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5. Conejo

"Era un conejo aterrorizado, saltando errante, 

atrapada entre carnívoros en mi propia madriguera. 

Deseaba morir rápido".


Esa maldita noche, tras varias horas, Frank apagó el monitor y se acostó a mi lado. No me tocaba, siquiera me rozaba. Se desplomaba en el colchón y se dormía al instante. ¿Qué había hecho en la computadora? No tenía idea, tan solo podía deducir algunas cosas. Con esa máquina tenía acceso directo a mi padre, un hacker podía lograr sacarle información, robarle su trabajo. Lo que más temía podía suceder porque yo me dejaba llevar por unos ojos y un rostro bonito, porque tenía pena de él, de Frank, que podía ser un gran simulador estando despierto, pero que su sonambulismo lo delataba.

<<Lo arruiné>>, la culpa me comía los sesos.

No había otra explicación. Mi padre no encerraría a un mudo, a una persona con autismo o a un epiléptico. Sus rehenes debían ser más especiales, todo debía tener un porqué. No por ello lo justificaba, entendía que yo no tenía aliados, que las situaciones complicadas me llevaban a errar, y que la pagaría caro, muy caro.

No me lamentaría ni me daría la cabeza contra la pared. Tenía que enmendar mi error, y eso consistía en devolver a Frank a su jaula para desenmascararlo.

En primer término debía actuar con normalidad.



En la mañana le preparé el desayuno que ya esperaba sentado en la cocina. Le di un vaso de leche y galletas, siempre le ofrecía lo mismo. Yo me serví un té, ya no podía oler el café sin que me asqueara.

—¿Puedes darme una mano para forzar la puerta que está al final de la celda de Dalila? —pregunté normal, aunque un ligero temblequeo me atravesaba por completo—. Debe llevarnos a la salida. Esa la única puerta que queda sin abrir. Sé que es bastante maciza, pero podemos intentarlo.

Frank comía sin mirarme.

—Anoche el sueño me venció... —siseé revolviendo mi taza y luego levanté la mirada—. Hoy tengo más ánimos. Sin embargo..., deberías darte un baño y debería cambiarte los vendajes. Si no estás en óptimas condiciones no podrás ayúdame con los trabajos forzosos —reproché con una falsa mueca de preocupación.

Cuando Frank terminó de comer, rogué a los dioses de todas las religiones que me ayudaran con mi plan. En primer término alimentaríamos a Paris y a Dalila, y luego daría el golpe con un plan improvisado.

Acercándonos a las celdas ya podía oír el canturreo de Paris. Ese tipo siempre gozaba de buen humor, o a lo mejor era un loco. No entendía cómo podía esbozar tan iluminadas sonrisas en su deplorable condición.

—¿Cómo está tu ojo? —le pregunté pasándole los alimentos.

—Oh, Conejita... —dijo muy meloso—. Me hace feliz que te preocupes por mí.

—Sí, sí... —respondí intentado una sonrisa.

Paris se silenció y arqueó una ceja. Su sonrisa se volvía una mueca apretada y analítica.

Los nervios empezaban a delatarme. Paris me estaba haciendo una radiografía mental.

—Así que tienes un plan, eh... —dijo asertivo—. Y tienes miedo que lo descubra.

—¡Tengo un plan y solo lo sabe Frank! —grité alejándome de allí.

Era una imbécil. Por tratar de actuar normal con Frank olvidaba que Paris se daba cuenta de todo. ¡Era un maldito detector de mentiras!

—Bueno, Frank —barbullé esperando no haber levantado sospechas en él—. Vayamos por la ropa limpia del armario en tu celda, tomarás un baño y me ayudarás con la puerta, ¿de acuerdo?

Caminamos hasta su celda, Frank me siguió, hacía caso a cada una de mis órdenes.

Ambos entramos.

Era el momento.

—Sería bueno que lleváramos todas tus cosas a la habitación... —mi voz vibró, mis piernas lo hicieron—, puedes tomarlas mientras alimento a Dalila.

Frank emprendió a descolgar las batas del armario, las sábanas y toallas que allí estaban.

Aceleré mi paso hacia afuera, abrí la puertecilla que se situaba al lado de la celda.

Presioné el interruptor ¡y atrapé a Frank en su jaula!

Adentro otra vez.

Fue fácil, muy fácil.

<<Está hecho>>.

No podía creer, atrapaba al lobo en su jaula con un movimiento penoso, tan obvio que no podía creérmelo aún.

Me temblaba el pulso, me costaba respirar, y así lo miré.

Frank se dio la vuelta con las manos repletas de cosas. Su rostro se contrajo en una expresión de desconcierto. Soltó sus pertenencias y se acercó al vidrio, lo palpó y me observó contrariado.

—Ya no mientas, Frank —dije entre dientes, caer en su trampa dolía—. ¿Me crees estúpida? Anoche hackeaste mi computadora. A lo mejor cumpliste con tu trabajo, o no, no lo sé. Lo que sí sé es que tu actuación no me lo creo más. Ya tuve suficiente de tu silencio, y no saldrás hasta que hables.

El pecho de Frank comenzó a subir y bajar, apretaba sus puños y sus músculos se volvían rígidos, su mandíbula se endurecía en un gesto de enojo.

Esperé, lo enfrenté con la mirada. Esta vez no me iba a doblegar ni aunque fingiera diez ataques de corazón.

Frank no emitió sonido alguno.

—Adiós, Frank, volveré más tarde —me di la vuelta con intención de alimentar a la estúpida de Dalila—. Que el tiempo en la celda te sirva para darte cuenta que no te dejaré jugar conmigo.

No vi la cara que puso Frank al momento del irme. Me dolía bastante ser engañada.



¿Cómo una sonrisa podía parecer tan maliciosa? Así era la mueca que sostenía Dalila: macabra, mal intencionada, oscura.

—¿Por qué sonríes tanto? —pregunté de mala gana.

—Tengo un oído fino.

—Y una mente estrecha —escupí sin ningún reparo. Ella borró su mueca—. Fuiste tú la que me hizo desconfiar de Frank, lo descubrí y lo regresé a su celda. Debería agradecerte por abrirme los ojos.

Dalila lanzó una risotada estrepitosa.

La odiaba, me confundía, ¡me volvía loca!

Me alejé de ella, de Paris, de Frank. Tenía algo más importante que descubrir, ¿qué mierda le había hecho Frank a mi computadora? Debía verificar que no se hubiera salido con la suya.

Encendí el monitor y un nuevo icono estaba en el centro del escritorio, era igual al dibujo del teléfono, con la diferencia que sus colores estaban invertidos, y nombrado como "conectar".

¿Frank lo había dejado allí con la intención que lo viera?

Teniendo en cuenta todas las contras, cliquee dos veces en el mismo. Dos segundos fueron suficientes para que la ventana se abriera. Esta vez la que podía llamar era yo.

Una imagen se hizo visible, una horrenda imagen.

Veía el despacho de mi padre, el sitio por el cual siempre me hablaba. Él estaba allí, mi padre, o mejor dicho... su cadáver en descomposición.

—No... no... —llevé mis manos a la boca, horrorizada.

<<No es real, no es real...>>, repetí en mi mente, deseando despertar.

Quería gritar, explotar y llorar, pero mi cuerpo se mantenía congelado, viendo esa espeluznante imagen. Una cuerpo inerte, un agujero que le atravesaba el medio de la frente, un agujero con sangre seca que se desplazaba por su nariz. Moscas revoloteando, metiéndose por el orificio viscoso de su cráneo. Rigidez, ojos blancos, piel grisácea, marchita.

Estaba muerto.

Era trabajo de un sicario, mis sentimientos habían quedado paralizados y comenzaba a resolver el crimen tan como una máquina. No había discusión previa, ni negociación, ni pelea. Él estaba frente a la cámara que nos conectaba, se podía deducir que lo habían tomado por sorpresa.

Un disparo, un simple y asertivo disparo de un profesional con un arma semiautomática.

Me levanté tambaleante de mi silla y vomité en el suelo. Las náuseas, con las que sufría desde el encierro, me ahogaban. Sentía que mi visión y mi oído atentaban contra mí, era un principio de desmayo. Agité fuerte mi cabeza para mantenerme en pie.

Me sostuve de los muros y caminé oscilante hasta la sala de control.

Con mi padre muerto, yo quedaba sepultada con mis peores enemigos.

Y nada terminaba allí.

Al abrir la sala de supervisión, esta vez, todas las pantallas estaban encendidas.

Cada una de ellas mostraba una imagen distinta. Era obra de Frank, podía deducir que no solo había hackeado mi computadora, sino todo el sitio.

Entonces supe que tras la puerta que quería abrir no estaba la salida, recién era el comienzo.

Tapé mi boca con horror. Me quedé en un rincón del suelo, atrapando mis piernas en un abrazo nervioso; presionando mi cuerpo, queriendo desaparecer. En la sala de control ya podía ver las otras pantallas. No solo a Frank, Dalila y Paris..., podía ver más allá de la puerta final.

Tres celdas más en un sitio apartado y lóbrego, en un sitio que apenas podía percibir. El resto de las pantallas me mostraban sectores de mi hogar. Mi habitación, el comedor, la gran cocina, la sala de estar... todo repleto de sangre y cuerpos fétidos, abatidos, cuerpos inertes tras una matanza. La imagen era difusa, catastrófica. Algo horrible, algo asqueroso y vil sucedía en mi casa, algo que creía posible desde un principio.

Mi hogar era el infierno.

¿Qué haría ahora, cuyas únicas alternativas eran intentar escapar, o esperar a que me encontraran? Bueno, no eran las únicas alternativas; el alimento podía acabarse y yo podía morir de inanición, también podía suicidarme de alguna forma creativa, y también podía... podía dejarlos actuar a ellos.

Frank era un hacker, no cabían dudas que todo se debía a su acto nocturno, a lo mejor con el fin de comunicarse con los suyos y pedir ayuda. Nadie más que él sabía de su objetivo. De hecho, podían estar rastreándonos y pronto me encontrarían, a lo mejor me ejecutarían o se desquitarían conmigo por lo que mi padre hacía a sus reclusos.

Estaba condenada sin saber cuál era mi crimen. No gozaba de una salida factible.

Entonces pensé en lo que quería más que nada en el mundo. La libertad no me bastaba, quería la verdad, la verdad por más que me costara la vida, por más que me costara la inocencia, la tranquilidad, las noches de sueños plácidos y la visión de un futuro estable.

Quería la asquerosa, la retorcida y cruel verdad...; y luego la tortura o la muerte.

Nada más.

Lo decidí, aún con la imagen de mi padre muerto, con la desazón y la negrura consumiéndome.

La lógica se borraba, poco a poco de mi mente era ganada por la desesperación, quería resolver el rompecabezas por medio de la furia, aunque eso significara tomar un riesgo mortal.

Regresé al cuarto de las celdas. Me dirigí a Frank, quien estaba sentado en el rincón donde lo había visto la primera vez, ensimismado, con esa actitud de niño apaleado. Abrí su puerta, ¡lo liberé! Él me miró de soslayo.

—Sal, hijo de puta... —gruñí—. ¡Está muerto! Ya lo viste, ¡¿verdad?!

Frank siquiera se levantó. Lo pasé por alto y fui hacia Paris.

—¡Conejita! —canturreó, no le contesté no lo miré, abrí su celda y luego fui hacia la de Dalila, a quien también liberé.

—¡Vamos, son libres! —grité en los pasillos—. ¡¿Qué harán ahora?!

La ira se acrecentaba y corroía mi ser más que la tristeza, era un ácido venenoso que me quemaba por dentro. La impotencia de no haber hecho nada, la impotencia de no haber previsto lo que sucedía a mis espaldas, de haberme dejado llevar por un par de ojos, de haber sido amable. Ya no importaba, ya nada importaba.

En ese momento lo supe, era el fin de la vida de Alegra Hyde.

A duras penas percibía el sigiloso andar de Paris, que se acercaba a mí sosteniendo su feliz e imperturbable rostro, que se relamía los labios y los mordía con efusión, ni siquiera me importaba ver a la energúmena Dalila acecharme, ¿venían a cumplir sus amenazas? ¿Venían a matarme? ¡Pues que lo hicieran!

—Conejita... —ronroneó Paris y tuve ganas de escupirle su rostro, pero antes que pudiera hacer eso, lo tuve a centímetros de mis facciones endurecidas.

Paris se saboreó, me miró con intensidad desde arriba, sus manos rodearon mi cuello y con fuerza aspiró el aroma de mi piel.

—Dulce, dulce Conejita... —susurró en mi oído, yo apretaba mis dientes sin saber qué hacer—. Qué decepcionante, no hueles a presa.

Pasé sus palabras por alto.

—¡Vamos, Paris! —bramó Dalila—. ¡Mátala de una vez!

Paris lanzó una leve risita.

—¡Ay, Dalila, tú no sabes de diversión! —exclamó sin turbarse ante el odio que pretendía transmitirle con mi mirada—. Me gusta el dolor que me provoca contener mis impulsos. Aunque, para ser sincero, la Conejita no me estimula para nada, tardaré un poco.

<<Eres un cerdo, Paris...>>

No intentaban ocultar su perversidad, aunque no podía atar los cabos respecto a la relación que tenían con mi padre.

—¡Tendré diversión cuando vea sus tripas colgadas como guirnaldas! —exclamó Dalila.

¡¿Qué mierda le pasaba en la cabeza?! ¡¿Por qué ese resentimiento, esa "necesidad" de matarme?!

—Ya las verás. —Paris sacó su lengua lo más que pudo y la pasó por mi mejilla, sentí mi cuerpo estremecerse cerré los ojos ante tal asqueroso acto—. Qué extraño, tu sabor, aroma... es una decepcionante sorpresa —musitó aquel degenerado.

—Antes de matarme, dímelo —barbullé devastada—. ¿Por qué lo hicieron? ¿Qué es todo esto?

—Todavía no hice nada —respondió Paris, presionando un poco más mi cuello, ciñendo su pelvis contra mi cuerpo—. Y, todo esto... la verdad no sé. No deberías preocuparte por ello, tu muerte será dulce. Eres afortunada, no cualquiera tiene el privilegio de estar conmigo. Tendrás que admitirlo, una muerte en mis manos será lo mejor que te pasará en la vida, Conejita.

—Hablas demasiado —murmuré.

Apreté mis ojos cuando las manos de Paris descendieron hacia mis pechos. Su toque ligero me recorría como una corriente vibrante, su mirada penetrante me mantenía sumisa, su cuerpo tan cerca del mío me sofocaba, me quitaba el aliento. Me sentía indefensa, carente de reacción. Era una maldita "Conejita" asustada a la espera de ser comida por un feroz león.

<<Lo siento padre, siento mucho haber hecho todo mal...>>

Ese iba a ser mi último pensamiento, no quedaba nada más que hacer. Nadie hablaría y yo moriría con la duda, la culpa y la furia en mi sangre. Con suerte, mi crimen sería resuelto por algún criminólogo de verdad.

Pero no morí.

No era el momento.

Las manos de Paris me soltaron, su calor dejó de quitarme el oxígeno. Abrí los ojos, Frank lo miraba desde el pasillo y Paris le sonreía burlón luego de haberse apartado de mí.

—No te pongas celoso, Frank —siseó Paris—. También me divertiré contigo, ¿crees que dejaré libre a un chico tan apuesto?

Frank se acercó a nosotros, poniéndose en medio, en un acto que parecía protector, pero que yo interpretaba como sospechoso.

—¡Ah, carajo! —soltó Dalila con frustración.

No tendría el gusto de verme muerta al menos que ella lo hiciera.

—No sé qué intentas defendiéndome, Frank —dije con la voz convulsa—. No tengo nada más que darles, no tengo nada que decir. Ustedes sabían más de mi padre que yo misma. Los suyos... —Las lágrimas comenzaron a descender sobre mis ojos, los tres escuchaban lo que decía con atención—. ¡Ya lo mataron, ya se lo llevaron todo!

—¿De qué hablas? —preguntó Dalila.

—¡Alegra Hyde! —exclamé escupiendo la cólera que me consumía—. ¡Ese es mi nombre! ¡Mi padre me encerró aquí para protegerme de ustedes!

Paris y Dalila cambiaron miradas veloces, Frank me lanzó una mirada de costado. Esperé a que dijeran algo.

—¡¿En serio?! —preguntó Paris con entusiasmo—. ¡Alegra Hyde! ¡¿Eres hija del doctor Edgar?!

—Así que estuvimos con la princesita... —masculló Dalila.

—¡Y se salieron con la suya! —grité haciendo retumbar mi voz en los muros—. ¡Son unos asesinos! ¡Mi padre está muerto!

—¡Espera un momento! —me detuvo Paris, era la primera vez que levantaba el tono de voz de un modo serio—. ¡Soy un enfermo ante los ojos del mundo y no me importa! ¡Pero me jode muchísimo cuando me atribuyen crímenes que no cometí!

—Nosotros no matamos a tu padre —confesó Dalila, igual de disgustada—. ¡Él nos secuestró y nos encerró aquí! ¡Lo que menos queríamos era tener que ver algo con él!

—¡Por supuesto, no lo querían a él! —chillé tan fuerte como pude—, solo querían robar el trabajo de toda su vida aunque significara asesinarlo.

—¡Querida! —irrumpió Paris, dando un paso hacia mí—. Nosotros no somos los que querían robar el trabajo de tu padre.

—¡¿Qué excusa tienes?!

—¡Nosotros somos el trabajo de tu padre! —confesó Paris—. Él nos tenía reclusos para que no nos roben, no para que no le robemos.

<<¿El trabajo de mi padre?>>

Miré a Paris, que reía bajito; a Dalila, que aún quería destriparme; y a Frank, que me protegía con su cuerpo.

Otra vez lo sentía: no sabía nada.

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