Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8. Perro

"Como un perro me seguía a donde fuera luego

 de haberle dado unas migajas de compasión".


Corría y corría por un difuso pasillo negro, mis piernas eran como las de un elefante. El cansancio era una infernal tortura; cada vez que quería dar un paso sentía mi carne rasgarse. No podía avanzar, la fatiga me clavaba en la tierra, y ni el terror a la muerte me ayudaba a huir.

Giré mi rostro y los vi.

Sádicos y asesinos avanzaban a todo trote hacia mí, sujetando sus filos, rozando mi carne.

Frank me alcanzó, me dio un empujón que me tumbó al suelo. Quería gritar, gritar fuerte, quería pedir ayuda. Las palabras se me agarrotaban en la garganta. Él sonreía, por momentos se parecía a Paris o a Dalila.

Frank se relamió sus labios, se posó encima de mí y colocó el gélido cuchillo sobre mi garganta. La desesperación no me salvaría esta vez, mis lágrimas se escurrieron por mis ojos, y él presionó más el filo y lo sentí... la piel cortarse, una profunda herida comenzaba a borbotear sangre.

Era mi fin.

—¡No! —grité, levantándome de golpe.

Había sido una pesadilla, una terrible pesadilla.

Miré con velocidad a mis alrededores, era la celda subterránea. Las luces estaban apagadas y la puerta entornada. Podría haber pensado que me encerraban otra vez en modo de venganza. Tan solo al oír sus voces en la cocina me calmé.

Limpié el sudor de mi frente con el reverso de mi mano, y toqué mi corazón hasta que regresó a su ritmo habitual. Me levanté a hurtadillas y me acerqué a la puerta para escuchar mejor.

—El problema es cómo regresar —decía una voz profunda y calma, me pareció que era la de ese tal Morgan—. Es cuestión de horas para que empiecen a perseguirnos.

—¿A dónde regresarán? —preguntó Paris.

—A casa, pero por ahora no es buen momento —barbulló Dalila—. ¿Siempre estuviste solo, Paris?

—Sí... —dijo él, con un tono más calmado—. Nunca tuve necesidad de buscar a otros como yo, el último tiempo recibí una invitación, y ese fue el inicio de mis problemas.

Quería acercarme más, por momentos hablaban más bajo y no entendía nada. Por lo que crucé el pasillo, pero en cuando traté de atravesar la pequeña sala a la cocina, alguien me detuvo.

—Oye —dijo la mujer morena—. ¿Cómo estás?

Vi que tras ella venía Frank.

Los miré con pavor, y sentí mi corazón comprimirse con recordar todo lo vivido, incluso mi sueño. Tomé aire entendiendo que con miedo no solucionaría nada, y reparé en sus detalles. Ya no llevaba la bata de hospital, parecía haber tomado un baño, además llevaba ropa, mi ropa, que le quedaba ajustada para su prominente cuerpo; una blusa blanca y unos mom jeans. Frank también estaba limpio, y ahora vestía unos holgados vaqueros negros de mi padre, en conjunto con una camisa blanca y arrugada.

—¿Por qué volvieron aquí? —pregunté mirando a todos lados, con los nervios de punta.

Ella sonrió de lado.

—El olor a cadáver te dio vuelta la cabeza —respondió—. Caíste desmayada, no hay un lugar salubre donde acostarte. Además, es peligroso afuera. Vendrán por aquellos que matamos.

Tragué saliva y la miré con seriedad. Recordaba por qué me había desvanecido, era la culpa de ellos, de la carnicería. Ni los restos humanos me asqueaban más que su comportamiento mortuorio y enfermo. Ahora charlaban entre ellos como si de pelar una naranja se tratara. ¿Qué mierda les pasaba? ¿Qué clase de desquiciados eran? Mi vida pendía de un hilo a su lado.

—Tengo que irme de aquí —protesté, y ella me tomó del brazo.

