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02

Al abrir  los ojos, mi cabeza empezó a doler fuertemente. Dejé ir un leve quejido e intenté palparme la nuca, pero mis manos pesaban bastante. Esperé unos segundos antes de mirar de nuevo y, cuando lo hice, lo primero que vi fueron los asustados orbes de ese chico. Sentía el pánico en sus pupilas y sus dedos sujetando mi rostro mientras sus finos labios se movían, desesperados.

—¿Noona? Noona, despierta ... ¿Puedes verme? —logré escuchar tras unos instantes de desconcierto.

Necesité un poco de tiempo para situarme y comprender por qué Jungkook estaba tan cerca de mí. Él tomaba mis mejillas con cuidado, sus dedos temblaban ligeramente sobre mi piel. Me relajó notar sus manos y, antes de que pudiera darme cuenta, había levantado la mía para anclarla en su muñeca. Sus ojos se abrieron todavía más, pero no hizo nada. Se quedó quieto, observándome, y yo me pregunté de dónde había salido y por qué había tenido que irrumpir en mi vida.

Ese niño no sabía dónde se estaba metiendo. El simple gesto que había tenido al querer relacionarse conmigo lo ponía en peligro. Hablar con alguien como yo solo le traería desgracias y, aunque ya le había avisado, parecía no entenderlo. Me irritaba que fuera tan poco consciente de la situación.

—Yeong-ah, ¿estás bien?

—Sí ... —le susurré.

Intenté incorporarme por mi cuenta, pero él se me adelantó y corrió a ayudarme.

No estábamos en el pasillo, sino en una de las clases del edificio. Jungkook me había sentado en una de ellas mientras trataba de despertarme y en secreto le agradecí que no hubiera pedido ayuda a nadie. Habría sido extremadamente difícil explicarle a alguien mis cortes y la razón de aquel repentino desmayo.

Apoyada en la pared y bien sentada, escuché un suspiro de alivio por parte de mi acompañante. Me atreví a mirarlo.

—Me preocupé mucho cuando perdiste la conciencia, noona —admitió él, parado a mi lado.

Jungkook estaba de rodillas y un par de gotas de sudor caían por su frente. Había pasado un mal momento por mi culpa y, de haber sido capaz, le habría pedido perdón, pero las palabras no salían de mi boca. Aquello era tan raro que no supe muy bien cómo reaccionar.

—Yo ...

—No hace falta que me des explicaciones. Ya te dije antes que no estoy aquí para darte lecciones de vida —sacudió sus manos con torpeza—. Solo quiero saber si estás bien. Esas heridas ...

Su mirada estaba baja, como si no quisiera encontrarse con la mía. Jungkook era tímido, pero su corazón se me antojaba demasiado grande. Por eso no me negué. Hacía tanto tiempo que nadie se preocupaba por mi salud que quise recordar lo que se sentía. Una parte de mía quería volver a notar su tacto porque era suave y reconfortante. Sin duda, decir que no habría sido lo correcto, pero estaba cansada de hacer lo que mi mente me aconsejaba. Solo me había traído problemas.

Agaché la cabeza a pesar de que seguía dándome vueltas y eché un vistazo a mi ropa. La mancha de sangre no se había extendido mucho, pero se veía y no podía salir de allí de esa forma porque la gente se fijaría al instante en ella.

Mordisqueé mi labio y presioné un poco el lugar. Al salir corriendo esa mañana no me había curado del todo bien los cortes y ahora estaba en un buen aprieto.

—¿Puedo ...? —señaló la parte superior de mi vestido y comprendí a lo que se refería.

Su pálido rostro había tomado un bonito tono rosado, por lo que deduje que le estaba costando decirlo por sí mismo. Incluso después de haberme tenido en ropa interior delante seguía manteniendo las distancias.

Me sería complicado salir de allí y no me encontraba lo suficientemente bien como para irme por mi cuenta, así que asentí y él sonrió ligeramente. No pretendía discutir más con Jungkook y mi cabeza explotaría si comenzaba a pensar en todo lo malo que podía causar mi tiempo a solas con el amigo de Tae. Opté por dejar mis miedos a un lado y dejar que Jungkook me ayudara solo esa vez.

—No es como si no lo hubieras visto ya —dije en voz baja, llevando las manos a los botones que adornaban mi ropa y empecé a desabrocharlos con calma.

Jungkook, sonrojado, fijó la vista en otro punto, ofreciéndome un poco de privacidad. Nunca había conocido a alguien tan respetuoso con el resto y que él se comportara de esa manera solo me llevaba a desear conocerlo un poco mejor.

Abrí mi escote y el sujetador blanco quedó a la vista. Cuando los pequeños parches fueron apareciendo en mi piel, carraspeé para que Jungkook dejara de fingir que no me estaba mirando por el rabillo del ojo.

Él se volvió de nuevo y se concentró en la sangre que escapaba desde uno de los vendajes que me había hecho deprisa y corriendo unas horas atrás. Lentamente, acercó su mano hasta este y lo retiró. La carne abierta de mi costado seguía sangrando, aunque no demasiado, y Jungkook la observó aterrorizado.

—¿Cómo soportas esto? —me preguntó.

—No es tan doloroso cuando te acostumbras —respondí, sintiendo cómo se me erizaba la piel al tiempo que sus yemas sostenían mi piel.

—¿Acostumbrarte ...? Te maltratan. Es imposible que alguien pueda acostumbrarse a algo así —parecía cabreado, pero siguió tocándome con suavidad.

—Hay cosas peores, Jungkook —dije mientras él sacaba de uno de sus bolsillos un pañuelo blanco.

