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20. Golondrinas

"La migración acababa, las golondrinas

 regresaban a su hábitat".


Podía ver tierra firme desde la cubierta, de donde no me había movido hasta entonces.

El sol pegaba fuerte en mi rostro, el aire era espeso, húmedo, apenas podía respirar. La isla lucía como una gran planicie en la que distinguía una frondosa vegetación y un intenso movimiento de botes en la orilla.

—¿Fue tan decepcionante? —Paris se acercó a mí—. Pensé que la pasarías bien. Desde que subimos al yate Morgan se quejaba de las dulces feromonas de lanzaba Frank, aunque no quiso hacerlo con ninguno de nosotros.

—Quizás la doctora Estela tenía razón —barbullé, como si de verdad necesitara hablar con alguien—. A lo mejor Frank despierto y Frank dormido son dos personas distintas.

—¡No me digas que el Frank dormido te rechazó! —Paris carcajeó con ganas. Me sentí miserable, no pude verlo a los ojos—. ¡Pues que se joda! Al mudito le agradas, y si el imbécil sonámbulo no puede tomar decisiones sobre su cuerpo, tendrá que soportar la tensión sexual que hay entre tú y su otra mitad.

—No podré hacerlo otra vez —afirmé—. No soy como tú, Paris. Por más que haya una disociación de personalidad es un solo cuerpo, y existe una parte de Frank que no quiere que vuelva a tocarlo. Lo entendí todo mal.

Dejé escapar un agobiado suspiro y me alejé de Paris antes de que siguiera con comentarios irrelevantes. No podía describir cuan frustrada me sentía. La mala interpretación que había hecho de las actitudes de Frank me daba ganas de golpearme la cabeza contra un muro.

Preferí mentalizarme en lo importante, al menos ahora que estábamos por anclar podía tener la posibilidad de dejar a Frank en buenas manos y seguir mi camino sola, si es que tenía uno.

—¡Hogar, dulce hogar! —exclamó Dalila, con sus brazos extendidos al cielo.

—Fuiste tú la que insistió con irse de aquí —reprochó Bran—. ¡Fuiste tú, tú!

—¡¿Otra vez con eso?! —ella se ofuscó—. ¡La pasamos como la mierda, es obvio que esté feliz de volver!

—¡Y no volveremos a irnos! ¡No! —Bran agitó sus brazos en negativa.

—¡Cierra el pico! —Dalila parecía a punto de golpearlo—. Edgar y Daniel están muertos, cuando se resuelva todo haré lo que se me dé la gana.

Y ahí empezaba una nueva discusión entre ellos. Podía ver a Paris fastidiado con la escena, a Morgan reírse bajito y a Mamba indiferente, concentrada en el muelle. Ir a Salamandra era su anhelo y allí llegaríamos.

A simple vista no era como me lo imaginaba. Es decir, mi idea era la de un sitio post apocalíptico repleto de salvajes hambrientos y deseosos de sangre, algo muy distinto a la ciudad costera que se me presentaba. Bastante normal, humilde, incluso amigable.

El yate de parís fue aparcado entre otros botes más simples y pequeños. Ya teníamos nuestros equipajes en mano, Bran era el más cargado de todos. No descenderíamos hasta que los habitantes de Salamandra nos dieran las recomendaciones para sobrevivir. En tanto, podía disfrutar de la vista al muelle, de los negocios y pescaderías repletos de gente yendo y viniendo, haciendo compras o trabajando.

—Las reglas son simples —Dalila habló—. Que este sea el sitio en donde nos escondemos los anómalos no quiere decir que todos los seamos; de hecho, no llegamos al uno por ciento de la población.

<<Eso es un alivio>> pensé.

—¿Qué dicen? —Paris borró su feliz expresión—. Dijeron que este era un paraíso de anómalos, que podíamos hacer lo que quisiésemos.

—Estamos protegidos —le respondió Morgan—, pero dentro de la lógica. Pandora es nuestra alcaldesa, consiguió la autonomía de la isla y todos los cargos de poder están ocupados por los nuestros, sin embargo eso no significa que puedas matar a plena luz del día, o andar como desquiciado.

Mis tripas se revolvieron con solo escucharlos, presentía que nunca me acostumbraría a su modo de ver las cosas.

—Si saliéramos a matar por doquier —prosiguió Bran—, ya no habría población. ¡Es simple!

