I| 21 de Julio.
Cuando tu vida ha estado llena de mentiras pocas cosas te provocan curiosidad. Sabes que la respuesta que obtendrás, sea cuál sea será la más vil mentira. Y no puedo culpar a nadie por eso. Tampoco puedo exigir saber una verdad que ni ellos conocen.
¿Pero cuál es la verdad? ¿Cuál la ha sido todo este tiempo? ¿Qué es lo que buscan ocultar?
Nací el 21 de Julio de 1969, un día que la gente recuerda como el primer día en que dieron pasos sobre la luna. Pese 6 libras con 8 onzas. Mi madre tardo 6 horas de parto y cuando estuve en sus brazos, ella sufrió un pequeño ataque. Una descompensación era aparentemente el responsable de su falta, pero los doctores jamás hicieron algo, esperaron demasiado y ella murió. Tres acontecimientos ocurrieron ese mismo día, uno paso a la historia, otro me dio vida y el último se la arrebató a mi madre. Supe lo condenado que estaba cuando un día tan importante para mí y mi padre termino en una tragedia que hasta el día de hoy me envuelve la cabeza en fría neblina. Mis pensamientos desde que existo han sido confusos y mis recuerdos son una mala obra que sirve solo para desordenar las palabras de sus oyentes. Hay miles de cosas que no entiendo ni entenderé. Los cumpleaños son parte del juego. Hoy es 21 de Julio de 1990. El día en que cumplo 21 años y el día en que murió mi madre hace 21 años.
Recordar tu nacimiento con una muerte no es lo más maravilloso de un cumpleaños. A las 5 de la mañana una fuerte llamada me despertó de mi grato sueño, era mi padre que con suerte recordaba ni existencia dos veces al año: el día de mi cumpleaños y en Navidad. El día de mi cumpleaños no podía contar del todo, puesto que la única razón para su llamada no era recordar mi nacimiento ni dedicarme unas palabras, era el recordatorio para vernos en el cementerio a la misma hora que los otros 21 años para llevarle flores a mi madre.
—Sí, padre. Sí —lo único que tenía permitido decir en la llamada era un "sí" acompañado a veces de su nombre, un "señor" o un "padre".
Él odiaba a veces como sonaba su nombre de forma irónica salir de mi boca, por lo cual era el mejor juego que podía tener con él.
Si es que puede llamarse juego.
Colgué la llamada al terminar, arreglando la corta manta que cubría mi torso apenas.
—¿Quién era?
—Has despertado —mencioné en mi lugar, cuando vi a la dama de la noche anterior asomarse por la puerta hasta llegar al comedor en donde mantenía mi espalda recostada al acabar la llamada.
—El ruido del teléfono es demasiado fuerte.
—No es como si pudiera hacer algo al respecto.
—Alguien está de mal humor —con una sonrisa de oreja a oreja se acercó a mi rostro. Prediciendo su siguiente acto, lo único que pude hacer fue alejar mi rostro de sus labios antes que toparan con los míos.
Era cuestión de tiempo para que su reclamo fuera el siguiente acto más compasivo que podía hacer por mí después de lo de anoche.
—Tengo que ir al trabajo.
Ella elevó ambas cejas al mismo tiempo, soltando un extenso suspiro que solo alargaba más el tiempo en que tenía que soportarla.
—Pudiste ser más grosero —aclaró ella, ahora alejándose de mi semblante para ir en busca de su ropa. Me crucé de brazos observando solo como se acercaba de regreso con su paso pesado y con la expresión llena de ira, parecía indignarse de lo que le pedía aún si la noche anterior le había aclarado las condiciones.
Con la ropa en sus manos corrió hasta la salida, no sin antes dar un buen golpe a la puerta a la hora de irse.
Sería un día largo, suponía.
Y suponía bien.
Hasta la fecha no recordaba ni un cumpleaños normal.
Era el encanto de mi día.
. . . . .
—Llegas tarde.
—Como cada día, señor —era mi forma de decir que era grandioso verlo, aunque fuera mentira.
Digamos que con poca educación familiar uno tiene que improvisar, mi padre jamás fue tan abierto con sus pensamientos.
—¿Trajiste las flores?
Acerque el ramo de tulipanes a él, siempre envuelto en hojas de cartón y plástico para no desordenar las flores desde sus tallos. Él las tomo y las acerco a la tumba a la cual ahora compartíamos vista. La del nombre de mi madre, Edith Blair.
Ambos guardamos silencio, solo el viento chocando con los objetos nos hacía compañía en el enorme silencio.