—No lo creo —negó—. Estás llena de heridas, noona. ¿Hay algo peor que sufrir a diario lesiones de este tipo?

—Bueno, tú dijiste una de ellas ...

En su cabeza se encendió una bombilla y alzó la barbilla para chocar con mis ojos.

La soledad era la única cosa que seguía sin soportar después de todos esos años. Nací sola y viví casi toda mi vida envuelta en mi propia burbuja, protegiéndome de todos y tolerando que el resto me dañara sin tener a nadie que pudiera consolarme antes de dormir. Eso era lo más duro de mi vida y Jungkook lo vio reflejado en mi mirada entonces.

—Sentirse solo es humano —alejó la vista de mí y presionó el pañuelo de seda contra mi herida. Seguía llorando sangre, pero hizo presión y la hemorragia fue cesando poco a poco—. Recibir estas contusiones no.

Parecía frustrado por lo que le estaba diciendo, así que intenté descifrar su cara. Fruncía los labios y sus ojos lucían tristes, confusos.

—Entonces ... Puede que haya dejado de ser una persona normal —le dije, consciente de que llevaba toda la razón.

—Podrías marcharte de allí. No te tratan bien y siempre acabas lastimada —su inocencia me conmovía, de verdad—. Deberías denunciarlo y la policía podría ...

—No es tan sencillo —lo detuve antes de que dijera nada más—. No sabes ni una pequeña parte de lo que me ocurre. Irme de aquí no es posible. Ya lo he aceptado.

Dejó de limpiar el fluido de mi herida y se mantuvo en silencio por unos segundos. De repente, me miró con una firmeza que no pensé que podría mostrar nunca.

—Yeong ... Eso solo lo dicen los cobardes.

La seguridad con la que lo dijo me hizo perder la poca estabilidad mental que tenía. ¿Acaso él sabía por lo que yo pasaba? No tenía ni la más remota idea y aún así se atrevía a soltarme aquello mirándome a la cara, sin escrúpulo ninguno.

Casi por educación me mordí la lengua. De haber sido otro momento, probablemente me hubiera ido de allí después de decirle lo equivocado que estaba, pero me estaba ayudando y no estaba de ánimos para pelear.

Me callé y, pensándolo bien, admití que estaba siendo algo cobarde. Que alguien te lo dijera dolía mucho más que pensarlo por ti misma y Jungkook se dio cuenta. Volvió a presionar la herida, cerrando la boca. Su intención no era la de lastimarme, pero lo había conseguido.

—Parece que ya no sangrará más ... —farfulló con sus dedos acariciando los alrededores del corte.

Me costó hablar porque empezó a soplar en uno de mis cortes. De esa forma alivió momentáneamente el escozor que la piel desgarrada me provocaba, y no se detuvo hasta que yo tosí. La garganta se me había secado al mirar a Jungkook. No entendía el por qué, pero ese chico me hacía cosas que no tenían sentido. Sus ojos de cachorrito eran peligrosos, también sus largos dedos recorriendo mi cuerpo.

Me apresuré a abrochar mi vestido, sintiéndome expuesta ante él a pesar de haber estado desnuda al completo para cientos de hombres. Creí haber perdido cualquier tipo de vergüenza a que alguien me viera en esa tesitura, pero Jeon Jungkook había aparecido para trastocarlo todo con su jodida mirada de inocente.

—Tengo ... Tengo que irme —dije y me puse en pie, sorprendiéndole.

—Te acompaño, noona —sabía que estaba preocupado, pero podía arreglármelas solita—. Esos cortes pueden abrirse otra vez y ...

—Y ese es mi problema —zanjé el asunto, incómoda por su insistencia.

Jungkook no respondió a eso. Se apartó de mi lado en cuanto vio que me levantaba de la silla y tomé mi bolso, deseando salir de allí pronto. No era él, sino lo que me hacía sentir que alguien se metiera en mi vida. Siempre había odiado a ese tipo de personas y, a pesar de que Jungkook se había inmiscuido sin malos deseos, no soportaba que los demás intentaran arreglar aspectos de mí que no tenían solución.

—Yeong-ssi ... —trató de detenerme.

Hice caso omiso a su dulce súplica y me dirigí hacia la puerta de la clase. Él no tenía ni la más remota idea de todo lo que me pasaba y me daba rabia que intentara meterse en mi mente cuando probablemente no debía ser capaz ni de solucionar sus propios problemas.

El ser humano es egoísta por naturaleza. Entonces, ¿por qué demonios Jungkook era lo opuesto?

Mis modales estaban oxidados, así que salí del aula con las mejillas rojas de pura vergüenza, sin decir un simple adiós. No lo traté bien. No había ninguna razón en especial. En el pasado me comporté correctamente con mucha gente y ellos solo supieron devolvérmelo con dolor y traición.

Me habría gustado explicarlo algo más para que no me tomara por un ser sin corazón, pero quería huir y mis pies me llevaron en menos de un minuto fuera del edificio. Nunca fui buena dando las gracias y Jungkook se dio cuenta de ello ese día. Recé en silencio por no encontrármelo de nuevo y emprendí mi camino hacia la librería que quedaba dos calles a la derecha. No podía marcharme a casa con la ropa manchada de sangre, por lo que le pediría ayuda a la única persona de la que aceptaría un mínimo de compasión.

