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07

Yeong

Jungkook entró en el coche y ocupó el lugar del conductor, a mi izquierda. Yo me encogí en el asiento, tratando de asimilar lo que había ocurrido y el desastre que podría haberse producido.

—Noona —me nombró, agitado—. Toma esto.

Eché un vistazo en su dirección y vi que me tendía una toalla. Alcé un poco más la mirada y me di cuenta de que él también estaba empapado. En lugar de entrar al coche enseguida, tardó porque algo en el maletero lo retuvo. Ahí entendí que se había detenido a buscar algo que ofrecerme para secarme.

—Pero, tú también ...

—Estoy bien —asintió, relajando el gesto—. Has estado más tiempo en la lluvia. Sécate, por favor.

Algunas gotas caían desde su nariz y se estampaban contra su ropa, acompañadas de otras tantas que se resbalaban desde su pelo. Él estaba más mojado de lo que quería admitir, pero aún así me tendió la prenda para que yo entrara en calor.

Tras dudar durante unos segundos, estiré la mano para atrapar la toalla.

No dijo nada más. Solo esperó a que yo comenzara a limpiarme y se giró de nuevo. No me hizo falta mirarle para saber que se había dado cuenta de su indiscreción. Toda la ropa se me había pegado al cuerpo por culpa del agua, así que mi sujetador se trasparentaba mucho. Las mejillas sonrojadas de Jeon confirmaron mis sospechas rápidamente.

Intenté secarme todo lo que pude para no mojarle el coche demasiado y pronto le ofrecí el paño. No quería que enfermara por mi culpa. Ya le estaba haciendo pasar suficientes cosas.

Tan torpe como siempre, me lo agradeció y se empezó a secar las mangas de su jersey.

Me senté correctamente, observando la densa cortina de lluvia que aporreaba la luna delantera, soportando el fuerte torrente de agua.

Todavía tenía los ojos cargados de lágrimas, apenas había logrado dejar de llorar, pero aquel silencio me llevó a imaginar la reacción de JaeHo cuando llegara a casa y no me encontrara allí.

Estaba paralizada por la situación y sentía que cada vez me era más difícil pensar con claridad. No podía sobrevivir con ese hombre cerca. Me mataría, premeditada o repentinamente. Un día lo haría y ya no podría hacer nada más que esperar el descanso absoluto.

Pero, por mucho que la muerte fuera mejor opción que la convivencia con él, tenía miedo. ¿Quién no lo tendría? No quería que mi final fuera ese. No quería dejar aquel maldito mundo que me había hecho tan infeliz y desgraciada. En mi interior, no había perdido la esperanza de escapar, y cuando los delgados dedos de Jungkook se deslizaron por los míos, dejé ir el sollozo que me hacía sentir una miserable.

—¿Yeong? —murmuró, mirándome desde su lugar.

Yo me fijé en sus falanges. No quería tocarme porque temía que rechazara su acción. Aún así, había sido capaz de tomar mi mano y sujetarla. Yo no me controlé porque estaba cansada de hacerlo y sostuve con fuerza sus dedos mojados.

Jungkook se tranquilizó y la tensión huyó de su brazo en cuanto notó mi actitud.

—Lo siento —le dije, dejando que las lágrimas cayeran sobre nuestras manos.

Escuché cómo se movía para quedar más próximo a mí, pero no me atreví a mirar por la vergüenza que me daba mostrarle unos ojos rojos y una cara destrozada por las marcas.

—¿Por qué lo sientes? —preguntó, de pronto—. Siempre pides perdón, pero nunca ...

—Pedir perdón ... —me limpié los pómulos con mi otra mano—. Es lo único que me hace sentir un poco mejor. Todo es mi culpa, Jungkook. Todo se va a la mierda porque yo pensé que ...

La calidez de su palma se extendió por mi rostro en el momento en que me hizo levantar la barbilla.

Jungkook se intentó acercar, apoyándose en mi asiento. Acarició mi mejilla y dejé de respirar.

Seguía aterrada.

Mientras él me tocaba, entendí que lo más me aterraba era aquello. Era Jungkook. La sensación de emoción y paz que me consumía cuando estaba ahí. Y me horrorizaba que el estómago se me retorciera cada vez que me perdía en sus pupilas. Era todo lo que necesitaba, lo sabía, y por eso mismo debía alejarlo.

Todo lo que deseaba terminaba muerto.

—No es tu culpa, noona —ladeó la cabeza, con su tierna voz cargada de tristeza—. Me da igual lo que pasara para que tuvieras que quedarte con él y no quiero que me lo expliques. Solo ... Por favor, no te hagas esto y déjame ayudarte.

—Dejar que me ayudes sólo significa una cosa, Jungkook —le respondí.

—Prefiero que me haga daño a mí. Estás destrozada ... —añadió, rozando con sus dedos el moretón en mi mejilla—. Yo puedo aguantarlo, pero tú estás al límite. Tienes que parar.

