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06

Yeong

—¡¿Dónde mierda estabas?! —sus gritos retumbaron en las paredes, alarmándome—. Fui a buscarte a la jodida tienda de tu hermano y no te encontré, zorra.

Dejé caer mi bolso al tiempo que sus enfurecidos pasos se aproximaban a la entrada de la casa.

Sabía que al llegar no me esperaría un buen recibimiento. Había jugado con Jae y, aunque él no me había descubierto en el almacén de la librería, no respondí a sus llamadas a pesar de que una de las reglas más importantes era la de estar siempre comunicada. No podía desaparecer de su radar. Ese tipo de lujos no estaba destinado a mí.

Mordí mi labio hasta sentir el férreo sabor a sangre por toda mi boca. Mis ojos se clavaron en el dedo, todavía protegido por la pequeña tirita que Jungkook había colocado sobre mi corte.

La paz que me embargó bastó y, gracias a ella, pude soportar el tirón que JaeHo dio a mi muñeca. La brusquedad con la que me sujetó contrastó con el recuerdo de un Jungkook, acariciando mis dedos bajo un agua tibia, cálida.

No podía comparar aquellas sensaciones. Una era dulce y relajada, mientras que la otra no tenía lugar para la ternura; me atacaba con punzadas que iban más allá del dolor físico. Ni siquiera había empezado, pero los ojos del monstruo que tenía delante ya me hacían añorar una exagerada cantidad de oxígeno.

—¿¡No vas a responderme!? —gritó, enfurecido.

Yo estaba tan aterrada que no pude formular palabra alguna. Aparté la mirada y me concentré en respirar.

Tenía que aguantar esa noche; ya le había prometido a Tae que iría con él a ver a su madre al día siguiente.

—¡Te he dicho que hables, Yeong! ¡No me hagas ...!

Debía soportarlo porque ... Porque podía imaginar a Jungkook, pendiente de su teléfono. No podía hacerle pasar un mal rato. Solo yo tenía que soportar el dolor. Solo yo.

—¿Qué quieres que diga? —dije en un endeble murmullo—. Me castigarás igualmente.

Me agarró de la barbilla con fuerza. Quería ver el miedo en mis pupilas, lo disfrutaba tanto que era su principal motivación. Y, lamentablemente, yo seguía sin saber cómo ocultarlo.

—Quiero que me des una jodida excusa. Algo para convencerme de que no debo destrozar este hermoso rostro.

Su sed de sangre iba en aumento y, si intentaba suplicar por su perdón, me lastimaría todavía más, si es que eso era posible después de tanto tiempo siendo su muñeca de trapo.

—No puedo dártela porque no hay justificación —le contesté, temblorosa por su sombrío semblante—. E incluso si la hubiera, no te la daría.

JaeHo sonrió y sus afilados dientes lucieron como verdaderos colmillos, listos para arrancarme la piel a pedazos.

—Sabes cuánto me gusta que seas una puta rebelde, ¿verdad?


Jungkook

—¿La has visto? —me preguntó Tae bastante nervioso—. Me he quedado sin batería y no la llamé antes porque pensé que aparecería por aquí ...

Me humedecí los labios, alejando cualquier pensamiento que acabase en ella, siendo golpeada por el animal que la tenía sometida en todo momento.

—Creo que noona no ha venido hoy a clase, hyung —le dije.

—¿Pero te ha dicho algo? —inquirió, con sus ojos cargados de un oscuro temor—. Me prometió que hoy vendría. Iríamos a ver a mi madre al hospital y Yeong nunca dejaría plantada a mamá ...

La rabia me quemaba la sangre. Quería matar a Choi JaeHo, aunque, antes de eso, necesitaba torturarlo tanto como él hacía con Yeong. Si supiera su maldita dirección, ya habría dejado a Tae allí tirado en busca de ese hijo de puta. No me habría importado con tal de poder sacarla de allí. Él se divertía destruyéndola, pero la satisfacción que se adueñaba de mí, con el mero pensamiento de tenerlo en mis manos y poder arrancarle la vida yo mismo, no tenía precio.

A pesar de todos esos escenarios en los que veía a JaeHo suplicar por su vida y lamentar hasta el último golpe, no estaba en mi mano. Nada de eso era realista para el chico que solo sabía esperar y esperar hasta que otros lo pisaban, dejándolo fuera de combate.

Yeong no me permitía saber más que algún detalle y eso me estaba matando porque ... Porque quería ayudarla.

Solo iban cuatro semanas desde que nos conocimos, pero esos últimos días, desde que regresó a Corea, no había hecho más que pensar en ella. Verla la tarde anterior había actuado en mí como un bálsamo, logrando apaciguar los mismos miedos que me llevaban carcomiendo días enteros. Tenerla cerca se estaba convirtiendo en una necesidad y sabía lo que eso conllevaba. Debería frenarlo cuanto antes porque me estaba empeñando en seguir la senda más escabrosa, pero no era capaz. El único consuelo que me restaba era el de poder mirarla unos minutos todas las mañanas, asegurándome de que, al menos, ella seguía viviendo en la misma realidad que yo.

—Voy a llamarla. Sé que no le gusta que lo haga, pero ...