La mancha no era muy visible y podía ocultarla con mi brazo, pero aún así caminé con rapidez. El alivio me recorrió de pies a cabeza al ver el pequeño cartel que decía "Abierto". Solo lo tenía a él y en esos momentos necesitaba mirarle a los ojos para relajarme. No conseguía sacarme de la cabeza la suavidad de los de dos de Jungkook en mis costados y odiaba haberme sentido bien con ello. Nadie que me tocara era bienvenido, ni siquiera si trataba de ayudar a la pobre chica que vendía su cuerpo a un montón de ricachones adúlteros.

Con la respiración acelerada, empujé la puerta del pequeño local y entré de golpe, alarmando a las pocas personas que se encontraban dentro. Las dos chicas que estaban enfrascadas en sus respectivas lecturas fruncieron el ceño, mosqueadas por mi impertinencia. Hice una reverencia a modo de disculpa por haberlas interrumpido mientras leían en la zona que había reservada para los lectores y fui directa al mostrador.

Namjoon me observaba también un tanto escéptico. Algo no andaba bien y él lo supo en cuanto nuestras miradas se cruzaron. Sin mediar palabra, me hizo una señal para que entrara en la parte trasera de la biblioteca. No quería que esas chicas de ahí fuera se enteraran de nada. Nunca podías saber quién era tu amigo y quién tu enemigo. JaeHo estaba en todas partes y ser escuchados por sus sabuesos no era una opción. Ambos conocíamos esa amarga sensación de tener que callar para sobrevivir.

Seguí a Nam hasta la trastienda. Él prendió las luces del habitáculo al que solo podíamos acceder nosotros dos y cerró para que pudiéramos hablar en paz.

Yo me dejé caer sobre la primera silla que encontré. Me había untado la mano con la sangre que todavía no se había secado y Namjoon lo vio. Sus ojos se agrandaron al ver el líquido entre mis dedos.

—¿Qué ha pasado? —fue hacia mí, asustado.

Agarró mi muñeca con cuidado y se fijó en mi ropa, la misma zona que Jungkook había descubierto.

—No es nada grave. Ha dejado de sangrar ya.

—¿Ya? Tienes el vestido ensangrentado, Yeong —suspiré, asintiendo—. ¿Qué mierda te hizo ese desgraciado esta vez?

Intenté no mirarlo a los ojos. Namjoon apenas soportaba lo que JaeHo y sus asquerosos compañeros de negocios me hacían. No me gustaba contarle aquellas cosas, pero él era lo único que tenía. Si no contaba con Nam, no tenía a nadie.

—Ya sabes cuánto adora los cuchillos —farfullé, encogida sobre mí misma.

—Grandioso hijo de la gran ... —se mordió la lengua.

Hacía un tiempo que no me regalaba heridas de ese tipo. Namjoon realmente había creído que Jae podría tratarme un poco mejor si todo marchaba igual. Claro está, él no vivía lo mismo que yo. No se metía en la casa de un verdadero demonio. Era normal que tuviera algunas esperanzas, pero yo las había perdido por completo. No le culpaba por ser positivo con respecto a mi situación. Ojalá yo pudiera serlo también. De esa manera, no me torturaría tanto como lo había hecho durante los últimos años; imaginando cómo moriría, cuantos días de vida me quedarían hasta que Jae decidiera cortarme en pedacitos.

—No ha sido tan duro hoy —admití—. Pero tuve que irme rápido de casa y no pude curármelo bien.

—Se te pueden infectar, Yeong —soltó mi mano, bajando el tono.

—No creo —sonreí un poco. Nam me miró para nada convencido y acarició mi cabello, apenado—. Está bien. Ya sabes que no soy fácil de destruir, oppa.

Alcanzó una silla y se sentó a mi lado. Nam me conocía desde que éramos niños, nos habíamos criado juntos y aguantamos en una casa de locos. Él me cuidó siempre, como haría un hermano mayor y nunca pensó en abandonarme. Ni siquiera cuando cometí el mayor error de mi vida.

—Lo sé, pero terminará destrozándote. Todos esos cortes son grietas que se van acumulando y llegará el día en que no puedas más —su gesto mostraba dolor e impotencia. Ya no podía protegerme y eso le mataba—. No quiero ver cómo te rompes. Si pudiera hacer algo, yo ...

—Ya haces suficiente quedándote, Nam. No necesito más —asentí, intentando convencerle de que su presencia bastaba para alegrarme.

—Sí. Necesitas a alguien que termine con Jae antes de que él acabe contigo. Y yo no soy ese alguien —le dolía más de lo que sería capaz de decir y no quería eso para él—. Tiene que tener algún punto débil, algo que lo haga caer de su trono .... Y debe tener enemigos. Un hombre como él tendrá muchos amigos, pero habrá otros que desearán derribarlo. Es la única manera para que puedas vivir de una maldita vez, Yeong.

Ya habíamos mantenido esa conversación un millar de veces. Claro que Jae tenía enemigos que pagarían por verlo muerto, pero yo no tenía acceso a esa clase de información. En aquel universo en el que Choi JaeHo era el rey, yo solo era una jodida ramera a la que golpear y utilizar cuando mejor le viniera.

Callar y sonreír. Eso era lo poco que podía hacer si quería mantener la cabeza sobre los hombros.

—Créeme. Cualquiera que pueda llegar a suponer un peligro para él no vive lo suficiente como para urdir un mísero plan con el que intentar eliminarlo. Jae se hace más fuerte con el paso del tiempo y nadie tiene la posibilidad de hacerle frente. Le tienen miedo, Namjoon —dije, mirándolo a los ojos—. Y yo también le tengo miedo.

En mi mente se sucedían las numerosas ocasiones en las que había presenciado cómo le metía un tiro entre ceja y ceja a todos aquellos que traicionaban su confianza, no sin antes haberlos torturado en privado, extrayéndoles hasta la última pizca de vida a base de gritos.

