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19. Mono

"Está en la naturaleza de los animales más inteligentes, 

 hacer alianzas para la supervivencia".


Rojo y azul. Luces destellantes en el horizonte. Las sirenas de la policía y los bomberos. Incendios a lo lejos. Fogatas descomunales, alzándose monstruosas sobre una iglesia, cuya cruz en la cúspide caía en sus cenizas en medio de la noche en la que dejé tierra firme.

El viento salado humedecía mi rostro, mis cabellos mojados se pegaban a mi piel. Yo miraba los destellos de la ciudad costera alejarse, convertirse en ínfimos puntos.

Habíamos tomado el yate, Paris me había arrastrado a él. No podía echarle toda la culpa cuando no ofrecía resistencia.

El desastre desatado se esfumó en la lejanía, me di la vuelta, preguntándome sobre quiénes estaban a salvo ¿nosotros o aquellos citadinos que no tenían idea de los depredadores que andaban al acecho?

Miré mis manos, mi ropa prestada manchada de bermellón. Creía que lo mejor era resignarme a llevar la marca de la muerte a donde fuera. No tenía forma de mantenerme limpia.

El horror era parte de mí.

Puse mi vista al cielo en una noche estupenda para navegar. Hacía mucho no visitaba el mar, aunque era triste no disfrutar de la calma, del manto de estrellas, la luna creciente y el impresionante yate de Paris.

Caminé a los alrededores, el sitio tenía unos tres pisos. Era toda una casona flotante, de suelos pulidos y sillones blancos para tomar el sol. Cada rincón era una obscena ostentación, un monumento a la injusticia.

Por el momento no me interesaba oír los parloteos y anécdotas de aquellos dementes compañeros de ruta. Prefería alejarme, sentarme en un rincón y dejar la vida pasar frente a mis ojos.

Con el ruido del oleaje, también percibí unos lentos pasos tras mi espalda. Me di la vuelta, era Frank. Hice una mueca de lado cuando él se detuvo junto a mí.

—Iba a extrañarte —sonreí con falsedad—, pero tú... no tuviste el más mínimo remordimiento al tomar la mano de Mamba e irte por la puerta principal.

Era verdad que a veces yo parecía importarle, pero otras le daba igual. Frank dio una ojeada al cielo, a la luna, y yo traté de descifrarlo en vano, otra vez. El viento despejaba su rostro, los cabellos de su frente. Era un anómalo hermoso.

—¿Te gusta? —le pregunté, sin esperar respuesta—. No hay nada que me genere más libertad que el mar. Tan inmenso y vertiginoso. Un mundo lleno de misterios. ¿No te parece extraño que conozcamos más del espacio que de las profundidades del océano?

Frank volteó su mirada a mí y cerré mi boca de inmediato. Llevé mi mano a mi pecho, mi corazón latía con fuerza, pensaba en si hablar demasiado lo irritaba, si eso provocaba su faceta asesina. Bajé mi mirada y preferí no cruzar mis pupilas con las suyas, no importaba cuanto tiempo pasaba a su lado, nunca me acostumbraba a sus prolongados silencios.

Y, sin esperarlo, sentí algo en mi cabeza. Frank acercaba su nariz a mis cabellos para olfatearme cual perro. Mi cuerpo se agitó al instante, era extraño, pero temía moverme y decirle que se detuviera, que lo que hacía me confundía mucho más.

—Fra... Frank... —balbuceé hundiendo mi cabeza entre mis hombros, siendo que el comenzaba a rozar con su nariz mis orejas, mis mejillas. El cosquilleo me estremecía.

—¡Alegra! —alguien nos espabiló.

Ambos nos dimos vuelta, Mamba sostenía una cuchara de madera y llevaba un delantal de cocina.

—Está la comida —ordenó volteándose e ingresando a la cabina principal—. Entren ya.

