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25. Hiena

"No era yo sola, 

la hiena también olía la podredumbre".


La cabaña elegida por Paris era de ensueño. Imaginaba que alguien como él iría a despilfarrar dinero y ostentar una gran mansión, pero resultaba ser un poco más inteligente en más que un aspecto.

Con solo dos habitaciones con baño personal, un gran living comedor y una espaciosa cocina, nuestro hogar de madera barnizada, con vista al bosque, aguardaba listo para ser disfrutado, aunque no ese día. Bran y Dalila nos habían invitado a un club nocturno llamado "La jaula", y solo entraba un tipo de persona allí: anómalos.

Aún era la tarde, me preocupaba acomodar los muebles de mi habitación de modo que me sintiera en casa, como todos pretendían hacerme sentir.

—¡Toc, toc, Conejita! —Paris ingresó a mi habitación, lo miré molesta—. ¡No me mires así! Vengo a pedir opinión, ¿esta ropa me queda bien?

Paris dio una vuelta a su eje, casi como un bailarín clásico. ¿Acaso importaba? Todo le quedaba bien. Lo miré de pies a cabeza, llevaba unos pantalones ajustados negros, una camisa de seda de un tono borgoña y un saco de vestir, de igual modo, en color negro.

—El negro va con cualquier cosa —comenté con desánimo en tanto arreglaba los almohadones—, además, estás muy seguro de ti mismo, da igual lo que te pongas.

—Sí, bueno. —Paris sonrió—, pero me gustan los halagos. ¿Y tú, qué vas a ponerte?

—Buscaré algo entre los donativos que me dio Jean.

—¡Lo suponía! —Paris me miró con indignación y se dirigió hacia el ventanal—. Hice bien en llamar a Dalila, ahora irán de compras y te vestirás como una puta anómala.

—¿Hiciste qué? —no llevaba un día con él y ya me estresaba—. Dalila me detesta, ¿por qué querría pasear conmigo?

—¡No digas eso!

Paris no se enteraba que no se trataba de una salida de amigos. Dalila y Bran me ofrecían su ayuda, y nuestra cita era para acordar un plan. Sin embargo, no pretendíamos levantar ningún tipo de sospecha. Desde entonces nos preocupaba actuar de un modo normal, hacer lo mismo que todos los anómalos de Salamandra: fiestas, matanza, y de vez en cuando trabajar.

—¡Ya vino! —Paris ignoró mi pregunta, y señaló a Dalila, que venía hacia nuestra casa.

No podía negarlo, no me disgustaba ese acercamiento con Dalila desde que no tenía más noticias de Mamba y Frank, aunque el mero hecho de no recibirlas, venían en parte porque no quería saber más nada con ellos. A lo mejor Mamba seguía en el hotel, a lo mejor cuidaba de Frank en el hospital, lo que sucediera no dependía de mí, ya no importaba. Cada vez que pensaba en ellos, intentaba relajarme y seguir con mis cosas.

Decidí que era un buen momento para mejorar mi relación con Dalila, quien demostraba su felicidad cada vez que le compraba algo de ropa al pasar por las avenidas élite de Salamandra.

—Bran dijo que sus padres habían sido más ricos que los de Paris —recordé al pagarle unas botas altas.

—Él quedó en la quiebra —confesó Dalila—. Antes de suicidarse, sus padres repartieron su fortuna a distintas organizaciones sociales, y a las familias de sus víctimas.

—No debieron dejar a Bran sin nada —pensé en voz alta.

Dalila aplaudió con ganas.

—¡Al fin lo dices! —clamó con alegría—. No somos los culpables de haber nacido de este modo, ni siquiera somos responsables de nuestro nacimiento. Los padres de Bran fueron buenos con los suyos y dejaron la culpa en él.

—No es fácil entenderlo —dije, mirando hacia una vitrina en donde estaban expuestos zapatos y vestidos de alta costura que parecían obras de arte.

—Ya no hablemos de eso, es hora que elijas algo para esta noche. —Dalila palmeó mi espalda, de repente parecíamos amigas—. Puedes comprarte uno de estos hermosos vestidos, son lo más caro de Salamandra, y es porque están cosidos a mano.

