto quisiera y, si una noche tomaba un cuchillo para rajarle la garganta, le provocaría una herida incurable.

Yeong convivía con ese miedo desde hacía años. Podía verlo en sus aterrorizados ojos, pero ella se empeñaba en aguantar creyendo que el final todavía estaba lejos.

Tae —él se incorporó al instante—, procura que no haga ninguna estupidez.

—Yeong, escúchame —intenté detenerla.

Iba a huir. Otra vez.

—No podré ir a clase esta semana —aseguró.

—¡No me alejaste! ¡No lo hiciste! —grité, con un par de gotas desbordando mi mirada—. Si tanto querías protegerme, debiste haberme rechazado en ese maldito momento —le recriminé, clavándome las uñas en la palma de mi mano para reprimir la rabia—. Y no lo hiciste.

Sabía que Tae me miraba, estupefacto.

Yo nunca perdía los estribos. Tenía la magnífica capacidad de reprimir los impulsos a mi voluntad, sin embargo, aquello comenzaba a superarme. No quería que Yeong me escuchara gritar y, mucho menos, que se sintiera presionada a darme una respuesta. No quería eso.

Me excedí y, dos segundos después, comprendí que había cruzado uno de sus límites.

Es verdad —me dio la razón, con voz monótona—. No lo hice porque estoy desbordada. Pensé que podía controlar también mis sentimientos, pero no puedo. No es tan fácil —dijo, rompiéndome el alma—. Y lo siento.

Ella cortó la llamada, dejándome estático.

Yeong acababa de contestar a todas mis dudas con unas pocas palabras.

Se estaba desmoronando y mi atrevimiento la dejó tan indefensa que no supo cómo reaccionar. Ella quería ese beso tanto como yo, pero se estaba obligando a no anhelarlo para evitar que nos embarcáramos en una nave que estaba destinada a naufragar.

Me quería, y era ese amor el que la empujaba a alejarse de mí.

Sentí cómo la cabeza me daba vueltas, así que alargué el brazo para agarrar la silla y volví a sentarme.

El ácido rechazo me corroía las entrañas, devorando todas la esperanzas que había creado para nosotros. Era tan doloroso que quise arrepentirme y maldecir, pero no había sido un error. Enamorarme de Yeong no era un problema, por mucho que ella quisiera demostrarme lo contrario.

Si podía hacerla feliz, no había dolor suficiente que me hiciera parar. Si era posible hacerla sonreír de nuevo, como aquella vez en el museo, no iba a desistir.

Sorbí mi nariz y traté de limpiar las lágrimas que me adornaban el rostro.

—Jungkook —me recompuse como mejor fui capaz y me giré hacia él, encontrándolo con la mirada perdida y los orbes humedecidos—, no la dejes sola, ¿me oyes? —dijo, horrorizado—. Ni se te ocurra tirar la toalla con Yeong aunque se comporte así. Ni tú ni yo tenemos ni idea de cuánto te va a necesitar —se agarró al borde de la mesa, conteniendo las maldiciones que ardía en deseos de escupir—. Porque lo va a hacer y ... Y cuando colapse, tienes que estar ahí —estaba asustado por lo irracional que Yeong era y entendía sus temores—. Ni siquiera sé cómo manejar esto.

Yo tampoco sabía qué hacer.

—No la voy a dejar, Tae —negué—. No puedo.

De seguro ella estaría en algún lugar, sola, derramando hasta la última gota de dolor por no poder corresponderme de una forma sana. Todo en esa relación que habíamos creado invitaba al fracaso, pero quería tragar esa amargura con tal de estar con ella.

Ni yo mismo sabía cuánto necesitaba consolarla esa noche y escuchar su llanto.

Era enfermizo que quisiera buscarla y llorar a su lado. La dañaría más aún y no lograría apaciguar su malestar.

El sentimiento de culpabilidad lo llenó todo, acompañando al débil alivio que surgió tras entender que Yeong sentía por mí algo demasiado fuerte como para ser reprimido.

Aquel resquicio de luz impidió que perdiera la paciencia. No iba a abandonarla a su suerte. No. Eso no ocurriría.







🎴🎴🎴

Este capítulo iba a ser más largo en un principio, pero creo que era necesario una perspectiva de Jungkook completa, justo en el momento en que entendiera lo mal que lo estaba pasando Yeong al controlarse.

Además de que hacía ya como tres meses que no actualizaba Answer y tenía muchas ganas de continuar con la historia xD

No tengo mucho más que añadir. Solo espero que os haya gustado y que espereis el siguiente 😊

Por cierto, acepto propuestas de qué podría hacer para los 3k de seguidores. La cifra cada vez está más cerca y sigo sin saber cómo agradecéroslo 😅

Os quiere, GotMe 💜

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