—¡No necesitamos población! —protestó Mamba—. Ese es nuestro objetivo.

—Mata a todos, haz un mar de sangre —Dalila la provocó con la mirada—. ¿Y luego? Esto no funciona así, los humanos son mayoría, nos extinguirían primero. Aténganse a las reglas o lárguense.

—¿Hay más reglas? —pregunté.

—No contactar con nadie del exterior, por ningún medio —enumeró Bran—, no matar sin premeditación y a la vista de todos, no revelar nuestra naturaleza, contener los impulsos, si parten de aquí jamás mencionar la existencia de Salamandra.

Escuché con atención a pesar que no se me movía un pelo, hasta que el ruido de las sirenas de la policía me alertó. Nadie se preocupaba, según los "salamandrenses" tenían a las fuerzas estatales de su lado, no obstante los patrulleros venían en nuestra dirección. Mis ojos se abrieron en sorpresa cuando vi que eran muchos más de los que pensaba. ¿Tres? ¿Cinco? ¡No! Quince patrullas de policía nos rodeaban en el muelle.

Dalila, Bran y Morgan se miraron entre ellos, y supe que los confundía de igual forma. Vi la tensión en sus rostros, vi como la gente miraba hacia el yate y a su vez los policías bajan para decirles a los transeúntes que se largaran de los alrededores.

—¿Qué sucede? —pregunté a los chicos.

Dalila negó con la cabeza.

—No lo sé —mostrándose confiada se acercó a las patrullas—. ¿Qué les pasa? ¡Soy yo!

Uno de los policías alzó la voz con un megáfono.

—¡Bajen del yate con las manos en alto!

Noté las caras pálidas de los anómalos, y sabía que no se debía a que estuvieran acorralados, ellos eran capaces de deshacerse de esa barrera de personas, el problema era ser tratados como criminales en su casa, el sitio en donde se suponía que tenían libertad, el sitio en el cual eran apoyados.

—¡Paris, Mamba! —gritó Morgan—, hagan caso a la policía.

—¡¿Qué?! —exclamó Paris, a él no le gustó la idea, pero Mamba se mantuvo receptiva a la situación, quieta y sin objetar nada.

<<Y al fin se acaba todo>>, concluí.

Sabía que no era posible cometer tantos crímenes y quedar impunes. El fin le llegaba a los anómalos, y también a mí, pero eso ya no importaba, me generaba cierta paz.

Colocamos nuestras manos en la nuca, y la policía fue requisando nuestras pertenencias para guardarlas como evidencia en tanto nos esposaban de a uno, colocándonos en patrulleros distintos, arrestados.

Salamandra era un lindo lugar envuelto en un aura oscura. El mar se mantenía calmo, las gaviotas revoloteaban, podía ver un monte selvático a varios kilómetros de distancia, el auto de la policía me llevaba en una pendiente, la cual poseía una vista panorámica de una zona céntrica, bastante aburrida.

Los transeúntes vestían de modo sencillo y mostraban expresiones apáticas, podía saber que ninguno era un anómalo. ¿Las historias de los chicos eran ciertas? ¿Salamandra era un refugio para ellos?

Se me ocurrió una idea estúpida. Hasta el momento creía que nos detenían por los asesinatos en la ciudad de Marimé, pero ¿era por eso?

—¿Cuáles son los cargos? —pregunté al policía que conducía.

El uniformado me observó por el retrovisor. Noté unos ambamarinos ojos brillantes, unos rasgos simétricos, perfectos, casi esculpidos. Bajé mi vista, ¿podía ser que fuera uno de ellos?

—¿Los cargos? —inquirió, y volvió la vista a la senda—. Venir a Salamandra. Es un lugar exclusivo, nadie ingresa sin autorización.

—He venido con Dalila, Bran y Morgan —traté de explicarle—. Ellos viven aquí, y pensaron que...

—Hicieron mal —interrumpió el policía—. Hay un protocolo para regresar y para salir, ahora serán interrogados y ninguno pisará las calles de Salamandra hasta despejar dudas.

—¿De lo contrario? —pregunté con velocidad.

Aquél hombre hizo una media sonrisa y no volvió a hablar. Era suficiente para saber cómo procederían en caso de hallar algo que no les gustase de mi persona, que, para ser hija de Hyde ya era demasiado en mi contra.

