04
Yeong
Después de esa noche, tuve que marcharme con Jae a Japón.
La mayor parte del tiempo no hice nada en particular, ya que él sólo tenía un encargo para mí. Podría haberme dejado esperando en Corea, pero decidió llevarme porque prefería tenerme cerca, vigilada.
Llegué a pensar que alguien pudo vernos a Jungkook a mí en aquel callejón y habérselo contado. Tenía miedo de que así fuera. El pánico me acompañó desde que salimos del aeropuerto, llevándome a imaginar escenas horrorosas en el caso de que así fuera y él hubiera descubierto mi charla con Jeon Jungkook.
Sin embargo, me fui dando cuenta de que su comportamiento no había cambiado ni una chispa. Jae seguía tratándome de la misma forma, como su objeto personal, por lo que los temblores fueron abandonando mi ser durante el viaje. Si realmente supiera algo, ya se habría encargado de avisarme. Me habría aleccionado para que no olvidara que le pertenecía y que apenas podía tomar decisiones por mí misma.
Y, muy probablemente, habría hecho desaparecer a Jungkook.
Ese temor me persiguió las primeras horas de viaje, así que cuando llegamos al hotel en el que nos alojaríamos, decidí preguntar a Tae.
JaeHo me dejó a solas en la habitación porque su cliente había llegado y debía recibirlo en recepción. Yo dije que me uniría a él tras una ducha rápida. Le convencí con facilidad y, una vez estuve sola en el cuarto, abrí mi maleta y tomé el celular para preguntar a Tae por mensaje si todo andaba bien.
No hablé sobre Jungkook. Sería bastante sospechoso preguntarle sobre su amigo, ese con el que casi no había interactuado. Estaba segura de que Jeon ya habría interrogado a nuestro amigo en común sobre mi paradero al no aparecer por la universidad, pero eso no era importante.
Él no me dijo nada fuera de lo normal, lo que me llevó a suponer que Jungkook seguía de una pieza. No indagué mucho más y le prometí que volvería a clase en un par de días porque había pillado un resfriado que podía empeorar si no me quedaba en cama. Taehyung se ofreció a cuidarme e ir a mi casa aunque logré convencerle de que no era para tanto.
Terminó cediendo ante mis excusas, deseándome una pronta recuperación. Yo se lo agradecí y apagué el teléfono mucho más tranquila.
Jae no se había enterado de nada. Era un alivio.
Después de arreglarme un poco, bajé para unirme a él. Sería un viaje bastante relajado, así que intenté tomármelo con calma, casi como si fueran unas pequeñas vacaciones. Estar lejos del epicentro de todos mis males me sentaría bien.
Como pensé desde el principio, el viaje concluyó sin sobresaltos. Jae consiguió cerrar el trato por el que había ido a Osaka y, si él estaba feliz, su humor mejoraba notablemente.
Por suerte, no tradujo su satisfacción en alguno de sus macabros juegos y, solo a la hora de tomar el avión, prefirió esperar un poco más.
Yo estaba pegada a la pared, de cara a ella porque teníamos prisa e iba a ser un polvo rápido. Nuestro avión salía en apenas una hora, no podíamos detenernos mucho.
Jae agarró mi cuello con su mano derecha, ejerciendo tal presión que los ojos se me aguaron mientras sus duras estocadas me desgarraban. No estaba lo suficiente lubricada, lo sentía. Seguramente, al día siguiente me encontraría adolorida por la fuerza con la que me penetraba, pero si solo iba a ser eso, no me quejaría.
Cuando Jae se corrió, gruñendo, aguantó dentro de mí unos segundos. Le encantaba descargarse dentro. Por eso mismo yo tomaba a diario la píldora. Con el resto de gente con la que intimaba siempre utilizaba preservativo, pero Jae lo odiaba y lo cierto era que me dejaba más tranquila tomar ese método anticonceptivo.
Apoyé la frente en mi brazo y él soltó mi cuello, dejándome respirar con algo de dificultad. Jae dio una cachetada a mi trasero, tras lo que besó mi nuca descubierta. Casi no podía respirar, pero no era relevante para él, pues rió.
Había hecho lo que quería conmigo. Otra vez.
