08
Yeong
—Tae ... Ya estoy aquí —dijeron con voz desganada.
Inesperadamente, la figura de Jeon Jungkook me hizo abrir los ojos como platos. No esperaba que pudieran interrumpirnos en un momento tan frágil, y, mucho menos, que fuera él el intruso que detuviera mi confesión.
Tae, igual de sorprendido que yo, se inclinó hacia el borde del sofá. Quería llamar a Jungkook para explicarle lo que ocurría.
—Jungkook ... —dijo Tae.
Sin embargo, su amigo no miró hacia nosotros, sino que siguió su camino como si nada, en dirección a las habitaciones, igual que un zombie.
—Sé que te dije que vendría más tarde, pero me arde la cabeza ... ¿Tienes algo que me deje dormir de una vez? Me quiero matar ... —lloriqueó un poco.
Y, con las mismas, se metió en la habitación de Tae y empujó la puerta tras él, sin llegar a cerrarla.
Perpleja, lo miré. Él se levantó del sofá, murmurando algún tipo de maldición hacia Jeon Jungkook que no logré escuchar del todo.
—De acuerdo ... Vuelvo en cinco minutos. La farmacia está en la calle de al lado, así que no tardaré, ¿vale? —me insistió, agarrando su cartera y el móvil por si acaso—. No te muevas de aquí, Yeong.
Realmente lucía apurado por todo. No me iría de su casa y él lo sabía. No después de estar a punto de contarle todo hasta el final. No podíamos posponer aquella conversación ni por un día más.
—No ... No me muevo, Tae —le respondí, viendo cómo salía a todo correr de casa, dejándome con la palabra en la boca.
Miré de nuevo hacia el hacia el pasillo y todo cobró sentido de golpe. Las lágrimas rebasaron mis ojos y empezaron a caer descontroladas por mis mejillas.
No llegué a decirle nada de verdadera importancia a Tae, pero no lloraba solo por eso. Era obvio que la tensión que albergaba mi estómago estaba influyendo. Uno de mis mayores miedos era ese. Desvelarle mi desastrosa y observar la pena y el dolor en sus ojos sería desolador.
Aunque, el último empujón que necesitaba para romper en llanto fue entender que Jungkook estaba enfermo. Su voz no había sonado como siempre y la razón era esa.
Optó por dejar que yo me secara aquel día, pero él ni siquiera lo hizo correctamente porque tuvo que llevarme con Namjoon. Había pillado un maldito resfriado por mi culpa, por querer cuidar de mí y descuidar todo lo demás, incluyendo su salud.
Maldije su altruismo y también mi egoísmo. No todo giraba en torno a mí y él ahora estaba enfermo por querer echarme una mano. Yo debí impedírselo. Debería haber frenado todo cuando todavía era capaz, pero ahora ... Mierda, ahora solo quería ir con él y cuidarlo.
Era ... Era la única manera que se me ocurría para devolverle el favor.
Tae llegaría en menos de cinco minutos. Se daría prisa por regresar y continuar con lo que teníamos pendiente, pero no estaba psicológicamente bien para concluir lo que, de alguna manera, había comenzado.
Dejé ir un sollozo y me puse en pie.
No me encontraba en mis plenas facultades, pero no iba a marcharme. Tae estaba esperando a que me abriera de un maldita vez, dejando a un lado todo el bochorno que me provocaría hablar de mis problemas y desgracias.
Casi sin darme cuenta, empecé a aproximarme al pasillo por el que Jungkook había desaparecido.
No podía hacerlo sola. Eso era un hecho. Tampoco quería pedirle ayuda a Jeon, pero la cobardía me estaba matando.
Así que, limpié mis pómulos con el dorso de mi mano y fui hasta la habitación de mi mejor amigo. No lo medité, solo empujé la puerta y el chirrido de esta hizo gruñir a Jungkook.
Dejarme llevar por ese impulso no solucionaría nada en realidad, pero lo necesitaba. Hacía tiempo que no admitía algo con tanta vehemencia y me alegraba de que la vergüenza no fuera suficiente para frenarme en esa ocasión.
