Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

30. Destellos completos


La guerra de malvaviscos terminó cuando Ryan resbaló y se golpeó en la cabeza, perdiendo la consciencia. Regresamos a la cabaña para que Michael lo sanara. Eagle, Brandon y Anthony se quedaron a limpiar, mientras Frederick nos teletransportó a la sala de estar. Yo en gran parte había sido la responsable de la caída de Ryan, así que me quedé con él mientras Michael sanaba la laceración en su frente.

—Pensé que después de la fiesta comenzarían a tener una relación o algo así —comentó Michael casualmente—. Con eso de que se gustan...

Estaba por preguntarle cómo sabía que yo le gustaba a Ryan cuando recordé que él lo había confesado frente a todo el equipo apenas un par de noches atrás. Idiota.

—Es complicado —respondí en el mismo tono bajo para no despertar a Ryan—. Me gustaba, pero-

—¿"Gustaba"? ¿En pasado?

—Sí. En pasado. Eso creo.

—¿Cómo superas a una persona tan rápido?

—Creo que cuando es una atracción superficial, no es difícil superarla. —Me encogí de hombros. —Ryan me agrada, pero no es para mí. Y aunque lo fuese, no sería justo empezar algo con él.

—Oh, claro. Su novia.

—Exnovia —corregí—. Terminaron las cosas en la fiesta. Alison sospechaba que Ryan le escondía una segunda vida y... no se equivocaba. —Solté una risa amarga. —Además Alison sabía que Ryan sentía algo por mí. No me sentiría cómoda teniendo algo con Ryan sabiendo que Alison aún tiene el corazón roto.

—¿Alison y tú son amigas?

—Nah. Es buena chica y nos llevamos bien, pero no somos amigas. Solo no me gustaría herirla más de lo que ya he hecho.

Michael asintió, comprendiendo. La herida había dejado de sangrar y lentamente estaba comenzando a cerrar. Tan lento que era casi imperceptible. Supuse que Michael aún seguía sin recuperar toda su energía, podía percibir el esfuerzo extra que estaba utilizando para ayudar a Ryan.

—¿Entonces qué harán con respecto a su situación? —inquirió Michael.

Suspiré.

—Darnos espacio. Tiempo. ¿Qué más podríamos hacer?

—¿Y eso no será un problema para el equipo? Es decir, parece que estamos mejorando la dinámica al fin, tal vez tener a dos integrantes evitándose y sintiéndose incómodos entre ellos... no es lo más conveniente.

—Bueno, no es como que nos vayamos a evitar. Y tampoco me siento incómoda alrededor de Ryan. Estaremos bien, no te preocupes. No afectaremos la dinámica.


***


En mi defensa, genuinamente había creído lo que había dicho.

Pasaron los días. Se convirtieron en semanas. Brandon se quedó permanentemente con las carpetas de nuestra información, escondiéndolas fuera de nuestro alcance. Hicimos una promesa grupal de no buscarlas ni utilizarlas, que preguntaríamos directamente lo que nos gustaría saber sobre los demás.

Continuamos cumpliendo con misiones de reconocimiento, ya oficialmente apodadas misiones "de mierda". Faltaban solo tres semanas para que se terminaran nuestras vacaciones e iniciaran clases.

Comenzamos a comprender cómo funcionábamos. Éramos mejores cuando Eagle y Brandon iban al frente, ya que ellos eran los más observadores y lograban ver cosas que el resto no. Nunca dejábamos solos a Michael y Frederick: tenían los dos poderes que podrían salvarnos la vida en una emergencia, así que eran los dos integrantes más protegidos. Ryan solía ser quien se adelantaba para regresar con un informe general del lugar y también solía ser quien despertaba más alarmas, así que lo manteníamos en el grupo con Michael y Frederick, en gran parte porque necesitaba supervisión adulta.

Anthony y yo éramos la última línea. Ambos nos ofendimos en la primera misión que probamos esa formación, con nosotros al final. Sin embargo, caímos en cuenta que era lo más conveniente. Fue un golpe en nuestro orgullo saber que formábamos un buen equipo de defensiva y a veces ofensiva, aunque eso nos ayudó a unirnos un poco más.

Conforme practicábamos, caímos en cuenta que nuestros poderes tenían ciertas extensiones, como que Brandon podía crear nieve o que Michael podía sanar plantas y animales. Incluso de vez en cuando intentábamos combinar nuestros poderes, como aquella agua electrificada que nos salvó a Anthony y a mí en la segunda misión o como la tormenta de nieve que Brandon y yo creamos días atrás.

El equipo estaba realmente mejorando. En las cenas compartíamos chistes de las misiones y anécdotas de nuestras familias. Brandon sabía tocar la guitarra e intentó enseñarnos, pero no teníamos su talento musical. Michael estaba hablando un poco más y, al contrario de las primeras semanas, ya no se veía incómodo rodeado de tantas personas. Encontramos juegos de mesa en el sótano y cuando no estábamos practicando o reparando la cabaña, nos poníamos competitivos con dinero falso y dados que decidirían si nos íbamos a la cárcel o compraríamos una propiedad. Por supuesto, jugábamos con nuestras propias reglas: el dado a veces podía cambiar del uno al seis por una ligera brisa inesperada que casualmente me convenía o el banco podría sufrir un veloz asalto y de pronto Ryan tenía más billetes que un segundo atrás.