—Buena chica ... —me susurró.
Aún con las lágrimas en los ojos, se alejó de mí. Mi falda cayó, cubriendo de nuevo la desnudez de mi cuerpo, y la puerta de nuestra habitación se abrió de repente. El botones que nos había atendido durante la estancia en el hotel entró apresurado, pero al ver a su jefe con los pantalones bajados, pidió disculpas. Todos sabían que Jae odiaba que nos interrumpieran.
—¿Qué coño haces? —inquirió él, frunciendo el ceño por aquella inesperada aparición.
—Bueno ... Señor, el coche espera abajo y el aeropuerto queda a unos treinta minutos de aquí —el chico tragó saliva. Yo aproveché que había aparatado la mirada para abrochar los botones de mi blusa—. Si no se marchan ya ...
La risa de Jae heló la sangre de ambos. Reuní algo de valor y me giré, presenciando cómo Choi se acercaba hasta el empleado y lo tomaba del cuello de la camisa, aterrándolo. Podía ver el sudor resbalando por la frente del pobre muchacho. Debió haber llamado a la puerta primero porque nunca podías saber cómo reaccionaría Jae si alguien no acataba sus órdenes al pie de la letra.
Me crucé de brazos, rogando en mi mente para que ese chico no acabara con un tajo en el pecho.
—¿Quién coño crees que eres? ¿Te atreves a entrar aquí y encima tienes los malditos cojones de mandarme a salir como si tuviera cinco puntos años? —sus dientes chirriaron. El enfado iría en aumento si no lo detenía, pero había aprendido que meterme en sus asuntos no era buena idea, así que aparté la vista del gesto de miedo de aquel botones—. Podría matarte ahora mismo, ¿sabes? Descuartizar a tus padres y dárselos de comer a los peces de mi acuario privado. ¿Tienes hermanas? —el joven asintió y Jae sonrió con amplitud—. Bien. Sería genial raptar a tus hermanas y dejar que mis hombres las violaran, ¿no crees? Seguro que me lo agradecerían.
—P-perdóneme, señor. Yo no quería ... —balbuceó, asustado.
Pero Jae lo apartó con asco. Su sonrisa seguía intacta mientras se arreglaba la ropa y abrochaba sus pantalones, pero no me daba buena espina.
—Tienes suerte de que acabo de echar un bonito polvo y no tengo muchas ganas de derramar sangre. De lo contrario, no dudaría en mandarte al matadero, chico —se puso correctamente el cinturón y volvió a mirarlo, amenazante—. La próxima vez, ten más cuidado con los clientes VIP, ¿entiendes?
—En-entiendo, señor —hizo una reverencia a pesar de estar temblando.
—Bien —Jae se giró hacia mí y yo le sonreí—. Vámonos, nena. No quiero llegar muy tarde a casa.
Obedeciéndole, tomé mi bolso de mano y lo seguí fuera de la habitación. Al menos no había decidió acabar con su vida. Eso era un logro.
Al llegar a recepción, todos los empleados del hotel se despidieron de nosotros educadamente.
Tal y como había dicho el botones, un coche nos esperaba fuera. El chofer que nos llevaría a tomar nuestro vuelo de vuelta me abrió la puerta de atrás para que entrara y Jae se subió al auto por su cuenta.
Me acomodé en los asientos traseros y suspiré. Tenía ganas de volver a casa para ver a Tae y a Nam. Este último no había estado conforme con que me fuera a Japón con el monstruo de Jae, pero no había forma de impedirlo, por lo que terminó aceptando que estaría fuera del país unos cuantos días. No había ocurrido nada malo y no estaba magullada. Eso era casi un milagro.
Podía estar contenta por cómo había transcurrido la visita a la ciudad japonesa. Además, mi hermano se alegraría de verme sin nuevas heridas ni golpes visibles. Casi podía ver su sonrisa y sentir su abrazo cuando me viera en la librería al día siguiente.
Cerca de nuestro destino, me vino a la cabeza el recuerdo de Jungkook y la propuesta que me hizo: escapar de JaeHo con su ayuda a cambio de que yo le facilitara información delicada.
