22. Abeja
"Salamandra tenía su abeja reina,
y en el precio de nuestra estadía estaba el ser una agradecida obrera".
No podía evitar verlos a la cara, cada uno de los comensales era un anómalo. No pasaban de los cuarenta, y eso cerraba con la cuenta de que los mismos no podían ser mayores a cuarenta y cinco, la cantidad de años que habían pasado desde que mi padre habría dado nacimiento al primero..., mejor dicho, a la primera anómala.
Pandora se mantenía a una cuantiosa distancia de nosotros, comía despacio y sonreía calmada.
—Debo decir que me han tomado de sorpresa —dijo Pandora, de inmediato tomó un sorbo de vino—. Paris había sido invitado a la isla, nos debía la confirmación, supuse que no le interesaba ya que, a diferencia de la mayoría de los anómalos, no tenía problemas en desatar su naturaleza en la ciudad. Lo último que podía imaginar era que Hyde tenía reclusos en su sótano secreto, incluyendo a su propia hija, la cual resultó otro experimento.
Tragué mis alimentos con fuerza, no me acostumbraba a que me llamaran "experimento".
—Disculpe... —musitó Mamba—, ¿qué sucedió con Frank?
Las personas de la mesa intercambiaron miradas con Pandora, ella asintió con levedad.
—Pulsión e instinto —pronunció aquella mujer, y recordé que eran las palabras dichas por Daniel Dorsett—. Frank ha sido disociado, estamos tratando de... repararlo.
—¿A qué se refiere con disociado? —pregunté más que curiosa—. Lo mismo dijo Daniel.
—Creo que para ser anómalos —interrumpió un hombre, rubio de unos cuarenta—. Saben muy poco de su naturaleza.
—Llamamos pulsiones al impulso psíquico de los humanos —explicó Pandora—, e instinto al impulso innato en los animales, aquello con fines relacionados con la supervivencia. La manera en la que hemos sido concebidos, los anómalos, nos hace poseedores de pulsiones humanas e instintos animales incontrolables, como el de matar para vivir, o considerar a ciertas especies como "presas".
Sentí mi estómago revolverse, eso nada tenía que ver conmigo.
—Daniel, como psicólogo y psiquiatra, le apasionaba esta nueva forma de vida inteligente —prosiguió Pandora—. Es fácil atar cabos cuando conoces sus estudios.
—¿Quiere decir que sabe lo que le ha hecho? —pregunté.
—Una disociación —repitió—, ha separado su parte animal de su parte humana. Lo que ven de Frank no es más que un cachorro con necesidades básicas de alimentación, apareamiento y supervivencia. Su parte humana ha sido convertida en un trauma y enviada al inconsciente con el fin de ser manipulado.
Mi cuerpo se mantuvo rígido ante tales palabras, nuestras conjeturas, al igual que las de la doctora Müller, eran bastante acertadas.
—Es una locura —bramó Mamba—, y si es así, ¿qué podrían hacer para ayudarlo?
—No es una locura —interrumpió uno de los comensales—. Hace años hacemos un seguimiento de Daniel y de Hyde. Hyde fue precavido, pero Daniel siempre fue un vanidoso, quería colgarse de los descubrimientos ajenos y ganar algo de mérito entre la sociedad científica.
<<Los Nobeles, ¡eso es! Daniel quería el reconocimiento dentro de los Nobeles. Es posible que quisiera entrar a dicha sociedad mediante el trabajo de mi padre, por ello se pelearon>>, pensé.
—¿Y por qué querría disociar la mente de los anómalos? —preguntó Paris, y yo, que tenía miles de dudas y conjeturas persistía en silencio.
Pandora respondió:
—Quizás las grandes mentes científicas sean las más difíciles de comprender —dijo con un tono calmado, en tanto cortaba su filete—. Si me preguntas, creo que, sin nos disocian, no representamos una amenaza para la humanidad, de hecho, nos convertimos en entes adiestrables. Frank, ahora mismo no es más que un animal, es fácil darle una serie de órdenes, enseñarle una rutina y que nos obedezca sin cuestionamientos.
—Enseñar... —farfullé sintiéndome descompuesta—, cómo hackear o...
—Lo que sea —me interrumpió Pandora—. Tiene la capacidad física y mental para realizar cualquier tarea, y sin su parte humana no se resiste.
—Entonces es posible volverlo a... —dije sin saber cómo concluir la frase.
—Tenemos los mejores especialistas —añadió Pandora—, pretendemos solucionar su mal. Tengo mucha confianza en mis aliados.
Mordí mi labio con fuerza, y aunque Paris y Mamba decidieron seguir hablando de todas las que habíamos pasado, yo no podía quitarme de la cabeza el hecho de que Frank estuviese apartado de mí, con la incertidumbre de que lo estuvieran haciendo sufrir otra vez.
—¿Por qué mi padre los...? —Me detuve un instante—. ¿Por qué un humano crearía a los anómalos?
—Las hipótesis que tiene la Dinastía son interminables. —Pandora sonrió a sus invitados—. Lo cierto es que los científicos con perfil psicópata sienten placer con su trabajo, les gusta jugar a Dios, no tiene por qué tener un fin, digamos... funcional para el mercado. Se trata de su gran ego, de su poder. Si puede hacer algo, lo hará sin importar las consecuencias y el dolor que provoque.
—¿Y qué es la Dinastía? —pregunté recordando haber oído algo similar antes.
—Nosotros somos La Dinastía. —Pandora extendió sus brazos, señalando a sus acompañantes—. La primera generación de anómalos.
—¿Ustedes lideran la isla Salamandra? —preguntó Paris.
—¿Y cómo es posible que consiguieran una isla? —pregunté con velocidad—. Hay satélites espaciales, ejércitos, no se pueden esconder por siempre.
Algunos rieron, murmuraban entre ellos, no era un clima de plena confianza.
—Siempre hay alguien por encima de uno —comentó Pandora levantándose de sus aposentos con la copa en mano—. ¿Quién está en la cima de esta estafa piramidal llamada civilización? Nadie lo sabe, pero me entregaron este sitio, para mí y los nuestros. Hemos estado en paz, y es lo que importa.
Miré a Paris y a Mamba, ellos buscaban descifrar a Pandora y a la Dinastía.
—Por el momento celebremos la llegada de la mesías de los anómalos. —Pandora me señaló con su copa—, gracias a ti encontramos la fórmula secreta, nuestra existencia está asegurada.
Las copas chocaron, menos la mía. No festejaría ser el detonante del fin de la raza humana.
—Anímate, Alegra —me susurró Paris al oído—, muéstrate satisfecha con los tuyos, ¿o quieres que noten tu mirada de sospecha? ¿Acaso quieres que te vean como una amenaza? No seas idiota... lo estás arruinando.
Miré a Paris a los ojos, a lo mejor yo también empezaba a leerlo, él estaba tan reacio a Pandora como yo. Tan solo esperaba equivocarme, tan solo esperaba que mi desconfianza extrema fuese el resultado de toda la mierda que venía padeciendo.
—Fingir no es lo mío —le respondí—. ¡Pandora!
Llamé la atención de todos, y no me importó. Ella me miró, imperturbable.
—He pasado por mucha mierda y ya no creo en nadie, ni en ti...
Noté como Paris se puso rígido a mi lado, como cada mirada de esos hombres se posaron sobre mí. No tenía miedo.
—Tampoco creo en nadie, ni en ti —confesó ella, y sonó como algo obvio.
—Pero... —proseguí—, si me dejas ver a Frank... si de verdad veo que quieren ayudarlo, recomponerlo... —toqué mi garganta, se resquebrajaba con la angustia, ¿de verdad era solo un animal?—. Y si no es así, no hay motivo alguno para seguir con esto, no hay motivo para que yo crea en ustedes o ustedes en mí.
Fui clara y concisa, si Paris pretendía fingir simpatía era su problema.
Las miradas dirigidas a Pandora me dieron a entender que ella tomaba la última palabra en todo. Aunque fueran una "familia", esa mujer era la autoridad indiscutida.
—Puedes ver a Frank —respondió ella—. Mi misión ha sido siempre la de construir nuestro Edén, que podamos vivir libres y sentirnos en casa. Su historia ha sido tan trágica como la de cualquier anómalo, todos llegan en el mismo estado, créeme, siempre vienen heridos, desconfiados. Es mi responsabilidad y mi misión como, primera anómala, demostrar que aquí es donde perteneces, y que estarás segura.
—¿Seguros? —preguntó Paris—. ¡Quemaron mi yate, quedé en la ruina!
—No fue nuestra culpa —Pandora entrecruzó sus dedos y le dirigió una dura mirada—. Tu dinero y el de Alegra serán transferidos a una cuenta en un banco de Salamandra, te resarciremos por los daños. No estás en la ruina.
—¡Genial! —Paris aplaudió—, era todo lo que necesitaba.
Pandora, por último, dirigió su vista a Mamba.
—También nos ocuparemos de que tengas un lugar donde estar, Mamba —le dijo, casi podía ver una sonrisa amable a lo lejos—, nos han dicho que estabas muy ansiosa por conocer Salamandra.
Mamba se mostró tranquila y agradecida, supuse que las sospechas sobre ella ya no tenían que existir, me sentía aliviada y contenta por ella.
Cuando la cena acabó, los primeros anómalos me saludaron con respeto, estrechándome sus manos. Poco y nada parecían a unos asesinos despiadados; no obstante, el color enigmático en sus ojos y los rasgos perfectos eran cualidades que se repetían.
Pandora, por su parte, se levantó de la mesa para realizar los trámites de visita a Frank. Se alejó tan pronto como pudo.
Los tres aguardamos por ella, aunque quien vino por nosotros fue el mayordomo del principio, al final no tuvimos la dicha de ver a aquella mujer a menos de cinco metros.
—¿Y pandora? —pregunté en tanto lo seguíamos por los pasillos—. Pensé que al menos nos estrecharía la mano.
—Cada anómalo tiene sus particularidades —dijo el mayordomo—. A Pandora no le gusta el contacto físico, ni las multitudes. Es una mujer reservada, solo deja que a su lado se sienten miembros de la Dinastía en los que más confía.
—Debo asumir que usted no es un anómalo —le dije en cuanto tomamos un ascensor que se ubicaba dentro de la mansión, el mismo iba en descenso.
—Soy uno de los pocos humanos, en esta isla, que sabe el secreto. —Él sonrió, aunque de un modo apagado—. Mi vida y la de mi familia a cambio de un trabajo de servicio y una buena paga. Es un trato justo.
El ascensor se detuvo en el segundo subsuelo. Las puertas se abrieron dejándonos ver un pasillo blanco.
—Su amigo está en el fondo —indicó el hombre.
Toqué mi pecho al sentirlo estrujarse, ansiaba demasiado corroborar su estado.
Aceleré el paso traspasando a Paris y Mamba, corrí a él, ¿dónde estaba?
<<Frank, Frank...>> repetía en mi mente sin entender bien cuando me había vuelto tan apegada a alguien como él. A lo mejor empezaba a sentir pena, al fin comprendía que, literalmente, era un animal.
Al oír voces y bisbiseos supe que estaba cerca de encontrarlo, y, antes de hallar la habitación al final del pasillo, un desgarrador grito me detuvo en seco. El gutural y adolorido alarido de un hombre sufriendo, punzó mi corazón al punto de sentir que mis latidos se detendrían del espanto.
Entonces Mamba gritó tras de mí:
—¡Frank! —Ella se abalanzó y abrió la puerta de un golpe.
Paris y yo corrimos tras ella para entrar a la habitación. Llevé mis manos a la boca y me sentí idiota por no poder reaccionar.
Se suponía que no debía ser así, no tenían por qué tratarlo de ese modo...
En una jaula de vidrio, maniatado a una silla, y con su cabeza firme frente a una pantalla en blanco. Decenas de electrodos lo cubrían por completo, de su nariz caían chorros de sangre y de sus ojos caían lágrimas.
Una punta metálica ingresaba por su nariz, lanzando destellos eléctricos.
Frank sufría.
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