Taehyung estaba verdaderamente preocupado por Yeong y yo, en mi silencio, tampoco podía calmar el malestar que crecía sin cesar en mis entrañas. También añoraba su voz y deseaba abrazarla en secreto, pero sus palabras se repetían en mi cabeza, haciéndome saber que ella se encargaba de todo. Se trataba de un peso demasiado grande y me dolía pensar en todo lo que estaba soportando para evitar que Tae viviera angustiado. Tenía que respetar su posición, así que, tragándome los reproches, tomé del brazo a Tae.

—No he hablado con ella, pero estoy seguro de que Namjoon-ssi sabe más que nosotros —sonreí un poco, consciente de que estaba soltando una vil mentira—. Yo tengo que ir ahora a la librería. Márchate al hospital y cuida de tu madre, hyung. A lo mejor solo llega tarde y en un rato está allí.

Tae pareció sopesar las opciones después de escucharme y, tras unos segundos de meditación, asintió. No estaba conforme. Ninguno lo estaba, pero solo podíamos confiar en ella. Por el momento, ser pacientes era lo único que teníamos.

—Está bien. Si Namjoon sabe algo, llámame, ¿vale? No creo que lo haya pasado nada malo, es solo que ... Siempre tengo un mal presentimiento cuando se va. ¿Es raro?

El sexto sentido de mi amigo no solía fallar. Si tan solo supiera todo lo que Yeong le ocultaba ...

—Es normal, hyung —contesté, nervioso por sus sospechas—. A mí también me pasa.

Un minuto más tarde, nos despedimos y él se fue en dirección a la avenida principal de la ciudad. Yo, por el contrario, esperé un poco frente a la universidad, buscando todo el tiempo a Yeong. Esperaba ver su figura saliendo del edificio de arte o cruzando el campus, pero aquel deseo no se cumplió y mi nerviosismoganó el asalto. Me marché directamente hacia la librería, creyendo que podría estar colocando los libros, tal y como hacíamos al día anterior.

Me recibió Namjoon, confuso por mi interrupción. Me preguntó si ocurría algo, pero yo no le respondí hasta que no estuve seguro de que Yeong tampoco había dado señales de vida por el lugar. Tan pronto como obtuve esa información, me dejé caer en la silla más cercana, aterrado. No estaba por ninguna parte y aquello no me daba buena espina.

—¿Quieres decirme por qué estás así? Ni que hubieras visto un fantasma ... —farfulló, acercándome un vaso de agua fresca.

—Gracias ... Hyung —agradecí al tiempo que cogía el molde de plástico.

—Nada de gracias y menos aún lo de hyung. Nos conocemos desde hace unas horas y ya me tratas como si fuésemos amigos de toda la vida ... —me regañó—. ¿Por qué buscas a Yeong? Debe estar al llegar.

Tragué saliva al ver la fe ciega que Namjoon tenía en ella. Ni siquiera veía un ápice de miedo en sus afilados ojos.

—¿Has hablado con ella hoy, hyung?

Me di cuenta de que lo había llamado así de nuevo e iba a pedir perdón por tomarme tanta confianza con él, pero Namjoon rodó los ojos y acercó una silla a la mía, quedando frente a mí. Entonces pude entrever algo de miedo en su gesto. Era muy leve, casi invisible para los demás, pero el mordisqueo de su labio inferior le delató.

—No sé de dónde has salido, pero ... Conoces a mi hermana, ¿verdad? —dijo, alzando la barbilla y escrutándome con precaución.

—Mmmmm ... Sí la conozco. Ella ... Es amiga de Tae y él y yo somos ...

Mi torpeza confirmó lo que él ya suponía desde la tarde anterior, por lo que me impidió continuar con aquellas excusas baratas.

—No estoy hablando de eso, Jungkook —la forma en la que dijo mi nombre me hizo aguantar la respiración—. Sabes a lo que me refiero, así que no mientas y dímelo. Yeong no está aquí porque, probablemente, ha pagado las consecuencias de lo que hizo ayer. Te protegió de JaeHo y estoy esperando a que me expliques por qué se arriesgó por ti.

"Se arriesgó por ti".

Sí, y debe estar retorciéndose de dolor por ello.

Creí que no debía ser yo quien le explicara a Namjoon la extraña relación que tenía con Yeong, por lo que me terminé el vaso de agua y escogí las palabras adecuadas.

—Yeong te lo explicará mejor de lo que yo podría. No entraré en ese tema por respeto a ella, pero sí ... Nos conocemos fuera de la universidad —le confesé.

—¿Eres cliente de JaeHo? —siguió preguntando.

—Mi familia tiene negocios con él —admití—. Si me hubiera visto ayer aquí, no sé lo que habría pasado.

—Para empezar, no estarías vivo.

—Sí ... —dije, sintiendo más culpable.

Debía ser complicado para Namjoon entender la forma de actuar que tuvo Yeong cuando nos vimos en aquella tesitura, pero no sabía cómo justificarme. Al fin y al cabo, había puesto en peligro a su hermana pequeña. Era muy comprensible que me quisiera dar una paliza por no serle sincero.

—Jungkook —me llamó—, ¿sabes por qué se llama así mi tienda?

Confundido, fruncí el ceño y volví la mirada hacia el cartel que colgaba de la puerta. Ese en el que ponía en mayúsculas la palabra "Homero".

—¿Tiene un significado?

—Todo lo que ves tiene un significado en este mundo y yo lo entendí mucho más tarde que Yeong.

—No sé a qué te ...

—Ese nombre —dijo, señalando el cartelito.

—¿Homero? —asintió y yo pensé en qué podría ser tan importante—. Fue el autor de La Ilíada y La Odisea.

—Me alegra que sepas al menos eso —murmuró en voz baja antes de mirarme—. Pero no hay constancia de que un tal Homero escribiera realmente esas obras. Nadie sabe si existió una persona que se llamase así y firmara la autoría de los libros que acabas de mencionar. Puede que fuera una invención.

Nunca había oído hablar de aquella hipótesis y Namjoon consiguió llamar mi atención. Si ese hombre nunca fue real ... ¿Entonces por qué se le daba tanto valor? Un nombre no es nada si no hay persona que lo declare suyo.

—¿Por qué nombraste así la librería? —le pregunté.

Miró el letrero un poco más y me respondió.

—Homero significa ciego. Aquel que no ve —comenzó a explicarme—. Algunos dicen que él es el protagonista de las obras que se le atribuyen y que, en una de todas las aventuras que tuvo, quedó herido y no pudo volver a ver nunca. Creen que fue entonces cuando se dedicó a escribir y a recopilar todo lo que había vivido. Y otros simplemente defienden la posibilidad de que las historias pasaran de boca en boca, creadas por el pueblo, como si fueran mitos. Hasta que alguien decidió escribirlas en algún momento —se detuvo, pensando en cómo continuar—. Yo no me decanto por ninguna de las dos.

—¿Entonces ...?

—Mi librería se llama así por su significado, Jungkook. Ciego. El que no ve —fue bajando el tono de voz—. Ese fui yo hace años. No quise ver y me hice el idiota, abandonando a mi hermana porque era más fácil huir en lugar de sufrir con ella.

El silencio se volvió frío e incómodo. Namjoon estaba abriendo una herida que, al parecer, no cicatrizó nunca a pesar del tiempo que había pasado.

—¿La ... Abandonaste?

Tenía curiosidad, pero el resentimiento en su rostro me impedía preguntar más.

—Sí —admitió, con una amarga mueca surgiendo en sus labios—. Nuestra familia estaba rota y yo me sentía perdido. En lugar de marcharme con Yeong, la dejé aquí porque era más sencillo. Si ella se quedaba aquí, yo me evitaría problemas, pero no valoré todas las opciones y por mi culpa está así ahora.

La culpabilidad se escuchaba en sus palabras. Lamentaba haberla dejado atrás y no se perdonaba por ello.

—Pero ... —balbuceé, torpe.

—Yeong decidió quitarse la venda y quedarse. Fue más responsable de lo que debía y aceptó unas consecuencias que ni siquiera había provocado, pero lo hizo porque tiene un corazón de oro —me confesó mientras los ojos se le humedecían—. Por eso no confía en nadie, ¿entiendes? A veces creo que tampoco confía en mí —soltó una triste carcajada—. Ha construido un muro a su alrededor, tan jodidamente alto que ... Ni Tae ni yo hemos podido derrumbarlo —respiró hondo, recomponiéndose ligeramente, y volvió a centrarse en mí, clavándome las pupilas como espinas—. Pero tú ... Tú estás haciéndolo y ...

—¿Y-Yo?

La sorpresa me congeló y no pude hacerle frente.

—No sé quién eres para mi hermana y supongo que no me lo dirá —razonó—, pero es la primera vez que la veo ponerse en peligro a sí misma para proteger a alguien más después de todo lo que pasó. Siempre se ha posicionado del lado de JaeHo, Jungkook. Nuestra seguridad depende de él y Yeong sufre todo sola para que no me haga nada a mí. Yo debería cuidarla, no al revés. Siempre hay interés detrás de las acciones de los demás; los motivos ocultos no acaban. Yeong lo sabe bien y no baja la guardia ... Pero ayer lo hizo. Te escondió, eligió el camino más difícil para que Jae no te rebanara el cuello. Podría haberte entregado, ganándose el favor de ese hijo de puta una vez más. Y no fue así.

No sabía qué decir ni qué hacer. Namjoon no confiaba en mí, era obvio, pero me había contado todo aquello y, de alguna forma, me había abierto los ojos una pizca más.

Yo ... ¿Yo era lo suficientemente importante para Yeong?

La profunda mirada de Namjoon no hacía más que desarmarme, intentando que dijera algo. Algo que le dejara en claro si era conveniente tenerme cerca.

—No quiero que me des una respuesta que no tienes, Jeon Jungkook —me dijo—. Solo quiero saber una cosa —continuó, decidido, y yo alcé la barbilla, temeroso y ansioso—. Es evidente que Yeong está cuidando de ti. ¿Ella te importa a ti? Porque no estoy dispuesto a que alguien más venga a destrozarla.

Busqué en mi interior, a ciegas, y muchas respuestas distintas se precipitaron sobre mi boca.

Ella me hacía dudar tanto que no podía decantarme por ninguna, así que Namjoon esperó a que la incertidumbre fuera disipándose de mi aturdido rostro.

Fruncí los labios y hablé.

—Me importa —solté, aliviando la carga que había soportado todos esos días—. No sé por qué, pero ... Necesito saber si está bien, hyung. Es lo único que me preocupa ahora.

Namjoon me escudriñó y terminó levantándose. Soltó un pesado suspiro, dejando ir algo del miedo que tenía a mi posible respuesta.

—Me hice el ciego porque fui egoísta y solo cuidé de mi bienestar —añadió a su reflexión—. Por eso nombré a este sitio así; para no olvidar que le fallé a la única persona que se sacrifica por mí todos los días. Mirar ese letrero cada mañana es un recordatorio de lo que hice, de lo que no debo hacer otra vez. No puedo ser como ese tal Homero; un nombre sin dueño. Debo ser consecuente y asumir la autoría de mis actos, admitir todo lo que hice—concluyó y se volvió a dirigir a mí—. Dale un día. Si mañana no aparece, yo mismo iré a ver a Jae y lo mataré si es necesario. No voy a dejarla. Y, ahora que tiene a alguien más que se preocupa por ella, haré lo que sea para que pueda volver a vivir —dijo, seguro de sus palabras—. No importa lo que sea, puedes contármelo. Si lo que estáis tramando ayuda a Yeong de alguna manera ... Da igual si es peligroso; puedes contar conmigo, Jungkook.

Asimilando todo lo que acababa de ocurrir entre aquellos libros, observé a Nam alejarse.

Me habían surgido más dudas a raíz de todo lo que había contado, pero podía entender la posición de Namjoon en toda esa historia. Y, aunque no fui capaz de decírselo, agradecí que me revelara un aspecto tan intimo de su vida. Era muy duro de imaginar, así que ni siquiera me veía capaz de contener aquellos impulsos siempre que JaeHo se presentaba ante mí. Nuestro odio hacia ese energúmeno no era idéntico, pero compartía un eje común; Yeong.

Los dos estaríamos ahí para ella y, saberlo, nos dio una paz demasiado sustanciosa como para explicarla mediante palabras.

—Hyung —lo llamé, a lo que Namjoon me miró, expectante. Mis comisuras formaron una pequeña sonrisa, verdaderamente agradecido—, a lo mejor no lo crees, pero estoy seguro de que Yeong te quiere. Incluso si cometiste un error en el pasado.

Él no me respondió. Agachó la cabeza y pareció meditar lo que le había dicho. Terminó dándose la vuelta, en dirección al almacén. Desapareció tras la puerta y entonces se pronunció.

—No creas que diciéndome algo así podrás llamarme hyung, Jeon. Que hayamos tenido esta conversación no significa que ahora seamos mejores amigos. No te conozco de nada, recuérdalo —vociferó, encendiendo las luces de la parte trasera de la librería.

Mi sonrisa se ensanchó y, a pesar de sentir una dulce sensación en el estómago, me las arreglé para recomponer mi estado de ánimo y seguir a mi nuevo jefe.

—Me recuerdas mucho a noona, hyung —le contesté, adentrándome en el almacén.

Escuché su queja al descubrir que no cesaría en mi empeño y reí.


Yeong

De pronto, sus manos abandonaron mi rostro y mi muñeca y rompieron los botones de la blusa que llevaba. Guardé el sollozo para mis adentros, sintiendo sus uñas en mi trasero. No había escapatoria para mí, ya lo había asumido, pero no dejaba de dolerme. Desde que conocí a Jungkook, siempre que Jae me ponía una mano encima, todo parecía ser más desolador que antes. Jungkook quería encontrar en mí una fortaleza que no existía y pensar que ese chico tenía esperanzas en una esclava como yo, me hacía mucho más daño que cualquiera de las torturas de Jae.

Las lágrimas rompieron en mi rostro tras los primeros golpes y mis mejillas quedaron bañadas por completo. En el momento en que me tiró al suelo y mis rodillas se resintieron por el duro impacto, cerré los ojos. No podía mirarle y lo agradecí cuando agarró su fusta favorita, sin obligarme a observar cómo me marcaba la piel. Los latigazos en la espalda eran menos dolorosos que el recuerdo de Jungkook, animándome a reunir un valor que no podía encontrar.

Pronto lo sentí en mis muslos, bajándome la ropa interior mientras se deleitaba con el débil sonido de mi llanto. Si hubiera estado en otra situación, probablemente habría logrado aminorar la intrusión de Jae en mi cuerpo, pero estaba tan agotada de aguantar y aguantar que, al rato, tras correrse varias veces, pude notar demasiado bien el desgarro interno. Mi sexo se quejaba por culpa del animal que me había violado y sabía que no podría caminar con normalidad después de aquello.

Se alejó de mí, despeinado y sin aliento.

—Tráeme la sal, Yeong —dijo con una voz de lo más calmada.

Sorbí mi nariz y traté de incorporarme, pero mis brazos no reaccionaron como les pedía. Un gemido escapó de mi boca y a continuación sentí el ardor de la bofetada en mi mejilla derecha. Clavé la vista en mis manos, descubriendo que me había clavado mis propias uñas y ahora tenía hendiduras rojizas en mis palmas.

—No te lo repetiré otra vez.

Reuní algo de energía y conseguí arrodillarme. El pecho me dolía y todavía podía notar la presión de Jae en mi cuello, impidiendo que me moviera mientras perpetraba su asalto. Seguía sin saber cómo podía reponerme después de un trato como el que me daba. Me limité a seguir lo que me ordenaba e ir hacia la cocina a pesar del malestar que me recorría todas y cada una de las extremidades. Con el bote de sal en la mano, regresé junto a él y tomé asiento en el sofá. Jae bañó las brechas abiertas de mis brazos y zona lumbar con cloruro de sodio, generando alaridos de sufrimiento en mí.

No paró hasta que de mi garganta no salían más que pequeños gemidos. No era tan divertido si yo me dejaba vencer. Se cansó de quemar mi carne y, echándome un último vistazo, dejó que siguiera tumbada en el sofá, llorando en completo silencio.

—Mañana no irás a ninguna parte —me comunicó, limpiándose—. Te quedas en casa y esperas a que te recoja por la noche.

No dije nada y esperé a que se marchara en dirección al baño. El golpe de la puerta cerrándose me indicó que estaría sola por un breve período de tiempo. Adolorida, hundí la cara entre mis brazos y esperé a que mi corazón recuperara un ritmo adecuado. Algún día se me pararía y, pensándolo bien, no me disgustaría que ocurriera. Mi tortura diaria acabaría y los insectos podrían comerse mi cuerpo podrido, mi piel deshecha y también mis incesantes lágrimas.

El escozor de las heridas persistió por unos minutos más y entonces pude mover un poco los músculos. Poco a poco, me di la vuelta, quedando boca arriba. El agua no dejaba de caer en la habitación contigua. Quería matarlo. Realmente ... Deseaba verlo morir y sufrir tanto como yo lo estaba haciendo al estar a su lado. Todos aquellos pensamientos cargados de muerte y odio crecieron y crecieron en unos segundos, pero entonces a mi mente vino el recuerdo de Jeon. Toda la inquina y rencor que sentía hacia Choi JaeHo fue quedando en el olvido, dejando paso a la compasión y la tranquilidad que Jungkook me otorgaba con su simple presencia.

"Quiero llamarlo", pensé.

"Lo necesito. Necesito ver la humanidad de sus ojos para no perder la cabeza, por favor ....".

Podía conseguir su número con pedírselo a Taehyung. Era muy sencillo. En ese momento caí en la cuenta de que reprimir deseos era mi mayor especialidad y una triste sonrisa se formó en mis labios ensangrentados. No podía añorarlo porque eso significaría arrastrarlo conmigo a un lugar oscuro en el que todavía no había encontrado una salida.

Mis heridas cicatrizarían gracias a toda esa sal, pero mi corazón acarreaba consigo tanto desconsuelo que ni siquiera él sería capaz de sanarlo.

Solo yo, con mi propia ayuda, podía huir de las garras de Jae y no entendía que necesitaba a Jungkook para permanecer entera. No lo aceptaba y esa poca fe en mí misma y en los demás dejó que JaeHo jugase conmigo el resto de la noche, quebrándome por dentro.



Recordando todo lo que había pasado esa noche, con los rayos de sol filtrándose a través de las persianas bajadas, fingí estar en el séptimo sueño cuando Jae salió de la cama y comenzó a vestirse. Supliqué a la nada para que se fuera, sin decir ni hacer nada más, pero sus acciones no me dieron tal placer. Nada salió de su boca al tomar mi móvil de la mesilla de noche y llevárselo con él. Solo pude contener el aire y esperar a que se fuera de casa.

Pensaba llamar a Tae e inventar una nueva excusa que resultara mínimamente creíble para mi mejor amigo, pero sin teléfono esa opción se acababa de desvanecer como si nunca hubiera estado ahí. En realidad, de esa forma no tenía que mentirle de nuevo. Tae se preocuparía si no me encontraba en la universidad y rezaba por que no se le ocurriera llamarme. No quería que Jae volviera más cabreado de lo que se había ido.

Intenté incorporarme en la cama y lo único que conseguí fue gemir por el dolor que sentí al doblar la espalda. Los latigazos no habían cicatrizado en absoluto; todavía notaba la sangre humedeciendo las sábanas. Ni siquiera me atreví a curar las magulladuras porque estaba segura de que descubriría una catastrófica pintura elaborada con tiras de una piel que ya no era mía.

Jae sabía cómo golpearme sin dejar secuelas graves. No tenía muchas cicatrices de sus numerosos castigos porque él se encargaba de moderar la fuerza con la que torturarme. Era tan calculador que nunca sobrepasaba la línea. Su límite era algo sagrado y riguroso. El día que la situación se saliera de control, simplemente tendría que mirarlo a los ojos para saberlo. Y, en ese momento, vería mi muerte reflejada en las maliciosas pupilas de mi carcelero.

Al rato, decidí que lo mejor sería descansar. JaeHo no me llevaría al hotel esa noche porque nadie podía verme mal. Una imagen valía más que mil palabras en ese lugar y en mi estado solo conseguiría que más rumores se propagasen. Debía recuperarme cuanto antes, no solo por mí. Había más personas en el terreno de juego y sonreír para ellas me mantenía a flote en aquella laguna Estigia que amenazaba con engullirme impíamente.

Dormí casi toda la mañana, pero no descansé. Mi estado era horrible y el mero acto de respirar se volvió un verdadero calvario para mi castigado costado.

Entre dolores, a media tarde, abrí los ojos. La molestia quedó en un segundo plano para mí y, de pronto, recordé que había prometido visitar a la madre de Tae. Aquella mujer solo había teñido buenas palabras para una pobre chica como yo, tratándome como a una hija desde que Taehyung y yo comenzamos a frecuentarnos.

La culpa fue tal que sopesé la opción.

El malestar en mi espalda había disminuido bastante desde la mañana y la idea de dejar a la madre de Tae plantada me obligó a salir de la cama, cogiéndome el estómago.

Los primeros minutos estando de pie fueron los peores, pero, por suerte, la retrocediera de los tripas y el ardor en mi espalda baja disminuyeron lo suficiente, permitiéndome dar más de cinco pasos seguidos sin que nadie se diera cuenta de todo lo que mi fatigado cuerpo cargaba.

No estoy del todo segura de cómo auné las fuerzas necesarias, pero di la gracias a la escasa fuerza de voluntad que me quedaba y, ya vestida, me miré al espejo del cuarto de baño. Oculté con maquillaje mis ojeras y tapé el feo golpe de mi mejilla. No me perdonaría nunca que Tae o su madre me vieran de esa forma, tan descompuesta como me veía en ese estúpido reflejo.

No tenía móvil y, por lo tanto, tampoco sabría si Tae seguía en el hospital, pero debía intentarlo.

Poco después, me encontraba sentada en el autobús de línea que marchaba en dirección al centro de la ciudad. Acompasé debidamente mi respiración para que el dolor no se hiciera insoportable y, tras un rato de viaje, bajé en la parada que quedaba a unas calles del hospital.

"Eres una chica normal, Yeong. Recuerda no destacar demasiado", me recordé mientras entraba a la recepción del centro médico. Tan pronto como me atendieron y pregunté sobre la habitación de la madre de mi amigo, me subí al ascensor y bajé del mismo cuando las puertas se abrieron en la quinta planta.

"Zona reservada a pacientes bajo tratamiento". Aquel fue el cartel que me confirmó el camino por el que tenía que continuar. Sin embargo, apenas avancé dos metros, Taehyung gritó mi nombre. Él salía de uno de los cuartos y, al verme, se apresuró para llegar hasta mí.

Tragué cualquier indicio de debilidad y recibí a mi mejor amigo con los brazos abiertos. En silencio, supliqué para que Tae no se percatara de las vendas que me había colocado en la parte lumbar mientras me abrazaba.

—¿Qué haces aquí? Iba a llamarte, pero ...

—Están arreglando mi teléfono —dije rápidamente—. No podrías haberte comunicado conmigo.

—Sabes que odio eso, Yeong —aseguró, acariciando mi espalda con cariño—. Siento que algo va mal siempre que desapareces.

Estaba ocultándole todo y su preocupación me hacía sentir como la egoísta que era. Protegiéndome de los demás aun si con eso los llevaba a sufrir.

—Nada marcha mal —le mentí, pestañeando para disipar las lágrimas—. No te preocupes, Tae.

—Eso es imposible. Ya lo sabes —dijo en un suave susurro, abrazándose más a mi complexión.

Yo misma rompí el abrazo porque la fatiga causada por el sobre esfuerzo comenzaba a provocar los primeros estragos en mi cuerpo. La visita debía ser rápida porque tampoco tenía todo el tiempo que desearía. JaeHo llegaría a casa antes de lo normal, estaba segura, así que regresar era mi prioridad.

—¿Puedo verla? —le pregunté a Tae.

Él me regaló una cansada sonrisa.

—Sí. Aún quedan veinte minutos del turno de visitas —respondió.

Casi por impulso, dejé caer mi mano sobre su blanquecino pómulo. Tae, sonriendo un poco, se regocijó en aquella triste caricia.

Siempre que se trataba de su madre, podía apreciar lo mucho que estaba aguantando. Él era un libro abierto y la rojez de sus hermosos ojos plasmaba cuánto había llorado ese día, rompiéndome el corazón en mil pedazos.

—No tienes buen color, Tae —añadí, observando la poca luz que emanaba.

—Tú tampoco, Yeong.

Asentí, consciente de que era cierto.

—Estamos jodidos, ¿verdad?

—Eso creo —asintió.

Sus largos dedos envolvieron mi muñeca, alejando mi mano de su piel. Después de aquel intercambio de palabras, él tiró de mí y ambos sonreímos.

"No puedes dejar que el resto vea tu dolor". Esa era la frase que nos repetíamos los dos, entrando en la habitación de su madre.

Cuando ella nos vio, una hermosa sonrisa rectangular se instaló en su candado gesto. Tenían la misma sonrisa; la misma bondad.

—Me alegra verte otra vez, Yeong —estiró su brazo y yo me senté a su lado en la incómoda cama.

La tomé entre las mías y esbocé una sonrisa tan grande como la suya.

—Es bueno verla, señora Kim —dije, preguntándome qué habíamos hecho para merecer tanto mal en nuestras vidas—. Luce más guapa de lo que recordaba.

—¿A quién crees que he salido, Yeonnie?—preguntó mi amigo, tomando un lugar a mi lado, en una pequeña silla de madera—. Un chico tan atractivo como yo no podía tener una madre menos hermosa.

La señora Kim se carcajeó con su apagada voz. Realmente se veía mal, mucho peor que la última vez que la visité, no hacía más de dos meses. Un color violáceo había sustituido la pigmento natural de su cutis, señalando la creciente y avanzada desmejora física.

El cáncer la estaba matando, no cabía duda, y Tae me preocupaba mucho. Él no podría vivir sin ella, la necesitaba tanto que me aterraba saber que esa mujer de noble corazón se había ido de este mundo, olvidando a su hijo para siempre.

Cuando yo perdí a mi madre fue difícil, pero mi situación era diferente a la de Taehyung. Mi existencia era muy distinta a la suya y no entendía por qué le estaba ocurriendo aquello. No era justo. Nada en el mundo lo era y lo comprobé, una vez más, aquella tarde, charlando con la madre de mi mejor amigo.

Los minutos pasaron volando y, para cuando nos quisimos dar cuenta, una enfermera entró en el cuarto y nos recordó que las visitas debían irse cuanto antes.

Con mal sabor de boca, me despedí de la señora Kim y le prometí regresar la próxima semana con un ramo de rosas blancas. Ella se quedó pensando en el jarrón que usaría para exponerlas en la lúgubre habitación y yo pedí clemencia a la nada, rogando por que viviera un poco más.

Abandonamos la estancia y vi a Tae limpiar su rostro. Había empezado a llorar hacía apenas dos minutos, pero me di cuenta al instante. Se levantó, poniendo la excusa de que tenía que responder a unos mensajes y así logró ocultar el dolor que le roía las ganas de seguir adelante.

Saqué un pañuelo de mi bolso y se lo tendí, pero no era suficiente. Nada podía consolarte si veías a diario como tu propia madre moría en vida.

Así que, en un pequeño intento de consolarlo, me acerqué a él y rodeé su cintura con mis brazos. Él me devolvió el abrazo con tal intensidad que abrió algunos de mis cortes.

—¿Quieres que me quede un rato más?

No podía quedarme. No podía, pero necesitaba hacerlo por él. La soledad es la peor de las compañías, y Taehyung convivía con ella desde hacía casi dos años.

Sonriente y con las gotas resbalando por su triste rostro, negó de la a lado. Hipó, evitando hacer demasiado ruido.

—Está bien ... Puedo ... Puedo acompañarte si quieres —fue diciendo, machacándome el alma.

—No —lo rechacé—. Tú quédate con ella hasta que se duerma y vete a casa —le dije, limpiando una gota que caía por su nariz—. Mañana nos vemos, ¿vale, Tae?

Movió la cabeza a modo de afirmación y yo le dije adiós de nuevo. Volví a ofrecerle mi oferta, pero él se negó en rotundo, alegando que ella debía descansar tranquila esa noche. En contra de lo que quería, me subí en el siguiente ascensor, dejando allí a mi amigo.

Deseaba llorar con él, dejar que mi hombro fuera su mayor apoyo, pero ni siquiera sabía cómo consolarme a mí misma.

Salí del hospital y le eché un vistazo a mi reloj de muñeca. Ya estaba anocheciendo, por lo que no debía tardar mucho. Jae llegaría a casa pronto y, si no me encontraba allí ... No quería enfrentarme a él otra vez.

Apenas podía respirar bien por los sudores fríos que me provocaban las múltiples heridas, sin sanar aún y, cuando el viento frío primaveral me golpeó, mi cuerpo se quejó de nuevo. Recuperé el aliento y me puse en marcha. La parada más cercana estaba a poco más de cinco minutos. Solo tenía que darme prisa y llegar a casa antes de que dieran las nueve y media.

Ya había trazado mi ruta, acompansando la respiración con cada paso que daba, pero mi tranquilidad desapareció en cuanto surgió un ensordecedor rugido del cielo. Esperando a poder cruzar la carretera, la lluvia empezó a caer de repente. Ni siquiera tuve tiempo de moverme; las gotas ya mojaban el pavimento y no había ningún sitio donde resguardarme hasta que amainara un poco.

El maldito semáforo no quería ayudarme y aquel diluvio decidió que no podía irse sin empaparme por completo. Podía sentir el agua helada traspasarme la ropa, llovía tanto que ni la chaqueta me protegía lo suficiente. Al fin pude avanzar, casi tiritando de frío, pero una avalancha de gente, que corría y corría para evitar que la lluvia les alcanzara, apareció frente a mí, impidiéndome seguir adelante.

Las molestias lumbares y el escozor de los cortes contribuyeron a que, por unos segundos, me desorientara. Era demasiado. Necesitaba regresar o estaría en graves problemas, pero todas esas personas, sumadas a la fuerza con la que caía la lluvia, me hicieron parar cerca del siguiente paso de peatones. Me detuve, agobiada y asustada. Jae me mataría ... No tendría que haberme ido, era una locura que me costaría la poca salud que me quedaba.

Mis lágrimas se entremezclaron con las gotas dulces que resbalaban por toda mi piel desde mi pelo suelto.

Al lado del semáforo, sollocé. Mi cabeza no funcionaba, solo temblaba de miedo. Estaba sufriendo una crisis como ninguna otra, pero, en parte, la lluvia me salvó, ya que nadie se fijó en esa chica que lloraba en mitad de la calle. Todos iban de aquí para allá, algunos con paraguas mientras que otros simplemente huían. Yo también quería huir, alejarme de ese mundo que me rodeaba y estrujaba, zafarme de aquel caos.

Pasé las manos por mi rostro, gimiendo en voz baja, siendo ignorada por el resto. Noté cómo se corría mi maquillaje, emborronándolo en mi demacrado rostro.

Mi vida era un jodido desastre, un sinsentido que no podía llevar encima durante más tiempo. Me estaba matando a mí misma. Los golpes de Jae, sus insultos y desprecios, todo eso me hería, pero lo que más daño me hacía no era eso, sino mi propia forma de pensar. Me odiaba tanto por haberme convertido en esa chica, desamparada y vulnerable, que me giré hacia la carretera.

Era el camino más fácil, tan tentador para mi exánime entereza.

Dejé que mis ojos visualizaron bien el escenario en el que me encontraba y observé el muñeco rojo del semáforo. El rugido de los motores se aproximaba y quise poner un pie en la calzada. Si moría allí nadie más que yo tendría la culpa de lo que había pasado. Podría morir sin más dolor y ansiaba esa calma eterna más que ninguna otra cosa.

Me acerqué al bordillo, todavía llorando, pero la lluvia cesó. Las gotas dejaron de caer sobre mí, deteniéndome, sin embargo, la calle seguía humedeciéndose. Me resultó extraño y, debido a mi confusión, no me percaté del paraguas negro que había encima de mí hasta que la presencia de alguien más no se sintió real.

Me giré, haciendo acopio de fuerzas.

Noona ...

Su voz, cargada de miedo, y el fulgor de sus ojitos negros, me hicieron trastabillar. Los coches ya pasaban a mis espaldas y, si Jungkook no hubiera dejado caer el paraguas para sujetarme, no quedaría de mí nada más que un cuerpo inerte. Inservible.

El instinto de supervivencia, al presagiar el peligro, hizo que me aferrara a la sudadera de Jeon. Al mismo tiempo, él me sujetó del brazo derecho y atrapó mi cintura, alertado por el destino fatal que estaba a punto de acabar conmigo.

Tiró de mí con urgencia y se pegó a la farola más cercana, alejándose todo cuanto pudo de la calzada.

Mis dedos, afanosos, se hundieron en la tela de su prenda. Nuestros pechos chocaron y, sin poder reaccionar, esperé a que Jungkook reviviera. La mano con la que había tomado mi brazo abandonó su lugar e hizo lo posible por sostener mi rostro, dejándose caer justo en mi mejilla.

—¿Estás bien? —me preguntó, pero yo no supe qué decir—. Yeong, dime algo —exigió, con la mirada turbada.

Seguía paralizada, pero las lágrimas no dejaron de salir de mis ojos y, al cabo de unos instantes en los que examinó mi semblante, se dio cuenta de mi estado.

Él estaba ahí, sosteniéndome.

Había estado a punto de tirarme a la carretera, deseando quitarme una vida que ni siquiera podía vivir, pero Jungkook había sujetado ese hilo de cordura que me quedaba. Tantas personas a mi alrededor, ocupadas en sí mismas, sin imaginar qué pasaba por mi mente, ignorando el suicidio que había planeado sin meditación previa. Nadie se había fijado en la chica que, en un ataque de ansiedad y parada bajo la torrencial lluvia, valoraba el peor final de todos.

Sus pupilas se desviaron y sentí sus largos dedos rozar suavemente mi pómulo. El color violáceo debía verse bien después de que el maquillaje desapareciera de mi dermis y él examinó el moretón. El pelo se le estaba mojando al igual que su apolíneo rostro. Los hombros también empezaron a absorber la lluvia, pero en ningún momento desistió.

—¿Qué te ha pasado? —la ternura de su voz me golpeó duramente—. ¿Qué haces aquí?

Me pegó más a su cuerpo tras lanzar esa nueva pregunta al aire.

No sabía que pudiera hallar tal descanso mientras me asía contra su torso, manteniendo así mis pies sobre la tierra. De repente, mi labio inferior amenazó con tiritar, así que lo mordí.

—Noona —murmuró él, sin separarse de mí ni un mísero centímetro.

—Ni siquiera sé qué estoy haciendo, Jungkook ... —gimoteé en voz queda, incapaz de negar mi sufrimiento a ese chico.

Noona, mírame —dijo, y procuré hacer lo que me pedía a pesar de la vergüenza y el hastío que me llenaba. Jungkook acarició con su pulgar mi mejilla magullada y, con la otra mano, olvidó mi cintura y cerró su agarre sobre mis dedos, esos que arrugaban su ropa. Él quería calmarme, podía verlo en sus atribulados orbes—. Estoy aquí.

Esas dos palabras fueron suficientes para que rompiera a llorar de una forma mucho más intensa, inquietando a Jeon Jungkook.

Tenía tanto miedo ... Tenía miedo porque estaba cerca de perderme. Tenía miedo de que él dejara de estar ahí.

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