—Tae ... ¿Puedes traerme un vaso de agua?
Jungkook, tirado en la cama, había dejado caer el brazo sobre su rostro. No me vio entrar y yo pude avanzar hacia él sin que lo supiera. La idea de dar media vuelta y esperar a Tae sin más era tentadora, pero mis piernas se movían solas y no quería contradecir sus acciones.
Sin decir nada, me senté a su lado en la cama. El peso de mi cuerpo lo hizo reaccionar y alejar ligeramente el brazo de sus ojos. Cuando me vio, se incorporó deprisa. Mi presencia era un elemento que no entraba en sus posibilidades, sus pupilas, exaltadas, lo gritaban con extrema claridad.
—Noona ... ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo ...? —preguntó Jungkook, completamente desorientado por mi aparición.
Lo iba a complicar todo. No quería involucrarlo más en mis asuntos, pero el corazón me exigía hacerlo y las fuerzas que me quedaba no bastaban para detenerme.
—¿Estás enfermo?
Jungkook no dijo nada. Yo no me atrevía a mirarlo, por lo que esperé a que él mismo se diera cuenta de mi posición.
Sentí cómo se revolvía en la cama, sentándose adecuadamente. Yo, al estar de espaldas, no vi su gesto, pero podía imaginarlo.
—Sí —dijo, en voz queda—, y no es tu culpa. Ayer cogí algo de frío y ...
Me iba a echar las culpas, incluso si no era por mí. Jungkook se percató de ello y dejó las explicaciones. No serviría. En mi vida, pocas cosas funcionaban ya. Solo tenía que sentarme allí y ver cómo todo se desmoronaba en mis narices.
Una lágrima se precipitó sobre mi regazo y yo observé la gota desaparecer.
—Lo siento —conseguí decir.
Los muelles de la cama crujieron y sentí la ropa de Jungkook rozar mi brazo. Estaba muy cerca. El corazón quería huir de mi pecho, pero, al mismo tiempo, buscaba la solución para dejar de rogar por que estuviera más pegado a mí.
—Odio que me pidas perdón por todo, noona —añadió, y su dedo índice limpió parte del rastro que esa solitaria lágrima había dejado en mi cara—. Y también que llores —susurró—. Porque sé que no puedo hacerte sentir mejor.
Y, paradójicamente, él era el único que podía actuar como un bálsamo en mí.
Reprimí un sollozo y, a cambio, solté un breve suspiro.
No supe qué hacer cuando sus brazos se abrieron paso por mi cintura y me abrazó desde la espalda. Sé que no respiré durante unos segundos. No estaba acostumbrada a esas muestras de cariño y, mucho menos, que vinieran de él. Jungkook era amable y considerado con todo el mundo que lo mereciera, pero yo no podía incluirme en ese grupo de personas.
Aún así, antes de que pudiera protestar por aquel gesto, él se afianzó con firmeza a mí y apoyó su barbilla con cuidado en mi hombro.
—No tienes que forzarte a estar bien, Yeong —habló, con la punta de su nariz cosquilleando mi cuello—. Conmigo puedes llorar.
Pero llorar ... Había llorado tanto a lo largo de toda mi maldita existencia que ... Quería dejar de hacerlo. Necesitaba parar o me ahogaría en mi propio llanto.
Su pecho se amoldó a mi espalda y aquello fue como un respiradero para mí. Llorar una última vez no me haría un daño irreparable.
Con eso en mente, permití que todas esas lágrimas acumuladas en mis ojos cayeran libremente. Él agarró mi mano y comenzó a acariciarla para consolarme desde el silencio.
—Tae ... Se ha dado cuenta —gimoteé, dejando que él me sostuviera—. Tengo que decírselo y ...
—No pienses en eso ahora —su aliento llegaba a mi oído como una brisa de aire fresco—. Tiene solución.
