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05

Agarré una nueva pila de libros y me marché hacia el tercer pasillo para colocarlos en su lugar correspondiente.

Todavía seguía dándole vueltas a aquella extraña situación en la que Jungkook había fingido no conocerme y terminado aceptando el trabajo a medio tiempo en la librería de mi hermano. No tenía sentido, pero al menos Namjoon no se había enterado de quién era Jeon en realidad y de que yo lo conocía mejor de lo que pensaba.

Un giro inesperado que nunca habría imaginado, pero ya no había forma de dar marcha atrás. Jungkook era el nuevo empleado de Namjoon y yo tenía que ayudarle a adaptarse.

Yo misma iba a echarle una mano a mi hermano siempre que podía y, si hubiera sido posible, también habría sido esa empleada que tanto necesitaba. El problema era Jae; él nunca me permitiría trabajar fuera de su alcance, así que Namjoon decidió buscar a alguien más. Ese alguien ahora se trataba de Jungkook.

Me detuve al fondo del pasillo, comiéndome la cabeza por el lío que se había montado en tan poco tiempo. En el momento en que Nam fue a buscar los horarios de la librería a la trastienda, Jungkook me entregó un pendrive. Era mío. Al principio, no entendí por qué lo tenía él, pero caí en la cuenta de que, probablemente, Tae se lo había llevado sin querer y Jungkook había venido a traerlo en lugar de mi mejor amigo.

La situación era cada vez más complicada.

¿Qué haría si Jungkook descubría cosas de mí que debían seguir ocultas? ¿Qué ocurriría si Namjoon se enteraba de quién era ese chico de brillantes ojos negros? Mierda, había tanto en lo que pensar que sentía cómo todo se me caía encima.

—¿Cómo he llegado a esto ...? Joder —murmuré mientras ponía en su lugar diversos volúmenes.

Mi vida se había convertido en un laberinto sin salida. Siempre que parecía hallar un sitio donde descansar, algo surgía entre las tinieblas para aterrarme y hacer que continuara caminando infinitamente. No importaba cuánto me desgranara la mente en continuos intentos por dar con una solución para la intrincada red que se había creado en torno a mí. Daba igual. No había escapatoria.

—¿Noona?

Me giré, observando a un Jungkook que dudaba sobre si debía acercarse a mí o dejar que me replanteara toda mi vida en soledad.

¿Por qué estaba allí? ¿Cómo había averiguado que estaría en la liberaría de Nam si nunca le había hablado de ella? Odiaba mezclar a mi hermano con asuntos que tuvieran relación directa con Choi y Jungkook solo haría las cosas más complicadas de lo que ya eran. Si algo salía mal, todo se derrumbaría, pero ... Pero él seguía igual de sonriente, caminando hacia mí como si no nos estuviéramos acorralando a nosotros mismos con cada paso que dábamos en aquel sendero de minas.

Aparté la mirada, enfocándome en el libro que tenía en la mano. Sabía que pasar tiempo con Jungkook solo nos causaría problemas, pero no podía rechazarlo después de haberme ayudado varias veces. Y tampoco quería alejarlo a pesar de saber que era lo correcto.

Se quedó a mi lado, dejando otros cuantos libros en la misma estantería que yo. Completamente callado, fue colocándolos todos sin equivocarse. Yo observé cómo lo hacía y de pronto se confundió con una enciclopedia que no estaba bien etiquetada.

—Eso no va ahí —le dije, confundiéndolo.

—Pero aquí dice ... —murmuró, observando el libro.

—Sí, sé lo que pone —lo agarré de sus manos, captando su atención—. Y es erróneo. ¿Ves?

Le señalé el apartado en el que se debía dejar el tomo de arte egipcio. Marcaba el conjunto equivocado, como si se tuviera que poner junto con los libros de arte contemporáneo. Además, esas enciclopedias ya habían estado antes en la librería y sabía bien cuál era su lugar.

—El arte antiguo no puede ir con el contemporáneo —asintió él, recordándolo para sí mismo.

De pronto, me encontré sonriendo por lo tierno que lucía, repitiéndose esas palabras una y otra vez para recordarlas más adelante.

Cogió el libro de nuevo y buscó el sitio que correspondía al arte antiguo y clásico. Lo depositó allí, orgulloso, y me miró con la esperanza de haberlo hecho como debía.

Cambié el gesto rápidamente aunque él vio mi sonrisa. Hice un ligero movimiento con la cabeza y me acerqué a otra de las estanterías para seguir con el trabajo a pesar de la rojez de mi rostro.

Yo apenas sonreía y me frustraba demasiado que él lograra alzar mis labios con tal facilidad. A veces se comportaba como un niño, liberándome de aquella dura presión de pecho, y otras ... Otras, simplemente, me quitaba el aliento con una sola mirada.

Traté de concentrarme, pero pronto lo escuché tras de mí, tomando libros por su cuenta. No me preguntó nada durante el siguiente cuarto de hora y yo no me atreví a supervisarle porque la timidez me callaba con bastante firmeza.

Minutos después, un suave carraspeo me hizo despertar. No me volví hacia Jungkook, solo escuché.

