Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

17. Hormigas


"En ese momento fuimos hormigas trabajando 

para un mismo fin. Un equipo que tenía los valores 

puestos en la prudencia y el bien mayor."


Como si me hubieran dado un electro shock, me desperté saltando de la cama en donde me hallaba. Mis ojos se resecaban al abrirlos, mi cabeza daba vueltas, mis labios sedientos iban a resquebrajarse.

¿Dónde me encontraba? ¿Qué había sucedido? Quería recordar, pero la nebulosa de mi mente me mostraba imágenes confusas, tétricas, dantescas.

—Buenos días... —canturreó una libidinosa voz al lado mío.

Giré mi cabeza a la derecha, estaba en una cama. Paris sonreía de lado a lado, tapado con las cobijas y una mano sosteniendo su cabeza.

<<No, no... Lo último que me faltaba era contraer alguna ETS>>.

Me quedé sin habla, ¿qué hacía ese infeliz acostado conmigo? Yo no lo habría aceptado por más que fuera el tipo más hermoso sobre la faz de la tierra, no sabiendo la mierda que era.

—Conejita, no te espantes —rió destapándose, dejándome ver que tenía su ropa—. No hicimos nada, me gustan más cuando están conscientes, aterradas y suplicando piedad.

—¿Cómo Max?—comenté, levantándome y apartándome de su lado—. Aleja tu vigorosa gonorrea de mí.

Paris hizo una sonrisa que marcó sus hoyuelos en profundidad a medida que se ponía de pie.

—No seas así —hizo un puchero—. Soy lo mejor que le puede pasar a cualquiera.

—Sí, sobre todo a Max... —repetí entre dientes, observando el lujo de la habitación más bella y espaciosa que podría esperar.

Cada detalle estaba en extremo planificado; las cortinas atadas con un moño de seda dorada, una mesa con jazmines, cuadros austeros sobre los muros.

—¿Otra vez con eso? —Paris giró sus ojos—, sabes que leo a las personas, Max me miró con lujuria.

<<Como fuera, no lo merecía>>, pensé, pero decidí dejarlo atrás.

—Dime dónde estamos —le pedí—. Ya está todo resuelto, son libres, no hay necesidad para que no me dejen morir por sobredosis.

Mi mente se iba aclarando y comenzaba a recordar lo sucedido. Daniel Dorsett, un antiguo amigo de mi padre, era quien estaba en su contra por cosas que no me quedaban muy claras. La cuestión más importante era que uno de los suyos le había dado un tiro en la frente, que ninguna mafia nos perseguiría; bueno, la policía seguiría a los anómalos y yo debería testificar contra ellos muy a gusto.

—Estamos en un hotel —Paris se miraba en un espejo ovalado pegado en un muro—. No vamos a dejarte, ¿a dónde irías? Además, aceptaste un trato con nosotros, ¿lo olvidaste?

—¿Qué trato? —fruncí mi ceño en tanto buscaba mis zapatos.

—Sabes nuestro secreto —respondió volviéndose a mí—. Y eres nuestra cómplice.

—No los acusaré, déjenme en paz —tomé mi cartera, en la cual con suerte quedarían diez centavos y me dirigí a la puerta—. Buscaré una manera de cambiarme de identidad y me iré a algún lugar lejos de todo.

—¿Ese es su plan, detective? —Paris ladeó la cabeza, me miraba con pena, lo sabía.

No podía resolver nada; era pésima en lo que más me gustaba hacer: solucionar acertijos. Me venía a pique desde el secuestro de mi padre, en donde todo me salía de mal en peor.

—Lo mío debe ser sembrar el campo como mi abuelo —suspiré agobiada, con la vista en la pequeña cartera en donde guardaba mi libreta de bitácoras.

—¡No digas tonterías! —Paris me tomó del brazo y supe que no me sería tan fácil quitármelo de encima—. Los chicos planean regresar a su ciudad, yo quiero ir allí, ¡sabes lo emocionante que será conocer otros anómalos!

