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18. Salamandras

"Luego de un tiempo tormentoso, 

las salamandras volverían a su estanque".


No debía importarme. Frank no tenía nada que ver conmigo.

De ser una persona normal debía denunciarlo todo a la policía, aunque eso me costara mi propia libertad. Una persona normal lloraría en la iglesia y el cementerio la muerte y traición de su padre, la pudrición y la desesperación. Una persona normal no pretendía resolver los crímenes que la atormentaban; no, contrataría alguien capacitado. Alguien normal admitiría su mediocridad, no seguiría a psicópatas bajo ninguna excusa, ¡jamás! Una persona normal no seguiría de pie luego de las aberraciones de las cuales era testigo.

¿Era yo una persona normal?

¿Quién era yo?

En ese momento nada me importaba más que saciar mi curiosidad con Frank. Escuchar su ronca y suave voz me provocaba delirios, locura, quería saber todo de él.

No, no era normal.

Con velocidad, los chicos tomaban papel y lápices del escritorio de Estela Müller a fin de indicarle las preguntas que debía realizar.

—¿Puedes decirme por qué no hablas? —preguntó la doctora para iniciar, me parecía un tanto arriesgado empezar por allí, temía que Frank se disgustara.

—No debo... —dijo él y se me estremeció el corazón.

Las palabras de Frank salían pausadas, agarrotadas, dolorosas.

—¿Alguien te lo prohibió? —preguntó la doctora, interesada en el caso—. ¿Puedes contarme?

Pude notar los labios de Frank temblar, me dolía pensar que esas preguntas lo retrotraían a momentos de tormentos. Si la pérdida total del habla se daba por traumas, Frank estaba muy jodido.

—Dorsett —respondió claro.

Inspiré tanto aire como pude para aliviar mi rabia. El hijo de puta de Daniel Dorsett se había metido con Frank, era correcto acusarlo. Tuve que contener mi ira, me aliviaba saber que estaba bien muerto y pudriéndose en su sala.

—¿Dorsett? —La doctora frunció ligeramente su ceño, y Dalila le indicó que continuara con las preguntas—. Bien, Frank, pero tú debes saber que eres capaz de hablar. Tu voz funciona y tus amigos quieren escucharte. Al menos podrías hacerte entender.

Frank mordió su labio, y... ¡Dios! Era tan expresivo así, podía notar su miedo, sus inseguridades y debilidades. ¿Por qué los sentimientos de Frank habían sido arrebatados? No era justo.

—Yo no soy él —añadió Frank, escueto y cortante.

Parpadeé rápido, ¿qué quería decir? ¿Cómo que no era él? Noté que Estela se asombró ante tal respuesta, a lo mejor en su mente profesional podía leer eso que Frank ocultaba entre líneas, entonces continuó:

—¿Quieres decir que quien está despierto es otra persona distinta a ti?

Abrí mi boca y encogí mi ceño, ¿qué clase de pregunta era esa? ¿Cómo que otra persona? Frank era Frank.

—Sí —afirmó Frank, y eso me dejó aún más confundida.

Noté que Mamba se inquietaba con la situación, y ya escribía en un papel la siguiente pregunta. Era verdad que no nos podíamos desviar demasiado del tema.

—Bien... —Estela miró el cartel que le indicaba Mamba e indagó—: ¿Vas a traicionar a los tuyos? —la doctora leyó la pregunta.

Frank inhaló aire, pude ver una leve mueca arrugada de su boca.

<<¿Los vas a traicionar?>>.

—No —confesó—. Quiero ir con Pandora.

—¡¿Pandora?! —irrumpió Dalila, quebrando el silencio—. ¡¿Tú recibiste el llamado de Pandora?!

<<¿Pandora?>>

Frank se removió molesto.

—No —respondió; y, un segundo después se espabiló para regresar en sí.

Todos lo rodeábamos, y él volvía a mostrarnos su mirada de humo, volvía a sellar sus labios y guardar el más mínimo sonido que pudiera lanzar desde su garganta.

Frank se levantó y nos rodeó con la mirada indiferente en el mundo.

—Supongo que es todo lo que dirá por hoy. —La doctora nos echó una ojeada—. Sepan que su amigo no se curará con esto, pero sospecho que es algo reversible, se muestra predispuesto, es lo principal.