—¿Te ha molestado? —preguntó sin alzar mucho la voz.

—¿El qué?

Examiné el mapa mundi que acababa de coger.

—Que haya dicho que sí a trabajar aquí —respondió a mi pregunta.

¿Qué iba a decir? Claro que no me había sentado bien que tomara el puesto de trabajo porque seguía buscando tenerlo lejos, pero sabía que no había una excusa real para aquello. Si Jungkook firmaba el contrato al acabar el día de prueba que Nam le había dado, se quedaría allí como empleado y lo vería todos los días.

—Me ha dado unas horas para pensarlo —añadió Jungkook—. Y sabes que no me quedaré si tú lo dices, noona.

—Es tu decisión —le aclaré—. No tengo nada que decir en esto.

Jungkook no quería que yo me sintiera incómoda con él a mi alrededor. ¿Realmente me sentía mal por estar cerca de él? Era un enigma para mí también y no me veía capaz de decirle a la cara todo lo que había estado pensando porque ni siquiera estaba segura de si aquella sensación era buena o si, en realidad, la que no era suficiente en todo ese embrollo era yo.

Permanecí con los labios sellados durante un rato, con el único sonido de los pequeños golpes que daban los libros cada vez que los dejábamos en las diferentes estanterías. Sin embargo, mi paz se vio perturbada en cuanto Jungkook cambió a mi lado y se dispuso a poner una serie de volúmenes en las estanterías que quedaban por encima de mí.

Me rozó la espalda un poco, pero bastó para ponerme de los nervios hasta tal punto que una de las veces que estaba revisando la numeración de un manual de derecho, me olvidé de lo que estaba haciendo. Él apenas me tocaba, pero su pecho estaba pegado a mi espalda y no podía ignorar eso. Tampoco podía pasar por alto cómo su respiración revolvía suavemente mi pelo siempre que se estiraba para alcanzar una nueva balda.

Estaba hecha un desastre, temblando cada dos segundos por culpa de un chico que no quería irse de mi vida y, gracias a mi bonito desorden mental, me hice un corte en el dedo índice al ir pasando hojas sin sentido.

Jungkook no me escuchó decir una sola palabra de queja porque mi boca no emitió sonido alguno, pero siendo más alto que yo, vio perfectamente las gotas rojas salpicar el primer capítulo de derecho romano.

Iba a esconder el dedo porque Jungkook odiaba verme sangrar, sin importar cual fuera la causa de la herida. No llegué a hacerlo, pues él mismo tomó mi muñeca, alarmándose por una nimiedad.

—¿Te has cortado? —murmuró.

—Es un rasguño. Necesito echarme algo de agua y ...

Él tiró de mí hacia la parte frontal de la librería, como si me estuviera desangrando o algo peor. Su rostro reflejaba una preocupación infundada, pero ya había aprendido que resistirme con Jeon no servía de nada.

Nam nos miró, extrañado al ver cómo Jungkook me sujetaba de la mano. Yo no dejaba que nadie me pusiera un solo dedo encima y ni siquiera me había resistido con ese chico.

—Hyung —lo llamó cómodamente—, ¿dónde está tu baño?

Me conocía el camino de memoria, pero no quise cortarle porque me estaba ayudando. Estaba permitiéndole cosas solo por ser él y no era propio de mí. Dejar que me tocaran, que se tomaran ese tipo de libertades conmigo era algo a lo que me negaba desde hacía años, pero, por mucho que quisiera hacerlo también con Jeon Jungkook, mi garganta se había cerrado.

—Eh ... En la trastienda, a la derecha, pero ... —le confusión estaba escrita en su cara.

Sin embargo, Jungkook no le explicó nada y yo me dejé arrastrar en silencio, asombrando a mi hermano.

Siguió las indicaciones y llegó al pequeño cuarto de aseo de la librería. Me acercó al lavabo y abrió la llave del agua, dejando mi mano bajo esta para que el transparente líquido limpiara mi corte.

—Ya no sangra, Jungkook. Es muy pequeño —le dije al cabo de un minuto, ya que no tenía intención de soltarme la mano.

—Lo sé —observó mi dedo y decidió cerrar el grifo—, pero ya tienes demasiados cortes y no quiero que te quede otra marca, noona.

No dije nada más, digiriendo lo que acababa de decir ese chico.

No necesitaba que nadie cuidara de mí, podía sobrevivir por mi cuenta, pero Jungkook era tan sincero que me abrumaba. Él había corrido para detener mi sangrado, uno sin importancia en comparación a otros con los que sí que había sufrido terriblemente. Y entonces me di cuenta de que sus palabras iban más allá de ese tonto corte en mi dedo.

—Sé que fuiste a Japón con JaeHo —agarró la toalla más cercana y dejó sobre ella mi mano, asegurándose de cubrir el rasguño—. ¿Estás bien?

—¿Por qué no lo estaría? —dije.

—Porque él estaba allí.

Por suerte, sus miedos habían quedado en eso. Miedos. Jae no me maltrató durante el viaje y yo lo agradecí de principio a fin, pero el terror a que en cualquier momento decidiera marcarme fue persistente y no se fue hasta que estuve dentro del avión que nos llevaría a casa.

Yo había tenido miedo, pero ahora entendía que no había sido la única en sentirse así. A pesar de no conocernos mucho, él se tomaba todo aquello muy en serio y me conmovía. Puede que por eso no lo hubiera rechazado desde el primer momento. No me habían faltado oportunidades para negarme a sus temores y preocupaciones, pero podía ver que lo sentía de corazón. Sus ojos no sabían engañar; Jungkook era demasiado puro como para mentir.

—No me hizo nada —dije, recordando aquel rato que pasamos en la habitación del hotel antes de irnos—. Se portó ... Bien.

—Intentaré creerte —esbozó una triste sonrisa—, aunque me cuesta hacerlo.

—Es la verdad. Ha sido un viaje tranquilo —asentí, relajada por haber pasado esos días sin ningún problema con Jae.

En otras ocasiones, me había lastimado por aburrimiento. También me había dejado en manos de sus importantes clientes y socios sin darme un mínimo de seguridad de que seguiría de una pieza al finalizar el encuentro. El peor viaje fue el de Londres, cuando me metió en una habitación y cinco hombres se turnaron para hacerme lo que querían, sin reparar en los gritos que llenaban el cuarto.

—Tu vida debería ser tranquila y feliz, Yeong —me contestó, frunciendo el ceño.

—Es imposible que lo sea.

Debía entenderlo cuanto antes. De esa forma, lo que me ocurriera no le importaría tanto.

—¿Por qué? —sonaba irritado mientras secaba mis manos—. ¿Por qué no puedes sonreír como lo hiciste antes, noona?

Sus ojitos hicieron contacto con los míos y volví a notar aquel hormigueo en el pecho.

Esa mañana me sentí igual; como si tuviera una fuga de oxígeno y mi corazón decidiera quejarse por ello, latiendo sin control. No me gustaba. Me hacía vulnerable con solo mirarme y no quería bajar la guardia, ni siquiera con Jungkook. Mi supervivencia dependía de una cosa y si me deshacía de ella cuando sus pupilas se encontraban conmigo, sabía que todo iría de mal en peor.

Entonces caí en la cuenta de que había sonreído gracias a él y no pude sostenerle la mirada porque la vergüenza me atacó de golpe.

—Tenemos que seguir colocando los libros, Jungkook —le dije.

Alejé la mano de él, palpándome el dedo lastimado. Sus manos me tocaban con cariño, sin la idea de hacerme daño, pero solo eso. No podía pasar de ese punto. Me negaba.

—Yeong —dijo mi nombre y yo me obligué a mirarlo a pesar de que lo mejor era no hacerlo. Había malestar en su manera de observarme, pero no podía aliviarle por mucho que lo deseara—, espero que puedas dejarle y encontrar a alguien que te haga sonreír todos los días. No mereces menos que eso.

Con un nudo en la garganta, regresé hacia el mostrador.

No podía decirme eso. No podía. Yo ya había soñado muchas veces con escapar de la jaula que Jae preparó para mí, pero hacía tiempo que no lo hacía. Y el problema era que, desde que Jeon Jungkook apareció, no había dejado de pensar y añorar una libertad que nunca podría alcanzar de nuevo.

Dejé a Jungkook en el baño y, al salir a la parte delantera de la librería, la curiosa mirada de Namjoon fue lo primero que vi. Frunció el ceño y yo le enseñé el corte para que entendiera el motivo por el que su empleado me había llevado a la trastienda.

—¿Te duele? —me preguntó.

—No —negué, intentando olvidar la suavidad con la que Jeon había limpiado la herida—. Es una tontería.

Todo aquello era una soberana estupidez. Que yo me pusiera nerviosa en presencia del amigo de Tae, que estuviera planteándome la idea de confiar en ese chico sin apenas conocerlo ... Todo se estaba complicando y no estaba segura de cómo aferrarme a la realidad.

En algún punto me empezó a importar Jungkook. Puede que fuera la noche que hablamos en el callejón, pero no podía seguir así. Hacía mucho que no me sentía como cuando estaba cerca de él y me daba pánico que fuera creciendo. Estaba alimentando esa extraña relación de conspiraciones y secretos poco a poco y, si no me detenía, no podría controlarlo.

Ese chico sacaba a relucir todas mis debilidades y odiaba sentirme desprotegida frente a alguien. Debía marcar un alto antes de que algo ocurriera y me arrepintiera.

Escuché los pasos de Jungkook en el pequeño almacén, indicándome que regresaba, así que me giré para preguntarle a Nam sobre el resto de cajas.

Iba a hacerlo y entonces vi una figura a través del cristal de la librería. Alguien se acercaba a la entrada del local y no necesité ni un segundo para reconocer al guardaespaldas personal de JaeHo.

El terror me impidió hablar, pero pude agarrar la manga de mi hermano. Lo miré a los ojos, asustada, y pensé en algo. Si Jae veía a Jungkook aquí, lo mataría con sus propias manos y la escena me rompió el alma. No le importaría mancharse con la sangre del hijo pequeño de los Jeon, así que debía impedirlo.

—¿Qué pasa, Yeong? —inquirió Nam, confundido.

—Es Jae. Está aquí —dije sin apartar la mirada de la cristalera—. Dile que me marché hace poco y no le hables de Jungkook. Si se entera, nos matará a los tres.

—¿Por qué?

—Nam, por favor. Te lo explicaré, solo deshazte de él —le rogué, regresando al interior de la trastienda.

Casi no podía respirar por la presión que sentía, pero al ver a Jungkook caminando de vuelta, reaccioné.

No les puede pasar nada, por favor.

Fui hasta él y lo empujé hacia dentro otra vez. Si algún hombre de Jae lo reconocía o el mismo JaeHo lo veía, estaba muerto, y no era capaz de imaginar su sangre salpicando la pared de la librería. No podía permitir que le hicieran nada porque toda la culpa era mía. Siempre lo sería.

—¿Noona ...? —murmuró Jeon al sentir que tiraba de él hacia el fondo del almacén.

—No hables —le ordené.

La puerta principal se abrió con su habitual chirrido justo cuando la puerta de la trastienda era cerrada por mi hermano. Tomé mi bolso y la chaqueta de Jungkook y apagué las luces tras divisar nuestro escondite provisional.

Con el brazo de Jungkook cogido, fui hasta una de las esquinas del almacén, esa en la que apenas llegaba la luz de las bombillas. Lo metí detrás de la pila de cajas más grande y me pegué a él después de dejar caer nuestras pertenencias. Su respiración se entremezclaba con mi pelo y me obligué a bajar la mirada.

—¿Qué pasa? —dijo en un susurro.

Me humedecí los labios, afinando el oído para escuchar la conversación que apenas comenzaba.

—Jae está aquí.

Noté cómo tragaba saliva, asustado. Me maldije por no haberlo sacado de la librería desde que puso un pie en ella y resoplé. Ahora podía costarle la vida.

Los ojos se me aguaron al oír su voz fuera.

—Buenas tardes, Namjoon —el desgraciado parecía alegre.

—¿Qué haces aquí, JaeHo?

Nam tenía que ser cuidadoso con lo que decir. Jae no era estúpido y, si notaba algo fuera de lugar, no habría forma de escapar.

—Quería mirar algún que otro libro —dijo con sorna.

—Ya sabes que no eres bien recibido aquí. ¿Para qué mierda has venido?

Mierda, Nam. No le provoques.

Escuché un quejido y un golpe en el mostrador, dando a entender que mi hermano se había llevado un golpe por parte de uno de sus guardaespaldas.

Me sujeté de la ropa de Jungkook y cerré los ojos con fuerza.

—Cuida esa boca, amigo —le advirtió Jae—. Deberías saber ya con quién te estás metiendo, ¿no? Aunque me gusta que tu espíritu siga siendo el mismo. Se nota que crecisteis juntos.

Su risa me revolvió el estómago. Cientos de pensamientos me asaltaron, miles de maneras con las que matarlo para lograr que nos dejara en paz de una jodida vez. Podía hacerme lo que quisiera, ese era el trato, pero a Nam no. Mi hermano no entraba en todo eso y, aún así, lo tenía vigilado cada día, controlando sus movimientos e impidiéndole salir del país.

Ojalá poder deshacerme de ese hijo de puta. Lo haría con mis propias manos. Le arrancaría los ojos y se los daría de comer a los perros como la carroña que era. No me importaría asesinarlo yo misma porque sabía que disfrutaría haciéndolo después de todo el daño que nos había hecho. Sonreiría, viendo cómo la vida se le escapaba y su preciado mundo se derrumbaba en frente de sus narices.

—Sé quién eres. Lo sé demasiado bien —dijo Nam, enfrentándole—. Y por eso te puedo hablar como me de la puta gana. Nos has hecho mucho daño; no creo que importe si te insulto, Jae. Es más, creo que estoy en todo mi derecho.

—Claro que puedes hacerlo, Namjoon —su voz era amenazadora—. Puedes porque arrancarte la piel a tiras no estaba en el acuerdo que hice. Pero, lamentablemente para ti, sí que puedo hacerle eso a Yeong.

—¡Lárgate de aquí! —rugió mi hermano.

Me aferré a la ropa de Jungkook, conteniendo el aliento.

Si Nam no paraba, Jae no se contentaría con darle un solo golpe y no podía dejar que eso pasara. Yo era la que se llevaba todos los malos tragos y así debía seguir siendo.

—No he venido a pelearme contigo. ¿Dónde está Yeong? No responde al teléfono.

—¿Y qué te hace pensar que yo lo sé? Ella puede ir y venir sin decirte a dónde —le respondió, cabreado.

Podía imaginarme la situación fuera. Probablemente los guardaespaldas de JaeHo tenían cogido a Nam para evitar que mi hermano se lanzara a sacarle la lengua mientras Jae examinaba la librería. Estaría esperando a que saliera a base de ordenar que le propinasen más golpes, uno detrás de otro.

De solo pensarlo, los ojos me lloraban. Todo era por mí, por mi jodida culpa. Le darían una paliza a Nam si no salía y Jae sabía que no aguantaría escuchar algo como eso.

—¡Nena, sal ahora o jugaré con tu hermano hoy! —gritó con diversión.

—No está aquí, hijo de puta.

Bajé la cabeza, sopesando las pocas opciones que tenía. Mi cuerpo estaba bastante recuperado después de la última golpiza de Jae, así que podía aguantar su furia si con ello salvaba a Nam de una sesión de tortura. Estaba acostumbrada a los enfados de ese hombre, pero Namjoon ni siquiera tenía ni la más ligera idea de lo que Jae era capaz si su vena sanguinaria salía a la luz.

Solté la camisa de Jungkook y di un diminuto paso hacia atrás, mentalizándome.

—No te muevas —le pedí.

—No vayas, noona —susurró.

—Jae entrará si no salgo yo y no puede verte ...

Iba a marcharme, pero entonces Jungkook me agarró de la cintura con más fuerza, acercándome a él.

Choqué con su pecho, sorprendida, y de repente sentí su mano derecha abriéndose paso entre las hebras de mi cabello. Tomó mi nuca con cuidado y yo lo miré a la cara, impresionada por su reacción.

Sus finos labios estaban levemente fruncidos, al igual que sus cejas. Podía notar su disconformidad con un vistazo y, a pesar de que mi mente rogaba por deshacerme de su sujeción para salir del almacén, mi cuerpo no hizo lo mismo. Permanecí allí, sin mover un músculo, y observé la preocupación en el rostro de Jeon Jungkook.

Él se agachó, consciente de mi semblante, y su suave respirar fue cayendo por mi mejilla. Sus comisuras rozaron mi piel y, sin darme cuenta, dejé de oponer resistencia. Mis dedos se engancharon a la tela de su camisa de nuevo, por sus costados.

—No voy a dejarte ir, Yeong.

Estábamos demasiado cerca. Tanto que sentía su corazón palpitando contra mi hombro, acelerando el mío como nunca antes. Mis ojos se agrandaron mientras él rodeaba mis caderas, abrazándome en silencio.

—Buscad ahí dentro —la voz de Jae me devolvió a la cruel realidad.

Con el sonido de la puerta abriéndose, acoplé mi cuerpo al suyo. Podría dejarlo allí y salir a dar la cara, irme con Jae para que Jungkook estuviera a salvo, pero no pude. Sus brazos eran el lugar más seguro en el que alguna vez estuve y me fue imposible escapar de aquella calidez.

De haber sido otra persona, no me habría retenido. Todo era para evitarle un sufrimiento innecesario a él, pero Jungkook prefería ponerse en peligro a sí mismo con tal de no dejarme sola. No entendía por qué lo hacía, su afán por protegerme incluso si podía perder la vida. Y aunque no quería que le pasara nada, tampoco deseaba separarme de él. No podía darme protección y ambos éramos conscientes de ello, pero las voces de los guardias de Jae no me insuflaron el miedo suficiente como para apartarme de Jungkook.

—Voy a llamar a la policía. ¡No tienes derecho a entrar aquí! —chilló Nam.

—Claro que tengo derecho. Vengo a recoger lo que es mío, nada más —se mofó JaeHo, caminando cada vez más cerca.

Me escondí en el cuello de Jungkook y él empujó más mi cintura. Quería ocultarme de ellos, pero sus esfuerzos no servirían de nada si se asomaban tras aquellas cajas.

—¿Yeong? Cariño, sal.

Cerré los ojos, asustada de ese tipo y de lo que pudiera hacernos.

Jungkook comenzó a peinar mi pelo poco a poco, tratando de tranquilizarme.

El silencio era sepulcral, pero sabía que todos estaban allí en cuanto las luces se encendieron. Jae solo estaba esperando a que yo saliera para llevarse su trofeo sin tener que usar la fuerza bruta. Lo que él no sabía era que no planeaba abandonar mi escondite. Si me mostraba, Jungkook sería un blanco fácil.

—No parece que haya nadie, señor —comunicó uno de los guardias.

Oíamos cómo lo revolvían todo. Quitaban cajas y observaban por todas las esquinas. Solo era cuestión de tiempo que nos encontraran allí.

Jungkook movió su mano, acariciando mi espalda e intentando calmarme.

—Sé que estás aquí, Yeong —soltó una risa—. Y si no sales por tu propio pie, será peor. Ya lo sabes.

Debo ir ... Debo hacerlo, ¿verdad?

Me separé un poco de Jungkook, buscando su mirada. En cuanto sus pupilas entraron en mi campo visual, entendí que él tenía el mismo miedo que yo.

Hizo un movimiento con la cabeza y yo entendí que no quería dejarme. Sin embargo, yo hice el ademán de abrir la boca para suspirar, detalle que él malinterpretó. Al verme entreabriendo los labios, corrió a poner sus dedos sobre ellos. Presionó suavemente y mis piernas temblaron como si fueran de gelatina.

No iba a hablar por nada del mundo, pero cuando él tapó mi boca con tal urgencia, sentí un nuevo temor extendiéndose por todo mi ser.

Jeon observó el terror en mis ojos y fue quitando su mano de mis labios, pero fue haciéndolo lentamente. Las yemas de sus dedos dejaron su rastro y, cuando pensaba que se iba a alejar de mí, acarició mi labio inferior.

Ese pánico fue creciendo a pasos agigantados dentro de mí. Ver a Jungkook, con la mirada perdida en mis labios, logró que se me erizara la piel. Sus comisuras también se separaron, sofocadas por el calor que empezaba a llenarnos con un roce tan inocente como ese.

Ese miedo comenzó a tener nombre y apellido. En el momento en que Jungkook fue agachándose, embobado, algo me gritó que parara antes de que no pudiera rebobinar. Pero ... Me descubrí a mí misma ansiando lo mismo que veía reflejado en sus hermosos orbes.

Quería saber si sus labios eran tan cálidos y tiernos como él, tan desesperadamente que entorné la cabeza cuando su respiración quedó a escasos centímetros de mi boca.

Querer más de Jeon Jungkook. Más de lo que alguien como yo podía obtener de él. Eso era lo que me aterrorizaba. Incluso más que Jae.

Supongo que empezó ese día. El día en que mi corazón apuntó en la dirección de aquel chico de ojos saltones y buenas intenciones.

Sus uñas se hundieron en mi ropa y mis nervios se multiplicaron en apenas dos segundos. No podía concentrarme en nada. Seguía escuchando las voces de Nam y Jae, los objetos siendo arrojados por aquellos hombres, pero todo fue difuminándose, dejando paso a los diminutos suspiros de Jungkook a las puertas de mi boca.

El bombeo de mi corazón era lo único que escuchaba perfectamente. El miedo iba aumentando, tanto por mí como por él, y aquella presión me impidió pensar.

Oí el sonido de un teléfono y por un momento creí que se trataba del mío, pero la voz de JaeHo tomó el relevo y, después de unas cuantas maldiciones, dijo algo que me pareció una orden.

Jungkook tenía los labios tan próximos a los míos que me dejé llevar por él y pronto la pared de hormigón pasó a ser mi mayor apoyo. La espalda reposando sobre la dura superficie y Jungkook abrazado a mí como si tuviera miedo a dejarme caer. Aunque, probablemente, eso habría ocurrido porque casi no podía sentir las piernas.

Su nariz viajó por todo mi pómulo y se detuvo cuando chocó con la mía en una tierna caricia.

Tenía los oídos taponados a causa de la tensión que existía entre los dos, así que no me di cuenta de lo que ocurrió hasta que el golpe de la puerta del almacén me sobresaltó. Tiré más de Jungkook, asustada por lo que estábamos haciendo y por lo que se estaba desarrollando en mi pecho sin que pudiera frenarlo.

Ese sentimiento de paz que Jungkook me transmitía daba vértigo y al mismo tiempo me hacía querer subir más alto, alcanzarle y poder columpiarme de la cuerda floja que ambos habíamos atado desde que nos conocimos.

—¿Yeong? ¡Se ha ido!

Jungkook continuó perfilando mi labio con su pulgar, dudando sobre qué hacer. Ninguno sabía muy bien qué estaba pasando, pero el repentino deseo que nos había embargado era palpable. Me estaba sintiendo terriblemente atraída por él y quería que pusiera sus manos y sus labios sobre mi cuerpo para que me tocara con la delicadeza a la que me tenía acostumbrada.

Quería eso. Quería lo imposible.

Con un rayo de lucidez, aunque sin soltarme de él, intenté encontrar sus ojos y olvidarme del color rojizo que pintaba sus labios.

—Ya se han ido —mi voz era insuficiente, pero llegó a su tentadora boca.

—Lo sé —respondió, bajando sus pálidos párpados.

—Deberíamos salir. Namjoon ...

Dio un sutil beso a mi mejilla. Fue un beso de frustración, un beso cargado de rabia por no haber dejado que sus labios conocieran a los míos cuando todavía tuvo la oportunidad de hacerlo.

Yo me sentía igual, pero esperé a calmar mi irresponsable antojo. No podía dejarme llevar por él.

El río de mi vida se bifurcaba y la corriente quería llevarme por el riachuelo más débil y vulnerable, ese que desembocaba en unos ojos brillantes y una sonrisa de porcelana. Haría fuerza para dirigirme al lugar correcto, incluso si eso implicaba apartarme de Jungkook.

De repente, volvió al mundo real y me miró, sonrojado. Se apartó de mí y el aire corrió entre nosotros. Una brisa fría y distante que nos separó rápidamente.

—Vamos fuera —dijo, cabizbajo.

Me sentí mal porque aquella necesidad de unir nuestros labios había sido mutua y ambos nos habíamos percatado de ello, pero no podía ir más lejos. La atracción desaparecería con el tiempo y podríamos mirarnos a los ojos sin recordar lo cerca que estuvimos de caer en los brazos del otro.