<<¡Súper divertido, un pueblo lleno de psicópatas de laboratorio!>>.

Ni siquiera podía imaginarme como los anómalos se las habían apañado para juntarse en un sitio, hacer de las suyas y vivir como si nada. Aunque, considerando que su inteligencia estaba diseñada, podía esperar lo peor. Algo muy turbio se escondía tras esa posibilidad. Ese era el Edén que habían buscado tanto mi padre como Daniel. Me preguntaba cómo era posible que mi padre hubiera perdido la localización de todas las personas fecundadas, y que, a su vez, no se supiera nada de la existencia de un lugar tan terrorífico. ¿Quién habría robado esa información? ¿Quién los apañaba? ¿Cómo lograban huir de la justicia tan fácilmente?

Comenzaba a sentir que nada estaba resuelto, que los baches que olvidados en el camino no eran más que una puerta a todo lo que faltaba por descubrir.

Por el momento, consideraba a los anómalos como mi única alianza. Eran mis salvadores, no podía negarlo. Por eso tenía fe que no era en sus manos que moriría.

Con Paris salimos de la habitación. En efecto, nos encontrábamos en un hotel de lujo.

Según los dichos de mi acompañante, luego que me drogara hasta la médula, ellos se habían quedado un tiempo más en el laboratorio hasta obtener los resultados de ADN. Respecto a eso, y como Mamba lo había predicho, mi cuerpo incubaba cuatrillizos hechos con el material genético de todos los anómalos, incluyendo los genes de mis propios óvulos. Me frustraba no tener a mi padre para golpearlo, denunciarlo y preguntarle cómo se había atrevido a tal atrocidad. ¿A qué aspiraba? Ya lo sabía, él esperaba que creyera que Max me había embarazado. Había tenido que pagarle a alguien rastrero para que hiciera tan sucio trabajo. Pero podía estar segura que ni Max conocía el fin de la cuestión; no, ni ese idiota era tan enfermo como quien me había criado.

Toda la culpa era de mi padre, que, insatisfecho al no encontrar el refugio de los anómalos, se desquitaba experimentando con los que ya tenía, incluyendo a su propia hija.

Paris me mantuvo al tanto que la noche anterior, luego de obtener los resultados, los chicos resolvieron que éramos un equipo. Bran apoyaba mi investigación, mi objetivo, por lo que había recopilado algunos documentos y pistas que podrían llegar a servirme.

Con el dinero que me quedaba pagaron un buen hotel. Sin embargo, al decir al recepcionista que Alegra Hyde había tenido un pico de estrés, el mismo gerente los había invitado a quedarse.

Desde el fallecimiento del premio Nobel, mi nombre y fotografía estaba en todos los medios de comunicación.

Descendimos, por las brillantes escaleras de madera barnizada hasta el restaurante del hotel. Comenzaba a sentirme avergonzada por mi ropa arrugada y con manchas de sangre, no era apropiado para el lugar. Pero todo pensamiento trivial se esfumó en cuanto los vi reunidos.

Mamba, Morgan, Bran, Dalila y Frank comían su desayuno como si nada, para ellos no sucedía ninguna tragedia. Los asesinatos, las conspiraciones, ¡el hecho que habíamos perdido a nuestros hijos! Nada les importaba más que la comida sobre la mesa.

—Alegra, te vez fatal... —Mamba me miró de arriba abajo negando con su cabeza.

Entonces Dalila no pudo evitar hacer una acotación:

—Si su padre le hubiese puesto más empeño a su genoma —suspiró viéndome con lástima—. Incluso desprolija se vería bien. Ni en eso le hizo el favor.

—No sean tan superficiales —rió Morgan, apretando sus dientes y mirándome cual fenómeno.

