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6. Moscas

"La podredumbre tomaba la forma de múltiples 

moscas que revoloteaban y se amontonaban, 

dibujando espirales zumbantes en la muerte que  jamás olvidaría".


Una vez dicho mi nombre, una vez habiéndolos liberado, una vez que Paris desistía de matarme o violarme, y Dalila se resignaba, les mostré el resto de "mi jaula", precisamente la habitación, donde podía apreciar en vivo y en directo la podredumbre de mi padre en el monitor, a fin de confesar todo.

—Me encerró hace pocos días con el pretexto que me protegía —comencé diciendo, mientras Paris y Dalila examinaban la imagen—. Me reveló que los suyos querían robarle su "trabajo". Peleamos duro la última vez, le pregunté si mi libertad valía más que eso.

—¡Por supuesto que su trabajo vale más que tú! —exclamó Paris muy jocoso—. ¿Sabes cuántos millones de dólares salí? ¡Soy un hijo de alta gama! Mi ADN tiene de lo mejor, soy perfecto.

Era verdad, mi padre se encargaba que las parejas y mujeres, con dificultad para tener hijos, los tuvieran mediante una "recombinación artificial genética". Él podía modificar el código genético y construir un humano a medida; sin enfermedades de ningún tipo, inteligente y por supuesto con los mejores rasgos de su árbol genealógico, la eugenesia pagaba mis lujos. Él no había sido premiado por eso último, que podía parecer no ético para muchos movimientos religiosos y de todo tipo; él era reconocido por sus aportes en general. Sin embargo se cerraba un interrogante, la belleza y perspicacia de esos tres no era casualidad, eran producto de un perfecto cóctel hecho por el mejor barman.

—Pese a todo, uno le salió fallado —miré a Frank de reojo—, ¿de verdad no hablas nada? —le pregunté.

—Dudo que sea una falla de Hyde —comentó Dalila, viendo del mismo modo al inexpresivo Frank—. El "trabajo" de tu padre, viene siendo robado hace mucho tiempo. Tengo la leve conjetura que el comportamiento de Frank es producto de algo externo.

—Si ya estaba siendo robado, ¿por qué ahora hizo esto? —pregunté.

Tanto Paris como Dalila se encogieron de hombros.

Miré a Frank, se mantenía igual que siempre; como un fantasma, sin decir nada, sin turbación en sus agraciados rasgos. Sin embargo seguía sin explicarme cuál era su problema. Él entendía, lo sabía; me protegía, hablaba dormido, y podía hackear las computadoras. Ahora pensaba que lo había hecho en plan de ayudarme a encontrar respuestas.

—¿Por qué me hiciste desconfiar de él, Dalila?

—No lo conozco —respondió ella—, si seguían volviéndose cercanos, nada me aseguraba que abriera la boca y dijera algo inapropiado.

—Bien, ¿ me dicen que era eso que no podían decir?

—¡No! —soltó Dalila, frunciendo ligeramente su ceño—. Esto puede estar siendo grabado, vigilado y nada me asegura que de verdad eres Alegra Hyde.

Giré los ojos con fastidio, no podía creer hasta qué punto era desconfiada. De todas formas ya no tenía tanta importancia para mí, tenía demasiadas cosas nuevas que resolver.

En primer término, decidí confiar en ellos, por el simple hecho que los consideraba mi único método de escape. Así que resolví mostrarles las cámaras de la sala de supervisión.

—En un principio tenía tres pantallas encendidas —comenté mostrándoles las imágenes—. Luego de que Frank hiciera lo suyo, todas lo estuvieron. Por lo visto hay más celdas tras la puerta, y mi casa es un campo de guerra.

—¡Maldición! —gruñó Paris, viendo a los cadáveres en las salas—. ¡Yo quería matar a esos hijos de puta!

—¿Son los que te golpearon? —pregunté.

—¡Sí, y en mi hermoso rostro!

Paris lo hacía sonar todo como un gran chiste. Había soportado el encierro y los maltratos durante un mes entero, así y todo lucía radiante, divertido y enérgico. No obstante, difería del modo en que había conocido a Frank, asustado, maltratado, entristecido..., mi padre también era parte de ello, cómplice de algo pavoroso. En mi mente lo juzgaba aún, seguía sin existir excusas para sus acciones, pero ya estaba muerto y no podía defenderse.

Dalila hizo una mueca torcida y habló con más calma:

—En fin, sólo debemos abrir la puerta al final del pasillo y escapar de este pozo infernal.

Coincidía con ella por primera vez. Los misterios podían esperar un rato más. Teníamos que salir cuanto antes.

Paris y Dalila comenzaron a analizar la dura puerta de metal, viendo cómo podían forzarla, considerando que no tenía siquiera un utensilio de metal para insertarlo en la cerradura.

Con Frank estábamos tras ellos, que pretendían hacer el trabajo por sí solo. Suspiré agobiada, por momentos veía a Frank enajenado, fuera del espacio y tiempo. Si de misterios se trataba, Frank era uno muy grande.

—Lo siento, Frank —barbullé viendo a mis pies—. Siento mucho todo, lo que ha hecho mi padre, lo que te hice al encerrarte. Y gracias, gracias porque si no fuera por ti seguiría esperando frente al monitor, porque si no me protegías Paris hubiese avanzado más...

Levanté la vista y crucé mi mirada con la de Frank. Mordí mi labio con fuerza y volví a bajar la vista. La vergüenza me consumía a pesar que tenía mis validos motivos para no creer nada de nada.

—¡Listo! —Interrumpió Paris al momento que la puerta rechinaba abriéndose ante nosotros.

—¡Gracias al cielo! —Di un brinco de la alegría—. ¡¿Cómo lo hicieron?!

—Cuando me atraparon... —respondió Paris, en un tono cómplice—. Guardé unas horquillas en mi recto en caso que tuviera que forzar puertas. Lamentablemente no me sirvieron, ¡hasta ahora!

—No inventes mentiras tan repugnantes —dije sin creer una palabra—. ¿Crees que todo es un puto chiste? No eres gracioso, eres insoportable.

Paris se encogió de hombros.

Lo importante era que la puerta estaba abierta.

Una enorme y oscura sala se abría ante nuestras miradas. Era un gigante sitio en penumbras, una brisca gélida se arremolinaba queriendo escapar de allí. Nuestras voces y pasos resonaban a coro en tanto mis pupilas comenzaban a distinguir lo que me rodeaba.

Encontré el interruptor sobre la pared y lo encendí. Los tubos de luces fueron encendiéndose de a uno hasta revelarnos la imagen del predio.

<<Oh, carajo...>>

Las tres celdas se iluminaron, tres prisioneros más esperaban ser rescatados.

—¡Bran, Morgan! —clamó Dalila con desesperación, yendo a las celdas y abriéndolas antes que pudiera detenerla.

—¿Quiénes son? —pregunté a Paris, quien se mostraba bastante indiferente.

—No tengo idea —respondió meditabundo—. No conozco a nadie, siquiera conocía a Dalila hasta llegar aquí. De hecho, nunca había visto a otros como yo.

—¡Frank! —se oyó clamar a una voz femenina.

Frank abrió sus orbes grises y se dirigió con un paso acelerado y certero a una celda, la cual no dudó en abrir.

Paris me miró y yo lo miré a él. Alguien conocía a Frank: una mujer.

Ella salía de su jaula, vestida con el mismo camisón color azul tiza que todos poseían.

Morena, piel oscura como un café fuerte; brillante, como si llevara azúcar pegada en su ser. Sus rizos oscuros, en un enorme afro, caían hasta su cintura ceñida, adornando su figura de reloj. Alta, al menos dos cabezas sobre la mía, labios turgentes y mirada color chocolate. Tomaba a Frank de los hombros y respiraba con un gesto de alivio.

—Tú... —los interrumpí—. ¿Conoces a Frank...?

Si ella sabía hablar podía decirme que era lo que le sucedía, podría darme más datos de él. Sin más, sucedió como lo esperaba. La mujer morena me miró con hosquedad, también repasó a Paris con el ceño sutilmente plegado.

—Lo conozco —farfulló, su voz era gruesa y bastante tenebrosa—, pero a ti no.

Mordí mi labio y giré mis ojos, no pretendía insistir con esa extraña. Frank, a pesar de haberla liberado, seguía como siempre.

De repente, los gritos de Dalila nos espabilaron a todos.

—¡Bran! —exclamaba sosteniendo a un joven ensangrentado entre sus brazos.

Nos acercamos a ellos. Al lado de Bran, estaba el otro joven: Morgan. Éste era espeluznante, tanto como todos. Muy blanco, podría decir que era albino, con la diferencia que sus ojos eran de un intenso negro, parecía no tener pupilas. No quise mirarlo mucho, no tenía intención en reparar en sus detalles. Más importaba "Bran".

Ese muchacho, a diferencia de todos, estaba maniatado y con los ojos vendados. Su cabello ondeado y negro era una maraña confusa, su piel blanca se pintaba en violáceos cardenales. Su cuerpo magullado e inconsciente yacía en los brazos de Dalila, quien demostraba tener una pizca de sentimientos al gotear algunas lágrimas por él.

—¡Vas a pagar caro, Hyde! —gritó Dalila.

No pude negar que la sangre se me heló. Allí todos eran mis enemigos, era la hija del "malo". La mirada oscura de Morgan se posó sobre mí, también la de aquella mujer morena, ahora sabían mi nombre y con ello de quien era hija.

—¡No la miren así! —Paris se interpuso entre los nuevos reclusos y yo—. Un hijo no debe pagar por los crímenes de un padre.

—Podría ser cómplice de lo que nos pasó —dijo Dalila, deshaciendo las ataduras de Bran—. ¿Por qué la defiendes?

Yo también quería saber por qué Paris había desistido de matarme.

—¿En serio me lo preguntas, Dal? —inquirió irónico—. La Conejita es nuestro boleto de salida, una carta comodín. Puedo contenerme con ella, lo cual es una ventaja.

Así que era eso, no se trataba de amabilidad, sino de estrategia. Dalila demostraba su disconformidad en un gesto de profundo odio, y yo no tenía el atrevimiento de decir "no es mi culpa", porque me sentía responsable de ser la hija de Edgar Hyde.

—¿Alegra... Hyde? —preguntó Morgan, el chico blanco, inspirando con fuerza el aroma que me envolvía. Mi cuerpo se removió al oírle pronunciar mi nombre con su gélida voz—. Eres bastante peculiar... —Morgan hizo una pausa dramática y relamió sus labios.

Lo miré fijo, sin saber bien que responder. Claro, a mí me habían hecho de la forma natural en una lotería de pésimos genes, no en un laboratorio seleccionando lo más apropiado para deslumbrar en una pasarela. Eso se podía notar a simple vista.

—¡Cierra el pico, Morgan! —estalló Dalila—. ¡Ayúdame con Bran!

Preferí mantenerme al margen mientras se ocupaban del joven convaleciente. Por otro lado, debíamos buscar la salida. Frank comenzó a seguir a la mujer morena, que le hablaba por lo bajo, me molestaba, parecía más sospechoso que antes.

—Vamos, Conejita... —Paris se apareció en mi espalda y susurró a mi oído. Sus brazos rodearon mi cintura y nuevamente me sentí en peligro—. Debemos buscar la salida.

—Te agradecería que no me tocaras —traté de zafarme de su agarre, no pude hasta que él me lo permitió—. Si quieres matarme hazlo de una vez, si quieres información te la daré, me da igual, solo mantente alejado de mí.

Paris lanzó una de esas risitas que tanto me irritaban, quería a golpearlo, pero tuve que soportarlo tras mi espalda. Al menos me ayudaba buscando la salida, y él tenía la forma de abrirla con las horquillas que guardaba en su culo.

—Está es la salida —indicó la mujer que acompañaba a Frank.

Ella señaló el techo en un rincón apartado. Una escalera sobre la pared llegaba hasta el mismo en donde se hallaba una escotilla.

Desde el primer instante supuse que se trataba de un lugar subterráneo, ahora podía confirmarlo. La morena indicó algo a Frank, y él comenzó a subir por las escaleras, golpeó varias veces la entrada hasta que esta se abrió por completo.

—¡Preciosa libertad! —exclamó Paris, apresurándose a subir junto a la mujer y Frank, yo fui tras ellos; y más atrás venían Dalila y Morgan ayudando a Bran.

<<No lo puedo creer, voy a salir>>.

Pensaba que mi estadía en ese pozo sería eterna, pero no. Nada resultaba como creía, nunca lo hacía.

Me apresuraba a ascender por las escaleras; y, cuando tuve la cabeza fuera de la escotilla, percibí un ambiente familiar..., muy familiar.

Era de noche, las penumbras envolvían una pequeña casilla que funcionaba de depósito para los artilugios de jardinería.

Conocía el lugar, lo conocía desde siempre, ¿lo conocía?

No podía decir que conocía nada de lo que creía conocer, pero ese sitio era parte de mi hogar.

Un día cualquiera mi vida acababa patas para arriba. ¿Habría podido dilucidarlo con anterioridad? Mi padre me había privado de mi libertad en un loft subterráneo con personas, personas a las que llamaba "peligrosas", las cuales no eran más que producto de su cocina genética. Al mismo tiempo, decía que querían robarle el trabajo de su vida, y ello ameritaba torturar, mentir, privar de la libertad, y estructurar toda una fortaleza en el fondo de mi hogar, una fortaleza que no tenía uno o dos años, una fortaleza que estaba allí, por lo menos, desde el día en que había nacido.

Mi padre se pudría en su despacho, y yo descubría que todo el tiempo había estado en el puto jardín de mi casa, en un sitio del que jamás había tenido conciencia de que existía.

<<Demasiado cerca desaparece>>, pensé.

Procuraba no culparme por no dilucidarlo antes, desde el inicio mi vida era una mentira.

La brisa fresca de la noche arrulló mi rostro de un modo grato, y otro tanto melancólico. Miré al cielo, algunas estrellas salpicadas se escondían entre nubes pequeñas, la luna en cuarto menguante alumbraba la piscina con verdín, los árboles, las viejas hamacas rechinaban oxidadas, y más adelante mi casa de toda la vida aguardaba con quietud.

La respiración se agitaba con cada segundo. Mis oídos se volvían sordos y lentamente trataba de procesar lo sucedido. Iba a entrar en pánico... porque sabía bien lo que me encontraría dentro de casa: una masacre.

—¿Qué sucede, Conejita? —Paris me espabiló de inmediato—. Te quedaste muda.

—Es mi casa —le dije.

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