—Yo debería serte útil, pero solo sirvo para que sufras por protegerme —añadió él, cabizbajo.

Tomé sus manos entre las mías y me negué a que pensara eso. Nam era lo poco que me quedaba y sin él ya habría perdió la cabeza.

Mi padre se casó con su madre cuando éramos niños. Yo tenía cinco años y él acababa de cumplir los ocho. Pasamos a ser hermanos a pesar de no habernos visto nunca. Mi padre repetía siempre que se casó porque yo necesitaba una figura materna; nunca tuvo tiempo para mí porque sus negocios eran demasiado importantes. Ni siquiera supe los motivos que llevaron a la madre de Namjoon a casarse con alguien como mi progenitor, pero con el paso del tiempo me apiadé de ella y llegué a agradecer que mi madre se hubiera ido.

La vejez no le hizo bien a mi padre y pagó todas sus pérdidas de dinero en esa pobre mujer, golpeándola y maltratándola porque, según él, era lo único que le pertenecía realmente.

Namjoon y yo nos criamos en ese turbio ambiente de llantos y sacrificios por parte de su madre. Ella se comportó conmigo como si fuera su verdadera hija. Me leyó cuentos, me bañó y me felicitó por sacar una nota alta en clase. Todo ello sonriendo, con el labio roto o el pómulo amoratado.

No había día que no pensara en ella. Nos enseñó a tenernos mutuamente cuando las cosas se pusieran feas, a protegernos por encima de cualquiera. Ella lo hizo así. Murió en el hospital después de una paliza que mi padre le propinó, aunque se dijo que cayó por las escaleras en un torpe accidente, limpiándose las manos. Además, el dinero silenció a los médicos que dudaron de su palabra. Namjoon se fugó de casa poco después, con apenas diecisiete años, y yo debí haberle seguido, pero creí que mi padre no soportaría la soledad y se volvería definitivamente loco, así que aguanté en esa casa tres años más.

Sin embargo, la situación empeoró notablemente. Papá se obsesionó con el dinero, el poder, creyendo que había alguna manera de traer de vuelta a mi madre o a la madre de Nam. Así fue como muchos se aprovecharon de su locura y arruinaron los negocios de mi padre. Él sólo tenía malas palabras para mí y más de una vez me levantó la mano, pero nunca me hizo lo que tuvo que aguantar mi madrastra.

Pero, con diecisiete años conocí a alguien y me ilusioné. Era tonta y tenía tantas esperanzas en el ser humano que no dudé y creí que ese chico podría sacarme de aquel pozo sin Fondo al que había aprendido a llamar vida.

Tragué saliva al recordar todo aquello y apreté la mano de mi hermanastro. Sonreí, igual que hacía su madre a pesar de estar muriéndose por dentro, y me acerqué a él para que me envolviera en uno de sus milagrosos abrazos.

Namjoon acarició mi espalda con cariño y yo imaginé qué habría pasado si me hubiera ido con él cuando tuve la oportunidad. Qué habría sido de nuestras vidas si yo no le hubiera sido fiel a un padre que nunca merecí. Qué habría pasado si yo no hubiera hecho caso de unas pocas palabras bonitas que sanaron por momentos mis sentimientos rotos.

—¿Recuerdas lo que decía mamá? —me escondí en su cuello, dejando que sus fuertes brazos me transmitieran algo de fortaleza.

Él también estaba pensado en ella.

—Que estuviéramos siempre el uno para el otro. Sin importar lo que pasara o lo mal que nos fuera —mi voz era débil.

—Puede que ahora seas tú la que nos proteja, pero terminará cambiando, Yeong —retuve las lágrimas y me sujeté a su camisa, agotada—. Te prometo que encontraré la forma de que salgas de ahí, cueste lo que cueste. Soy tu hermano mayor ... Ya va siendo hora de que cuide de ti como es debido.

El tiempo me había hecho ver que nadie puede cuidarte en realidad. Namjoon tampoco podía hacerlo, pero me daba un consuelo inexplicable. Estar con él me hacía creer que todo estaría bien pronto, que podríamos marcharnos de allí sin temor a que nadie decidiera matarnos. Solo era un pensamiento momentáneo, pero bastaba para calmar mi pánico y sentir que al menos seguía teniendo a alguien a mi lado.

Toda nuestra vida había estado marcada por los desastres que cometió mi padre y no le perdonaría nada de lo que nos hizo. Todo se fue a la mierda por culpa de ese hombre. Esa libertad que tanto deseé desde pequeña nunca llegó y probablemente nunca lo haría, pero tenía a Nam. Si él estaba ahí, seguía teniendo un motivo para no degollarme a mí misma.

—Voy a aguantar ahí, Nam —le prometí—. Y mientras podemos buscar una manera de marcharnos. Saldrá bien.

Me estaba convenciendo a mí misma porque sabía que era una locura. Después de haber visto tantas cosas del negocio de Choi, él nunca me dejaría ir con facilidad. Además, siempre decía que mataría a sus juguetes antes que observar cómo otro se entretenía con ellos. Y yo era su muñeca favorita.

Después de un rato más, ambos nos calmamos y convencí a Namjoon para que no me curase los cortes. No quería que viera que alguien ya había empezado a sanarlos, pues serían más explicaciones y odiaba darlas.

La existencia de Jungkook alarmaría considerablemente a mi hermano y no era necesario. Encontraría algo con lo que convencer a ese chico para que se alejara de mí antes de acabar como un colador a causa de la furia de Jae. Parecía no saber con quién se estaba metiendo ni todo lo que ponía en peligro al intentar relacionarse conmigo.

Omití todo lo que involucraba a Jeon Jungkook y me quedé con Nam, ayudándolo a colocar unos cuantos libros que le habían llegado esa mañana. Jae no llegaría a casa antes de la hora de cenar, por lo que podía tomar un breve descanso y acompañar a mi hermano mayor a comer.

Cerramos la tienda poco después y fuimos a llenar nuestros estómagos, dejando las preocupaciones a un lado aunque fuera solamente durante una hora.

Me relajé todo lo que pude el tiempo que pasé con Namjoon, pero la hora de despedirnos llegó pronto y tuve que regresar a casa. No quería que Jae llegara y encontrara la habitación tal y como la había dejado esa mañana; toda llena de mi sangre.

Le prometí a Nam que pasaría por la librería al día siguiente y me fui.

Pasaron tres días y apenas pude visitar a mi hermano, ni siquiera dejarme caer por la universidad. Tae se había encargado de tomar apuntes y anotaciones para mí, como siempre que no podía asistir a clases, pero odiaba aquello.

Estudiar, por irónico que pudiera sonar, era una de las pocas cosas que me permitían un mínimo de libertad. Quería formarme para poder llegar a ser una buena historiadora de arte algún día, aunque Jae se empeñara en cargarme con trabajos que lo impidieran. Él prefería que estudiara en casa, allí donde me tenía bajo control, como tanto le gustaba. Me agobiaba, pero si Choi decía que no saldría a ninguna parte, debía acatarlo.

Por eso mismo, la noche que llegó a casa diciendo que asistiríamos a una pequeña gala, dejé los libros a un lado y me apresuré a escoger la ropa que llevaríamos. Tuve que salir a comprar un nuevo esmoquin para él porque el último todavía seguía en la tintorería, haciendo desaparecer las manchas de sangre de su último socio insatisfecho.

Para ese tipo de fiestas, siempre debía ir impecable. Jae se encargaba de que tuviera los mejores vestidos, las joyas más caras del mercado.

Cuidadosa, saqué de mi armario uno de esos vestidos. Era de seda verde esmeralda, la falda me llegaba por las rodillas, con la espalda al aire y bien ajustado a la cintura. Me comentó que se trataba de una exposición de un pintor extranjero, pero que irían personas a las que les interesaba hablar y conocerme. Tenía que asegurarme de sonreír y lucir más bonita que nunca.

En realidad, por muchas obras de arte que hubiera en aquel lugar, yo debía ser la estrella principal. No podía dejar escapar a esas personas en las que JaeHo tenía tanto interés y si tenía que actuar como una puta a su servicio, eso haría.

El maquillaje pesaba en mi rostro, al igual que los radiantes pendientes y el caro collar que él mismo me puso al cuello. Besó mi cabeza, observando en el espejo del tocador mi aspecto.

—Estás preciosa.

Lo estaba, pero me sentía sucia. Era una belleza que no deseaba. Tóxica.

El chófer nos esperaba en la entrada de la villa que poseía Choi JaeHo. No estaba muy lejos del recinto al que nos habían invitado y en menos de quince minutos llegamos al lugar. No era una cena de postín ni nada que se le pareciera, sino una velada de negocios en la que no debía fallar.

—Ya lo sabes, ¿no? —Jae se alisó la chaqueta negra—. Si yo te presento a alguien, debes ser como un ángel caído del cielo. Y si uno de esos tíos muestra interés, vais a un sitio privado y se la chupas. Solo eso —encendió un cigarro y me miró, sonriendo—. Si quieren tocar más, hablarán antes conmigo. Así que, compórtate, cariño. Todo tiene que salir bien hoy, ¿vale?

Me dio un beso y bajó del coche. Yo tomé mi bolso, reuniendo fuerzas para lo que fuera a pasar esa noche.

Ese tipo de trabajitos solían ser delicados, con gente que no sabía cuándo parar. Pero, a pesar de saber que sería una reunión movida, no hice esperar a Jae y salí del automóvil. Al tomar su brazo, una sonrisa cruzó sus labios.

—Muy bien ... Ahora vamos dentro a que te vean, Yeong.

Accedimos a la casa por la entrada principal. Esta era mil veces más grande que la de Jae, por lo que supuse que el dueño quería aparentar y mostrar toda su riqueza a cualquiera que le hiciera una visita. El recibidor era enorme, pero cuando llegamos al salón en el que se realizaba la exposición de cuadros, mi sorpresa se hizo aún mayor. Aquello era una mansión en toda regla y el espacio que los dueños de la finca habían habilitado para la velada era descomunal. Casi tan grande como un verdadero museo.

Las obras estaban colocadas correctamente en las paredes, a la distancia adecuada y con la luz perfecta. Si Tae estuviera allí habría alucinado, pero no podía hacer fotos. Tendría que explicarle dónde había ido y eso derivaría en una conversación bastante incómoda. Igualmente, apenas pude echar un vistazo a la sala, pues JaeHo me guió hacia uno de los laterales. No tenía pensado perder el tiempo.

Los minutos fueron pasando y mi rostro dolía de tanto sonreír, pero no dejé de hacerlo en ningún momento. Los hombres con los que hablamos eran tanto del país como extranjeros. Me tocó hablar con un par de ellos por orden de Jae, pero, gracias a Dios, ninguno expresó deseos de ir a un lugar más alejado.

El ambiente era bastante bueno para la ocasión y eso me hizo pensar que la persona que había organizado aquella exposición sabía bastante bien lo que hacía.

La curiosidad me ganó y, después de atender a un hombre que iba acompañado de su propia esposa, me disculpé con ellos aprovechando que mi acompañante estaba hablando con un señor de unos sesenta años. Ese último hombre con el que charlé por unos minutos ni siquiera tuvo reparos en insinuarse aún cuando llevaba a su esposa del brazo. La mujer se mantuvo callada todo el tiempo y eso me dolió. Probablemente, todas las señoras del lugar tuvieran que soportar lo mismo. Yo, en cierto modo, también debía callar si Jae me lo exigía. Y si tenía que ofrecerme a alguno de esos tíos, debía aceptar todas sus proposiciones. Era una mierda, pero no me quedaba otra.

Intenté pasar desapercibida entre los asistentes y comencé a observar las obras expuestas. Algunas tenían las firmas de artistas que conocía y que admiraba, otras eran anónimas, aunque no por ello menos hermosas. Las piezas eran exquisitas, cualquiera podía saber eso con echarles un simple vistazo.

Fui apartándome de la mayoría de la gente, sumergiéndome en el mundo que se habría ante mí a través de un cuadro con trazos anaranjados y rojizos.

Me hallaba tan perdida en ese lienzo, recordando las técnicas que tanto le gustaba a Taehyung, cuando unos dedos se deslizaron por mi brazo derecho. Giré la cabeza, a la defensiva, y encontré a un Jae bastante feliz.

No pude relajarme sabiendo que él estaba allí, mirando la misma pintura que yo, así que fingí no darle importancia. La rigidez en mi cuerpo era notable y se incrementó en el momento en que él dio un paso atrás, apoyando la barbilla en mi hombro descubierto.

—¿Te gusta? —su aliento en mi oreja era aterrador—. Todos esos trazos ... Son los mismos que pinto yo en tu cuerpo, Yeong. Ver cómo se derrama toda esa sangre y decora tu pálida piel ... Es el doble de hermoso que pintar cuadros como este, ¿no crees? —clavé la mirada en el lienzo, paralizada por las palabras que salían de Jae—. Tú eres mi obra de arte favorita ... Y estoy deseando llegar a casa para seguir pintándote, cariño. Pero ahora vuelve allí y espera a que el señor Oh se deshaga de su esposa, ¿vale? Mañana tendremos una pequeña reunión y no ha dejado de repetirme lo hermosa que eres.

Sin que una palabra saliera de mi boca, asentí y Jae se dio por satisfecho. Dejó un suave beso en mi mejilla y se alejó de mí.

Sus pasos fueron desapareciendo hasta que dejaron de ser perceptibles a mi oído. Llevé una mano a mi vientre, angustiada, y solté el aire que había estado reteniendo. Unas pocas lágrimas se habían ocupado de nublar mi vista en apenas cinco segundos. No importaba cuánto tiempo pasara haciendo esas malditas cosas, nunca estaría lista a mirar a la cara al hombre que se creería mi dueño solo por tener algo de dinero.

Huí de los focos del cuadro que había estado admirando y me refugié en la oscuridad del fondo de la sala con las piernas temblorosas y unas inminentes ganas de esconderme. Yo era un trozo de carne para todos esos animales que fingía tener modales. Todos me habían mirado ya, desde que llegué había sido el centro de atención y no soportaba sentirme como una niña a la que poder tomar si Jae daba el permiso.

Difícilmente, fui capaz de detenerme frente al último lienzo. Retiré la única lágrima que se atrevió a caer por mi mejilla y observé la pintura menos iluminada de toda la exposición. Era un buen lugar para que dejasen de mirarme.

Era un cuadro oscuro, compuesto de colores y tonalidades grisáceas. No sabía el por qué, pero solo con observarlo pude sentir la rabia con la que el pintor había dibujado aquello. Las pinceladas eran impulsivas, prácticamente rotas por la fuerza que se había empleado. No debió ser su mejor día, pero aquel desastre de tristeza y enfado se me antojó el mejor cuadro de todos.

Puede que fuera lo identificada que me sentí al comprender la furia dentro de él, o la impotencia por no poder cambiar la noche, pero me quedé de pie, interesada y dolida.

—Casi nadie llega a esta parte de la exposición —una voz masculina llegó hasta mí y, con ella, unos suaves pasos.

Supuse que sería aquel hombre del que me había hablado Jae, por lo que decidí no mirar. Mis fuerzas se habían esfumado y aquel tipo se encargaría de extinguirlas definitivamente.

—Eso parece —admití.

No había visto a nadie por allí, por eso mismo había seguido caminando. Aprendí a apreciar la soledad y, en esos momentos, era lo que más deseaba; estar sola, sin la obligación de ponerme de rodillas para ningún hombre.

—No está muy iluminada y, para ser sinceros, ninguno de los presentes tiene interés en la pintura. Solo quieren hacer negocios —se detuvo a mi izquierda, pero yo no moví ni un músculo— y se pierden obras así. Es molesto.

—No todo el mundo aprecia el arte.

—Deberían —aseguró y su voz sonó extraña, como si ...—. Esta pintura ... ¿No cree que podrían ser lágrimas? Lágrimas cayendo, sin control y en todas las direcciones. Causadas por la carencia de la persona que las creó. Alguien que solo quería destruirlo todo y que, en el centro de todo ese caos, decidió crear algo tan siniestro.

Era una interpretación hermosamente acertada y la forma en que habló me desconcertó.

En silencio, giré el rostro hacia ese hombre.

Las luces eran tan escasas que su perfil se distorsionaba entre las sombras, pero mi mente no tardó en identificar y reconocer a la persona que se había acercado. Ese tal señor Oh no podía ser alguien con tan buen ojo para la pintura. Solo alguien que estaba familiarizado con los lienzos sería capaz de dar una respuesta como esa.

Estaba concentrado en la obra, tanto que no se dio cuenta de que mi mirada se había desviado y ya no se enfocaba en el cuadro. Sin embargo, no tardó en girarse hacia mí y esbozar una dulce sonrisa. Un par de hoyuelos la adornaron y mis miedos cayeron en picado.

—¿Qué ve usted, Yeong-ssi?

Tragué saliva. No entendía por qué estaba allí y la confusión desencadenó que el rubor en mis pómulos se disparara.

—N-no lo sé, señor Jeon —su camisa no estaba totalmente abrochada y los primeros botones sueltos dejaban ver parte de sus clavículas.

De repente, todo mi nerviosismo se acumuló y rechacé su mirada. Intenté actuar como si nada pasara y observé de nuevo el cuadro.

—Preferiría que me llames por mi nombre —comentó sin alterarse un ápice—. Creo que podemos hablar sin honoríficos, noona.

—No estamos en la universidad —le recordé. Nunca pensé en él de otra manera, pero esa noche me pareció que su atractivo había crecido demasiado. Tanto como para sonrojarme por no haber reconocido su voz. Sonaba mucho más grave de lo que recordaba y no esperaba que fuera él—. Se supone que no nos conocemos fuera de esto y no quiero problemas, Jungkook.

Estrujé el bolso entre mis manos, escéptica. No quería que Jae nos viera hablar.

—Choi no vendrá. Ya he hablado con él —me comunicó de pronto.

Mi atención volvió a él a pesar del vistoso sonrojo que seguía pintado mi rostro. Sus ojos me ofrecían calma, siempre lo habían hecho, desde la primera vez, pero también me daban cierta inquietud.

—¿Has hablado con ...?

—Esta noche solo existe la jerarquía y yo tengo más poder que la mayor parte de los invitados. Choi JaeHo es consciente de eso —metió las manos en sus bolsillos—. Así que, el señor Oh tendrá que conformarse con su mujer hoy.

La realidad cayó sobre mí como un jarro de agua fría.

Traté de no enfadarme por creer la mentira que mi cabeza había creado, pero sus plabaras no dejaban lugar a dudas. Si Jungkook estaba a mi lado diciendo eso, solo podía haberle dicho una cosa a Jae.

—Hablaste con JaeHo para estar conmigo, ¿no?

—Y él parecía bastante contento cuando se lo dije, sí —me contestó entre pequeñas risas.

Con las uñas clavadas en la tela de mi bolso, me giré y fui hacia la puerta que quedaba a unos metros de nosotros.

Estaba cansada, muy cansada de esperar que alguien fuera diferente y que Jeon Jungkook me hubiera parecido un chico que al menos tenía un poco de corazón me resultaba irritante después de haberle escuchado decir eso. ¿Por qué mierda había creído que se comportaría como alguien decente, fuera de esa jodida vida?

—¿Noona? Noona, espera —me siguió y atravesó la puerta unos segundos más tarde.

Resultó ser un pasillo desierto que debía llevar a otra inmensa sala. No había nadie, pero si alguien nos descubría no era de mi incumbencia.

Jungkook me miró cuando yo paré en mitad del pasillo, cabreada y decepcionada con una idea errónea. Creí que él no me trataría como a un objeto, pero, al parecer, el hecho de que me conociera también como la mejor amiga de Tae, le había insuflado algún tipo de deseo por verme como la puta de Choi JaeHo. Si esperaba que fuera la niña sumisa y complaciente, lo tendría. A cambio había perdido cualquier respeto que pudiera mostrarle por haberme ayudado.

En un mundo como ese que se movía por interés, ¿qué podía esperar? Nada, y debía metérmelo pronto en la cabeza para dejar de sufrir por estupideces que no valían la pena.

—¿A dónde vas, Yeong? El ...

—Espero que el trato que os tragáis entre manos sea bueno, señor Jeon —sonreí, dolida por un chico que apenas conocía.

Caminé hasta él y me arrodillé sin decir nada más. Si lo que buscaba era una maldita mamada, eso tendría.

Di un tirón a su cinturón y comencé a desabrocharlo, harta de que me usasen todos.

Pese a mis fervientes ánimos por quitarle la prenda, Jungkook se alejó, apartando mis manos de sus pantalones. Apoyé las manos en el suelo de mármol y apreté la mandíbula. ¿Quería verme suplicar? ¿Era eso? ¿Buscaba aplastarme primero?

—N-noona, ¿qué ...?

No lo miré. La vergüenza me lo impedía.

—¿No es esto lo que quieres? Se supone que debo complacer a cualquiera que Jae me envíe.

Era injusto.

—Pero yo ... —balbuceó.

—Pero tú, ¿qué? —tenía lágrimas en los ojos por una persona que no las merecía. Alcé la mirada, incapaz de ver su gesto—. Ah, claro. Como tienes tanto poder Jae te habrá dejado que hagas lo que quieras, ¿no? Vale —me puse en pie, con las rodillas adormecidas. Acabaría lo antes posible con esto, así que me dispuse a bajar la cremallera de mi vestido—. ¿Cómo? ¿Por delante o prefieres por detrás? Los hijos de puta como tú suelen hacerlo por detrás. Creéis que así tenéis más control, ¿verdad?

"No debiste confiar en él para nada, Yeong. Que sea amigo de Tae no lo hace tan noble como él."