Todo iba bien. A excepción de una cosa.

Ryan y yo no hablábamos.

Al principio no había afectado al equipo. Podíamos estar en la misma habitación sin hablar y no había mayor problema. Conforme los días trascurrieron, la incomodidad entre nosotros dos fue creciendo hasta el punto de contagiarla al resto de los chicos. Las cenas eran interrumpidas por silencios incómodos cuando alguien comentaba algo sobre nuestras vidas románticas. Para evitar esos silencios, Ryan y yo nos turnábamos para asistir a las cenas solo cuando el otro no estaba. Los chicos se sentían mal por no terminarnos de incluir y eso arruinaba la cena, ya que ellos solían separarse para venir con cada uno de nosotros. A veces Eagle y Michael me acompañaban. A veces Frederick y Brandon. A veces Michael y Frederick. A veces Eagle y Brandon. Incluso Anthony cenaba conmigo de vez en cuando.

La única vez que Ryan y yo hablamos fue cuando Eagle y Frederick le sugirieron que se disculpara por haberme causado una crisis de ansiedad. Por supuesto yo sabía que no había sido la intención de Ryan, así que fue un corto intercambio de palabras, sin rencores ni enfados.

Pasadas las semanas, ya no solo nos separábamos en las cenas, también en las comidas y desayunos. Hicimos múltiples fogatas y ahí también Ryan y yo nos evitábamos: cuando él salía de la cabaña, yo entraba.

El resto del equipo intentó hablar con nosotros por separado para convencernos de que hiciéramos las paces. Apenas dos noches atrás Anthony nos dejó encerrados en el sótano para obligarnos a hablar, pero el sótano era tan grande que sencillamente nos pusimos a hacer tareas distintas.

Y llegamos a esta mañana, en el desayuno. Me encontraba en la cocina con todos los chicos, a excepción de Ryan. Estaban actuando ligeramente extraño, como si estuvieran ansiosos por algo. Cuando pregunté por su actitud, ellos negaron todo y me aseguraron que no sucedía nada.

—Mienten —acusé, con los ojos entrecerrados.

—Claro que no —respondió Michael, demasiado rápido.

Lo miré directamente.

—¿Por qué me ves a mí? —cuestionó, con un ligero titubeo en su voz.

No aparté la vista.

—No sé nada, ¿de acuerdo? Deja de mirarme. —Su mirada se disparó en busca de ayuda con los demás chicos.

Continué en silencio, sin intenciones de hacer lo que Michael me pedía. Si alguien no era capaz de mentirme, era él.

—Cami, no me veas así. No sé nada. —Comenzó a mover el pie nerviosamente. —Si supiera algo, y no estoy diciendo que lo sepa, no significa que esté a favor de hacerlo. Hay maneras de hacer las cosas, pero ya intentamos las maneras bonitas y esta es la única que nos queda. Pero no es como que haya algo por hacer. No sé nada.

Escuché claramente cómo Anthony estrelló su palma sobre el rostro. No necesitaba verlo para saber que estaba negando con la cabeza, reprochando silenciosamente a Michael.

Antes de que pudiera pedir más explicaciones, Ryan llegó a la cocina con una sonrisa como saludo. Cruzamos nuestras miradas por un segundo y tan rápido como él llegó, yo ya estaba saliendo.

Solo que Brandon estaba bloqueando la salida con su cuerpo.

—Con permiso —pedí, intentando esquivarlo.

Brandon no me dejó pasar.

—Tenemos un problema —anunció Frederick a mis espaldas. Me di la vuelta para ver a qué se refería, y lo encontré señalándome con una mano y señalando a Ryan con la otra. —Ustedes dos están arruinando la armonía del equipo.

—Uh. Debimos habernos llamado las "Armonías". Para seguir con la tradición.

Brandon golpeó a Anthony en el brazo para que dejase hablar a Frederick.

—Parece que el problema no lo van a arreglar por ustedes mismos, así que es momento de que sus amigos intervengan.

—¿Amigos? —inquirió Ryan, confundido.

—Nosotros —aclaró Anthony, de mala gana—. Nosotros somos sus amigos.

—¿Estás diciendo que soy tu amiga, Chispas? —cuestioné, con una sonrisa divertida.

Anthony seguramente me iba a contestar con un comentario sarcástico, pero Brandon lo volvió a golpear en el brazo. Habían dejado de ser discretos semanas atrás.

Mhm —murmuró Anthony por lo bajo.

—¿Qué dijiste? No escuché.

Mhm, mhm.

—Chicos, ¿ustedes escucharon algo? No, no escucharon. ¿Puedes hablar un poco más alto, Anthony? —pedí con falsa amabilidad.

Anthony me lanzó una mirada asesina.

, Alien. Soy tu... amigo. —Fingió un escalofrío.