—No sabes lo que es ... —murmuré, con la vista nublada—. No solo te hará sufrir a ti. También buscará tus puntos débiles. Tu familia, tus amigos ... Y eso es lo que más duele. Puede manipularte de tantas formas que ...

Quitó una lágrima de mi rostro al tiempo que yo sollozaba.

—Encontraré la manera —dijo, seguro de sí mismo—. Y dejarás de llorar —continuó, y yo lo miré a los ojos—. Podrás sonreír todo lo que quieras, noona. Te lo prometo.

Respiré hondo, pero no fui capaz de parar el llanto.

—¿Por qué eres así ...? —me quedé sin palabras, gimoteando—. No puedo ...

No puedo dejar que esto siga creciendo. No puedo, Jungkook.

Sabía que soltar su mano era lo más sensato, pero no quería. El irrefrenable deseo de mantenerlo cerca me estaba volviendo loca.

—Puedes —me rebatió—. Puedes luchar contra todo esto. Solo necesitas que alguien te lo recuerde —dijo, y esbozó un adorable sonrisa—. Tienes que plantarle cara, Yeong.

Mirando su gesto esperanzado, sentí cómo el estómago se me revolvía. Seguía sin comprender por qué quería ayudarme, pero era tranquilizante saberlo. No me sentía tan sola y desamparada como antes. En realidad, la llegada de Jungkook no había cambiado gran cosa. Y me bastaba.

Tener el privilegio de verlo sonreír para animarme y de poder sujetar sus dedos era suficiente.

Alejó su cálida mano de mi cara y, de pronto, se dio cuenta de que estaba demasiado pegado a mí. Yo ya me había percatado, pero la necesidad y la ambición me cegaban en momentos como ese, por lo que me limité a observar el rubor que tintó su rostro y cómo se alejaba, apurado por el atrevimiento que había tenido conmigo.

Todos los hombres me trataban como un maldito trapo; usar y tirar. Pero Jungkook temía incluso rozar mi mejilla por si yo llegaba a considerarlo una falta hacia mi persona y sucedía justo lo contrario, puesto que aquel estúpido detalle hacía que mi barriga cosquilleara y que el dolor desapareciera por unos breves instantes.

Dejó la mirada fija en el volante, sin saber muy bien qué decir después de la cercanía que había demostrado.

Los dos teníamos en mente la escena del día anterior. Esa en la que, mientras nos resguardábamos de Jae, él estaba a punto de besarme y yo de permitírselo. La sensación que tuve no se parecía a nada que hubiera experimentado antes. Y me aterraba enfrentarlo.

Observé cómo se aferraba al volante, conteniendo lo mismo que a mí me agitaba de arriba a abajo.

—¿Quieres que te lleve con él? —inquirió al cabo de unos segundos.

Claro que no. No quería volver con Jae, pero no tenía otra opción.

—No —le contesté—. Necesito hablar con Nam.

Nam era el único que conocía la ubicación de la hacienda de JaeHo y, a pesar de no haber ido nunca hasta allí por voluntad propia, hoy tendría que hacer el esfuerzo de llevarme. No quería ir sola ni coger un autobús. Quería estar con alguien y, aunque mi cabeza gritara el nombre de Jungkook como candidato ideal, no iba a ponerle en esa tesitura.

—De acuerdo —murmuró antes de encender el motor.

Me habría gustado decirle algo más, pero preferí callar y dejar que condujera en silencio hasta la librería de Namjoon.

Era incómodo porque los dos necesitábamos abrirnos y contarle al otro demasiadas cosas. Aún así, permanecimos callados hasta que Jungkook aparcó enfrente del local de mi hermano.

Todavía tenía la ropa mojada y en algún momento de la conducción, se echó hacia atrás el cabello húmedo.

Yo no había dejado de mirarlo por el rabillo del ojo a pesar de mis constantes intentos por fijarme en el paisaje. Me fue imposible.

Cuando vi que hacía el amago de salir del coche, casi por inercia, sostuve su antebrazo, deteniéndole.

Jungkook me miró a los ojos; no se esperaba aquella reacción por mi parte.

—Gracias —dije.

Su mirada se ablandó, cayendo en la cuenta de que no tenía por qué sentirse mal, después de todo.

—Noona, no me des ...

—Jungkook —se detuvo, con sus ojos brillando intensamente—, darte las gracias ni siquiera es suficiente.

—Sé que lo dices de corazón, pero no importa lo que yo haga —me replicó él—. La única que puede cambiar las cosas eres tú. Lo sabes, ¿verdad?

Me repetía aquello todas las mañanas, como un mantra. Porque la única certeza que tenía a esas altura era aquella. Sin importar lo que los demás hicieran por mí, todo residía en mi persona.

—Lo sé —asentí, viendo cómo acariciaba otra vez mis dedos—, pero estás haciendo cosas por mí y no puedo negar eso.

—Gracias a ti por poner en riesgo todo, Yeong —añadió.