No probé bocado, tan solo me quedé allí esperando a que dijeran lo que querían, mientras buscaba algo de paz en la imagen de Frank. Él comía sin reparar en mi llegada, le daba todo igual, y yo quería ser como él.

—Ir a las islas será un viaje largo, ¡larguísimo! —dijo Bran—. No solo eso, necesitaremos un barco, un bote.

—Yo tengo un yate —Paris sonrió de lado, hamacándose en su silla—. Deberíamos pasar por mi casa y trazar nuestra ruta.

<<¿Cómo pude olvidar al hijo del gobernador? Al menos espero que él empiece a pagar las cuentas>>.

—Deberíamos esperar —interrumpió Dalila—. Con lo último, dudo que estemos a salvo. Hay cosas que todavía no entiendo, ¿por qué Daniel nos quería? ¿Quién lo ayudaba? ¿Tenía otros anómalos reclusos? Además, la policía sigue sin alertarse de nosotros. Es más que sospechoso. Estamos siendo rastreados para guiarlos a casa, eso es seguro.

Asentía a cada cosa que Dalila decía, temía que la situación no finalizara con la muerte de Daniel.

—Coincido con Dal —añadió Morgan, echando una mirada a todos—. Hay un lema entre los anómalos de las islas, y es que si necesitas sacrificar tu vida por la mayoría, lo harás. Regresar a un día de todo este desastre, no es muy inteligente.

—Pero Daniel y Edgar han muerto —se impuso Mamba—. ¡Más peligroso es que estemos aquí, sin reguardo de nadie! Ahora nadie tapa los crímenes que cometimos.

—¡Ah, yo quería ir! —se quejó Paris.

—Mamba, Paris... —suspiró Bran, y presté mucha atención, parecían estar divididos—. No arriesgaremos a los nuestros. Incluso ustedes son sospechosos. Por otro lado, conseguí algunas cosas de interés para Alegra.

—¡¿Qué?! —La expresión de Mamba se transformó en un profundo enojo—. ¿Sospechosos de qué? Estuvimos secuestrados en las mismas celdas, asesinamos juntos, averigüé que carajos abortó Alegra. Saben muy bien que somos anómalos como ustedes —siseó más bajo.

—¿Y de Frank que sabemos? —Morgan dirigió la vista al susodicho—. No dice nada; pero es un anómalo, asesino, hacker de cerebro lavado. No es de fiar.

Coincidía, y a la vez me daba igual, por mi parte no tenía intención de seguirlos.

—¡Pues déjenlo aquí! —resolvió Mamba, y abrí los ojos al percibir la tensión.

—Tampoco vamos a arriesgar a abandonar a uno de los nuestros —comentó Dal, clavando su vista desdeñosa en Mamba—. No es correcto, ni una decisión inteligente.

Era contradictorio, no me sorprendía la frialdad con la que Mamba hablaba de Frank, siendo su compañera. Lo que me asombraba eran los valores de los otros anómalos, que impedían hacer cualquier cosa en contra de los suyos.

Frank sería sospechoso hasta que se demostrara lo contrario, pero tampoco serían capaces de deshacerse de él como basura. Me alegraba por Frank, porque si de verdad no tenía idea de lo que pasaba a su alrededor, terminaría muriendo como perro o en algún otro laboratorio.

—Frank no dirá una palabra, pierden el tiempo —añadió Mamba encogiendo sus labios, pero resignándose a no insistir más.

—Habla dormido —interrumpí de repente—. Dice pocas palabras, pero está consciente, incluso pronunció mi nombre. ¡Hay una parte de Frank que percibe la realidad, es confuso, pero...!

Me detuve de inmediato, todos me miraban con curiosidad, pasaba de querer desaparecerme de sus vistas a querer ser parte de ello.

El enigma de Frank no concluía, pretendía saber que le sucedía, era una promesa.

Los chicos asintieron, excepto Mamba, que se mostraba bastante incrédula sobre lo que se pudiera hacer en la situación.

—El señor Daniel era un psiquiatra, ¿no? —indagó Dalila y yo asentí—. Existe una sospecha, y es que él haya influido sobre Frank, que el fuera quien lo tenía recluso anteriormente, de no ser así, necesita decirlo cuando esté dormido.

—Pierden el tiempo —Mamba estaba negada a proseguir con lo de Frank—. Es como un sonámbulo, dice poco y nada.

—Eso no es un problema ¡no lo es! —afirmó Bran, cortándola en seco—. Podemos intentar con una hipnosis ¡sí! Al parecer el verdadero Frank se esconde en el mundo de los sueños, en el inconsciente. Con esto se puede deducir que no se trata de una falla genética, sino de algo inducido. No perdemos nada con probar, ¡debemos probar!

La idea me parecía fantástica, y la hipótesis de Bran muy acertada. Por un momento lograba sentirme motivada, ansiosa, como si una pequeña brasa caliente estuviera deseando convertirse en una flama. Era ese irrefrenable deseo de resolver a Frank.

—¿Qué dices, Alegra? —Paris sonrió con amplitud, él lo sabía, percibía mi entusiasmo—. ¿Todavía quieres irte a la mierda?

—Luego de que averigüemos algo de Frank —dicho esto lancé un suspiro observando al susodicho como si no le importara el mundo. Me intrigaba saber si podía decir algo más, pero más me intrigaba si algún día podría llegar a ser "normal"—. Pero, ¿cómo lo hipnotizaremos?

—Buscando a alguien que sepa —dijo Morgan, encogiéndose de hombros—. Un psicólogo, un psiquiatra.

—¡Genial! —Paris aplaudió entusiasmado, sospechaba que necesitaba atención—. ¡Entonces iremos a las islas de anómalos luego que dejen de desconfiar de nosotros! Mientras tanto deberíamos festejar, pasarla bien, ir al casino, a bares.

Mi mirada confundida se posó sobre Paris. Ese tipo sin infancia no superaba su egocentrismo. Era un crío malcriado, sádico y lunático. Pero no era la única en mirarlo de ese modo, todos lo hacían.

—¡¿Qué me ven?! —soltó él, fastidiado—. Nunca me divertí con otros anómalos.

—Pensé que eras un tipo sociable, un playboy —comenté—. O un carismático psicópata.

—Lo soy, pero no es lo mismo —bufó frunciendo el entrecejo—. Adoro mis relaciones con los humanos, como a las arañas les gustan las moscas sobre su red. Con ustedes puedo hablar sin pensar en cómo voy a asesinarlos, violarlos y torturarlos física o psicológicamente. Es algo nuevo para mí, me gusta, siento paz.

<<¡Qué alivio! El asesino siente empatía por otros como él...>>

Ni siquiera me gasté en responderle, le gustaba ponerme nerviosa. Lo que no le gustaba era ser ignorado, y eso haría cada vez que glorificara con orgullo su perturbación innata.

¿Cómo podía explicar mis sentimientos en ese momento? Se suponía que ya debía haber enloquecido unas diez veces, se suponía que debía estar pasando una crisis nerviosa y existencial. Pero en cambio, luego de una larga siesta, todas las monstruosidades de las que me enteraba se convertían en una confusa nebulosa, y mi foco de atención se posaba en lo que podía seguir descubriendo de Frank: un enigma que me obsesionaba al límite.

Sin demorar demasiado, los chicos comenzaron una búsqueda. Necesitábamos hallar a un buen psiquiatra que supiera de hipnosis. En particular, no creía en esas cosas, si bien las realizaban personas de estudios académicos. La incertidumbre persistía, pero no existía forma quirúrgica o matemática para ingresar al subconsciente de una persona. Teníamos suerte de contar con Bran, para los trabajos de rastrillaje era un experto. En la habitación del hotel, nos reuníamos para buscar anuncios en internet. Él podía hacer en un santiamén lo que yo necesitaba aprender en años de criminología: atar cabos en segundos.

Estela Müller era una psicoanalista especialista en hipnosis, daba cátedras en la universidad y trabajaba en el consejo de investigaciones de la salud mental. Reconocida, profesional y respetada; sobre todo, cerca de nuestra posición actual. La increparíamos al momento de que finalizara con sus pacientes. No es como si fuésemos a pedirle un lugar en su agenda. Ahora ella debería demostrar sus capacidades atendiendo a un anómalo.

Esta vez no me importaban las consecuencias de una nueva hazaña con los anómalos.

Mientras me cambiaba de ropa, pensaba que la única posibilidad que me quedaba de saber algo de Frank era por medio de un profesional. La doctora Estela se convertía en un destello de esperanza.

Por el momento, Dalila, Morgan y Bran se negaban a ir y llevarnos a su hogar. Frank era sospechoso, también Mamba y Paris, incluso yo. No me importaba, yo no tenía ganas de ir a ningún sitio con ellos, prefería la cadena perpetua, prefería vivir bajo un puente; cualquier cosa a meterme en situaciones que tenían una advertencia de peligro marcada a fuego.

Me dispuse a continuar con mis apuntes hasta que fuera la hora de ir con la doctora Müller, traté de escribir en detalle todo lo vivido hasta el momento. Los hechos sucedían, uno tras otro, una velocidad abismal, por lo que me asustaba olvidar alguna que otra cuestión de relevancia.

Realicé una revisión desde el principio, contaba con demasiados datos desordenados de los que rescataba algunas respuestas a mis interrogantes iniciales. Cuando acabé el análisis, alguien tocó la puerta de la habitación.

Abrí con desgana y me encontré con Bran y Morgan.

—¿Estás ocupada? —preguntó Bran, abriendo sus ojazos—. Quería mostrarte lo encontré en el laboratorio, pensé que te ayudaría con tu investigación.

—Es verdad... —suspiré—. No debiste molestarte.

—No seas modesta —Morgan sonrió de lado—. De igual modo nos interesa saber de qué se trata todo esto.

Asentí con la cabeza y los seguí hasta un solitario jardín de invierno que poseía el hotel. Nos rodeaban las plantas de grandes hojas verdes, palmeras, y algunas flores tropicales, así como éramos envueltos en una tibia brisa y el cantar de las aves.

Bran desplegó una caja fuerte pequeña.

—No pude descifrar la clave —indicó—. Dudo que haya dinero, la encontramos en su despacho, escondido en un hueco oculto bajo los cerámicos.

—Solo Bran podía darse cuenta de la irregularidad del suelo —comentó Morgan—. Además, el despacho se encontraba desvalijado.

—Muy bien —troné los huesos de mis dedos y extendí mi libreta a Bran—. Tengo una idea sobre la clave, mientras tanto revisa mis apuntes, quizás encuentres algún patrón.

Hacíamos un buen equipo.

Giré la rueda y mi primera idea fue la de colocar la misma clave de la puerta que me dividía de los anómalos en la celda subterránea.

Morgan y Bran alzaron su vista con asombro cuando oyeron rechinar la bisagra de la gruesa puerta de metal. Era el mismo código, abrirla no era la gran cosa.

Documentos, papeles, ni un centavo. Daba igual, no buscaba dinero. Mientras Bran revisaba mi libreta, Morgan me ayudó con el contenido de la caja.

—"Invitación, cena anual de N.N." —leyó Morgan y me extendió una tarjeta con ribetes de color verde—. Prohibida la compañía, cumplir con los requisitos.

—Nominados al Nobel —comenté—. Mi padre era parte de un club especial de nominados a dicho premio. Tienen algunas particularidades, como usar corbata verde, o reunirse cierto día del mes. Nunca me dijo que hacían, por lo que solía bromear que se trataba de una secta secreta.

—¿Dorsett era miembro? —Bran alzó la vista.

Sin perder tiempo, Morgan buscó en la laptop.

—No fue nominado jamás —concluyó.

—Creí que los enemigos de mi padre eran los Nobeles —llevé mi mano al mentón—. Dejaron su huella en la sala de mi casa, pero Dorsett no era un nominado. No era parte de ese club, aunque confesó trabajar junto a mi padre, haciendo estudios sobre la psiquis de los anómalos.

—Eso explicaría lo de Frank —dijo Morgan—. No solo hizo estudios, sino que experimentó de alguna forma. ¿Te dijo cómo cortó la relación con tu padre?

—Según él se separaron luego de la fuga de información. —Me encogí de hombros—. Dudo que podamos creer en algo de lo que dijo.

—De alguna forma está relacionado con los Nobeles —dijo Bran, con la vista en mi libreta—. Intuyó que iríamos a su despacho, tenía todo listo para hacerte hablar y para atraparte a ti. No lo hizo antes porque no sabía lo de los cuatrillizos, y porque están esperando la forma de conocer nuestra ubicación, es decir, donde están la mayoría de anómalos y quienes provocaron la fuga de información.

Bran dejó mi libreta a un lado. Si bien, gran parte de los conflictos tenían su respuesta no significaba que los problemas fueran a desaparecer.

—Me gustaría saber cómo operan los Nobeles —confesé—, pero dudo que sea algo con lo que pueda lidiar. Prefiero resolver lo de Frank primero, si es que se puede.

Me levante de mis aposentos y tomé mi libreta, por momentos quería deshacerme de ella, prenderla fuego, tan solo me detenía un sentimiento de vértigo a perder lo único que me mantenía con vida: el misterio, la duda. Volví a mi habitación con las ideas un poco más claras, la mente un poco más ordenada. Cerré los ojos, ya recostada, y esperé.

Por la tarde noche, cuando las primeras estrellas se dejaban ver, descendí hasta el hall para encontrarme con los demás. Discutían como en la mañana, aunque hablaban entre dientes y en susurros, podía deducir que otra vez el problema era Mamba.

—Perdemos tiempo y seguimos creando caos en la ciudad —rumiaba la morena, y en cierta medida tenía razón. Pero esta vez yo quería cometer una imprudencia por Frank.

—¿No te gusta nuestra decisión? —preguntaba Dalila con sus facciones endurecidas—. Pues vuelve a tu casa. Nadie pisará Salamandra con un ápice de sospecha, ¿entiendes?

—¿Qué es Salamandra? —indagué al momento de reunirme con el grupo.

Paris susurró en mi oído:

—Así se llama el lugar donde viven.

—Es una isla perdida —indicó Morgan situándose a mi lado—. Un sitio paradisíaco y recóndito, aunque no lo encontrarás en ningún mapa.

—No me emociona ir —siseé.

—¡Pero a mí sí! —bramó Mamba al oírme—. ¡Lo saben, se los dije! Salí de mi hogar para buscar a otros como yo, para sentirme en casa, para no estar sola, para saciar mi sed sin miedo a ser atrapada y asesinada... ¡¿y ahora soy sospechosa?! Estuve encerrada con Daniel Dorsett, luego con Edgar Hyde. Se suponía que todos tirábamos para un mismo lado, pero resulta que ahora ustedes deciden por todos.

—¡Tenemos esa responsabilidad! —Se interpuso Bran—. Nosotros somos los que salimos de nuestras tierras y pusimos a todos los anómalos en peligro. Ya no podemos dar un paso en falso, ¿lo entiendes? ¡¿Entiendes?!

—Por otro lado —intervino Morgan—, no confiamos en alguien que nos da tan pocos detalles de todo lo que le preguntamos.

—Les dije todo lo que sé. —Mamba nos dio la espalda—. yo tampoco debería confiar más en ustedes.

—Tranquila, Mamba —dijo Paris, y ella lo miró impaciente—. Yo también anhelo conocer ese lugar, estoy en tu situación, pero entiendo que todo es muy reciente. Si no tenemos nada que ocultar pronto estaremos allí. Mientras tanto, yo les daré refugio en mi casa, mi mamá debe estar preocupado por mí.

Creí que Mamba estallaría en furia otra vez, en vez de eso juntó bastante aire en sus pulmones y susurró un "está bien". No tenía más alternativa, todos tenían su parte de razón, y por ello había que ir paso a paso, lento, y lo primero era ocuparse de Frank.

Llenamos el tanque de la camioneta en una gasolinera cercana al hotel, y luego procuré que Paris condujera. El asiento de copiloto me quedaba mejor cuando los nervios me carcomían las entrañas.

El plan era simple. Según lo averiguado, Estela Müller despacharía a su último paciente a las ocho treinta de la noche, en ese instante ingresaríamos a su consultorio y la presionaríamos para que hipnotizara a Frank. Los anómalos no pensaban en grandes estrategias, y yo tampoco.

¿En qué momento cambiaba el querer ser una detective a perfilarme como una criminal? La línea era muy delgada.

Estacionamos cerca del edificio de cinco pisos, cuyos departamento se utilizaban para diversas oficinas; entre ellas el consultorio de Estela Müller, una mujer reconocida, pero no a un nivel internacional.

Descendimos, y vimos desde en frente como, a las ocho treinta, una mujer de unos sesenta años, estilizada de cabellos entrecanos y traje bermellón, abría la puerta del edificio a un hombre de unos treinta que se alejaba con un ligero andar.

La increpamos con velocidad.

—¡Estela Müller!

Hablé antes que nos cerrara la puerta en la cara, y que los anómalos la abrieran a patadas. La mujer abrió los ojos tanto como pudo.

—Soy Alegra Hyde... —dije de manera inmediata—. Necesito hablar con usted.

—¿Hyde? —preguntó ella, pero antes de poder ganármela por la diplomacia, Morgan la apuntaba con un arma que guardaba bajo su chaqueta.

—Llévenos a su despacho, ahora.

No quería que fuese de ese modo, agresivo, violento y criminal. La doctora Müller alzaba sus manos y parecía mantenerse calmada, acostumbrada a los perturbados, nos consentía llevándonos a su despacho. Nos miraba con detenimiento y en silencio, podía asegurar que poseía el don de Paris y ya sabía que nuestro objetivo no era robarle, bueno, aunque Bran ya lo hiciera.

<<En serio, Bran, ya no tendremos lugar en la camioneta>>.

—Hipnotice a nuestro amigo —Paris tomó a Frank de los hombros y se lo acercó a la doctora, ella cerró sus puños y bajó sus manos—. Es algo confidencial, doc. Frank tiene el cerebro lavado y usted tiene que cooperar.

—¿Qué quieren con exactitud? —preguntó escudriñando a Frank en detalle.

—Disculpe la manera en que nos presentamos —me impuse ante los demás para que no volvieran a arruinarlo—. No pretendemos dañarla. Necesitamos que nos ayude con Frank, tiene un problema y es preciso que lo atienda de urgencia.

—Si es un problema psicológico o psiquiátrico no se podrá solucionar de un momento a otro —sostuvo Müller, de a poco se relajaba—. ¿Por qué creen que podría ayudar?

—Frank actúa peor que un mudo —dijo Dalila—. No emite sonido alguno, excepto que habla dormido y no dice mucho.

Bran continuó, siendo que era el de la idea.

—Significa que su yo verdadero se esconde en el inconsciente, puede sacarlo por medio de hipnosis, ¿no?

La doctora elevó las cejas y llevó la mano a su mentón. A lo mejor pensaba en cómo carajos sacábamos tantas ideas absurdas.

—No le daremos detalles de nada más. —Morgan afirmó el arma en dirección a la doctora—. Más le vale cooperar.

La mujer suspiró, me daba vergüenza lo que le hacíamos.

—No me negaría ni aunque me lo pidieran en buenos términos. —Ella se acercó a Frank y lo miró a los ojos—. Pero no puedo asegurar que las cosas salgan como pretenden. La mente es compleja, el mutismo de Frank puede deberse a muchos factores: traumas muy intensos, trastornos psicóticos, Aspenger, TPE, TAS, Autismo..., sea lo que sea requiere terapia y estudios clínicos, y si no pueden darme detalles de cómo ha sido su vida es más difícil aún.

—Con que lo haga responder algunas palabras estaremos satisfechos —dije suplicante.

Ella lo entendió, asintió e indicó a Frank que podía recostarse en el diván.

—Es necesario que se aparten o guarden silencio total —nos indicó la doctora—, una sesión de hipnosis no se realiza frente a espectadores como muestran en los shows de televisión.

Ninguno se iría de allí, pero se pusieron de acuerdo para callarse.

Frank se mostraba bastante apacible con todo, hacía caso y se acomodaba en el diván como un buen niño obediente. Verlo de ese modo me llenaba de nerviosismo, mis manos comenzaban a desaguarse en un asqueroso sudor. De verdad quería oírlo, que pudiera decir más palabras que códigos binarios y monosílabos, quería que las dudas sobre él se disiparan y tener la esperanza de que mejoraría en algún momento.

El silencio fue tal, que me parecía oír el correr de mi sangre por las venas, temía que el latido de mi corazón irrumpiera la sesión.

La doctora se situó al lado de Frank, y comenzó a hablarle:

—Muy bien, Frank, quiero que te relajes, que respires tranquilo y sepas que nada malo ha de suceder. —Estela Müller mostró una sonrisa amable, parecía una buena mujer—. Tengo mucha experiencia en esto, y estarás acompañado de tus amigos. Todo es porque te aprecian, ¿no es así?

<<Más bien porque es sospechoso...>>

—Muy bien —añadió Estela, concibiendo que Frank hacía caso—. Cierra los ojos y mantente relajado, imagina un lugar bonito y comenzaré a contar.

Me preocupaba que Frank pudiera seguir con las indicaciones, ¿sería capaz de imaginar algo? Él ya plegaba sus pestañas listo para sumirse en la hipnosis, y ella proseguía a darle órdenes como que separara sus manos, o se las tocara cuando se lo indicara, también que asintiera si le daba permiso para entrar a su inconsciente. Ver la predisposición de Frank a ello, me hacía entender que del mismo modo ansiaba comunicarse con nosotros, que deseaba poder hablar y que comprendía que todo era por su bien, nada más.

En un segundo que dejamos a la doctora actuar, supervisé cada uno de los rostros de los anómalos, bastante estáticos algunos, pero otros muy expresivos, expectantes.

Casi podía ver a Mamba rechinar sus dientes y crujir sus manos, lo que Frank pudiera decir ayudaría a que ella pudiera ir a la isla Salamandra. Dalila se mantenía en un rincón, de brazos cruzados y con una ceja alzada. Incrédula y pesimista. Bran, estático, no dejaba de ver a la doctora y a Frank, los analizaba en detalle, los guardaba en sus memorias. Paris tenía su boca de cereza entreabierta, asombrado ante el trabajo de la mujer. Morgan, medio sonriente, parecía ser el más sosegado, excepto porque no dejaba de acariciar el dije de cruz que colgaba de su cuello.

—Frank, ¿puedes hablar? —preguntó la doctora Müller luego de tanta parsimonia.

Todos esperamos con el corazón en la boca, incluso ella.

—Sí —dijo él.

Y mi corazón se desbocó de la emoción.

Frank hablaba bajo hipnosis.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro