11. León
"Una pelea entre leones supone la mejor
de las victorias y la peor de las derrotas."
Tenía las manos en el pecho con la intención de aminorar mis locos latidos.
Max y Paris cruzaban miradas nocivas, creí oírlos rugir.
Max era un profesional y Paris un loco, lo que pudiera salir de esa batalla era impredecible. Tan solo rogaba porque quedaran vivos los dos, solo así me servían.
Ellos comenzaron a rodear el cuadrilátero, midiéndose, mirándose, analizándose y saltando para entrar en calor.
El bullicio del gentío no se hacía esperar, ya querían ver los golpes y la sangre de esos oponentes que se desconocían, y aun así no soportaban verse a la cara.
Max lanzó su primer golpe en dirección a la quijada de Paris, éste agachó su cabeza y rió al esquivarlo con facilidad. Enfurecido, Max emprendió a dar un rodillazo, que, con un salto atrás, Paris también lo evitó.
Los nudillos de Max se volvían picudos de tanta fuerza que les proporcionaba. Paris se burlaba de él sin pretender golpearlo, solo lo evadía, le hacía sonrisitas y le guiñaba el ojo con un gesto lascivo. A lo mejor pretendía enfurecerlo y cansarlo, lo cual era una pésima idea considerando que Max bien podía ser un deportista de primer nivel.
Uno, dos, tres puñetazos fueron evitados por Paris como si de un chiste se tratase. ¿Acaso Paris conocía las reglas del juego? No parecía tener intenciones de dar un solo puñetazo.
—¡Vamos, imbécil! —exclamó Max—. ¡¿Tienes miedo a que rompa tu rosto de marica?! ¡¿Acaso no venías a recuperar la dignidad de la perra de tu novia?!
Paris soltó una estridente risotada, y todo el mundo se calmó deseando oír la disputa. Les importaba más el chisme que la lucha libre.
—¿El honor de quién? —Paris se aguantó la carcajada—, solo vine a penetrar tu precioso culo. ¡Llevo un mes de abstinencia sexual!
Todo el mundo rió, algunos alentaron con bufidos para encender más la llama de la violencia.
Conocía a Paris hacía muy poco, y dudaba que lo suyo fuera un chiste. A Max no le hizo ninguna gracia, y llamar "marica" a Paris no tenía efecto. En cambio, lo usaba a su favor.
—¡Cierra la boca y pelea de una vez! —bramó Max, aprendiendo la lección.
—¡Ah, sí! —soltó Paris, haciendo esa mueca sonriente y gigantesca que aterraba—. ¡Lo siento! ¡Me distraje en tus deliciosos pectorales!
Ese comentario ameritaba otra ola de carcajadas, pero nos las hubo, no hubo tiempo para risas.
Paris lo hizo, tomó distancia con su brazo, y, en un veloz y certero movimiento, golpeó a Max en la mandíbula. Los huesos crujieron. Un diente voló conjunto a un chorro de sangre, un sonido seco logró poner la piel de gallina a más de uno. La cara de Max giró y luego lo hizo su cuerpo.
¡K.O!
Las palabras no salieron de mí.
El cuerpo de Max se desplomó en el cuadrilátero.
De un solo golpe, en un solo round, Paris le ganaba de un modo brutal. Los murmullos se hicieron un bullicio, era inconcebible. ¿Max se levantaría? ¡Debía hacerlo! ¡Debía demostrar su poderío ante las masas que lo adoraban! ¡Era el invicto y no había hecho más que pasar vergüenza! Ni el imbécil del referí podía reaccionar. Y lo peor estaba por venir. Paris se situó encima de Max, y, antes que alguien contara hasta tres, le bajó los pantalones.
Los murmullos se convirtieron en exclamaciones, ¡en gritos! ¿Lo haría? ¡¿Lo haría?!
Alguien debía detenerlo, llamar a la policía. La pintoresca situación con el extraño bromista se convertía en una oscura película de terror.
—¡Mierda! —grité sin poder concebirlo, tomándome de la cabeza—. ¡Detente, Paris!
Paris era un repulsivo demente con todas las letras. Había liberado a unos psicópatas y ahora andaban sueltos y campantes por la ciudad, ¡era mi culpa! Cualquier crimen cometido, de ahora en más, sería mi culpa y de nadie más.
¡Paris se bajó los pantalones, y no le importó que todo el mundo viera su erección en el momento justo en el que abusaba el cuerpo inerte de Max!
Los gritos histéricos me dejaron sorda, ¡no supe qué hacer! Algunos amigos de Max quisieron reaccionar y subir al ring para quitar a Paris a las patadas, pero Bran y Morgan los detenían en busca de pelea. ¡Era una locura! No importaba cuanto odiara a Max, lo que sucedía debía ser parado de inmediato. Mi corazón se aceleraba ante la desesperación. Todo terminaría peor de lo esperado.
—¡Lárguense de aquí! —gritó Dalila, ella empuñaba un arma de fuego encima de la mesa.
—¡Rápido! —continuó Mamba—. ¡Todos afuera o disparo!
Un griterío demencial siguió una estampida hacia afuera. Siquiera los amigos de Max dieron pelea. Todos, absolutamente todos, huían despavoridos.
¡¿Qué sucedía?!
Quedé sin habla en medio de la escena, sin poder mover un pie. Miré a mis alrededores. Dalila y Mamba seguían sobre las mesas listas para disparar, Frank seguía en donde lo había dejado, comía la pizza con ganas; Bran y Morgan lucían decepcionados por no poder pelear, y Paris..., oh, ese cerdo hijo de su puta madre llegaba al clímax.
Mi estómago se revolvió, pero aguanté el vómito.
—¡Paris! —grité histérica, cuando pude reaccionar. La rabia emergía en mi garganta como espuma caliente—. ¡Enfermo hijo de puta!
Al borde de una crisis nerviosa, desgarré mi garganta en ese grito. Pensaba que jamás iba a dejar de temblar, así que busqué en mi cartera y tomé tres calmantes juntos. No habría escapatoria luego de lo que acababa de suceder. Esos malditos inútiles tenían el gen de la maldad, del crimen y del caos.
Todo estaba mal, muy, muy mal. La realidad se distorsionaba y amenazaba con hacerme perder la cabeza.
Me había metido en un estrecho cubículo que funcionaba como baño. Todo el sitio olía a mierda descompuesta, las paredes estaban repletas de grafitis y en el suelo había papeles y condones usados. Me senté en el retrete, la cabeza me daba vueltas, de igual modo bebía de una botella de cerveza caliente con una mano y con la otra fumaba un cigarro de marihuana hallado tirado durante la estampida. Ya no tenía idea cómo reaccionar, creía haberme vuelto loca en alguna parte de mi vida, y todo lo demás era pura imaginación. No existía lógica para la situación que me envolvía, y era por eso mismo que me costaba responder debidamente.
Alguien golpeó la puerta del baño. No contesté.
—¡Sal de una vez! —exclamó Dalila.
—No vendrá la policía —sostuvo Mamba—. Es un sitio clandestino, ¿quién denunciaría lo que aquí pasó? Los crímenes son moneda corriente.
—¡¿Y por eso lo hicieron?! —reproché sin abrir la puerta del baño—. Asumieron que nada pasaría entonces se dejaron llevar por su demencia. ¡Paris violó a una persona! ¡Es imperdonable!
—¡No había opción! —clamó Dalila.
Abrí la puerta de un azote y me tambaleé en el lugar. La humareda que de allí emergió las hizo toser a ambas.
—¡¿No había opción?! —grité—. Paris debía ganarle a Max y él hablaría. ¡Lo noqueó y lo violó! ¿Se dan cuenta de la gravedad del asunto? ¡No puedo ser cómplice de eso! ¡Ni aunque lo odie!
—¡Vamos, Alegra! —insistió Mamba, tratando de alivianar la situación—. Max ha despertado y va a hablar.
Por un momento pensé en vaciar el frasco de pastillas y morir en el baño de ese lugar, que era la muerte que merecía una persona como yo. No lo hice. Una vez más me levanté y caminé, porque de verdad quería solventar mi tormento, quería saber por qué mi vida empeoraba cada vez, sin importar cuanto lo intentara, siempre podía empeorar mi situación llevando conmigo una nube negra de destrucción.
Entre las taquillas de los vestuarios, Max me esperaba atado de pies y manos.
—¡Juro que van a morir, hijos de puta! —oía gritar.
Él dejó de berrear en cuanto me vio. La cólera de su mirada indicaba que me odiaba con todo su ser. A pesar que el violador era Paris, el crimen me sería atribuido.
—¡Perra enferma! —me gritó con la mirada desencajada.
—¡Cállate! —ordené igual de harta—. Más te vale hablar.
—No tengo nada que decirte —escupió a mis pies.
—¡¿Ah, no?! —pregunté acercándome a él—. ¡Mi padre está muerto! ¡Pudriéndose en mi sala junto a los cadáveres de tus amigos!
Vi el momento exacto en el que la cara de Max se deformaba ante tal confesión.
—¡No tengo nada que ver! –se excusó de inmediato.
Paris se apareció entre nosotros y sonrió a Max con pura malevolencia. Inspiré hondo, de ningún modo quería estar del lado de un abusador sexual, pero en esa situación me quitaba las alternativas.
—Habla —dijo Paris—, sé que ocultas muchas cosas. Puedo leer tus secretos.
La cara de Max enrojeció, su sangre hervía, quería despedazar a Paris con sus dientes. Max el invicto debería cambiarse de rostro y de nacionalidad si quería volver a vivir en paz. De lo sucedido en el ring no había vuelta atrás.
—¡¿Quieres la verdad, Alegra?! —vociferó Max, estallando al fin—. ¡Tu padre me pagó! ¡Él me pagó para estar contigo! ¡Él me pagó una buena pasta para acostarme contigo! ¡Con el pago adelantado compré mi auto, y luego pagaba a putas para hacer orgías mientras me llamabas llorando!
Mis ojos se abrieron, y traté de procesar las palabras con lentitud. Tal vez no podía reaccionar con coherencia por las drogas, pero lo escuchaba bien.
A lo mejor Max desvariaba para herirme luego de lo sucedido, era lógico. Sin embargo una parte de mí creía en lo que Max decía.
Un fuerte dolor punzó mi barriga, y me abracé con fuerza.
No podía ser posible.
—¡¿Quieres saber más?! —dijo a punto de escupir espuma—. ¡Me pidió contactos con los matones de los suburbios! ¡Yo no soy un criminal, tu padre lo fue! ¡Yo necesitaba el dinero! ¿Crees que me interesaba la universidad y hablar contigo? ¡¿De qué otra forma piensas que habría estado a tu lado?! ¡Eres aburrida, estúpida, insulsa! ¡No eres ni la mitad de mujer que las chicas de por aquí! ¡Una maldita...!
Morgan levantó su puño y lo estrelló contra la boca de Max, dejándolo knockout otra vez.
—Ya dijo todo lo que debía. —Morgan limpió su piel blanca manchada de sangre en su ropa.
Quería agradecerle a Morgan por haberlo callado, en vez de eso caí de cara al suelo, sosteniendo un intenso dolor en mi cuerpo. Mi barriga se doblaba, moriría del dolor. Solté unos gritos y con ello las lágrimas. Todos se acercaron a mí, y sus voces me parecieron siseos. Entonces, de un momento a otro, el dolor se convirtió en un ligero entumecimiento. Perdería la consciencia viendo como el suelo se teñía de rojo, de sangre, mi sangre.
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