Frank se apresuró hacia adentro, dejándome como a una idiota atrapada en una eterna confusión. ¿Cómo debía interpretar esa forma de actuar? Agité mi cabeza para todos lados, queriendo desviar cualquier pensamiento inapropiado para una situación de miseria. Que estuviera embobada con Frank era inadmisible, era la clara prueba de haber perdido la razón al fin, la prueba de que ya no podía ordenar prioridades. Tenía el juicio perdido.

Ingresé al comedor del yate, el cual era bastante amplio y poseía una mesa grande para, al menos, ocho comensales.

Todos estaban allí, listos para comer los huevos fritos y arroz que Mamba había cocinado para nosotros. Con solo ver mi plato supe que era mejor no probar bocado, no olía bien. Los demás metían ese menjunje en sus bocas sin reparar en lo quemado y desabrido que pudiera estar.

—¿Dónde queda Salamandra? —inquirí, haciendo el plato a un lado—. Supongo que ya no es un misterio.

—No muy lejos de aquí —dijo Morgan, extendiendo su sonrisa—. Hay que tomar rutas especiales, saber navegar muy bien, pero llegaremos pronto.

—En lo posible antes de la Festividad del Celo —aclaró Dalila con la vista en Bran.

—¿Festividad del Celo? —pregunté.

—Olvídalo, ¡olvídalo! —dijo Bran—. Olvídalo de verdad.

<<No volveré a preguntar>>.

Tras eso, todos prosiguieron hablar con entusiasmo sobre su tierra prometida. Me alegraba un poco por Mamba y Paris, más allá que fueran pura mierda, ellos tenían mucha ilusión de ir a ese sitio. Incluso sentía alivio por Frank, encontraría personas que pudieran hacerse cargo de él. Debía aceptarlo, yo no tenía nada que hacer a su lado, no lo comprendía, no comprendía a ningún anómalo, no me comprendía ni a mí misma.

—¿Qué sucede, Conejita? —Paris me sonsacó de mi silencio—. Pareces embrollada.

—Dímelo tú —respondí con hosquedad—. ¿Acaso no soy demasiado obvia?

Los demás acallaron su barullo para oírnos. Paris se encogió de hombros.

—Sé que estás confundida —respondió con la boca de lado—. A lo mejor porque no asumes que tu padre era un monstruo, o tú una ciega, a lo mejor porque tus valores y moral se desbaratan a cada segundo que pasas con nosotros, porque tu vida ya no podrá ser normal, porque estás arruinada en todos los sentidos posibles, porque no reaccionas ante el desastre y la desgracia, o porque Frank y yo te calentamos, a pesar de ser asesinos. Lo sé, sé todo. Preguntaba por cortesía.

Me quedé mirándolo con la mirada quieta y la boca entreabierta. Paris me sonrió con levedad, y un eterno silencio nos envolvió en la más dura incomodidad.

—¿Les dije que tengo un jacuzzi? —Paris cambió el tema y siguió hablando con los demás—. Está en la parte superior, del lado de la popa.

—¡Yo quiero meterme! —Dalila sonrió tan feliz como nunca.

Dejando los platos sucios atrás, los anómalos se marcharon del comedor. Yo no me moví, y Frank siguió comiendo de las sobras.

<<¿Qué estoy haciendo con mi vida?>>

Odiaba admitir que Paris sabía sintetizar mis emociones, ordenarlas y clasificarlas como archivos. Todos mis problemas él los resumía en crudas oraciones; aunque seguía sin poder encaminarme en la vida.

—¿Y si he enloquecido? —pregunté en voz alta, esa duda me recorría de manera constante—. Debe ser eso, nunca fui normal. Debí llamar a la policía en un primer momento, atenerme a las consecuencias. No debía seguirlos, Frank... Eres una bestia al igual que ellos, algo que nunca debió existir. Tú y yo no deberíamos estar como si nada, debería aborrecerte. Hubiese preferido que me mataras a vivir bajo esta... —Me detuve porque no sabía que palabras poner a mi incertidumbre, frustración y asco—. ¡Qué idiota soy! No entiendes una mierda de lo que digo.

