5. Familia de hermanas
Llegué a casa justo cuando Natalia se estaba preparando para salir. Estaba tomando un curso de modelaje que era impartido por la empresa donde trabajaba mamá. Natalia tenía talento para la moda, probablemente algún día haría su propia marca de ropa. Entre tanto, se dedicaba a estudiar negocios y trabajar en la boutique del centro comercial más cercano. Llevaba una vida muy ocupada y eso provocaba algunas peleas entre nosotras.
Natalia y yo teníamos no teníamos un físico tan similar. Ambas de largo cabello negro, grandes ojos azules, labios gruesos y complexión delgada, pero hasta ahí llegaba lo que teníamos en común. Ella tenía las piernas mucho más largas, lo cual la hacía ver más alta que la mayoría. Yo me ejercitaba constantemente, por lo que tenía hombros más anchos, cintura ligeramente más estrecha y piernas más gruesas —y cortas—. El rostro de Natalia era más alargado, con facciones finas y definidas, mientras el mío se acercaba más a la forma de una pelota con ojos. Podía decirse que Natalia era una mezcla entre Angelina Jolie y Megan Fox, en versión joven.
—Hey, Nat —llamé con suavidad. Ella estaba buscando unas zapatillas. —¿Podemos hablar? Es sobre Cristina.
Se agachó para buscar debajo de su cama.
—¿Ahora? Estoy algo ocupada, Cam. —Su voz se escuchaba opacada. —¿Puede ser mañana? Hoy tengo cosas que hacer después de la clase. ¿Recuerdas a esa chica linda que conocí en clase de economía? Vamos a salir. —Acomodó su cabello antes de ponerse de pie, sin haber encontrado sus zapatillas. —Hablando de Cristina, ¿podrías cuidarla por la noche? No creo que llegue a dormir aquí. —Pausó su búsqueda para guiñarme un ojo.
—Ew, Natalia, no quiero saber tus referencias sexuales —reproché asqueada. —Eres mi hermana, por Dios. —Sacudí mi cuerpo como si hubiese tenido un escalofrío. Ella rio ante mi reacción y continuó desordenando su habitación para encontrar sus zapatillas. —Puedo cuidarla hoy, pero necesito que estés con ella por las siguientes semanas.
Me dio varios pantalones para que los sostuviera mientras ella buscaba al fondo de su armario.
—¿Por qué? ¿No puedes decirle a Lucy que venga a cuidarla? Le pagaré.
—No, Nat, ella estará en Europa todas las vacaciones.
—¿Y Andrew? Vive con nosotras. Es casi un hermano, también tiene cierta responsabilidad con Cristina. A ella le encanta jugar con él.
—Sí, pero también estará algo ocupado, ya sabes cómo es.
—¿Y dónde estarás tú?
Excelente pregunta.
—Escucha, Nat. —Dejé los pantalones sobre la cama y detuve a mi hermana mayor. —Mamá no está y Cristina necesita a alguien con ella. Somos sus hermanas mayores. Tiene dos años con nosotras y aún no se siente completamente de la familia. Tú sabes perfectamente lo que es sentirse distinta.
Natalia sabía que yo tenía razón. Ella vivió más tiempo siendo latina, por lo que hablaba perfecto el español y a veces se escuchaba su acento. Recordaba que cuando éramos pequeñas ella llegaba llorando a casa porque otros niños la molestaban por no saber el significado de cierto modismo o no poder pronunciar bien alguna palabra.
Además de ser latina, era lesbiana. Nuestra mamá aún no lo sabía, ya que solía hacer ciertos comentarios homofóbicos, provocando que Natalia le ocultase quién era realmente. De cualquier manera, con el resto de las personas no temía en admitirlo. Estaba orgullosa de quien era.
Definitivamente si alguien sabía lo que era sentirse fuera de lugar, eran mis dos hermanas. O yo, a veces, cuando mamá felicitaba a Natalia por sus decisiones y a Cristina por sus notas, pero a mí solo me corregía la postura.
—Sí, lo sé —admitió Natalia con tristeza. Se recuperó rápidamente. —De acuerdo, estaré con Cristina. Utilizaré mis días de vacaciones en la boutique, ¿feliz? —Sonreí y la abracé. —Igual no es como que necesite el trabajo —comentó, restándole importancia. Me alejó con delicadeza, ella no era de mucho contacto físico. —Una mamá millonaria facilita algunas cosas y complica muchas otras.
Asentí, dándole la razón. La empresa de moda de Lidia White era de las más reconocidas mundialmente. Los mejores modelos, los mejores diseñadores, las mejores prendas.... Cualquier egresado de carreras de moda deseaba trabajar con ella.
Sabía que éramos afortunadas de tener a alguien tan exitosa como madre, sin embargo, a veces también nos hacía falta pasar tiempo con ella. Ella ni siquiera sabía que no me gustaba el chocolate y era el único regalo que se le ocurría traerme de sus viajes.