La miré con odio y luego lo aceché al inexpresivo Frank de igual manera.

—Mamba —dijo ella—, ese es mi nombre. ¿De verdad pretendes irte sin oír nuestra parte?

<<¿Mamba? ¿Qué clase de nombre es ese?>>

—Nadie me dijo nada —rumié soltándome de un tirón, viendo a Frank mantenerse más que callado—. Fueron más los engaños que las palabras certeras. Lo resolveré sola.

Ella lanzó una suave risita y giró sus ojos hacia mí.

—Frank no habla estando despierto, no es a propósito —confesó—. Y, luego de lo sucedido, los demás están predispuestos a darte algunas respuestas a cambio de ayuda.

Inspiré tratando de pensar lo más rápido posible. Seguía con vida, era lo primordial, era claro que necesitaban de mí para escapar, para robarme, para sacarme información o tenerme de rehén. Yo también necesitaba de ellos para solucionar el crimen, ¿cooperarían? ¿Su información sería verídica? No tenía opción, debía aceptar por las buenas. Eran mis únicos testigos.

Caminé de mala gana a la cocina donde todos hablaban, bañados y vestidos con ropas que halladas en mi hogar. Las miradas suyas se posaron en mí como si fuera la desubicada. "Conejita" ese apodo de mierda me quedaba bien, así me sentía, una pequeña presa rodeada de verdugos, enfermos de sangre fría.

—¡Conejita! —Paris se acercó a mí y me rodeó con sus brazos. Mi cuerpo se mantuvo rígido—. No estés así. Lamentamos lo que presenciaste, pero esta es la verdad.

Paris me soltó y yo me aparté de él.

—¿Qué quieren de mí? —pregunté—. Mi padre está muerto, así como sus captores.

—Queremos explicarte quienes somos —interrumpió Bran, era la primera vez que me hablaba, su voz era suave, muy distinta a la dureza de su novia.

—Son producto de las fecundaciones artificiales —respondí—, y unos psicópatas. Al parecer son los que salieron fallados.

Dalila lanzó una divertida carcajada en la que vi hasta sus muelas.

—¿Fallados? —indagó elevando su mentón—. No querida, no somos personas experimentales, fuimos hechos a plena conciencia de este modo. Lo malo es que tu padre olvidó decírselo a los nuestros progenitores; olvidó decirles el detalle de cómo nos hizo, por qué nos hizo así.

¿Cómo y por qué? En un laboratorio, porque sus padres no podían procrear por sí mismos y su deseo de prolongar su estirpe era más grande que la de adoptar a algún niño necesitado. Esas eran las respuestas que yo tenía, sin embargo no era la respuesta final.

—Las clínicas de tu padre han fecundado miles de personas —comenzó diciendo Morgan—. Él aprovechó unos cuantos idiotas desesperados para experimentar, e ir más allá de lo permitido por la ética médica y social.

No me agradaba que lo difamaran cuando ya no podía defenderse, pero tampoco podía negar que lo que escuchara de él, de ahora en más, podía ser más que verídico.

—Solo quiero saber por qué nos encerró —musité—. Quién lo asesinó. Nada más.

—Te lo dijo —comentó Paris elevando sus cejas—, para protegernos de quienes querían robar su trabajo, su propio círculo de gente. Somos su trabajo, y quienes lo mataron fueron esas personas que querían sobrepasar su autoridad.

—¿Y por qué los golpeaba...? —pregunté bajando la mirada—, ¿qué es lo que quería de ustedes?

—El paradero de todos —respondió Dalila—. Fueron miles de personas fecundadas, muy pocos tuvieron hijos como nosotros, pero los suficientes como para formar una red de contención. Hace años robamos la base de datos de tu padre, y con ello ganamos la forma de contactar y proteger a todos los anómalos.

—¿Anómalos? —pregunté.

—Nosotros somos anómalos —dijo Mamba—; aunque es un término erróneo, una anomalía no es intencional, las nuestras sí lo son.

—El problema es que me ha golpeado en vano —farfulló Paris—. Yo nunca llegué a conocer el "santuario" los nuestros, nunca conocí otros como yo. Así que, a pesar que solo recibí una invitación, decidí ocultar todo tipo de información a Hyde.

—Frank y yo venimos de otro sitio —añadió Mamba mirándome a los ojos—. Nunca llegamos a ningún santuario de anómalos. Estuvimos secuestrados por quienes asesinaron a tu padre, y luego la gente de Hyde nos trajo a este pozo. Supongo que tu padre estaba en medio de una guerra de intereses en donde no somos más que peones.

—Ni siquiera somos peones —masculló Morgan—.Somos el botín.

Me senté en una silla y froté mi rostro con fuerza. Trataba de armar el mapa de la situación, pero ¿era posible que mi padre experimentara con personas sin su consentimiento? En todo caso, ¿qué era un anómalo? Ellos no me daban mucho detalle sobre lo que los hacía especiales, ¿su frialdad al asesinar? Eso no era la gran cosa, cualquier psicópata podía ser más retorcido que ellos.

—Creo que es demasiada información —dijo Mamba alcanzándome un vaso de agua, tenía razón, al principio me quejaba por no entender nada y ahora la cantidad de datos me abrumaban.

—No se altere, detective —dijo Paris, en tono bromista—, vas a obtener las respuestas..., paso a paso.

Ya estaba al tanto que de verdad podía leer mis gestos. Por otro lado, pensaba en que tenía razón. Toda una vida de mentiras no podía resolverse de un momento a otro. Primero lo primero.

Salimos de aquel sitio debido a mi petición. Amanecía en tonadas violáceas y rosadas, sería un lindo día. La ventada mañanera me acarició de un golpazo, el fresco de la madrugada puso mi carne de gallina. A pesar que los días comenzaban a ser más cálidos, el impacto se hizo notar en mi organismo, se sentía bien. Los días eran largos en ese pozo, nada superaba la libertad.

Al ingresar a la casa tuve que tapar mi rostro otra vez, y no solo fue por el olor. En medio de la sala los cuerpos desnudos y cercenados estaban dispuestos en forma de pirámide, mi padre estaba en la cima, sentado como faquir. Las moscas, escarabajos, ciempiés y cucarachas les revoloteaban, incluso me había parecido ver una rata esconderse al encender la luz. Era una blasfemia, un insulto, una provocación. ¿En qué cabeza cabía haber convertido la escena del crimen en una obra postmoderna de ultratumba?

<<¡¿Por qué?!>>

Me guarde los cuestionamientos, me tragué querer saber la apología a tanto sacrilegio.

—¿Te gusta mi pirámide humana...? —me susurró una siniestra voz al oído.

Salté sobre mis talones y me topé con los dientes afilados de Morgan, luego lo vi a los ojos negros, tan negros como la muerte misma. Mi pavor se reflejaba en sus irises, ¿él había apilado los cuerpos?

—¿Te... tenían celulares, GPS... laptops? —balbuceé, yendo al grano.

—No, no, no —respondió Bran, parecía molesto—. Nada que valiera la pena robar. Revisé todo. No trajeron nada. No querían ser rastreados. ¡Qué fastidio! Tan solo unas míseras monedas de fantasía, ¡fantasía!

Bran me mostró las monedas que había encontrado, las reconocía, eran réplicas del premio Nobel, mi padre tenía algunas que le daban como suvenir en sus reuniones con sus pares.

—Todo apunta al club de nerds de tu padre —dijo Paris a mi oído—. Son los únicos sospechosos.

—El objetivo final no era asesinar a mi padre —dije—, el objetivo era robarle su trabajo, así que esto no ha acabado. Vendrán por ustedes. Por ello debo llegar al fondo de esto. Que la policía no esté en este sitio, con la cantidad de muertos que hay, es indicio que un poder mayor se esconde en el caso.

—No podrán con nosotros —musitó Dalila, vi que llevaba mi vestido preferido, solo que le quedaba mejor—. Y una vez que estemos en casa, perderán nuestro rastro.

—Pueden hacer lo que les plazca —resolví, viendo los alrededores con un dolor angustioso en mi garganta—. Yo no he acabado.

No quería ablandarme ante la desastrosa postal, no quería ponerme a pensar que ese sitio, rodeado de muerte y putrefacción, era mi hogar, el cálido hogar que me había acogido mi vida entera, el lugar que me había visto crecer, jugar, reír... Por el momento debía afrontar que la devastación lo consumirían de la peor manera, ya no existía forma de quitar la sangre de los suelos y muros, la fermentación pútrida del ambiente no se iría ni en cien años. No importaba si no creía en fantasmas, de ahora en más ese lugar estaba maldito.

Decidí buscar mis cosas. Mi cartera con dinero y mis documentos.

Mi celular y mis objetos electrónicos habían sido robados, por suerte conservaba mi tarjeta y las llaves de la camioneta más amplia de mi padre, esa que empleábamos para ir de vacaciones, esa que casi nunca usábamos.



A las siete de la mañana las calles de Marimé eran tan desoladas como en un apocalipsis zombi. Las ciudades pequeñas eran así, las horas de sueño se respetaban, nadie andaba ni muy tarde ni muy temprano.

Conduje con precaución hacia el centro de la ciudad, donde hubiera más gente y fuera más fácil escabullirme. La policía no aparecía, nadie había denunciado la muerte de un montón de personas, nadie se alertaba por los disparos, lo cual fortalecía mi idea de que no hallaría auxilio en la justicia local.

A mi lado, Paris descansaba en el asiento de copiloto. En la parte trasera, Bran sostenía a Dalila encima de sus piernas, Morgan, Mamba y Frank iban un poco más apretados, podía verlos por el retrovisor. No se hablaban, no sonreían, no se comunicaban de ninguna forma. Era gente rara, las dudas sobre ellos me consumían la psiquis, ¿qué había hecho mi padre con ellos? No solo se trataba de belleza y salud, tras esa perfección existía algo que me incomodaba demasiado, eran la parte del misterio que me más daba miedo descubrir.

—Bajaré aquí, quédense en su lugar —ordené aparcando en el centro comercial, recién empezaba a abrir sus persianas.

—¿Me comprarás mi latte con croissants? —preguntó Paris desperezándose en su asiento—. Tengo hambre, necesito que me alimentes.

Conté hasta diez, cerré los ojos y los volví a abrir con más calma. No me explicaba cómo hacían para estar tan frescos como lechuga luego del múltiple homicidio. No solo carecían de empatía, sino que carecían de lógica, de miedo, de una pizca de sentido común.

—Debo retirar dinero del cajero —los miré de reojo—, y luego comeremos.

—Voy contigo —se apresuró Dalila—, no vaya a ser que cometas una imprudencia.

—No llamaré a la policía —siseé inspirando al cielo—. Confío menos en ellos que en ustedes.

—Yo también voy —añadió Mamba, con aires relajados—, deberías comprarnos algo de ropa que nos quede mejor.

Las miré con cuanta tirria pude, no se trataba de una salida de chicas al shopping, se trataba de escapar de la muerte. Detuve el motor, quité las llaves de la camioneta y bajé del vehículo de mala gana. Ellas me siguieron con el mismo paso. La tensión nos mantenía una apartada de la otra. Finalmente decidí delegar tareas. Entregué un manojo de dinero a cada una.

—Compren la ropa y llévensela a los chicos —mandé. Dalila arqueó su ceja y apretó sus labios, pero tomó el dinero. Mamba también lo hizo—. Iré a resolver algunas cuestiones. Los espero en el patio de comidas.

