EPÍLOGO
El helado era un viscoso líquido de extraño color. Sin electricidad, el delicioso postre estaba estropeado. Eso no nos detuvo. Con Frank, fuimos a una tienda de dulces que seguía en pie. Las sodas podían estar calientes, pero se digerían mejor luego de algunos chocolates derretidos.
Ambos nos sentamos en los bancos de una plaza. Mantuvimos el silencio mientras comíamos de nuestro botín.
—Esto es un asco —reí al ver mis dedos pegoteados—. Espero que reparen la electricidad. El clima de la isla es terrible sin ventiladores, heladeras y aires acondicionados.
—Hay un generador eléctrico en donde estoy viviendo. —La voz de Frank sonó apresurada—. Podemos enfriar las bebidas y esperar a que el chocolate endurezca...
Lo miré con cierta timidez, me sentía en un sueño.
Lo seguí hasta la tienda de electrónica. Le habían otorgado ese espacio luego del ataque. Sabían de su habilidad, por ende era el más apropiado para hacerse cargo, considerando la posible muerte de sus dueños.
Al fondo de la tienda se encontraban unas escaleras por las que empezó a subir. Por fuera se veía un pequeño apartamento, y así fue. Era una especie de pequeño loft con vista a todo el pueblo. Podía ver el puerto, la comisaría, el hospital y las cenizas de la iglesia. El sitio no poseía grandes lujos, nadie los necesitaba. Una pequeña cocina comedor, un living con un viejo televisor y, a un lado, un sofá que servía de cama.
Frank se adelantó a encender un pequeño generador con el cual encendió algunos artefactos, como la heladera o el ventilador.
—¿Cómo te estás adaptando? —interrogué curiosa—. Desde que eras un niño viviste...
Me detuve al notar que mis nervios me hacían hablar de forma inoportuna y me senté en el sofá.
—Lo sabes... —Frank me regaló una calma sonrisa y se sentó a mi lado—. Lo anómalos nos adaptamos fácil. Además, yo siempre tengo acceso a internet. Busqué todo lo que necesitaba saber.
Repiqueteé mis pestañeas.
—¿Cómo qué? —Necesitaba preguntarlo todo, estar hablando con Frank me parecía irreal.
—Primero pensé en hackear la base de datos de los Nobeles y Pandora. —Hizo una mueca torcida—. Luego, preferí no saber más de ellos. Y comencé a buscar cómo podía...
Frank apretó sus labios, vi sus mejillas ruborizarse.
—No tienes que darme explicaciones. —Me acerqué más a él y coloqué mi cabeza en su hombro.
—Busqué la forma de ser normal —prosiguió Frank—. Busqué la forma de llevarme bien con todos los que se preocuparon por mí, a pesar de todo el daño que hice. De verdad, quiero enmendar todo y que vuelvas a conocerme.
—No necesito volver a conocerte. —Busqué su mirada—. Tu esencia es la misma. Puedo notarte más tímido, pero sigues siendo Frank, aquel me oía mientras iba en descenso a la locura.
—La pasé muy bien contigo. —Él clavó su vista en mí, y mi mundo se detuvo—. Nunca te rendiste conmigo a pesar que no podía agradecerte. Estabas tan confundida y no podía hacer nada. Y luego, me abalancé sobre ti como animal.
—No debes culparte —dije—, mucho menos por lo que sucedió en el yate. Quería estar contigo, lamento si tú no. Ese fue mi error.
—También quería estar contigo. —Frank me tomó con desesperación de ambas manos—. Me avergüenza mucho la forma en que sucedió, la forma en la que no podía responder a tus besos, a tus caricias...
Su frente quedó pegada a la mía. Frank cerró los ojos. Lo había dicho al fin. Mis dudas se desvanecían de la mejor manera. Él me quería a su lado y yo a él. Acerqué mis labios a él y lo besé despacio. Él me recibió. Me tomó del rostro, atrayéndome a su cuerpo, intensificando el beso hasta dejarme recostada en aquel sofá.
Sus besos continuaron por mi cuello, y antes de darme cuenta lo atrapé entre mis piernas. Quise quitarme la ropa, pero me detuvo.
—Yo lo haré... —dijo, y me quitó la blusa, y todo lo que tenía puesto.
Luego, se desnudó sin quitarme la mirada de encima.
Quería resarcir lo de aquella noche en la que yo había tomado las riendas, esta vez sería él quien guiaría el camino.
Seguía siendo inexperto, aunque dulce, suave y considerado. Nos fundíamos en un íntimo abrazo en el que nuestros labios no se separaban.
**
Despertamos en la noche, y comimos nuestros chocolates abrazados en ese pequeño lugar.
—Tengo que bañarme y cambiarme —dije y besé la comisura de su labio—. Iré en busca de mis cosas en la cabaña, y te veré en la Festividad.
Frank aceptó, acompañándome algunas cuadras hasta que seguí sola por el sendero del bosque. No era peligroso estar sola, tan solo nos costaba separarnos.
Las cosas comenzaban a tomar su lugar, descubría que sin presencia humana, los anómalos, eran seres pacíficos. En Salamandra ya no existían estímulos a sus instintos, nuestros instintos. Sin amenazas, los protocolos de alerta no se activaban. Sin humanos, Salamandra era una isla repleta de esperanzas.
Las linternas se encendían, así como las fogatas y el carrusel. Algunas pocas tiendas de comida preparaban bocadillos, y el pueblo se disponía a celebrar el acuerdo con Pandora.
Iba de camino a la playa junto a Dalila, nuestra amistad se afianzaba tras los últimos acontecimientos, y eso me entusiasmaba. Tener una amiga de verdad era algo que no se me había dado antes. Por su puesto que también contaba con Mamba, con Débora y todos los demás.
Ambas portábamos vestidos nuevos y nuestras máscaras de animal, sería una gran noche de verano junto al mar.
Ella se apartó cuando vio a Bran entre los miembros del enjambre. No era bueno para una avecilla sensible estar entre tantos mórbidos insectos. Yo fui al fogón en donde Paris y los demás, disfrutando de la carne asada.
—Tardaste mucho, Conejita —dijo Paris con la vista en el fuego—. Me comí tu ración, quedaron algunos huesos. Pensé que podías chuparlos, eres buena en eso.
<<Idiota>>.
—¿Podemos hablar? —Teníamos un pendiente.
Paris ladeó su cabeza, se mostraba más pensativo que de costumbre.
—Yo tengo que hablar primero —dijo.
Nos apartamos del resto, fuimos a tocar las olas con los pies. Decidí que era mejor que él hablara primero, casi por intuición.
—La isla me ha cambiado —comenzó diciendo—. Siempre viví con el permanente estímulo de los humanos, siendo un ser retorcido y degenerado, creyéndome único, codiciando sangre de modo permanente.
—¿Y ahora?
—Mi vida perdió emoción. —Él alzó una ceja—. No puedo seguir viviendo contigo, alejado de la fiesta y la diversión. Tarde o temprano te sería infiel, te haría sufrir. No puedo llevar la vida de un matrimonio de ancianos.
Hice una sonrisa de lado, lo comprendía.
—Sabes que no puedes irte de la isla —le recordé—. Ese es el trato con el gobierno.
—No voy a irme, solo buscaré un lugar más entretenido. —Paris chapoteó con sus pies en el agua—. Con la gente del enjambre la pasaré bien, me uniré a sus fiestas. ¿Y tú? ¿Qué querías decirme?
Jugué con la espuma de mar, con la mirada en el agua. No quedaba mucho que decir y él lo sabía. Lo nuestro era imposible no porque nuestro amor no fuera suficiente, teníamos una visión distinta de la vida. Diríamos adiós a lo que nunca había sido. Lo extrañaría a mi lado, podía sentir algo de tristeza a pesar que nos veríamos a diario. La población de Salamandra era muy escasa tras la carnicería.
Paris me abrazó, sentí su calor y me aferré con fuerza a sus brazos.
—Lo siento —murmuró a mi oído—. No voy a dejar que seas tú la que me deje. El rompecorazones soy yo. Siempre.
—A menos que sea con un clon tuyo —recordé que una vez había planteado tan hilarante situación.
Reímos juntos, y limpié una lagrimilla en mi ojo. Él se apartó cuando vio a Frank acechándonos a desde las hogueras, "qué demente" murmuró antes de irse.
Frank esperó hasta que Paris se reunió con el resto, para tomar la iniciativa y acercarse a mí.
—Es para ti. —Frank me entregó una bandeja de plástico con algo de carne—. Paris me dijo que se comió tu ración... creo que es la primera vez que cruzo palabras con él.
—¿Te dijo eso? —Vi a Paris a lo lejos—. Gracias, Frank.
Fuimos un poco más lejos, subimos a un acantilado, en donde toda la isla se veía pequeña y sus luces centellaban como estrellas. Podía sentirlo todo, las voces, los aromas, la armonía del mar.
Frank miró al cielo.
—¿Crees que vuelvan a atacarnos? —preguntó en un suspiro.
—Contamos con protección. —Mis manos se atrevieron a acariciarle el perfil—. Si Pandora y los gobiernos quieren cooperar con nosotros, tendrán que encargarse de los Nobeles.
—¿Y si Pandora nos traiciona? —inquirió más preocupado—. Si los Nobeles y ella se ponen de acuerdo. ¿Qué haremos?
—Lo tenemos en cuenta. —Lo rodeé con mis brazos, el miedo seguiría atormentándonos un poco más—. Trabajaremos en la isla hasta que no dependamos de nadie. Tenlo en cuenta porque necesitaremos tu ayuda.
Frank deslizó sus brazos por mi cintura. Su corazón palpitaba a una velocidad descomedida, calentaba su pecho, lo prendía fuego. El perfume de su piel me enviciaba como un narcótico, quería permanecer así todo lo que fuera posible.
Él acercó su rostro al mío, hasta que nuestras respiraciones chocaron, nuestros labios se atraparon en un beso, escandaloso y pausado.
—Me alegro —dije desprevenida—. Tenía tanto miedo que como anómala no pudiera amar. Tenía una visión tan distorsionada de ustedes...
Él me miró con extrañeza.
—¿Por qué creíste que no seríamos capaces de amar? —preguntó—. Sin embargo, hay algo de lo que no te percataste.
—¿Qué...? —escudriñé con intriga.
—Nos cuesta odiar.
Vi a mi alrededor, la paz reinaba como en ninguna otra parte del planeta. Era cierto, el rencor no existía, eso era lo que les permitía perdonar, seguir adelante y disfrutar de sus vidas, y ahora que yo estaba completa, lo entendía al fin. El odio, era solo humano.
El nuevo Festival de la Libertad siguió hasta el amanecer, y por primera vez en la vida me sentí en casa.
Fin.
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