Me levanté de mi sitio y me aparté de Frank. Empezaba a caer en cuenta de mi papel lamentable cada vez que compartía una conversación con él. Hablar con Frank era lo mismo que hacerlo con un animal, con la pared o conmigo misma. Él me seguía como un perro y eso no servía para nada si no era capaz de comprenderme, alentarme o consolarme. Su amistad era imaginaria, invisible y muda.

Todo ese tiempo Frank actuaba como un escape de mi mente, era un juego en el que me metía al sentirme sola y abandonada por el mundo, un juego que nacía por la necesidad de sentir apoyo, un oído que me escuchase.

Era momento de poner los pies sobre la tierra: a Frank le importaba una mierda todo a su alrededor, incluyéndome.

En definitiva, estaba sola, rodeada de problemas y una situación en la que nadie podría orientarme. Era momento de actuar, dejar cualquier tipo de dramatismo y resolver mi situación, considerando que las ganas del suicidio no eran las suficientes.

Salí de la cabina y caminé hacia donde estaba el jacuzzi.

Mamba, Bran y Dalila se bañaban en él, en tanto Morgan, frente al timón, navegaba en dirección a tierras anómalas, pero a quien me interesaba encontrar era a Paris, a ese hermoso cerdo.

—¿Me buscabas, Conejita? —Paris se apareció en mi espalda y me convidó un Martini que tomé sin muchas ganas.

—Tu habilidad para leer rostros es muy buena, ¿verdad? —inquirí clavándole los ojos.

—¿Qué quieres saber? —preguntó siendo asertivo, de verdad era muy bueno.

—Aquí no —le respondí echando una ojeada a los demás—. Vayamos a otro sitio.

—A mi cuarto. —Paris se sonrió de lado, acercándose un paso más hacia mí—. Será menos dudoso.

Quise negarme, no era necesario, pero no quería levantar sospechas. Paris me guió a su camarote, que poseía una vista hacía la popa, lejos de las miradas curiosas.

Ingresé sabiendo que podía estar firmando mi partida de defunción, aunque entendiendo que, de ahora en más, no podría esquivar el fuego, debía jugar con él.

Paris cerró la puerta, colocándole el cerrojo. Estaba atrapada con el depredador, entre cuatro paredes doradas, una cama enorme y bebidas alcohólicas. Esperaba que siguiera creyendo que "no estaba tan buena".

—¿Y bien? —Paris ronroneó, acechándome con sigilo.

Sentí calor, el calor del peligro. El calor de tener a ese animal sonriendo, creyéndose capaz de todo. Él estaba tan seguro de sí mismo, que era capaz de prender fuego la habitación con solo demostrar una pizca de su ego.

—Si sabes leer rostros, sabrás que no quiero nada contigo —dije, y con ello algunas gotas de sudor resbalaron por mi sien—. Me quitaste la posibilidad de suicidarme, de entregarme a la policía y me trajiste aquí, con los tuyos, en una embarcación que irá directo al infierno. Debes hacerte cargo de lo que me has hecho.

Paris se detuvo para reír con sutileza y tomar un sorbo de su copa.

—Tú quieres todo conmigo. —Paris se sentó en la cama, tan confiado como siempre—. Dime por qué estás buscando una alianza.

Pensé, no existía forma alguna de engañar a Paris. Qué tonta seguía siendo.

—Tú y yo tenemos algo en común —dije pensando en no mentirle nunca más—. Bran, Dalila y Morgan tienen una relación íntima, Fran y Mamba han estado encerrados juntos. Ellos tienen aliados, nosotros no. A pesar de lo mierda que me parezcas, todo este tiempo supiste lo que pienso con precisión, jamás fallaste en lo que especulaba o sentía, entonces sabrás que puedes confiar en mí. Yo, por mi parte, tendré que tener fe ciega en ti.

Paris se relamió los labios, me repasó con la mirada y todas las dudas florecieron en mí.

—¿Una alianza contigo? —Me preguntó y arqueó una ceja—. Intentas utilizar mis habilidades como detector de mentiras.

—Sí —afirmé, y me puse frente a él—. No hace falta que te lo diga, lo sabes todo. Quiero que me digas qué es lo que ves en las expresiones de los demás, en las de Dalila, Mamba, Morgan...