Estaba por burlarme de él, pero Frederick retomó la palabra.

—Hay un problema. Y lo resolveremos —declaró—. Nadie saldrá de esta cocina hasta que ustedes dos dejen de fingir que el otro no existe.

Hasta ese momento me di cuenta que los chicos se habían colocado estratégicamente para que no encontráramos escape. Brandon era el bloqueo más obvio en la entrada de la cocina. Sospechaba que lo habían puesto a él porque sabían que yo no dudaría en taclear a cualquiera de los demás con tal de salir de ahí, pero con Brandon no me atrevería porque solo haría el ridículo. Su súper fuerza me haría ver como si estuviera intentando mover a un árbol del doble de ancho de mi cuerpo.

Anthony estaba a un lado de Brandon, atrás de la mesa circular donde comíamos. Estaba a suficiente distancia de la puerta para ayudar a Brandon en caso de que yo intentase algo, pero también a suficiente distancia de Eagle y Frederick. Ellos se encontraban por la ventana. No sería un excelente medio de escape, pero probablemente lo hubiera utilizado de no tener otra opción.

Por último, Michael estaba cubriendo donde se encontraba la estufa, con el refrigerador y la alacena a cada lado. Justamente la semana anterior habíamos logrado instalar un sistema eléctrico, así que el refrigerador se encontraba funcionando a la perfección, no como antes que solo lo utilizábamos como segunda alacena. Me sentía orgullosa de haber ayudado a instalarlo.

—Entonces... ¿su idea es obligarnos a hablar? —cuestioné.

Asintieron.

—No vamos a hablar de nuestra situación privada frente a ustedes —aseguré.

Ryan lucía perdido. Así como yo, apenas estaba cayendo en cuenta que la cocina era un espacio pequeño y el equipo se había encargado de cubrir todas las salidas.

—Oh, por favor —se quejó Anthony—. Suponiendo que los dejáramos solos para hablar, los escucharíamos de cualquier manera. La privacidad en esta cabaña no existe. La otra vez todos escuchamos discutir a Frederick y Ryan porque Ryan no sabe dormir sin roncar. Te hemos visto tener dos crisis, Alien, y también estuviste ahí cuando Michael tuvo su propia crisis de ansiedad cuando se dio cuenta de que ir a una nueva preparatoria significa tener que conocer gente nueva. Hemos escuchado llorar a Ryan y a Eagle y hemos estado ahí para ellos. Además, ustedes fingen que no, pero estoy seguro de que todos me escucharon gritar, y tal vez llorar, cuando me lastimé con un clavo.

—Fue una astilla —dijimos todos al unísono.

—Fue un clavo —recalcó él, decidido a seguir con la mentira por su orgullo—. Y ni hablar de las veces que hemos entrado al baño y ya hay alguien dentro.

Ugh. Odiaba esas veces. No solo nos sucedía cuando ocupábamos el inodoro, sino también cuando estábamos en la ducha. Había visto a tantos chicos con el torso desnudo que ya me había acostumbrado y había dejado de sonrojarme cada vez que sucedía. Incluso a veces ya me dejaban pasar al baño a lavarme los dientes mientras ellos se vestían. Por supuesto, yo mantenía mis ojos cerrados durante ese tiempo porque no deseaba ver más abajo de su torso.

Cuando ellos entraban al baño y yo era la que se estaba duchando, era ligeramente más incómodo. Solía avisarles con un grito que era mi turno de la ducha, para que pasaran al baño antes y no lo hicieran mientras yo lo estaba ocupando. No siempre funcionaba. Frederick ya me había visto desnuda, así que con él no tenía problema cuando abría la puerta, pero con el resto siempre era un lío. Aunque no me sentía del todo incómoda con que me vieran el torso desnudo, ellos hacían todo un teatro cada vez que sucedía, especialmente Michael o Ryan. Se disculpaban mil veces mientras cubrían sus ojos con la mano, se disculpaban otras mil veces mientras cerraban la puerta de golpe y mil veces más mientras se alejaban por el pasillo. Sin contar las mil disculpas que recibía al salir. Claro, la única excepción a eso era Anthony, quien solo me veía, soltaba una risa socarrona y salía del baño como si nada.

Las últimas veces ya estaban siendo menos incómodas. Ellos habían tomado mi idea de entrar al baño aunque me estuviera duchando y solo cerrar sus ojos mientras hacían lo que tenían que hacer. Era una dinámica funcional y no dudaba que pronto sería oficial.

Y, antes de que me pregunten, sí. Habíamos pensado en poner algo para trabar la puerta, incluso lo llegamos a hacer. Por cuatro horas. Nos deshicimos de esa idea porque ese era el único baño en la cabaña y porque, lo adivinaron, Ryan se quedó encerrado por dos horas hasta que decidió pedirnos ayuda para salir y tardamos otras dos horas en averiguar cómo demonios habíamos trabado la puerta de aquella manera.

—De acuerdo —cedí—. No hay privacidad.

—Pero eso no significa que ustedes puedan obligarnos a hablar —añadió Ryan.

