21. Gatos
"Manipuladores e interesados, si no quería
salir traicionada no debía fiarme de la lindura de esos pequeños gatos".
Desde aquel día, en esa réplica de mi habitación, se sentía como un mundo paralelo, retorcido, una eterna pesadilla. Quería interpretar la realidad, llegar al final y eso me generaba problemas. Sabía que los conflictos subsiguientes al secuestro eran mi culpa; en mis manos se hallaban las decisiones y mi curiosidad me terminaba llevando por el peor de los caminos. Tenía que aceptarlo, no era un mundo paralelo o una pesadilla; y si lo era no existía forma alguna de regresar a casa, de volver el tiempo atrás, de volver a la "normalidad".
La primera anómala, la alcaldesa de Salamandra: Pandora. ¿Qué clase de mujer sería? ¿Cómo había logrado conseguir una isla privada e instalar su propio clan de gente homicida? ¿Hacía bien en ir allí? Se suponía que yo también tenía alguna anomalía, no una del tipo asesino, pero si una con la capacidad de reproducirlos. No me imaginaba otra cosa más que ser usada de incubadora, mi existencia era lo que debía ser erradicado.
No, nada estaba bien, y cuanto más observaba a mi alrededor más creía que Salamandra no podía ser mi nuevo hogar.
El sol, el calor, el buen clima y la vegetación no alcanzaban para dispersar las malas energías, esa esencia depresiva en el ambiente. Las casas tenían un aspecto abandonado, las plazas eran solitarias; las escuelas, silenciosas.
Podía ver una iglesia en reparación, había sido quemada; los postes eléctricos tenían folletos de desaparecidos. En las paradas de los autobuses los afiches de viejas ferias de diversión se despegaban con la brisa del mar.
Íbamos todos en grupo, sin Frank ni Mamba, para conocer el centro de la ciudad. De vez en cuando veíamos a alguien pasar, o a un auto destartalado por los carriles resquebrajados.
Salamandra era un funeral constante. Un pueblo de zombis y fantasmas.
—¿Dónde están todos? —preguntó Paris, en su rostro se mostraba la insatisfacción.
—Es hora de escuela y trabajo. —Bran se encogió de hombros—. Solo los que quieren morir deambulan por las solitarias calles.
—Los que quieren morir y los que tienen sed de sangre —aclaró Morgan.
Inspiré con fuerza y decidí ignorarlo.
—¡Cómo sea! —Paris se detuvo en su lugar—. Si no puedo usar mis tarjetas, y si este sitio no es divertido, tendré que tomar mi yate de vuelta a casa. No pienso vivir como los fracasados de este pueblucho. Esto es una completa decepción.
—¡¿A quién le dices fracasados?! —Dalila lo enfrentó con la mirada y los puños agarrotados.
—¡A ti! —respondió Paris sin dar un paso atrás—. Me pintaron Salamandra como un santuario de anómalos, un sitio genial para matar. ¡Esto parece un asilo de ancianos!
Dalila estuvo a punto de golpear a Paris, pero Bran la tomó por detrás.
—¡No hay lujos! ¡No! —Bran enfrentó a Paris—. ¡No hay nada de lo que acostumbras! Pero al menos somos como queremos, no todos nacimos con la suerte de que nos encubran los crímenes. Salamandra es nuestro paraíso, nuestra salvación, ¡nuestra casa!
—¿Y por eso se fueron? —interferí.
Las hostiles miradas no tardaron en ponerse sobre mí.
—Si lo tenían todo... —dije sin inmutarme—. ¿Por qué se fueron si conocían de los peligros?
—Eso no te incumbe —Dalila se soltó del agarre de Bran y siguió caminando.
No seguí el juego, acababa de tocar una fibra sensible.
—Debieron darnos los detalles —murmuró Paris.
—Todavía falta mucho por ver. —Morgan nos sonrió—. Salamandra tiene la apariencia de una mojigata, pero esta esconde un oscuro secreto. Esperen a la noche...