—¿Por qué necesitas que la cuide? ¿No se supone que ya estás de vacaciones? —cuestionó después de ordenarme que la ayudase a buscar sus zapatillas.
Entré a su baño, abriendo cada cajón y puerta. Eran muchos si tomábamos en cuenta que su baño tenía un vestidor integrado.
—Sí, es que Andrew me invitó a uno de sus voluntariados —mentí, sin dejar de moverme por el vestidor—. Será en Haití, por un par de meses. Regresaré antes de que comiencen las clases, creo.
Escuché un grito de emoción de Natalia, terminando la búsqueda. Salí del baño y me senté junto a ella en la cama mientras se ajustaba las correas de las zapatillas.
—Ay, ese hombre —se quejó como si Andrew fuese un dolor de cabeza—. Ni siquiera sé cómo tiene novia si se la pasa viajando. Desde que falleció su papá y se mudó con nosotras no ha hecho más que evadir la realidad. Algún día tendrá que sentar cabeza.
Me quedé en silencio, sin saber qué decir. No podía contarle a mi hermana que Andrew había pasado muchos años de su vida evitando que el mundo se fuera a la ruina. Tampoco podía decirle que próximamente yo sería quien "evitase la realidad".
—Sabes que el tío Max significaba mucho para todos nosotros. Para ti y para mí fue casi como un padre. Aún lo extraño.
Maximiliano White. Aquel tío era el único que teníamos, ya que de parte de nuestro padre biológico no había más familia. Él, nuestro padre, murió cuando yo apenas era una bebé, por lo que no lo recordaba. Natalia sí, aunque tampoco tanto como le gustaría. La figura paterna más cercana que tuvimos fue el tío Max, por ello éramos tan cercanas a Andrew.
—Yo también. —Natalia suspiró. Se levantó de la cama, deshaciéndose del ambiente nostálgico. —No me esperes despierta, Cami.
Salió de la habitación, dejando un desastre dentro. Intenté ordenar un poco antes de salir y dirigirme a la habitación de Cristina.
Cristina era alguien especial. Una niña muy dulce y tímida. Al contrario de Natalia y yo, ella tenía el cabello rubio y ojos grises. No le gustaba utilizar la ropa que mamá le compraba, prefería prendas de segunda mano o que a Natalia y a mí ya no nos quedaban. Intentamos convencerla muchas veces de que no era necesario usar cosas que ya habían sido utilizadas, pero ella se sentía más cómoda de esa manera, así que solo se vestía con ropa nueva cuando mamá estaba en casa.
Tenía un pasado difícil. Quedó huérfana a los cinco años cuando sus padres fallecieron por un accidente automovilístico. Fue adoptada por otra familia antes que nosotras, pero en aquella familia no la trataron muy bien. Nosotras hacíamos lo posible por integrarla y que se sintiera cómoda, pero no siempre era fácil. Apenas tenía once años y ya había pasado por más de lo que cualquier niño debía pasar.
—Hola, hola... —saludé con ligero entusiasmo al entrar a su habitación. Ella me recibió con una sonrisa. Estaba frente a su escritorio, resolviendo tarea de matemáticas. —¿Cómo estás, Cris? ¿Ya comiste?
Asintió. Era callada. A pesar de sus citas con la psicóloga, aún tenía que esforzarse para expresarse con palabras. Se le hacía más sencillo dibujarlo o escribirlo, lo cual le daba gran ventaja cuando jugábamos Pictionary.
—¿Estás muy ocupada? Me gustaría decirte algo —pedí con dulzura. Cristina tenía ese efecto en los demás: si la tratabas con algo menos que delicadeza, automáticamente te sentías mal. Ella negó con la cabeza y dejó su cuaderno de lado para prestarme atención con aquellos enormes ojos que causaban ternura. —Tendré que salir de la ciudad por unas semanas, ¿sí? Nat pedirá vacaciones en la boutique y te hará compañía. Por cualquier cosa tienes mi número y el de Andrew, ya sabes que él llega súper rápido a todos lados.
Cristina frunció el ceño, sin comprender por qué me iba. Me había tomado algo de tiempo, pero me volví experta en leer los silencios de mi hermana.
—Es un voluntariado, voy a ayudar a muchas personas en mi viaje. —Sonreí, para que supiera que no era personal. Técnicamente no estaba mintiendo, sí ayudaría a muchas personas, solo que no lo sabrían. —Prometo que te traeré algo cuando regrese. ¿Qué te gustaría? ¿Acuarelas?
Cristina asintió con emoción. La única manera que hallaba para expresarse era a través del arte, por lo que le hacía muy feliz cuando apoyábamos ese aspecto.
Se acercó para abrazarme. Le di un beso en la cabeza y le devolví el abrazo.
Su nombre original no era Cristina. Solo mamá lo sabía. Cristina había pedido cambiarse el nombre en cuanto la adoptamos, ya que su nombre anterior la llevaba a recuerdos oscuros. Ni Natalia ni yo sabíamos exactamente por lo que había pasado con su familia anterior, pero sabíamos que no había sido bonito.
Tener a Cristina había mejorado la relación con mi otra hermana. Siempre habíamos sido muy distintas, hasta que tuvimos que comenzar a ponernos de acuerdo en muchas cosas para tratar a Cristina como se merecía. Aunque Natalia no lo demostraba muy a menudo, adoraba a la pequeña como yo.
—Bueno, ¿me ayudas a empacar o prefieres hacer tarea? —pregunté alzando las cejas.
Lo meditó por un momento. Lanzó una mirada a su tarea y negó con la cabeza. Me tomó por la mano antes de que pudiera hablar más y me guio hasta mi habitación, lista para empacar.
En realidad no llevaba tantas cosas como esperaba. Algo de ropa, zapatos, cepillo de dientes, secadora de cabello, bloqueador solar, maquillaje... Lo que ocupaba a diario. Todo quedó dentro de una enorme mochila y un bolso de mano. Las ventajas de tener una madre que sabía de moda era que compraba bolsos de tamaños perfectos para cualquier situación.
Mi hermana regresó a hacer tarea mientras yo ordené algo para comer.
Estuve tentada a llamarle a Ryan. Preguntarle qué había sucedido en la AAD, por qué había decidido que no me conocía más. No obstante, no deseaba empeorar las cosas. Él debió haber tenido sus razones para hacerlo, quizás eran buenas. Ryan nunca tendría malas intenciones con nadie, era una de las características que más me gustaban de él.
Hasta ese momento fue cuando caí en cuenta que Ryan, el chico que me gustaba, tenía poderes. No solo eso, sino que además era el hermano menor de una de las mujeres más reconocidas en la Academia y, por si no fuese poco, pasaríamos semanas juntos. Tendríamos misiones juntos. Viviríamos juntos.
Oh, no. Cuando Ryan estaba alrededor, yo me convertía en la típica chica torpe y enamorada. Era una cosa actuar la torpeza para la clase de deportes, otra cosa era ser verdaderamente torpe en misiones de vida o muerte. ¿Qué iba a ser de mí?
Necesitaba encontrar una manera de comportarme frente a Ryan. Dejando de lado la vergüenza, mis sentimientos por él podían causar problemas en el Equipo Élite. Ya tenía suficiente con Anthony, no había por qué añadirle a Ryan.
Anthony y yo también necesitábamos hallar una manera de congeniar sin sacar de quicio al otro. Ambos queríamos ser líderes del equipo, lo cual era imposible. Solo había un líder y yo no me daría por vencida hasta obtener ese puesto. Quizás así cerraría la boca de Anthony y dejaría de hacer bromas sobre lo débil que él piensa que es el sexo femenino.
Los únicos que me alegraba de tener como compañeros eran Michael y Frederick. Michael es un genio, desde que lo vi en aquella sala supe que sería quien nos salvaría la vida en más de una ocasión. Era buena persona, contaría con su apoyo, así como con el de Frederick.
Brandon, el chico de tatuajes, era un caso especial. No parecía mal chico, pero tampoco me agradaba que apoyase a Anthony en cualquier estupidez que salía de su boca. No creía que tuviese muchos amigos, así que quizás él y yo no seríamos tan unidos, aunque esperaba que por lo menos tuviésemos el tipo de amistad con la que se podía contar.
El último integrante, el chico del cual aún no sabía su nombre. Sabía que ya lo había visto fuera de la AAD, pero no lograba recordar dónde. Me puse una nota mental de preguntarle su nombre y si él me reconocía de algún lado. Quizás yo estaba confundida, me pasaba muy seguido.
Aquel momento —sentada en mi cama, con una mochila a mi lado y esperando la comida— fue cuando reparé en que esos chicos le darían un cambio radical a mi vida. Para bien o para mal, ese era mi Equipo Élite: mi exnovio, el chico que me gustaba, el chico que odiaba, su amigo, mi amigo y el chico de nombre desconocido.
Después descubriría que ellos no eran tan idiotas como los presenté en mi cabeza. Descubriría que, tanto ellos como yo, teníamos muchas cosas por sanar y resolver, y que no lo lograríamos sin la fuerza del otro. Sin darme cuenta, ellos formarían parte de mí, parte de mi identidad.
Sin ellos no habría llegado a donde estoy ahora, que, déjenme decirles, es el mejor lugar y momento. Claro, no sin antes sufrir unas cuantas complicaciones menores. Por ejemplo, ¿ya les dije que en esta historia muero casi al final?
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