Capítulo 3
Presente...
Las clases fueron horribles. Todo el mundo estaba en silencio, el frío me llegaba hasta los huesos y mi mente divagaba en otros lados. La maestra hablaba y hablaba. No, ya no podía fallar en la escuela. Suficiente había tenido con reprobar el semestre anterior e irme a extras.
Traté de centrar mi atención en lo que la maestra decía. Después de un rato, el sueño me volvió a ganar y sentí mis párpados más pesados. Me sentía como si no hubiese dormido en días. Tal vez era así, incluso ayer no pude conciliar el sueño por culpa de los gritos que provenían de la habitación de mis padres. Si pude permanecer despierto fue gracias a Kaito y Gakupo, que constantemente me despertaban justo cuando ya iba a rendirme.
Al salir de clases, Gakupo, Kaito y yo decidimos ir a casa de Rinto. Él no asistió porque se resfrió por quedarse bajo la lluvia más de media hora el grandísimo idiota.
—Con este frío de mierda prefiero ni levantarme de la cama —murmura Kaito, metiendo sus manos en los bolsillos.
—Por eso prefiero el calor —dice Gakupo, soplando vapor en sus manos.
—Oye, tampoco es para tanto —habla Kaito, volteando a ver a Gakupo con indignación—. El frío siempre es mejor que el calor, ¿verdad, Len?
Yo no respondí. Solo asentí y seguí metido en mis pensamientos. El sueño se disminuyó gracias a que Gakupo me hizo uno de sus famosos cafés más cargado que maquillaje de payaso.
—Len, ¿estás bien? ¿No estás enfermo? —dice Kaito, colocando su mano en mi frente con su instinto maternal.
—Estoy bien, chicos —dije, tratando de sonreír. Hace un tiempo que era incapaz de reír de verdad—. Solo estoy cansado.
—Pues deberías ir al doctor. Llevas cansado todo el mes —. Mamá Gakupo llega al rescate.
—Agh, estoy bien ¿sí? —contesto, algo irritado.
—Solo tratamos de ayudarte, Len —. Gakupo pone su mano en mi hombro—. Estos últimos días has estado diferente. Te vez bastante deprimido.
—De seguro es por "esa".
Kaito y Gakupo se detienen. Yo paso de largo. No quiero hablar de eso. A pesar de todo, me siento mejor de lo que me he sentido esta última semana. No quiero arruinar eso.
—Len, no puedes seguir así —habla Kaito, siguiéndome el paso—. Mírate, ya ni siquiera eres capaz de peinarte o asearte. Ella te tiene así.
—Chicos, por favor. No toquemos el tema, ¿sí? Lo último que quiero es arruinar mi única salida al mes.
Ambos se quedan callados. Me siento mal de tratarlos así. Ellos no tienen la culpa de mi deplorable estado mental.
Al llegar a casa de Rinto, su madre nos recibe con alegría. Rinto podrá ser un pendejo, pero su familia es amable y lo opuesto a él. Subimos a su cuarto. Mi amigo rubio está recostado en su cama, con un té en la mano y como diez cobijas encima.
—Hola, pandilla de inútiles —saluda, poniéndose derecho y dejando el té en la mesa.
—Parece que el inútil eres tú —. Kaito se sienta en la silla del escritorio— ¿Tu mami te preparó tecito?
Todos se ríen menos yo. Parece que no se dan cuenta, así que trato de forzar una sonrisa.
—Lencito, no se te ve muy contento —dice Rinto mientras me mira con burla.
—Vete al diablo —respondo, golpeando su cabeza con mi mano a modo de broma.
—Uy, se enojó la niña.
—Bueno, ya —interrumpe Kaito, evitando una posible pelea entre Rinto y yo—. Vinimos a traerte los trabajos. La profesora dijo que puedes entregarlos la semana que viene con la condición de que sean perfectos.
—Te lo dije, la profesora Haku me ama en secreto —dice el enfermo, estirando las piernas.