En ninguno de mis cumpleaños mi padre me ha de felicitar, pues para él es como decir que mi vida valió la pena después de la muerte de mi madre, desde pequeño mi vida solo gira en torno a esto. Era agotador.
—¿Tienes planes para la cena?
—Sí —el alcohol era una buena opción.
—Katy y yo pensábamos en hacer algo de cena.
—No, yo paso.
—Has rechazado mis anteriores doce invitaciones.
—¿Y eso no te dice algo?
Metí mis manos en mi saco, encogiéndome de hombros al mismo tiempo en que seguía observando la tumba.
—¿Piensas seguir ahogándote en alcohol, cigarros y promiscuidad?
—Hasta que tenga que vender mi cuerpo.
Saque un cigarro de mi bolsillo, prendiéndolo con un encendedor con una marca en su contorno. Era como si me llamará apenas lo mencionarán.
—Katy y yo seguiremos en casa si cambias de opinión.
—Sabes bien que nunca me he llevado bien con tu esposa, no esperes que las cosas cambien de un día para otro.
—No lo espero... —aclaró con un tono más desalentador, alejándose de la tumba poco a poco hasta irse.
Yo quede unos segundos más en la tumba. A veces se sentía tan irreal la idea de no haberla conocido, cuando en tantas ocasiones se me hacía tan familiar.
Podía admitir que la adoraba aun si nunca llegue a hablarle.
Robe uno de los tulipanes de la bolsa, cortándole el tallo y guardando solo los pétalos en mis bolsillos, si hubiera alguna manera de explicar porque mi arrebato, lo haría, pero no tenía ni una excusa más allá de que me gustan los tulipanes.
Desde que tengo memoria han sido el único gusto definido en mí.
Eso junto a mis problemas del habla cuando era menor.
Tras un buen rato en caminar hacia el pueblo, me encontré desviado en una pequeña tienda de conveniencias antes de ir a la comisaria. Los cigarrillos estaban por acabar en mi bolsillo y no tendría más opción que ser interrumpido por el trabajo.
Había algo que odiaba más que mi cumpleaños y era el no tener los suficientes cigarrillos para las siguientes seis horas.
—¿Cigarrillos otra vez, señor Blair?
Oh, "Alexander a este punto te Dara cáncer y se te saldrán los ojos de la cara".
Solo eso hacía falta.
—Sí.
—¿No quiere nada más?
—No.
La señora de la tienda acerco el código de barras al escáner, yo solo me mantenía rígido en la propia cola.
—Por cierto, señor Blair, hay alguien que le ha estado buscando.
Temía que fuera Bianca, tras esta mañana es posible que tuviera más de un reclamo que darme.
—¿Quién?
—No es de por aquí.
¿Alguien que no es del pueblo buscándome?
Por favor, pensé que era considerado un psicótico no medicado, no un famoso que le da publicidad al pueblo sin que le den un centavo de las ganancias.
—¿Cómo se llamaba?
—No dijo su nombre, pero aparentemente era un jovencito, pregunto por usted y luego se fue con una caja de chicles.
—¿Los de sobre?
—No, los Hubba Bubba.
¿Era tan joven? No quería confiar en el... "buen'' juicio que podía tener la señora de la tienda, sin embargo su compra hablaba mucho de qué tipo de ser era. Un joven buscándome a mí, ¿desdé cuándo?
—No me sorprendería que se haya metido en problemas —escuché detrás de mí, a dos personas de mi más específicamente, en la larga cola que ahora era por mi tan grata charla con la señora.
Suspire pesado.
—¿Tiene algo que agregar allá atrás? —me enfrenté al tipo dándome la vuelta, pero no obtuve ni una respuesta—Bien.
Me di otra vez la vuelta para que la señora terminará de hacerme pagar por lo que iba a consumir. Al menos hasta que me fije en su rostro algo sorprendido por mi reacción a la defensiva. No era ningún secreto mi poca paciencia y tolerancia a los idiotas que creían que comentar o juzgar los hacía más humanos y menos imbéciles.
Ser imbécil debería ser una raza.
—¿Sabe qué? Deme también una botella.
Iba solo por cigarros y termine con más alcohol del que puedo pagar.
¿Valdría la pena?, claro que sí.
Lleve la botella a la comisaria, donde la escondí en mi lugar para llevármelo después del trabajo a mi casa. O tomarlo desde el trabajo también era una opción, pero perdería mi empleo en el segundo caso, y sin empleo no puedo darme los costosos lujos que tengo ahora.