—Creo que no sabes lo mucho que disfruto un buen reto —dijo Anthony.

Se acercó a Ryan por la espalda y lo tomó por los brazos, sin dejarle escapatoria. Al parecer fue algo que ya habían planeado, porque Michael se acercó a mí al mismo tiempo y también me tomó por los brazos a mis espaldas, disculpándose entre murmullos. Fácilmente pude haberlo golpeado para que me dejara ir, pero era... Michael. Golpear a Michael era como golpear a un niño inocente e indefenso. No se sentía correcto y probablemente se quedaría en mi consciencia.

Los chicos habían calculado perfectamente mis puntos débiles.

Anthony y Michael nos obligaron a dar pasos al frente, cerrando la distancia entre nosotros. Nos detuvimos tan cerca del otro que nuestras puntas de los pies casi se tocaban.

—Felicidades, amigos. Lo hicieron más incómodo —pronuncié con una sonrisa tan tensa que un cirujano plástico me habría ofrecido una reconstrucción gratis.

—Tómense de las manos —ordenó Anthony.

—¿Qué? —replicamos al mismo tiempo.

—Las manos. Tómenselas.

—¿Por qué? —volvimos a preguntar.

—Porque establece una conexión física —explicó Michael con mayor suavidad que el tono de Anthony—. Lo leímos en internet.

—¿Tienen suficiente señal para buscar algo en internet? —pregunté en un puchero.

—Solo fueron diez minutos antes de que Anthony chamuscara nuestra propia antena de internet —respondió Frederick—. Estabas dormida porque habías hecho guardia.

—El punto es que —retomó Anthony, exasperado—, en su caso, esta es la mejor manera de reconciliarse. Necesitan la conexión física para hablar.

—Claro que no —dije.

—Que sí —espetó Anthony.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

Argh —gruñó, rodando los ojos—. Si no lo hacen ustedes, entonces lo haré yo.

Anthony soltó a Ryan de un brazo para tomarlo de la mano. Sentí el momento en cámara lenta. Se acercaron a mi mano. No tuve tiempo de retroceder. La mano de Ryan, aún siendo sostenida por la de Anthony, tocó la mía.

Un acto tan simple, tocar las manos.

Un acto tan simple y tan... peligroso.

Recuerdo que vi un destello de luz blanca por un cuarto de segundo, como si mi cerebro se estuviera reajustando para recibir la enorme cantidad que le esperaba.

Un destello. Y después llegaron las memorias. Los recuerdos que me habían arrebatado.

Extrañamente, el primer recuerdo que asaltó mi cerebro no fue mío. Me encontraba con una chica rubia, bonita. La reconocía, pero... no era mi memoria, así que no sabía quién era. Estábamos sentados en uno de los sillones de la terraza. La música, las risas y los gritos alegres podían escucharse tres pisos abajo, pero yo estaba demasiado concentrado en escuchar lo que la bonita chica rubia decía a mi lado. Algo sobre lo idiotas que éramos los chicos.

Sentía frío en el pecho, aunque poco me importaba no estar utilizando playera. La bonita chica rubia no había mirado a mi pecho ni una sola vez, lo cual significaba que no le interesaba o que yo había perdido mi toque.

—Estás hablando de nosotros como si fuéramos la peor escoria de este mundo —me quejé, divertido.

Ella me miró. Limpió una lágrima de las muchas que no había intentado esconder.

—Es que lo son —acusó.

Tenía una voz dulce. Podía decirme las peores ofensas y yo ni siquiera me molestaría, al contrario, estaría agradecido por el simple hecho de escuchar su voz.

—Tal vez —admití—. Pero para ser la peor escoria del mundo, tengo un cuerpo perfecto e irresistible.

Sí. Solo dije eso porque quería que sus ojos bajaran a mi pecho bien trabajado. Me gustaba ser admirado y me habría encantado ser admirado por la bonita chica rubia.

Pero ella no me admiró. Ladeó la cabeza ligeramente, estudiando mi pecho.

—Tienes un pezón más arriba que el otro —observó.

—¿Qué? Claro que no. —Bajé mi mirada, buscando el defecto.

Ella rio.

—Caíste.

Soltó una risa dulce, como todo en ella. Una risa demasiado corta. O quizás fue demasiado corta para mí. Cuando escuché su voz, no creí que desearía algo más que escucharla de nuevo... hasta que ella rio y yo sentí que mi corazón dio un brinco.

Alcé la mirada y me encontré con la suya. Sus ojos enrojecidos por el llanto, pero con un brillo de diversión infantil que, aunque era mínimo, sabía que podía opacar a cualquier estrella.

—Quien te haya roto el corazón de aquella manera —murmuré—, él sí es la peor escoria del mundo. Nadie sería tan idiota para dejarte ir.

No estuve seguro si su sonrojo fue por mis palabras o por el frío o por el llanto, pero me gustó pensar que yo había sido la razón.

—Oh. Gracias —murmuró ella de vuelta.

Estábamos tan cerca que podía oler su perfume. No sabía a qué olía con exactitud, pero probablemente se había convertido en mi nuevo olor favorito.

