33. Tardígrados
"Sobreviviendo a cualquier intento de extinción".
Corrimos a través de los árboles, sorteando algunos troncos. Apresurarnos, ese era el plan. Antes, debíamos pasar por La Jaula y otros sitios en donde pudieran resguardarse los demás.
Un helicóptero sondeaba la zona.
Tres buques esperaban en la costa.
El grupo se detuvo. Sentían los ruidos antes que yo.
Desde un árbol, se lanzó un adiestrado chillando como bestia. Supe que era uno de ellos por su ropa y su collar metálico. Atacó directo a Dalila, Bran se interpuso con un puñetazo. Este era duro, se aferró a los hombros de Bran. Dalila hizo una pirueta, saltando por encima de los dos, agarrando al maldito por el cuello. Otra vez intentó perforarle la yugular, pero este se soltó, lanzó a los dos por el aire y arremetió contra ellos.
No pudimos ayudarlos. Otros tres aparecieron, aullando como locos. Paris se lanzó contra uno, sus puños trituraban los huesos de aquel que era su oponente. Su rostro se iba tiñendo de rojo, pero en su expresión sádica no encontraba su sonrisa de triunfo.
Apolo esquivó a quien se le lanzó. Noté que siempre tomaba distancia, evitaba ser atacado de frente. Lanzaba golpes rápidos y certeros, mientras la bestia pretendía embestirlo.
El último fue detenido por Débora, sus manos adoptaban la forma de un aguijón, que clavaba en la carne de su rival con una velocidad inesperada. Llenándolo de agujeros, desgarrándole los músculos y lanzándolos al aire en forma de carne picada.
Ella era letal.
Los oponentes caían, y yo agradecía de estar del lado más fuerte.
—¡Carajo! —Dalila gritó con su hombro destrozado, Bran se apresuró a realizarle un torniquete.
"Búfalo 01", "Gallina 03", "Pato 01" y "Cerdo 04".
Animales de granja.
El oponente de Dalila y Bran había sido el más duro "Búfalo". Entre el animal y su fuerza existía una correlación, a pesar que todos los anómalos eran, en extremo, perceptivos y fuertes.
Avanzamos un poco más. Me aferré a un hierro de la fábrica, mi única arma de defensa, esperaba no usarla.
Llegamos a la ciudad.
Era un escenario post-apocalíptico. Casas hechas cenizas, la feria vacía, cuerpos, sangre, desolación.
Esperamos a que el helicóptero cambiara el rumbo, y nos apresuramos a La Jaula.
—¿Cuántos creen que hayan? —murmuró Apolo—. De los adiestrados...
Nadie le respondió, era seguro que, si un grupo grande de ellos nos atacaban, no saldríamos ilesos.
Paris me colocó tras su espalda y tomó la delantera. Dalila era protegida por Bran y Apolo, Débora se mantenía segura la retaguardia.
Abrieron la puerta del bar.
Las luces de neón tintineaban. Los vasos seguían llenos, pero la música estaba ausente.
Débora cerró la puerta tras nosotros.
—Si hay alguien en mi colmena no saldrá con vida —dijo más segura—. ¡¿Hay alguien aquí?! —gritó sin tapujos.
Mi corazón se estrujó, aunque guardé fe por lo que hacía.
—Podrías no gritar —Un joven delgado y pálido emergió de V.I.P—. Estamos abajo.
Seguimos a ese extraño hombre.
Bajo el V.I.P existía otro cuarto, un recóndito depósito. Un grupo de unos quince anómalos se mantenía oculto de los forasteros. Distinguía a tres miembros de la Dinastía, uno de ellos era de los que habían sido enjuiciados; luego, cuatro niños, entre ocho y trece años: los primeros niños anómalos que veía, más otro grupo variado de hombres y mujeres. Todos tenían sangre en sus ropas, también se habían enfrentado al enemigo.
Les contamos nuestro plan, y coincidían en hacer lo mismo.
Nos armamos con lo que teníamos, cuchillos, palos y algunas máscaras de gas que lograban rescatar de las tiendas desérticas. Los anómalos no utilizaban armas de fuego, ¿para qué? Nunca habían esperado un ataque y las balas le quitaban la emoción a despedazar la carne de sus mártires.
No permanecimos más tiempo en ese sitio. Un golpe en la puerta fue suficiente para saber que ellos estaban allí, y venían por nosotros.
—¡Están rodeados! —se oyó decir a alguien.
—¡¿Qué carajo?! —Paris se sorprendió, y yo también.
—Hay grupos grandes —explicó Débora, alistándose para salir—, comandados por humanos, como el soldado que les mostré. Estábamos en un grupo grande, con Hércules, y los demás..., pero ellos eran unos veinte, y otros humanos armados. Neutralizaron a todos y solo nosotros dos huimos.
Un panorama desalentador.
—Que los niños ataquen a los humanos —indicó un miembro de la Dinastía—. Los demás, concéntrense en los anómalos.
No intervine, los niños parecían dispuestos a abalanzarse contra sus atacantes.
Salimos del V.I.P, me mantuve atrás.
—Quédate aquí —me indicó Paris.
Verlo tan serio solo me provocaba inseguridad, y aunque no deseaba ser un estorbo, tampoco me agradaba la idea de ser una simple espectadora y que mi vida dependiera de su triunfo.
Me resguardé en un rincón con vista a la ventana.
Los anómalos salieron de su cueva.
Primero los adultos, luego los niños.
Mi cuerpo se movía errático, las venas se me tensaban y se agitaban, mi corazón golpeaba, estallaría y haría detonar mi pecho. Las tripas volarían. Me aferré a mi báculo de hierro con todas mis fuerzas, con miedo a que se me resbalara por culpa del sudor. Me cubrí el rostro para no aspirar el gas que lanzaban y esperé.
Eran demasiados, salían de todos lados. ¿Diez? No, eran veinte o treinta, sumando a los ocho soldados humanos, que acordonaban la zona con armas que lanzaban dardos.
Entre los niños, que arremetieron contra los humanos, dos cayeron con sus cuerpos entumecidos, y aunque se arrastraban en el suelo, los adiestrados los tomaron, sin esfuerzo, y los enviaron dentro de las camionetas estacionadas en las esquinas.
No pretendían matarnos, esa era una ventaja.
Paris era feroz, una bestia, un ser monstruoso. Luchaba contra dos, sus manos eran como martillos, destrozaban la piel, sus dientes mordían y arrancaban la carne.
Otro tercero lo atacó, lograban golpearlo, y él seguía, a pesar que lo acechaba un cuarto.
<<No, no, Paris...>>
Llovía sangre, el aire estaba viciado por hierro y la melodía de los huesos rotos.
Otra que estaba en la mira era Débora, su técnica letal dejaba a un adiestrado partido al medio, pero otro la tomó de los brazos, mientras un segundo pretendía detener su pataleo.
Dalila la tenía difícil, con su hombro destrozado, había sido neutralizada. Un dardo fue disparado a ella. Bran gritó, quiso correr a su lado, siendo detenido por dos adiestrados.
La lucha se mantenía pareja, algunos ya estaban siendo empujados a las camionetas. Los miembros de la Dinastía eran mi última esperanza, sin embargo, los niños que atacaban a los humanos, lograron asesinar a dos en un parpadeo.
—¡Vamos, vamos, vamos! —ordenó un humano.
<<¡Eso es!>>
No se trataba de que se fueran, sino que sin humanos, los adiestrados no podían recibir órdenes precisas. Al caer dos soldados, corrían peligro. Si morían todos los humanos, su plan no tenía efecto. Los adiestrados, pasaban a ser simples armas sin dueño.
La pelea continuaba.
—¡Dalila! —Bran gritó cuando la atraparon al fin.
—¡Dios, no! —grité.
Paris cayó al suelo, se resbalaba entre la sangre y las entrañas de sus oponentes. Estaba lastimado, y no se rendía a pesar que querían llevarlo a la rastra. Me afirmé al bastón y salí. Corrí hacia Paris empuñando mi bastón, y sin dar tiempo al ensañado adiestrado, le inserté el mismo en su cráneo.
Sentí un chorro caliente salpicar mi rostro.
Me encontré con las pupilas de Paris, que me miraba desde el suelo.
Las camionetas arrancaron.
—¡Dalila! —Bran corrió tras ellas, hasta caerse, tenía la pierna rota.
Solté el bastón, caí al suelo.
Miré a mi alrededor, de veinte quedábamos ocho.
Paris, Bran, Hércules, Apolo, una niña, dos miembros de la Dinastía y yo.
*
Limpiaba las heridas de Paris con algo de tequila. Poco a poco iba descubriendo su rostro, se mantenía sonriendo.
—Me salvaste —siseó—. Asesinaste a un pobre anómalo adiestrado por mí.
La forma en la que lo decía no era nada gratificante.
—Te la debía —murmuré—, sin embargo no fue suficiente.
A mi alrededor solo había caras pálidas. Bran caminaba de un lado a otro, como un ave sin rumbo, Apolo bebía, los de la Dinastía hablaban entre sí.
—Hay que enfocarnos en los humanos —dije—. Ellos son los que transportan y dan órdenes.
—Es difícil cuando en el camino tienes tres de los tuyos —murmuró Apolo.
—Vi como esquivas los golpes —le dije—, como atacas de modo certero. Sé que debe ser odioso oír a alguien que no puede defenderse por sí misma, pero... hay que enfocarse en ellos.
—Es cierto —el hombre de la Dinastía me estrechó su mano, supuse que tenía unos cuarenta—. Soy Gelb, hoy me salvaste de la ejecución, nos conocimos en casa de Pandora.
Asentí a pesar de no recordar los rostros de esa noche.
—Tenemos que seguir con el plan —añadió el hombre—. Hay sitios que quedan por revisar. Estoy seguro que muchos de nosotros siguen escondidos. Estamos parejos en cuanto a fuerzas.
Una vez que curaron sus heridas pudimos seguir.
De La Jaula a la comisaría, en donde, en los calabozos ocultos se encontraba Jean Hansen y otros miembros del departamento.
En busca de más anómalos, en la ciudad, tuvimos enfrentamientos con algunos adiestrados sin rumbo, sin lamentar pérdidas.
**
Llegamos a la escuela de Salamandra, donde resistía un grupo de jóvenes, desde niños a adolescentes. Algunos otros nos encontraron y, cuando fuimos bastantes, nos dividimos en cuatro grupos, elegimos un líder para cada uno. Acordamos un punto de encuentro para trazar el plan a contra reloj.
Ellos no nos harían ver como las presas.
Se equivocaban en pensar que correríamos toda la vida con miedo a ser cazados.
Temblarían.
Rogarían por sus vidas.
Desearían no haber invadido el averno. Los anómalos harían estampida, una masacre, una carnicería. Si nosotros no salíamos vivos, ellos tampoco. Recorrimos la ciudad lo más que pudimos, huimos de los grupos grandes de adiestrados, evitamos enfrentamientos.
Hayamos cuerpos de los suyos y los nuestros. Paris era el líder de nuestro equipo, se encontraría con los otros tres en el punto de encuentro, y luego nos daría las órdenes.
—Vuelvo enseguida. —Paris se lanzó a correr, su energía era envidiable.
Con nuestro grupo, nos escondimos en las cuevas de la colina. Por mi parte me encontraba exhausta, a diferencia de los demás que estaban frescos y radiantes, excepto Bran, a su lado, Apolo intentaba animarlo.
Me acerqué a ellos para colaborar.
—Sabes que no la lastimarán —afirmé.
—No lo sé... no lo sé —repitió con la vista al suelo.
—Lo sabes. —Apolo lo palmeó—. Analizas todo, ¿hace cuánto la capturaron? ¿Cuánto tardarían en adiestrarla? Por eso tenemos que atacar primero.
—Eres esencial en el equipo, sin ti nada sería posible —lo animé—. Dalila está segura de ello, por eso necesitas mantenerte firme.
Hablarle a Bran me calmaba a mí. Cada segundo que pasaba era una tortura, Paris debía llegar sí o sí en quince minutos o deberíamos activar un protocolo de emergencia.
—¡Un minuto para el protocolo! —advirtió el policía Jean y se acercó a mí, extendiéndome su arma reglamentaria—. La necesitarás más que yo.
A pesar que tenía mi palo de hierro, guardé el arma entre mis ropas.
—Diez segundos —volvió a decir.
<<Paris, maldita seas...>>
Corrí hasta la entrada de la cueva y lo vi caminando con tranquilidad. Era un desgraciado.
Al regresar nos dio las instrucciones del ataque.
Nuestra próxima parada: la casa de Pandora.
***
El traqueteó del helicóptero ya no nos amenazaba. Los anómalos atacarían de frente.
Un silbido en el cielo anunciaba nuevas bombas de gas, aunque ya no surtirían efecto. Los trucos sucios ya no intimidaban.
Los cuatro grupos que habíamos conformado, corrieron en cuatro direcciones opuestas, todos al mismo lugar. Algunos llevaban sus máscaras, otros portaban armas blancas. Todos, manchados en sangre, entintados de sus víctimas y victimarios. En total, podía decir que quedábamos de pie unos cien anómalos con capacidad de luchar.
No me imaginaba cuantos estaban capturados o cuantos seguían refugiados.
En una marcha sin retorno, íbamos a nuestro destino final.
—Conejita. —Paris se colocó a mi lado—. Deberías resguardarte por aquí.
—Paris, no. —Lo miré con resignación—. Tendré cuidado, iré por los humanos. No voy a conseguir respuestas de forma pasiva.
—Tus chances son nulas frente a un adiestrado —insistió—. Los humanos están armados y...
—No me quedaré. —Seguí con mi paso y la vista al frente—. Tengo mis propios objetivos.
Paris se encogió de hombros y siguió, mi respuesta no le gustaba. No era mi problema.
La última ficha que jugaría sería mi propia vida.
****
Nuestros enemigos se agrupaban en el portón de la casa. La marcha de soldados coincidía con la caída del sol. Los adiestrados se amontonaban, deseosos por matar, atrapados en las órdenes de sus captores.
—¡Fuego!
Un grupo de humanos se acercó a las vallas para disparar dardos. Empezamos a esquivarlos y repelerlos con escudos improvisados, nuestro trote se aceleraba para embestirlos.
Los anómalos empezaron a correr, a lanzar aullidos estremecedores, la furia los corroía. Los adiestrados gritaban, berreaban enloquecidos.
El polvo se levantó. La tierra tembló.
—¡Retirada! —gritó un soldado.
Los soldados volvieron a cargar, pero cuando los anómalos comenzaron a saltar el cerco, tuvieron que marcharse.
Un centenar de adiestrados se acercaba a batallar. Era su turno.
La carnicería.
En números, éramos parejos, en salvajismo también.
Paris me cubrió, también Apolo, Bran me tomó de la mano y me llevó consigo, esquivando a los adiestrados.
—¡Busquemos una apertura! ¡Ya, ya, ya! —Bran lo analizaba todo, su único objetivo era Dalila, ¿y el mío? Él lo sabía.
Todavía podía hundirme más en el pozo. Vi a Paris, atacando a tres a la vez. Lanzado golpes despiadados con sus garras. Patadas. Mordiscos. Aullando como bestia. Arrancando las tripas de uno y utilizándolas para ahorcar a otro.
Los demás se comportaban de igual modo. Sin piedad.
Una ventana, una apertura con un humano apuntándonos. No lo pensé. Tomé mi vara de hierro y se la lancé, cual jabalina, antes de que pudiera jalar el gatillo. Fue la desesperación, y la suerte de principiante, que lo atravesó.
Saltamos la ventana. Le quité su arma de dardos, la cual guardé entre mis ropas, pero el hierro incrustado en el cuello no pude destrabarlo de su tráquea.
—¡Olvídalo! —Bran me escondió tras su espalda.
Tuvimos especial cuidado. No sabíamos con qué nos encontraríamos, por lo que nos ocultamos contra el muro, tras la puerta.
Bran murmuraba algo, podía ver por una hendija los pasillos.
—Los soldados se dirigen a los pisos superiores —debeló—. Dispararán de allí, dejarán la planta baja a los adiestrados.
—¿Cómo lo sabes?
Bran me señaló su oído. Distinguía cada sonido del lugar.
—Hay que ir al subsuelo —dije.
Dado el momento, salimos a los pasillos y corrimos hacia los ascensores, el único medio para descender.
¿Fue fácil?
No.
—¡Atrápenlos!
Un soldado intentó dispararnos. Dos adiestrados se lanzaron contra nosotros.
El pasillo estrecho fue nuestra ventaja. Bran tomó a uno. Lo usó de escudo, los dardos le dieron. Ahora solo faltaba el segundo adiestrado. El solado salió corriendo por refuerzos.
—¡Toma el ascensor, Alegra! —ordenó Bran.
Presioné el botón, pero el maldito no venía. Golpeteé repetidas veces la puerta, tardaba como en una película de terror.
Bran luchaba contra su oponente, hasta que recordé que tenía armas. Tomé la de los dardos y disparé contra el segundo que caía al suelo, echando espuma por la boca. Entonces supe que los tranquilizantes eran mucho más letales para un humano corriente.
El ascensor llegó. Lo tomamos justo cuando un batallón se dirigía a nosotros.
Las puertas se cerraron.
Nos salvamos.
Moriría. Si no me mataban, me daría un infarto o la presión haría estallar mi cabeza. No podía detener el abaniqueo que hacían mis manos, mi boca.
—¿E-estás bien? —le pregunté a Bran, en esos segundos en el ascensor.
—Sí, me salvaste —él respiró—. Me salvaste.
—Es bueno no ser una inútil siempre —el elevador se detuvo.
—Nunca fuiste una inútil. —Bran me miró a los ojos—. Sin ti seguiríamos bajo tu jardín, o creyendo en Pandora.
Tragué duro, no era momento de charlas. Tomé el arma de dardos. Tenía dos. Apunté a la puerta.
Antes de reaccionar, Bran se lanzó afuera. Tres adiestrados nos esperaban y nos rodeaban cuatro guardias.
Bran intentó protegerme, acaparando la pelea. Lanzando manotazos mientras era reducido.
<<Imposible>>, hasta ahí llegábamos.
Tomé el arma y lancé los últimos dardos que quedaban.
El movimiento era demasiado, no podía apuntar con precisión. Si le daba a Bran o si erraba nos íbamos de cabeza a la morgue.
Disparé. El primero salió proyectado a un muro, el segundo dio en la pierna de un adiestrado. El tercero voló a un guardia que cayó al instante.
Bran seguía en la lucha encarnizada, iba perdiendo.
Saqué el arma de fuego de entre mis ropas, cuando los guardias apuntaron hacia nosotros.
Abrí fuego.
La fuerza elevó mi mano, la bala se disparó. Le di en la cabeza a un adiestrado. Mi puntería me sorprendía, ¿cómo era posible acertar dos veces en un día? Lamentaba que la bala había traspasado al hombro de Bran. Él seguía luchando contra el último, pero un dardo tranquilizador acabó con él, dejándolo en el suelo.
El adiestrado que quedaba en pie me miró furioso. Los tres guardias me acorralaron y apuntaron.
—No la ataques —le ordenó un soldado al adiestrado.
—¡Baja el arma! —me gritó un humano.
Yo seguía apuntándolos, a punto de desmoronarme.
Había perdido, así que disparé.
El calor recorrió mis brazos, la bala dio en el entrecejo de un soldado.
<<No es posible...>> esa precisión a larga distancia no era posible.
Cerré los ojos esperando a ser sedada, y volví a abrirlos ante un griterío que salvó mi vida.
Estaba allí, destrozando a los soldados. El adiestrado quedó mirando la situación con asombro.
—¡Frank! —El grito que di quemó mi garganta.
Los soldados yacían en el suelo, muertos. Quedaba el adiestrado al cual Frank se le lanzó al cuello y lo mordiscó hasta desangrarlo.
Frank llevaba el collar metálico: "Lobo 01". Su mirada ensombrecida era la de un temible animal. Su boca chorreaba la sangre de sus enemigos, sus puños también.
Tuve miedo de él, más que nunca.
Él me gruñó.
Retrocedí.
—Al último subsuelo... —dijo con esfuerzo—. Y aléjate de mí.
Hice caso, corrí lejos de él. Sabía lo que sucedía, debía hacer un sobreesfuerzo para incumplir las órdenes.
Los laboratorios estaban vacíos en el segundo subsuelo, corrí buscando algo que me llevara al "último subsuelo".
—¡Alegra!
—¡Mamba!
Me di vuelta, ella se arrastraba en el suelo, con su cuerpo ensangrentado, portando el collar metálico: "Mamba 01". Agonizaba.
—¿Qué te sucedió? —traté de ayudarla.
—Intenté, lo intenté —murmuró—. Pero están metidos en nuestra cabeza, nos torturan...
Ella lanzó un fuerte quejido, un alarido desgarrador.
—Lo solucionaremos —dije.
—S-solo son humanos —balbuceó entregándome seis dardos para mi pistola—. No dejes que te atrapen.
No tenía tiempo de ayudarla, ni de interrogarla. Cargué las municiones y partí.
<<Último subsuelo>>.
Una puerta metálica me esperaba al final de los pasillos. Algunos cuerpos de soldados y adiestrados ya encontraban desperdigados por los suelos.
Me detuve a escuchar. Solo el eco del aire mismo.
Abrí la puerta. Una escalera descendiente me indicaba el camino. Una ventisca fría envolvió mis huesos. Bajé. Peldaño a peldaño.
Era enorme, un predio del tamaño de toda la casona en un laberinto de jaulas de vidrio y cuerpos amontonados de anómalos atontados por los somníferos. Corrí entre ellos y vi rostros familiares.
<<¡Dalila!>>, ella despertaba junto a Débora, y todos los demás.
—Alegra... —articuló Dalila.
De momento no podía liberarlos. Me aferré a mi pistola y busqué algo más, y lo hallé.
Una última puerta.
Me acerqué y la misma se abrió.
—Puedes pasar, Alegra Hyde.
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