24. Cuervo
"Debía volar en bandada
con el ave más inteligente".
—¿Quieres vivir conmigo? —Paris no me mostraba un mohín socarrón, sino que guardaba mi respuesta.
Ni él podía leerme esta vez, porque yo no sabía qué responder.
Desde nuestra llegada a Salamandra pasaba un poco más de una semana. En contraste con lo dicho por Dalila, nunca más me habían interrogado, pero mi cuenta bancaria me había sido devuelta, del mismo modo que a Paris.
Pandora no nos llamaba, y Frank seguía en "terapia". Peor aún, me encontraba indecisa sobre cómo proceder, y aunque planeaba ir en busca de Bran, por los objetos robados durante nuestro viaje en conjunto, no estaba tan segura de que quisiera ayudarme. Todo el mundo pretendía seguir con una rutina que yo no tenía.
Estaba fuera de lugar.
Daba vueltas a las plazas, a los bosques, iba a preguntar por los avances de Frank, dormía en el hotel y alguna que otra vez comía algo. No tenía rumbo, no tenía un plan, hasta ese día en el que Paris fue al hotel para invitarme un helado en el bar más pintoresco del centro de Salamandra. Era un buen lugar, el más agradable para compartir un desayuno o una merienda, olía a caramelo y la gente lucía más feliz que en los bares del principio.
Y ahí estábamos los dos, frente a un enorme barco de helado, con chispas y galletas, que se derretía porque poco nos interesaba comerlo.
—¿Necesitas alguien que te cocine? —Rodeé mis ojos y di una cucharada al helado—. ¿Por qué querría vivir con un pervertido mental?
Paris sonrió y dirigió su vista a la ventana.
—Querías una alianza conmigo.
—No ha prosperado —recriminé—. Seguimos vivos, tenemos dinero. Podrías regresar a tu casa si quisieras.
—Me está gustando aquí. —Paris volvió a verme a los ojos, no le creía—. No me siento solo. No lo sé, siempre estuve rodeado de humanos, en una tensión constante, creo que eso se está aliviando y se siente bien.
—Te creeré —respondí—, pero eso no justifica esta propuesta que me haces.
—Eres mi mejor amiga, y verte deambular me da mucha pena. —Él rió un poco para luego llenarse la boca de helado.
Arqueé una ceja.
—No... —me detuve antes de decirle "no somos amigos", me preguntaba si Paris creía eso, o si solo bromeaba como siempre.
Por primera vez creí que él tenía sentimientos, y que no debía lastimarlos.
—¿No qué? —inquirió—. ¿No somos amigos? ¡Ah, claro, te viste obligada a estar conmigo! Sin embargo creo que nos podemos llevar bien, eres la primera mujer con la que estoy tanto tiempo sin tener relaciones sexuales.
Lo observé incrédula.
—También están Mamba... y Dalila...
Paris lanzó una carcajada estruendosa.
—¡¿Dalila también?! —grité y vi como todo el mundo volteó a verme.
—Fue una orgía en el jacuzzi y le di más a Bran que a ella. —Paris dio otra probada al helado—. Tranquila...
—¿No estarás en paz hasta hacerlo conmigo? —bajé el tono de voz.
—No es eso —él bufó, molesto—. Pensé que era mejor si no estábamos solos en un sitio desconocido, y, aprovechando que podemos sostener una relación amistosa, no lo sé...
—Está bien —no lo medité más.
Hacía tiempo que Paris podía haberme herido de múltiples formas, y nunca lo había hecho. Lo suyo se limitaba a amenazas que resultaban ser un chiste. No importaba como lo viera, era la persona en la que más confiaba. Ese maldito anómalo, que rechazaba una y otra vez, era mi salvador. Paris era mi único aliado, mi amigo, el que sabía todo de mí. A lo mejor me equivocaba otra vez, pero algo era cierto, no quería a la soledad como compañera, él tampoco, y no teníamos lugar más seguro que Salamandra.
—¡Ya he visto una casa! —Paris exclamó con la emoción impostada en su mirada.
—¿Así que piensas decidirlo tú? —pregunté en tono de broma.
—Tu cabeza está llena de cosas innecesarias. —Paris mostró un porte más relajado, incluso más natural que otras veces—. Seguro buscarías una casa cerca de la comisaría, o de la mansión de Pandora..., yo encontré una cabaña perfecta en el bosque y a pocos metros de la playa.
—Hermoso para una película de terror...
—Una en la que los dos somos homicidas, Conejita.
Me levanté de la mesa, sosteniendo una sonrisa calma.
—Encárgate de ello —le indiqué—. Iré a buscar noticias de Frank, me dijeron que hoy tendrían novedades.
—Si se recupera podría venir con nosotros. —Paris dejó la paga en la mesa y ambos nos dirigimos a la salida—. Si se recupera podríamos festejar con un trío, y si no, podríamos adoptarlo como mascota...
—Idiota... —sonreí esperando a que el día de volver a ver a Frank llegara pronto.
Nuestros caminos se separaron y fui directo a la comisaría. Jean Hansen clavó su mirada en mí.
—Lo sé, lo sé —murmuré en cuanto me vio—, está cansado de verme por aquí, pero me dijeron que tendrían noticias de Frank.
—De hecho, te estaba esperando —él se acercó a mí—. Ha sido trasladado a una clínica privada, está en etapa de recuperación. Mamba ya ha ido temprano a verlo.
—¿Qué? —Mi pecho se comprimió al instante, no podía creerlo ¡podría ver a Frank!—. ¿Puedo verlo? ¿Cómo está?
—Las terapias que desarrollamos suelen ser duras e intrusivas, pero rápidas y efectivas. —Jean me alcanzó un papel con la dirección de la clínica—. Suponemos que todo ha salido bien, a Frank le resta descansar y recomponerse.
—¡Dios mío! —clamé repleta de alegría, de inmediato corrí fuera de la comisaría.
Era demasiado bueno para ser verdad. Frank se había recuperado, ¿era posible? ¿Podría hablar de forma consciente? Una mueca descomedida tensionaba mi rostro, ¡¿hacía cuanto no sentía felicidad?!
Sosteniendo mi pecho, me detuve frente a la clínica. Limpia, pulcra, casi vacía. Me retrotraía a los laboratorios de papá. Inspiré hondo y conté hasta diez hasta llegar a la recepcionista para preguntarle por Frank.
—Llegaste a tiempo —me dijo ella—, es el horario de visitas. Es la habitación seis.
El día empezaba bien.
Las manos me temblaban, me sudaban. Mi corazón latía como el de una adolescente enamorada acudiendo a su primera cita. Mordía mis labios y por momentos me obligaba a no tener sentimientos de felicidad, debía ser precavida.
Llegué a la puerta, a la habitación seis. Tomé el pomo y lo giré despacio, olvidándome de golpear.
Ahí me detuve, cuando la puerta se abrió y lo vi.
Sus grises ojos, tan imponentes como resplandecientes, tan espesos como nubes..., esta vez tenían expresividad, y parecían profetizar una tormenta al clavarse sobre mí.
—Frank... —un nudo se formó en mi garganta y quise llorar.
Él estaba en la cama, sentado, vendado en la cabeza, conectado al suero y a otras máquinas. A su lado, sentada, Mamba lo acompañaba, sosteniendo su mano.
—¡Alegra! —Mamba sonrió y me llamó con la mano—. Pasa, Frank ha despertado.
Di unos pasos dubitativos hacia adentro, por el momento Frank seguía sin emitir sonido alguno. Sus pupilas me seguían con una fijeza espeluznante.
—Frank, ¿puedes entenderme? —me arrodillé al lado de su cama y quise alcanzar su mano para tocarla, pero, al sentir su piel, la tensión en sus músculos fue notoria.
—Alegra —dijo él, su voz sonó profunda como nunca antes, su mirada puesta sobre la mía me hacía sentir pequeña—. No debiste venir, te lo dije la última vez...
Frank corrió su mano de la mía. Mi mentón tembló, aguanté el llanto una vez más. Él recordaba aquella noche en el yate, pero antes de preguntarle por qué me trataba de ese modo, me levanté del suelo.
—Lo siento mucho —mordisqué mi labio y continué hablando—. Te mal interpreté, nunca fue mi intención hacerte mal... o...
—Déjalo así —Frank desvió su mirada de mí.
No entendía, no lo entendía.
—¿Te molesto? —le pregunté
Mamba carraspeó su voz.
—Tal vez debería irme —dijo ella.
—No. —Frank se aferró más a su mano—. Necesito hablar contigo.
—Frank... —Mamba rodó sus ojos, la notaba más que incómoda—. Alegra te ha cuidado y se ha preocupado mucho por ti.
—Me satisface que ya puedas hablar, Frank —dije yendo hacia la salida—. Espero que te recuperes pronto, y perdóname por todo lo que ha hecho mi padre... de verdad lo siento.
Di vuelta mi vista, no podía verlo a la cara cuando las lágrimas comenzaban a caerme, y no entendía por qué ¿por qué lloraba?
Salí de la clínica con un sabor agridulce en la boca y un punzante dolor en el pecho. Debía estar feliz, era cierto. Frank podía hablar, pero no quería verme ni pintada.
Me derrumbé en el banco de una plaza. Quería detener esas torpes lágrimas, las secaba con rabia, ni yo lo entendía, o a lo mejor pretendía buscar algo de felicidad en la recuperación de Frank, pero mis sentimientos egoístas no me permitían ser feliz si él me quería lejos.
—Siempre tan patética —dijo alguien, pensé que no me hablaban a mí, pero al alzar mi vista llorosa la vi.
Dalila y Bran venían cargados con sus compras.
Bran me extendió una servilleta de papel, la cual tomé para sonar mis mocos y secarme la cara por completo.
—¿A los hijos de quien has abortado esta vez? —me preguntó Dalila, con ese veneno que parecía llevar en la punta de su lengua.
—¡Dal, no seas mala! ¡Mala! —reprochó Bran.
—Frank se ha recuperado —dije y forcé una sonrisa—. Estoy muy emocionada.
—Es llanto de tristeza —afirmó Bran.
—¿Ahora lees los rostros como Paris? —pregunté sosteniendo la falsa mueca.
—Recuerdo todo en detalle —explicó Bran—. Analizando los rostros llorosos que vi en mi vida, llego a la conclusión que ese es llanto de tristeza.
—Carajo —escupí al suelo.
—¿Qué sucedió, Conejita? —preguntó Dalila, en tono de broma.
—Hasta el momento —comencé a decir—, uno de mis objetivos era la recuperación de Frank, pero ya no me necesita.
Un suspiro resignado escapó de mí, apenas podía concebir lo que había sucedido.
—Estoy algo desorientada, sin embargo..., todavía me quedan cosas por hacer, y necesito de Bran.
Dalila y Bran se miraron entre sí, para luego clavar sus miradas en mí.
—¡¿Qué quieres con mi novio?! —Dalila no tardó en ponerse a la defensiva, Bran la detuvo antes de que se le diera por golpearme.
—Las cosas que robó de mi hogar y el de mi abuelo. —Me levanté con la postura erguida—. Y si es posible, quisiera que me ayudara a atar algunos cabos sueltos.
—¡No, no, no, no, no! —Bran agitó sus manos en negativa—. ¡Son mis cosas ahora!
Dalila se me rió en la cara.
—Puedes quedártelas —traté de explicar—, necesito examinarlas, nada más.
En un principio, Bran no parecía muy convencido al respecto, pero luego cedió.
Ellos me guiaron hasta su hogar, quedaba un poco más lejos de la playa, en un barrio corriente, algo desgastado. Nos detuvimos frente a la fachada de una casa pequeña con un cerco de alambre, tejas rojas y muros mohosos.
—Aquí es, princesa —gruñó Dalila, me sorprendía que hasta el momento no se hubiera interpuesto.
Di algunos pasos hacia adelante, y, cuando llegamos al umbral de la puerta supe que, en efecto, era el hogar de ambos. La cantidad de objetos innecesarios obstruía mi paso, con suerte veía los muros tras las decenas de cuadros de distintos estilos, las estanterías colmadas de adornos, libros, revistas, y demás objetos curiosos. Si bien lucía "ordenado", los pasillos se achicaban con tanta cosa acumulada, incluso se me dificultaba respirar ese olor a ático viciado de ácaros.
—Las cosas de Bran están en el sótano —indicó Dalila—, no quiero que me llene la sala de sus porquerías.
Abrí la boca, pero me quedé sin palabras. Pude entender aquello que los unía, eran unos acumuladores.
Abriéndonos paso entre los sofás, las mesitas y demás muebles, nos detuvimos frente a una puerta al final del pasillo, la puerta del sótano. Unas escaleras descendían a un sitio bien iluminado y para nada tenebroso. Decenas de estanterías se disponían a lo largo con cajas bien acomodadas, casi podía decir que estaban clasificadas y cuantificadas.
Para tener el síndrome de Diógenes y cleptomanía, Bran poseía su basura en perfecto orden, o posiblemente no era ninguno de esos trastornos, a lo mejor, la particularidad de su comportamiento era atribuible a su anomalía genética.
—Entonces, Alegra —dijo Dalila— ¿qué buscas con exactitud?
—Yo... —farfullé confundida, para luego morder mis uñas.
—No está cerrado —irrumpió Bran—. No lo está.
Dalila puso sus ojos en blanco y cruzó sus brazos con hastío.
—¡¿Otra vez con eso, Bran?! —gritó con enfado.
Supuse que se avecinaba una pelea.
—¡¿Cómo voy a quedarme tranquilo, Dal?! ¡¿Cómo?! —reprochó Bran—. ¿Quién hirió de ese modo a la gente de Edgar? ¡Esas heridas eran de anómalos, Dal! ¿Quién ayudaba a Daniel? ¡Diablos! ¡Solo era un psiquiatra! ¿O no? ¿Hay más reproductores como Alegra? ¿Por qué la tenía encerrada? ¡No debimos volver, no, no, no!
—¡Espera! —clamé.
No podía creerlo a Bran lo agobiaban miles de dudas como a mí, éramos iguales. Incluso, con sus palabras, recordé algo que había pasado muy desapercibido, quizás por la situación en la que me encontraba.
—¿Cómo...? —pregunté dubitativa—. ¿Cómo es eso de que las heridas de aquellas personas en la sala de mi hogar... eran de anómalos?
—¡Lo está suponiendo! —renegó Dalila.
—¡No lo supongo! —Bran la contradijo—. Conocemos muy bien esas heridas que proporcionan los nuestros. ¡Son las mismas heridas! Daniel tenía más anómalos aparte de Mamba y Frank.
Tapé mi boca con horror, era muy posible.
—Ya se lo dijiste a Jean y a toda la policía —farfulló Dalila—, deja que ellos lo investiguen.
—Bran —lo llamé—, ¿quieres decir que quienes ayudan a Daniel son anómalos?
—De ningún modo, ¡no! —Él comenzó a buscar entre sus cajas—. Ningún anómalo ayudaría a un humano a hacer daño a uno de los suyos.
—A menos que esté disociado... —les dije—. Pandora me confesó lo que hacía Daniel. Él separaba el instinto anómalo para adiestrarlo, darle órdenes y utilizarlo. Eso es lo que hizo con Frank.
Tanto Dalila como Bran me vieron con cierto horror.
—En ese caso —soltó Dalila—. Los anómalos seguirían siendo meras herramientas de Daniel, no sus aliados. No es nuestro asunto.
Dalila nos observó con recelo.
—Fue tu idea la de irnos —le recordó Bran.
—A todo esto... —pregunté con la esperanza de que me respondieran bien—. ¿Hubo algo más por lo que se hayan ido de Salamandra, a pesar de su vida aburrida?
Ya lo sabía, solo necesitaba oírlo de sus bocas.
—Pandora nos ha salvado —dijo Dalila.
—Ya lo oí de Morgan —resoplé—. Ella les ha dado todo; protección, un hogar al que pertenecen, pero saben bien que hay gente por encima, sospechan de ella.
—Ya sabes la respuesta —me interrumpió Bran—. ¿Para qué lo preguntas?
—¿No quieren saber? —inquirí, pero me preocupaba verlos heridos al escudriñar en eso—. Pandora es una anómala, la líder, y no es franca, ¿por qué?
—¡Basta, Alegra! —Dalila apretó sus puños—. Estar enfadados con ella nos ha llevado a que tu padre nos secuestre y seamos torturados por meses. Lo tenemos asumido, Salamandra es un laboratorio a cielo abierto, hay gente poderosa tras Pandora, ella tiene sus secretos, pero al menos hacemos lo que queremos.
—Puedes revisar las cosas. —Bran bajó el tono de su voz.
Tomé la caja en donde estaban los papeles extraídos de mi casa y de la de mi abuelo. Bran había seleccionado unas cuantas cosas interesantes.
En tanto yo revisaba, él me cuidaba con atención, con miedo a que le robase lo que me pertenecía.
—No es mi intención ofenderlos —dije en cuanto tomé una fotografía, en la que, junto a mi padre, estábamos en un zoológico—. El tiempo ha pasado tan rápido, y a su vez ha sido tan poco. Tengo que seguir digiriendo toda esta mierda.
—A lo mejor deberías olvidar lo que querías encontrar. —Dalila me miró, noté algo de lástima hacia mí—. Renacer, debes renacer, ¿crees que nosotros fuimos esto antes de llegar aquí?
—¿Quiénes eran? —les pregunté sin quitar mis ojos de aquella fotografía, intentando buscar pistas del pasado, pistas de un crimen que no quería dar por resuelto.
—Bueno, a mí no me enviaron a hacer —dijo Dalila—. Tu padre tomó la decisión de intervenir el embarazo. Pasé diez años en una institución mental, padeciendo maltratos y abusos.
Podía imaginar que su historia era verídica. La culpa me punzaba, ¿de haber notado la verdad tras mi padre, podría haber evitado algo? Una gran parte me decía que no. Era una historia de cuarenta y cinco años.
—Hay de todo. —Bran revoleó sus ojos—. Al igual que Paris, a mí me enviaron a hacer. Mis padres querían un hijo con lo mejor de la genética, y aunque siempre tuve comportamientos o actitudes consideradas anormales, fue cuando nació mi hermana menor, que no era anómala, que todo empeoró. Tenía tantos deseos de destruirla, de matarla. Quería hacer de ella una torre de carne picada para coleccionar.
Sentí mis jugos revolverse. A Bran le brillaban los ojos con solo recordar su pasado.
—Mis padres fueron más adinerados de lo que te pudieras imaginar —prosiguió—, así y todo quisieron ser responsables de sus actos. Dejaron a mi hermana en adopción en un convento, salvándola de mí. Ellos se suicidaron cuando mis crímenes aumentaron y no pudieron encubrirme más.
—Entiendo que dejaron muchas cosas atrás —dije, apartándome de los objetos—, y ojalá fuera tan simple para mí.
—¿Qué, qué harás? —me interrogó Bran al ver que dejaba las cosas a un lado, ya no había nada de valor allí.
—Mi vida fue un engaño —afirmé—, no dejaré que vuelva a suceder, ni a mí, ni a nadie. El único motivo por el cual no nos dicen quien está tras Pandora, es porque de saberlo no lo aceptaríamos. De eso se tratan las mentiras.
Me dispuse a abandonar el sótano de Bran y Dalila, la evidencia no resultaba tan fructífera como nuestra charla; al menos, con cada paso que daba, mis ideas se esclarecían un poco más. Ya entendía lo que buscaba, no estaba dispuesta a una sola mentira más. Llegaría al núcleo, a la raíz de mi existencia.
—¡Espera! —antes de abrir la puerta que la voz de Dalila me detuvo—. Si quieres averiguar más sobre Pandora te ayudaremos.
—Queremos saber quién es realmente —añadió Bran.
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