Pensé que ese era el momento perfecto para besarla, así que me incliné. Ella rápidamente se alejó y soltó una carcajada.

—¿Qué haces? —preguntó, entre risas.

Me encogí de hombros, con obviedad.

—¿Besarte? —dudé—. ¿No querías que te besara?

Eso la hizo reír más.

—¿Por qué querría besarte? Ni siquiera sé cómo te llamas.

—Las personas pueden besarse sin conocerse.

—No conmigo.

Su tono aún era dulce, solo que ahora le había añadido determinación. Y eso, por alguna razón, solo provocó que me gustara aún más.

—De acuerdo —cedí, con una sonrisa—. ¿Cómo te llamas?

Otra carcajada.

—¿Vienes a mi fiesta, a mi casa, y no sabes cómo me llamo? —reclamó con incredulidad—. ¿Quién te crees que eres?

Sonreí con arrogancia. Le tendí mi mano.

—Anthony West. Un placer.

La bonita chica rubia bajó su mirada a mi mano y, después de dudarlo un momento que para mí fue una eternidad, la estrechó con seguridad, como si no hubiera estado llorando por un chico tan solo segundos atrás.

—Alison Wilde.

Me tomó un instante caer en cuenta que había estado en la mente de Anthony y, no solo eso, sino había presenciado el momento exacto donde él había caído por la exnovia de Ryan. Al menos, en aquella memoria.

La sonrisa de Alison se desvaneció junto a su rostro y el escenario. Todo eso fue reemplazado por otro recuerdo de la fiesta, esa vez perteneciente a Ryan y a mí.

—¡No puedes decir que te gusto, Ryan! —reclamé a gritos.

La terraza del hogar de Alison estaba vacía. Nuestra única compañía era la luz de la luna y el viento frío.

—¡¿Y por qué no?! ¡Es la verdad! ¡Estoy cansado de mentir! —gritó en respuesta.

Nos encontrábamos de pie a un lado de los sillones donde minutos después estaría sentada Alison y Anthony la encontraría entre lágrimas, se sentiría atraído hacia ella y le diría "lo sé, la fiesta de abajo es un asco, todos deberíamos estar llorando", sin saber que ella era la anfitriona.

—¡Eres un idiota, ¿lo sabías?! —continué gritando—. ¡Primero finges no conocerme y tomas el lado de Anthony y después decides que está bien decirme que te gusto! ¡No puedes hacer eso! ¡Mucho menos sabiendo que también me gustas!

—¡Yo también te gusto! ¡¿Por qué estás tan molesta, entonces?!

Gruñí con exasperación.

—¡Porque tienes novia, Foster! ¡Y no cualquier novia! ¡Tienes a la maravillosa y perfecta Alison Wilde!

—¡¿Sabes por qué quería venir a esta fiesta?! ¡Porque voy a terminar con ella! ¡¿Y sabes por qué te invité?! ¡Porque no quería esperar ni un segundo más de lo necesario para decirte "terminé con Alison, esta vez en serio, ¿quieres intentar lo nuestro?"!

Abrí la boca para hablar, pero no pude formar ninguna palabra coherente. La sorpresa me había dejado muda. Inmóvil.

Ryan pasó una mano por el cabello, suspirando. Se acercó unos pasos a mí, cerrando la distancia entre nosotros. Apenas era un par de centímetros más alto que yo, pero en ese momento sentí que fácilmente él podía medir dos metros.

—Vas a terminar con Alison —repetí en un susurro.

—Sí.

—¿Por mí?

Ryan debió escuchar la molestia en mi voz, porque rápidamente negó con la cabeza.

—Me gustas, sí, pero mis problemas con Alison han estado incluso antes de que yo me diera cuenta de mis sentimientos por ti. No puedo tener una novia que no sepa la existencia de la AAD, es imposible mantener una relación a base de secretos y una peligrosa segunda vida.

De nuevo, me quedé sin palabras por decir. No estaba segura de que aún hubiera algo por decir.

Ryan me miró, expectante. Él esperaba algún tipo de respuesta de mi parte, pero yo no podía dársela. Así que nos quedamos en silencio, con las miradas conectadas, probablemente diciendo más con nuestros ojos de lo que podíamos decir con palabras.

No había notado lo cerca que estábamos hasta que él se acercó apenas unos centímetros más. Sentí sus labios rozar contra los míos, pidiendo permiso para recibir un beso que yo sabía que estaría mal.

Yo sabía que estaría mal.

Y aun así lo hice.

No fue un beso lento ni dulce. Fue un beso desesperado y tal vez podía describirse como apasionado. Nuestras lenguas se enredaban de tan manera que no había oportunidad de respirar, ni de pensar. Podía sentir su mano sobre mi cintura, presionando con sus dedos apremiantes, como si necesitara todavía más.

Coloqué una de mis manos alrededor de su cuello y la otra sobre su pecho. Lo hice retroceder hasta que su espalda dio contra el muro de la puerta que guiaba hacia el interior. Gruñó contra mis labios y me acercó aún más a él. A esa nula distancia, pude sentir perfectamente su erección dentro del pantalón.