El rato lo pasamos bien. Ellos hablaban, yo casi no dije nada. Me sentía tranquilo, incluso pude olvidarme de mi realidad por un par de horas. Todo hasta que sonó el teléfono. No quería voltear, sabía de quién se trataba.
—Parece que te llaman —. Kaito toma mi teléfono—. Es Akita.
—No contestes —digo, en medio de un suspiro—. Apaga el teléfono.
Kaito hizo lo que le pedí y seguimos con nuestra charla, ignorando la llamada. Poco duró nuestra felicidad hasta que se oyó de nuevo mi celular.
—Vaya, es la bruja otra vez —dice Kaito, pasándome el celular.
—Te dije que lo apagaras.
—Eso hice —. Tomé mi celular e ignoré la llamada. Justo cuando iba a apagar mi celular, me llegó un mensaje de texto.
"Estoy afuera. Sal".
Tragué saliva y miré por la ventana con discreción. Sí, ahí estaba.
Suspiré. Por un momento, quería desaparecer del mundo.
—Tengo que irme —es lo único que digo, colgando mi mochila en mis hombros.
—¿A dónde vas? —. Mamá Kaito vuelve a interrogarme.
—Está esperándome afuera—digo, rodando los ojos.
—Está loca —. Rinto se mete en la conversación—. ¿Quién sale en medio de este frío?
—Lo mismo me pregunto yo —digo.
—Dile que no puedes —trata de convencerme Kaito.
—No se irá hasta que haga lo que quiere. Si no, corro el riesgo de que se quede ahí y muera de hipotermia.
Me resigno y salgo del cuarto de Rinto despidiéndome de todos. También me despido de la madre de Rinto, que me da una bolsa con galletas de vainilla caseras.
—Habría sido bueno que te quedaras a cenar —me dice, entregándome las galletas que lucen realmente apetitosas.
—No se preocupe, señora. De todos modos, tengo que ir a mi trabajo —. Me despido de ella con un beso en la mejilla y me preparo mentalmente para lo que viene.
Al salir de la casa, Me encuentro con Neru, que está sentada en la banqueta al otro lado de la calle.
—No contestaste mis llamadas —dice, con los brazos cruzados, temblando de frío. Solo tiene un suéter ligero encima.
Me quito el abrigo y lo coloco encima de sus hombros. Ignoro el frío que invade mi cuerpo.
—Perdón. Estaba ocupado.
Ambos caminamos en dirección a su casa. No decimos ni una palabra, y prefiero no mirarla. Cuando estamos lo suficientemente lejos de la casa de Rinto, ella me jala del brazo con brusquedad.
—Claro, y por eso me colgaste —. Ella me aprieta del brazo con mucha fuerza, pero no hago nada para apartarla.
—Te dije que estaba ocupado.
—Y yo te dije que no puedes ignorar mis llamadas —dice con ira reflejada en sus ojos—. Eres un egoísta, Len.
¿Egoísta?
¿Es enserio?
—Por favor, no actúes como si te hubiese hecho una ofensa mundial —digo, arrastrando las palabras por el frío.
Sé que eso me costará caro, pero simplemente no puedo dejarlo pasar.
Siento su mano impactar en mi mejilla izquierda. No siento el dolor por el frío, pero aun así siento el hormigueante ardor.
—No seas así de patán, idiota —. Ella detiene el paso, solo para sujetarme más fuerte del brazo—. Incluso cuando te doy la oportunidad de ir con tus amigos, te olvidas por completo de mí.
—Basta, Neru. No me olvidé de ti, desde ayer te dije que me reuniría con ellos. También tengo que ir al trabajo.
Ella apresuró el paso, casi arrastrándome por las calles. Cuando llegamos a su casa, finalmente me suelta.
—Bien —. Neru abre la puerta de su casa—. Pensaba darte otra oportunidad, pero no te la mereces. Desde ahora no te reunirás con ellos nunca, ¿entendiste?