—Miedo, confusión, sospecha, desconfianza... —enumeró Paris—. Eso es lo que me dicen sus expresiones, ¿por qué? No podría saberlo. ¿Acaso sienten miedo porque temen ser descubiertos por alguna traición? ¿Temen ser traicionados? ¿Temen ser asesinados? ¿Capturados? Leer las expresiones es fácil, saber lo que hay tras ellas no.

—Puedes sacar mentira o verdad —lancé—. Eso hiciste conmigo. Solo debes hacer las preguntas correctas.

—No, tú dices más con tus expresiones que con tus palabras. —Paris se levantó de la cama, quedando parado frente a mí—. Por eso confío en ti, Conejita. Confío en ti más que en los que son como yo. ¿Crees que no traté de buscar la verdad tras los demás? Ellos son precavidos. Sin embargo, deberías ser más precisa con lo que intentas conseguir con esto.

Dejé escapar un suspiro, no podía creerlo, de verdad iba a tener a Paris como aliado.

—Me desconcierta lo que pueda suceder en Salamandra. —Me dejé caer en el colchón—. Iremos a un supuesto sitio repleto de anómalos. No estoy segura de cómo seré recibida, a lo mejor quieran despellejarme al instante o pretendan utilizarme con otros fines...

—Puedo pelear con un anómalo, mas no con una comunidad entera. —Paris tomó asiento a mi lado—. Solo estaré para leer los rostros por ti, y por mí, claro. Lo que te puedo asegurar es que no salvaré tu culo si intentan matarte.

—Solo quiero que me adviertas si algo así puede suceder —expliqué—. Aprovecharé este viaje para averiguar más cosas sobre mi padre, sobre Daniel y sobre Frank. Si las cosas no salen como pretendo tendré que huir.

—Muy bien. —Paris sonrió y me extendió su mano, nuestros dedos se entrelazaron—. ¿Y qué gano a cambio?

Puse mi vista en blanco, ¿cómo no? Era una idiota si pensaba que Paris podía ayudarme por amor al arte.

—No creo que exista algo con que pagarte —respondí con plena sinceridad—. Eres adinerado, bello, fuerte..., en serio ¿qué podría ambicionar alguien como tú?

—Diversión —respondió, rápido y conciso.

No me gustaba su respuesta y tenía razón, ni siquiera tenía que voltear a verlo para corroborar una macabra mueca en su rostro. La diversión para un anómalo connotaba destrucción y sufrimiento ajeno.

—Ya veo —respondí con resignación.

Una alianza con Paris era apostar mis pocas fichas a un solo número en la ruleta. Una apuesta a pleno: todo o nada.

Paris colocó sus ojos amarillentos sobre los míos, el colchón rechinó en cuanto se acercó un poco más a mi cuerpo. Entrecerré mis ojos esperando lo peor. La punta de su nariz respingada tocó mi mejilla, y su aliento caliente hizo traspirar mi cuello, casi oí su lengua saborearse.

Mis dientes crujieron cuando los largos dedos de Paris rozaron mis brazos. Me comería.

—Conejita —susurró en mi oído—. No es divertido así, no. Te cocinaré a fuego lento hasta que tu carne se deshaga en mi boca. Hasta que ansíes complacerme.

Parpadeé sintiendo mi respiración agitarse un poco, muy poco. Miré a Paris con desconcierto, imaginaba que iría por látigos y esposas, no obstante se desperezó para luego levantarse de sus aposentos en completa normalidad.

—Morgan dijo que llegaríamos en un día y medio más. —Paris volvió a su tono habitual—. La isla está muy cerca del mar Caribe, será una temporada de intenso calor.

—Ah... —respondí, si es que eso era una respuesta, ¿acaso intentaba provocarme? ¿Qué había sido eso de hacía un rato?

—Puedes descansar aquí, nos vemos en la mañana, Bunny.