Sintiéndome audaz en aquel instante, bajé mis manos hasta su cadera. Jugué con el borde de su pantalón hasta que Ryan lo notó y sentí su pequeña sonrisa a mitad del beso.

—Por favor —murmuró, entre besos—. Continúa.

Metió una mano debajo de mi blusa, sosteniéndome por la cintura, subiendo lentamente por mis costillas. Con la otra mano me tomó por el cuello, recogiendo mi cabello para evitar que el viento lo desordenara y nos estorbara en el beso.

—Dime qué quieres que haga —pedí.

Coloqué mis manos sobre la hebilla de su cinturón, listas para desabrocharlo en cuanto Ryan lo dijera. Él se separó lo suficiente de mí para poder hablar, logré ver el deseo bailando en sus ojos, seguramente no muy diferentes a los míos, pero las palabras que escuché no salieron de sus labios, sino de los de alguien a nuestro lado.

—Ya que te interesa, yo quiero que dejes de besar a mi novio, gracias.

Me separé tan rápido de Ryan que casi tropecé con mis propios pies.

Alison estaba con los brazos cruzados, observándonos seriamente desde la entrada de la terraza. Su expresión era traición pura.

—Alison, nosotros no...

—¿De verdad vas a tener la osadía de mentirme a la cara, Ryan? ¿De decirme que ustedes no se estaban besando?

Ryan bajó la mirada.

—Ambos serían muy amables de retirarse de mi hogar. Y no volver —añadió tranquilamente.

—Lo siento —dijimos.

Bajé la mirada y rodeé a Alison para dirigirme de vuelta a la casa, sin saber qué otra cosa hacer. Nada de lo que dijéramos iba a resolver la situación. Era mejor hacer lo que ella pedía, al menos eso le debíamos. Hablaríamos con ella cuando regresara de su voluntariado, una vez que no nos encontráramos en su propia fiesta y que Ryan y yo tuviéramos una mejor idea de lo que sucedía entre nosotros.

Alison no se dio la vuelta. Se aclaró la garganta y, con la misma calma, concluyó:

—No sé si esto sea claro para ti, Ryan, pero nuestra relación se acabó. Por favor no vuelvas a dirigirme la palabra.

Ryan asintió y ambos entramos a la casa en silencio.

Les dije que me convertiría en lo que desde un principio no deseaba ser: quien se entrometió en la relación de Alison y Ryan.

Regresé al presente en un parpadeo. Fue la primera vez que recordaba por completo los destellos que había tenido semanas atrás, aunque claramente esa vez habían sido mucho más que destellos. Mi cerebro sufrió un pequeño corto circuito al ya no reconocer la realidad. ¿Qué versión de la fiesta había sido verdadera? O, mejor dicho, ¿por qué había dos versiones de la fiesta?

—Estoy... confundido —dijo Ryan.

—¿Me enamoré de Alison? —pregunté a la nada.

—¿Casi desnudo a McQueen? —preguntó Anthony de la misma manera.

—¿Por qué estuve en sus mentes? —dijo Michael.

—¿De qué están hablando? —cuestionó Eagle.

Él no había visto lo que nosotros cuatro sí. ¿Por qué?

Bajé la mirada hacia mi mano, a milímetros de la de Ryan. Al parecer el contacto físico había provocado eso, y al interrumpirlo también se detuvo la regresión de memorias. Alguna clase de combinación de nuestros poderes.

—Cam, tú y yo...

Ryan acercó su mano a la mía en un intento de consuelo. Mi mente seguía procesando lo aprendido, no alejé mi mano a tiempo.

—¡No! —gritó Anthony. Él también se había dado cuenta de lo que nuestro contacto provocaba.

Justo cuando tomó la mano de Ryan de nuevo, esa vez para detenerlo, hizo contacto con la mía. Michael no me había soltado, así que volvimos a crear esa fusión de poderes que nos hizo revivir memorias que ni siquiera sabíamos que existían.

Esa vez, la memoria por poco me mató. Literalmente.

—Nunca te traicionaría, White —prometió Anthony.

Lo miré con los ojos entrecerrados.

—Te acabo de decir mis peores miedos y lo que sucedió en la fiesta con Ryan, incluso mencioné el miedo de mi hermana Cristina, un dato que no necesitabas saber. Si me traicionas, West, te mataré.

Anthony bufó.

—Desde el principio de esta conversación te dije que lo tuyo con Ryan no va a funcionar. ¿Qué otra prueba de amistad necesitas?

Rodé los ojos y regresamos al silencio. Me sentía extraña utilizando la sudadera de Anthony, especialmente después de haberle dicho la historia de mi aracnofobia y haberme dejado ser tan vulnerable frente a él. Le devolví la prenda cuando le deseé dulces sueños antes de adentrarme a la cabaña.

Aquella noche me fui a dormir con un sentimiento inquietante. Había compartido de más con Anthony. Tal vez había sido porque él era el único despierto o tal vez porque estaba empezando a confiar en él. Cualquiera que fuese la razón, había compartido de más.