Suelto una risa sarcástica y me doy media vuelta.
—¡Respóndeme, idiota! —grita, azotando la puerta.
Al final solo murmuro algo entre dientes.
—Adiós, Neru.
En mi camino hacia el trabajo solo puedo intentar calentar mis manos soplando aire caliente. Ella ni siquiera me devolvió mi abrigo. El frío se intensifica, e incluso está nevando.
Lo bueno es que la tienda queda cerca. Reviso mi reloj. Son las cinco cuarenta. Diez minutos tarde.
—Len, que bueno que llegas.
La que dice eso es Meiko, mi jefa. Es una amiga de mi madre, y ella misma me ofreció trabajo. Tiene una tienda de instrumentos musicales. Se podría decir que mi hobbie era la música, así que no dudé en aceptar el trabajo. Es perfecto, un horario cómodo, buena paga y gran ambiente laboral. Casi nunca teníamos clientes.
—Hola, Mei. Perdón por la tardanza —saludo, acercándome al calentador.
—¡Pero por dios, niño! Vienes congelado. ¿Por qué no te pusiste abrigo? —. Meiko toma una cobija de uno de los estantes y me la pone encima.
—Salí tan rápido que no me puse el abrigo —mentí.
—Ay, niño. Ten cuidado la próxima vez —. Meiko entra en el almacén y me empieza a hablar desde ahí—. Ah, y tengo que decirte algo. Es una excelente noticia.
Mei sale del almacén, pero no viene sola. Está acompañada de una chica. Ella no me mira en absoluto. Me detengo a verla. Lleva botas negras y un enorme abrigo que casi les llega a los talones. Su cabello es rubio como el mío, y sus ojos también son azules.
—Ella va a ser tu nueva compañera. Va a comenzar a trabajar desde hoy, y te hará compañía —dice, abrazándome de los hombros—. Tendrás que enseñarle todo.
—Está bien —es lo único que digo. Por alguna razón, siento que la conozco de algún lado—. Soy Len, es un gusto.
—Yo soy Rin —dice con un tono muy bajo de voz.
—¡Perfecto! —exclama Meiko—. Los dejo para que se conozcan y le enseñes la tienda, Len. Voy a comprar bocadillos para todos —. Después de decir eso, sale de la tienda. La rubia y yo nos quedamos solos.
—Bueno, como ves, el local no es muy grande —explico, caminando alrededor de los pasillos de la tienda. Ella me sigue—. Este pasillo es de materiales de mantenimiento y accesorios. Y este otro es de cuerdas y baquetas. Te acostumbrarás con el tiempo.
Ella no dice nada, solo se dedica a asentir. Continué enseñándole todos los lugares de la tienda con algo de incomodidad. Claro, después de estar con Meiko, a quien nunca se le acababan las palabras, alguien tan callado como Rin me ponía incómodo.
—Los baños quedan por allá —. Apunto un cuarto al lado del almacén—. Como no tenemos clientes deberíamos aprovechar a organizar los discos. Siempre se llenan de polvo.
Alguna vez traté de decirle a Mei que tirara todos esos discos, pero ella siempre se negaba. Nadie nunca los compraba y solo permanecían ahí, acumulando polvo.
—Asegúrate de ordenarlos por género musical y por orden alfabético. Tú esa caja y yo esta.
Ambos nos sentamos en el suelo a organizar los discos.
Nunca había hecho un trabajo en tanto silencio. Es decir, realizaba su trabajo de forma correcta, pero ni siquiera hacía ruido al acomodar los discos en las cajas. Y yo que creía que Gakupo era callado.
Media hora después, al fin me atrevo a romper el hielo. El silencio es abrumador, y ya he tenido un día lo suficientemente estresante como para seguir así.
—Creo que no eres muy habladora —digo, prestando mi atención en el disco que estoy limpiando.
Por el rabillo del ojo observo que ella detiene la limpieza de uno de los discos.
—Lamento si no te agrado, pero si vamos a trabajar juntos a partir de ahora debemos comunicarnos, ¿no crees? —. Esta vez sí volteo a verla.
—Lo siento —dice en un hilo de voz que apenas alcanzo a escuchar—. No suelo hablar mucho, como podrás darte cuenta. Tengo problemas para socializar —. Ella juega con las mangas de su gran abrigo, con la mirada gacha.
Gracias a su actitud tan inocente sonrío de lado e inmediatamente me siento más aliviado.
—No te preocupes. Yo también soy muy callado, así que te entiendo.
Asiente. Luego vuelve a realizar su trabajo. Pienso que la conversación está muerta, pero esta vez ella toma la iniciativa de comenzar la plática.
—Eres Len Kagamine, de segundo año, ¿verdad? —pregunta, sin despegar la vista del disco que está limpiando.
—¿Cómo lo sabes? —. Después de pensarlo un rato hago memoria y me acuerdo de dónde he visto esa cara—. ¡Ya me acordé de ti! Eres Rin Kagamine, el promedio más alto de la escuela. Sí, te vi en el cuadro de honor. Recuerdo que me llamó la atención que nuestros apellidos fueran iguales.
—Y tú también solías estar entre los mejores promedios —dice—. Siempre veía tu nombre en las listas.
—Sí... Lástima que dejé de aparecer.
—También te conozco porque eres amigo de Miku.
—Todos en la escuela son amigos de Miku —digo, esta vez portando una ligera sonrisa.
—Es lo mismo que pienso —ella también se ríe. Es la primera vez que la veo cambiar de expresión en lo que llevamos hablando.
—¡Chicos, volví! —exclama Mei, entrando en la tienda. Rin y yo nos ponemos de pie y nos dirigimos a donde está nuestra jefa—. Traje galletas de chocolate. Len, por favor pon la tetera. Vamos a festejar por el nuevo miembro del equipo.
—Sí —digo, dirigiéndome hacia unas escaleras, que dan para el segundo piso de la tienda. Es ahí donde vive Meiko, un bonito departamento encima de su negocio.
—Rin, querida, cierra la puerta con llave. Hoy no recibiremos más clientes.
—Claro.
En la cocina del apartamento de Meiko pongo a calentar agua en la tetera. Minutos después, las dos mujeres están sentadas en la mesa.
—¿Te ayudo en algo, Len? —me pregunta Rin, parándose a mi lado.
—No te preocupes, estamos celebrando tu llegada. Solo ponte cómoda —digo, palmeando su hombro. Al parecer ese gesto la incomodó, ya que se estremeció y se alejó con rapidez—. Perdona, creo que te lastimé.
—Ah, no, descuida —dice ella con mirada nerviosa—. Solo me dio un escalofrío.
Asiento y llevo la tetera a la mesa. Meiko acomoda las galletas en un plato y yo sirvo agua caliente en tres tazas. Recuerdo que llevo las galletas que me dio la madre de Rinto, así que decido ponerlas en el plato para compartirlas.
—¿Y esas galletitas de donde salieron, Len? —me pregunta Mie, pellizcando una de mis mejillas en un gesto de cariño.
—Me las regaló la mamá de uno de mis amigos. Fui a visitarlo porque se enfermó —expliqué.
Cuando todo estuvo listo, nos sentamos en la mesa y comenzamos a charlar. Como siempre, Mei no dejaba de hablar, y Rin y yo solo nos dedicábamos a escuchar y a decir una que otra cosa. A pesar de que mi día había sido horrible, este pequeño momento me consoló bastante. Disfruté mucho esos momentos de convivencia.
—Rin, linda, no has probado ni una galleta —dice Meiko, sirviéndole una galletita de chocolate a Rin en el plato.
—Realmente no me gusta el chocolate, muchas gracias —dice ella, moviendo sus manos.
—Oh, prueba estas —digo, ofreciéndole una de las galletas de vainilla—. Son deliciosas.
—No, muchas gracias.
—Rin, pequeña, no me digas que estás haciendo dieta. Ya estás muy delgada y esbelta, ¿no es así, Len?
Asentí, sin prestar mucha atención al comentario de Meiko.
Rin solo se rió. Seguimos platicando un par de horas hasta que llegó la hora de terminar el turno. Rin tomó sus cosas y se preparó para irse.
—¿No quieres que te acompañe? —le pregunté mientras bajábamos las escaleras. Mei venía detrás de nosotros—. Es muy tarde.
—Vivo muy cerca de aquí, no te preocupes. A unas dos cuadras.
—Aun así es peligroso, mi niña —. Meiko me puso una bufanda en el cuello—. Deja que Len te acompañe.
—No se preocupen, de verdad. Todavía hay gente en las calles.
—Bueno, pero me mandas mensaje cuando llegues a casa, ¿sí?
—Claro, señorita Meiko.
—Solo dime Mei, linda —dice Meiko con cariño.
—Está bien, Mei. Y adiós, Len. Nos vemos mañana.
—Espera —la detuve. Saqué una bolsa con un par de galletas de vainilla—. Puedes comerlas después.
Ella tomó las galletas y se despidió con la mano.
Cuando ella se fue, Mei y yo subimos al departamento otra vez.
—Estoy segura de que con ese abrigo tan grande la confunden con un oso —dice, mientras se ríe—. ¿Te agradó?
—Es agradable. También trabaja con diligencia y aprende rápido.
—Me alegra que se haya desenvuelto tan fácilmente contigo. Cuando vino a pedir el trabajo no dijo más que un par de frases. Y ahorita parecía que nos conocía de toda la vida.
—Supongo que es porque somos de la edad...
—¡¿Me estás diciendo vieja?!
—¡Claro que no, Mei! Solo digo que a lo mejor se le hizo más fácil hablar conmigo por ese motivo.
Mei se ríe y me palmea en la espalda.
—Trátala bien, Len —me pide, esta vez en un tono más serio—. Ella es una chica que ha sufrido mucho.
—¿Qué le pasó? —pregunto, con algo de curiosidad.
—No te lo puedo decir, me pidió que no lo hiciera. Tal vez, en un futuro, ella misma te lo diga.
Asentí. ¿Qué clase de vida tenía esa chica? ¿Qué era lo que había sufrido?
—Yo también debo volver a casa —digo, 'poniéndome de pie.
Bajo las escaleras y me coloco la cobija de Mei encima. No pienso enfermarme, y menos en época de exámenes.
Me despido de ella dándole un besito en la mejilla. Pero entes de que pueda salir, ella me sujeta de la mano.
—Len, tú también debes ser valiente, mi pequeño —dice, acariciando mi cara—. Sé que estás pasando por un momento muy duro, pero tienes que ser fuerte. Todo pasará, ya verás.
Asiento y salgo de la tienda.
Mi casa queda a un par de calles, así que no tengo ningún problema. Gracias a la bufanda y cobija, puedo ir muy calientito, aunque parezco fantasma y la gente que pasa se me queda viendo.
Cuando estoy frente a mi casa suelto un largo suspiro y me preparo para encontrar una posible escena entre mis padres.
—¡Eres un sin vergüenza, León! ¡No puedes llegar así a la casa!
Efectivamente, mamá está gritándole cosas a papá. No quiero meterme en esa pelea, así que solo subo las escaleras en silencio, sin que ellos se den cuenta de que estoy,
—¡Cállate!
—¡Le estás dando un ejemplo horrible a tu hijo!
Solo me encierro en mi cuarto y pongo música en mis audífonos para desviar mi atención en algo más agradable.
Sé que no podré dormir, pero al menos las canciones logran distraerme.
Por dios, ¿cuándo terminará esta pesadilla? Ni siquiera estoy dormido.
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