Era un trato que podía y quería aceptar porque existía la posibilidad de huir de allí y eso era impagable para mí, pero todo se podía derrumbar si cometíamos un solo fallo, por mínimo que fuera. Estaríamos arriesgando nuestras vidas y las vidas de las personas que más queríamos. De solo pensar que Jae pudiera hacerle algo a Nam o a Tae, la sangre se me congelaba.
Arriesgaría mucho. Más de lo nunca había puesto en juego.
Debía pensarlo aún porque las dudas me asaltaban continuamente y no era capaz de decidir qué respuesta darle a Jungkook. No quería que saliera herido y, si Jae se enteraba, acabaría mal.
El coche se detuvo y yo me dispuse a bajar, pero Jae no parecía estar por la labor. Esperé a que saliera, sin reacción por su parte.
No comprendía e iba a preguntarle el por qué no nos marchábamos, sin embargo, él se adelantó al decir una única palabra al conductor.
—Korosu —le dijo, frío como el hielo.
Era japonés, pero Namjoon conocía el idioma bastante bien y se había encargado de enseñarme algunas palabras y estructuras sintácticas. Gracias a esas clases con mi hermano, no me fue difícil entender lo que dijo Jae.
Este salió del coche y yo lo seguí, humedeciendo mis labios. Me tomó de la mano, sonriente, y nos encaminamos hacia la zona de embarque, pues unos empleados de Jae ya habían hecho nuestro chequeo.
"Mátalo".
Eso había escuchado. Y solo había una persona a la que Jae tuviera ganas de matar por su tonta diversión en un momento como aquel.
Al tiempo que una azafata nos indicaba la puerta de embarque correcta, pensé en aquel botones.
No viviría más de unas horas si tenía suerte.
⏳⏳⏳
Al día siguiente, me levanté antes que Jae para evitar su mal humor mañanero. Quería irme cuanto antes, así que desayuné un simple vaso de zumo y me marché de casa después de vestirme con unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca básica.
El transporte público estaba incluso más vivo de lo que recordaba, pero rodearme de todas esas personas me hacía sentir un poco mejor. Era la única manera de salir de mi jaula y, aunque el aire escaseara el tiempo que estaba en el autobús, no me disgustaba. Si me alejaba de todo lo que odiaba, podía soportar un poco de agobio sin problemas.
Al llegar a la parada, bajé del bus y le mandé un mensaje a Tae para que supiera que estaba llegando a clase. Me puse en camino hacia el edificio, que quedaba un par de calles más arriba, pero ni siquiera llegué a girar la primera esquina cuando un emocionado Taehyung surgió de la nada, buscándome con la mirada.
Me vio al momento y yo dejé de caminar porque mi mejor amigo no estaba solo. La figura alta y corpulenta de Jeon Jungkook lo seguía solo unos pasos por detrás.
Podría haberme fijado en Tae, puesto que él se acercaba a mí con una sonrisa de oreja a oreja, irradiando felicidad por los poros tras identificarme en el centro de la calle. Podría haberlo hecho, sí, pero mis orbes se estancaron en su acompañante. Cuando Jungkook me vio a unos metros, presenciando cómo Tae se tiraba sobre mí, una dulce mueca cruzó sus comisuras y se inclinó a modo de saludo. No avanzó más, pero su presencia allí aceleró mi pulso.
—Te he echado de menos, Yeong —los brazos de mi mejor amigo me sujetaron, logrando que pudiera respirar mejor.
—Y yo a ti, Tae —intenté olvidar que Jeon estaba frente a mí y pasé mis manos por la espalda de Tae.
—¿Ya estás mejor? —me susurró al oído.
—Sí —Jungkook se metió las manos en los bolsillos, captando mi atención de nuevo.
¿Qué hacía él allí? No esperaba encontrármelo tan pronto. Seguramente querría que le diera una respuesta sobre lo que hablamos y todavía no la tenía. Mi mente estaba demasiado dispersa y verlo con Tae me había sorprendido tanto que lo poco que tenía claro se había esfumado.
—Te noto un poco rara —Tae se alejó ligeramente de mí, mirándome a los ojos—. ¿Seguro que estás bien ya? ¿No tienes fiebre? ¿Te duele algo?
Duele vivir, Tae.