Su mano sujetó la mía, impidiendo que pudiera desvestirme. Una carcajada salió de mi boca al tiempo que le di un manotazo y lo miré a la cara. Estaba tan enfadada que no me contuve.

—¿Qué? ¿Ahora vas a amenazarme con que se lo dirás a Tae? ¿Crees que no tengo orgullo, Jungkook? —aguanté el llanto como mejor pude—. Mi vida es una mierda, pero lo sé. Y ahora vienes aquí, después de haberme dicho todo eso ... ¿Crees que soy tonta? Todos los hombres sois iguales, en cuanto veis a la chica débil que no tiene más opción que aceptar, se os hace la puta boca agua —le di un empujón, comprendiendo lo tonta que había sido otra vez—. ¿Era más divertido así? ¿Intentando hacerte pasar por mi amigo antes de pedirle a Jae tiempo conmigo?

Mi vos era demasiado alta y cualquiera podría escucharnos, pero era tal la rabia que no me importó en absoluto y volví a empujarlo. De pronto, él me cogió las muñecas, frenando mi furia.

—Yeong-ah, para —sonaba tranquilo.

—¡No me da la gana! —escupí, respirando pesadamente—. Eres peor que ellos, eres ...

—¡Soy peor que ellos, sí! —gritó, sin soltarme. Apenas podía ver nada por las lágrimas, pero su cara se fue haciendo más nítida con los segundos y pude ver que no sonreía más—. Sé cómo te trata Choi, sé lo que te obliga a hacer. Lo sé todo y no digo nada. Merezco el mismo infierno que todos los que te maltratan —dejé de oponerme a su agarre y escuché lo que me decía—. Pero nunca te pondría un puto dedo encima —me soltó, con el ceño fruncido, ofendido.

Nunca había escuchado a Jungkook maldecir. Nunca. Y al hacerlo, entendí que la había cagado. Mi desconfianza había logrado hacerle daño.

—Entonces ...

—Escuché lo que te decía antes —empezó a explicar, echándose el cabello hacia atrás mientras se relamía los labios—. Y fui a hablar con JaeHo. Si era yo el que pedía estar a solas contigo no podía negarse y tú no tendrías que estar con el señor Oh. No tenía ... No tenía otras intenciones, noona. Solo quería hablar contigo para evitar que ese viejo verde te hiciera algo. Siento ... Siento si has creído que ...

No siguió hablando.

Las gotas rodando por mis mejillas lo detuvieron. Pude ver mejor su rostro, cómo se mordía el labio inferior e intentaba encontrar las palabras adecuadas. Aquellas que no me hicieran pensar que estaba ahí para hacerme lo mismo que el resto de los hombres que Jae me mandaba.

En el fondo sabía que no me haría nada, pero mi mente estaba exhausta y ... Quise inculparle de algo sin sentido solo porque mi frustración era mayor.

Me sentía acorralada y desde que llegué a la exposición solo había sonreído como un maldito robot sin sentimientos. Yo no era así y Jungkook acababa de ver la peor parte de mí sin más razón que mis propias inseguridades. No podía creer en nadie, pero él me invitaba a hacerlo continuamente y eso me desesperaba.

Miré hacia otro lado y limpié mis lágrimas.

Tenía que dejar de hacer el ridículo. La paciencia que siempre tuve se estaba acabando y lo había pagado con Jungkook ... Necesitaba ayuda. Por mucho que me negara, la necesitaba.

Torpe, retiré todas las gotas, destrozando mi maquillaje.

Me sentía muy mal, pero ese chico me demostró de nuevo que no buscaba nada de mí y se acercó.

—Yeong ...

—"Si uno de esos tipos muestra interés en ti, chúpasela." Eso dijo —oculté mi cara de él, avergonzada—. Daba igual quien fuera, yo solo tenía que hacerlo ...

—Está bien. Es ... Es normal que pensaras ... —intentó calmarme, pero era complicado.

Él estaba a mi lado, respetando las distancias para que no me sintiera intimidada, pero me di cuenta de que no era su respeto lo que quería mientras el llanto me hacía sollozar. Por una vez en mi vida, cedí, admitiendo que necesitaba la compasión de alguien.

Jungkook no se esperaba que lo abrazara. Yo solo abrazaba a Nam y Tae. Me costaba mucho hacerlo, pero había perdido las ganas de resistirme y sostener la coraza de siempre. Pesaba mucho para mí y estaba agotada después de cargar con ella sin descanso los últimos años.

—Lo siento —dije, aferrándome a su torso.

Acarició mi espalda y yo suspiré.

Llorar entre sus brazos era diferente.

Podía abrazar a mi hermano o a Tae, pero nunca había llorado frente a ellos. No me habían faltado ocasiones para hacerlo y aguanté. Lo retuve tantas veces que no me importó romperme frente a Jungkook.

Porque eso estaba pasando. Me estaba rompiendo, tal y como dijo Nam aquel día. Sabía que ocurriría, que los cortes terminarían surtiendo efecto en mí, pero nunca creí que estaría acompañada en el momento en que eso ocurriera.

Jungkook me apretó contra él, con su calidez envolviéndome poco a poco.

—No te preocupes, noona. Yo también lo siento —¿por qué me pedía perdón? Sin entender, esperé—. Siento que hayas tenido que aguantar todo esto sola, pero ya no lo estás. Lo prometo, Yeong. De verdad.

Fallé. Después de cuatro años sin confiar en nadie, comencé a creer en ese chico.

Me estaba equivocando, lo sabía, pero la paz que sentí entonces ganó a la razón.

Y, de esa forma, comenzó mi mayor calvario.

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