No quería hacerlo, ya podía imaginarlo. Tenía que admitir que una de las razones por la cual seguía, tras ese grupo de fenómenos se debía a que no me quedaba ni un céntimo. Estaba en la calle, usando ropa sucia y prestada, esperando encontrar un motivo para seguir de pie, un motivo cómo tener más datos, o por lo menos saber que Frank mejoraría.
Froté mis hombros cuando un escalofrío me recorrió el cuerpo, recordé como había sido la noche con él, como era hacer el amor con Frank. No, no había sido una experiencia gratificante, amorosa, de un sentimiento mutuo de unión. Así y todo quería repetirlo y hacerle caso a Paris, quería mandar a la mierda al Frank inconsciente, si es que la parte muda de él era la única que me quería cerca.
Unos dedos chasquearon en mi rostro, se trataba de Paris, ingresábamos a un bar de mala muerte. La polvareda se arremolinaba en la entrada, las luces tenues disimulaban la mugre y el cantinero sesentón nos miraba con el mismo asco que se mira a las ratas.
—¿En qué piensas, Conejita? —Paris pasó su brazo por mi hombro..
—No lo sé, tú dime. —Arqué una ceja y esperé a que los demás buscaran un lugar mientras yo hablaba con Paris por lo bajo—. Da igual, ¿cómo te trataron en la comisaría?
—Bien. —Paris recostó su cabeza sobre la mía—. Dicen que estaba autorizado para estar en Salamandra, lo sabían todo de mí, fue rápido. ¿Te dije que me había llegado la invitación a la isla, y eso hizo que tu padre me detectara y me encerrara?
—Sí... —barbullé sintiendo la culpa.
Paris besó mi frente y aguanté mi respiración. No creía que hubiera piedad en su persona, él se divertía con la gente, fueran personas corrientes, anómalos o fenómenos de circo como yo.
—Todo va a estar bien —dijo y quise creerle.
Tomamos asiento en una mesa al fondo de la cantina junto a los demás. Una joven de aspecto enfermizo y anémico nos sirvió unas cervezas con varios snaks. La escruté por completo, así como a los viejos amotinados en el rincón contrario, o al pequeño grupo de estudiantes que jugaban al billar y probablemente se habían escapado de las horas de clases. Podía asegurarlo, ninguno era un anómalo. Las perfectas imperfecciones que los hacían humanos estaban en sus pieles resecas o con acné, en la grasa corporal, en la flacidez, en sus estaturas variadas, y sus cabellos opacos.
—¿Cómo lo hacen? —pregunté, dirigiéndome a Dalila, Morgan y Bran—. Esta gente no está bien, esta isla..., ¿cómo es posible?
Dalila inspiró con fuerza, le molestaba cualquier cosa que yo dijera.
—Organización, cautela, lealtad —masculló—. Los humanos que viene aquí puede tener una vida, una familia grande. Muchos no tenían oportunidad en el mundo, Las primeras generaciones de Homo Sapiens que habitan Salamandra no eran más que parias, y sus hijos y sus nietos, crecieron aquí sintiéndose de igual modo. Algunos mueren, desaparecen en los bosques por nuestra causa, ¿acaso es distinto en las grandes ciudades? ¿Acaso no muere gente todos los días en manos de psicópatas, o de accidentes, o de negligencias de sus gobernantes?
Morgan carraspeó su voz y continuó en un susurro:
—Aquí se controla que los únicos que matemos seamos nosotros.
—Pero... —balbuceé—, hay un aire muy depresivo, ¿por qué tiene que ser así?
—Por qué la gente de aquí está atrapada ¡atrapada! —interrumpió Bran—. Apartados e ignorados por todo el mundo, sin tecnologías sofisticadas, sin posibilidad de crecimiento, sin posibilidad de escape en una isla en la que nunca se encuentran a los culpables.