Le sonreí, negando.
—Estoy perfectamente, TaeTae.
Él pareció creer mis palabras. Una sonrisa de alivio se instaló en su inocente rostro al tiempo que se giraba hacia donde Jungkook esperaba para no molestarnos.
—Kookie, ¿qué haces ahí? Ven —mi amigo le hizo un gesto con la mano, invitándole a que se acercara.
Jungkook me observó fijamente y comenzó a caminar hacia nosotros. Lucía tímido, como siempre, pero un tenue rubor coloreaba sus mejillas.
Una vez lo tuve delante, no supe muy bien qué decir.
—¿Cómo has estado, noona? Hace un tiempo desde la última vez que nos vimos —sus ojitos se hicieron pequeños al sonreír, detalle que provocó un fuerte martilleo en mi pecho.
—Estoy bastante bien —le contesté, sintiendo ese singular sentimiento de tranquilidad por tenerlo cerca—. Tae me contó que te matriculaste en nuestra universidad.
—Sí —asintió con aquella felicidad viajando a través de su limpia mirada—. Me gustó mucho desde el principio.
—Seguro que pronto te adaptarás a las clases —respondí, admirando su hermosa sonrisa.
Me sentía incómoda, pero no era una incomodidad insoportable, sino una que deseaba alargar el máximo tiempo posible. Estar con Jungkook no me hacía mal. Más bien todo lo contrario. A pesar de tratarse de un inconveniente, no se sentía como tal. Era ... Era agradable.
—Bueno, deberíamos ir yendo, ¿no? Nuestra primera clase está a punto de comenzar, Yeong —Tae me ofreció su brazo y yo me colgué de él.
Durante el trayecto hasta nuestra facultad, Tae me estuvo contando acerca de algún que otro chisme que había surgido en mi ausencia. Jungkook apenas habló, se limitó a escuchar mientras caminaba al lado de Tae, alejado de mí.
En más de una ocasión quise decirle algo, pero Tae lo vería raro y no deseaba que se enterara de nada. Poco después, Jeon se despidió de nosotros, mirándome a los ojos. Su facultad estaba en el edificio de al lado, así que nos separamos y no volví a verle en toda la mañana.
Sabía que teníamos una charla pendiente y no pretendía posponerla demasiado, sin embargo, unos importunos nervios me atacaban cada vez que me imaginaba con Jungkook en algún lugar apartado.
Se trataba de una conspiración contra Jae, no era ninguna tontería. No dudaba de la seriedad de Jungkook, pero tenía miedo. No solo por mí. Namjoon y Taehyung eran importantes para mí y, si algo salía a la luz, Jae no dudaría ni un segundo en hacerles daño a ellos con tal de causarme el mayor sufrimiento posible. La empatía era una de mis debilidades. Ser persona, pensar en los demás ... Me hacía vulnerable. JaeHo era consciente de eso.
La mañana transcurrió sin problemas. Gracias a Tae, logré ponerme al día con todos los trabajos y organizamos las prácticas que nos quedaban por entregar antes de que los exámenes finales comenzaran.
Ni siquiera recordaba cuando fue la última vez que sentí tanta paz y me reí de aquella manera. Tae siempre se preocupaba por mí, pero aquel día multiplicó sus cuidados. Me hizo olvidar quién era y creer que de verdad era solo una chica de casi veintidós años, universitaria y con pocas cosas en las que pensar.
Estar con él me sanaba milagrosamente y, antes de marcharme, le di otro abrazo. No podía contarle nada, pero sí agradecerle que se quedara conmigo y alegrara mis desagradables días.
—He quedado con Jungkookie y Jimin para almorzar. ¿Por qué no vienes? —me dijo, bajando los últimos escalones del edificio.
—Le prometí a Nam que ayudaría un poco con la tienda hoy —me excusé, tranquila por estar diciéndole la verdad—. Hoy llegaban nuevos libros y no quiero que lo haga todo solo.
—Está bien, pero entonces tienes que prometerme que mañana vendrás conmigo al hospital. Mi madre tiene ganas de verte.
Asentí, encantada con la idea de ir a visitar a la señora Kim.
—Llevaré los pastelitos que le gustan —le comuniqué a Tae antes de separarnos.