Admitía que una parte de mí ansiaba conocer Salamandra, descubrir los secretos de un submundo oscuro y morboso, necesitaba creer en ese mundo y develar el secreto que rondaba a los anómalos y a mi padre. La policía y los medios de comunicación no eran de fiar, ninguna persona lo era, dependía tan solo de mi alma. Hasta el momento me sentía más segura con esos personajes que aborrecía, con mi alianza con Paris y mi idealización de Frank, y estaba bien así, sola no podía.

Los patrulleros aparcaron en la comisaría, nada anormal. Veía como ingresaban a los demás, esposados, alejados los unos de los otros. Seguía yo, el policía que me había trasladado me abría la puerta para tomarme con fuerza, y así arrastrarme dentro del edificio a pesar que no oponía resistencia.

Habiendo perdido de vista a los demás, fui ingresada a la sala de entrada, la cual contaba con dos policías en la recepción, tomando la denuncia de una mujer destrozada porque su marido seguía desaparecido. Alcé la vista a los muros, en tanto me empujaban, muchos carteles de desparecidos de todas las edades eran parte de la decoración. No era bueno especular, seguían siendo pocos desaparecidos para un hábitat de anómalos.

—Vamos, apúrate. —El policía me empujó hacia una habitación al fondo del pasillo.

Muros grises, una mesa con dos sillas, una lámpara en medio, una cámara en la esquina y un vidrio polarizado por el cual seguro me veían al otro lado.

Para cuando el policía me dejó, ingresó un hombre trigueño de traje negro. Lo miré de arriba abajo, parecía de unos cuarenta, y poseía ese porte distinguido que me hacía sospechar de su código genético.

—Buenos días, y bienvenida a Salamandra, Alegra Hyde. —El hombre sonrió tomando asiento en frente de mí—. Soy el detective Jean Hansen, y espero a que me respondas algunas preguntas, para ver si puedo dejarte caminar por las calles de esta isla que no aparece en ningún mapa.

Lo miré desafiante, y asentí.

—Quizás no hagan falta las preguntas —dije y él alzó sus cejas—. Estuve esperando el momento para decirlo todo. Sé que la mentira no me librará de este paraíso fiscal, así que comenzaré, y espero que no le parezca un delirio.

—¿Un delirio? —preguntó intrigado.

—Si es que los anómalos no son reales —sonreí y él me devolvió la mueca.

—Lo somos —admitió el detective.

Tragué duro, no estaba segura si él me perdonaría la vida, aun así continué.

—Considerando que saben quién soy, me gustaría saber si saben sobre...

—¿La muerte de tu padre? —preguntó—. ¿La muerte de Daniel?

—Ha sido noticia. —Le resté importancia—, claro que la han manipulado. Estuve secuestrada, mi padre me secuestro, y si todo es real...

—¿Qué? —preguntó Jean Hansen.

Aunque los labios me temblaron lo dije

—Yo podría ser una anómala —pestañeé rápido, sintiéndome estúpida por admitirlo—. No tengo ni la belleza, ni la inteligencia, ni siquiera el instinto asesino, pero es probable que mi padre me haya camuflado por un propósito.

—¿Cuál? —inquirió el detective, más intrigado que antes.

—Puedo reproducirme —admití y lo miré a los ojos—. Era lo último que le faltaba a su proyecto. Los anómalos no tenían sentido si acababan con la humanidad, pero no podían reproducirse. Sin embargo, Daniel, por alguna razón quería tener a los anómalos para él. Es algo que aún no me cierra, ¿por qué estaba enemistado con mi padre? ¿Su único objetivo era experimentar con la psiquis de los anómalos? ¿Quién más sabe de esto? He venido aquí en busca de respuestas, esa es la verdad. Allí, en el mundo real, no hay nada más para mí, estoy condenada, mi vida acabó.

Percibí el mutismo del detective.

—¿Puedes reproducirte? —me cortó ignorando lo demás.

—Tuve un aborto espontáneo, pero si me cuidaba a lo mejor nacían —inspiré hondo y hablé—. Mamba los analizó. Imagino que también pueden hacerme estudios y quitarse las dudas —dije con la mirada en el suelo.