Estaba siendo valiente y que él me lo recordara era suficiente para abrir la puerta del automóvil. Debía aprender a decírmelo a mí misma, a no tener que escucharlo de otros par creer que podía acabar con mi prisión. Confiar en mí misma me salvaría, estaba segura, y el resplandor que emitían los tiernos ojos de Jeon me insuflaba una chispa más de valor.

Entramos corriendo a la librería, tropezándonos con Nam, que cargaba con unos cuantos tomos enciclopédicos. Sorprendido por nuestra repentina aparición, dejó los libros en el suelo y nos miró. Primero echó un vistazo a Jungkook, pero no tardó en fijarse en mí y descubrir las marcas que manchaban mi rostro.

Me tomó de los brazos, frunciendo los labios con rabia, y examinó los golpes que se repartían por mi piel marchita.

—Yeong ...

Sus orbes se encharcaron y comenzaron a brillar. Supe qué se le estaba pasando por la cabeza y que se estaba recriminando todo de nuevo.

Incapaz de hablar por la devastadora imagen de mi hermano mayor a punto de romper en llanto, avancé hacia él y lo rodeé con mis brazos. Todo el cuerpo me dolía y y las manos me temblaban por el frío que había pasado, sin embargo, el pinchazo que noté en el pecho al escuchar el suspiro de Namjoon, augurando espesas lágrimas, no fue comparable a los cientos de golpes que cargaba a mis espaldas.

—No tienes la culpa, Nam —me agarré a su espalda con fuerza para que no notara mis manos temblando—. No la tienes, ¿vale?

Me abrazó de vuelta y apoyó la barbilla en mi hombro. Se estaba conteniendo. Había aprendido a hacerlo desde que volvió, pero eso era lo que estaba acabando con él y me mataba saberlo.

—Tú tampoco la tienes, Yeong —dijo, cerca de mi oído—. Recuérdalo aunque ese hijo de puta diga lo contrario.

No es tu culpa. Tú no provocaste esta situación. Solo quisiste ayudar, hacerlo bien, y te llevaste la peor parte porque la sociedad es injusta y malvada. Esas personas egoístas te eligieron porque eras débil a sus ojos, Yeong. Pero no lo eres. Todavía puedes pelear, ¿de acuerdo?

No es tarde.

Me pegué a Nam y cerré los ojos.

—Te quiero.

—Yo también te quiero —dijo, a pesar de lo rota que estaba su voz.

El consuelo de tenernos ayudaba, pero no bastaba para poder vivir en paz. Si Choi JaeHo seguía en nuestras vidas, no habría descanso para nosotros y era desconsolante.

Nam, al cabo de unos instantes de completo silencio, se apartó un poco de mí y sonrió. Las lágrimas habían perlado sus mejillas.

—¿Necesitas que te cure o ...?

—No. Lo mejor es que vuelva a casa —le expliqué—. ¿Puedes llevarme?

—Claro —me acarició el brazo y dirigió su mirada hacia otra parte—. Jungkook, quédate en la tienda por si pasa algo, ¿vale?

Me giré hacia él y, en cuanto mis ojos lo identificaron, se fijó en mí. Su semblante era de preocupación y estaba segura de que quería acercarme él mismo, pero los tres sabíamos que esa no era una opción dadas las circunstancias.

Lo meditó brevemente y asintió.

Nam le dijo lo que debía hacer mientras él estuviera ausente y le dejó su número de contacto por si ocurría algo.

Mientras tanto, yo me quedé observando la calle y el mal tiempo que hacía. En poco más de media hora, el cielo se había cubierto de negro y la lluvia caía sobre la ciudad de forma indiscriminada. Solo me apetecía darme una ducha y meterme en la cama a dormir y descansar. Estaba intranquila y aquella tormenta no me daba seguridad alguna.

—¿Estarás bien?

Se puso a mi lado, sin acercarse demasiado. Vi cómo entrelazaba sus dedos y me pregunté si lo hacía sin pretenderlo o en realidad buscaba contener las manos para no volver a tocarme. Esa segunda idea era más rebuscada y, además, dolía. Todavía podía recordar el cariño y la suavidad con la que su piel rozaba la mía y mi corazón se aquejaba por la sensación tan satisfactoria que había perdido.

—No tienes que preocuparte por mí, Jungkook —le respondí, todavía mirando hacia fuera.

—No sé si mañana te veré. Necesito preocuparme o ... —se mordió la lengua.

—No quiero que lo que me pase a mí te afecte, ¿entiendes? No es justo —murmuré.

—Lo que no es justo es que te lo calles todo, noona —me rebatió—. Y sé que no soy la persona más adecuada, pero puedes desahogarte conmigo si lo necesitas.

Me avergonzaba mirarle, así que mantuve la vista fija en la cristalera de la librería y frené las ganas de aceptar sus palabras.

—Si quieres ayudarme ... Ve con Tae. Su madre no está bien y necesita a alguien esta noche —le aconsejé.

—Puedo hacer eso —afirmó, amable—, pero también querría hacer algo por ti, Yeong.

El rubor era tan intenso en mi rostro que, aunque sabía que me estaba mirando, rechacé la tentación y me mordí el labio inferior.