Lo peor fue cuando caí en cuenta que él no había compartido casi nada de vuelta. El miedo a las gemelas idénticas no contaba, seguramente había sido un chiste extraño, ya que no había entrado a gran detalle con esa historia. Tendría que hablar con él por la mañana, solo para asegurarme de que no estaba equivocándome al confiar en él.

Desperté temprano al día siguiente. Recordaba haber escuchado ruidos en la noche, probablemente Anthony construyendo algo para la cabaña. Él también se encontraba despierto, apenas terminando su guardia.

—¿Noche ocupada? —inquirí mientras tomábamos un café en el porche.

Anthony asintió.

—He estado trabajando en el plan perfecto para convertirme en líder.

Bufé.

—No vas a ser líder de este equipo mientras yo siga aquí, Chispas.

Anthony soltó una risa seca. Una sombra cruzó por su rostro.

—Lo sé.

No me gustó cómo pronunció esa oración, tan amargamente que sentí un vuelco en el estómago.

—¿Cuál es tu plan? —cuestioné desconfiadamente.

Anthony regresó a ser el Anthony de siempre, con su sonrisa arrogante y expresión confiada. Eso me tranquilizó.

—¿Quieres verlo? —ofreció.

No esperó mi respuesta. Dejó su taza sobre la pequeña mesa del porche y saltó los escalones para darle la vuelta a la cabaña. Imité sus acciones y lo seguí, intrigada por la competencia.

Llegamos a la parte trasera, donde se encontraba el mecanismo que Michael y Anthony habían creado para traer agua desde el río y limpiarla para devolverla. La ventana sin vidrio de la habitación de Eagle, Michael y Ryan ya tenía un par de cortinas. Sabía que seguían dormidos porque desde esa distancia podía escuchar los ronquidos de Ryan y, de estar despiertos, Eagle ya habría abierto la cortina.

—Este es el plan perfecto —anunció Anthony.

Señaló hacia un contenedor metálico que seguramente había soldado por la noche. Era quizás del ancho de la mitad de la cabaña, con una altura poco mayor que la mía, de figura similar a una casa rodante, solo que sin las ruedas. Tenía una entrada cerrada y ningún tipo de ventana, así que me fue imposible saber qué había en su interior.

—Perfecto. Una enorme caja de metal. ¿Qué hay dentro? —pregunté.

Anthony se encogió de hombros, restándole importancia.

—Puedes entrar, si quieres. Aunque dudo que te guste lo que veas.

Eso aumentó mi curiosidad. Por supuesto, Anthony lo sabía.

En un impulso, me acerqué a la puerta. La abrí con rapidez, encontrándome con oscuridad absoluta. No se veía nada. No había nada.

—¿Este es tu plan perfecto, Chispas? —me burlé.

—No. Este lo es.

Solo tuve tiempo de girar mi cabeza hacia él para ver la determinación en su mirada. Aprovechándose de mi posición vulnerable, me empujó con fuerza y caí sobre mis rodillas y manos.

—¡Anthony! —grité, fúrica.

Cerró la puerta en mis narices. Escuché cómo la trabó desde el exterior, dejándome sola en la oscuridad.

Golpeé la puerta.

—¡Anthony, no es divertido! —grité para hacerme oír, aunque no sabía si mi voz atravesaría el metal grueso—. ¡Sácame de aquí! ¡Tengo hambre, quiero desayunar!

Sentí un insecto pequeño caminar por mi tobillo. Lo sacudí y seguí golpeando la puerta.

—¡Anda, ya! ¡Teníamos una tregua, Anthony West!

En uno de los múltiples golpes, mi puño dio contra algo que no era metal. Por la forma y tamaño, estaba segura de que había aplastado a un insecto sin querer.

Fruncí el ceño. La caja metálica estaba cerrada de cualquier ángulo posible, incluso en mis pies podía sentir una lámina de metal grueso en vez de tierra del bosque. ¿Cómo habían entrado los insectos?

A menos que... ya estuvieran ahí.

Sintiendo el pánico subir desde mi estómago al pecho, creé una bola de fuego en mis manos. Ahí dentro no me molestaría utilizarlo porque no había nadie para herir.

La luz iluminó tan rápido que me tomó un par de segundos ajustar mi vista y dejar de ver aquellas manchas negras. Comencé a preocuparme cuando las manchas no se iban conforme mi vista se acostumbraba.

Dejé de respirar cuando descubrí en dónde me encontraba.

No estaba en una enorme caja metálica vacía. No estaba sola.

Lo que me parecieron cientos de arañas estaban en los cuatro muros. Algunas estaban inmóviles. Otras estaban caminando lento, pocas caminaban con prisa. Las que estaban en las esquinas comenzaban a formar sus telarañas, como si hubieran encontrado el lugar adecuado. Había algunas en el piso, pero el primer grito aterrado que solté fue cuando vi una araña colgando frente a mí.

—¡Anthony! ¡Sácame de aquí!

Ya no era una orden. Era una súplica.

