9. Toro
"Me amedrentaba tener un toro de frente,
su masculinidad, su fuerza superior,
pero esta vez no estaba sola y
era hora de tomarlo por las astas".
Tuve pesadillas, o sueños estrambóticos. Me alegraba no recordar nada y dormir con placidez. Abrí los ojos un minuto antes que sonara el despertador. No reconocí el sitio ni recordaba mi situación, hasta unos pocos segundos más tarde, cuando me giré de lado y me topé con Frank. Él dormía, lanzado un suave ronquido.
—Frank... —susurré para ir despertándolo.
—Alegra... —respondió con una claridad que me dejó entumecida en mi sitio.
No solo me volvía a hablar, sino que recordaba mi nombre.
<<¡Diablos!>>
—Frank..., siento mucho lo que hizo mi padre. —Resolví que lo primero era pedir disculpas—. No tenía idea de nada, y sigo sin tener idea. Pero él te ha lastimado, los ha encerrado. Quiero llegar al fondo y enmendar cualquier mal que te hayan hecho...
Él hizo una leve pausa, pensé que ya no respondería, pero luego dijo:
—No es tu culpa.
Mis ojos se colmaron de lágrimas. Quería creer que no tenía culpa de nada, de verdad quería creerle, aunque para mí no era así, y sería difícil hacerme cambiar de opinión. La ignorancia con la que había vivido no tenía perdón.
El despertador sonó, y Frank arrugó su entrecejo en gesto de estar espabilándose. Empezaba a remolonear y a enroscarse entre las sábanas y cobijas. La charla llegaba a su fin.
Guardé mis dudas y mis lamentos para continuar, Frank me siguió. Era momento de la verdad. Buscar a Max era el siguiente paso marcado en mi libreta aunque me costara el orgullo. En este caso agradecía no estar sola, podría pedirle a Frank o a Paris que lo agarraran de las pelotas y así obligarlo a que largara palabra por palabra, por más dura que fuera la verdad.
El improvisado team de investigación me esperaba en el hall. Encogí mis ojos para ver en detalle algunas cosas que habían cambiado. Paris llevaba lentes oscuros y una chaqueta de cuero roja encima de su ropa negra; Bran tenía una mochila llena, no sabía con qué; Morgan llevaba un crucifijo muy grande y plateado y Dalila una cartera de leopardo.
—¿Derrocharon mi dinero? —pregunté tensionando mis falanges.
—Yo conseguí todo gratis, ¡gratis! —respondió Bran, en un gesto casi indignado.
¿Gratis? ¡Genial, un crimen más para añadir a la lista!
—Necesitaba un poco de estilo. —Paris lanzó una risita fastidiosa—. El líder de la manada debe sobresalir.
—Necesitamos protección divina... —rió Morgan jugueteando con su cruz.
No tenía caso quejarme, me encontraba en un espiral de descenso a la locura. Pedirles mesura o que actuaran de acuerdo a la situación era un imposible, y debía acostumbrarme antes de ser sobrepasada por situaciones que se escapaban a mis manos.
Subimos a la camioneta y arranqué con fiereza. Paris encendió la música, sonaba algo de punk, él dejó en esa estación comenzando a bailotear y cantar sentado en su lugar, como si se tratara de una provocación constante.
—"Hurry hurry hurry, before I go insane. —Paris cantaba cada vez más fuerte, creía estar al lado de un niño de tres años—. I can't control my fingers, I can't control my brain. Oh no oh oh oh oh..."
Los demás se mantenían más calmados, por momento miraba el retrovisor. Bran comenzaba a deshacer su mochila y a mostrar los objetos que, sin duda, eran robados de algunas tiendas. Perfumes, accesorios, ropa, incluso dulces.
Eran criminales con todas las letras, delincuentes sin una pizca de resentimiento. Asesinos despiadados, ladrones y perversos degenerados de todos los niveles.
¿Qué tan desesperaba podía estar una persona como para pretender su ayuda? Eran la clase de gente que habría evitado. Aunque luego recordaba que lo mismo había dicho de Max, aquel infeliz con el que me había enroscado una vez.
Entre divagues, fuimos ingresando a los suburbios de Marimé. Un sitio bastante turbulento en donde era mejor no llamar la atención, cosa que mis acompañantes no podían hacer.
—¡¿Qué es esta inmundicia, Conejita?! —preguntó Paris al sentir los baches del asfalto que nos hacían saltar en el lugar—. ¡No quiero que me asalten!
—Estamos llegando —respondí tranquila, viendo que la gente de los alrededores comenzaba a formar fila en el callejón de una puerta roja—. Y lo mínimo que podrán hacerte aquí es asaltarte. Así que cálmense si no quieren perder su vida.
Dicho esto, todos comenzaron a reír como si yo fuese una gran bromista. Luego recordé de lo que eran capaces.
Aparqué en un sitio un poco más solitario. Temía que al regresar me faltaran los neumáticos, el estéreo, o toda la camioneta. No tenía alternativa, debía dejarla allí.
Caminé al lado de Mamba y Frank. Las miradas curiosas no se hicieron esperar. Todas se clavaban como agujas sobre nosotros, sobre las chicas y los chicos. ¡Maldita chaqueta roja! Paris sonreía como si fuese una estrella de Hollywood en la alfombra roja, ¿por qué le costaba tanto comportarse? Resoplé agotada, era imposible. Aunque se comportaran no podían tapar el brillo que desplegaban al andar.
—Puta mierda —mascullé comenzando a transpirar—. Esto ha sido una pésima idea.
Terminaría muerta antes de finalizar la noche, lo daba por hecho.
—Tranquila, Bunny —Paris masajeó mis hombros de camino a la fila de ingreso. Su toque me relajó bastante—. Asesinaremos a cualquiera que intente ponernos un dedo.
Sus palabras volvían a tensionarme. La forma con la que hablaba de la muerte era liviana y fría.
—Paris, cierra el pico —balbucí—, ¿acaso tú no...?
<<Oh, ahí estás...>>
Ver a Max me cortó el aliento, transcurrían casi dos semanas desde que nuestra relación era historia, y él ya sonreía en el capot de su auto, donde una mujer despampanante besaba su cuello y le susurraba cosas al oído, de seguro obscenidades. Ella lo tomaba de sus bíceps tatuados y se deleitaba con sus toques salvajes. ¿Cómo había sido posible tener una relación con él? ¡Éramos tan distintos!
En un momento de mi vida lo había creído posible, que los polos opuestos se atraían, que su amor era real, que a pesar de los conflictos que surgieran encontraríamos el camino para ser felices por siempre. ¡Una pendejada!
Agité mi cabeza, no tenía caso en pensar en el "hubiera". La situación ameritaba seriedad, estaba en un lio de tamaño descomunal para pensar en un corazón roto. Tragué fuerte y lo vi levantarse para traspasar la puerta roja.
—Tu exnovio es un poco... —musitó Paris en mi oído— vulgarcito.
—Eres el menos indicado para decir eso —respondí, sin preguntarle como asumía que Max era mi exnovio. Estaba al tanto que podía leer mis gestos miserables—. Por cierto, debemos esperar para hablarle, al parecer luchará hoy.
Morgan, como un ente, se apareció entre nosotros. Traté de ocultar el susto que me dio.
—¿Luchará? —preguntó.
—Este lugar es un bar, y un sitio de peleas clandestinas —expliqué—. Max es el apodado "el invicto"; es la estrella de la noche.
—¡Qué fanfarrón! —soltó Paris—. Yo puedo acabarlo en un round.
En sus labios se dibujó una sonrisa soñadora y me guiñó un ojo. Max era un fanfarrón, y así, Paris le ganaba por lejos. No le seguiría contestando, me daba cuenta que hablar con él era una charla sin final.
Era el momento, traspasamos la puerta roja y el calor golpeó mi rostro.
El aroma a cigarro, alcohol y sudor se impregnó en mi nariz. Era intenso e insoportable. El barullo emergía de todos los rincones, la música tan fuerte distorsionaba la melodía hasta convertirla en un confuso ruido blanco. Había más gente de la que pudiera caber, por lo que pasaba entre el tumulto, siendo apretada por los cuerpos calientes.
Pude distinguir una mesa en un rincón, y nos dirigimos allí. Vi que Dalila y Bran sonreían más que antes, eran capaces de divertirse en un antro como ese. Mamba se mantenía un poco más austera, a su lado estaba Morgan, viéndolo todo con curiosidad. Paris se mantenía a mi lado, igual que siempre, vivaz y sonriente, sea en una jaula o en una casa repleta de cadáveres; lo mismo sucedía con Frank, a mi izquierda, mi corazón se aceleraba un poco al recordarlo pronunciar mi nombre.
Una mesera se acercó a nosotros, sonsacándome de mis pensamientos. En realidad no iba a pedir nada, Paris habló:
—Tres botellas de champaña, dos cervezas bien frías —enumeró pidiendo para todos.
—Y Pizza —agregó Dalila—, una para cada uno. Sin aceitunas, por favor.
—Saca los billetes, Conejita —dijo Paris.
A cada segundo, Paris me parecía menos lindo y más insufrible. No tenía opción, de todos modos debíamos comer, pero presentía que no podría engullir bocado con la maraña de nervios que habitaba en mi estómago, y, justo cuando me decidía por calmarme, lo vi otra vez. Max reía con algunas personas. Hasta que volteó, y nuestras miradas colisionaron. Era el momento.
Me levanté de mi silla y fui a él. La mueca feliz de Max se desvaneció al instante, se apartó de sus amigos. En cuanto nos cruzamos de manera intencional, él me tomó del brazo con brutalidad y me apartó de todo el mundo.
—¡¿Qué parte no entiendes, Alegra?! —reprochó, aprisionándome en un rincón—. ¡Deja de buscarme, idiota!
—No es lo que crees —dije tratando de zafarme, pero era inútil, me apretaba muy fuerte—. Necesito preguntarte algo.
—¡Nada! —bramó, lanzando su pestilente aliento a whisky—. No tenemos nada que hablar. Vete de aquí, no tienes nada que hacer en Red Door.
—¿Por qué no? —preguntó Paris, había aparecido en el momento más oportuno con Morgan a su lado.
Permanecí expectante ante sus presencias.
Max robusteció sus facciones y me soltó, luego me miró de forma interrogativa, claro no se imaginaba que yo podía tener acompañantes. Bueno, en eso tenía razón, el motivo por el cual estaba con chicos lindos era porque... eran homicidas y, a su vez, víctimas de un crimen que intentaba resolver. Casual.
—Vas a pagar por lo que hiciste a la Conejita —dijo Paris ensanchando su sonrisa, la misma sonrisa antes de matar a esas personas en mi casa—. Y vas a responder todo lo que te preguntemos.
—Carajo, ¿por qué eres tan molesta...? —siseó Max observando los alrededores—. Tengo una pelea. Llamaré a mi gente y saldrán de aquí por la puerta trasera en bolsas de basura.
Morgan rió como un histérico, y yo ya no pude pestañear, ¿nos amenazaba de muerte?
—Tendrás tu pelea —respondió Paris—. Si te gano, hablarás.
—No pelearé con un afeminado —respondió Max, viéndolo con desdén—. No tengo ni puta idea de quien seas; vete de aquí, les estoy dando una chance.
—¿Crees que te tenemos miedo? —preguntó Morgan—. ¿Te crees demasiado bueno en lo que haces?
—Soy el invicto de este lugar —dijo enarcando una orgullosa sonrisa—, puedo ganarles de un golpe a los dos.
—Este lugar no es más que un basurero —Paris se rió—. Si nos ganas nos iremos; si pierdes hablarás, ¿trato hecho?
Max me miró furioso, pero luego volvió a sonreír. Se tenía fe y yo tenía fe que moriría, moriríamos todos.
—Trato hecho.
Pelearían, y eso significaba más problemas.
Saber si mi manera de actuar era la correcta sería la mayor incógnita que me perseguiría por un largo tiempo. Esta vez me guiaba por mi olfato, mi instinto. Seguía a quienes decían ser "el trabajo de mi padre", creía en ello y suponía que, al igual que yo, eran víctimas en medio de intereses ajenos. Sin embargo, el sentimiento de ellos para conmigo debía ser diferente.
Por mi parte sentía vergüenza de los hechos producidos por mi padre, pena por los maltratos que habían recibido; impotencia por no evitarlo. Me invadía la congoja y la amargura, mi padre ya no estaba, y no creía correcto odiarlo por sus crímenes, tampoco lo podía llorar, no dejaba que las emociones fuertes me dominaran y me obligaran a cometer una locura, aunque la estuviera cometiendo sin darme cuenta.
Al borde del abismo, bamboleándome en la cuerda floja. Lo había perdido todo. Quería vivir, pero deseaba caer y que todo terminara.
¿Y ellos? Tenían miles de razones para odiarme, para denunciarme, para matarme como lo habían hecho con esos tipos extraños. No lo hacían, no por compasión, sino por prudencia. Aunque la prudencia no siempre se daba en todos los aspectos. No tenía idea de la resolución de la pelea entre Max y Paris. En realidad podía imaginarme a Paris perdiendo mi única oportunidad de conseguir información, podía imaginarme tener que cargar con su cuerpo apaleado. ¡Dios! Si tan solo hubiera cerrado el pico. No tenía idea con quien se metía, más allá que Paris fuera un sicario Max tenía su apodo bien ganado, entrenaba a diario mientras él permanecía en una celda mal alimentado.
Max no solo ganaba en las peleas clandestinas, él ganaba en todo, él me había ganado a mí. Yo había perdido con él.
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