Le pareció una buena idea y besó mi mejilla, diciéndome adiós. Él se fue hacia el centro y yo seguí recto, llegando a la calle en la que se encontraba la librería de mi hermano.
Jungkook
—¿Seguro que no te pasa nada? Pareces preocupado, Jungkookie —dijo Jimin.
Ambos estábamos esperando a que Tae llegase al lugar para comer. Tenía la esperanza de que Yeong viniera con él, pero era muy difícil que eso se hiciera realidad. Ella parecía incómoda cuando yo estaba cerca. No la culpaba. Le recordaba todo en lo que no quería pensar cuando estaba con Tae.
—Mi hermano está tomando unas decisiones que no me gustan —le confesé a Jimin—. Y mi padre no lo detiene. Él es el que va a heredar la empresa en un par de años, así que cree que nunca haría algo que pudiera dañarnos.
—Tu hermano es egoísta a veces. Siempre lo ha sido —me reconoció Park.
—Y puede serlo. Pronto tendrá un imperio a sus pies, pero si es egoísta, que lo sea con cabeza. No sabe dónde se está metiendo —observé el borde de la mesa en la que nos habíamos sentado.
Todo el asunto de Choi JaeHo ya me había costado dos peleas con él y odiaba que tuviésemos opiniones enfrentadas, pero sin el apoyo de mi padre, no tenía más opción que aguantar lo que el descerebrado de mi hermano decidiera hacer. Nos podía costar todo y parecía no darse cuenta de que estaba haciendo negocios con el mismísimo diablo.
—Intenta hablar con tu padre —me aconsejó Jimin, algo preocupado por el tono de mi voz—. Si él te da la razón, tu hermano no podrá hacer lo que quiera.
—Ese es el problema —suspiré—. Mi padre parece cegado. Ya sabes que siempre ha escuchado a mi hermano primero —él siempre había sido el niño inteligente que sabía cómo actuar en todas las situaciones mientras que yo seguía siendo el pequeño, el bebé que no entiende de qué hablan los adultos—. A mí me deja en un segundo plano porque, según su círculo de confianza, no sé tanto como para poder involucrarme en los problemas de la empresa. Voy a ser el abogado de la familia, solo eso. Hay cosas en las que no debo meterme.
—¿Quieres que le diga a mi padre para que ...? —se ofreció Jimin.
—No, hyung —me negué a que pusiera en peligro a su familia—. Eso solo os causaría quebraderos de cabeza. Yo me ocuparé de arreglarlo. No te preocupes.
Jimin cedió a pesar de no estar del todo de acuerdo con que yo me encargara de algo así.
Tanto Tae como él siempre habían estado ahí para mí, aconsejándome y prestándome la ayuda que necesitara, pero en esa ocasión no podía contar con ellos. Podrían meterse en un buen lío y ya tenían suficientes preocupaciones de las que encargarse como para añadir una más.
Además, Yeong estaba ahí. Ella no quería que Tae se enterara de lo que hacía todas las noches en el hotel principal de JaeHo. No iba a defraudarla. Su secreto estaba a salvo conmigo y quería hacerle entender que podía confiar en mí.
Como había imaginado, Tae se presentó en el restaurante solo. Los negocios me habían absorbido, pero la decepción que sentí al no ver allí a Yeong no estaba relacionada con nada parecido.
Ni Jimin ni yo sacamos el tema que le comenté en presencia de Tae. Él ya estaba lo bastante preocupado por Yeong y por su madre como para pensar en asuntos que no le interesaban.
Nos esforzamos por que la comida marchase bien, entre risas y buenos recuerdos. No era momento de caras largas, así que mantuve la sonrisa en mis labios. No quería que el ánimo de Tae decayera.
—Venid un día a mi casa. Tengo todos tus juegos favoritos, hyung —sabía que Tae no se resistiría a una tarde de videojuegos.
—¿Es que no recuerdas que siempre gano yo? —me respondió él, haciendo reír a Jimin.
—Nada de burlas —le contesté, feliz por verlo tan relajado—. He mejorado estos últimos meses.
—Eso dices ahora, pero cuando te vea lloriqueando, no quiero excusas, ¿de acuerdo?
