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26. Venado

"Y aunque el venado corrió, sus cazadores 

no pararían hasta colgar su cabeza en la sala".


Morgan, Dalila y Bran tomaron la delantera en medio del gentío de La Jaula, Apolo nos acompañaba, a los chicos no les parecía importar. Aun en mí rondaba lo que acababan de confesarme, y deseaba golpearme la cabeza repetidas veces. Era obvio, y a la vez era inverosímil.

Íbamos al V.I.P a buscar un "enjambre", un montón de personas con ADN de insecto, solo pensarlo me generaba escozor.

—Allí. —Apolo señaló una puertecilla al fondo, que de vez en cuando era iluminada por las luces tintineantes, por lo cual podía leerse la abreviatura "V.I.P"

Nos abrimos paso entre los bailarines y las mesas, la música seguía fuerte, pero su volumen descendía en cuanto más nos adentrábamos a la oscuridad de los pasillos.

—¡¿A dónde creen que van?!

Una voz se alzó sobre nuestras espaldas. Me di la vuelta de inmediato, era un alto fortachón con metal en sus dientes, y con sus puños picudos listos para rompernos la cara.

—Somos nosotros —dijo Dalila, más relajada que yo—. Venimos a ver a Débora y al enjambre, ¡¿no te alegras que volviéramos, Hércules?!

—¡De ninguna manera! —bramó el fortachón—. No después de todo lo ocurrido, y luego que prometieran no regresar.

Miré de inmediato a Dalila, ¿prometer no regresar? ¿Por qué? Dalila giró sus ojos en cuanto me vio. Yo tenía razón, había algo más por lo cual los anómalos habían abandonado Salamandra.

—¡Cómo sea! —Bran tomó la delantera—, eso lo decidirá la reina Débora.

—¿Reina? —preguntó Paris.

—Del enjambre... —añadió Morgan.

El tipo musculoso, "Hércules", dudó un poco antes de hacernos a un lado para abrirnos la puerta al V.I.P. Inspiré hondo en cuanto vi más escaleras subterráneas, un vaho caliente emanar desde las profundidades y una tenue luz roja brillar a lo lejos. Más que un V.I.P parecía el infierno, pero como siempre, la única espantada era yo. Los demás se apresuraban como si nada, y Paris sonreía como si todo se tratara de una gran aventura.

Poco a poco se respiraba mejor, un salón se ampliaba ante nuestros ojos. Los muros y decoraciones estaban entintados de dorados y rojos. En el fondo se encontraba un bar repleto de bebidas, pero ni la extraña decoración hexagonal de las mesas y sillas podía atraerme más que el aroma dulce del ambiente, como a mantequilla y azúcar derretida. Aunque la fascinación por ello se acabó en cuanto los vi a ellos: los miembros del enjambre.

Anómalos entre los anómalos, eso fue lo primero que se me ocurrió al verlos. La extrañeza era el rasgo de ellos, o de nosotros, y los rasgos superficiales resaltaban más en los miembros del enjambre.

Ojos grandes y caras delgadas, angulosas, cabellos de tonos imposibles, tornasolados, pieles pálidas, bronces o plata..., de contexturas variadas, de pecas, lunares, labios extra finos o gruesos, eso sí, eran rasgos inusuales, rubias morenas, o afros colorados, de todo lo que pudiera imaginar, y si no hubiese sabido sobre los anómalos, habría apostados porque ellos venían de un futuro distante, o del espacio exterior.

—¿Qué miras tanto, Conejita? —preguntó Paris a mi oído—, ¿ya te olvidaste para que viniste?

Paris tenía razón. Por un momento, mi cabeza había sido atrapada por el ambiente surrealista, tanto, que ni siquiera había percibido a esa rubia curvilínea que se acercaba a nosotros con su vestido negro ajustado, y sus tacones aguja.

—No me digan nada —dijo ella colocando sus manos en la cintura—. Ya sé toda la historia del secuestro, de la hija de Edgar, del anómalo con el cerebro lavado... ¡Qué fastidio!

—Débora, lo sentimos —masculló Dalila—, pero tras las cosas que nos pasaron, decidimos que no había lugar más seguro para nosotros que nuestra casa.

Esa mujer era Débora, suponía que no pasaba los treinta, pero tenía la presencia de toda una diva. Era la reina del enjambre, llamativa, hermosa, alta, rubia, de mirada acaramelada, piel tostada y pestañas tupidas.

Ella me miró e hizo una media sonrisa.

—¿Un herbívora? —dijo, a pesar de que yo no era vegetariana, supuse que se refería a mi genética—. Edgar no estaba interesado en trabajar con animalillos comunes; conejos, ratas, ya saben, todos eso bichos de laboratorio, él era un excéntrico. Cada anómalo fue una obra de arte, ¿qué le pasó con ésta?

—A lo mejor me hizo por error —dije y resoplé—. No creo haber sido hecha con mucho entusiasmo.

Débora me analizó con más detenimiento.

—No lo creo —respondió muy segura—. Estudié a tu padre, era una persona muy dedicada, y su objetivo final, al hacer un anómalo, era crear uno capaz de reproducirse. Ponía mucho entusiasmo en la selección de genes, pero fuimos un fracaso tras otro. Una generación, tras otra, de hermosos psicópatas infecundos, sino mírame a mí, ¿qué clase de abeja reina es infértil?

—O pretendía ocultarme —resolví con avidez.

Ella volvió a negarlo.

—¡O quiso cambiar la receta! —añadí, habían miles de explicaciones—. O pensó que no importaba lo de afuera, sino lo de adentro, me refiero a mi útero.

—Podría ser —Débora se encogió de hombros—. Lo extraño, es que luego de ti, no ha habido otros anómalos fértiles. De los últimos creados por Edgar, son iguales a nosotros. Mis obreritas me traer información a menudo. ¿Qué sentido tendría? Pudo haber hecho muchísimos anómalos fértiles en veinte años y solo te hizo a ti, ¿no es raro?

—Todo es raro —siseé.

Débora sonrió y comenzó a caminar entre las mesas y la gente, nosotros la seguimos.

La "abeja reina" se sentó en un diván rojo al final del V.I.P y tomó un vaso lleno de una bebida viscosa y amarillenta.

—Pandora siguió recibiendo información de anómalos nacidos luego de ti —prosiguió—. Eran anómalos estériles. ¿Crees que él olvidaría su receta? ¿Qué crees que sucedió? Él sabía que su trabajo estaba siendo robado y quiso ocultarte, la pieza final.

—No vinimos a esto —solté tratando de no pensar en algo "inútil"—. Es sobre Pandora, sobre cómo es que lidera esta isla, quién le da poder, y, principalmente ¿por qué Dalila, Bran y Morgan decidieron irse de aquí?

Las miradas de los susodichos se pusieron incómodas sobre mí.

—Supongo que en el enjambre no es un secreto —dijo Dalila—. Así que, Conejita, te lo diré.

Todos los que allí estábamos nos sentamos alrededor de la mesa. Dalila habló, y sin más espera lo confesó de una sola vez.

—Vimos como Pandora y su séquito asesinaron a un anómalo en el basurero de Salamandra.

*

Había sido el año pasado, durante la Festividad del Celo, en donde la mayoría de los cuerpos humanos descartados eran llevados a bosques, e incluso al gran basurero a las afueras de la ciudad principal, la mina de oro de Bran.

—¿Estás seguro que no quieres volver a la ciudad? —preguntaba Dalila, a medida que se alejaban más y más de la gran fiesta—. No podrás tener hijos conmigo de forma natural, hoy es el día. Quizás podamos donar nuestras células y hacer que alguna humana quede embarazada de nosotros...

—¡Ya te dije que no me interesa! ¡No, no me interesa! —acentuó Bran—. El único motivo por el cual amo la Festividad del Celo es por los humanos descartados, siempre se deshacen de ellos sin revisarles los bolsillos, a veces tienen cosas curiosas.

—Ya no podemos meter más basura en casa —Dalila bufó.

—No es basura, ¡no! —Bran revolvió sus cabellos—. Cuando los humanos no existan, alguien tendrá que hacer réplicas de sus objetos.

—Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de los humanos.

Bran no le hizo caso y siguió hacia su gran tesoro, pero antes, atravesado por ramas, iluminado por el claro de luna, la silueta de un temible hombre ensangrentado se dirigía a ellos empuñando un cuchillo de brillante filo.

—¡Hola, Morgan! —Bran agitó su brazo con entusiasmo.

Morgan limpió la sangre de su rostro con el puño, aunque no fue efectivo.

—¿Vienes del basural? —preguntó Dalila, pero este tenía una cara pésima, depresiva.

Morgan se dejó caer al suelo.

—¿Tienen agua? —preguntó.

Por suerte, Bran siempre iba preparado y alcanzó una botella a su amigo.

—¿Presa difícil? —inquirió Dalila.

—Sí, la hermana de Tara—confesó—. Ella me vio asesinando a su madre y tuve que matarla también.

—¡Mierda! —exclamó Bran—, ¿justo tenías que matar a la familia de tu novia?

—¡No es mi novia! —Morgan se puso de pie—, es una humana estúpida e insistente. ¡Solo la usaré para la Festividad del Celo por clemencia y nada más!

—¿Clemencia? —Dalila rió por lo bajo—. La clemencia debiste tenerla con su familia, en fin, ¿les revisaste los bolsillos?

Morgan negó con la cabeza.

—¡Te lo dije! —recriminó Bran a Dalila—. ¡Hay tantas cosas en los bolsillos de los cadáveres! ¡Vamos Morgan, muéstranos donde las dejaste!

Morgan se levantó de mala gana y acompañó a la pareja de carroñeros en busca de alguna moneda u objeto de valor.

El basural de Salamandra se escondía tras el pantano y el bosque, tan solo los camiones transportadores de deshechos iban hasta allí, aunque no lo hacían durante las fiestas en la isla, los habitantes se concentraban en los centros de las ciudades, en general: en la avenida principal. Cuando todo acababa, los que fallecían en manos de anómalos eran desperdigados por esas zonas.

—Por allá... —señaló Morgan a lo lejos de un gran montículo de porquería.

—¡¿Por qué tan lejos?! —Dalila golpeteó el suelo con sus pies.

Morgan tenía una expresión fatal y no iba a dar más detalles de un asesinato, que si bien le había otorgado placer, le dejaba un pequeño sabor a culpa. Tenía que pasar una noche o dos para que el malestar se fuera.

Bran, con frenesí, se aventuró hacia la mugre.

A pesar que los anómalos tenían el amparo de la policía, Morgan se había encargado de tapar bien su delito. Eso lo hacía más divertido para Bran, que hurgaba entre los restos acuchillados, las vísceras desparramadas y la basura orgánica que cubría los cuerpos.

—¡Tres dólares! —Bran alzó la mano con algunos billetes.

Y, aunque Dalila pretendió mostrarse más reacia, no pasaron diez segundo para que ella empezara a remover entre los restos, ante la mirada fría de Morgan.

—¡Un brazalete de oro! —clamó la muchacha con alegría, al momento de colocar la joya en su muñeca.

En ese instante, gracias a la agudeza de sus sentidos, los tres detuvieron lo que hacían para descifrar un zumbido que se acercaba a su dirección.

—Es un vehículo —afirmó Dalila.

—¿Quién viene con un vehículo al basural? —a Bran le hizo gracia.

Se trataba de una gran camioneta negra, que comenzó a acelerar, no pretendía detenerse allí, sino traspasar todo ese maldito lugar, pero el humo negro en su capot hacía evidencia de que algo andaba mal.

—¿Qué mierda pasa? —preguntó Dalila, antes de esconderse tras el montículo.

—Puede que sea un humano —dijo Morgan—. Quizás presenció un homicidio y pretende huir, hoy me pasó eso.

—Escondámonos hasta que se vaya —finalizó Dalila, la camioneta se detenía a lo lejos—. Dejé mi cuchillo en casa, y no quiero salpicarme de sangre, tenía pensado ir a La Jaula más tarde.

Un estruendo alertó a los anómalos, la camioneta ya no podía avanzar y había quedado varada en medio del basural.

Un hombre ensangrentado bajó de aquel vehículo y dio una patada al mismo. Las pupilas de Morgan se dilataron al oler la sangre.

—¡Es un anómalo! —afirmó queriendo ayudarlo, pero Bran y Dalila lo detuvieron.

—Se acercan más vehículos —susurró Dalila, obligándole a guardar silencio.

—Parece que está en problemas —masculló Morgan—, debemos ayudarlo.

—¡No hasta que sepamos quien viene tras él! —Dalila lo tironeó hacia el suelo—, si lograron herirlo, y él está huyendo, es mejor pensar a atacar.

—¡Son muchos! —exclamó Bran al ver acercarse decenas de vehículos que encerraban al anómalo y lo dejaban sin escape.

Los tres testigos se refugiaron tras el montículo, la basura y los cadáveres dejados por Morgan. A penas podían ver, pero el terror del anómalo podía palparse a lo lejos, era algo inusual que uno de su tipo lo hiciera pero desprendía los químicos del miedo, tanto, que podía opacar el hedor de los desperdicios y cadáveres del basural.

El anómalo comenzó a gritar con horror.

—Ya no hay escape para ti, venado —dijo un hombre—. ¿Quieres deshacer esto? ¿Traer el caos a Salamandra?

—¡Farsantes! —gritó aquel anómalo herido.

—¿Qué mierda pasa...? —Dalila asomó su rostro, y en cuanto vio la escena completa, su miedo se desprendió como vapor de su piel.

Sus compañeros hicieron lo mismo. No lo entendían, no podían creer, tenía que haber una explicación para ello. Miembros de la Dinastía apuntaban con sus armas a uno como ellos, a un anómalo, ¿por qué? Eso era lo más intrigante.

Farsantes, repetía aquel hombre antes de su innegable muerte, pero su furia incrementó cuando Pandora descendió de uno de los vehículos, y, sin acercarse demasiado, lo apuntó con su arma.

—¡Tú... maldita! —gritó éste, que sostenía sus heridas sangrantes con sus manos—. Todo el mundo se enterará.

A pesar de la lejanía, creyeron verla sonreír.

—Te di un hogar, ¿y así me quieres pagar? No puedo dejar que lo arruines.

Pandora disparó.

Aquel hombre anómalo, de ADN de venado, cayó al suelo con un agujero en medio de su frente.

**

—¡Farsante! —grité luego de que Dalila concluyera su relato—. ¡Lo sabía, la Dinastía y Pandora esconden algo! Salamandra no es segura.

Débora sonrió.

—Lo sabemos —dijo—. Hasta ahora la teoría más acertada es que ella trabaja para los humanos. Tiene un laboratorio en su hogar, tú lo viste, ¿qué más pruebas necesitamos?

—¿Por qué no lo dice a la comunidad? —Tomé el vaso sobre la mesa de Débora y bebí hasta la última gota de esa asquerosa bebida amarilla.

—Ese es el enigma, ningún otro anómalo ha muerto de ese modo. —Hércules se acercó a nosotros—. La noche que Oscar murió, Dalila y los demás vinieron a refugiarse al enjambre, este pequeño sector de la sociedad anómala que se ha mantenido a un costado de todo. Pandora salvó a todos los anómalos, estamos agradecidos por ello, pero deberle obediencia es otra cosa. No deberían existir las jerarquías en nosotros. En cuanto nos contaron lo que vieron, se mostraron con necesidad de huir, tenían miedo de haber sido vistos...

—Nosotros somos trabajadores del astillero —añadió Débora—. Los únicos obreros capaces de crear embarcaciones que transporten a personas fuera de Salamandra. Pandora sabe de esto y deja un espacio para demostrar su "transparencia".

—Para no levantar sospechas, decidimos esperar —añadió Dalila—, al día siguiente nos llevamos la sorpresa que la muerte de Oscar fue tratada como un error de él durante la Festividad del Celo, en donde se dejó matar por sus víctimas. Todos lo creyeron, ¿cómo podríamos explicar lo que habíamos visto? ¿Qué había descubierto Oscar? Nunca lo sabremos.

—¡¿Nunca?! —bramé indignada—. ¿Acaso no les importa por qué murió su amigo?

—No era tan amigo. —Bran se encogió de hombros.

—Ustedes dijeron que me ayudarían a descubrir que había tras Pandora —recordé—. Yo dije que no estaba dispuesta a vivir bajo mentiras nunca más. ¿Van a ser los líderes del mañana y dejan que su reinado comience de este modo?

Débora y Paris soltaron sus risotadas.

—La coneja tiene razón —me apoyó Apolo—. Pude ver el mundo con mis ojos y sobreviví, ustedes tuvieron mala suerte. Pandora cree que es nuestra salvadora, pero ni siquiera sabemos cuál es su animal. Esa mujer coarta nuestras libertades, hace las reglas y nosotros las acatamos sin cuestionarlas, ¿y pretenden que aceptemos que rompió una regla de oro y nos mienta en la cara? Sí, Oscar tenía razón, es una farsante.

—¡Al fin alguien me apoya de verdad! —miré a Apolo, por un momento había pensado que un gato era una especie de Paris, pero él era mucho más consciente que los demás.

—¡Por supuesto! —añadió dejándose caer en uno de los sofás—. ¿Por qué creen que me fui? Yo nunca necesité ser rescatado. Los que no cuestionan nada son los pobres desvalidos, de verdad me dan vergüenza. Dejen de lamer las botas a una mujer que bien saben no es la gran líder que intenta parecer.

—¡Cierra el pico, Apolo! —le gritó Dalila a punto de comérselo crudo, pero Bran la detuvo.

Para mí tenía mucha razón. Paris lazó un largo suspiro para hacerse notar.

—La Conejita tiene razón, más luego de ese relato —dijo alzando la mano para llamar a una extravagante camarera de ojos anaranjados y cabello teñido de azul—. Además, ¿de verdad no saben cuál es su animal? Allí, en el puesto de alcalde debería estar yo, un león.

—Yo también soy reina —dijo Débora con la mirada afilada—, pero no somos solo animales, también somos humanos, por eso no debemos presumir nuestro ADN, no podemos comenzar creando diferencias entre nosotros.

La camarera se acercó a nosotros sonriendo de forma sugestiva hacia Apolo, lo cual pude notar que dejó desconcertado a Paris, casi traumatizado, ya no era el más hermoso y eso me generaba un poco de satisfacción.

—Hola, Ada, ¿me extrañaste? —Apolo guiñó un ojo a aquella hermosa mujer.

—Por supuesto, Apolo —ella le hizo un mohín gracioso en tanto Paris fruncía el ceño—, ¿qué vas a ordenar?

—Nada. —Apolo se encogió de hombros—. ¡No tengo dinero! ¿Me invitas algo?

—¡Yo te llame! —Paris le arrojó unos cuantos billetes de mala gana—. Quiero que traigas la bebida más cara para nosotros, ¡rápido!

Ada alzó sus cejas, guardó los billetes entre sus senos y obedeció.

—Ser un león no es suficiente en Salamandra... —Débora se le rió en la cara—, eres uno más del montón, ¡imagínate! Te acaba de hacer enojar una mariposita nocturna.

—¿Podemos volver a lo importante? —dije—. Voy a investigar a Pandora. Estoy viviendo aquí, soy una reproductora, hija de Edgar Hyde, y una que no cree que el yate de Paris lo hayan incendiado los pescadores. No estaré tranquila hasta averiguar con quien trabaja, y para qué. Y bien, ¿quién me apoya?

Noté un intercambio de miradas, les costaba meterse en problemas cuando tenían todo que perder.

En ese instante, Ada, la mesera, regresaba con copas y una botella en forma de calavera con un líquido rojo dentro.

Absenta vampirya —dijo colocándolo en la mesa—. Una bebida estimulante, fortalecedora y con misteriosas propiedades de curación. Lo más caro del V.I.P del enjambre, y lo único que toma nuestra alcaldesa, a la cual pretenden desenmascarar.

—Ella tiene el mejor oído del enjambre —dijo Débora, orgullosa.

—En el enjambre somos de confianza, no hay que preocuparse más que por Pandora —dijo Ada, repasándonos con la mirada.

—Saben que no es trigo limpio, pero ninguno hace nada —mascullé decepcionada—. Los anómalos no son más que animales adiestrados.

Mi comentario desconcertó a más de uno.

—Una hiena, un cuervo, un tiburón, un león, una abeja reina... —proseguí—, para que los únicos que estemos seguros de arriesgar todo seamos un gato callejero y una coneja.

Les hería el orgullo y me encantaba, podía verlos sonreír con la cara tensionada. Yo tenía razón.

—¿Y cuál es tu brillante plan? —Dalila meció la copa con absenta.

—Infiltrarnos en la casa de Pandora —dije, era lo único en mi mente—, o en la comisaría, revisar sus teléfonos, sus papeles. ¡Algo tiene que haber!

—¡Loca! —Bran golpeó la mesa con ambas manos—. ¡Estás loca! ¡La casa de Pandora tiene cuarenta y tres guardias que cambian el turno cada ocho horas! ¡Veinte puertas con cuatro cerraduras! ¡Ciento ochenta cámaras de seguridad!

—¡Esa es la información que necesitaba! —Aplaudí con entusiasmo, adoraba a Bran—. Eres la persona más útil en el mundo.

—¡No, no, no! —Bran agitó las manos en negativa, pero no estaba dispuesta a dejarlo escapar.

—Y Morgan será nuestro olfateador —añadí con entusiasmo.

—¿Yo? —Morgan parpadeó rápido—. Yo no tengo nada que ver.

—Solo tú puedes saber que animal es Pandora —insistí.

—O puedo morir en el intento —soltó—. Si no deja que nadie se le acerque, por algo será.

—¿Y yo? —preguntó Paris más entusiasta que antes.

—Tú... —traté de pensar—. No sé para qué sirves, luego te digo.

—¡¿Qué?! —Paris golpeó la mesa—. ¡Soy el más fuerte, el más veloz, el más hermoso asesino que ha pisado este puto planeta!

—Puedes ser mi guardaespaldas. —Me encogí de hombros.

—A mí no me mires —dijo Débora—. Podemos cubrirlos, pero ni sueñen que nos acerquemos a la casa de Pandora.

—Yo los acompañaré. —Apolo me guiñó un ojo en complicidad.

—También ayudaré. —Hércules frotó el puente de su nariz, resignado a ayudar.

—No dejaré a mi Bran solo —murmuró Dalila, la última en tomar partido en la situación.

Con todos de acuerdo, pusimos en marcha el plan para desenmascarar a Pandora, y con ello a todo lo que tenía que ver con los anómalos.

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