—No necesito algo tan suntuoso para un bar —seguí caminando—, en todo caso, no creo que un lugar bailable sea buena idea para hablar de nuestras cosas —añadí en un tono cómplice.

—No conoces "La jaula". —Ella me tomó del brazo—, vamos a pasarla bien.

—¿Ahora somos amigas?

—No, pero... —Dalila detuvo su paso, la vi mirar al frente, y luego yo también los vi.

Mamba se paseaba junto a Frank.

Por un momento sentí mi sangre abandonar mi cuerpo, y mi corazón latir con ímpetu. Ambos se veían igual que siempre, pero Frank, a pesar de ser inexpresivo, también movía sus labios. Hablaba, le hablaba a ella.

—Raro... —murmuró Dalila—. Lo sabía, no debimos traer a esos dos.

—¿Por qué dices eso? —quise sonar desinteresada, normal—. Estoy segura que ya pudieron interrogar a Frank. Ya no es tu responsabilidad.

—Mi espíritu animal tiene buen olfato cuando se trata de carne podrida —confesó entre dientes.

—¿Podrías ser más específica? —insistí, pero supuse, que así como nosotros los veíamos, ellos nos presintieron a nosotras.

Mamba nos vio al instante y levantó la mano para saludarnos. Frank clavó sus ojos en mí, fue un segundo, solo un segundo, pero luego cambió su foco de atención y no volvió a mirarme.

Ambos se nos acercaron a pesar de que prefería huir.

—¿Salida de chicas? —inquirió Mamba, ampliando su mueca.

—¿Salida de novios? —preguntó Dalila, mirando a Frank de pies a cabeza—. No creí que fuera posible, pero ¿es verdad? ¿Puedes hablar?

Vi a Frank apretar su mandíbula ante la pregunta.

—Sí —respondió sin más.

Dalila arqueó una ceja.

—No estoy segura de si me entiendes...

—Frank habla poco, pero entiende a la perfección —se interpuso Mamba—. Ha sido difícil para él, está acostumbrándose a tomar control de todo su ser, otra vez.

—¿Y tú lo ayudas? —Dalila la provocó con la mirada—. Pensé que sería la Conejita su niñera luego de todo lo que se preocupó por él, luego de que incluso tuvieran sexo.

—¡Dalila! —exclamé con la cara hirviéndome de vergüenza, pero ninguno se inmutó.

Al menos decía lo que yo no me atrevía a pronunciar.

—Solo era mi animal —dijo Frank—. No pude direccionar mi instinto a donde quería.

Dalila se encogió de hombros.

—Bueno, seguiremos haciendo compras. —Dalila alzó sus bolsas y paquetes—. Hoy saldremos de fiesta, festejaremos que la Conejita y Paris están viviendo felices en su cabaña del amor.

—No... no es así... —mascullé.

—Pues, felicidades —Mamba rió destilando un poco de sarcasmo.

—¡Vámonos! —me ordenó Dalila.

La seguí porque no aguantaba un segundo más ante ese extraño Frank.

El resto del día traté de no pensar en ese singular encuentro. Prefería vestirme y arreglarme para la noche, aunque seguía creyendo que hablar de mis sospechas sobre Pandora, en un lugar colmado de gente, no era la idea más inteligente.

—¿Quieres que te ayude con eso?

Paris apareció en la puerta de mi habitación, me veía luchar con la cremallera de la espalda, de aquel vestido negro y ajustado que Dalila me había obligado a comprar.

Bajé los brazos exhausta. Lo dejé correr mi cabello y cerrarme el vestido.

—Te ves linda, Conejita —dijo Paris, acomodando mi cabello, había crecido algo desde la última vez que lo recordaba—. No deberías seguir buscando problemas, deberíamos disfrutar la noche como personas normales.

Miré a Paris a los ojos.

—No voy a dar marcha atrás ahora que Dalila y Bran accedieron a ayudarme. —Me dirigí al espejo para aplicarme algo de maquillaje—. Si luego de tanto tiempo me ofrecieron ayuda es porque tienen algo importante que aportarme.

—Ese es el problema —dijo Paris, colocándose tras mi espalda—. Pensé que a ellos dos les daba igual tu obsesión, pero si te quieren ayudar es por algo... Me da a pensar que el haber huido de Salamandra no fue para vivir una aventura.

—¡Eso es lo que creo! —exclamé y me volteé a verlo a los ojos—. Por eso no puedo dar marcha atrás.

—Sabes lo peligroso que puede ser —dijo Paris, serio—. ¿Por qué quieres esto?

—Ya te lo dije —espeté con firmeza—. No voy a tolerar, nunca más, vivir bajo una mentira. Iré hasta las últimas consecuencias para librarme de sospechas, esa es mi única motivación para seguir de pie. En todo caso, ¿por qué te importa? ¿Por qué me sigues? ¿Por qué no vives tu vida como un animal como lo has hecho hasta entonces? Ya eres libre de mi padre, de los humanos, incluso de mí.

Paris trató de sonreír y bajó su mirada.

—Tienes razón. —Paris se dio la vuelta, dispuesto a irse—. No sé qué hago preocupándome por una neurótica a la que debí haber destrozado. Procuraré divertirme esta noche, tú puedes hacer lo que se te dé la gana.

Noté cierto enfado en Paris, pero no estaba para su amistad. Tenía bien en claro la clase de psicópata con la que convivía, no pensaba aflojarle la correa ni un centímetro.

Antes de medianoche, Bran y Dalila pasaron a buscarnos. Repasé sus caras, sus vestimentas, cada detalle de sus hermosas fisonomías resplandecía con sus ropas a la moda, sus tonos oscuros, sus perfumes. Era increíble el brillo que desplegaban.

Miré al cielo, las noches de Salamandra eran un intenso y eterno verano, como si se tratara de una ciudad entre el cielo y el infierno. Se percibía cierta mística en el ambiente, como nos había dicho Morgan, las cosas se ponían más interesantes durante el ocaso.

El centro de Salamandra se encendía en múltiples luces de neón, la variedad de bares y los precios accesibles, invitaban a que toda la población se divirtiera hasta el amanecer. <<Es una trampa>>, me decía a mí misma. Podía ver como los humanos más jóvenes se metían en esos antros, sin llegar a la edad legal para beber. Inspiraba con fuerza con el solo pensar que más de uno no regresaría a casa a la mañana siguiente, que más de uno se convertiría en un cartel de "buscado" dentro de una comisaría.

Seguí caminando, preguntándome cuál de todos esos lugares sería el bar exclusivo de anómalos, cuando una voz me sonsacó de mis meditaciones.

—¡Allí viene Morgan! —Dalila alzó su brazo saludándolo.

Él se acercó a nosotros, no pensaba que también se podría unirnos, pero al parecer tenía muy en claro lo que haríamos esa noche, y solo lo demostró presentándose ante nosotros.

—¿Tu novia te dejó salir? ¡¿Eh?! —preguntó Bran, palmeándolo en el hombro con una sonrisa.

—No le digas así, es temporal —respondió Morgan, su mueca a un lado me hacía entender que no le gustaba bromear sobre ello.

—¡Por el bien de la especie! —clamó Paris.

—¡¿Vamos al bar o no?! —interrumpí, más de uno me miró peor que mal.

—Allí es. —Dalila señaló un sucio y oscuro callejón, algunas personas se hundían en la negrura del mismo y no volvían a salir.

En otro momento me habría generado desconfianza acercarme, ya no era el caso. Me adelanté por sobre los demás, y vi una puerta metálica tras los botes de basura y las ratas trepadoras. Quise abrir la misma, antes de lograrlo, una ventanilla en la parte superior se abrió. Apenas podía ver un par de ojos oscuros y rasgados mirándome.

—¿Quién eres? —me preguntó.

—Es Alegra Hyde, Apolo. —Dalila se puso en mi espalda—. Por cierto, me pone feliz verte de nuevo por aquí.

La puerta de metal se abrió y vi a un joven que solo podría ser un anómalo. De cabello oscuro y mirada de un azul petróleo, alto, fornido y de sonrisa calma.

—Sí, me sacaron a patadas —comentó el muchacho—. Por eso no hay nada mejor que estar en casa.

Recordé que habían mencionado a un tal Apolo aquella vez en el bosque de Marimé.

—¿Nos vas a decir quién te hizo volver? —preguntó Bran—. ¿Fue la policía?

—Mucho peor —dijo Apolo colocando su mano en el mentón—. Hay cosas raras allí afuera, gente que maneja los hilos de todo. No diré nada, pero subestimar a los humanos no es buena idea.

—¿De qué hablas? —indagué, a pesar que no tenía un ápice de confianza con ese tal Apolo.

Apolo miró a los lados.

—Desvaríos de un gato conspiranoico amante de los humanos —Apolo me sonrió dejándome pasar a "La jaula"—. No me hagas caso.

—¡Pero...! —exclamé, sin embargo Dalila me empujó al interior para que me callara y no comenzara con mis interrogatorios.

Los bajos fueron lo primero en impactar en mis oídos. Los tapé de inmediato, la música alta me ensordecía, y a medida que descendíamos por una escalinata se hacía más insoportable. Tanto el ruido, como el calor y las luces parpadeantes que me cegaban, me hacían dudar sobre mis pasos.

Era grande, eran muchos. La Jaula, en realidad, era una cueva repleta de anómalos bailando al ritmo de las baterías electrónicas y sintetizadores futuristas; con tarimas y jaulas colgantes repletas de personas con extravagantes vestimentas y peinados fluorescentes, algunos de ellos llevaban máscaras de animales. No podía distinguir en sus rasgos que fueran anómalos, pero estaba segura que lo eran, como si ya fuese capaz de diferenciarlos por sus solos movimientos, por su perfume, o por algo más.

De repente estaban todos muy animados, acercándose a la barra de bebidas y pidiendo tragos de a montón. Ese no era el plan. Ya me hacía sentir mal tener que insistirles todo el tiempo en que se pusieran serios. Los anómalos tenían un don para que todo les resbalara. Me preguntaba porque yo no lo había heredado.

Era una mierda.

Cada uno se iba por su lado. Paris coqueteaba con otras de su especie, y de a ratos nuestros ojos se buscaban; los míos, impacientes por saber si iríamos a lo importante o pretenderían tomarme el pelo. Él, en cambio, me miraba como siempre, intentando provocar lo imposible.

Dalila y Bran compartían tragos y saludaban a sus conocidos, al menos Morgan regresaba a donde a mi lado junto a Apolo.

—¿Y, Alegra? —preguntó Apolo, casi gritándome al oído—. ¿De qué animal estás hecha? ¡Déjame adivinar! ¿Cervatillo? ¡Como Bambi!

Lo miré confusa.

—Déjala en paz, Apolo —dijo Morgan, alcanzándome un vaso con cerveza fría.

—¿De qué hablas? —le pregunté tomando un sorbo.

—De tu código genético. —Apolo se encogió de hombros—. Yo ya te lo dije, me cruzaron con un gato.

—¡Basta, Apolo! —Morgan se volvió ceñudo—. No sacamos a relucir eso frente a los demás, ¿lo olvidaste? Deberías ser menos soberbio sabiendo que vienes de un animal doméstico.

—Al menos puedo vivir con ellos sin matarlos.

—Les vendes drogas —Morgan puso su vista en blanco—, los matas igual.

—¡¿Tú no matas humanos?! —exclamé absorta.

No entendía bien de qué hablaba, pero era la primera vez que escuchaba a un anómalo jactarse de todo lo contrario a lo que presumían los demás.

—¿Y qué es eso del código genético? —pregunté—. ¡¿Cómo que te cruzaron con un gato?!

—¿De dónde crees que vienen nuestras diferencias, Alegra? —preguntó Morgan—. Cada anómalo es distinto, a pesar de que hay cosas que nos unen. Pero no es bueno andar hablando del origen de esas diferencias, lo evitamos para que todos podamos convivir en una sociedad igualitaria, de otro modo se generarían jerarquías, celos y discordias absurdas, nuestra parte humana se encarga de que podamos vivir en una democracia.

—¡Espera! —Llevé mis manos a la boca—. Todo el tiempo me hablaban de la parte humana y una parte animal..., cuando hablaban de su parte animal, ¿era literal?

Apolo alzó las cejas y Morgan sonrió.

—Nuestra parte animal deviene de animales —dijo Morgan—. Somos un entrecruzamiento perfecto entre genes de humano y de un animal.

Me quedé petrificada en mi lugar, ¿cómo no me lo habían dicho antes? O... era demasiado evidente y yo una idiota.

—¿Qué animal...? —murmuré, no supe si Morgan me oyó, o solo leyó mis labios.

—Cada uno viene de uno distinto —respondió.

El aliento abandonó mi cuerpo, fue una epifanía. La música se oía lejana, ya no veía personas, los había tenido delante todo el tiempo, humanos y animales: anómalos.

Miré a Morgan, su albinismo, sus ojos negros, sus dientes afilados, su inexpresividad y su habilidad para oler la sangre, ¡incluso su nombre mismo me gritaba el animal que era! Un tiburón. Mi vista se dirigió a la pista de baile. Dalila, una cobarde a la que le gustaba generar discordia, con su sonrisa endiablada de hiena y su amor a la carne podrida. Bran era otro cuyo nombre me decía cuál era su animal, resultaba ser que su buena memoria y su obsesión por juntar cosas no eran casualidad para un cuervo. Luego estaba Paris, el maldito rey de la selva, un león, nadie tenía que decírmelo.

—¿Estás bien? —me preguntó Apolo.

No, no lo estaba.

—¡¿Y Mamba, y Frank?! —pregunté a Morgan, él debía saberlo.

—Supongo que Mamba es una... mamba —alegó Morgan—, y de Frank estoy casi seguro que hay algo de lobuno en él.

Luego de sus juegos, los chicos fueron acercándose a nosotros, pero ya no podía verlos igual. Por un momento lo creí increíble, maravilloso, casi quería adular la milagrosa aberración que eran.

—¿Estás bien, Conejita? —Paris se acercó a mi rostro para verme de cerca.

—¿Soy... una conejita? —inquirí llena de dudas.

—¡Me estás asustando, tonta! —gritó Dalila.

—Apolo habló de lo que no debía y Alegra al fin se dio cuenta —explicó Morgan.

—¡No podemos dejarte un segundo solo, Apolo! —reprochó Bran—. ¡Nunca! ¡Qué tipo molesto!

—¿De qué hablan? —preguntó Paris.

—De nuestro espíritu animal —Apolo sonó divertido con ello.

—¡¿Por qué no me lo dijeron?! —alcé la voz y agité mis manos con nerviosismo.

—Era innecesario decirlo cuando no creías en nosotros —aclaró Morgan—, además, no cambia el hecho que todos somos lo mismo. Solo te servirá para juzgarnos desde la ignorancia. Que mi animal sea un tiburón no me hace querer comerme a Paris; o Paris no piensa comerse a Dalila o a Bran.

—¡No! —clamé—, pero Apolo dijo que podía vivir con los humanos sin matarlos.

—En realidad solo lo puedo soportar más tiempo —dijo Apolo—. No puedo vivir sin hacerlo cuando los tengo enfrente, pero sí, me he encariñado con varios a los que jamás mataría. Aunque a ellos no les guste mi forma de querer, los humanos tienen muchas reglas y etiquetas estúpidas cuando se trata de amor.

Me senté en uno de los sofás que se ubicaban contra la pared y tomé mi cerveza de un sorbo.

—¡¿Soy un conejo, sí o no?!

—Siempre te vi como un pequeño roedor. —Paris sonrió ubicándose a mi lado—, tierna, curiosa, tonta y asustadiza, buscando entre la mugre algo para vivir.

—¡Vete a la mierda! —grité repleta de impotencia—. ¡¿Vamos a hablar de lo importante?!

—¿Lo importante? —preguntó Apolo, ya me daba igual que él oyera.

—Sí... —Dalila observó a los alrededores—. Apolo, ¿hay alguien en el V.I.P?

—El enjambre, como siempre...

—¿Enjambre? —pregunté.

—La clase de anómalos más necesaria como desagradable —dijo Morgan—, aquellos cuyo espíritu animal es un insecto.

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