—Es suficiente —musitó Morgan.

Dalila y Bran se mostraban compungidos desde que esa tan Pandora había sido nombrada.

—¿Hay algo que haya notado de él? —preguntó Bran—. ¿Puede que esté fingiendo?

—Todo es posible —remarcó la doctora—. A simple vista, Frank podría estar sufriendo un trastorno de personalidad múltiple, y puede que el mutismo sea solo una condición de la personalidad que se manifiesta despierta. No obstante, sería un caso muy particular, es la primera vez que veo a una personalidad mostrarse solo cuando duerme. Debe ser muy doloroso si está atrapado en el inconsciente.

¿Sería así? ¿Una personalidad múltiple? Eso quería decir que el Frank que hablaba no era el mismo en vigilia, lo cual podía llegar a tener cierto sentido considerando que actuaban de formas distintas.

—Son hipótesis —remarcó Estela Müller al vernos cavilar—, pero si quieren que mejore...

—Lo sabemos —la detuvo Paris—, por el momento no tomará terapia con usted.

—Y será mejor que guarde silencio sobre lo que acaba de pasar —añadió Dalila, me calmaba que no pretendiera matarla.

—Es lo que hago con todos los pacientes —comentó la doctora con la calma impostada—. Se llama secreto profesional.

Busqué en mi cartera algo con que pagarle así me quedara en banca rota. Los anómalos me estaban volviendo pobre y se sentía agobiante.

—Tomé —dije extendiéndole unos míseros billetes—. Lamento mucho la violenta irrupción, pero...

La doctora alzó sus manos y las sacudió en negativa.

—No es necesario, tampoco que me des explicaciones, Alegra —añadió la mujer—. Mientras me dejen el consultorio en orden pueden regresar cuando quieran, solo que...

—¿Qué? —pregunté al verla vacilante.

—Frank nombró a un tal Dorsett, ¿se refiere a Daniel Dorsett?

—¿Lo conoce? —indagó Bran.

—Fue un colega, uno bastante polémico en la comunidad —reveló Müller con la mirada puesta en la nada—. Parecía más interesado en la experimentación que en las tareas sociales. Si Frank ha sido paciente de él no podría decir con certeza que buscaba, era un hombre hermético con lo que hacía, porque carecía de ética. Pero ya está muerto, ¿no?

Todos guardamos silencio de inmediato.

—Salió en los medios esta mañana —dijo ella notando nuestro repentino asombro—. Dicen que fue un asalto en su casa.

—¿A qué se refiere con lo de falta de ética? —pregunté.

Estela carraspeó su voz y acomodó sus lentes.

—Para él, sus pacientes eran sujetos de experimentación. —La mujer dio un largo suspiro—. No le interesaba ayudar, le interesaba lo lejos que podía llegar con sus conocimientos. No debería hablar así de él ahora que ha muerto, pero sus fechorías han causado mucho dolor a sus pacientes.

—¿Tiene idea que buscaba? —preguntó Bran.

—Manipular, instrumentalizar. —Estela apretó sus puños con rabia y miró a Frank con cierta pena—. Supe de un proyecto para borrar recuerdos específicos mediante fuertes traumas. Era una locura. Se atrevió a demostrarlo a la comunidad científica y fue expulsado de la sociedad de salud mental. Aunque el escándalo fue tapado, nadie habló de ello, al parecer tenía buenos contactos.

—No me sorprendería —comenté con desánimo.

Daniel Dorsett resultaba ser un tipo inescrupuloso y repulsivo como mi padre, tanto que podía hacer hervir la sangre de una mujer tan serena como Estela. Entonces, antes de partir, recordé algo fundamental.

—¡Doctora! —bramé por miedo a olvidarlo—. Frank también sufre de ataques epilépticos...

La doctora asintió llevando su mano a la barbilla, pensaba sobre ello.

—Entonces, es más asequible que no esté fingiendo —aclaró y sentí que pude respirar más aliviada—. Las convulsiones suelen afectar a pacientes psiquiátricos, y si Frank tiene un trastorno de personalidad, mutismo generalizado por un trauma, es muy posible que se de en situaciones de crisis o estrés. Pero...

—Sí, sí —interrumpió Paris—. No puede hacer un diagnóstico ahora, ¿podría medicarse?

La doctora dio vueltas a su despacho y de un cajón en su escritorio tomó algunos frascos de pastillas que me entregó en la mano.

—Ácido valproico, dos pastillas por día —indicó y asentí con velocidad—. Si las convulsiones regresan será mejor que no dilaten el tratamiento... —la doctora me extendió una tarjeta personal de su bolsillo—. Este chico la está pasando mal.

—Muchas gracias... —respondí con aflicción, no volveríamos a verla.

—Es mi trabajo. Recuerden llamarme por cualquier consulta —añadió mirándome con fijeza y luego repasándonos a todos con la mirada.

Era cantado que nos veía la cara de enfermos mentales, ya nos había sacado la ficha técnica.

Esa noche, tras la consulta con Estela Müller -mi ángel en la oscuridad- pude dejar caer mis brazos a los lados sin ninguna tensión. Todo seguía mal, pero que algo hubiera salido como lo esperaba era como tomar un largo trago de licor una noche de verano.

Paris mantenía la vista al frente y manejaba por un sendero bien marcado, la música tenía el volumen bajo y los destellos de la ciudad pasaban veloces ante mis adormecidas pupilas. Yo no tenía mucha idea sobre qué hacer con mi vida, así que lo dejé llevarnos en tanto me aseguraba guardar bien la tarjeta de Estela a sabiendas que era yo la que necesitaba terapia.

En el trayecto cerré los ojos sin necesidad de ingerir pastillas, el silencio nos envolvía y sabía que cada uno debía estar pensando en sus cosas. Una simple consulta médica no les daba certeza de nada. No me importaba, de no querer llevar a Frank a sus tierras, ya pensaba en la posibilidad de hacerme cargo de él. Era mi responsabilidad por mantenerme a su lado, por ser producto de la locura de mi padre.

No lo dejaría solo.

***

Ojalá me hubiera quedado despierta esa noche. Sospeché que la camioneta se habría detenido para cargar gasolina, por lo menos unas tres veces.

No lo noté.

Fue un rayo intenso de luz solar lo que irrumpió con el más pesado de mis sueños. Puede que también fuera el aroma del café y los dulces a mí alrededor. Abrí los ojos los froté quitándome unas lagañas que parecían piedras de azufre. Mi cabeza dolía como si hubiese tomado una caja de vino mezclada con jugo barato en un festival de electrónica.

La camioneta se movía por una ruta sin fin. Mis ojos entreabiertos podían ver la tierra árida a los lados, un sitio desértico que secaba hasta mis mocos.

—¡Cuenejuita! —Paris me habló con toda su boca llena, y luego tragó—. ¡Qué suerte que despertaste! Ya casi llegamos.

—¡Han sido las peores doce horas de mi vida! —gruñó Dalila, desde el asiento trasero junto a los demás—. Necesito bajar.

Me giré en mi asiento y vi las caras de amargura que lo decían todo, habían pasado una noche de mierda cuando yo dormía como bebé.

—¿Doce horas...? —pregunté ignorando la amargura de Dalila.

Miré la hora en el estéreo y, en efecto, ya estábamos próximos al mediodía.

—¡Tomé todos los atajos que pude y aceleré como loco! —explicó Paris—. Seis horas me tomó cruzar la frontera, y...

—¡¿Cruzar la frontera?! —interrumpí agitando mi cabeza—. ¡¿A dónde estamos yendo?! ¡¿A dónde me llevan?!

—Íbamos a mi casa, Bunny —Paris frunció el ceño y volvió su vista al camino—. Mis contactos ya limpiaron nuestro rastro, podemos conseguir documentación nueva y dinero debido a que estás en la banca rota, desde que perdimos todo en el casino de la última parada. ¡Teníamos que jugar al negro!

—¡No siguieron el patrón de números! —exclamó Bran—. Cuatro, treinta, diecisiete, ¡era obvio que saldría el veinticinco!

<<¿Casino? ¿Banca rota?>>

Froté mi cabeza, mi frente y ojos. ¡Mierda! Me habían llevado muy lejos.

—No te alteres... —dijo Morgan—. Es lo mejor por el momento. Si Paris nos ayuda con esto podrás hacer lo que te plazca sin necesidad de pasar por la justicia. Te ahorraras una vida de mierda.

—Mi vida ya es una mierda, Morgan. —Junté aire en mis pulmones y lo dejé salir a medida que contaba hasta diez.

No me enojaría, la propuesta era buena. Paris decía tener una familia que se encargaba de encubrir sus crímenes, una madre que había conocido a mi padre, tal vez nada era mala idea.

Pronto, mis fosas nasales se vieron invadidas por un aroma familiar que aplacaba el del desayuno de Paris. Algo fresco, húmedo, salado.

Mariscos, arena, agua de mar. El graznido de las gaviotas, y la ventada entre las palmeras, el sol seco y perforador de cráneos y el insoportable calor de un día a pleno azul. Era la zona costera. Nos elevábamos en las calles de una lujosa zona de casas pomposas con fachada blanca y piedras brillantes al mejor estilo Santorini, pero muy lejos de Grecia.

—Al final de la avenida comienza mi hogar —enseñó Paris.

Ya podía verlo, una casona despampanante, una mansión digna de un corrupto. Suponía que su padre la había conseguido luego de ganar las elecciones gracias al perfecto enfermo de su hijito, y quizás algunos giros de dinero. Así había tenido sus consecuencias, la belleza exterior no lo era todo. Tras la sonrisa más luminosa, y sus simpáticos hoyuelos, Paris era un ser inmundo y degenerado que lo hundía tres metros bajo el césped.

Ingresando por la entrada de enrejado victoriano, me preguntaba si me mantendría a salvo en un hoyo del diablo como lo era la casa de Paris.

—Llamé a mamá esta mañana, nos espera con la comida —sonrió Paris.

Se encontraba más calmado y risueño que otra veces, a lo mejor un anómalo podía extrañar. ¿Acaso una basura tenía sentimientos?

La camioneta dejaba de moverse al fin. Un ligero hormigueo me subía desde las pantorrillas hasta mi acalambrado trasero.

Noté que una delgada y madura mujer salía de la casa, extendiendo los brazos hacia nosotros. Su melena castaña se bamboleaba con el viento ardiente, parecía salida de la peluquería, y su sonrisa descomedida salida del cirujano. Tenía la nariz respingada, la punta parecía de alfiler, y su cintura ceñida me hacía pensar que le faltaba alguna que otra costilla, lo necesario para que el traje blanco, talle cero, le quedara pintado.

Solo una mujer tan surreal y aterradora podía ser la madre de Paris.

—¡Mi bebé ha vuelto! —Ella atrapó a Paris en un efusivo abrazo—. ¡Mi precioso bebé! ¿Dónde te has metido esta vez? —indagaba en tanto le estiraba las mejillas y lo besuqueaba en su sucia cara.

—Yo también te extrañé, mami —respondía él, imitando una vocecita infantil—. No tienes idea de todo lo que tengo para contarte.

La mujer dirigió sus ojos amarillentos hacia los que quedábamos asqueados con sus demostraciones de afecto. Su sonrisa se volvió apretada y elevó sus ojos con desconcierto.

—¿Quieres que prepare las mazmorras, bebé? —le preguntó a Paris.

<<¿Mazmorras?>>.

—¡No es necesario! —Paris carcajeó como loco, se acercó a nosotros y me tomó por los hombros—. No pienso jugar en las mazmorras con ellos, son mis invitados. ¡Son anómalos! —exclamó contento a pesar de las malas miradas de los chicos—. Pero es un secreto, ¡incluso vino Alegra Hyde!

La mujer llevó sus manos a la boca en gesto de asombro.

—¡Alegra Hyde! —Ella tomó mi mano y la agitó con fuerza—. Soy Greta de Stein, no creo que me recuerdes, eras muy pequeña cuando te vi.

—Lo siento, no recuerdo —barbullé, qué puto miedo me daba esa mujer.

—Vaya que fue injusto tu padre al no tocar tus genes un poquito —comentó viéndome con misericordia, para luego darse la vuelta—. Si quieres, tengo el contacto de un buen cirujano.

<<¡¿Qué mierda?!>>

Que Paris fuese de esa forma tan grotesca no se debía a secas a que fuera un anómalo. De tal palo tal astilla.

A penas me había podido lavar las manos y la cara que ya nos iban a servir el almuerzo. Mi panza sonaba como loca, se escurrían mis tripas, y la saliva se me chorreaba con el aroma la cazuela de mariscos y frutos de mar. Corría entre los pasillos de esa hermosa casa costera para sentarme en el comedor, y ya oía a Paris contar todas nuestras "aventuras".

Greta no hacía más que reírse, muy divertida, de todo lo que su bebé decía.

<<Señora, su hijo estuvo secuestrado y apaleado por mi padre, mató gente, y violó a mi exnovio. ¿Cuál es la gracia? Vieja subnormal>>.

Al menos ya se encargaba de que nadie nos siguiera, de inmediato movió sus contactos para que el caso de Daniel y mi padre quedaran cerrados. Al final, la mujer que vivía para que su retoño no fuera tras las rejas. La niñera del Diablo nos venía como anillo al dedo.

Recordaba mi juventud, cuando pretendía ser un sabueso de la policía y la justicia social; ahora era tarde para cambiar. No tenía ningún justificativo que me salvara del cargo por complicidad de homicidio. Mi sueño de ser una detective quedaba truncado, era una rea. Pensar en ello me hundía en lo más profundo. Era polvo, cenizas... dependía de mí renacer como ave fénix, por el momento era un cadáver andante.

—¡Es increíble, Alegra! —exclamó Greta, y sentí mi trasero saltar en el lugar—. Yo daría mi vida por Paris, y tu padre ¡no tiene justificativo! Te encerró como un perro, te mintió y te metió en problemas.

Al menos era sensata en lo que decía, ya no me parecía tan loca. Ella solo defendía a su hijo, al cual aceptaba tal y como había sido concebido.

—Ya no tiene caso pensar en ello —respondí fingiendo madurez, pero solo era resignación—. Prefiero quedarme con la imagen que tenía de mi padre; aquel que siempre estuvo para mí, aquel que me enseñó de respeto y humildad, aquel compañero...

Mordí mis labios antes de quebrarme, era patético como me refugiaba en una mentira. Greta me miró como a un cachorro desvalido y negó con la cabeza. Bajé la mirada al instante, daba vergüenza.

—Al menos no se comportaba como una basura contigo —comentó tomando un sorbo de su vino—. Recuerdo cuando fui a preguntarle por los comportamientos de mi bebé, te tenía bien resguardada de toda la basura que hacía.

—De todas formas, dudamos de la normalidad de la Conejita —dijo Paris—. Tuvo en su vientre a nuestros bebés.

—¡Estoy comiendo! —interrumpí de pésima manera, no quería escuchar esa historia del embarazo otra vez, no había forma que la concibiera como propia a pesar que ya sabía que era verdad.

—¡Imagíname siendo abuela! —Greta carcajeó, para luego tomar un largo sorbo de alcohol—. Pensaba que era imposible. Mi chiquito siempre ha sido muy activo, pero nunca ha embarazado a nadie. Es estéril.

Giré mi disgustada mueca hacia Frank, él deglutía sus alimentos como si no hubiese mañana. Pensar en cómo no engordaba aplacaba un poco de mi malestar respecto a la situación.

—Hubiese sido un espanto —murmuró Dalila—. Por suerte Alegra se llenó de drogas y murieron de aborto espontáneo.

Greta comenzó a toser, atragantada, por la forma bestial de hablar que tenía Dalila. ¿Hasta dónde podía soportar a un anómalo? Bien podía intentar aceptar a su hijo, las cosas cambiaban cuando las abominaciones eran los otros.

—Fue una semana difícil para Alegra —interrumpió Morgan, lo miré de soslayo—. Por más que la consideremos una de los nuestros, su mente es la de una humana común y corriente. Con todo lo vivido su fortaleza es de resaltar.

Aparté de inmediato mi mirada de él. ¿Era un halago? De ningún modo me sentía fuerte, estaba desorientada, entristecida, abatida. Era una persona oscura y llena de rabia, por lo que no podía más que tomar el comentario de Morgan con pinzas.

—¡Y seguirá pasándola mal! —bramó Mamba, seguía enojada—. Por más que tapen los crímenes seguiremos cometiendo otros, es nuestra naturaleza. Necesitamos ir a la isla y saber que estamos a salvo, necesitamos recomenzar. Ya llevamos a Frank a la psicóloga, no nos traicionará.

—¿Y tú? —preguntó Morgan.

El rostro de Mamba se perturbó por demás, podía entender la molestia de ser tratada como sospechosa a pesar de estar codo a codo con ellos.

—¡¿Yo?! —Mamba se levantó de golpe—. ¿Saben qué? ¡Métanse su isla en el culo! ¡Toda la lealtad a los anómalos es una mentira! ¡¿Quiénes son ustedes para decidir?!

Mamba dejó su plato a medio terminar y con el paso acelerado se apartó del comedor. Salió a las calles, en dirección a la playa. Ella era un problema, a lo mejor comenzaría a desquitarse con inocentes.

Paris dejó escapar un largo silbido al techo; Dalila apartó su plato de la mesa, Bran se guardó los cubiertos dando a entender que ya no comería más; Morgan carraspeó su voz y Frank siguió comiendo.

—Su actitud es la más patética —murmuró Dalila—. Pensé que era inteligente, pero ha de ser una anómala fallada. Sus reclamos parecen de niña de diez años.

—No está pensando con frialdad —añadió Morgan—. No actúa acorde a su edad, a la lógica.

—Tal vez porque de verdad quería ir a ese lugar —musité pensando en ello—. Según lo que nos ha dicho no ha dejado de pasarla mal por querer conocer la tierra de los anómalos.

—Es inapropiado, ¡muy inapropiado! —Bran se levantó de su lugar y los demás lo siguieron, menos Frank—. Ahora tenemos que controlar que no desparrame vísceras por toda la playa.

Dicho esto, Dalila, Bran, Morgan y Paris fueron en busca de Mamba. Tenía la esperanza que no se hubiera ido muy lejos. No deseaba permanecer mucho tiempo cerca de Greta, no tenía ganas de ser amable y seguir sus charlas vacías.

—No hay nada de qué preocuparse. —Como lo esperaba, Greta rompió el silencio—. Mi familia es un antro de criminales, lo que suceda será remendado. No temas.

—Temo por la gente inocente —barbullé—. Ya he visto cómo actúan estos psicópatas.

Greta carraspeó su voz, me di cuenta de inmediato que metí la pata porque también me refería a Paris, su bebé. No me disculpé, decía la verdad.

—Paris no es mal chico —dijo Greta y quise escupirle en medio de las cejas—. ¿Acaso un león es un asesino por comerse un venado? ¿Acaso una serpiente es malvada? Paris y los anómalos no son culpables de su naturaleza.

—Tienen la capacidad de reflexionar, hablar y pensar como cualquier otro ser humano —respondí con firmeza—. No sienten empatía, no se pueden controlar, no matan para comer o por amenaza.

—Te equivocas. —Greta se levantó de su silla—. Los anómalos no son lo mismo que las personas corrientes, no puedes compararlos. Ellos matan porque así fueron diseñados, pero no son como los psicópatas, cumplen con su rol natural... aniquilar la raza humana, destruir a los Homo Sapiens y tomar su lugar.

Me levanté con rudeza, de igual modo. Lo que decía seguía siendo inconcebible, una atrocidad y ya lo había escuchado de Daniel. Si eso monstruos nacían con el fin de exterminarnos no debíamos dejarlos de ambular por ahí.

—Sé lo que piensas, Alegra. —Greta llegó hasta a mí—. Quizás no fueron concebidos de forma natural, pero existen y tienen derecho a seguir viviendo. Además, ¿qué tiene de malo aniquilar a la raza humana? Somos un desastre. Mi bebé tiene sentimientos, distintos a los que experimentan las personas, pero sentimientos al fin, y también tiene instintos y no puede ir contra ellos. Es posible que nunca lo entiendas, pero yo sí, porque es mi hijo y lo amo.

—Es una abominación —rumié.

—Si es tan terrible, ¿por qué sigues en su rebaño? —Greta se dio la media vuelta—. Iré a hacer algunas llamadas, puedes tomar la habitación que más te guste y darte un baño antes de partir a la isla. Esa chica, Mamba, estaba triste y un anómalo triste solo causará desastres, deberán huir pronto.

La mujer me dejó con la palabra en la boca, decía cosas similares a las de Daniel. A lo mejor debía resignarme a la idea que un anómalo era incomparable con un ser humano común, que la inteligencia, la capacidad de razonar, no era suficiente para que ellos pudieran controlarse.

Pulsión e instinto, eso había dicho Daniel; la pulsión era algo propio de las personas, pero el instinto algo innato en los animales, si los anómalos contaban con ambas características, pensarlos a ellos era pensar algo distinto a todo lo conocido, algo jamás estudiado, algo enigmático.

Aproveché el oasis en medio de un mortífero desierto. Los anómalos corrían tras Mamba, y Greta de Stein se ocupaba de cubrir nuestras infracciones; no tenía más que tomar un baño en tanto buscaba una resolución que no fuera el suicido, aunque pareciera la más factible hasta el momento. Asimismo acompañé a Frank a una recámara en donde se quedó sin chistar.

Cuando estuve limpia recorrí los espacios de la casa de Paris, la morada en donde un anómalo había crecido con plena impunidad. Me recordaba un tanto a casa, por lo suntuoso sin llegar a lo exagerado. Un diseño moderno, sobrio, algo que no llamara la atención. Los lujos exacerbados eran producto de la corrupción, lo mejor era camuflarlos bajo la austeridad.

Paseé por los pasillos, husmeé las habitaciones vacías y verifiqué que Frank estuviera bien, hasta hallar la habitación que parecía ser de París. Era como la de cualquier joven, ingresé porque me agradaba la idea de saber más de él sin que él lo supiera, todo con el afán de ganarle ventaja a su manera de leer mis gestos.

Tenía decenas de libros en bibliotecas a los lados de su cama de acolchados dorados, me preguntaba si solía leer, no parecía del tipo intelectual. Me adentré más y escudriñé su escritorio con su ordenador. Tenía algunas fotografías junto a su madre, también una de él sosteniendo un gatito anaranjado, me parecía imposible que pudiera cuidar de una mascota. Abrí sus gavetas y no hallé demasiado, tan solo unos documentos que me confirmaban que Paris tenía veinticinco años de edad, solo cinco años mayor que yo.

—No encontrarás nada de otro mundo. —Greta se apareció en el umbral de la habitación—. Nunca nos revisaron la vivienda, pero es mejor no correr riesgos. Aunque tiemblo al pensar que un día encontrarán la mazmorra.

—¿A dónde querías llevarnos? —inquirí.

Greta rió.

—Paris es un fetichista, la mazmorra es su verdadera habitación —aclaró Greta—. Un sótano...

—No me diga, le gusta el sadomasoquismo.

—¿Eso crees?

Era estúpida mi idea. En una mazmorra de Paris, el BDSM era por lo que suplicarían. A lo mejor era algo más parecido a un recinto de prácticas de la Santa Inquisición. No quería saberlo, imaginaba que nadie salía vivo de allí.

—¿No tiene miedo de él? —pregunté.

—¿De mi hijo? —Greta elevó sus cejas—. Mató a su padre porque él lo molestaba, a mí aprendió a quererme como yo a él. Algo así como el especismo de las personas. No sentimos rencor al aplastar a una cucaracha o comernos un ternerito, pero nos parece brutal que otras culturas coman perros y gatos. La moral humana no es más que una brújula descompuesta.

Asentí con la cabeza, coincidía en muchas formas.

—Todavía no han vuelto —dije cambiando el tema.

—Ha pasado un buen rato. —Greta miró hacia el ventanal de la habitación, daba la vista al mar—. Descansa, iré a preparar el yate.

—Ah, Greta —la detuve porque una duda se impostó en mí—. ¿La foto de Paris y el gatito es para aparentar normalidad?

—¡De ninguna manera! —Ella ablandó sus facciones—. El "Señor sol" era un gatito callejero que Paris adoptó, supongo que no me creerías que lloró por primera vez cuando un auto lo atropelló sin consideración.

No le creía, tampoco me generaba simpatía. Era imposible imaginar a Paris en un estado de debilidad, llorando. Greta se encogió de hombros y se marchó.

Decidí que lo mejor era olvidarme de ellos y recostarme en la cama de Paris, dudaba que la hubiese usado para actos sexuales, olía a suavizante y se encontraba en perfecto estado, así que me acobijé en tanto mis pensamientos me abrumaban con la intención de no abandonarme.

—¡Despierta, Conejita! —Alguien me sacudió y me espabilé al instante.

Ahogué un gritillo y llevé mis manos a mi boca. Paris, bañado en sangre, me apuraba para huir.

—¿Qué...? —atiné a preguntar, pero él me arrastró del brazo.

—¡Deberías haberlo visto! —exclamó en un estado de frenesí—. ¡Morgan quemó una iglesia entera! ¡Mamba hizo detonar una decena de autos! ¡Ni te imaginas de lo que son capaces Bran y Dalila! ¡Fue genial!

—¿Qué dices?

Descendimos a la sala, ya era de noche. Todos se reunían en las penumbras, sucios y ensangrentados, exceptuando a Frank, que se había quedado en la casa.

—¡Hasta que despertaste! —me reprochó Dalila.

—Supongo que solucionaron sus altercados —barbullé con la vista en Mamba.

—No pretendía que eso sucediera —comentó la morena—. Me fui para no regresar, para liberar mi ira y encontrar mi camino. No pensé que fueran detrás de mí.

—No podemos abandonarte, no podemos —rumió Bran—. Pandora no estaría de acuerdo, no luego de exhibirte con toda la ciudad demostrando tu anomalía.

—Supongo que si soy una traidora tengo un buen respaldo —dijo Mamba—. No debieron preocuparse.

Las sirenas de los patrulleros se oían a lo lejos, el desastre dejado en la ciudad era imposible tapar por cualquier organización.

—La policía se acerca. —Greta vino hacia nosotros—. El yate con sus cosas están en el puerto, pueden irse los que quieran o quedarse a ser atrapados, pero lejos de mi casa. Hice lo que pude.

—Vámonos —ordenó Dalila—. No dejaré que me vuelvan a encerrar.

—Estoy de acuerdo —Morgan pareció resignado.

—No, no —retrocedí unos pasos, no debía cometer esa locura.

—¡Conejita! —bramó Paris, casi ofendido—. ¿Qué harás aquí? ¿No te das cuenta? Ya no hay lugar para ti entre las personas.

—¿No quieres respuestas? —me preguntó Greta.

No creía estar dispuesta a ir tan lejos por respuestas, no me imaginaba a qué clase de sitio pretendían llevarme. Un nido de anómalos no era algo en lo que quería estar liada.

—Haz lo que quieras. —Dalila fue directo a la salida.

—Vamos, Frank. —Mamba tomó a Frank de la mano y lo llevó con ella.

Todos comenzaron a salir de la casa, excepto Paris, que me miraba contrariado.

—No quieres quedarte, tienes miedo de hacerlo y también temes venir con nosotros —dijo Paris, haciendo una demostración de su habilidad—. Aquí te encerrarán, allí encontrarás respuestas, piénsalo un segundo, sabes lo que debes hacer. Allí no te asesinarán, aquí sí.

Miré a Paris a los ojos, estaba a punto de romper en llanto. No era correcto ir, o lo creía así.

—A lo mejor deba terminar con esta locura —mi voz salió convulsa—. Paris, esta tarde llegué a la conclusión que lo mejor es el suicidio.

Paris rió ante mi dramatismo, acercándose a mí para limpiar algunas torpes lágrimas que comenzaban a caer.

—No te suicidarías, es una mentira —dijo él, tan seguro que me sentí insultada—. No eres sincera contigo y es que tienes la cabeza más lavada de Frank...

—¿Qué dices?

—Déjate llevar.

Paris me tomó con fuerza, alzándome. Pegué un grito de sorpresa, y él salió corriendo de la casa justo cuando las sirenas de la policía se intensificaron, justo antes de ser atrapados.

Paris tomaba la decisión difícil por mí, iría a la isla Salamandra: la cuna de los anómalos.

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