Sin volver a verme, Paris se marchó. No era tonta, yo también leía entre líneas. Paris buscaría la forma de cobrarme sus servicios, no existía una amistad entre nosotros, era algo raro, como una relación de parientes lejanos que podían soportarse mientras ninguno pretendiera romper la tensión.

El tiempo diría si mantenerme junto a él era buena idea o no.

—Ya no hay vuelta atrás —dije para mí misma.

La única idea que me traía consuelo era saber que en medio del mar ya no morirían personas en sus manos.

Estar en un yate, repleto de seres a los que me costaba describir, podría suponer un escenario de terror. Ya no lo era para mí, o al menos no temía a la muerte, no temía a morir de una forma poética, destrozada por las aberraciones creadas por mi padre, destrozada por los pecados andantes de un tipo con complejo de dios. Si bien una parte de mí, por momentos, quería desaparecer lo único que temía era a irme del mundo repleta de dudas, agonizando en preguntas, hundiéndome en el desconcierto para siempre.

No comía, no dormía y no salía del camarote de Paris, de vez en cuando él regresaba y teníamos algunas charlas mientras bebíamos dulces tragos frutales adornados con sombrillas.

—¿Qué sentido tiene quedarte encerrada? —me preguntaba y se sentaba a mi lado, colocando su cabeza en mi hombro—. Te estás perdiendo un día estupendo. El sol podría darte un buen bronceado.

—No pensé que te importaría. —Tomé un sorbo de mi copa—. Te recuerdo que no soy una anómala.

—¿Y eso qué? —Paris me arrebató la bebida y la dejó a un lado—. Estamos juntos en esto, además, siempre supe controlar mis impulsos. Ahora me acostumbré a ti, no quiero matarte.

Bajé mi mirada y sonreí de lado. Quería creerle, y luego me animé a preguntar más.

—¿Algunas vez quisiste a algún otro humano que no fuera tu madre? —Mordí mi labio, esperando a que no lo malinterpretara—. Me refiero a algo genuino, no lo sé...

Paris hizo un prolongado silencio, ¿podía ser posible?

—¿Quieres saber si me enamoré de algún humano? —rió.

—Me cuesta creer que soy la primera a la que no quieres matar. —Alcé mis cejas—. Es difícil creerlo, ¿sabes?

—Hubo una vez. —Paris desvió su mirada hacia la ventana del camarote.

<<¿Una vez?>>, me dejó sin habla, y lo dejé proseguir.

—Una persona me vio cometiendo asesinando a un tipo. —Paris tragó fuerte, hizo una pausa y continuó—: no temió por su vida, no me denunció... en cambio...

Por primera vez vi a Paris abstraído en sus enigmáticos recuerdos. La curiosidad me invadió.

—¿Qué pasó, Paris?

Él agitó su cabeza e intentó sonreír como siempre.

—Me pidió que acabara con su vida de la misma forma. —La mirada de Paris se tornó brillosa y se me heló el alma—. Le prometí que lo haría, pero cuando llegó el momento no pude hacerlo. No podía. Torturé su cuerpo día y noche, y cuando llegaba el momento de quitarle su último aliento... simplemente no podía. Jamás nadie había deseado morir de esa forma y yo no pude hacer nada. Le pedí que desapareciera de mi vista.

—Eso fue inesperado —murmuré—. Supongo que hiciste un bien.

Paris negó con su cabeza y sus labios apretados.

—Ese fue el problema, cuando averigüé más sobre su vida, me di cuenta que en su caso lo mejor era la muerte.

A su historia le faltaban miles de detalles, pero él no quería hablar más al respecto. Se puso de pie y vació la copa.

—Entonces no puedes matar a los que desean morir —deduje.

—Tú no deseas morir, crees que deberías desearlo. —Paris torció su boca a un lado—. Como sea, espero que te despejes un poco antes de que termine el viaje.

Cabizbajo y aturdido, Paris me dejó a solas.

En la última noche de viaje hice caso a Paris y decidí salir a caminar un poco por la cubierta. El aire caliente del trópico ya sacudía fuerte en todo mi cuerpo, y con solo mirar al cielo supe que era mejor apurar el viaje. La espesura de las nubes crecía con más intensidad, me preocupaba bastante ver relampaguear a lo lejos. Lo último que faltaba era acabar naufragando.

Alcé mi vista y vi que Morgan seguía en el puente del mando. Fui a él con el pretexto del clima, pero en realidad la ansiedad ya no me dejaba en paz.

—Se acerca una tormenta —le dije, sin saludarlo ni nada.

Morgan estaba concentrado en las máquinas de navegación y el las computadoras.

—Estoy esquivándola —respondió, sin levantar la vista—. No es la gran cosa, el océano es mi territorio.

—¿Falta mucho para llegar?

Esta vez, Morgan me miró directo a los ojos. Sus orbes ennegrecidas me traspasaron por completo, era espeluznante.

—¿Estás ansiosa? —indagó—. Llegaremos en unas pocas horas.

—Sí, estoy ansiosa, quiero acabar con esto de una vez.

—¿Con qué crees que vas a acabar? —preguntó con un tono calmado.

—Las dudas —le respondí—, la incertidumbre, el malestar. A lo mejor me asesinen en el "Festividad del Celo", suena como a una reunión anual de enfermos mentales que organizan una carrera para matar inocentes. Una cacería.

Una risita burlona escapó del albino que volvió su vista a sus máquinas.

—Puede que encuentres respuestas, pero nada va a acabar —dijo él—. En Salamandra es donde la vida los anómalos empieza, incluyendo la tuya.

—No soy un anómalo —repliqué furiosa, Morgan no se ofendió para nada.

—No me interesa convencerte, tampoco asesinarte. —Morgan se encogió de hombros y miró al frente, ambos podíamos ver a Frank mirarnos desde la cubierta—. Parece que alguien te busca.

<<Dudo que Frank sepa dónde está parado>>, pensé.

De todos modos lo extrañaba un poco, extrañaba la calma que me daba su silencio y su compañía. No obstante, traté de mostrarme indiferente a él para probar una nueva estrategia, ¿de verdad me buscaba? Iba a probarlo.

Dejé a Morgan guiar el trayecto, lucía como un experto. En cambio yo sabía muy bien lo que buscaba, no dejaría que Paris se encargara de todo, me correspondía hacer mi parte, no convenía olvidar mis objetivos y por nada del mundo debía confiarme en nadie.

Fui hasta la cubierta, pero no miré a Frank, ni lo saludé. Lo ignoré. Pasé a su lado, sintiendo sus pupilas incrustarse en mí.

A medida que caminaba, sin un rumbo, los pasos de Frank comenzaron a hacer eco con los míos.

Me seguía.

No lo miré.

Así permaneció, siguiéndome a donde fuera: a la cocina para comer algún bocadillo, o a la proa y a la popa en busca de tierra firme, a requisar el jacuzzi con la esperanza de que alguno hubiera muerto ahogado, pero todos rondaban los distintos compartimentos, y finalmente a la habitación para dormir todo lo que fuera posible.

Intenté dejarlo fuera, cerrarle la puerta en la cara, pero no me dejó. Frank se colocó en el umbral de la misma, se mantuvo rígido allí, y no insistí debido a que recordaba aquella vez en la que había querido dejarlo fuera de la habitación del hotel, logrando que me torciera la muñeca.

—¿Qué quieres, Frank? —Alcé mi mirada a él, y la liviandad con la que lo había estado tratando se esfumó al ver la ira impostada en su rostro—. Carajo... —el insulto salió por sí solo.

Frank estaba molesto, muy molesto. No le hacía gracia que lo ignorara, que no le hablara, y me lo demostraba con esa mirada ceñuda, insondable, con la tensión en su mandíbula, en su cuello y sus puños repletos de venas hinchadas. Ahora sí iba a molerme los huesos de un golpe. Llevé mis manos al pecho, el latido de mi corazón se aceleraba.

—Lo siento —barbullé cabizbaja, casi suplicando piedad—; no es contigo, no estoy de humor. ¡Imagínate! Llegaremos a la isla y no tengo idea de lo que me deparará.

Los músculos de Frank comenzaron a serenarse. Dio un paso adelante e ingresó a la habitación con un aura más calma, se sentó en la cama y de ahí se quedó viéndome, esperando a que prosiguiera a hablarle, o al menos era lo que interpretaba. Entonces lo supe, él me escuchaba de verdad, me reconocía como sus salvadora, como aquella que había curado sus heridas y lo había alimentado y consentido.

—No voy a negártelo, Frank —dije cerrando la puerta de la habitación—. Siento que esta es mi última noche, siento que moriré mañana y será horrible, pero una parte de mí quiere ir a Salamandra. Ya sabes para qué, me conoces. Te he dicho todo sobre mí. Me contradigo a cada minuto, es como si mi mente estuviera partida al medio.

Sí, él sabía todo de mí, podía manipularme cuanto quisiera si ese era su "don". Llevé mis manos a la boca, y la paranoia me invadió con un escalofrío. No quería desconfiar de él. Agité mi cabeza queriendo borrar tales ideas. De ningún modo pretendía resolver un crimen en el que mi enemigo fuera Frank. No.

—Frank... —balbuceé en un hilo acelerado—. Ya no tienes que fingir, soy capaz de decirte todo. Si tú... —me detuve pensando en lo idiota que podía ser, pero continué—. Si tú trabajas solo, o para alguien, si... de algún modo necesitas saber más de mí, de mi padre o de lo que fuera, debes saber que yo no pondré resistencia, te daré información. No finjas más...

Elevé mi vista y vi a Frank mirarme con apatía, desconcierto o qué se yo. Apreté mis ojos y las lágrimas cayeron al fin. El agotamiento me ganaba.

—Lo siento —balbuceé—. Me cuesta creer que de verdad quieres mantenerte a mi lado, me cuesta confiar, me cuesta pensar que de verdad algo te pasa y no estás fingiendo. Y a la vez me siento tan sola, que lo que más ansío es saber que de verdad me escuchas, que de verdad tengo tu apoyo... soy una egoísta.

Y ahí lo sentí. Frank no pronunció palabra alguna, pero se acercó a mí, que a pesar de mantener los ojos cerrados podía sentir el calor que emanaba su cuerpo, que podía sentir sus dedos ásperos tocar mis lágrimas, su respiración chocar en el puente de mi nariz.

—Frank —susurré, creyendo que el llanto no se detendría—. Lo siento mucho, siento mucho lo que han hecho contigo, porque si es verdad —me detuve, el solo recordar las condiciones en las que nos habíamos conocido me hacía daño—. Nadie merecía esto.

La nariz de Frank volvió a rozar el contorno de mi rostro, su cuerpo volvió a pegarse al mío. No lo entendía, de verdad no podía descifrarlo por más que me esforzara. Su intensidad se acrecentaba, ignoraba mi tristeza para actuar como un lobo hambriento.

—¿Por qué harías algo como esto? —Lo miré, lo miré directo a sus ojos, esos ojos que me provocaban pesadillas húmedas y terrores nocturnos llenos de pasiones prohibidas—. ¿Por qué me torturas así? ¿No me mientes, verdad? Realmente... ¿quieres estar así conmigo?

Los brazos de Frank me envolvieron en un tosco abrazo, su nariz fue descendiendo a mis oídos, a mi cuello. Me atormentaba de un modo sádico, no entendía por qué. Él me intoxicaba con su calor, me atrapaba entre sus garras. Iba a perder la compostura, iba a dejar que hiciera lo que quisiera. Sí, dejaría que me destrozara, me lo ganaba por crédula. Lo peor era pensar que si Frank me mataba sería el mejor final pudiera imaginar.

Abrí mis ojos cuando mis lágrimas se secaron, y me aparté un centímetro de él para verlo respirar con dificultad, para ver sus mejillas arder. Frank hacía una nueva expresión, una que no había visto antes, ¿de qué se trataba?

—Me gustas demasiado —confesé rápido—, pero si no dices nada... sería como abusar de ti. No sé si avanzar si no puedes dar tu consentimiento. Además... no debería estar pensando en esto. No hay lugar para un romance en mi vida.

Frank lanzó un bufido ronco que me obligó a silenciar, y luego comenzó a empujarme con el peso de su cuerpo, intentando tirarme, hacerme perder el equilibrio, aunque sin intención de dañarme. Sabía lo que quería, y sabía que no tenía idea cómo hacerlo. Sospeché de algún modo que no era algo personal, se debía al impulso de un anómalo. Actuaba del mismo modo que un animal en celo. Así lo acepté.

Me dejé caer en la cama, dejé que su desesperado cuerpo se posara sobre mí, que sus caderas se movieran, rozándome sin pudor alguno.

—Tomaré esto como un sí —le dije.

Envolví mis brazos en el cuerpo de Frank. Bajo su camiseta toqué su ardiente piel, me quemaba sin llegar a dolerme.

Con algo de esfuerzo traté de desnudar su torso, mostrándole que sería mejor sin ropa. Me quité la blusa, los pantalones y toda prenda que me impedía sentirlo por completo. Me desnudé demasiado rápido, así como lo desnudé a él.

Era una locura.

Estaba cometiendo una locura, un error.

<<No está bien, no está bien... Frank no lo entiende>>, pensaba sin poder detenerme.

Nos enredábamos en una hoguera. Lo arañaba, queriendo sentirlo con el interior de mi ser, besaba su piel en tanto él seguía olfateándome, y moviéndose de manera incierta, perdido en sensaciones que no razonaba. Entonces lo guíe y su cuerpo le ayudó a comprender.

Frank, que nunca emitía sonido alguno estando despierto, lanzaba bufidos agarrotados que se entremezclaban con mis tímidos gemidos al sentirlo entrar y salir de mi interior, al sentirlo presionar fuerte y cambiar el ritmo a su gusto.

Nuestros cuerpos unidos me generaban un placer desconocido que me embriagaba y me volvía adicta.

—Me gustas... —gemí, ansiando algún milagro que lo invitara a responder, pero él estaba más concentrado en otra cosa.

Entendí que yo debía ir por mis propios intereses. Enredé mis dedos en sus cabellos negros, me moví en búsqueda de mi propio placer. Lo tomé del rostro para mirarlo, esta vez sin miedo, y sin pedir permiso lo besé de un modo efusivo en el cuello, en las mejillas, hasta llegar a sus labios quietos y jadeantes, que no respondían a mis labios, ni a mi lengua, porque él no lo entendía, no sabía que propósito tenía un beso.

No le interesaba.

Tan solo la excitación del momento opacaba la tristeza de saber que él iba en busca de su placer y nada más. Por ello deslicé mis manos, queriendo tocarlo por completo, queriendo grabar la textura de su piel en mi memoria, guardar ese momento de plenitud fugaz, con la certeza de que no se repetiría.

—Si vas a matarme, hazlo ahora... —dije con debilidad, pero él siguió, y siguió más de lo esperado.

Nos tomamos con violencia y lo repetimos tanto como quisimos.

Esa noche, Frank no me mató, pero dejó decenas de marcas en mí. Hematomas de sus bruscos arranques, arañazos producto de su vigor. Al menos podía estar satisfecha de haberlo dejado de igual modo.

Me hice a un lado para cuando Frank ya no pudo más. Lo vi cerrar sus ojos sin siquiera corroborar mi estado de agotamiento total. Supuse entonces que me costaría un buen tiempo asimilar que yo no era nada para él, que su acercamiento se debía a sus necesidades fisionómicas y nada más. Sin embargo, yo ya no podía dormir.

Distinguí, por la ventana, que unos rayos de luz solar querían emerger entre los nubarrones. Amanecía. Sí, habíamos escapado de la tormenta y la última noche en el mar finalizaba mejor de lo que pudiera haber imaginado, o eso creí... hasta que Frank, entre sueños me habló:

—Alegra... —masculló, provocándome una arritmia instantánea; hice completo silencio para oírlo hablar. Él continuó—: no vuelvas a tocarme.

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