La rutina en algún momento forma parte de lo desesperante.
¿Qué otra opción tenía aparte de irme de este pueblo algún día?
Tenía 21 años oficialmente y aun así, este pueblo seguía siendo mi "hogar".
Y todo indicaba que seguiría siéndolo.
Cuando era pequeño veía un futuro fuera de aquí, uno donde viviera de forma cómoda y solitaria, mi propia compañía lo valdría todo. Días y noches en soledad, nada sonaba más mágico que un lugar alejado de todo contacto humano por mucho tiempo.
—Blair, que bueno que llegaste, hay alguien que ha estado preguntando por ti.
—¿Otra vez es la señora Adams?
—No, es un niño.
Alzando ambas cejas me puse de pie de forma rápida. ¿Era el mismo joven que me buscaba según las palabras de la señora en la tienda?
Pocas veces en mi vida había sentido la intriga con la que ahora me había sentido invadido. En muy pocas situaciones las circunstancias eran tales para provocarme a mí una insaciable curiosidad, pero esto estaba en el borde de mi misterio. Mi compañero se alejó de la puerta señalando al niño para que se encaminará hasta donde estaba, en mi oficina.
En efecto, era un niño, era bajo de estatura, tenía rasgos asiáticos, los cabellos despeinados y bien cortados, claro que dejando percibir el largo fleco azabache que se formaba en su rostro.
Su semblante era de uno tranquilo, uno hasta conmovedor. Un semblante que me resultaba familiar. Como si en otra circunstancia o en otro momento de mi extensa vida lo hubiera visto. Algo en sus ojos era vagamente un recordatorio sobre algo en mí.
—¿Qué edad tiene? ¿Trece? ¿Por qué no está en servicios sociales?
—Insiste en ser mayor de edad.
—Sí, gracias —soltó en un tono suave, haciendo un gesto con sus ojos y cejas que dejaba ver una inquietud en él—. Lo soy, tengo diecinueve.
—Claro, yo me gane la lotería hace tres años y vivo aquí de vacaciones. ¿Qué haces aquí? —pregunté sacando otro nuevo cigarrillo de mi bolsillo, alcanzando a prenderlo mientras veía al chico.
Parecía ser menor, se me dificultaba creer que se trataba de alguien menor, sus gestos eran muy delicados para tratarse de alguien mayor.
Guardo silencio por unos segundos, prestando atención a mi encendedor. Parecía querer buscar algo en este.
Con confusión, acabe de prender mi cigarrillo, cerrando el encendedor para acercarme al joven. Di una ligera señal a mi compañero de forma en que entendiera el permiso de irse, algo que comprendió a la perfección.
Me acerque al niño, aun alejando el humo del cigarrillo de su rostro, no sin antes entregarle el encendedor que tanto veía en sus manos.
—¿Te gusta? —cuestioné.
—Es bonito.
¿"Bonito''?
— ¿Cómo te llamas?
—Eso no es ni será relevante. Necesito su ayuda para una misión.
¿Qué no era relevante? ¿Pues quién se creía este niño? ¿La segunda venida de Cristo?
—Es relevante. Y si pretende conseguir mi ayuda tendrá que empezar a colaborar.
—Podemos hablar de porque no es relevante, pero dudo que usted sea capaz de razonar la respuesta — ¿Razonar?
No, si este niño me volverá loco.
—Escuche que has estado buscándome por todo el pueblo. ¿Has estado desperdiciando tu llamado solo para insultarme sin conseguir respuesta?
—Tengo un precio.
—¿Sobre qué?
—Un precio para que me ayude. Le aseguro que sentirse insultado valdrá la pena si le muestro el precio que estoy "dispuesto'' a pagar.
La rara forma en que aclaraba su palabra solo me hacía sentirme más herido de orgullo.
—¿Por qué yo?
—¿Por qué usted no?
Su evasiva, su forma de hacerme ver como estúpido y su sarcasmo bien logrado me hacía sentir de una manera inexplicable.
—No soy el mejor haciendo mi trabajo, el título es una decoración, no algo a lo que le dedico mi vida.
—Me temo que le conviene.
Entrecerré mis ojos devolviendo el encendedor a mis bolsillos. Existían pocas personas que me seguían la conversación, muchas pocas más me hacían interesarme en seguirla.
—¿De cuánto dinero estamos hablando?
Quedo en silencio unos segundos más. Parecía estar pensando bien en su respuesta y eso a mí me lo decía todo.
La mayor posibilidad era que no había ninguna cantidad, solo era un soborno. Uno que ahora me hacía sentir como un tonto por interesarme tanto.