Tenía razón, así que mis lamentos se escucharon con más nervio en el cuarto. Jungkook no me soltó. Se quedó ahí, escuchándome llorar, hasta que la puerta chirrió tras nosotros. En lugar de girarse para explicarle a Tae por qué me abrazaba, se escondió más contra mí.
—Chicos ... —se atrevió a decir nuestra amigo, descubriendo que estaba llorando.
—Hyung —lo llamó Jungkook—, ¿puedes esperar fuera?
—S-Sí ...
Cerró y yo respiré hondo.
Jungkook tenía fiebre. El calor que desprendía su piel no era el normal y quise decírselo, pero eso significaría separarnos y no quería que sucediera por nada del mundo.
—No te preocupes.
Namjoon me aconsejó que aclarara mis sentimientos. Entenderme a mí misma era el primer paso. Descubrir qué me hacía sentir Jeon Jungkook era el mayor reto al que me había enfrentado, pero en momentos como ese, con él pegado a mí como un peluche, no podía estudiar mi corazón. Solo escuchaba el suyo. Lo notaba palpitar contra mi espalda, con tanto ímpetu y descontrol que parecía estar a punto de desbocarse. Jungkook, cada pocos minutos, me pedía en voz baja que no me culpara más. De verdad quería pensar así, pero sus latidos me robaron el raciocinio el tiempo que permanecimos en la habitación de Taehyung, esperando a que mi llanto acabara.
La escena que Tae había presenciado lo debía haber dejado sin habla. Se suponía que Jungkook y yo no teníamos ningún tipo de confianza, que nada nos relacionaba y que apenas conocíamos algo del otro. Lo último era bastante cierto, pero la seguridad y tranquilidad que sentía a su alrededor no hacían justicia a lo demás.
Extrañamente, quería seguir llorando porque sabía que ese abrazo podría servir como excusa por un rato más. Sin embargo, mis lágrimas empezaron a escasear y sentir la respiración de Jungkook tan próxima era un lujo.
De repente, él optó por alejarse de mi cuerpo y saltar de la cama.
—¿Vas a irte?
Las palabras huyeron de mí desesperadas y Jungkook vio aquel miedo. Ni siquiera pensé en qué estaba diciendo, solo salió y me encontré mirándolo. Probablemente, mis ojos estaban rojos y horrorosos a la vista de cualquiera, pero me di cuenta tarde.
Aparté un poco la mirada, sonrojada y congestionada. La desesperación dominaba mi voz y mis actos. No quería que me viera de esa manera y, pese a mi propio rechazo, él caminó hacia mí y se sentó a mi derecha.
—No me iré, noona —dijo, aliviándome.
Tomó mi mejilla y, de un segundo a otro, sus chispeantes ojos estaban ahí, admirando los míos. El rubor había pintado toda mi piel y Jungkook sonrió al verlo. Si estar así de colorada me ayudaba a encontrar su sonrisa más a menudo, a lo mejor no era tan mala idea.
Sus orbes también estaban acristalados, como si hubiera retenido las lágrimas durante un buen rato.
—¿Necesitas ayuda para contarle o prefieres que ...? —me preguntó, limpiando suavemente mis enrojecidos pómulos.
—Quiero hacerlo sola, creo —dudé en el último momento—. Pero puedes venir.
—¿Puedo?
Yo moví la cabeza, asintiendo, y él agrandó su hermosa sonrisa. Mi corazón gritó de emoción; hacía mucho que no temblaba de aquella forma por un hombre, pero era placentero y me costaba admitirlo.
—Además, tienes que tomarte la medicina —le recordé.
Jungkook negó, entretenido en pasar las yemas de sus dedos por todo mi rostro.
—Eso no es lo más importante ahora, noona.
Lo era. Por eso levanté mi brazo y llevé mi mano hasta su frente. Aparté su flequillo hacia un lado, tras lo que Jungkook se detuvo. Coloqué mi palma sobre su piel, sintiendo el ardor emanar de ella. No hablaría con Tae de nada hasta que él se hubiera tomado algo para bajar la fiebre.
—Estás ardiendo —dije, evitando sus ojos.
Jungkook ya no me tocaba, solo me miraba. Ser el centro de su atención era agobiante, pero también satisfactorio. Sus pupilas brillaban como dos faros en medio de la noche y resplandecían para mí. Que una persona se fijara en mí, sin intenciones oscuras, era sorprendente y me ofrecía algo realmente similar a la felicidad porque era él quien me estaba contemplando.
—Lo sé ...
—Entonces, vamos —le dije—. Es mejor que ...
Sus dedos impidieron que alejara mi mano de su límpido rostro. Las yemas todavía me cosquilleaban por haber tocado su piel caliente, pero no iba a prolongar esos instantes de calma. Jungkook, por el contrario, no estaba pensando en reprimir nada.
Tenía los labios secos y aún así se me antojaban de nuevo. Quería probarlos y, cuando me percaté de aquel deseo, dejé de mirarlos.
—Yeong —me nombró, por lo que yo anclé mis ojos en los suyos—, ¿es normal que quiera hacer algo malo?
—¿Malo? —inquirí, abrumada.
Abandonó mi mano y puso su pulgar sobre mi labio inferior. Al rozar mi herida, comprendí por qué sus orbes reflejaban una mezcla de disgusto y pena.
—No importa lo que haga ... Sé que me arrepentiré —confirmó.
Hablaba de Jae. Debía querer verlo en la tumba. Eso era lo lógico si hablaba de mi labio partido, pero algo me decía que no solo se refería a eso. Y, al detenerme a analizar su mirada, la tonta idea de que quisiera besarme nació en mi cabeza.
Su nombre se arremolinaba en la punta de mi lengua. Mis labios querían reaccionar y frenar aquello, pero cómo demonios impedías algo que también ansiabas.
Jeon parecía perdido en sus elucubraciones y yo era incapaz de abrir la boca. Creí que él seguiría avanzando hacia mí y terminaría con lo que una vez ya empezamos, sin embargo, nos salvó Tae al tocar la puerta. Nos libró de un pecado para el que no estábamos listos.
—¿Cómo estáis ...? —preguntó, tras tocar un par de veces.
Yo me levanté, alertando a Jungkook. Él no se esperaba que hiciera eso, pero no estaba segura de su propósito al acercarse tanto y la voz de Tae interrumpiendo fue crucial para que pudiera moverme de nuevo.
No llegó a entrar en la habitación, solo preguntó por nosotros, expectante desde el pasillo. Agradecí aquello puesto que nos había evitado un bochorno enorme y dar nuevas explicaciones.
Carraspeé, tan nerviosa que podría haber salido corriendo de allí.
—Sí, Tae. Ya salimos —le comuniqué.
Jungkook ladeó el rostro, viendo cómo me encaminaba hacia la puerta después de arreglarme la camiseta como una histérica.
Ni siquiera había sido tan evidente como en la librería unos días atrás, pero el índice de probabilidades ascendía muy rápido. A pasos agigantados, diría yo. Nos atraíamos, eso estaba claro. Ahora tocaba aceptar cosas para las que ninguno estaba preparado. Apenas podía pensar en Jungkook como un chico más y eso me estaba quitando la vida. Por su salud y por su seguridad, tenía que detenerme.
Él no tendría por qué arrepentirse de nada.
Tiré de la manivela y Taehyung me miró, confundido. No creyó que saldría tan pronto, pero si no huía de las caricias de Jeon Jungkook, me perdería para siempre en él y en esos malditos ojos que albergaban un universo entero.
—Ya podemos seguir con lo de antes —le dije.
—Vale, pero ... Jungkook, ¿vienes? —le habló—. Creo que también me tenéis que explicar ...
—Sí, hyung.
Puede que solo fuera mi percepción, pero sonó algo decepcionado. No quería destruir sus ilusiones ni esperanzas. Tampoco sabía si él tenía pensado besarme. A lo mejor solo era mi imaginación y él no estaba buscando eso.
Mi paranoia era preocupante. Me estaba comenzando a asustar de mí misma. Genial.
Tae y yo esperamos a que Jungkook nos siguiera para ir al salón y tomar asiento. Jeon fue primero a la cocina tras agradecer a su mayor por comprar los medicamentos que necesitaba. Así, nos dejó unos minutos para que yo pudiera explicarle poco a poco, sin ningún tipo de presión.
Tae permaneció atento a todo lo que decía, interviniendo en contadas ocasiones. No quería perder el hilo de la historia, así que prefería estar callado y guardar las preguntas para el final.
Gracias a la llantina, me libré de las ganas de llorar por cada palabra que decía. Supongo que Jungkook también se dio cuenta de mi tranquilidad al explicarle los secretos de mi vida. Él se sentó al lado de Tae, pero intentó no mirarme demasiado.
Algunos detalles y el comienzo de todo aquello los suprimí a conciencia. Había puntos del relato que Jungkook tampoco conocía y no me veía capaz de confesarle a ambos tanto de golpe. Me saturaría y ellos me atacarían con preguntas que no querría responder. Era demasiado para una sola tarde.
—Entonces ... —Tae se masajeó las sienes, asimilando toda la información—. Ese tío te maltrata y te maneja a su antojo, pero tú sigues con él. Tienes que darme una razón para que acepte esto, Yeong ...
—No ... No puedo, Tae —dije en un titubeo—. No solo me involucra a mí y ... Es un asunto delicado.
—Hyung, yo tampoco lo entiendo, pero deberíamos confiar en ella —dijo de repente Jungkook.
Lo miré, agradecida por su gesto.
—¿Y vosotros dos ...? ¿Os conocéis de eso? —lanzó la pregunta al aire—. ¿Qué demonios haces en lugares como ese, Jungkook?
—Mi padre tiene negocios con JaeHo —murmuró el susodicho—. Así ... Así conocí a Yeong.
Tae soltó una risa irónica.
—Ah, bien. Teníais que follar y por eso ahora os dais abrazos como si nada.
—Hyung —le replicó Jungkook.
—No pasó nada, Tae —dije, deseando zanjar ese asunto—. Entre Jungkook y yo no ha ocurrido nada.
—Es bueno saberlo —se burló.
Tae estaba dolido. Tenía razones para estarlo. Le había ocultado todo eso desde que nos conocíamos. No había sido por falta de confianza, ni mucho menos, pero le costaría entenderlo. Hasta que no lo vivías ... Era difícil aceptar que algo como eso pudiera pasar en la vida real.
—Nunca le pondría la mano encima a noona. Por mucho que sepa de esos sitios y tenga que ir a veces, no soy como los hijos de puta que la ...
—Déjalo, Jungkook —le pedí.
No quería que fuera explícito. Podía ver en los ojos de Tae el odio hacia Jae a pesar de que no lo conocía. Contarle todos los detalles de mi hermosa vida solo alimentaría ese creciente deseo de matar al ser que me tenía como un jodido rehén. Ya había sido suficiente por hoy.
—Sé que no eres así, Jungkook. Lo sé perfectamente, pero ... ¿Cómo mierda queréis que me tome esto? —estaba entrando en un pequeño ataque de histeria—. Todo este tiempo creí que Yeong no me lo decía porque su novio era un matón de barrio o algo por el estilo y de repente me entero de que el hijo de puta es un asesino adinerado que la tiene prisionera, como si fuera su mascota, y encima la destroza cuando quiere. ¿No tengo derecho a quejarme? Es ... Es una puta locura que esto ...
—Jungkook, ¿puedes traer un vaso de agua?
Nos miramos mutuamente y él entendió que quería hablar con Tae a solas.
—Claro —asintió.
Se puso en pie y nos dejó en pocos segundos.
Había pospuesto esa charla demasiado. Cuando lo conocí, dos años atrás, debí esperar a tener un mínimo de confianza y contárselo sin más. No le habría molestado tanto. Porque, incluso si no me lo confesaba, era consciente de que le molestaba que me lo hubiera callado. Parecía que no confiaba en él, pero, en realidad, era una de las personas más importantes en mi vida.
Me acerqué a él, sentándome en el sillón.
—Tae, si no te lo dije fue porque tenía miedo de que te hicieran algo —fui diciendo—. Lo sigo teniendo.
Él estuvo callado por unos segundos, estudiando la situación y terminando de digerir todo lo que había descubierto de repente.
—¿Tan mala gente son? —entornó la cabeza, mirándome de refilón.
—Jae puede hacerme lo que quiera, cuando le venga en gana. Eso lo asimilé hace mucho —dije, jugando con mis dedos—. El problema sois vosotros. Nam, tú ... Toda tu familia, Tae. Si se entera de que sabes esto, no quiero ni imaginar lo que sería capaz de hacer. Ese es el único miedo que me queda y que no podré superar nunca.
Hizo un gesto de rabia y me agarró de la mano. Tae no me lo echaría en cara, pero intentaría persuadirme para que dejara aquella porquería de vida. Haría lo mismo que Jungkook.
—¿Por qué mierda tienes que aguantar esto?
—Porque esas eran las condiciones del trato —respondí.
—Los negocios no pueden incluir a las personas, Yeong. Es ilegal. Te está maltratando y ...
Me agaché lo suficiente como para que se viera obligado a dejarme más sitio y me abracé a él. Había necesitado ese desahogo tanto que ya no sabía cómo sentirme. Que Tae lo supiera era un arma de doble filo y no me perdonaría que le ocurriera algo, pero me sentía aliviada por fin. No había más mentiras de por medio.
Pasó los brazos a mi alrededor y me presionó contra su pecho.
—¿No hay ninguna manera de que ...?
—Creo que no, pero Jungkook está empeñado en buscarla —me escondí en su cálido cuello.
—Bueno, pues ya somos dos —sus palabras me hicieron sonreír—. Seguro que hay algún error y podrás salir de ese sitio.
Ojalá, Tae. Ojalá lo hubiera.
Jungkook
Vi a Tae y a Yeong abrazándose desde la cocina, por lo que esperé allí hasta que, cinco minutos más tarde, mi amigo me invitó a pasar. Le ofrecí el vaso a Yeong y ella me lo agradeció con una sonrisa.
El malestar que todavía sentía valió la pena solo porque pude verla sonreír.
Tae sabía que no quería ir a mi piso. Allí me esperaba un hermano al que no quería ver ni en pintura. Yeong tampoco debía tener muchas ganas de volver con Jae. Finalmente, deicidió que jugásemos al Mario Kart de sus hermanos pequeños mientras la casa seguía vacía. Los niños tenían academia hasta tarde y los acompañaría a casa una vecina, así que ni Yeong ni yo supimos decirle que no.
La tarde fue divertida. Pude ver a Tae despreocupado por fin y fue la primera vez que Yeong rió en mi presencia. Siempre que nos encontrábamos era por algún motivo que encerraba malos recuerdos y estaba cansado de esa sensación. Verla tan feliz y tranquila por unas horas fue la mejor medicina del mundo.
Creí que no podría estar con ella así, pero me equivocaba.
La noche comenzó a caer y, tras una reñida partida en la que la vencedora fue ella, ayudamos a Tae a recoger un poco la casa antes de que sus hermanos pequeños llegasen a revolverlo todo otra vez. El ambiente era cómodo y habría dado lo que fuera por saber que continuaría siendo así siempre.
Después de echar un vistazo al reloj del salón, Yeong dijo que tenía que marcharse ya para coger el autobús antes de que Jae llegara a casa. La cara de Tae se ensombreció de golpe, pero era comprensible. Acababa de enterarse de que su mejor amiga era esclava de un hombre ruin y odioso. Yo también habría querido asesinar a Jae, sin importar cuánto poder tuviera en la ciudad.
Yeong se despidió de Tae dándole un beso en la mejilla. Yo estaba con las manos ocupadas y solo recibí un corto "adiós" por su parte. Me supo a poco, pero no podía hacer más.
Tae me empujó justo cuando dejaba todo lo que cargaba en el suelo. Yo lo miré mal. Había estado cerca de tirarme por ese golpecito.
—Acompáñala a la salida, tonto —me susurró.
Le hice caso porque sabía que, si no lo hacía, me echaría un buen sermón por no haber sido más educado con ella. Él estaría satisfecho conmigo y yo podría verla un poco más.
—Noona —la llamé, corriendo tras ella.
Ella se giró justo antes de alcanzar la puerta y yo frené para no chocarnos. Aquel gesto tan torpe le sacó una sonrisa y a mí me aceleró el corazón por centésima vez esa tarde. No alcanzaba a entender cómo me podía afectar tanto que sonriera.
—¿Qué pasa?
—Mmmm ... —titubeé, dándome cuenta de que me había lanzado a detenerla sin ningún plan preparado—. Te ... ¿Te parece bien que mañana quedemos?
Sus orbes se agradaron.
Espera, espera. ¿Acabas de pedirle salir, Jungkook?
Me apresuré a añadir algo más. No quería espantarla ni asustarla.
—Para hablar de la lista, ¿recuerdas? Teníamos pendiente lo de los socios de JaeHo y mañana sería un buen momento —expliqué mejor, aunque la cita me hubiera gustado mucho más—. ¿No puedes? Podemos hacerlo otro día si ...
—Puedo —respondió, sin más. Pestañeó un par de veces, siguiendo aquella conversación, a pesar de su poco sentido—. Después de clases creo que ... —pero de pronto se calló y me observó, obligándome a aguantar la respiración—. Deberías quedarte en casa y descansar, Jungkook. Sigues enfermo y no quiero que empeores.
Que se estuviera preocupando por mí era inesperado y fantástico. Sentí que era su prioridad y aquello me hizo esbozar una sonrisa de inmediato.
—Ya estoy mucho mejor, noona.
Ella me escrutó seriamente, intentando frenar el rubor que se extendía por sus adorables mejillas.
—Está bien, pero si mañana no te encuentras bien, no pasa nada.
—Me tomaré todos los remedios que Tae quiera prepararme —le prometí—. No te dejaré plantada, Yeong.
—No es una cita, Jeon. Deja de hablar como si ...
Me reí del bochorno que estaba soportando.
—Buenas noches, noona —le dije, sonriente.
Ella cerró los labios y bajó la mirada. Incluso avergonzada se veía preciosa.
Se volvió hacia la entrada y abrió la puerta. Una suave corriente de aire entró en la casa.
Pensé que se marcharía, pero me sorprendió que no fuera así. Tan rápido como se dio la vuelta, regresó hacia mí y me dio un corto beso en la mejilla.
—Descansa, ¿vale? —me pidió, mirándome a los ojos.
Yo estaba tiritando, y no era por el frío que llegaba de la calle.
Como un robot, asentí y observé una última sonrisa suya antes de que saliera de la casa de Tae.
La sangre se me subió a la cabeza y la razón era clara. Incluso Tae empezó a reírse de mí al verme allí parado, incapaz de reaccionar después de que Yeong me hubiera dado un simple beso en el pómulo.
—¿Tengo que tomarte la temperatura, Jungkookie? Creo que la fiebre te está volviendo a subir —dijo entre numerosas risotadas.
—Deja de hacerte el gracioso, Tae ...
Fui a la cocina y me dejé caer en uno de los taburetes que rodeaban la mesa. Apoyé los brazos en la superficie y escondí el rostro en ellos. Era muy vergonzoso que me viera de esa manera; temblando por una chica que ni siquiera pensaba en mí como una posibilidad.
—No es por ser gracioso —me replicó, juguetón—. Creo que hasta un ciego vería cómo estás ahora. ¿Tanto te gusta?
