n i n e
Si un niño sabe que no merece ni el agua que necesita para beber, probablemente haya llegado a la conclusión de que no merece nada.
Abrí la puerta de mi casa y me introduje en ella, era pequeña pero de dos niveles, arriba; estaban los dos dormitorios y un baño, abajo; el frente, la sala, la cocina y un pequeño patio.
Era domingo, un frío domingo había salido de casa para comprar la cena, es posible de que llueva muchísimo, el cielo es gris y los relámpagos continuos.
Caminé hasta llegar a la cocina y toparme con mi padrastro frente a la estufa. No le quería hablar, como todos los días discutimos ayer pero esta vez él no usó la violencia porqué mi madre llegó a tiempo.
Dejé la funda con los víveres y jamón en la mesa que adornaba la cocina y de reojo vi lo qué aquél hombre hacía.
-¡Mi caja! -grité y me lancé para sacarlas del fuego antes de que se consumieran pero Eduardo se interpuso y no me dejó alcanzar mi objetivo.
-No te he dado el derecho de tener esta porquería en mi casa. -me gritó con voz áspera, se voltio y aumentó las llamas de la estufa.
-Basta, estas arruinando mis cartas. -las lágrimas rápidamente escaparon de mi rostro pero a diferencia de otros días el coraje y la valentía se apoderaron de mí. -Me tienes harta, te crees dueño de mi vida y mis cosas solo porqué estas casado con mi mamá y ella te dejó vivir en SU casa, porqué esta es la casa de mi madre, eres un maldito abusivo, estafador.-
Me golpeó. Su puño chocó contra mi rostro.
Pero esta vez solo fue en el físico, sus golpes ya no van a dañarme mentalmente.
-Anda, golpéame hasta matarme, eso no cambiará lo que eres un maldito gusano.
-Pero no más gusano que tú padre, -dijo entre risas. -Aquél que abandonó a su hija y madre de esta por una mujer más bella y joven, y encima se avergüenza de tú miserable existencia.
Sus palabras fueron mas dolorosas que su puño.
-No, él si me quiere... -susurré y el rió con fuerza.
-Emm, déjame pensar, ¿No qué su nueva hija es blanca con ojos azules o son verdes?
-¡Cállate! -volví abalanzarme hacia él pero se movió de lugar rápidamente dándome la oportunidad de rescatar mis cartas.
No me importó, así qué coloqué mis manos en el fuego y con un rápido movimiento saqué la caja.
-¿Qué son esos gritos? -escuché una tercera voz entrar en la cocina.
-Tú hija que cada día se comporta como una loca.
Los ignoré y abrí la caja, mis manos ardían como mil demonios, el dolor es inaguantable pero es más doloroso ver que mis cartas se perdieron.
-Leigh, ¿Qué hiciste ahora? -me giré para ver como mi madre me hacía la maldita pregunta de siempre.
¿Qué hice?
¿Qué había hecho?
-Nacer, ese fue lo único malo que hice.
Había estallado y ya no podía más, salí de la casa corriendo y miré al cielo, este estaba completamente gris y la luz era opaca, corrí rápido en una misma dirección.
En dirección hacía él.
Dos bloques más, quizas tres y estaba cansada, agotada por tanto correr, la lluvia se hizo presente primero unas grandes gotas y a los segundos estaba lloviendo como el diluvio.
Quedé completamente empapada pero eso no impidió que dejara de correr y en algunas ocasiones caminar, más si aumentó mi dolor en las manos.
Llegué a mi objetivo, una casa blanca con un bello jardín al frente, dos niveles y podía jurar que tiene una chimenea, sonreí por inercia, era la casa de mi padre. Me acerqué a la puerta para tocar pero no lo hice, miré la escena que la ventana de vidrio me permitía ver.
El es era feliz sin mi, él estaba jugando con su bella hija Annie de dos años, la cargaba encima de su cuello y besaba los labios de su bella esposa Isabella.
A caso podría él pensar en mí, se preguntará ¿Leigh ya comió?, ¿Por qué nunca me llama? ¿No soy también su hija? ¡Su primera hija!
Entonces y solo entonces, todas las burlas de mi padrastro de qué el no me quería, que le daba asco, llegaron a mi mente.
Caminé despacio hasta alejarme de la puerta. Todo me dolía, el alma, la cabeza, las manos, todo.
Y me agarré contra Dios, caí de rodillas en la calle y el agua lluvia golpeaba todo mi cuerpo, sentí frío y temblé mientras preparaba las pocas fuerzas que tenía para gritarle a ese Dios que todas las noches le lloraba.
-¿Qué daño tan grande estoy pagando?¿Por qué permitiste que naciera? ¿Por qué mi padre me odia? ¿Por qué todo este maldito dolor? ¿Por qué me diste este color de piel, si soy rechazada? ¿Por qué todos me odian? ¿Tú también me odias? -grité mirando al cielo, ese cielo que parecía caerse en agua.
Abrí los brazos y con mas fuerzas que nunca grité, tan fuerte que dolía.
-¡Matame de una buena vez!
Escuché un fuerte pitido, giré mi cabeza hacia la derecha y las luces de un auto me cegaron, es mi final y estaba lista aunque mi cabeza me gritara que me quitara del medio de la calle, cerré los ojos y esperé el golpe, sentí mi cuerpo liviano y de un momento a otro las voces se apagaron a mi alrededor.
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