Jean Hansen, un anómalo, siguió oyendo los detalles de todo lo que le contaba. Entendí lo valioso que era ser una reproductora, la única de su especie, y que era mejor mantenerme aliada a ellos, al menos por el momento. Si colaboraba no tenían por qué retenerme, sabían bien que no tenía lugar a donde huir.

Él se levantó una vez que no tuve más que decir. Cada detalle estaba explicado, faltaba la sentencia.

Carraspeé mi voz.

—Ah... sí —dijo el detective con su semblante perturbado—. Puedes marcharte luego de un examen médico, tan solo sigue las normas de Salamandra, ¿las conoces?

—Sin contacto con el exterior —dije sin creer que me dejarían en libertad—. No matar a plena luz del día..., descuide, no lo haría ni de noche.

El cambio de actitud del detective Hansen era notorio, mi confesión era una sorpresa y un milagro.

Al abandonar la sala de interrogatorios, varios médicos me examinaron en busca de rastreadores internos, enfermedades, objetos en mi interior y, sobre todas las cosas, corroborar que mis genes no eran los más normales.

Al salir de la comisaría distinguí a Paris, Dalila, Bran y Morgan, hablaban de manera casual a la sombra de un frondoso árbol.

—¡Conejita! —Paris alzó su mano, fue el primero en notarme.

Fui hacia ellos porque no tenía más idea de dónde ir.

—¿Lo ven? —comentó Dalila cuando me acerqué—. Debían chequear que todo estuviera bien, ya podemos irnos a casa.

—¿Y Frank? —pregunté avistando los alrededores, asimismo noté que Mamba no estaba.

—No creo que los dejen salir. —Morgan rió por lo bajo—. Si Frank no habla no saldrá, y Mamba... —él giró sus ojos hasta ponerlos blancos como su cabello—. Supongo que algo no cierra en su relato, estuvo encerrada con Daniel, debe tener algunos datos para aportar.

—¡Pero Frank no puede hablar estando despierto! —Alcé la voz—. Dijeron que aquí lo ayudarían.

—¡Sí! —intervino Bran—. Tendrán que ayudarle a hablar. ¡Imagínate! Sigue siendo sospechoso, nos salvamos de una buena trayendo a esos dos aquí.

Bran limpió el sudor de su frente con el revés de su mano.

—¿Y de mí y de Paris no les dicen nada? —indagué.

—Ambos son hijos de personajes públicos. —Dalila nos miró con desdén—, y tú... bueno, eres hija de Hyde. No creas que los interrogatorios han terminado para ti.

Mordí mi labio inferior, lo sabía bien, el detective me lo había demostrado con su expresión en shock. De todos modos ya no sentía preocupación por lo que pudiera pasarme, quien me preocupaba era Frank.

Observé hacia la comisaría, temía por lo que pudieran hacerle al vulnerable anómalo incapaz de hablar. Recordaba los daños sufridos por parte de los matones de mi padre y ya me imaginaba una situación similar con los policías.

—Estará bien. —Morgan colocó su mano en mi hombro—. No dañamos a los nuestros, es otra regla...

Dalila carraspeó su voz, atorada.

—¡Lo ayudarán! —añadió Bran.

Resoplé tratando de creer que eso era verdad.

—¡Allí viene Mamba! —clamó Paris.

La sangre se me subió al cuello, mi corazón se aceleró. Frank no la acompañaba, corrí a ella, tenía cara de pocos amigos.

—¡Mamba! —bramé—. ¿Dónde...?

—¡Mierda! —exclamó la morena.

Su cuerpo trepidaba, los músculos de sus brazos estaban tensionados, su mirada se perdía a lo lejos.

—Algo malo... —Paris rió por lo bajo, no lo entendí—. ¿Puedes darnos detalles de lo que te preocupa tanto, Mamba? Te sientes sofocada, necesitas alguien en quien confiar.

Al fin Paris leía a alguien que no era yo, pero no servía demasiado.

—¡Les expliqué que Frank no habla! —Mamba zapateó en su lugar—. Será inútil, no pueden repararlo.

—No lo sabes. —Dalila la desafió—. Pandora lo solucionará.

—¿La alcaldesa? —pregunté.

—No es solo eso —susurró Morgan.

—Es la primera anómala —concluyó Dalila—. Es la que provocó la fuga de información y nos buscó para resguardarnos a todos aquí. Ya no es un secreto.

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