No me moví ni un centímetro.
—No puede gustarme —dije, recordándomelo a mí mismo.
A veces se me olvidaba quién era ella. Quién era yo. Las circunstancias nunca serían propicias para que algo pudiera surgir. Nada sano podría nacer entre nosotros y ahora Tae también lo sabía. Era imposible, pero no era capaz de mantener la cordura si la tenía cerca.
—Eso díselo a alguien que no te conozca, Jungkook. Sabes que no puedes decidir eso.
Alcé la mirada con un puchero en los labios.
Quería conocerla más. Quería que lo que pasara al día siguiente me permitiera ver su hermosa sonrisa otra vez. Quería averiguar todo sobre ella y poder admitir que sentía algo más allá de la curiosidad. Sin embargo, había demasiados problemas de por medio.
Narrador omnisciente
El balazo atravesó la cabeza del individuo que yacía atado de pies y manos.
El grito de la testigo resonó por todo el almacén, pero ni siquiera eso hizo que Choi JaeHo se sintiera mal por el asesinato que acababa de cometer.
Aquel era uno de sus pasatiempos favoritos. Descubrir a todos los que los engañaban y fingir que no sabía nada hasta que su paciencia se extinguía y podía pegarles un tiro después de torturarlos por horas. Notaba una mezcla de tranquilidad y goce que nunca se cansaría de degustar.
—¿Has visto eso? —le preguntó a la chica—. Casi le atraviesa el cráneo ... La próxima vez probaré con un calibre distinto.
Su invitada, tirada en el suelo de rodillas, no podía creer lo que sus ojos acababan de ver. Las extremidades le temblaban y el corazón lo golpeaba el pecho con fuerza. Podría sufrir un verdadero infarto en cualquier momento y, en el fondo, lo deseaba. Sabía que la muerte era inmejorable llegado ese punto de la historia.
No había nada que la protegiera de aquel monstruo porque ella estaba muerta a la vista del resto del mundo. Nadie la echaría en falta si JaeHo optaba por tener algo más de diversión esa noche y gastaba balas en poner fin a su miserable vida.
Él se acercaba cada vez más, acechándola. Ella se había convertido en su presa, en su nueva marioneta de juguete.
—Quieres morir, ¿verdad? —dijo, en tono de burla—. Estoy seguro de que sí, pero siento decirte que no es eso lo que tengo planeado para ti, bonita. Tienes que ayudarme con un par de asuntos primero —se agachó para poder mirarla de cerca a pesar de que la muchacha no podía sostenerle la mirada por mucho que quisiera—. Después de que me eches una mano, tú misma decidirás el revólver con el que te volaré los sesos.
Minsoo se atrevió a levantar la cabeza, consciente de que enfrentarlo no la salvaría de nada. Se relamió los labios, saboreando la sangre seca que quedaba en estos.
—¿P-Por qué debería ayudarte? —logró decir, aterrada.
Jae esbozó una gran sonrisa. Le gustaba observar las pupilas dilatadas de aquella chica.
—Porque ahora eres mía —dijo, convencido de sus palabras, y retiró unas pequeñas manchas rojas de su cara—. Y harás lo que yo quiera. Además, creo que tú ya conoces cuánto duele que te traicionen, ¿verdad? Debe haber mucho rencor dentro de tu débil cuerpo, Kim Minsoo.
—No hay nadie que te traicione y salga con vida ... —repitió lo que el propio JaeHo había dicho rato antes a su antiguo dueño.
—Aprendes rápido y eso me gusta. Odio perder el tiempo —admitió, observando su pistola y recordando a la única persona que todavía vivía después de desafiarlo—. Pero te equivocas. Kim Yeong sigue respirando incluso habiéndome mentido ... Supongo que no la mato porque alguna parte de mí la quiere un poco aún. Y tú —señaló a Minsoo con el arma, sorprendiéndola—, Minsoo, me vas a ayudar a descubrir por qué la muy zorra miente una y otra vez.
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