—Trato hecho —asentí.
Fuimos a pagar por la comida y, sacando el dinero, Tae frunció el ceño. Agarró de su cartera un pequeño pen drive, confundido.
—¿Por qué ...? —murmuró, observando la pieza.
—¿Qué pasa, Tae? —le preguntó Jimin.
—Nada, es que ... Pensé que se lo había devuelto a Yeong ...
—¿Es de noona? —soné más emocionado que antes e intenté corregirlo—. Bueno, puedes dárselo mañana.
—Podría, pero tiene que enviar un trabajo que hay aquí dentro esta noche sin falta —Tae se mordió el labio, visualizando el problema—. Mierda, tendría que haber revisado mis cosas antes de irme ...
—¿No sabes dónde podría estar ahora? —Jimin terminó de pagar y se unió a la conversación—. Puedes pasar por su casa y ...
Probablemente, Tae no sabía dónde vivía Yeong. Ella no se lo habría dicho por seguridad, así que la situación pintaba bastante mal.
—No creo que esté en casa ahora —se paró a pensar—. Me dijo que iría a la librería de Namjoon, pero no estoy seguro de si seguirá allí aún —echó un vistazo a su reloj, comprobando la hora.
—Podemos acompañarte si quieres —le dije.
Si aquello perjudicaba a Yeong, teníamos que intentar buscarla.
—Sí, pero no creo que pueda ir ahora —hizo una mueca—. Teníamos cita con un médico nuevo para mi madre y solo puedo ir yo como familiar.
El médico iba primero y los tres éramos conscientes. Tae no quería hacerlo porque Yeong necesitaba esos documentos, pero su madre no podía esperar y, mucho menos, cancelar la cita. Yeong entendería que Taehyung tenía una obligación esa tarde y aún así la culpabilidad era visible en el rostro de nuestro amigo.
Tragué saliva, poco seguro de lo que iba a proponer.
—Dime donde está esa librería, hyung —ambos me miraron con sorpresa—. No tengo nada mejor que hacer y así podrás ir con tu madre sin preocuparte.
—¿En serio?
—Claro —agrandé mi sonrisa.
Mientras Tae me explicaba que la calle en la que se encontraba esa librería estaba bastante cerca de nuestra universidad, traté de apaciguar mis latidos con suaves inspiraciones. Lo admitiera o no, mi corazón comenzaba a saltar de pura emoción por ver a Yeong. Todavía no me atrevía a ponerle un nombre a lo que sentía cada vez que estaba con ella, pero quería averiguarlo. Incluso si eso suponía quedar al borde del precipicio que Choi JaeHo había creado entre el mundo y Yeong. Un mundo que no la merecía ni la entendía. Y yo quería entenderla, serle útil en aquel infierno.
Si no aceptaba mi propuesta, no le recriminaría nada. No tenía ni la menor idea de por qué Yeong estaba con JaeHo. Tampoco sabía la razón que la había llevado a quedarse con él, soportando golpes y malos tratos que se sucedían en mi cabeza desde que la conocí. Escenas de lo más macabras surgían en mi mente, mostrándome a una chica que aguantaba un dolor incurable, una vida decrépita que encontraría su final en las horribles manos de Choi si no salía de allí por su propia voluntad.
—Si no la encuentras, llámame, ¿vale? Me las arreglaré para devolvérselo —dijo Tae, dándome el pequeño objeto.
—Seguro que está allí, hyung. Te avisaré en cuanto se lo de —le prometí, saliendo del restaurante.
—Muchas gracias, Jungkookie —añadió él, aliviado.
Los tres teníamos problemas suficientes, pero Tae era el que más me preocupaba. Su madre no terminaba de recomponerse después del último susto y mi amigo era incapaz de recobrar su alegría. Me ponía en su lugar y, pensar en que mi madre enfermara de esa forma, me cerraba la garganta, revolviéndome las tripas hasta cortarme todo suministro de oxígeno.
—Hasta mañana —esbocé una sonrisa mientras me alejaba de ellos.
Ambos se despidieron de mí con un movimiento de muñeca y tomaron el camino contrario. Jimin volvería a su casa y Taehyung acompañaría a su madre al médico. Yo, por mi parte, buscaría a Yeong con la esperanza de poder hablar con ella sobre cientos de cosas que se me habían ocurrido durante los días que faltó a clase.
Sabía que la excusa que le dio a Tae no era cierta.
El mismo día que le contó aquello a Taehyung, pude enterarme de que Choi JaeHo se había marchado a Japón improvisadamente. Un negocio había surgido y no podía dejarlo escapar.
Era evidente que Yeong se fue con él y por eso necesitaba hablar con ella. Tenía que averiguar si nuevas heridas habían surgido en su cuerpo por culpa de aquel demonio. Yo mismo se las curaría si me lo permitía, pero tenía que asegurarme de que se encontraba bien. Era mi única preocupación en aquellos momentos, muy lejos de la respuesta que fuera a darme.
Tras unos quince minutos caminando y siguiendo las indicaciones de Tae, llegué a la calle en la que debía encontrar esa pequeña librería. Era uno de los pocos locales que había por la zona y su nombre llamó mi atención por estar en otro idioma.
ΌΜΗΡΟΣ
Agradecí mi interés por la cultura griega y leí la palabra en voz alta.
—Homero.
Observé las letras griegas por un rato, pero terminé acercándome a la puerta.
El lugar no parecía muy ajetreado cuando entré. Unas pocas personas estaban sentadas en una zona reservada para el estudio del alumnado universitario. Solo había un hombre tras el mostrador, sentado y ojeando un libro polvoriento. Nadie se percató de mi llegada, así que me aproximé hasta el lector de la entrada a la espera de que pudiera decirme algo sobre Yeong.
—Perdone —dije en voz baja.
Cuando el individuo alzó su mirada, abandonando la lectura, me percaté de que en realidad se trataba de un chico, algo mayor que yo, pero no demasiado. Sus ojos almendrados me repasaron de arriba a abajo, altivos. Yo, acobardado por la actitud que estaba mostrando, tragué saliva y apreté mi mano.
—¿Sí? —entrecerró los ojos, desconfiado.
—No quería molestar, pero ... ¿Es usted Kim Namjoon? —le pregunté, cuidando mis palabras.
Ese fue el nombre que Tae me dio. Me dijo que preguntara por él cuando llegara a la librería. Según lo que me había dicho, era amigo de Yeong y podría decirme si estaba allí o si se había marchado ya.
—Soy yo —Kim Namjoon se levantó, dejando su libro a un lado y quitándose las gafas para verme mejor—. ¿Por qué lo dices?
—Bueno, quería para preguntar por ...
De repente, la puerta que quedaba a las espaldas de Namjoon se abrió y Yeong apareció ante mí. Ella cargaba una pila de libros en sus manos, pero no le impidió ver que estaba hablando con Namjoon.
Sus orbes se abrieron mucho y la palidez se extendió por todo su rostro. Meneó la cabeza de lado a lado, nerviosa. Ni siquiera abrió la boca, pero deduje que Kim Namjoon no debía enterarse de nada. Si le decía que estaba buscando a Yeong, se desencadenarían nuevas preguntas. Preguntas que no debía responder por la seguridad de Yeong.
Estaba rogándome para que no hablara de más, pero no sabía cómo salir de ese aprieto sin parecer sospechoso.
—¿Estás aquí por el trabajo a medio tiempo? —volví a mirar a Namjoon. Él se había cruzado de brazos—. Eres el primero que pregunta, así que no te pondré pegas.
¿Trabajo?
Yeong palideció aún más y observó a Namjoon, que todavía no se había dado cuenta de que estaba escuchándolo todo.
No sabía qué estaba pasando. ¿Por qué debía callar? ¿Por qué no podía preguntar por ella frente a ese tal Kim Namjoon? No entendía nada, pero no podía huir. Me encontraba entre la espada y la pared, consciente de que mi respuesta podría ponerlo todo más difícil.
Casi sin pensarlo, separé mis labios.
—Sí —me dirigí hacia Namjoon—. Venía por el trabajo —le sonreí, respirando hondo—. Soy Jeon Jungkook.
⌛️⌛️⌛️
Espero que os haya gustado el capítulo 💕
Os quiere, GotMe 💙
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