—¿Habéis acabado ya la charla, tortolitos? —dijo Nam, de repente.

Jungkook se apartó un poco de mí, intimidado por la voz de mi hermano y sus pasos acercándose a nosotros.

—Nam ... —me quejé, sonrojada.

Él se interpuso entre Jungkook y yo y lo señaló, amenazante.

—Cuida de la librería y deja de coquetear con mi hermana. Primer aviso —concluyó.

Abrí la boca. No podía hablarle así por unos comentarios de nada que solo dejaban ver la buena voluntad que tenía. Era cruel, pero Namjoon había escarmentado por los dos y no lo hacía con mala intención.

Jungkook agachó la cabeza, sin saber qué decir ante aquella situación.

—Kim Namjoon —le golpeé el brazo.

—¿Qué? —dijo, confundido—. Solo le estoy dejando las cosas claras al chico.

Rodé los ojos y le indiqué el camino hacia la salida. Nam no añadió nada más y salió en busca de su coche. Yo iba a seguirlo, pero me atreví a mirar a Jungkook una vez nos quedamos solos. Él me observó algo arrepentido y expectante por lo que me estaba reteniendo allí.

—Nos vemos mañana —le dije, poco segura de lo que estaba diciendo.

—Es lo único que dirás, ¿verdad? —me preguntó, sonriendo con resignación.

¿Qué más podía decir? No pensaba con claridad cuando estaba con él y había tantas cosas que quería decirle que ...

—No deberías quejarte —le eché en cara, acobardada por la manera en que sus orbes me examinaban—. No es algo que le diga a todo el mundo.

Dejó ir una tierna carcajada, impulsando mi sangre para que el calor de mi cuerpo subiera a mis pómulos y quedase aún más en ridículo.

—Es suficiente —terminó diciendo—. Descansa, noona.

—T-Tú también —dije, despidiéndome.

Empujé la puerta del lugar y corrí hasta el coche de Namjoon para no mojarme más.

Me senté en el asiento del copiloto y me coloqué el cinturón. Apurando el aliento, me acomodé y acabé percatándome de que Nam me observaba con curiosidad y burla.

Fruncí el ceño y me recogí el cabello. No quería empaparle el asiento.

—¿Qué? —inquirí a la defensiva.

—Nada —bromeó, arrancando—. Solo me hace gracia ver a mi hermana embobada por un tipo que ha salido de la nada.

Con los ojos como platos, escuché su risa.

—Eres estúpido, Nam —le solté—. Y-yo no ...

—Roja como un tomate y tartamudeando —dijo, sin dejar de reírse—. Creo que no hay excusas que sirvan, Yeong.

—Me iré en autobús si no paras, ¿lo oyes? —le amenacé.

—De acuerdo, de acuerdo —concluyó antes de poner el vehículo en marcha y salir del aparcamiento.

Nam tenía razones bastante sólidas para burlarse de mí, pero era irritante y me molestaba que fuera tan evidente lo mucho que afectaban la presencia y las palabras de Jeon Jungkook. Ya tenía suficiente lidiando con mis pensamientos como para tener que aguantar a mi hermano echando leña al fuego. Debía ser todo un espectáculo verme así de intimidada por la situación, pero Nam sabía que odiaba cuando se ponía pesado con algún asunto.

El resto del viaje, apenas diez minutos, fue tranquilo y él solo me preguntó por tema de mis estudios. Como si fuéramos dos hermanos normales y no tuviéramos más preocupaciones que esas.

Ni Nam ni yo queríamos que me bajara de su coche, pero cuando el chalet de Jae apareció a un lado de la carretera, nuestras ganas de hablar se extinguieron y mantuvimos un sepulcral silencio hasta que mi hermano frenó frente a la entrada del jardín.

Mordisqueé el interior de mi mejilla y acerqué la mano a la puerta tras agarrar mi bolso.

Tenía que llegar a casa y darme una ducha antes de que JaeHo apareciera. Debía aprovechar el tiempo que me quedaba sin tenerlo cerca para aclarar mi cabeza y calmarme. Descansar un rato me vendría bien.

—Yeong.

La voz de Nam me impidió tirar de la manivela y en el fondo se lo agradecí. Estar con él me hacía sentir como si no pasara nada y mi vida no corriera peligro. Tenía la sensación de que nada había cambiado, de que seguíamos siendo unos adolescentes en una familia disfuncional en la que podían sobrevivir sin muchos problemas. De alguna forma podíamos aguantar así.

—¿Qué ...? —me giré, enfrentándolo.

Me escudriñó, meditando qué palabras escoger para su próxima intervención. Lo pensó durante más de lo habitual, llamando mi atención y haciendo que me planteara sobre qué querría saber.

—Jungkook y tú ... —dijo, calmado—. ¿De qué os conocéis?

La garganta se me cerró. Ni siquiera sopesé la opción de engañarle y soltar una mentira, como hacía con Tae. Sabía que no podría ocultarle algo así por mucho tiempo y que, si no se lo contaba yo, volvería a la librería para interrogar a Jeon hasta que le dijera todo, incluyendo el más mínimo detalle. Y no quería que mi hermano se enterara de aquello por otra persona que no fuera yo.

