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4. Lobo

"¿Acaso era un lobo vestido de cordero?"


Mi corazón bombeaba demasiada sangre, mi respiración se alborotaba, no podía pestañear, no podía hacer el mínimo soplido porque eso significaría irrumpir a la voz más melódica jamás escuchada.

Dulce, ronca, y masculina. Tenía la voz que merecía la perfección de su cuerpo, de sus ojos, de su presencia. Él hablaba, sus ojos oscilaban rápido bajo sus párpados en un estado de sonambulismo.

—Cero, Once, cuatro ceros, uno, cero, mil ciento once, doble cero, uno. —Números, sólo eso, y seguía—. Cero, ciento once, cero, ciento uno, cero, once, doble cero, cien...

—Will... —susurré—. ¿Me escuchas?

Él detuvo su conteo.

—Sí.

Llevé mi mano a mi bocaza abierta, me escuchaba.

<<¡Dios mío! ¡Me escucha!>>

—¿Pu... puedes decirme cómo te llamas? —indagué lo primero que se me ocurrió.

—Frank.

<<Dios, se llama Frank... ¡me está respondiendo!>>

—Frank, ¿por qué te hacen daño? ¿Quién te hace daño?

Los labios de Frank se movieron, su ceño se encogió, parecía sentir dolor.

—Por ser... —dijo en un tono ronco.

—¿Por ser? —pregunté—. ¿Por ser qué...? ¡Dime!

—No, traición...

El rostro de Frank comenzó a comprimirse y desestabilizarse, se movía en la cama como quien tiene un mal sueño. Noté que su cuerpo comenzaba a emanar calor, él transpiraba y temí un nuevo ataque epiléptico. Al final, abrió sus ojazos de un golpe, levantándose de sopetón.

—¡Frank! —grité, pretendiendo no llamarlo Will nunca más—. ¡¿Estás bien?!

Frank me miró con extrañeza, sin decir nada al respecto. Suponía que no recordaba lo dicho entre sueños.

—Frank... —resoplé colocándole la palma de mi mano sobre su frente sudada—. Así que ese es tu nombre.

Él se mantenía tan impávido como siempre, su respiración era un tanto más errante, pero su garganta se cerraba para sumirse otra vez en el calmo y desesperante mutismo.

Sus grises ojos me observaban en la oscuridad de la habitación. Yo verificaba que no tuviera fiebre, pensando que ser trataba de un mal sueño, pero me perdía en su intensa mirada, y no quería quitar mi mano de su piel de húmeda tibieza. Tocarlo me generaba una descarga eléctrica que desvanecía el peligro que suponía, me olvidaba de la tragedia, de la locura en la cual me sumergía.

Frank, de algún modo, me acompañaba.

Y luego lo recordé. No me había acostado en la noche, me había desmayado por la tarde. Él me había acostado, junto a su cuerpo. Dormía junto a mí por propia decisión y me quería golpear por pensar tonterías y no en cómo salir del cautiverio.

—Hablaste, Frank —musité quitándole la mano de encima—. Me dijiste tu nombre, me dijiste que te hicieron daño porque eres... algo de traición, no sé, no dijiste más. —Lo miré a los ojos e inspiré bastante aire—. Pero puedes hablar, sabes hacerlo, ¿por qué callas ahora? Podríamos trabajar juntos, buscar una salida.

Él se desplomó en la cama y me dio la espalda, seguiría durmiendo un poco más.

—Gracias por acostarme en la cama, Frank.

Me levanté, ya no podía seguir durmiendo. Eran las cuatro de la mañana y decidí hacer algunas anotaciones más.

"Paris, Dalila y Frank = reclusos"; "Belleza, perfección"; "secuencia de ceros y unos" "sistema binario", "¿traición?" "miedo".

A las ocho en punto Frank abrió sus ojos. Decepcionada, por no volverlo a oír, me fui directo a la cocina. El aroma del café me daba repugnancia, por lo que preferí prepararme un té. Frank se sentó en el mismo lugar que el día anterior, esperaba su vaso de leche, podía saberlo con el ruido de sus tripas. Le serví la comida y me senté enfrentándolo, comiendo sin vomitar nada.

—Quiero salir de aquí, Frank —comencé diciendo, a pesar que sabía que sería un monólogo—. No tienes idea, cada segundo que pasa creo que pierdo más la razón. Me gustaba tanto resolver enigmas de pequeña. ¿Sabes? A veces cometía asesinatos de insectos y luego jugaba a buscar al culpable. Quería ser detective, quería resolverlo todo. Ahora no sé si quiero saber la verdad, ¡no sé si sirvo para esto! Es divertido cuando escudriñas en cadáveres ajenos, y vas uniendo y ordenando las piezas... y al final lo armas. La satisfacción no se compara con nada, porque no te importa cómo le afecte a los demás. Yo me divierto y es lo único que importa, lo único que me satisface.

Miré a Frank a los ojos, él tomaba su desayuno y me escuchaba. Era grato, a pesar de no pronunciar palabra, sentir que no conversaba con una pared. No tenía idea que pasaba por su cabeza azabache, y era mejor así, las cosas que le confesaba no se las decía a nadie.

Hablar con frialdad de crímenes y cadáveres, como método de diversión, no era un tema para charlar en una salida de chicas, por eso no tenía salidas de chicas. Tampoco era un tema para seducir chicos, por eso estaba más sola que un perro. Pero Frank no me juzgaba, porque no hablaba.

—Alegra —dije—. Me llamo Alegra.

Se lo dije casi como acto precipitado, me daba igual lo que sucediera. Tenía ansias porque él me conociera, quería que confiara en mí, que me hablara en vigilia, y el primer paso era decirle mi nombre después de que él me lo hubiese dicho.

Frank masticaba unas galletas, mi nombre no le concernía en lo absoluto.

—Significa alegría, no me queda —sonreí un poco y sorbí mi té—; bueno, no es que la gente siempre esté alegre, pero yo no lo estoy casi nunca a pesar de tener la vida resuelta. Lo estaba con él, con Max..., fue una ilusión.

No sé por qué lo nombré, pero recordarlo me enervó demasiado

—¡Fue poco tiempo, pero estoy tan enojada! —Golpeé la mesa con los puños y noté como Frank me observaba con el rostro tieso, perturbado—. No te preocupes, ya lo superé. Además, es una idiotez comparado con esta mierda. Preferiría que me engañara mil veces más a... olvídalo.

Resolví que lo mejor era no hablar tonterías personales con un anormal como Frank, y que lo mejor era seguir buscando pistas para mi escape, en tanto esperaba el llamado de mi padre.

Por el momento interrogaría a Paris y Dalila.

Recorrí el pasillo que me llevaba a sus celdas, primero me topé con Paris. Estaba tirado en el suelo, boca abajo y con su trasero al descubierto. Perfecto, rozagante y redondo, me daba ganas de mordérselo.

—Aliméntenme... —siseó al oírme llegar—. Conejita, por favor, moriré...

—¿Qué comías hasta ahora? —pregunté investigando su comportamiento.

—Nos traían la comida, pero desde hace dos días no traen nada.

<<Dos días>>.

Coincidía con el tiempo que llevaba entrando a ese sitio.

Miré el vidrio divisor, y noté que en la parte inferior se encontraba una abertura por la que bien podía pasar una charola y una botella de agua de costado.

Podía conjeturar que no mentía. En su celda no había rastros de comida. Por lo que tomé algunos alimentos y se los pasé a Paris, él los arrebató con avidez y comió atorándose.

Luego me dirigí hacia Dalila, por más amenazas de muerte que hiciera, debía demostrar que yo no era como ellos.

—¿Ahora eres la celadora o solo la mucama? —preguntó con su sutil hosquedad.

—No quiero que este lugar apeste a cadáver —respondí con el mismo tono—. ¿Sabes? Frank habló.

—¿Quién es Frank?

—Will me habló estando dormido —le comenté, y me senté en el suelo pretendiendo prolongar la charla un poco más—. Me dijo su nombre, es Frank, oí su voz.

—Ajá —respondió con interés en lo que masticaba—. Pues ten cuidado. ¿A quién crees que ayudará cuando el lavaje cerebral se vaya? ¿A la carcelera o a sus camaradas? Sé que hasta este punto empiezas a tener una fijación por él, das pena.

Arqueé mi ceja con disgusto.

—¿Será que tienes miedo que hable? —pregunté afinando mi voz, simulando una leve sonrisa—. ¿Por qué me adviertes de él?

—Por nada —dijo ella—. Él no te servirá.

—Como digas, Dalila, disfruta tu desayuno.

—¡Frank no es tu amigo!

Me levanté y me fui de allí. Hablar con Dalila me dejaba siempre un mal sabor. No quería culparla, pero a la vez despertaba mis ganas de tomarla del cuello y decirle: ¡habla, perra! ¡¿Por qué están aquí?! ¡Y deja de ser tan altanera! ¡¿No ves que eres una prisionera?!

¿Y de qué lado estaba yo? Según ella de los secuestradores, por eso debía comprenderla.

"Frank no es tu amigo" dijo, ya lo sabía, así también llevaba la cuenta de los errores cometidos desde que lo había liberado. ¿Podía ser que Frank fingiera todo para usarme como método de escape? Era algo rebuscado.

¿Por qué mi padre no actuaba, no aparecía? ¿Era porque lo desobedecía? ¿Haber liberado a Frank traía problemas?

No quería culparme, después de todo ¿quién me había encerrado sin ninguna explicación? A lo mejor había liberado a Frank por rebeldía, para crear un poco de caos, para demostrarle a mi padre que no me quedaría sumisa a su encierro, que no me quedaría tranquila leyendo los libros hasta que todo mejorase. Pero mi estrategia inconsciente no me servía de nada si no se comunicaba conmigo.

Empezaba a creer lo peor, que él no mentía y yo la había cagado.

Me dirigí al baño, a hundirme en la bañera como no había podido hacerlo el día anterior debido al desmayo. Esperaba que mi padre tuviera una buena razón para haberse desaparecido.

<<Mi cabeza va a estallar>>, pensé al sentir una leve jaqueca.

En el poco tiempo que llevaba ahí, miles de sucesos me dejaban con los pelos de punta. Podría haber muerto, podría haber muerto Frank, o Paris y Dalila podrían haber muerto de hambre.

Abrí el agua caliente y fui dejando que la bañera se llenara conmigo. Pensaba en Frank, y luego en lo que había dicho Dalila sobre mi fijación en él. No entendía si me estaba advirtiendo o si era una táctica contra mí. Un mes encerrada podía hacer estragos en las personas. Yo iba por el tercer día y ya empezaba a creer que todo era un sueño, pero fui devuelta a la realidad cuando Frank abrió la puerta del baño sin pedir permiso.

¡Bam! La misma chocó contra la pared, y yo chillé como loca.

—¡Frank! —bramé histérica, tratando de taparme como podía—. ¡Pide permiso, pedazo de mierda!

Él tomó las gasas y el alcohol, siquiera me echó una ojeada. Luego se marchó.

Sus heridas no eran profundas, había olvidado de ayudarlo con eso. Sin embargo él podía realizar cualquier tarea por sí solo.

Salí envuelta en toallas, noté que Frank no estaba en la habitación, tampoco en la cocina. Corrí a la sala de control, Frank nunca había ingresado allí pues no sabía el código. Si me ocultaba algo quería atraparlo infraganti.

Vi que estrechaba las gasas y el alcohol a Paris, me había olvidado que ese bello engendro tenía algunos magullones, y como mucho solo había tratado sus heridas con agua. Era desconsiderada, sí, pero cargaba mis propios problemas. Por otro lado me preguntaba cómo era posible que Frank lo ayudara con eso y no abriéndole la puerta.

A lo mejor él tampoco sabía qué lado tomar.

Junté bastante aire en mis pulmones y conté hasta diez. No tenía caso embrollarme la cabeza cuando si quería podía matarme. Un hombre como él podía romperme la cabeza contra la pared y marcar el fin de mi historia.

Me cambié con ropa cómoda y me preparé un té para esperar la llamada frente al monitor. Frank regresó con un paquete de galletas entre sus manos. Me miraba impasible en tanto masticaba su comida.

—Debes pensar que estoy loca —comenté echándole una leve mirada, para volver a pegarla a la pantalla—. Paso la mayoría del tiempo frente a esta pantalla, pero los llamados que pueda recibir, son nuestra llave a la libertad. Es mi única esperanza. —Resoplé y crucé mirada con Frank—. Quisiera decirte más de mí, quisiera que confiaras, quisiera que lo demás lo hicieran..., porque, si soy sincera, creo que esa llamada que espero nunca llegará, y considero que la única forma de salir de este lugar es con ayuda. Sola no podré.

Seguí mirando a la pantalla, no quería ver a Frank a la cara otra vez, mis ojos se aguaban y debía limpiar mis lágrimas antes que cayeran por mis mejillas. Hablaba de más, y no podía tener una idea de cómo usaría él la información, estaba al tanto que entendía, pero se movía de manera independiente de los otros, lo cual no imaginaba hasta qué punto eso era bueno o malo.

El reloj del monitor marcaba las cuatro de la madrugada. Mis párpados, como plomo, querían caerse, querían tirar mi cuerpo al suelo. Antes de perder la conciencia, vi a Frank tomarme entre sus brazos y dejarme en la cama.

Hubiese querido disfrutarlo un poco más, era levantada en los brazos de un chico hermoso, pero el sueño y la desesperanza le ganaban a mi perversidad. Me dormí antes que pudiera ver como proseguía Frank, quien hasta el último segundo había permanecido a mi lado, a lo mejor esperando ese llamado salvador del que le hablaba.

Pero no, él contaba los segundos hasta que me durmiera, a que me alejara de ese sitio, ¿por qué?

El ruido intenso de las teclas me despertó en las penumbras, tras dormirme al menos una hora. Mis ojos quedaron como hendijas, espiaba con cuidado, porque aún me hallaba somnolienta y sin entender lo que hacía Frank.

<<Mi-er-da...>>, pensé en cuando me espabilé lo suficiente, como para saber que debía seguir fingiendo.

Frank tecleaba y tecleaba con la avidez de un hacker profesional. Decenas de ventanas emergentes se abrían en la computadora, podía notar algo, escribía en códigos en algún lenguaje de programación con puro profesionalismo.

Mi corazón comenzó a palpitar.

Frank no era idiota, no era mudo, no era cualquier chico.

Frank era mi enemigo y debía asumirlo.

Frank mentía, fingía y ocultaba.

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