—¿Qué vas a hacer? —irrumpió Dalila.

—Llamaré a la única persona que me podría aportar datos... —admití—, mi exnovio.

No tenía intenciones de mentir, las personas muertas en mi casa eran conocidos de Max. Suponía que seguía con vida, eso esperaba, era la única vía que encontraba para seguir con mi investigación.

—Allí nos veremos —Mamba sonó relajada.

—Te estaremos vigilando —añadió Dalila, volteándose de un modo que su cabellera se bamboleó.

Caminé hacia el cajero automático. Debía retirar bastante dinero para moverme en la ciudad, lo hice teniendo en cuenta que podía ser rastreada, de todas formas no tenía otra alternativa, no era como si pudiera ir robando y acumulando crímenes por ahí.

Noté que la tienda de electrónica tenía las persianas abiertas y compré un teléfono, el más simple y barato. Pedí que me lo cargaran mientras, en la farmacia de al lado, compraba unas pastillas para dormir, por suerte llevaba la prescripción en mi bolso. Si alguien quería hallarme lo haría de inmediato con la cantidad de rastros que dejaba, por eso mismo debía adelantarme a los hechos.



Con las manos temblándome, marqué el número de Max, ese número que sabía de memoria luego de tantas llamadas y mensajes, en lo que había sido el mes más idiota de mi corta vida.

Llamaba, no tuve que esperar demasiado.

—Hola, ¿sí? —dijo su profunda y áspera voz.

Mi pecho se estrujó. Era un golpe directo al estómago y al corazón.

—¿M...Max? —pregunté con un nudo en mi garganta.

Un silencio se prolongó algunos segundos.

—¿Qué quieres, Alegra? —indagó con esa petulancia que me destrozaba, con esa indiferencia que me disminuía.

—Necesito hablar contigo.

Él lanzó un fuerte suspiro que demostraba el fastidio de oírme.

—No quiero.

—Max, por favor...

—Ya no molestes, Alegra.

El hijo de perra me colgó, quise llorar. Traté de llamarlo un par de veces y no volvió a atender. A lo mejor pensaba que pretendía atosigarlo con un "volvamos a estar juntos", pero no. Lo que me llevaba a llamarlo era una situación de extrema delicadeza, una situación tan espantosa que todavía la procesaba como si se tratara de un sueño, algo irreal.

No tuve más remedio y regresé con los únicos seres que contaba, con esas personas que no sabía hasta donde estarían de mi lado, hasta donde aguantarían sin matarme.

El grupo de psicópatas comía muy a gusto, como si todo se tratara de una salida recreativa y no de un caso que resolver a contrarreloj. Cuanto más los miraba, más parecían una pintura surrealista de Dalí, deforme y pintoresca. Me senté en una silla dispuesta para mí, incluso me habían pedido un café. Ellos ya desayunaban, vistiendo con sus ropas nuevas, casi todas oscuras, o de colores neutros.

—¿Qué tal la charla con tu novio? —preguntó Dalila, fingiendo una grácil sonrisa, aferrada al brazo de Bran.

Hice mi café a un lado, no podía comer nada.

—No pude hablar con él —susurré, comencé a morder la uña de mi pulgar—. Pero lo buscaré, sé dónde puede estar. Necesito que me dé información.

—¡Todo irá bien! —soltó Paris dándome una palmada suave en la espalda.

—A mí no me interesa resolver ningún crimen —confesó Dalila—. Bran, Morgan y yo queremos asegurarnos que nadie nos sigua para poder volver a casa.

—¡Dal, no seas tonta, tonta! —Bran pareció alterarse, abrió sus ojazos rojizos como si hubiera escuchado lo peor del mundo—. ¡Nos seguirán! Pondremos a todos en riesgo, ¡habrá una matanza! No tendremos escape, ¿entiendes eso? ¡¿Lo entiendes?! —repitió con énfasis.

—Exageras, como todo —Dalila se cruzó de brazos.

—Treinta y cuatro cuerpos, cincuenta y tres balazos, ningún policía en siete kilómetros —enumeró Bran—. Doscientas cámaras de vigilancia a la redonda, ¿no te parece extraño? ¡Nos están dejando huir para seguirnos a casa!

—Coincido con Bran —expuso Morgan—. No podemos regresar, no podemos arriesgar a todos cuando fue nuestra decisión estar aquí.

—¡Solo debemos estar listos para contraatacar! —Dalila golpeó la mesa con furia—. Conservaremos la vida.

No entendía bien, solo que se trataba de un desacuerdo. Paris me miró y se encogió de hombros. Observé a Frank, comía pastelitos de crema, saboreando, deleitándose con su dulzura. Mamba sorbía su café, ignorando todo.

—La perderás igual, Dal... —comentó Morgan muy relajado—. Con la diferencia que, si vamos a casa, arriesgaremos a todos. No podemos hacer eso.

—¡Estamos muertos, Dal! ¡Muertos! —añadió Bran—, desde el momento que Hyde nos raptó nuestras vidas acabaron ¡¿Y sabes por qué?! ¡¿Por qué?! ¡Fue tu culpa! ¿Quién insistió con irse a enfrentar la realidad? ¡Nada es suficiente para ti! ¡Nunca!

<<Ay, no... una pelea marital>>.

—¡¿Mi culpa?! —Dalila se levantó de sopetón—. ¡Yo no te obligué a que salieras de tu precioso basurero, yo no obligué a Morgan a seguirnos! ¡Ese maldito día...!

Dalila se dio la vuelta con furia y se apartó de la mesa. Bran fue tras ella, tan veloz como arrepentido. Morgan rió negando con la cabeza.

—Por eso no tengo pareja... —musitó Paris a mi oído—. Es tan problemático, demasiadas peleas y poca fornicación.

—Siempre es lo mismo con ellos, él es un paranoico y ella una violenta —rió Morgan. Así y todo funciona bastante bien para ser dos carroñeros.

—¿Y cuál es el problema? —indagó Mamba.

Morgan ladeó su cabeza blanca sin deshacer la felicidad de su mueca.

—Supongo que no es un secreto —dijo pensativo—, estuvimos escondidos mucho tiempo hasta que decidimos venir ala ciudad por cuestiones... imprevistas.

—Y fueron capturados —susurró Mamba y mi estómago se estrujó.

—En efecto —asintió el tipo albino—. Llamamos mucho la atención entre humanos comunes, muy pocos logran escabullirse en la multitud y controlar sus impulsos a fin de llevar una vida normal.

—Lo mismo me sucedió a mí —confesó Mamba mirando fijo su bebida—, yo no me crié en ninguna comunidad de anómalos, buscaba respuestas sobre mi origen y terminé en manos de quienes pretenden algo malo.

—¿Algo malo? —indagué enarcando mis cejas.

—Mira —ella clavó su oscura mirada en mí—, dejaron el cerebro de Frank como papilla, y si no hubiese existido un conflicto entre esas personas y tu padre, yo estaría igual que él.

No era mi padre el culpable del mutismo de Frank, Mamba confesaba que se trataba de sus antiguos captores. Sin embargo, seguía sin comprender que era lo que habían hecho de él y con qué objeto.

—¿No pudiste averiguar que busca esa gente? —indagó Paris.

—Usarnos para su conveniencia, es obvio —expuso con claridad—. Para ellos no somos humanos, somos ratas de laboratorio. ¿Quiénes son? ¿Cómo lo harán con exactitud? ¿Para qué? ¡No sé! Estuve poco tiempo hasta que la sede fue atacada y la gente de Hyde nos tomó. Ni siquiera supe dónde nos tenían enjaulados.

Una pausa silenciosa e incómoda se hizo entre nosotros. Tras un rato, Bran y Dalila regresaron más calmados, suponía que habían charlado hasta ponerse de acuerdo, me daba igual.

Partimos del centro comercial hasta un motel de paso, allí nos quedaríamos el resto del día hasta que fuera la hora de ver a Max. Él tenía la mala costumbre de participar en la lucha libre para ganar dinero, era su única habilidad, la cual le había costado algunas neuronas. Sabía que estaría allí, en los suburbios de Marimé. Si no peleaba, pasaba el rato con sus amigos, con sus chicas. No era el sitio más agradable del mundo, no tenía opción.

Pagué las habitaciones y me encerré en la que era para mí. En la habitación contigua dormía Paris y en frente estaba Mamba y Frank. Me preguntaba si ella le hablaba cuando él dormía, si sabía más cosas de él. Recordaba el pavor de aquel primer encuentro con Frank, y ahora lo único que sentía era pena y culpa. Culpa por todos esos crímenes cometidos por mi padre, a los cuales el karma se los cobraba con su propia vida.

Me recosté en la cama. Era un sitio bastante humilde y barato; muros blancos, sábanas beige, muebles de pino... daba igual.

Busqué una libreta en mi bolso, y continué con las bitácoras hechas en el muro del refugio subterráneo a fin de poner en orden mis ideas.

Cuando acabé de anotarlo todo ingerí algunas pastillas y me dispuse a dormir, en eso alguien tocó la puerta. Me levanté con el temor impostado.

—Soy Mamba —dijo ella, antes de que preguntara.

Respiré aliviada.

Abrí la puerta y mis ojos al verla en compañía de Frank.

—Quiere quedarse contigo —dijo ella, viendo a Frank de pies a cabeza. Él me miraba como siempre, y yo no lo entendí—. Le cerraste la puerta en la cara.

—¿Cómo puedes saber lo que quiere? —farfullé—. No dice nada, y su rostro no es el más expresivo.

—Lo conozco tan poco como tú —dijo ella, echándole una ojeada—. Debes prestarle atención, él te la presta a ti, y atiende a tus necesidades si cree que lo mereces.

Encogí mi entrecejo, ¿podía ser cierto? Mamba sonrió y arqueó una ceja.

—¿Hiciste algo por él? —me preguntó ella—. ¿Algo que valiera la pena?

La respuesta era fácil.

—Le salvé la vida en un ataque de epilepsia, lo saqué de la celda y curé sus heridas —enumeré—; luego lo invité a estar conmigo, ver televisión, comer, dormir... Confié de más.

Ella lanzó una risita, hablar con Mamba me relajaba, actuaba de modo humilde, a comparación de los demás.

—Cuida de él, a mí me saca de quicio —dijo ella dando un empujoncito a Frank y volteándose para irse—. Es como un niño, y yo... ¡odio los niños de un modo que no imaginas!

Mamba se fue a su habitación y tuve que dejar pasar a Frank conmigo. Las pastillas comenzaban a hacerme efecto, así y todo me preguntaba si era verdad que Frank me quisiera a su lado. Me costaba mirarlo, hablarle como antes. Me sentía en falta por acusarlo, por todo. No obstante, él no demostraba resentimiento, ni nada. Se acostó en la cama y dejó un espacio para mí.

Con cierta timidez me acomodé a su lado, respiré un poco más aliviada, a lo mejor sintiéndome protegida. Las oportunidades de matarme le sobraban y yo seguía en pie.

Nos tapé con esa fea cobija y mis ojos se cerraron antes que pudiera darme cuenta. A pesar que deseaba ver dormir a Frank, para esperar una palabra suya, yo me desplomé cuando lo oí barbullar un conteo.

—Cero, ciento once, cero, cien; cero ciento once doble cero diez; cero once cuatro ceros uno... —así siguió, como una canción de cuna.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro