16. Cobaya
"Hasta entonces seguía siendo su cobaya".
Pasaba poco más de una hora de estar en la casa de Daniel Dorsett, y ya nos aproximábamos a la medianoche. Sentía el ligero andar de la camioneta, y el volumen bajo de alguna música depresiva. El silencio era total, y cuando me removí un poco, noté que a todos los cubría la sangre. Por lo visto, Paris me había sacado de la casa de Daniel porque los demás tenían su propia batalla.
—¿A dónde vamos? —interrumpí atrayendo miradas.
—Al laboratorio —respondió Mamba, vi en el GPS que ya tenían marcado un trayecto, pronto llegaríamos—. Ahora más que nunca debemos averiguar porqué Daniel te quería viva.
Resoplé cansada de todo, limpié algunas lágrimas de mis ojos y volví a recostarme sobre el respaldo de mi asiento. Recordaba, en un principio, estar enceguecida por querer saber la verdad, por querer resolver el problema, había tenido miles de altibajos, varios estados de ánimo en un mismo día. Cuando buscábamos en el ático de mi abuelo, lo sentía como verdadero trabajo de detective, me entusiasmaba y me generaba esperanza, la misma que se esfumó tras una nueva tragedia.
Aparcamos en un sitio lóbrego, entre algunos arbustos en un barrio silencioso. Todos bajaron del vehículo y comenzaron a quitarse las ropas ensangrentadas y a limpiarse como podían. En un bolso, tenían una muda bastante sencilla y oscura.
Para cuando estuvieron listos, caminamos en dirección a un edificio austero, rodeado de algunas cámaras y con un guardia en la entrada. Entrecerré mis ojos y vi la inscripción de la entrada: "Laboratorio de genética y biología molecular: Edgar Hyde"
—¿Cómo piensan entrar? —pregunté con enfado.
—Sé que estás un poco alterada —musitó Paris—, pero te recuerdo que eres la hija de Hyde.
Di un golpe a mi frente, claro que sí.
En cuanto el guardia me vio, abrió sus ojos tanto que parecían dos huevos fritos.
—¡Se-señorita Hyde! —exclamó—, ¡mi más sentido pésame!
—Gracias —musité inclinando ligeramente la cabeza, no tenía idea de quien era, pero al menos me reconocía y me facilitaba el asunto—. Necesito retirar algunas cosas de mi padre.
—¡Claro, por supuesto!
El tipo nos abrió la puerta y se hizo a un lado. No preguntó por los demás y luego comprendí que no tenía que hacerlo. Yo era la heredera de ese edificio.
Paseamos por las admirables instalaciones, con un ligero aroma a desinfectante y otro poco a químicos y perfume de ambiente. En mi infancia solía visitar mucho más ese lugar, era el laboratorio preferido de mi padre, su sede central y donde pasaba la mayoría del tiempo. Cuando crecí dejé de ir. Tan solo cuando era necesario daba una vuelta, tampoco le gustaba que diera vueltas a las instalaciones, o que tocara sus cosas porque empezaba con mis interrogantes. Podía entender un poco mejor el panorama, ahora que conocía la magnitud del problema. En ese sitio había cometido los crímenes más grandes contra la humanidad.
Mamba y Dalila, se hallaban muy interesadas en encontrar el laboratorio; Bran y Morgan buscaban algunos objetos de valor que llevarse como suvenir, Frank y Paris caminaban tranquilos a mi lado, podía percibir un ligero ruido en su estómago. Tenían hambre.
—¿No fueron a un cafetería? —pregunté.
—No —siseó Paris—. Bran dijo haber visto el mismo vehículo tres veces en el día, así que decidimos separarnos y vigilar los alrededores. No quisimos alertarte.
—¿Por qué han esperaron hasta ese momento para atacarnos? —La pregunta salió de mí por si sola.
Paris se encogió de hombros.
No le encontraba el más mínimo sentido, todo el tiempo habíamos estado por la ciudad moviéndonos con impunidad, pero Daniel esperaba hasta que yo lo encontrara para atacar. ¿Cómo sabía que lo encontraría? ¿Era algo planificado de antemano? Era demasiado complicado suponer que yo iría por él.
—Daniel no planificó el ataque —me respondí llegando a esa conclusión—. En cuanto terminé de contarle todo, él marcó su teléfono. Allí debió dar la orden.
—Le diste un motivo para querer retenerte en ese instante —afirmó Paris colocando la mano en su mentón—. Hablaste de más y debelaste algo de lo que no estaba al tanto... ¿qué habrá sido?
—Los embriones.
No quería creerlo. Estaba cautiva porque era parte del trabajo de mi padre, no porque él quisiera resguardar mi vida. Tenía que admitir algo que me revolvía las tripas y me provocaba el vómito. Muchas personas sabían lo de los anómalos, pero no podía asegurar si alguien sabía lo que mi padre había hecho conmigo.
Max había sido pagado para mantenerme distraída durante el mes que mi padre experimentaba con sus reclusos, y de paso les quitaba información, no solo eso, le había pagado para que, cuando yo estuviera encerrada, creyera estar embarazada de él y no que me habían injertado algo en algún momento que no podía recordar.
Era monstruoso pensar en esa posibilidad.
—¡Aquí está! —exclamó Mamba desde la planta alta.
Todos subieron con entusiasmo al laboratorio, yo preferí tomar a Frank de la muñeca y llevarlo a la cafetería en busca de alguna máquina expendedora o el almuerzo de algún trabajador.
—Adelántate, Paris —le indiqué—, iré por comida.
Él sonrió con sus labios apretados, podía leerme. En realidad no quería ver lo que llevaban en la conservadora, porque ratificaría mi hipótesis. Él no dijo nada al respecto, y se adelantó hacia el piso superior.
Junto a Frank caminamos por los pisos de mármol blanco, en los cuales cada paso hacía un molesto eco que resonaba en los muros del mismo color de la nada. El estómago de Frank seguía gruñendo cada vez más. En la casa de mi abuelo no había mucho para masticar, y el viaje hasta lo de Daniel había sido largo y extenuante. Al final de los pasillos hallé, tras una puerta doble, lo que era el comedor de la clínica.
En un aparador de vidrio se observaban diversas comidas y pasteles, varias máquinas expendedoras de sodas, dulces, galletas y café; también unas cuantas mesas redondas u otras alargadas con varias sillas. El calor era un tanto más ameno en ese sitio, no olía a desinfectante, sino a pan horneado. Además, las pequeñas decoraciones de flores y cuadros de comida cortaban con el blanco puro que me llevaba a enloquecer.
—Toma lo que quieras, yo invito —simulé una sonrisa. Frank ya iba directo a los dulces—.Creí que Daniel me ayudaría y en menos de una hora me traiciona y termina con un tiro en la frente. Debes creer que soy patética, no importa mi obsesión, soy inútil para esto.
Frank se acercó a mí y me entregó una bolsa con galletas de chocolate. La tomé como si fuese un gesto de acompañamiento, a pesar que siempre tenía esa cara de "te voy a matar cuando menos te lo imagines".
—Gracias —musité, pero no podía tragar ni un maní pelado—.Frank, por más que Daniel haya muerto averiguaré que te hizo. Debo suponer que, en un noventa por ciento, fue él quien trastocó tu cabeza, ¿no?
—¡Alegra- legra! —alguien me llamó, me di la vuelta y lo vi a Bran agitado y excitado—. Tienes que venir, y traer a Frank ¡rápido! ¡Rápido! Mamba lo está descifran... ¡¿esto es una cafetería?!
—¿Acaso no lo ves? —rodeé mis ojos, era la mina de oro de Bran.
Bran se abalanzó con todo lo que pudo, metiendo cosas entre su remera y sus pantalones. No tenía sentido alguno que robase así. Más importante debía ir donde estaba Mamba, debía escuchar lo que yo ya sabía.
Con el paso cansino ingresé al cuarto de laboratorio, el cual estaba bien equipado con todo lo necesario para crear un anómalo. La genética nunca fue mi pasión, pero tenía un padre que trabajaba de ello, por lo que reconocía varios elementos; balanzas, gradillas con tubos de ensayo, embudos y matraces, termocicladores, computadoras especializadas y demás.
—Necesito una muestra de Frank —dijo Mamba, ya preparando una aguja para quitarle una muestra.
—¿Qué están haciendo? —pregunté frotando mi cara.
—Una prueba de paternidad —dijo Dalila, ampliando su sonrisa, gozaba demasiado sacarme de mis casillas.
Sentí mi cuerpo vibrar, y luego tensionarse.
—Hay algo que no sabes, Alegra... —dijo Morgan, desternillándose bajito—. Los anómalos seríamos perfectos si nos pudiéramos reproducir, pero es en lo único que falló tu padre. Por eso es que siguió inseminando personas. ¿Qué sentido tendría? Siempre necesitaríamos de un laboratorio y una mujer humana que nos incube.
—Sin esa posibilidad estamos expuestos a una rápida extinción o a la dependencia humana —añadió Mamba—. Al parecer, en su último experimento cambió la receta.
—¿Qué es lo que hizo? —inspiré hondo, esta vez pretendiendo creerles.
—Un injerto de ADN con todos los anómalos que logró secuestrar —respondió Mamba, tomando el microscopio para seguir observando algo viscoso sobre un vidrio—. En este caso hizo cuatrillizos con la información de todos nosotros y los puso en tu útero, incluso usó tus óvulos.
Por un momento mi cuerpo se sintió derretirse, trastabillé, pero no caí. Paris me ayudó a sentarme en una silla. La respiración se me dificultaba, ya no soportaba enterarme de más cosas.
—¿Por qué lo hizo conmigo...? —mantuve mi mirada en mis pies, no podía pestañear o levantar la cabeza.
Hubiese sido terrible que lo hiciera con otra persona, pero que lo hiciera conmigo cambiaba la idea de que me veía como una hija, que habíamos sido una familia feliz. Era un monstruo, un abominable monstruo que me había usado como instrumento para sus enfermos motivos.
Manipulador e inescrupuloso, un verdadero psicópata.
—Porque tú podías soportar ese embarazo —respondió Morgan, adelantándose a los demás—. Tu cuerpo podía hacerlo. Claro que no lo pudo sobrellevar luego de todos esos disgustos, clonazepam, alcohol y marihuana que te metiste en menos de un día.
—¿Por qué mi cuerpo podía soportarlo? —comencé a lagrimear.
Ellos suspiraron y me miraron con cara de "¿en serio necesitas que te lo digamos?". Apreté mis ojos tratando de guardar mi llanto, pero no podía.
—Tus genes también están trastocados —expresó Morgan—, lo percibí desde el primer día en tu aroma. Es lo único que nos ha impedido matarte, ¿por qué crees que estamos de tu lado? Eres como nosotros. Y por eso él te protegía tanto, eras su ganso de los huevos de oro. La última pieza de su obra maestra.
Negué con la cabeza y amplié mi sonrisa a pesar que no dejaba de sollozar.
—No soy como ustedes, jamás mataría a nadie —dije bien claro—. Soy normal, no hay ningún instinto asesino en mí.
—Son hipótesis, Alegra —interrumpió Mamba—. Morgan distingue algo diferente en tu aroma, quizás tu padre haya hecho modificaciones de otro tipo. No lo sabemos.
Me levanté de la silla con brusquedad y me di la media vuelta.
—Supongo que el caso está resuelto —dije antes de irme—. Daniel y mi padre se disputaban a los anómalos, yo era parte del experimento y ahora están los dos muertos. Ya no hay nada que les impida regresar a su hogar.
A pesar que mis piernas no dejaban de temblar, quise mantenerme firme hasta la salida. No estaba segura de cómo recomenzar, ¿podría hacerlo? No olvidaba la matanza en casa de Daniel, a lo mejor esta vez me tocaba hacer la denuncia, aunque tuviera que traicionar a los anómalos en el camino.
¡Bah, no tenían que importarme!
Salí rápido sin esperar a los demás. Subí a la camioneta en la parte del conductor, palpé mis bolsillos y ¡mierda! Las llaves las tenía Paris. No podía irme sin ellos, en realidad ya no sabía si podía irme.
Encendí la música para dejar de pensar y vi que en el asiento trasero estaba uno de los bolsos de Bran, el que había utilizado en la casa de mi abuelo. Lo tomé enseguida y comencé a revisarlo, muy segura de lo que buscaba: pastillas para dormir.
—¡Eureka! —exclamé hallando los remedios de mi abuelo, me bastó unas pastillas de Rivotril para comenzar a sentir mis párpados caer.
Al menos, por un momento, ya no tenía que pensar.
Apagaba mi mente y dejaba que el resto fluyera con naturalidad.
Hasta el momento quería creer que había llegado al final del asunto, cuando despertara del sueño pensaría en si era mejor cambiarme la identidad o hacer la denuncia pertinente a la policía. Por otro lado, me negaba a dudar, algunos cabos sueltos pululaban en mi mente acechándome como fantasma que me decían "esto no ha terminado un carajo, Alegra", y de eso me ocuparía más tarde.
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