2.
—Quizás es posible que incluso nuestra madre haya pasado por esto —dijo uno de sus hermanos mayores mientras sonreía, colocando la corona de flores encima de sus rizados cabellos. YoonGi le ignoró, apretando sus manos encima de sus muslos. Ese día estaba más enojado que ninguno en su vida, ni siquiera por todas las injusticias cometidas por aquel par de animales que se jactaban de ser sus padres. Sus "padres" siquiera habían esperado a que cumpliera la mayoría de edad para ya mandarlo a casarse como si él en serio necesitara eso, quizás era para salir de él como tantas veces se lo habían vociferado en la cara con lloviznas repentinas en el rostro—. Quien se vaya a casar contigo es tan afortunado, si no fueras hermano mío te hubiese pedido la mano.
—Aunque la hubieses pedido, ni loco iba a aceptarte —comentó, haciendo reír al mayor aunque no era ningún chiste y se había expresado con total seriedad, algo que le molestó, pero que no dijo nada.
—Eres un omega bonito, YoonGi.
—Sí, sí. Termina con esto.
Su hermano mayor hizo una mueca, pero no comentó algo por par de minutos hasta que se le ocurrió que abrir la boca con un enojado YoonGi para echar una broma iba a ser un buen momento.
—YoonGi, ¿estás listo para cuando venga el momento de la acción? Espero que me traigas los sobrinos —se rió y al menor sólo le quedó otra que mirarle con desprecio al tener el tema de los hijos presente, lo que aumentó las risas del otro. No sabía qué le encontraba tan divertido—. Espero que te hayan dado una charla.
—Eh, soy la oveja negra de esta pocilga, ¿crees que me han dicho algo? Eso es para los mocosos esos, no para mi.
—Oh, supongo que como eres... anormal, no querrás ni que te toque. Quizás le lances un puñetazo que terminará en el sueño. Me compadezco de ese pobre muchacho ahora pensando bien.
En ese instante el brillo del filo de una navaja terminó en el cuello del mayor, quien se alejó asustado del lado de YoonGi, quien soltaba chispas de rabia por sus ojos. Bien, había hecho mal en decir aquello. El otro se le fue acercando a medida que veía que la intimidación iba bien.
—Supongo que si no te metes las palabras por donde no te da el sol, tendré los motivos suficientes para dibujarte en la frente un pene más grande que todo el pueblo. Deja de hablar mierdas y vete de mi maldito cuarto, hijo de perra —gruñó, bajando la navaja y abriendo la puerta para que se fuera de su lado. Su hermano tragó con fuerza, y con una extraña y nueva indignación se fue de su cuarto soltando cosas incomprensibles que eran improperios. YoonGi la movió al verlo desaparecer, cerrando de un portazo—. Igual de hipócrita que la vieja esa. Se creen que me trago el cuento de que andan contentos, bueno sí, ya no me tendrán acá.
El muchacho se dirigió hasta su tocador, revisando que todo estuviera en su lugar. Ese momento que había estado esperando durante años ya estaba a pocas horas. Aquel prometido extraño y desconocido por fin iba a ser descubierto e iba a ser la primera vez que viera a alguien que fuese... como él. Miró sus manos, manteniéndose un tanto nervioso, pero no tanto como para quitarle esa sensación a que todo iba a estar bien y que se iría para siempre de una casa que sólo estaba llena de odio.
Sí, por fin se iría de ese infierno.
No faltó mucho para que la pajarraca esa viniera donde estaba, casi queriendo romper la puerta al no recibir una respuesta apenas en segundos, creyéndose que se había largado y cuando abrió el pedazo de madera se notó más aliviada. La ignoró por completo, quitándose par de cositas que encontraba en la camisa blanca que tenía. Caminó con rapidez hasta donde le había guiado, y cuando abrió la puerta se encontró con familiares que nunca en su fastidiosa vida había visto alguna vez. Todos estaban bien vestidos y sonrientes, como si fuera algo para alegrarse.
Dejando eso de lado y que su madre estaba detrás suyo para encaminarlo hasta donde iba como si fuera un asesino en serie, observó tranquilo el ambiente que había. Era el lugar más bonito que había visto durante tantos años viviendo en la pocilga esa que se llamaba casa suya. Habían tres ventanales en cada lado, con cortinas doradas y lazos gigantes. Piso blanco y pulcro, mesas circulares con mantos color crema y oro, centros de mesas con candelabros y velas encendidas. Un olor a velas aromáticas y el atardecer pintando con suavidad el rostro de las personas.
Por lo menos, un buen lugar. Lo que imaginaba era su boda en la marquesina de su casa con dos globos y una mesa de dos patas metálicas.
Además, sus ropas eran más costosas que de repente y eso de que no le había prestado demasiada atención. Era un traje de dos piezas (que consistía en la chaqueta y el pantalón) en un tono marfil que le parecía irregular. Zapatos del mismo color, chaleco blanco y corbata dorada. Era la primera vez en toda su vida que le habían maquillado, y ya quería quitarse todo lo que lo mantenía atado. Los invitados al verle llegar se levantaron de sus lugares, sonrientes.
Uno de los tantos hombres se acercó con su mujer, impecables, y su madre le dio un toque en su espalda para que hiciera una reverencia que tuvo que hacer a las malas. Disgustado con todo el mundo, observó a otro lado. No sabía bien quién era su "familia" y cuantos de los allí presentes eran los de su "prometido". Pudo distinguir a esos demonios que eran hermanos suyos y luego a su padre, quien les estaba hablando a los menores, seguro para que se comportaran.
Desvió la mirada, observando luego al Padre que iba a casarlo, ya estaba poniéndose en su sitio y tragó con fuerza. Cuando el hombre y la mujer dejaron de hablar con su madre, fue que ella le susurró que debía ir a lo último. Rodó sus ojos con hastío, porque quería terminar con la ceremonia al momento y todavía no llegaba el otro novio.
—Tienes que esperar, él se supone que llegue primero y tú después.
—Bueno, si me hubiesen levantado tarde, yo hubiese llegado a las siete de la noche y listo —se quejó, mirando a todos lados mientras que caminaba a lo último—. Si no llega, me voy a ir.
—No es como si pudieras hacerlo —comentó la mujer con una sonrisa cínica—. Por fin dejaré de ver tu repugnante cara de nuevo, o por lo menos, cuando te visite espero verte con cuatro hijos.
—Oh, sí, con cuatro hijos muertos porque me haré abortos —se carcajeó, porque sabía bien que a la fémina le disgustaba ese tema en concreto—. ¿Quieres que guarde sus cuerpecitos para que me acuses de asesino?
Ella le observó con odio, apretando su mandíbula.
—Esos asuntos deberías pensarlos luego, maldita escoria —murmuró, sonriendo para si misma en par de segundos después—. Además, atrévete a hacer algo así, para que veas la habitación de un hospital gracias a tu Alfa.
—Primero lo mato a él. Lo sabes. Y aunque hayan par de alfas afuera vigilando que no me vaya, sabes bien que eso no sirve de nada. Lo que sí, planear escaparme es un suicidio. Nadie ha deseado más este compromiso que yo mismo.
La miró, sonriendo con placer.
«Yo deseo casarme más que nadie para irme. No me negaré ni me voy a ir por mi propia cuenta cuando sé del desastre que me esperaría con ustedes en lo que llaman casa, que en realidad es un infierno con Satanás y su esposa. Ahora, deja de joderme y vete. Quiero empezar a tener tranquilidad, sucia perra», exclamó con una sonrisa linda antes de que ella diera un respingo enojado por sus faltas de respeto. Se fue haciendo un mohín, caminando con la cabeza en alto, como si tuviera dignidad. YoonGi se rió porque era divertido ver cómo intentaba arreglar las palabras con acciones y siempre terminaba en ridículo. Al ya no estar en su campo de visión, dejó de sonreír para observar al frente.
Quería irse.
Miró su dedo anular, sabiendo que dentro de poco ya tendría puesto un anillo sencillo ahí. Eso, eso que para muchos también significaba una prisión en esos días, para él era un símbolo de libertad, por lo menos, esperaba que esos primeros días estando en casa ajena (que sería la suya) fuesen tranquilos. Luego sonrió porque si era un Anormal como él, sabía que esa posibilidad podría ser cierta.
De pronto la gente volvió a levantarse, y observó con curiosidad desde la lejanía el hecho de que saludaban a alguien. Aparecieron dos personas bien vestidas y de las manos, y luego un chico alto con un color de traje, marfil, equivalente al suyo. Entonces supo que se trataba de él porque le habían dicho que los dos llevarían el mismo color. Este se despidió de sus padres, caminando solo hasta lo que era el altar, que estaba decorado con flores de diversos colores y una mesa en medio. Saludó al Padre, para luego observar a la gente.
Contempló sus uñas, para que después de veinte minutos le dijeran que podía empezar todo. Se levantó, caminando hasta donde le decía un hombre y la música empezó a sonar. Se rió porque parecía que en serio se amaban, y la verdad era que no se conocían hasta justo ese momento. YoonGi dejó caer su acaramelada mirada en el chico que le esperaba sin siquiera saber que él era su prometido, y cuando su padre le tomó del brazo para caminar junto a él, sonrió de la falsedad de la situación.
No le dijo nada en todo el camino, tampoco era necesario. Cuando llego a la mitad del camino su progenitor le dejó con su querida madre, quien iba con una sonrisa falsa como siempre. YoonGi no miró en todo el recorrido a quien iba a ser su esposo, hasta que llegaron donde estaba. Su madre sonrió de verdad para el muchacho que estaba delante de ellos, y le ofreció sus manos. Este las tomó cuidadoso, agradeciendo a la mujer.
—Cuídalo bien —recomendó ella, haciendo que su hijo quisiera rodar sus ojos del fastidio de toda la situación. Pronto les dejó, y el silencio se hizo presente. Ambos se conectaron con sus ojos de forma inmediata. Ese chico poseía unos pozos profundos y tristes, le sonrió sin fuerzas. YoonGi, incómodo, miró a otro lado.
No quiso explicar todo lo que se formó mientras esperaban a que el Padre, más lento que una tortuga, siguiera hablando todo lo de la Biblia. Respiró profundo varias veces antes de querer quejarse de que le dolían los pies. Cada vez que miraba a su patética familia, más ganas le daban de apresurar al viejo que seguía hablando sin fin. Sus manos estaban agarradas a las de ese hombre, y estaba incómodo.
Pero cuando estaba finalizando fue que uno de sus hermanos trajo los anillos. YoonGi suspiró del alivio al darse cuenta de aquello, y aceptó tomar el del otro chico. El Padre desvió su vista de las páginas de la Biblia, para mirar primero al otro.
—JeongGuk, ¿aceptas a YoonGi como tu omega, para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, hasta que la muerte los separe? —preguntó arrastrando la lengua, el tal JeongGuk se notó dubitativo, y se tardó par de segundos en responder.
—Acepto.
El Padre se giró para verlo y empezó a hablar.
—YoonGi, ¿aceptas a JeongGuk como tu alfa, para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfer-?
—¡Sí, sí, acepto! —interrumpió sin poder esperar, haciendo reír a los demás porque se notaba desesperado. El Padre negó con una sonrisa.
—Entonces, Alfa, ya puedes besar a tu Omega —declaró, y antes de que el otro pudiera hacer algo, YoonGi se abalanzó para darle un beso que no duró demasiado. Los invitados aplaudieron, y entonces fue que sintió que un peso que siempre había estado en sus hombros descendía. Abrió sus ojos cuando sintió que agarró con cuidado sus manos, y lo único que pudo hacer fue sonreír al ver a los demonios esos.
Estaba tan contento de que los iba a dejar atrás, que no pudo pensar en nada más que no fuese eso.
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