Él era un niño sonriente que nunca deseaba el mal, se crió en un buen ambiente y también tuvo el amor de su mamá. Nunca molestaba a nadie y siempre le gustó jugar hasta el día en que entró a la escuela y todo comenzó a cambiar.
Él era distinto a los demás y por eso cada vez que reía los niños lo miraban mal. No comprendía porque se le burlaban, sin embargo como todo crío seguía su vida normal.
Hasta que llegaba a su casa y siempre pregunta lo mismo: "Mami, ¿Por qué soy distinto?, ¿Por qué siempre me tratan mal?."
Su madre como cualquier otra le explicaba mientras abrazaba a su hijo: "Tranquilo, no les escuches, no son quien para juzgarte."
Él tenía una gran cicatriz marcada en su rostro, la cual le impedía entablar tan solo una amistad.
Entre tantas carcajadas, a él no le hacia gracia... Tanto que ya temía ir a clases y tenía que soportarlo.
Con el tiempo fue creciendo y su sonrisa fue acabando, la baja autoestima había invadido todo su ser por completo.