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29.Mosquito

"Era lo que los mosquitos a los humanos, 

la más letal para nuestra especie a pesar de su insignificancia".


Sin amigos, sin madre, y soportando el odio de mi abuelo. Así recordaba mi infancia. No era algo malo, mi padre me lo daba todo y yo era una buena chica, que a la edad de cinco años aprendió que matar gallinas estaba mal, que morder a los niños del jardín y arrancarles la piel no era apropiado, así como asesinar a mi propia abuela.

Era cosa de chicos, accidentes caseros. No tenía intenciones de hacer daño, las cosas sucedían, y luego de ir a terapia los episodios no se repitieron. Trabajé duro, estudié, fui una buena chica para lograr la aceptación de todos.

Nunca lo logré.

Aspas de helicópteros sobrevolando la casona de Pandora me espabilaron.

La alarma de mi reloj sonó. Debía estar del otro lado de las alcantarillas, y aún seguía con Pandora.

—Ya vinieron por mí —me dijo Pandora.

Apagué el sonido y me levanté de la silla.

—Tengo muchas preguntas. —Limpié las tontas lágrimas de mis ojos.

Ella giró sus pupilas y se cruzó de brazos.

—La isla pertenece a una poderosa orden gubernamental —respondió antes de que preguntara—. No busques más de ellos, manejan todos los hilos de las sociedades. Yo debo fingir que soy anómala para continuar con mis investigaciones y que no me maten. Tuve que mentir en un principio y sostuve la mentira después.

—Pero... —insistí.

—Alegra, esta charla nos demandaría demasiado tiempo —ella resopló—. Ahora mismo hay un problema más grave.

—Lo sabes. —Mi voz tembló—. Sabes que Mamba y Frank son traidores.

—Los Nobeles y Daniel trabajaban juntos en esto. —Ella asintió—. Lo supe cuando quemaron el yate. Nos tenían y nos atraparon gracias a Mamba y Frank.

Pandora tenía razón, algo más grave sucedería.

—¿Qué harás al respecto? —pregunté para finalizar.

—¿Yo? —Volvió a sonreír con vista al techo—. Pedí ayuda, me enviaron un helicóptero. Es cuestión de horas para que la Dinastía sepa quién soy y me maten.

Ella tenía mucho más que perder. Mi vida estaba destrozada, lo último que me quedaba era el aliento. Pandora descubría que su trabajo de toda la vida no era en vano, que ella era quien había creado la fórmula para reproducir anómalos de modo natural. Además, era la dueña indiscutida de su propia isla-laboratorio.

—¿Dejarás que nos maten? —Apreté mis puños—. ¿Dejarás que tus enemigos y los adiestrados tomen la isla?

Pandora comenzó a juntar algunos papeles de sus cajones

—Ya no tengo poder aquí. Tengo que partir antes de que me atrapen y me despellejen. —Pandora miró por la ventana, a lo lejos se veían las luces del festival—. La Dinastía se enfurecerá, el enjambre... cualquier anómalo. Alguien tendrá que tomar el mando, no todos morirán si hacen las cosas bien. —ella me miró.

—Estás loca.

Pandora volvió a mirar por la ventana, y luego se apartó con rapidez.

Una patada voladora rompía el vidrio en mil cristales.

—¡Veintitrés minutos y diez segundos!

Paris hacía su entrada triunfal. Su sonrisa descocada y sus ojos fuera de órbita se posaban sobre Pandora. De inmediato me interpuse entre ambos.

—¡Tranquilo, Paris! —lo detuve, aunque con miedo de ser devorada.

Al girar mi rostro vi a Pandora aterrada, pálida.

—Vaya... —el porte de Paris volvió a ser el habitual—. Qué sorpresa, Pandora...

En esa simple expresión, Paris ya lo interpretaba. La verdad tras Pandora y por qué no solía acercarse a los anómalos.

—Paris, detente. —Lo tomé del brazo.

—Tú elijes, Alegra. —Pandora tembló, no tenía oportunidad contra Paris—. Sabes lo que sucederá. Lo único que queríamos era tu fórmula, y ya la recuperé y la entregué a mis superiores. Los demás anómalos están destinados a la extinción, sus vidas ya no tienen sentido. Te doy la oportunidad, vienes conmigo o te quedas en Salamandra.

—¡¿De qué estás hablando?! —Paris me tomó de la muñeca con fuerza y me atrajo hacia él.

¿Irme con ella antes de que todo se fuera a la mierda o quedarme en ese pozo del infierno?

El móvil de Pandora sonó. Sin quitarnos los ojos de encima atendió.

—En seguida subo. —Ella cortó a llamada y volvió a mirarme, interrogativa—. ¿Y bien? No tengo idea que sucederá; pero, estando disociada, tienes pocas chances de participar en la matanza que se avecina.

Eso era más que cierto.

Paris ajustó su agarre.

—¿Vas a irte? —preguntó a mi oído.

A lo mejor ya desvariaba, y notaba una resistencia de Paris a dejarme ir con ella. O era solo yo, que sabía, que al final, tenía un lugar a donde pertenecía.

Volver a la caja o desatar el caos en el mundo.

—Me quedaré —afirmé, apartándome de su paso—. Tienes lo que querías de mí, y los demás anómalos ya no te importan..., pero a mí sí.

Ella asintió, y sin dejar de ver el salvajismo de la mirada de Paris, abandonó la habitación.

Era su hora de dejar Salamandra, su laboratorio entraría en una nueva fase en la que una simple humana no podría mantenerse en el poder. Sentí como Paris me soltaba del brazo para tomarme de la mano.

—Vamos con los demás.

Lo seguí.

*

El clima festivo persistía en la feria. Las bandas no detenían su música. El pueblo no lo sabía, no sabían que Pandora los había abandonado a su suerte, nadie sabía lo que Frank y Mamba habían desatado.

Al final, todos estaban sanos y salvos en la plaza central, rodeados de los stands de comida y bebida.

—Una humana —afirmó Morgan—. Todo su cuarto hedía a una inmunda humana. Ese aroma que era tapado con bebida, con absenta. ¡Debiste matarla, Paris!

Sentí a Paris avergonzado.

—Pensé que sería imprudente —se excusó.

—¡¿Desde cuándo te contienes?! —Le recriminó Dalila—. No puedo creerlo.

—Parece que les duele más que fuera humana a que estuviera haciéndoles observaciones —dije.

—Este lugar era nuestro santuario —dijo Bran—. Y Pandora nuestra salvadora, nuestro prototipo, nuestra alfa. No tienes idea cuan asqueado me sentí al ver su laboratorio. Cada comportamiento de nosotros estaba anotado, todos los experimentos fallidos de reproductores embotellados, los informes de disociados y sus tratamientos... no te das una idea lo que vi.

—Vamos. —Débora se acercó a nosotros—. Ya lo confirmaron. Todos lo sospechábamos. Solo que estábamos muy cómodos como para admitirlo.

—Sí —le dijo Morgan—. Pero nos dejó a la deriva. Su "salvación" no fueron más que mentiras, mientras intentaba replicar su vieja fórmula perdida. Ya la obtuvo, ya no le servimos. Eso es lo que somos para los humanos. Material de descarte.

—Y todavía falta lo peor. —Apolo se acercaba con una cerveza en la mano—. Esos amigos suyos nos vendieron.

—¿Cuándo atacarán? —preguntó Dalila, preocupada.

No podía hacer nada con eso. A lo mejor intentar hablar con Mamba, la única en el planeta capaz de entenderme. Nuestra parte animal estaba eclipsada.

Me aparté del grupo, me hundí en el gentío, descifraba los rostros anómalos y humanos. Las bestias y sus presas. Algunos morirían esa noche, las humanas más afortunadas serían drogadas e inseminadas contra su voluntad.

Salamandra era el averno, mi nuevo hogar.

El calor de la noche me agobiaba, jamás se detenía, ni cuando llovía. Me dirigí a la costa, enormes fogatas se alzaban al cielo, la gente danzaba a su alrededor, en el primero de los cuatro días de la Festividad. Me aparté de ellos y toqué el mar con la punta de mis pies, me detuve al ver una sombra tras mi espalda.

—Alegra.

Dulce, ronca, y masculina. Frank tenía la voz que merecía la perfección de su cuerpo, de sus ojos, de su presencia.

Me hablaba al fin, me di vuelta sin miedo, a lo mejor porque ya tenía todas mis fichas jugadas y mi alma entregada al Diablo.

—Frank —miré a sus lados—. ¿Vienes a matarme?

—No.

Él mantuvo su rostro arisco sobre mí, su mirada gris seguía provocándome el mismo sentimiento del inicio. Me dominaba, me doblegaba, me mantenía frente a él.

—¿Vienes a decirme por qué acechabas mi casa? —tragué saliva.

—Algo pasó... conmigo —confesó.

Ansiaba preguntarle tantas cosas, y a la vez prefería quedarme en silencio oyéndolo hablar, como en esas noches en las que esperaba a que dijera algo, aunque fuese una secuencia de números.

Lo dejé hablar.

—Al ser disociado... mi parte animal no puede...

El pecho de Frank subía y bajaba, su respiración se volvía dificultosa. Su mirada se tornaba brillante. Sufría, seguía sufriendo, no importaba el tratamiento recibido. Hablaba pero sin poder expresarse.

—Frank —lo tomé de la mano, se encontraba rígida y helada—. Siempre te ayudé, y lo que hiciste... ya no importa. Te hicieron daño, te programaron. ¿Sabes? A mí también. Por eso no estoy enojada, ni contigo, ni con Mamba. Fuimos víctimas de los humanos, y si puedo seguir...

Frank soltó mi mano para tomarme del rostro.

—Frank...

Intenté decir.

Él me besó, me besó de un modo lento, suave. Su lengua me saboreaba con timidez. No era su animal, no era su humano, era Frank, completo, anómalo.

Se apartó de mí, tras unos pocos segundos. Noté su esfuerzo al hacerlo.

—Mi parte animal... —balbuceó respirando con dificultad—. No puede apartarse de ti. No quiero que vengan a matarnos... no quiero matarte...

—Vamos a luchar, Frank. —Lo tomé del rostro, podía darme una idea de cuánto miedo tenía.

Él negaba con su cabeza, sus hermosos ojos se colmaban de lágrimas.

—No podemos, no podemos... —murmuraba errático—. No puedo desobedecer, vamos a regresar allí... van a quemar nuestras cabezas... No puedo traicionar.

—No lo harán —insistí—. Sé que tienes miedo, que te "domaron", pero ya no estás solo y yo tampoco. Tan solo tienes que decirles a los chicos todo lo que sabes, Mamba tiene que hacerlo.

Dicho esto, vi a Mamba caminar hacia nosotros.

—La sola idea de traición nos quema en nuestra cabeza. —Los ojos de Mamba se oscurecieron—. Antes de morder la mano de nuestros amos, nuestro cerebro explotará de dolor. Nuestras fibras más sensibles se consumirán en ácido. Moriremos. El adiestramiento de un anómalo es fruto del más salvaje sufrimiento.

El cuerpo de Frank seguía temblando, sudando frío.

—No podemos decir nada —siguió ella—. Y es mejor que Frank se mantenga alejado de ti.

—¿Por qué...? —Un nudo de angustia me impidió seguir hablando.

—Porque su animal sigue al olor que emanas —dijo ella—. Eso lo tortura, eso significa traición.

—No entiendo.

—Es temporada de celo, y tú la única fértil. —Mamba tomó a Frank de la mano—. Vámonos, pronto acabará —le dijo antes de apartarlo de mí.

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