Jungkook salió primero y yo lo seguí dos pasos por detrás, mordiéndome el labio.

¿Qué habría pasado si nos hubiéramos besado? Era un sinsentido ...

Me dolía no poder darle una explicación a Jungkook. Al menos merecía que yo le dijera por qué no podía ocurrir nada, pero sabía que me lastimaría tanto o más que a él, por lo que callé y me maldije en silencio.

—Hyung ...

La voz de Jeon fue la señal que mi instinto necesitaba para mirar a Nam y encontrar su labio partido en dos. La sangre le resbalaba por la barbilla a pesar de que intentaba quitarla a ciegas.

Me acerqué a mi hermano y tomé su cara, observando mejor la herida que se había ganado por tratar de echar a Jae.

—¿Fue él? —le pregunté, quitando algo de sangre con mi índice.

—No. Hoy no tenía ganas de ensuciarse —escupió, enrabiado por lo que había tenido que soportar—. Alguien lo llamó y se fue casi corriendo.

—No debiste hablarle así, Nam —le recordé, algo más aliviada tras comprobar que no era muy grave.

—Puedo aguantar un par de golpes, Yeong —me miró, cabreado—. Pero no me callaré si él quiere ponerte un dedo encima en mi presencia, ¿entiendes?

Negué suavemente. Éramos tan parecidos que en ocasiones me asustaba. Nos criamos juntos, con la misma madre, y la vena cabezota estaba dentro de nosotros, sin duda.

—Siéntate. Te curaré eso —le dije, resignada.

Namjoon no puso ninguna objeción y lo agradecí. No quería pelear con él por un tema que ya habíamos discutido cientos de veces.

Mientras le limpiaba la herida, Nam le pidió a Jungkook que cerrara la librería. No podíamos arriesgarnos a que Jae volviera y me encontrara allí. Enfurecería tanto que no podía imaginar el castigo que nos daría.

Terminada la cura, Nam me dio las gracias y fue a la trastienda con el objetivo de hacer unas tilas. Él sabía lo mucho que me afectaba ver a Jae amenazando a mi familia y, aunque intentara restarle importancia, era mi central preocupación.

Jungkook no me habló el resto de la tarde y se ofreció a hacer un par de recados en lugar de mi hermano. Supuse que quería distanciarse de mí y pasear le sería de ayuda. A decir verdad, yo tampoco me veía capaz de mirarle a los ojos como si nada. Habíamos estado demasiado cerca, demasiado motivados por el contacto físico. Lo mejor sería olvidarlo.

Rozaba la hora de la cena, lo que suponía que Jae estaría esperándome en casa, listo para castigarme por no haber cogido sus llamadas en todo el día. No deseaba marcharme por nada del mundo y pensé que podría ser un buen día para pedirle esa noche libre que me reservaba todos los meses. Solía quedarme a dormir con Nam y alguna vez lo hice con Tae sin que Choi se enterara, pero era consciente de que esa noche no me soltaría por mucho que se lo suplicara. Ya podía sentir los golpes y mi piel magullada.

—Vendré mañana —le dije a Nam.

Si puedo moverme, claro.

Él me miró porque sabía que temer a Jae no era ninguna nimiedad.

—Asegúrate de estar bien, ¿vale?

—Sí.

Era mentira. Una mentira que le repetía siempre que me iba.

—Jungkook —pronunció mi hermano mayor. El susodicho salió del almacén, limpiándose las manos en un viejo trapo—, acompaña a Yeong a la parada del autobús, por favor. No quiero que vaya sola.

—No hace falta, Nam. Está aquí al lado.

¿Se notaba mucho que no quería quedarme a solas con Jungkook? Nam, al menos, sí se dio cuenta.

Me escudriñó, pensativo, pero no dio su brazo a torcer e insistió.

—Acompáñala —hizo un gesto con la cabeza y Jungkook asintió—. Yo me quedo cerrando. Y tú —me señaló—, tenemos una conversación pendiente, ¿vale?

Asentí. Tenía que hablarle de Jungkook porque ya estaba sospechando demasiado.

Fue Jeon quien trajo mis cosas a la salida, dejando que me despidiera de Nam sin prisa. Me dio un beso en la mejilla a lo que sonreí.

Salimos de la librería y no dijimos nada en todo el trayecto. Por la hora, no podían faltar más de cinco minutos para que el próximo autobús pasara, así que me quedé en la parada mientras Jungkook esperaba a mi lado.

Ninguno quería hablar y era comprensible, pero entonces él carraspeó.

—Noona —me llamó, aunque no me giré. Mantuve la mirada fija en la carretera y esperé a que continuara—, lo de antes ... Creo que ...

—No te preocupes por eso, Jungkook. Ya está olvidado.

Soné demasiado abrupta y recibir su silencio solo me hizo sentir peor. ¿Iba a arreglarlo confesándole que también había querido que sucediera algo? Solo le daría falsas esperanzas, tal y como me advirtió Taehyung. No iba a hacerle eso a Jungkook, por lo que comportarme con indiferencia era la solución menos dañina.

—Es ... Es un alivio —añadió.