Me acomodé en el asiento otra vez, pensativa por cómo explicarle algo que se me hacía tan complicado.

—Es una historia muy larga, Nam ... —murmuré—. Es el hijo de uno de los socios de Jae y ya sabes lo que hace cuando quiere contentar a la gente importante.

No era necesario que lo dijera para que entendiera a qué me refería y pude ver en su cara que lo comprendió pronto, pero no demostró enfado. Él también sabía que Jungkook no me había hecho nada aunque Jae le había dado vía libre para divertirse conmigo sin restricciones.

—¿Qué hace un chico como él metido en todo eso? —cuestionó, esperando que yo le diera una respuesta convincente—. Está claro que no es su mundo. Yo diría que hasta le da miedo matar una maldita mosca, así que ...

—Quiere ayudar a su familia —le expliqué, de forma resumida—. O eso creo.

No conocía lo suficiente a Jungkook. Era un misterio para mí, al igual que yo lo era para él. Las pocas pistas que tenía acerca de ese desconocido me las había ofrecido Tae. Comenzaba a entender cómo era, cuál era su principal motivación al arriesgarse de esa manera. Y quería seguir conociéndolo, me moría de ganas de hacerlo a pesar de los impedimentos que me ponía a mí misma.

Supongo que Namjoon vio aquel debate interno que estaba atravesando.

—Tú no eres su familia —dijo, golpeándome con la dura realidad—. Y también te ayuda.

Nunca pensé que unas palabras tan simples me harían tanto daño.

Jungkook y yo no éramos nada. No podíamos ser más que eso.

—Lo sé.

—Pero tú se lo permites —añadió.

—Namjoon ...

—Y lo proteges en lugar de entregárselo a Jae.

—¿Y qué otra cosa puedo hacer? —pregunté, alzando la voz más de lo debido.

Nam me miró, relajándose.

—Reconocer que te gusta un poquito estaría bien, Yeong —me recomendó, esforzándose por mostrar una sonrisa debilitada.

No me atreví a admitirlo. Solo cerré la boca, escondiéndolo incluso cuando él se había dado cuenta.

Gustar era un término demasiado fuerte y no estaba preparada para pensar en ello seriamente. Tenía tantos problemas y tanto por hacer que no me quedaba tiempo para valorar mis propios sentimientos. Si Jungkook me gustaba ... No podría evitarlo, pero sí contenerlo. Yo era experta en contenerme cuando la situación lo requería.

—¿Y qué importa eso, Nam? ¿Acaso alguna vez ha importado lo que yo siento? —lancé al aire, resentida por todo lo que había tenido que aguantar en el pasado.

Alejarme de Jeon no era factible porque él continuaba insistiendo, así que solo me quedaba manejarlo de la mejor manera. Si tenía que salir mal parada de todo esto, podía soportarlo. Un golpe más no sería muy grave.

Pero la mano de mi hermano se aferró en torno a mi muñeca, despertándome. Clavé los orbes en su rostro, avergonzada por seguir siendo la enclenque de siempre.

—Creo que a Jungkook sí le importa lo que sientes —me comunicó, aliviando algo de mi carga—. Me cuesta creerlo, pero solo tienes que mirarlo para darte cuenta.

—¿Y? —dije, agobiada.

—Sé que te da miedo —comenzó a decir Nam—. Llevas viviendo con miedo desde hace años. Cualquier persona cerca de ti puede desaparecer en cualquier momento y nadie se preguntará la razón porque lo habrá hecho Jae y con él nunca quedan pruebas —tragó saliva, imaginándose el peor escenario—. Te estás conteniendo y lo haces por él. Seguro que te has dicho a ti misma que no tenía sentido que le des una oportunidad porque todo acabará mal, pero mereces el beneficio de la duda, Yeong. Incluso si es una locura ... Permítetelo. Aunque solo sea esta vez.

Con las ganas de llorar otra vez escalándome, apreté los labios.

—No puedo, Nam ... —suspiré—. No quiero que más gente acabe destrozada, ¿entiendes?

—Bien —murmuró, acariciando mi muñeca con cuidado—, pero yo no quiero que tú sufras más.

Namjoon se preocupaba por mí. Siempre lo había hecho.

Mi hermano notó que me estaba costando retrasar el llanto, así que dejó el tema y me instó a entrar antes de que oscureciera del todo. Yo sabía que necesitaba desahogarme con él y contarle hasta el último detalle, pero necesitaba tiempo para asimilar lo que estaba ocurriendo. Tenía que descubrir si aceptar mis deseos era lo adecuado o si, por el contrario, debía tragarme la ansiedad y seguir viviendo en mi monotonía.

Me despedí de él con un beso en la mejilla y bajé del coche. Esperé a que Nam diera la vuelta y los faros desaparecieran al final de la carretera para dirigirme a la entrada de la casa.