Pellizque la pequeña arruga que se formó en mi frente al fruncir el ceño. ¿Por qué a mí me pasan las cosas menos interesantes? Sé que fui la sensación del momento cuando era pequeño, pero eso ya había pasado hace mucho. Por favor, solo denme algo de lo que entretenerme. De lo que aferrarme.
—¡Miles! Llévate al niño y encuentra de quién es —ordené devolviéndome a mi asiento, completamente decepcionado.
—Tengo dinero, el suficiente.
—No funciona sobornar a un policía con dinero imaginario, ve a casa a jugar que te atropellan.
Ignoré el resto de palabras que soltaba, parecía tener más que reclamar que Bianca.
Al menos sabía las similitudes que tenía con un niño engreído.
Y podía tomar eso a mi favor en más de una ocasión.
Había algo que después de analizar resultaba más interesante y era la razón por la que el niño me buscaba a mí, su misión y su dinero falso parecían ser algo digno de un niño para llamar la atención, ¿pero de qué se trataba todo esto?
De todo el pueblo lleno de personas con vidas mucho mejores que la mía, me eligió a mí para ser parte de su bromita. ¿Qué podía decir con todo esto? Quizás estaba tan solo que empezaba a alucinar y sufría demencia o algo por el estilo.
Creo que cualquiera de esas opciones es mejor que la realidad.
Cualquier cosa era más interesante.
Regrese a mi escritorio una vez se llevaron al niño. Buscando la botella de alcohol que anteriormente había comprado solo para toparme la ausencia de está donde la había dejado.
Me moví por la silla en busca de la botella, es posible que le crecieran piernas y se fuera, era irónico que hasta el alcohol huyera de su mayor fan.
Pase el tiempo pensando en donde se había ido mi botella y que haría después del trabajo—que más que trabajo era sentarme en un escritorio por más de diez horas a ver papeleo innecesario—.
Llegue a la conclusión que hacerme la cena y comer solo era un buen plan. A menos que mi padre tuviera otros planes.
Eran las 10:00p.m, no había recibido ni una llamada ni algo interesante en que concentrar mi mente para convencerme de que la vida vale la pena vivirla. Terminaba un simple reporte de saqueo en un basurero público, algo de lo que era probable que se tratará de simples mapaches, no es por nada que vivimos cerca de un extraordinario bosque de quién sabe cuántas millas de distancia.
Tendría que gastar más dinero en alcohol esta noche, eso tenía en mente. Hasta que mi compañero Miles quiso invitarme a un trago. Según él y citó: "No hay mejor regalo de cumpleaños que un buen trago". Debería considerarse mi filosofía de vida y no una frase que un posible ex convicto diría después de asesinar a miles de hombres bajo una presa.
Por el único motivo de que se trataba de alcohol y no de alguna actividad social en particular, quise ir.
Desde pequeño socializar no se me da, por más que me gustará la convivencia pública y el hacer amigos, para nadie nunca fui lo suficientemente agradable, es una de las pocas cosas que no han cambiado ni planeo que cambien.
Algunas cosas son solo mejor así como están.
¿Era mi poca iniciativa la que derivaba en mí una rutina totalmente alejada de mis esperanzas de pequeño?
Mierda, me estoy volviendo un auto reflexivo con el whiskey, debo recordar comprar de otra marca o pedir de forma directa otra bebida.
—¿No es un encanto?
—¿Qué?
—¿Ya estás ebrio? Te estaba hablando. ¿Me has escuchado?
—No, perdona. Ha sido un día cansado.
—¿No tenías planes para tu cumpleaños?
—Ninguno, ¿acaso me ves siendo alguien sociable? Solo tú recordaste mi cumpleaños aparte de mí.
Eso sonaba menos deprimente en mi cabeza, lo juro.
—A quien tenemos aquí —escuché detrás de mí, claro que no me gire para ver, en un principio ni siquiera sabía que se refería a mi hasta que sentí algo en mi espalda.
Bostecé dejando el vaso en la barra, cruzándome de brazos listo para pedir otro trago, hasta que Miles me dio una pequeña patada en mi pie izquierdo.
—¿Qué?
—Atrás.
Alcé una ceja confundido por su indicación, solo para terminar aún más confundido al darme la vuelta en mi asiento y toparme con este tipo alto y enorme, tenía un mal presentimiento, pero ese rostro me era desconocido.
—¿Disculpa?
—Blair.
—Lo lamento, ese soy yo, ¿nos conocemos? Sería difícil olvidar a un tipo de semejante... Semblante, pero se me es imposible tan siquiera recordarte.
Quería seguir divagando con la excusa de que no tenía la menor idea, no obstante me encontraba más asustado por imaginar la buena patada de trasero que me iban a dar.
El tipo me jaló de mi camisa para acercarme a él con una fuerza que bien podría dejarme en coma.
Algo de emoción, por más que sonará autodestructivo.
—Te acostaste con mi hermana esta mañana.
Mieeeerda.
Era él. Estaba seguro de que acostarte con alguien era privado y no un dato público y familiar, me gustaría tener la confianza que tienen entre ellos para contarse esas cosas.
—¿Qué hermana? —me hice el tonto, recibiendo un buen empujón de parte de él después de decirlo.
Me agaché rápido en busca de esquivar el golpe que se dirigía con fuerza súbita a mi rostro, algo que logre bien fue salvarme de esa, pero mi trago no corrió con la misma suerte.
—¡Si van a pelear háganlo afuera!
—Hoy no habrá peleas, señor Smith—aclaré ahora quitando el polvo de mi abrigo—. ¿Verdad, fortachón?
Mi discurso se vio interrumpido por esta vez todo el cuerpo pesado de él, quien en busca de derribarme de una vez se abalanzó a mí hasta pegarme a la barra de una manera en que me era difícil levantarme.
Mi espalda sufría todo su peso y la mala postura del pedazo de madera que había en la barra, hasta que el peso fue demasiado y se rompió en dos, dejándome caer al suelo con todo y los pedazos de madera. Tosí de forma ligera camuflando mi grande dolor con un simple y cínico comentario:
—¿Eso es todo?
Claro que no fue todo. El idiota se abalanzó nuevamente a mí para seguir golpeándome, tampoco me deje así de fácil, pero cuando se trataba de fuerza y peso me ganaba.
Termine con una deuda de casi 1000 dólares, una nariz rota y una posible orden de alejamiento para ya no acercarme a Bianca.
Mi cumpleaños jamás había sido tan entretenido.
Terminé en la acera, fuera del bar. Después de la pelea tuvieron que sacar a toda la gente, yo me asegure de que no hubiera más heridos y una vez acabo la pelea, mandaron al tipo a su casa, algo que valió la pena de ver después de la paliza.
Ahí estaba, a las once de la noche afuera de un bar vacío en medio del frío, sosteniendo el pañuelo blanco en mi nariz para no manchar toda la calle con el líquido rojo característico de un humano.
Tal vez si no me hubiera peleado en el bar hubiera podido conseguir más licor.
—Debe ser tu mejor cumpleaños.
Esa voz... otra vez.
Alcé mi vista perdida solo para toparme con el niño de esa mañana, quien sonreía de forma maliciosa al verme en ese estado. Oh, en verdad lo disfrutaba.
—Espera... ¿quién te dijo?
—Hay una señora que te cuenta todo sobre el pueblo si le compras algo.
Solté un bufido divertido, la idea de que tuviera que pagar para escucharlo de alguien me era graciosa.
—Te estafaron, no hay nada que contar.
—Creo que hay mucho que escuchar —respondió sacando algo de su abrigo, era mi botella.
MI botella. La que en la mañana se perdió de forma mágica, él la tenía todo este tiempo.
—Tú...
—Olvídalo, creo que la necesitas más que yo.
—La robaste.
—No, no es cierto, la encontré tirada y no tenía nombre... ni factura.
Subestimé a este muchacho, pudo burlar a un policía, ¿qué más es capaz de hacer por atención?
—Eres más astuto de lo que pareces.
—Me gustaría decir lo mismo.
—¿Disculpa?—cuestioné abriendo la botella.
—Has estado llamándome como "él" todo este tiempo, sabía que el corte era buena idea, pero viniendo de un policía esperaba más.
—No sé qué esperabas de un policía, tenemos fama de comer donas y... —reaccioné a sus palabras, no solo acababa de suponer mi nivel de inteligencia, también se atrevió a confesarme algo que no imagine—¿Eres "ella"?
—Tardaste.
—Genial, eres una niña extraviada que roba alcohol y quiso sobornarme.
—No soy una niña y no era un soborno —aclaró sacando otra cosa de su abrigo de los mil bolsillos, acercando a mí una bolsa pesada—. Te dije que tenía dinero.
Con mi mano libre cargue la bolsa, sí era pesada, sin embargo por lo escuchaba, no eran todas monedas, no había forma de engañarme. Con duda abrí el bolsillo, sí se trataba de una cantidad exagerada de dinero.
—¿De dónde sacaste todo este dinero?
—Robe un banco.
Gracioso.
—¿Y crees apto confesárselo a un policía?
—¿Qué razón tengo para decírselo a un policía si no es parte de una broma o parte de un engaño para hacerte creer que es una broma?
Su astucia era más de la que había considerado.
Al parecer el niño-niña, venía con sorpresas. Dignas sorpresas.
No solo mis observaciones eran incorrectas, sino que ahora también tenía la oportunidad de lidiar con algo interesante o no.
Pasará esto a la historia de mi vida.
—Tienes que estar en serios problemas si estás dispuesta a darme tanto dinero.
—Necesito buscar a alguien.
—No será para partirle la cara, ¿verdad? Como has visto no me va muy bien con los golpes.
Era tan irónico haberme formado como un justiciero sin saber cómo demonios usar mis puños. En mi defensa, soy lo mejor de lo mejor cuando se habla de armas y puntería.
—No, estoy buscando a mi padre.
—¿Tu padre? —Cuestioné con genuina sorpresa, al parecer esta criatura no era huérfana— ¿Él está en problemas?
—Mira, no necesito responderle de más las cosas en que me haya metido, lo que necesito es que me ayude a buscarlo, si me ayuda y lo logra, puede quedarse con todo el dinero, es suficiente para vivir bien por años o salir de este aburrido pueblo a un lugar más interesante.
Cada palabra que salía de su boca parecía ser una ganga, una vil coincidencia que ahora si bien me alarmaba, me resultaba tentador.
¿Era esta la señal que tanto rogaba?
Había un buen botín, era una simple misión con una niña travesti, ¿Qué podía salir mal? Ansiaba una libertad que ahora estaba del otro lado de la puerta, mi paciencia jamás había sido tan poca como ahora.
—Acepto.
Estire mi brazo a ella para llegar a un estrechón de manos, sería el símbolo de nuestro pacto.
Ella me ayudo a levantarme del suelo, mi nariz estaba mejor que antes y eso me permitía moverme con la tranquilidad de saber que no derramaría sangre en todas partes al dar un simple paso.
Empezamos a caminar en la calle, ella insistió en comenzar ahora y yo solo podía intentar seguirle el ritmo. ¿Qué mejor velada en tu cumpleaños que acompañar a una mocosa a buscar a su pobre viejo?
Se notaba un genuino afecto por esa figura paterna, ¿pero a qué se debía esto?
Habían muchas preguntas y cada una era más interesante que la otra, solo no llegaba a concordar cual hacer primero.
El camino fue silencioso, vagaba por mi mente por tanto tiempo que ni siquiera recordaba cómo había llegado hasta donde me encontraba.
Tal vez era el efecto del licor o de la buena golpiza que recibí, pero empezaba a sentir que todo a mí alrededor se volvía borroso. Sentía que caería pronto al suelo y me daría un golpe de cabeza lo suficientemente fuerte para reacomodarme mi cerebro. Y luego, en un instante, fue como si solo reaccionara.
Como si mi sensibilidad hubiera vuelto y con ello mi visibilidad.
Y no era coincidencia ni la mejor respuesta, era solo una defensa...
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté alarmado cuando me vi llegar a la entrada del bosque.
El famoso bosque de Luton.
—Aquí es —prosiguió—, mi padre se ha perdido aquí y necesito que me ayudes a buscarlo.
Negué de forma tan rápida que mi cabeza empezó a dar vueltas, di unos pasos atrás ahora sintiendo la taquicardia atacar mi cuerpo.
¿El dinero valía la pena por esto?
No voy a mentir, lo consideré seriamente, pero tras recordar vagamente gran aspecto de mi infancia, llegue a una conclusión:
No, ni de lejos.
—Busca a alguien más.
—Ya aceptaste.
—¡He dicho que busques a alguien más!
—¡No hay nadie más! —reclamó en el mismo tono de voz que yo, al notar el mío era fácil defenderse.
—No entraré allí, nunca dijiste que se trataba del bosque.
—Eres el único que puede ayudarme, eres el único que ha entrado.
—No. No iré. No hace ni una mierda.
—¡Necesito a alguien que me defienda de lo que hay allá dentro!
—¡Pues busca a alguien más! ¡Alguien más capacitado! ¡Alguien más cuerdo que yo!
Iba a seguir mi evidente reclamo, los gritos despertarían a medio pueblo si seguíamos así, pero en eso un ruido me detuvo.
Alguien cargo un arma.
Y cuando estaba dispuesto a alejarme y darme la vuelta, la boca del arma se posó sobre mi piel, haciéndome estremecer.
No era la niña, no era un policía, esa arma no era un arma. ¿Qué demonios pasaba?
El arma se sentía distinta a las que conocía, contaba con tres bocas distintas y cada una de ellas estaba ahora sobre mi espalda.
—No te muevas.
Subí mis manos hasta la altura de mis hombros soltando la botella de licor sobre la tierra, derramando todo su contenido. No solo era una persona la que me apuntaba, eran varias, las linternas permitían hacerme saber que se trataba de todo un grupo. Todos equipados con chalecos y armas que desconocía.
—Busquen en la cercanía, estando él aquí no debe estar muy lejos.
¿Yo qué tenía que ver en esto?
¿"No debe estar lejos''? ¿Hablaban de la niña? Ella estaba literalmente delante...
Cuando gire un poco mi cabeza en busca de la silueta de la niña, no hubo ni una pista de su rastro, solo era como si se hubiera desvanecido. Como si el viento fuera el único testigo de su presencia aparte de mi mente alcoholizada. Todo lo que había en ese sitio aparte de mi posible futuro cadáver era pasto y árboles, que junto a la oscuridad poco se notaban.
Claro que ahora las linternas de las nuevas personas alumbraban bien el bosque.
Siempre tan lúgubre, nunca tan misterioso.
—Ella lo busco otra vez, ¿qué le dijo? —me cuestionó apegando más el gatillo a mí.
—Ni siquiera la conozco —admití tras la pregunta de la mujer.
Parecía ser algo serio... ¿Estaba metido en líos de mafia? Sería divertido. "Disparan a policía por querer buscar el padre de una mocosa líder de una mafia''.
Mi imaginación estando ebrio solo era peor. No pueden pedirle cordura al loco del pueblo, eso va contra las reglas... okey, sí. Estaba volviéndome más loco de lo que necesitaba.
—Lennox, no hay nada en el entorno, está vacío.
¿"Lennox''? Era un nombre muy sofisticado para alguien que decidiera ser un policía, ¿Acaso lo era?
—Bien, lo haremos a las malas entonces.
Lennox parecía ser muy seria, muy... determinada incluso. Jamás imagine su siguiente acción cuando soltó su advertencia.
El arma que antes reposaba sobre mi espalda ahora estaba en mi cabeza, esa maldita arma no era un arma normal, era una jodida forma de decirme adiós de este mundo. Un solo movimiento con el gatillo y terminaría con la cabeza partida en dos, no me equivocaba cuando mencione las tres bocas del arma y la forma en que resonaba su mecanismo funcional en mi oreja no me dejaba mucho a la imaginación.
—¡Tienes cinco minutos o disparo!
Estaba ebrio, oficialmente, tanto que no me importaba mucho recibir un tiro ahí mismo. Hasta que al frente de mí, como el mejor recordatorio de lo borracho que estaba, en el tiempo de un espejismo, la imagen que percibían mis ojos se dobló en dos. La vista al bosque se volvió más borrosa, al punto en que un sitio en especial en medio de la nada se arrugo hasta que empezó a tener el mínimo sentido. De repente en ese doblez de realidad, la silueta de la niña se hizo presente, saliendo de esa capa que la camuflaba de su entorno, resulta que el abrigo largo y azul que tenía era más que mágico.
Formando si silueta, alzo su mano a nosotros con un arma cargada en sus manos, el mismo tipo de arma que usaba Lennox contra mí. Digamos que soy un profesional en esto, esa amenaza de parte de ella no iba a asegurar mi bienestar. Apreciaba la intención de su defensa, pero Lennox tenía ventaja sobre mi cabeza.
—No creo que quieras jugar a esto.
Parecían conocerse bien.
—Suéltalo, Lennox.
Palabras inesperadas, jamás pensé escucharlas en mi lecho de muerte.
—¿Cuántas veces más seremos el gato y el ratón? Solo ríndete, tu padre estará a salvo si colaboras.
—¿"MI padre"? —Hizo un énfasis extraño, me pondría a pensar más sobre eso si no fuera porque me están apuntando con un arma—¡Ya he colaborado lo suficiente! ¡Toda mi vida!
Exclamó alzando más el arma, lo que solo provoco un mayor apego al arma en mi cabeza.
—Suelta el arma.
De forma sorprendente y nueva, a alguien yo le preocupaba y esa era a esa niña. Nos desconocíamos por completo, yo no la recordaba de ningún lado, y aun así, ella se dispuso a bajar el arma para mantenerme a salvo.
—Suéltalo.
Ella levantó ambas manos de manera en que se viera la intención de colaborar, aunque parecía considerarse algo injusto tomando en cuenta que ella no solo era menor que ellos, sino que estaba completamente sola...
¿O no?
Una vez Lennox me soltó, fui alejado de la escena, no lo suficiente para dejar de ver ni huir, pero si lo suficiente para permanecer lejano a ella.
—Atrápenla —ordenó chasqueando los dedos, en un ligero movimiento los demás soldados se acercaron a la mocosa y en ese mismo instante la derribaron al suelo sin tan siquiera ejercer fuerza física sobre ella.
No, no era por un golpe, ellos hicieron algo que me desconcertó mucho más, ellos solo presionaron un simple botón en sus camisas, que hizo que ella se tirara al suelo y se tapara los oídos con fuerza.
Por esos segundos en que veía el dolor reflejado en sus quejidos y su cara alarmada, pude ver el cómo su cuerpo se desvanecía de forma literal. Como un destello hacia que se transformará en fantasma por esos instantes en que sufría.
¿Por qué tendría que dejar que ella sufriera así? Ella acababa de salvarme, por más extraño que me pareciera o desconociera los motivos por los cuales me ayudo, ¿No sería justo que yo hiciera también lo mismo?
Deshaciéndome de mi cobardía, lleve mi cabeza con tanta fuerza hacia la persona que estaba atrás mío que la derribe, no era bueno en combate y terminaría pisoteado si me atrevía a soltar golpes, pero había algo en lo que si era bueno por más que fuera algo nuevo para mí. El arma que tenía la niña había sido arrebatada de sus manos, y ahora la tenía yo gracias a que golpeé al otro tipo.
El arma no era tan grande, aunque sí que era pesada, parecía ser descomunalmente poderosa y eso me alegraba. No dudando ni un segundo más lleve mi dirección al guardia que tocaba el botón, animándome a disparar antes de que se dieran cuenta de mi gran arrebato.
Dispare y mi mano se sintió golpeada, la pesadez explicaba mucho esta vez, el arma había disparado dos balas que al tocar la piel del contrario los atravesaba de inmediato, mi cerebro no sería partido en dos anteriormente, seria calcinado como lo hacía con los huesos de a quien disparé. Pero no era tiempo para quedarse a ver lo que podía o no suceder.
—¡Levántate!
Corrí hasta la niña en el suelo, levantándola con un salto y acomodándola en el suelo para que se pusiera a correr. Dando tropezones en el suelo por fin pudo hacerme caso y salió corriendo en dirección al bosque, donde perderíamos pronto el rastro de aquellos matones.
Lennox nos siguió, pero fuimos más rápidos. La niña parecía conocer mejor el camino que yo, lo que resultaba aún más confuso.
Solo me dispuse a seguirla, disparando una que otra vez más a esos tipos con esa nueva arma, por más que fuera pesada, era eficiente, era el tipo de armas que no podrías obtener tan fácil.
—¡Blair! —me grito la niña, jalándome del brazo cuando llegamos a un punto determinado del bosque.
Las personas ya estaban muy atrás de nosotros, pero ella se encargó una vez más de perderlos.
En esa parte del bosque en que ella me guiaba, llegamos a una parte que parecía ser solo un marco, una pintura exacta del bosque que solo era un pedazo de papel.
Mi comparación puede ser extrema, pero es que así se sintió. Una vez llegamos a esa parte, la niña corrió tan fuerte que fue como si el bosque se partiera en muchos fragmentos, ninguno me hizo daño, fue... cósmico.
Fue como entrar a un portal en el bosque que solo nos llevó a otra parte del bosque, al menos eso parecía ser.
Estaba tan confundido, tan intrigado y alarmado, componer las palabras en mi mente para formar una oración concisa jamás había sido tan difícil.
Tal vez por eso sabía que todo esto no se trataba de nada bueno...
Hoy es 21 de Julio de 1990, son las 11:53 p.m. Es mi cumpleaños, el aniversario de la muerte de mi madre, el aniversario del hombre en la luna, y tal vez el día en que se forma un nuevo cambio, un nuevo hecho que revolucione lo que conocemos. Tal vez yo esté pasando a la historia en este momento.
La verdad no estoy acostumbrada a hacer notitas, pero ahora las haré jiji.
Tardé bastantote en intentar subir este episodio y ahora por fin aquí está, espero les guste<3
Chau.
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