No era un alivio para ninguno, pero mentir se nos antojaba lo más sencillo. Ser cobardes era fácil.

Aguantamos todo lo que queríamos decirnos y desencadenamos un nuevo silencio que solo se vio interrumpido por el rugir de los motores que pasaban cerca.

El autobús estaba retrasándose más de lo habitual y la situación era horriblemente embarazosa. Recordé que todavía no le había dado una respuesta a su intento de traición y me crucé de brazos. Llevaba todo el día elucubrando, con ese monosílabo en la punta de la lengua, pero si decía eso ... Estaría cerca de él y la barrera que había colocado entre Jungkook y yo terminaría cayéndose más pronto que tarde.

Me sentía bien con él, tanto que no era realista para una chica como yo, cuya vida estaba hipotecada y hundida desde que nació. No quería que Jungkook sufriera y, si le daba un "sí", el dolor llamaría a su puerta pronto.

Inmersa en aquellos pensamientos, di un respingo cuando su mano entró en contacto con mi piel. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba frente a mí, con una tirita en sus dedos. Se concentró, tomando mi falange lastimada, y envolviéndola con la pequeña tira.

Alcé la mirada, contrariada. ¿Por qué lo hacía tan difícil?

—Pasé por la farmacia antes —dijo y yo lo imaginé pensando en mí en lugar de ir simplemente a comprar lo que Nam le había pedido—. Así no te molestará —confirmó, alisando la fina tela con sus dedos.

Mierda ... No podía. No podía decirle que no porque me estaría engañando a mí misma y había pasado demasiado tiempo haciéndolo. Si él podía aportarme algo de felicidad a raíz de ese plan suicida, no le pondría trabas.

—Te ayudaré —dije, captando su atención de repente.

Lo comprendió al instante, pero se demoró más en mirarme a los ojos.

Estaba dándole alas, unas alas que podían quebrarse con un chasquido. Tendría que avisarle de todo lo que suponía su temeraria propuesta. Además, debía tener cien ojos a partir de entonces. Nadie había salido con vida después de haber tratado de hundir a Choi JaeHo y Jungkook sería el siguiente si no andábamos con pies de plomo.

—¿Estás segura? —había duda en sus ojos—. Puedes pensarlo un poco más, noona. No quiero que te sientas presionada a elegir ...

—Si lo pienso más, te diré que no —le confesé, segura de que me acobardaría—. Pero no puedo seguir viviendo de esta forma.

Jungkook echó un vistazo a nuestro alrededor y soltó mi mano.

—De acuerdo —accedió—. Tengo que resolver algunas cosas aún, pero mientras tanto me sería de gran ayuda si haces una lista con las personas que visitan normalmente el hotel.

Acepté, comenzando a nombrar en mi mente a los hombres que veía más veces a la semana. Los mismos que solían pedirle a Jae estar a solas conmigo.

Por el final de la calle, apareció el vehículo rojo y yo me incorporé. No debía llegar muy tarde a casa, así que ya hablaría con Jungkook más adelante.

Él me dejó espacio para pasar, pero antes de que me pusiera al borde de la acera, su voz retumbó en mis oídos.

—Te agradezco que me ayudes, Yeong. Sé que es peligroso. Si en algún momento llegas al límite, dímelo. Podemos romper este acuerdo siempre que tú lo decidas —no me atreví a mirarlo porque notaría de nuevo ese mazazo en el pecho—. No quiero que te pase nada.

—Puedo arreglármelas —le dije.

El autobús se detuvo a un paso de mí. Las puertas fueron abriéndose y unas tremendas ganas de girarme se hicieron presentes. Iba a volverme. Le pondría cualquier excusa tonta porque solo quería verle la cara y encontrarme una de sus sonrisas, pero él se me adelantó.

—Si JaeHo te hace algo esta noche ... Llámame, por favor —la voz se le quebró por el miedo—. No haré nada, solo ... Solo quiero que me llames, noona.

Para saber si sigues viva.

Le faltó añadir esa última frase, pero no hizo falta para mí. Yo tenía ese mismo temor todas las noches. ¿Y si me iba a dormir y no despertaba porque Jae, en un ataque de su locura, me había rajado el cuello? Todos esos miedos se instalaron en mí desde la primera vez que estuve con Jae a solas y Jungkook parecía estar leyéndome la mente. Como siempre.

Ni siquiera Namjoon me había pedido algo así nunca. Él siempre daba por supuesto que Choi no rompería su parte del trato, pero yo no estaba tan segura.

El corazón se me encogió pensando en Jungkook, esperando una llamada que no podría hacerle. ¿Por qué era tan bueno? La bondad no tenía lugar en ese mundo decrépito.

—Te llamaré el día que no pueda más, Jungkook —sentía las lágrimas, pero las aguanté—. Solo ese día.

Me subí al autobús y después de pasar mi tarjeta, las gotas empezaron a caer por mi rostro. Me senté en el lado opuesto a la calle para no mirarle y tapé mi boca, ahogando los sollozos.

No podría controlarme y prefería morir antes que ver el gesto de sufrimiento de Jeon Jungkook.

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