No sabía muy bien qué iba a pasar, independientemente de la vía por la que decidiera avanzar, pero estaba muy cansada de luchar contra mí misma.

Entré y encendí todas las luces. Solo quería descansar, dormir doce horas seguidas sin pensar en nada que pudiera darme quebraderos de cabeza. Y para ello, lo primero era darme una ducha de agua caliente que me templara el cuerpo después de toda la lluvia que había aguantado.

Traté de hacerlo rápido para no tropezarme a Jae y, por suerte, salí del baño antes de que él volviera.

No quise cenar porque todo lo que había sucedido me había cerrado el estómago. La comida no me ayudaría para conciliar el sueño, por lo que me sequé el cabello lo más rápido posible y me metí directamente en la cama.

Los minutos pasaron y yo intenté dormir, pero era más difícil de lo que creía.

Pasó más de media hora y de pronto escuché ruido venir de la entrada. Casi sin pensarlo, cerré los ojos fuertemente y me agarré a las sábanas. Evitarlo sería lo más sano.

Escuché sus pasos rondar por toda la casa durante un buen rato y era tal la inquietud que me generaba saberlo ahí sin llegar a verlo que me fue imposible dormir hasta que el peso de Jae hundió el colchón a mi izquierda. Yo me enfoqué en hacer que mi respiración pareciera profunda y uniforme y, por suerte, no se fijó en mi engaño.

Pronto lo noté acercarse a mí más y cómo besaba mi hombro. Respiré hondo, consciente de que no me molestaría esa noche y traté de conciliar el sueño a pesar de que tenía a mi mayor enemigo durmiendo contra mi espalda.

A la mañana siguiente, yo me levanté más tarde de lo que solía. Cuando me incorporé en la cama y vi que Jae no estaba allí, supuse que ya se habría ido a la empresa. Me agradaba la idea porque así podría estar tranquila por unas horas y llamar a Tae no sería tan complicado.

De la forma más ilusa que podía existir, me levanté y fui en dirección al baño. Al abrir la puerta, me paré de lleno.

JaeHo estaba parado frente a la cesta de la ropa sucia y tenía en las manos la camiseta que usé la tarde anterior para salir. Estaba toda arrugada y humedecida y Jae lo había notado a la perfección.

De pronto, se giró hacia mí, identificándome mientras todo comenzaba a encajar en su macabra mente. Ladeó la cabeza, con gesto dolido.

—¿A dónde fuiste ayer?

El corazón se me congeló y supe que había cometido un error tremendo por no esconder la maldita ropa. Jae no solía fijarse en las cosas de casa y mucho menos en mi ropa, pero esa mañana lo había hecho por alguna jodida señal del destino y ahora ... Ahora no había nada que me salvara de aquello.

Pensé bien mi respuesta, pero esa demora hizo que él caminara, todavía con mi prenda en su mano.

Tragué saliva con fuerza, tropezando con la pared del maldito cuarto de baño.

Jae percibía mi miedo y mi pánico le daba alas. Él disfrutaba viéndome sufrir y nunca se cansaría de ver el horror reflejado en mi mirada.

—¿No vas a responderme? —preguntó, sarcástico.

¿Qué pasaba si lo hacía? ¿Sería peor el remedio o la enfermedad? Porque con Choi JaeHo nunca podías saberlo. Su maldad cambiaba de forma continuamente, se metamorfoseaba en un abrir y cerrar de ojos, atacándote sin piedad y buscando que me doliera en lo más hondo.

—Yo ... Ayer ... —titubeé.

—Ya sabes lo que pasa cuando me mientes, Yeong —me recordó, risueño—. Dime la verdad. No es difícil, cariño.

—Fui a ver a mi hermano —le dije, sin que llegase a ser falso.

Jungkook siempre estaría fuera de mis confesiones y evitar el nombre de mi mejor amigo era lo más conveniente, así que solo me quedaba Nam. Él no corría demasía peligro porque Jae lo controlaba y ambos sabíamos que conocía muchas de las cosas que Jae hacía en su empresa. Namjoon no podía hablar porque habría consecuencias para todos y ese poder era algo que Jae saboreaba a diario.

Cuando nombré a Nam, Jae frunció el ceño.

—¿Tengo que pegarle una paliza? —cuestionó, fingiendo estar casi apenado por lo que estaba saliendo de su boca—. ¿Eso es lo que queréis?

—No —dije, temblando.

JaeHo me sujetó del brazo, clavándome los dedos en la piel. Mis orbes no tardaron en cristalizarse, alegrándole por momentos.

—¿Entonces, qué? ¿Qué mierda hago contigo? —meneó la cabeza—. No me escuchas ... No me haces puto caso si te digo que estás aquí encerrada ... ¿Qué cojones buscas, Yeong?

—J-Jae ... —sollocé, a pesar de que las lágrimas no salían.

—No quiero que llores —dijo.

—Gritaré —le aseguré, al tiempo que la vista se me nublaba—. Gritaré, pero no le hagas daño a Nam, por favor.

La sonrisa de Jae me puso la piel de gallina.

Si le daba lo que más quería, le bastaría, ¿verdad?

No iba a dejar que Namjoon se llevara unos golpes que yo misma había buscado al desafiar y desobedecer a Jae. Si tenía que pasarle algo malo a alguien, esa era yo. Solo yo tenía que recibir la furia de ese demonio con apariencia de persona. Solo yo.

Me cogió de la mandíbula, haciéndome gemir.

—A veces te odio tanto ... —sisbeó, analizando mi cara.

La bofetada me partió el labio.

Si supieras cuánto odio y rencor guardo contra ti ...

Jae se marchó de casa un cuarto de hora más tarde. Solo se entretuvo un poco conmigo. Me dejó el labio inferior ensangrentado y tirada en el suelo del baño mientras me sujetaba el vientre.

No me golpeó mucho. Se cansó a los pocos minutos y puso la excusa de que tenía una reunión a la que no podía llegar con las manos manchadas. Me dejó, aliviada, y respirando de manera entrecortada.

No era gran cosa. Seguían siendo más dolorosos todos aquellos golpes que recibí dos días antes a la pequeña rabieta que se había desencadenado en unos minutos. Jae se había contenido y algo en mi interior quería pensar que era porque sabía todo lo que me había hecho ya. No buscaba destrozarme por dentro, por lo que se fue sin decir más y yo pude llorar en paz. Sin que nadie escuchara mis lastimeros gemidos.

El día transcurrió sin ninguna novedad. Jae se llevó consigo mi móvil, así que maté el tiempo viendo tele basura y estudiando buena parte de la tarde. Me sentía tan vacía como siempre, pero al menos tenía la seguridad de que JaeHo estaría tan ocupado con su trabajo que no tendría tiempo de planear ninguna forma de vengarse de mi hermano.

Esa noche, cuando Jae volvió a casa, me pidió perdón. No entendí muy bien el por qué. A veces lo hacía. Como si la conciencia le matara en silencio y tuviera que hacerlo para no sentirse como el maldito maltratador y asesino que era en realidad. Era su pequeña terapia y yo estaba obligada a aceptar esas disculpas para que nuestra relación no fuera a peor. Para sobrevivir en aquella casa, supongo.

Su forma de disculparse incluía follar, y eso hicimos. Ni siquiera estaba bien físicamente para ello, pero decirle que no después de haberse humillado al pedirme perdón era un jodido suicidio.

Antes de dormir, me dijo que podía retomar las clases. No me entraba en la cabeza que se estuviera comportando conmigo como si todo fuera de lujo, pero no me quejé. Decir una sola palabra que no le encajara sería ponerme una pistola en el pecho a mí misma.

Tener satisfecho a Jae era lo mejor que podía hacer. Por eso me limité a dormir a su lado, como si fuésemos una pareja normal.

Dormí mal. Apenas descansé por aquella cercanía. No estaba muy acostumbrada a dormir tan cerca de Jae, pero quería que estuviera contento. Mi vida estaba por encima de una noche sin descanso. Podía pasar con menos horas de sueño. Lo hacía más de lo que debía y sabía que eso no sería la causa de mi muerte.

El sol me despertó esa mañana y, después de dar una vuelta por toda la casa y asegurarme de que Jae no estaba, decidí desayunar con toda la calma del mundo. Tenía clases a las diez de la mañana, así que podía tomarme mi tiempo para comer algo y tapar decentemente la raja que tenía en el labio.

Era una tarea muy rebuscada y se vería de todas formas por mucho que intentara ocultarla. Al final, opté por pintarme los labios de un rojo intenso. Se veía menos, pero si alguien se fijaba, terminaría percibiendo el golpe y me tocaría dar unas explicaciones que no existían.

Sin embargo, esperanzada de que eso no pudiera ocurrir, salí de casa con la chaqueta y mi bandolera. No quería que ese día se fuera a pique desde primera hora de la mañana. Olvidé todo aquello y fui hasta la parada de autobús en la que solía subirme normalmente.

Al llegar a la universidad, agradecí no encontrarme a Tae. Ya le había avisado de que iría a clase, pero habíamos quedado en vernos para la hora de la comida.

A medida que avanzaba la jornada, me planteé más y más veces si preguntarle a mi mejor amigo por Jungkook sería un error. Quería saber cómo estaba y pasar un rato con él incluso si me sonrojaba como la estúpida que era. Aquello ocupó mi cabeza más tiempo del que debería, pero no supe cómo evitarlo. Había llegado a ese punto; ya no había forma de apartar a Jungkook de mi pensamiento, por mucho que lo intentara.

A las dos en punto, mi horario llegó a su fin y yo fui al encuentro de Tae después de pasarme por los baños a retocarme el labial y el maquillaje que cubría mis heridas. No quería que se diera cuenta de lo que había aparecido en mi rostro.

Salí fuera y el calor me abrumó por unos segundos, pero apenas tardé en divisar a Taehyung a un lado del edificio. Estaba escondiéndose del fuerte sol que caía a esas horas. Resultaba extraño pensar que hacía sólo un par de días había llovido tanto.

Cuando Tae me vio, su sonrisa me sanó el alma resquebrajada que traía dentro. Era un bálsamo para mí, desde luego.

Me abrazó, comportándose como si nada, y decidimos ir a comer a su casa. Tae me dijo que acababa de pedir comida china porque sabía que era mi favorita y yo se lo agradecí. Ambos preferíamos los lugares con poca gente y su casa era una buena opción.

Una vez allí, sólo tuvimos que sacar los platos y coger los vasos porque la comida llegó más rápido de lo previsto. La comimos sin prisa alguna, mientras yo le preguntaba por su madre. Tae no me dio mucha información porque el tema era delicado, así que no insistí y solo le dije que iría a verla otra vez. No sabía cuándo, pero lo haría.

La soledad de los hospitales asustaba más que las enfermedades y Tae lo experimentaba todos los días.

La conversación fue derivando, tocando todos los asuntos que teníamos pendientes por hablar con el otro y, más pronto que tarde, nos vimos con los platos vacíos y los estómagos llenos.

Tae se empeñó en recogerlo todo él solo, pero no iba a dejar que se encargara de limpiar cosas que yo también había ensuciado. Terminó cediendo ante mi insistencia y ambos nos colocamos frente al fregadero para lavar los platos sucios.

Solo se escuchaba el agua caer del grifo, pero era un silencio incómodo. Sentía la inquietud de Tae a mi lado, que secaba el plato que yo le acababa de pasar.

De repente, habló y yo escuché sus palabras con toda la atención del mundo.

—¿Yeong?

—¿Mmm?

—Sé que es entrometerme y que no debería, pero ... —se detuvo un momento, dejando el plato a medio secar—. Desde que te vi antes, tu labio ... Ha sido imposible no fijarme porque tú nunca llevas pintalabios —me dijo, y la sangre se me heló—. No quiero mentiras, por favor.

Él cerró el flujo de agua y yo me paralicé de sopetón. ¿Cómo ...? ¿Cómo se suponía que iba a explicarle lo que pasaba? No estaba preparada en absoluto y lo defraudaría. No tenía ninguna duda.

No podía pensar siquiera en su reacción si descubría la verdad.

—Tae ... —dije, más asustada de lo que pensaba demostrarle.

—Tienes el labio partido por la mitad —dijo, entristecido—. Y eso no te lo haces por accidente.

No era un accidente. Los golpes de los que él se había percatado a lo largo de nuestra amistad nunca fueron accidentados. Siempre tuvieran una causa, con nombre y apellidos.

Taehyung se dio cuenta de la seriedad del asunto y de la palidez que había tomado mi cara, así me agarró de las manos y las secó. Tras eso, me llevó al sofá y allí me dejó algo de espacio para que encontrara la manera de decirle algo que fuera suficiente.

—Tae —empecé, agarrándome las manos para no viera que temblaban—, es muy complicado. Yo ... No sé por dónde comenzar ni ...

—No tienes por qué decírmelo todo, Yeong —dijo, con su calidez de siempre adornando aquellas amables palabras—. Solo ... Intenta no mentirme más, ¿vale? Sé cuando lo haces y me duele.

—Creo que te dolerá más saber —le comenté, a modo de advertencia.

Sus ojos estaban llenos de comprensión. Sabía muy bien que Tae no me juzgaría, sino que me apoyaría en todo e intentaría comprender lo incomprensible si se lo pedía, pero era tal el terror a afrontar la realidad que ... Fue duro despegar los labios.

Sus dedos apartaron un mechón de mi cabello.

—¿Es tu novio? Sé que es un tío el que te hace esto, Yeong —susurró, con miedo a asustarme más.

Me había hecho pequeña ante él y lo odiaba. No quería mostrarle ese lado de mí a Tae, pero no tenía otra opción que hacerlo.

—¿Me creerías si te dijera que no le quiero? —inquirí, a punto de soltar la primera lágrima.

—Voy a creer todo lo que digas, Yeong. Todo.

Tomé aire y dije una cosa más.

—Si falto a clase, es por él. Es ... Es horrible, Tae ...

La puerta de su piso se cerró, sobresaltándonos. Yo me giré hacia atrás para ver quién era.

No sabía que alguien más tuviera las llaves de la casa de Tae.













🕰🕰🕰

Como el coronavirus nos tiene en cuarentena, aquí viene un capitulico de Answer, pa ahogar las penas 💜🌚

Sé que lo dejo en el momento más interesante, pero es que tenía que ser un poco mala xD

Nah, no tenéis que preocuparos; intentaré subir la siguiente parte el domingo por la noche. Ahora que no hay clases, tengo más tiempo y así no tardareis en descubrir quién abre la puerta 7u7

Y, por fis, quedaos en vuestras casas aunque toda esta situación sea jodida. Es lo mínimo que podemos hacer como seres que razonan y son responsables 💕💫

Cuidaos mucho estas semanas

Os quiere, GotMe 💜

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