Sin prever las consecuencias, lancé la bola de fuego a la araña frente a mí, incinerándola por completo. Por supuesto, la bola siguió su camino hasta dar con el muro, espantando a docenas de arañas y provocando que migraran hacia mí.

—¡ANTHONY!

Pisé todas las que se acercaban, sacudiendo frenéticamente mi cabello con mis manos porque tenía miedo de que hubieran subido hasta ahí. No importaba a cuántas arañas pisaba, seguían apareciendo más. Era mi peor pesadilla hecha realidad.

—¡Anthony! ¡Por favor!

Pensé que las arañas habían llegado a mis mejillas, pero lo que sentía eran lágrimas. No supe en qué momento había comenzado a llorar.

Escuché un golpe en la puerta de la caja, pero seguía cerrada. Quizás era Anthony, reforzándola, o tal vez lo había imaginado. La fobia nublaba mi mente.

Grité por ayuda. Grité los nombres de los chicos una y otra vez. Grité y grité y seguí gritando, pero nadie llegaría. Anthony no abriría la puerta y el resto de los chicos seguirían en cama. Nadie llegaría.

Nadie llegaría.

Comencé a lanzar bolas de fuego en direcciones aleatorias. Sentía que las arañas venían hacia mí de todos lados. No tenía dónde esconderme. No tenía por dónde escapar.

Estaba reviviendo la memoria de la playa, con la misma sensación que la noche anterior le había descrito a Anthony a lujo de detalle. Sentí que de nuevo había caído en un nido de tarántulas y que no podía salir de ahí. Sentí que pronto se me terminaría el aire y moriría ahí dentro. Sola y aterrada.

A continuación actué sin pensar, sin ser consciente de lo que estaba haciendo. Mi cuerpo se encendió en llamas, reaccionando al miedo, a la traición y a la ira. De alguna manera, expedí fuego, como una diminuta bomba reduciendo a cenizas todas las arañas en el contenedor. Pero no era suficiente. Debía salir de ahí.

No entendí exactamente cómo lo hice, solo sabía que un momento me encontraba dentro del contenedor y al siguiente raíces de árboles del ancho de una puerta perforaban el metal.

Un par de raíces se enrollaron en mi cintura, sin importar que estuviera en llamas. Tan pronto como hubo espacio suficiente, tiraron de mí para sacarme del contenedor. Claro, mi fuego las estaba lastimando, así que me soltaron en cuanto salí por completo, pero no caí. Me quedé suspendida en el aire.

La tierra cobró vida, elevándose en un tornado a mi alrededor. Escuché que explotó la máquina que traía agua desde el río. Truenos retumbaron sobre mí, el cielo oscureciéndose y solo siendo iluminado por los rayos que no sabía que estaba controlando yo.

A través del fuego, la tierra y el viento observé que todos los chicos estaban detrás del contenedor, cubriéndose las cabezas por las raíces en descontrol, el repentino diluvio y la tierra de mi tornado. Quizá mis gritos los habían despertado, o quizá Anthony los había invitado a escuchar el espectáculo. Fuera cual fuese el caso, no me encontraba molesta con ellos, así que ordené a las raíces que regresaran a donde pertenecían, pero me estaba siendo difícil controlar lo demás.

Una vez que escuché sus gritos para intentar relajarme, logré detener la tormenta. El tornado fue más difícil, pero después de algunos segundos el viento se detuvo. Mis pies tocaron el piso con delicadeza. Estaba ocupando tanto poder que caí de rodillas sin poder evitarlo. El fuego de mi cuerpo se disipó, dejándome con la sensación de que había cruzado el océano Atlántico nadando.

Algunos chicos se apresuraron a ayudarme, otros se quedaron estupefactos en su lugar. Brandon fue el primero en acercarse, mostrando por primera vez una expresión de tanta consternación que llegué a pensar que estaba alucinando.

Corrió hasta a mí y se deslizó para frenar y llegar a mi lado. Me tomó por los hombros, diciendo cosas que yo no estaba escuchando. Eagle y Frederick no tardaron en llegar para ayudarme a poner de pie. Michael y Ryan tardaron más tiempo en reaccionar, viendo hacia el bosque con desconfianza, como si en cualquier momento las raíces volvieran a salir de la tierra a atacarlos.

Las piernas me temblaban tanto que me fue imposible sostener mi propio peso. Escuché que alguien se ofreció a cargarme, pero lo hizo demasiado tarde.

Yo ya había perdido la consciencia.

Anthony me había traicionado de la peor manera posible. Había utilizado mis peores miedos contra mí. La soledad. Las arañas. El encierro. Todo lo que le había dicho la noche anterior lo retorció y lo convirtió de nuevo en realidad. Había sido la única manera que él había pensado que podría obligarme a salir de equipo. Solo para ser líder. Solo para ganar una estúpida competencia que sabía que no ganaría jugando limpio. Solo para demostrarme una vez más que me había equivocado, que no podía confiar en él.

Había roto su promesa. Me había traicionado. Nunca lo perdonaría por eso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro