32. Avispa
"Como la avispa parasitaria, tenían el don
de irrumpir en las mentes de las colonias para destruirlas por dentro".
En mi primera vez, Max me había abandonado; la segunda, Frank sonámbulo me rechazaba con enojo. Era inevitable el miedo a un nuevo desplante. Desperté de un sobresalto. Paris frotaba sus ojos somnolientos. Seguía a mi lado. Todo mi cuerpo dolía, como si hubiese sido molida a palos. Algo de eso era cierto.
Él estiró su brazo por sobre mi vientre, me atrajo a su lado.
—Un rato más... —ronroneó.
Sentí mi alma volver al cuerpo, no soportaría otro rechazo. Miré por la ventana, era el ocaso. El día se había consumido en esa cama.
—Me duele todo —chillé al intentar ponerme de pie.
—Necesitas reposo. —Él volvió a hundir su melena entre las almohadas—. Te ves fatal.
Mis piernas temblaban, no tenía fuerzas. Tuve que sostenerme de los muros para ir al baño, verme en el espejo y descubrir que Paris tenía razón.
Un collar de cardenales morados rodeaba mi cuello, mis pechos hinchados, llenos de chupadas, magullones. Mis nalgas estaban enrojecidas, ardidas, repletas de arañazos al igual que mi espalda. Era un destrozo, al menos podía decir que valía la pena.
Me apresuré a cambiarme e ropa, como pude.
—¿A dónde vas, Conejita? —preguntó Paris, ceñudo.
—Tengo que hablar con la Dinastía —le dije—. Los laboratorios siguen en pie, alguno debe saber el método...
—Sí, sí, sí... —Paris comenzó a levantarse de mala gana.
—No te pido que me acompañes —solté con firmeza.
Paris iba a responder, pero un intenso golpeteo en la puerta no terminó de espabilar. Miré por la ventana hacia abajo, eran los chicos: Morgan, Dalila y Bran.
El segundo día de la Festividad no daba tregua. Luego de espantar y asesinar a cuanto humano se les pusiera en el camino, ahora debían enfrentarse cara a cara con los suyos.
—Dos más dos son cuatro, ¡dos más dos son cuatro! —decía Bran, con énfasis—. Era obvio, ¡obvio! Pandora no estaba sola, algunos miembros de la Dinastía, los más cercanos, sabían todo.
Morgan continuó:
—Los miembros que no sabían de nada están furiosos con sus compañeros.
—¿Y ahora? —Me preocupaba las decisiones que tomarían los anómalos en medio de la crisis.
—Se hará una asamblea —explicó Dalila—. Se decidirá como proseguir, sin humanos, sin Pandora y sin traidores.
*
Nos advirtieron que nos pusiéramos las máscaras, era un simbolismo de la "tribu", una tradición en la Festividad del Celo, aunque esta vez no habría nuevos embarazos en humanas. Durante un año, o más, no nacerían anómalos. En cambio, algunos de ellos se preparaban para su ejecución.
Una imponente hoguera se elevaba en la playa. Una gran cantidad de anómalos se concentraba en la orilla, en los muelles, en la explanada. En el centro de la escena serían enjuiciados un grupo de ocho hombres y dos mujeres de la Dinastía, los recordaba de la cena en la mansión. Y a un lado, en una jaula, Frank y Dalila. Mis ojos no podían creerlo, mi corazón se comprimió, verlos de ese modo me desesperaba, debía hacer algo. No tenían idea lo que les provocaban.
—¡Tienen que entender! —clamó uno de los enjuiciados de la Dinastía—. Pandora nos dio un hogar, comida, dignidad, un sitio donde ser libres. Debió esconder que era humana porque sabía que la matarían, que no aceptarían su naturaleza.
—¡No seas hipócrita! —gritó un hombre con máscara de tigre—. ¡No se trata que fuera humana, ella no quería salvarnos! Experimentó con nosotros, todo este tiempo la Festividad del Celo fue para su beneficio. ¡No tenemos idea con quien trabajaba! ¡Nunca supimos quién era!
—¡Mataron a Óscar! —gruñó un hombre con máscara de escarabajo, supuse que era Hércules—. ¡Con tal de tapar su mierda asesinaron a uno de los nuestros!
—¡Oscar pretendía instaurar el caos! ¡El mismo de ahora! —bramó una de las enjuiciadas—. ¡Si no fuese por Pandora no tendríamos nada! Edgar nos lanzó al mundo sin explicarnos quienes éramos, sufriendo destinos miserables; algunos castigados, asesinados, otros encerrados en instituciones mentales, en prisiones... mientras que Daniel se dedicó al secuestro de los nuestros, ¿para qué? ¡Para disociarnos, lavarnos el cerebro!
El intercambio de palabras seguía. Una parte de la Dinastía consideraba que no podían esperar algo mejor, que seguían debiéndole gratitud a Pandora. Otro grupo no podía con la indignación, consideraba que todo era una pantomima, su libertad era una mentira, y una humana había fingido ser una de ellos para llevarlos a donde quisiera, fingiendo entender su dolor, ser una madre compasiva.
Debía admitir que podía estar de acuerdo con ambos bandos a la vez. Sin Pandora, los anómalos quedaban a la deriva, pero con Pandora, los anómalos quedaban a su merced. ¿Tenían otra chance? No todo debía resumirse a una falsa dicotomía.
En cuanto a Frank y Mamba, no quería pensar en el juicio que les deparaba.
—¡Ejecútenlos! —comenzaron a gritar algunos, otros los secundaron.
No podía dejar de sentir la responsabilidad pesando sobre mis hombros.
—¡Deténganse! —Me abrí paso entre la multitud, la sangre me ardía, no podía quedarme quieta, callada—. ¡¿Así comenzarán una sociedad libre de humanos?! ¡¿Manchándose las manos con sangre de los suyos?!
Las voces se acallaron, no sabía que expresiones tenían tras las máscaras, imaginaba que unos cuantos me veían con recelo, o asombro. Era una forastera defectuosa.
—¡Pandora mintió, y ya no está! —La voz me tembló, tan solo la adrenalina que me corría por las venas me permitió seguir—. Hay un poder inimaginable por encima de nosotros, los dueños de la isla, por otro lado, la gente de Daniel nos tiene en la mira. No sabemos por cuánto durará la paz, si quisieran podrían aniquilarnos con una bomba. No es momento para discutir esto. Pensé que no dañaban a los suyos.
—¡¿Y tú qué sabes?! —Espetó una máscara de cerdo—. ¡¿Acaso viviste aquí, en Salamandra?! ¡Ya todos lo saben, Alegra Hyde! ¡Estás disociada, no eres como nosotros! ¡Tu vida siempre fue tranquila bajo el ala de nuestro creador!
—Yo... —justo cuando buscaba mi lugar me mostraban la diferencia—. Gracias a mí, Pandora encontró lo que tanto buscaba y pudo irse, gracias a que curioseé ustedes saben la verdad. ¡Todos ustedes fingían no saber nada! ¡Sospechaban y se quedaron callados! ¡Vieron a su amigo morir y huyeron! ¡No son mejores que los miembros de la Dinastía!
Era dura, cruel y sincera. Lo que decía molestaba al enjambre, a Dalila, a Bran, a Morgan, pero no me detendría. Aproveché que me dieron el espacio para seguir hablando.
—¡Todos cometieron errores, es hipócrita hacer un juicio de esto! ¡Lo único que demuestran es sus ganas de desquitarse con alguien por lo que los humanos les hicieron!
—¿Y qué pretendes? —Débora, vestida de abeja, se abrió paso en la multitud—. ¿No habrá culpables?
Negué con la cabeza.
—¿No lo ven? —extendí mis brazos—. Los culpables no están aquí. Cada uno hizo lo que pudo para sobrevivir, y sí, algunos tuvimos privilegios, y otros... —señalé a Frank y Mamba—, acarrearon una vida de horror.
—¡Esos dos nos vendieron! —oí a alguien decir—. ¡¿También hay que dejarlos libres?!
—¡Ellos sufrieron más que nadie! —grité hasta desgarrar mi garganta—. ¡No tienen idea por lo que pasaron! ¡Ni yo la tengo! ¡Los disociaron y los adiestraron! ¡¿En serio van a castigarlos?! ¡Son sus hermanos, a ellos deberían vengarlos!
Los miré con rabia. Me defraudaban. Uno de los miembros de la Dinastía, de los que estaban "limpios", hizo un gesto a uno de los anómalos que cuidaba la jaula para que este la abriera.
Frank y Mamba salieron ilesos.
Corrí a ellos.
—¿Están bien? —les pregunté.
—Gracias, Alegra —me dijo Mamba, tenía la mirada triste y asustada.
Siendo una disociada a la inversa, como yo, podía imaginar su angustia. Frank no dijo nada, su pecho, subiendo y bajando de modo inestable, me lo decía todo.
—Alegra tiene razón —dijo aquel que dio la orden de liberar a los chicos—. No podemos empezar esta nueva etapa con el pie izquierdo, cometiendo errores de humanos. Somos mejores que ellos, que sus enseñanzas no nos condicionen. Ellos son el virus a eliminar, los causantes de nuestras penas y los causantes de que no tengamos un lugar en el mundo...
Con lo dicho, supe que teníamos el mismo sentimiento. Respiré hondo, la catástrofe era evitada.
Los anómalos esperaban instrucciones, por fin se centraban. Luego de destruir la ciudad, asesinar a la mayoría de los humanos, y de pretender establecer una cacería de brujas con los suyos, la cual había sido evitada.
—Todos lo saben —alzó la voz una mujer de la Dinastía—. Pandora buscó a los anómalos para traerlos en esta isla, muchos de nosotros llegamos a tiempo, otros tantos fueron tomados y reproducidos por Daniel, esos anómalos están disociados y adiestrados para cumplir órdenes de humanos. Vendrán por la isla, por nosotros, tenemos que proteger...
Las palabras se silenciaron. Los finos oídos de los anómalos lo detectaron. Todos se quitaron las máscaras y vieron al cielo.
<<¿Qué?>>, pregunté, y luego lo sentí.
La tierra temblaba, un grupo de helicópteros y aviones de guerra se dirigían directo a la isla.
Era demasiado para manejarlo por nuestra cuenta.
—¡Corran! —gritaron al unísono.
Un silbido se inició en el cielo, las bombas comenzaron a ser lanzadas. Estallando primero en las antenas de comunicación. La electricidad se cortó.
La isla se sumergió en una oscuridad total.
Las aspas de helicóptero traqueteaban encima de mi cabeza, ¿moriría? Mi cabello volaba, mi cuerpo no reaccionaba. Dejé de percibir el tiempo. Ni siquiera supe cuando Paris me tomó en su espalda para hundirme en el bosque.
Los anómalos se dispersaron por todos lados.
No hubo tiempo para un plan.
Los bombazos seguían por toda la isla. No oía a Paris, que me gritaba, me zarandeaba con desesperación.
Su imagen estaba distorsionada, me mareaba, perdía la fuerza.
Todo se ennegreció.
Mis nuevos y pequeños zapatos se ensuciaban con sangre. Mi abuela, desde el suelo, miraba con sus ojos blanquecinos, inmóviles. Sentí un gran alivio.
—¡¿Qué hiciste, demonio?! —mi abuelo me gritó, tuve ganas de callarlo a él también.
Quería sentir el cuchillo entrar en su carne.
—Es solo una niña, no sabe lo que hace. —Mi padre intentaba justificar el homicidio, en tanto yo tenía el descaro de relamer la sangre entre mis dedos.
Se sentía bien, sentí paz, felicidad, euforia, y ganas de reír.
La plenitud total.
Luego, esas cosas en mi cabeza, esa cama de metal me otorgaron el don de la culpa. Ya no quise repetirlo, ya no quise "portarme mal".
Dolía, dolía. Mi cuerpo parecía pulverizarse, mi carne se desgarraba. Mi cerebro se hacía líquido y se volvía a armar.
Era el infierno.
Mi padre observaba indiferente. De vez en cuando hacía anotaciones en una pequeña libreta. Del otro lado, Daniel controlaba las máquinas de tortura.
Cuando éstas se apagaron, luego de días y días, lo olvidé.
Olvidé el dolor, también la felicidad. Olvidé a mi abuela, olvidé la indiferencia de mi padre y su libreta de anotaciones, olvidé a Daniel y a su tortura.
El monstruo en mi interior se durmió y pude mezclarme en la sociedad. Ser una buena niña, algo torpe y bastante vacía.
—¡Paris! —grité al despertar.
—Aquí estoy —Paris me tomó de las manos, las tenía tibias.
Vi a mis alrededores, estábamos en una cueva, oscura y húmeda. Dalila, Bran y Apolo nos acompañaban, llenos de tierra y sudor.
—¿Qué sucedió? —Me incorporé luego de esa pesadilla.
—Ya vinieron —murmuró Dalila—. Están en todos lados, tomaron la casa de Pandora, el laboratorio.
—¡Carajo! —Quise asomarme, Apolo me detuvo.
—Yo no saldría si fuera tú —dijo con la voz ronca—. Gasearon la isla, quienes se durmieron fueron capturados.
—Algunos dijeron ver a personas atacando a los nuestros —añadió Bran—. ¡Solo pueden ser otros anómalos!
—¿Cuánto tiempo...? —intenté preguntar al ver algunos rayos de sol filtrarse.
—Seis horas —respondió Paris—. Dormiste seis horas.
—¡No pararán hasta atrapar a todos! —Desesperé al instante—. ¡Tenemos que actuar ya, antes de que sea tarde!
—¡Hay un ejército afuera! —gritó Dalila—. Con suerte pudimos resguardarnos.
—Alegra tiene razón —Paris me apoyó, y que dijera mi nombre denotaba su seriedad—. Cada minuto que pasa, es uno de nosotros que es capturado. Este escondite no será para siempre. Hay que reunir al resto y atacar. ¡No somos topos! —concluyó.
—Estoy de acuerdo. —Apoló frotó su rostro.
Bran y Dalila se miran entre sí, asintieron con algo de resignación.
—Es nuestra culpa. —Dalila apretó sus puños—. Lo sabíamos y los trajimos igual.
—No se culpen —dije—. Era cuestión de tiempo.
Nos encontrábamos lejos de la ciudad, tras una colina. Bran y Dalila apuntaban a los lugares donde pudieran haber anómalos. El sitio más cerca era una vieja fábrica tras el poblado del faro.
Los helicópteros nos atravesaban, debíamos acercarnos con cautela. A cada paso, lo sentía como una pesadilla, mis piernas pesaban como el cemento duro, al menos ya podía avistar una construcción abandonada, de fierros oxidados, tapada por la arena, y deshecha por el tiempo.
Nuestros pasos hicieron eco en el vacío lugar.
—¡Apártense! —gritó Paris.
Un chillido del inframundo nos dispersó a todos.
¿Un animal? No, un anómalo se abalanzó sobre nosotros, seguido de otros dos. Llevaban un collar de metal, y un ropaje blanco manchado en sangre.
El primero me mostró los dientes, una expresión de furia, sus ojos ennegrecidos y sus manos listas para desgarrarme. Paris me cubrió, le lanzó un puñetazo que podría partir el asfalto, el anómalo rodó por el suelo.
Otro atacó a Bran y Dalila. Entre los dos lo dominaron. Dalila, tomándolo por detrás y clavándole un fierro oxidado en el cuello, y Bran cargándole de puñetazos.
Apolo se las apañó solo. Tomó una varilla metálica del suelo, con la cual mantuvo la distancia y atestaba golpes que salpicaban la sangre de su oponente.
El anómalo que Paris había atacado se puso de pie, firmando su sentencia. Dalila, Bran y Paris lo acabaron en una lluvia de golpes letales.
Un baño de sangre, y unos cuantos rostros traumatizados.
Matar a uno de los suyos no les generaba la misma gratificación que hacerlo con humanos. Lo noté, no podían sonreír o cantar victoria, casi sentía sus nauseas al verse a sí mismo como homicidas.
—¡Mierda! —La voz de Dalila tembló.
Los atacantes seguían retorciéndose en el suelo, agonizantes. Me sorprendía su capacidad para soportar tanto.
Apolo tomó a uno de los tipos, vio que cada collar tenía una inscripción: "ratón 05", "rana 01" y "cobaya 02". Todos animales de usual uso en laboratorios.
—Nada especial —dijo Apolo.
Un ruido se oyó en el edificio. Nos mantuvimos alertas hasta que vimos a algunos de los nuestros.
Débora se encontraba junto a Hércules. Me sorprendió verlos empapados en sangre. Ella arrastraba el cuerpo de lo que parecía un soldado.
—La tuvieron fácil —dijo al vernos y mirar en el suelo a nuestros atacantes.
—¡Débora, Hércules! —corrí a ellos—. ¿Qué sucede afuera?
Ella sonrió estrujando su cabello empapado de rojo líquido.
—Nada bueno, pero tampoco hay que perder la fe. —Pateó el cuerpo que traía consigo—. No son de ningún ejército gubernamental, es una organización privada.
—Sus uniformes —dijo Bran al instante—. No pertenecen a ningún batallón certificado, sus armas no son las reglamentarias, y llevan un símbolo de "N" bordado en sus chalecos.
—Los Nobeles —afirmé—. Era obvio, son una especie de secta de intelectuales, de la que mi padre era miembro. Daniel quería unirse a ellos, es posible que lo hiciera entregándoles la información de nosotros.
—Sí lo recuerdo —dijo Paris—. Fueron nuestros primeros sospechosos, y los culpables.
—En fin —exhalé—. El último tiempo los anómalos han venido aquí o han sido capturados por Daniel y los Nobeles, para proyectos que mi padre no consentía, por eso se peleó con dicha organización y lo asesinaron.
— Tu padre iba en contra de la disociación y el adiestramiento —comentó Apolo—, pero dejó que te lo hicieran a ti, es algo hipócrita de su parte.
—No me veía igual que al resto —musité—. Yo siempre fui creación de Pandora, no de él. En cambio, unió ADN de todos los que tenía capturados, pretendía mejorar su proyecto...
—¡Da igual! —exclamó Dalila—. Estamos rodeados de estos soldados y de anómalos adiestrados.
—Y se llevaron a Ada y a Morgan —añadió Hércules—, entre otros que nos acompañaban.
—¡¿Qué?! —No podía creerlo.
Mi sangre era hielo, de no tenerlos a mi lado, habría sido de las primeras en ser capturadas. Por eso, antes de que fuera más tarde, debíamos actuar. La desesperación y el miedo no me ganarían, nunca lo hacían. En mi parte humana había valor, el valor de luchar contra la adversidad, el valor que me llevaba a sobrevivir. Estar ahí, a pesar de mi insignificancia, no me quitaría la posibilidad de darlo todo.
Acordamos reunir a los más que pudiéramos, y aunque nos doliera, mataríamos a cualquier "adiestrado" que se nos cruzara en el camino. Nuestro punto final, en efecto, era el lugar donde se concentraba la mayor parte de los atacantes: la casa de Pandora.
La última batalla por nuestro sitio en el mundo,por Salamandra.
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