—La gente de aquí... —rumió Morgan, aguantando una mueca sonriente—, ha adquirido un pensamiento mágico. Creen en brujas, vampiros, hombres lobos, creen estar dentro de una maldición. Atribuyen las desapariciones y muertes a lo sobrenatural o a los aliens.
De modo inmediato crucé un gesto ceñudo con mis acompañantes. Los anómalos se habrían extinto si mi padre no lograba, antes de su muerte, que pudieran reproducirse.
—Si no coopero ustedes desaparecerán —dije ganándome miradas poco amigables.
Dalila lanzó una carcajada al momento de levantarse.
—¿No me digas que te crees indispensable, Alegra? —Dalila negó con su cabeza sosteniendo una sonrisa—. Mamba entregó los embriones a la policía. Pronto descifrarán el código genético y todo aquello que dificultó la reproducción en los anómalos. Te lo agradeceremos, nuestra existencia está asegurada.
—Supongo que estarán contentos —me levanté de mi asiento, dispuesta a irme de allí.
—Me da igual. —Dalila se relajó en su lugar—. No viviré tantos años como para disfrutar de la extinción humana.
—Creo que ya nos vamos. —Paris también se levantó de su asiento.
Y ahí acababa una relación que jamás habría prosperado, ya no tenía ningún sentido volver a ver a Morgan a Dalila y a Bran. De los tres, podía decir que Bran era el más simpático, un aliado excepcional para un trabajo detectivesco, de Morgan solo me quedaba esa sensación de repelús, a pesar de mantenerse sereno y ser cordial conmigo; y de Dalila... bueno era mejor no mencionarlo. Por último quedaba Mamba, quien se alejaba del grupo que la creía sospechosa.
En cuanto a mí, debía soportar al peor de todos: Paris. Junto a él marchábamos por esas calles desconocidas, los transeúntes nos repasaban con la mirada recelosa. Paris no le daba importancia, se concentraba en su desilusión por Salamandra. Era mejor quedarse en el yate para luego decidir qué hacer. Por mi parte pensaba quedarme algunos días más, por lo menos hasta dar con Pandora y hablar de todo aquello que nos competía a ambas. Era capaz de aseverar que, cada anómalo en la isla, ya sabía que Alegra Hyde estaba en tierra firme.
Una fogata de un tamaño descomunal se realzaba por los montes llegando al puerto, a los muelles.
<<Mierda>>, fue mi único pensamiento.
Gigantescas llamas se alzaban sobre el yate de Paris, y aunque no habría tenido intenciones de irme tan pronto, ahora me quedaba en claro que no lo haría cuando quisiera. Los bomberos actuaban de inmediato sobre aquel barco de lujo que se reducía a simples cenizas en el mar. Paris se tomaba de la cabeza, no podía creerlo, el niño rico estaba en quiebra al igual que yo.
—¡¿Quién mierda ha sido?! —Paris corrió hacia los camiones de bomberos y patrulleros.
Cerré mis ojos y conté hasta diez.
—Supongo que alguien pretende atraparnos aquí.
Dejé escapar el aire de mis pulmones y con ello mi último aliento de esperanza.
—¡Alegra Hyde! —me llamó la voz del detective Jean Hansen, su automóvil recién llegaba.
—No tenían por qué quemar el yate de Paris —le reproché—. Iba a quedarme para hablar con Pandora.
—Fueron delincuentes, el puerto es peligroso para un yate de lujo —dijo él a pesar que no le creía una sola palabra—, y respecto a lo de Pandora... ella me envió por ti.
El detective Jean Hansen me extendió un papel.
—¿Qué es esto?
—Pandora les dará la bienvenida oficial a Salamandra.
Sin un lugar donde dormir no teníamos más opción que seguir el dictamen de Pandora. Al menos éramos V.I.P en el único hotel costero de Salamandra, un hotel de paso, por decirlo de algún modo. A lo mejor solo iban las parejas cuando querían intimidad. Dudaba que alguien de afuera vacacionara en una isla sin una ubicación geográfica registrada.
Salí de ducharme y me envolví en la bata blanca de detalles dorados, para luego ponerme la misma ropa con manchas amarronadas de sangre seca.
El hotel aparentaba ser ostentoso, pero todo era de una pésima calidad. Una fachada. Blanco y dorado, incluso las flores eran de plástico. Me acerqué a la ventana y vi hacia la costa, las únicas embarcaciones que rondaban eran pequeños buques pesqueros, algunos botes y lanchas viejas. Costear los mares del Caribe, para regresar, sería imposible con ellos.
Quise enfocarme en la cena con Pandora. Como primera alternativa especulaba en mantener un perfil condescendiente. Troné mis dedos ante la idea de una resolución catastrófica, pero el golpeteo sobre la puerta de espabiló.
—Cone... —Paris ingresó antes que le diera permiso, llevaba un rostro fatal, amargo—. Esa Pandora tendrá que buscar una forma de satisfacerme si no quiere que corra sangre y me pase sus putas reglas por el culo.
Rodeé mis ojos al verlo recostarse en mi cama. Para él, ir a Salamandra era una decepción tras otra, un terrible error.
—Tienes razón en reclamar. —Le eché una ojeada y lo vi sonreír, por lo que mis pupilas oscilaron lejos de él—. Fuiste invitado, viniste... eres un anómalo con todas las letras. Si no querían que yo me escapara bastaba con retenerme en la comisaría.
—Pudo haber sido otra persona.
Llevé la mano al mentón, según Jean se trataba de delincuentes comunes, pero la situación daba a sospechar de más.
—Iba a quedarme. —Me encogí de hombros—. Me preocupan otras cosas...
Volví mi vista a la ventana sintiendo un nudo en el pecho.
—¿Frank? —Paris soltó una risita—. ¿Crees que puedan recomponerlo? Quizás solo lo están estudiando en una celda, ¡a lo mejor lo están sodomizando!
Rechiné los dientes y lo miré con furia. Él se levantó y dio unos pasos lentos hacia mí, sosteniendo su mueca burlona.
—Tranquila —susurró llegando a mi oído—. Somos aliados.
Eso sonaba más como una amenaza. Una ola de calor me envolvió de modo repentino y me alejé un paso de él para verlo a los ojos. En compañía de otros, Paris me daba igual, solo cuando nos encontrábamos a solas recordaba el depredador que era.
—Aliados, sí —carraspeé mi voz, aunque no le quité la mirada—. Supongo que el precio va a ser alto.
—¿No estás dispuesta a pagarlo? —Paris extendió su mano y con sus dedos rozó mi brazo—. Leeré los rostros para ti, puedo empezar con el de Mamba, por ejemplo.
—¿Con el de Mamba? —indagué perdiendo el nerviosismo y siendo atrapada por la curiosidad.
Paris se abalanzó sobre mí y pegó sus labios a mi oído, sin darme chance a una huida.
—¿Quieres saber? —me preguntó, su aliento entró en mí.
Cerré los ojos con fuerza, así sería de ahora en más, ese era el único tipo de alianza con un anómalo. En simples palabras se trataba de prostitución, y habría sido genial si Paris fuera un humano normal, ¡claro! Un adonis me daba información a cambio de sexo. Yo no contaba con esa suerte, el adonis era un psicópata, y dudaba del "sexo" que pudiera darme. Con lo que había hecho con Max, y con oír de las mazmorras, ya tenía un atisbo de idea de lo que me podía ocurrir, no tenía ganas de sufrir... aunque quería saber lo que pensaba él de Mamba. ¡Era injusto jugar con mi curiosidad!
—Dime ya. —Apreté mis puños hasta emblanquecer mis nudillos.
Los labios de Paris se ensancharon en una sonrisa maquiavélica. Pronto se alejó de mi para sentarse en el borde de la cama y decirme lo que tenía que decir.
—Su actitud ha cambiado y desde que está aquí ha estado muy nerviosa, inestable, casi grosera —dijo y peinó su cabello hacia atrás—. ¿No te diste cuenta? Al principio se mostraba amable contigo, ¿y luego? Desde que mencionaron lo de Salamandra solo ha querido venir aquí.
Encogí mi entrecejo.
—Se enojó porque sospechaban de ella —resoplé con fastidio—. Esto es una estafa, de mí averiguaste hasta mi estado civil.
—¿De verdad querías resolver crímenes? —Paris frunció sus labios y se encogió de brazos—. No te enfocas en los detalles.
—¡Si eres tan bueno ocúpate tú! —le grité, pero a él no le importó—. Lo que le pase a Mamba no es mi problema. Mi problema es Pandora.
—Todo es parte de lo mismo. —Paris arqueó una ceja—. Ella era bastante apegada a Frank, y también sabía que solo hablaba dormido, ¿por qué crees? ¿Acaso dormían juntos? ¿Daniel los tenía en una misma celda? ¿Recuerdas cuando Frank la vio encerrada y corrió a ella? ¿Cuánto tiempo estuvieron cautivos?
Me quedé sin habla, ¿podía ser que ella y Frank fueran más íntimos? ¿Y si nos habíamos equivocado al traerlos con nosotros? No, a Paris le encantaba jugar conmigo.
—Ya no es de nuestra incumbencia. —Enderecé mi postura—. Si Mamba y Frank se acostaron no me importa, y si son de fiar o no, es algo que debería averiguar la policía de aquí. No vas a obtener nada de mí con datos inservibles.
Paris ahogó una carcajada.
—Si quiero algo lo tengo —él se puso de pie—. Esto solo es un juego para mí, Conejita.
—Para mí no lo es —respondí dando zancadas a la puerta para abrírsela—. Lo sabes. El único motivo por el cual sigo viva es porque quiero llegar al final de esto, y es más probable que la respuesta la tenga Pandora, no Mamba. No tienes que seguir siendo mi aliado, sé que mis problemas no son los tuyos, y todos te importan una mierda. ¿Estás aburrido? Vete a molestar a otro lado.
La sonrisa de Paris desapareció, pude sentir un poco de gloria. Al fin cerraba el pico.
—Lo siento. —Él fingió tristeza—. De verdad quiero seguir siendo tu aliado, conseguiré algo mejor así obtengo mi recompensa, nos vemos en un rato.
Tras guiñarme un ojo Paris se fue de la habitación. Cerré la puerta con furia, solo lograba molestarme. ¿Por qué debía importarme la relación entre Mamba y Frank? No era relevante, no era lo importante, no era el momento ni el maldito lugar. Lo que yo idealizara de Frank, lo que había sucedido en la noche con él, no tenía importancia. Ninguna.
Pandora era mi objetivo, la primera anómala. Su solo nombre era intrigante, llevaba aquel nombre la mujer que había traído todas las desgracias a este mundo, y a lo mejor no era casualidad, su caja era Salamandra, y allí guardaba todo el mal.
Quería creer que ella tenía las respuestas que me faltaban, ¿con qué objeto mi padre había creado a los anómalos? ¿Solo para extinguir a la humanidad? ¿Por qué Daniel quería a los anómalos para él? ¿Por qué se había peleado con mi padre? ¿Quiénes se encargaban de manipular a los medios de comunicación y a la policía? ¿Cómo había logrado conseguir una isla y esconder a los anómalos en ella? ¿Había algo más grande tras toda la historia con los anómalos?
Froté mi cabeza y cerré mis ojos, buscaba mi eje. Olvidar los dramas de los últimos días era necesario para pensar en frío. Por última vez revisé mis anotaciones, la libreta, en la que llevaba mi investigación, había sobrevivido ya que la llevaba siempre conmigo.
—¿Alegra, estás ahí? —Una voz me llamó del otro lado de la habitación, era la voz de Mamba.
Abrí la puerta con prisa.
—Mamba... —murmuré, tratando de dispar las idioteces de Paris—. ¿Sucedió algo?
Ella rodó sus ojos y resopló.
—Me estuve comportando como una idiota. —Ella me miró para sonreír de un modo más amable—. Me enojé con los otros imbéciles que desconfiaban de mí, pero terminé por tratar mal a todos y me alejé. No quería ser dura, pero me cuesta controlarme...
Por la conversación que había tenido con Paris, ahora Mamba me generaba sospecha. Fruncí mi ceño tratando de descifrarla, de todos los anómalos era la más "normal", incluso amable.
—Te entiendo —le dije—. Pero ya estás aquí, espero que no te sea tan decepcionante como lo fue para Paris.
Ella extendió una sonrisa calma.
—Parece aburrido, habrá que esperar a la noche.
—En la noche, Pandora me ha invitado a cenar —suspiré al verla impaciente.
—De eso quería hablarte —me interrumpió—. Estoy muy nerviosa. ¿Qué clase de mujer crees que sea? ¿Crees que Frank esté bien...?
<<¿Frank...? ¿Por qué te preocupas por él cuando dijiste de abandonarlo?>>
—Mamba —dije inspirando hondo—. ¿Tú y Frank...?
Mamba arrugó su ceño esperando a que concluyera mi frase.
—¿Se hicieron cercanos cuando ambos estuvieron encerrados? —pregunté.
—Supongo que fue lo mismo contigo. —Mamba respondió de forma natural—. Era la única persona con la que hablaba, no importaba que no pudiera responderme. ¿Por qué lo preguntas?
—Él me preocupa —respondí rápido—. Lo veo tan indefenso y perdido, quiero creer que no lo dañarán. Si tiene un problema en su cabeza no se resolverá de un día para otro..., ni siquiera sé si podrá resolverse.
—Es cierto. —Mamba apoyó su mano sobre mi hombro—. Dudo que pretendan ayudarlo, ¿sabes? Más bien creo que sospechan de él y no lo dejarán salir. Debemos analizar a Pandora y convencerla de que no es una amenaza, que lo libere... ha estado mucho tiempo encerrado, siendo maltratado. No lo merece.
Asentí, concordaba con ella.
—¡Cambiando el tema! —Mamba sonó más efusiva y volvió a sonreír—. El detective me ha dejado algo de ropa para cambiarnos. Le expliqué nuestra situación y me dio algunas cosas. Supongo que no estás acostumbrada a llevar ropa prestada, pero es lo mejor que conseguí.
—Está bien —traté de sonreír—, es lo que menos me importa.
De alguna manera, Mamba me tranquilizaba, todas las estupideces que Paris trataba de poner en mi cabeza se esfumaban, incluso creí que podría confiar más en ella que en él.
Con el llegar de la noche, ambas buscábamos entre la ropa prestada algo que ponernos para la gran noche. Ella escogió un vestido negro hasta sus rodillas, algo bastante sencillo y de poca calidad. Por mi parte, tuve la suerte de encontrar unos jeans que combiné con una blusa en tonos verdes.
Paris esperaba por nosotras en la recepción, llevaba unos jeans negros y una camisa blanca, parecía no haberse peinado, pero su maraña de cabello castaño le deba un aspecto salvaje. El maldito era hermoso. Mordí mi labio y desvié mi vista, lo odiaba. Él rió por lo bajo, ya lo sabía, sabía lo que provocaba en cualquiera.
—¡Hace cuanto no las veía sin manchas de sangre! —exclamó Paris, evitando exponerme.
—Creo que eso nunca pasó —rió Mamba, me alegraba verla más entusiasmada.
Antes de que pudiéramos seguir hablando, Hansen aparcaba su automóvil en la entrada.
—Veo que están listos —dijo él, al ingresar al hotel.
—¿Y usted? —Paris le sonrió con travesura—. ¿Es detective o su empleado multiuso?
—Su mano derecha y parte de la gran familia —se limitó a responder.
Sin más preámbulo, emprendimos el viaje. Durante la tarde las horas habían sido eternas, la cena con Pandora era mi motivación para estar en Salamandra y pronto sucedería.
—¡Es aburridísimo! —Paris conversaba con Jean, el detective conducía y Paris le hacía de copiloto—. Di unas cuantas vueltas, pero no deja de parecerme un pueblucho mediocre. ¡Encima mi yate...! No tenían derecho. Quedé en la ruina.
—No fuimos nosotros los que quemamos tu yate —insistía Jean, aunque poco le creíamos—. Estamos investigando el caso. En todo caso, podrás comunicar tus inquietudes a Pandora.
—¿Suele escuchar al pueblo? —pregunté destilando ironía.
Jean me observó por el retrovisor.
—Eso lo descifrarás tu misma, ya llegamos.
Íbamos en subida por una colina de selvática espesura. Una enorme e iluminada mansión nos esperaba a lo lejos; decenas de hombres la rodeaban empuñando armas de guerra, ¿era necesario? ¿No se suponía que era una anómala?
Cuando descendimos del auto, un hombre mayor vestido de mayordomo se acercó a nosotros.
—¿Reforzaron la seguridad? —le preguntó Jean.
—Ya conoces a Pandora —respondió éste—, toma sus precauciones. Al menos los está esperando para cenar. Ya pueden entrar.
Mi mirada dudosa se puso sobre el detective.
—Pueden entrar —nos dijo Jean.
—¿No nos acompañará? —inquirió Mamba.
Jean observó su reloj en la muñeca.
—Es su cena de bienvenida, yo debo seguir trabajando.
Jean Hansen se marchó dejándonos a la deriva. El mayordomo nos guió a la suntuosa entrada. No me sorprendía, había visitado muchos lugares así, al igual que Paris, quien no se emocionaba.
Luminosidad ligera, pisos lustrosos con enormes dibujos en los cerámicos, escalinatas de madera y obras de arte en los muros rojizos. La mansión de la alcaldesa tenía un estilo barroco, algo anticuado para mi gusto, incluso se olía en el ambiente la humedad y el polvo de los rincones, aunque el aroma cambió al aproximarnos al comedor. Mis tripas sonaron con el perfume de la carne jugosa y las verduras grilladas. El platillo preferido de Paris.
Una mesa para veinte comensales se extendía por un gigantesco comedor. La vajilla se disponía para nosotros. Decenas de hombres nos vieron entrar, y el mayordomo nos ubicó en una esquina. Hicimos caso a pesar que pensábamos que solo estaríamos con Pandora.
—Pandora está por llegar —dijo uno de los comensales.
Intercambiamos miradas incomodas con Paris y Mamba, y pronto la puerta se abrió.
El silencio sepulcral ayudó a que cada paso de esos tacones resonaran en todo el recinto.
Sus piernas eran firmes, llevaba un vestido rojo entallado, y una melena castaña rojiza hasta por debajo de los hombros. Su rostro lucía imperturbable, sus labios pintados en carmesí no se movían. No podía ver el color de su mirada, las luces bajas no me lo permitían, además, ella se sentó en la esquina contraria a nosotros, veinte comensales nos separaban. Estaba lejos. Muy lejos de nosotros.
—Bienvenidos a Salamandra, anómalos. —Ella hizouna sonrisa apretada—. Soy Pandora, su alcaldesa. Escuché mucho de ustedes, asíque espero que puedan disfrutar de la cena y podamos conversar de todo.
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