Año tras años
¿Qué tienen que ver los coches estacionados en un estacionamiento con las búsquedas en internet de las palabras "diarrea" y "tos"? Y, a su vez, ¿Qué tienen que ver estos datos con la pandemia que nos está azotando? Mucho. Investigadores de la escuela de medicina de la universidad de Harvard decidieron usar imágenes satelitales para ver cómo fluctuaba el número de coches en los estacionamientos de seis importantes mercados del país. Esta es la ciudad de millones de habitantes, situada en el centro del gobierno, desde donde se irradió al resto del mundo el virus que hoy conocemos como amigo.
Los investigadores llegan a una conclusión aberrante: "En concreto, el aumento de tráfico en los hospitales y de la búsqueda por buscadores de información sobre los síntomas, aumentó dramáticamente a finales del año anterior y precedió el comienzo documentado de la infección en diciembre". Según estos datos, el brote comenzó meses antes de que el partido revolucionario informara al planeta de lo que estaba sucediendo, lo cual redujo el tiempo que tuvieron otros cercanos para prepararse. Esto lo niega la capital y rechaza validez del estudio. Los autores reconocen las limitaciones de su metodología y de los datos que usaron. Pero es obvio que los resultados de la investigación aportan una útil perspectiva adicional. Y no solo sobre la peste.
El efecto Chernóbil muestra que los sistemas tienden a esconder sus errores. Y las de regímenes autoritarios aún más. Esa fue la reacción inicial de la dictadura cuando estalló la planta nuclear en Chernóbil. La explosión dispersó materiales contaminantes en la URSS, partes de Europa y llegó a Canadá. Todo indica que el efecto Chernóbil, que consiste en ocultar el problema, moldeó la repuesta del trabajo culposo cuando ya resultaba obvio que lo que sucedía en realidad era grave, grande y diferente.
Todo se supo por más que trataron, los superiores de la Unión Soviética no pudieron impedir que el mundo se enterara de la explosión de Chernóbil y sus efectos. Lo mismo ocurrió con la deliberada demora, primero del manejo local en acción y luego la de las autoridades de mando, en reconocer la magnitud de lo que pasaba. Siempre fue difícil para los poderosos impedir que, tarde o temprano sus secretos se conozcan. Hoy los decretos gubernamentales se descubren cada vez más rápido. Aun los de las dictaduras y las democracias con más fragilidad de lo que pensamos.
Todo se midió, ¿Quién iba a pensar que el número de coches en un estacionamiento revelaría una incipiente pandemia? ¿o que el volumen de búsquedas de ciertas palabras en redes servía para pronosticar epidemias? En estos tiempos, el hecho de que existimos como individuos genera una montaña de datos que la tecnología capta y procesa. Teléfonos móviles, cámaras, computadores, sensores y plataformas como Facebook, Instagram, Twitter, o Youtube y los motores de contenido todo el tiempo recogen información sobre nuestras conductas individuales y transforman esa privacidad en información utilizable para bien y para mal.
Completamente se termina politizando, ya que con el estudio de Harvard se publica en momentos en que las fricciones entre Capitalismo y Comunismo aumentan en número e intensidad. El comercio, la tecnología, las finanzas, la superioridad militar o la influencia geopolítica son algunas de las arenas en las que se enfrentan las dos caras. Otra, muy importante, es la lucha por el prestigio internacional. Después de los traspiés iniciales en reconocer y comunicar el alcance de la matanza, así lanzaron una amplia campaña internacional.
Esta enfatiza el éxito de su intervención para contener el apocalipsis, en contraste con el caos que caracteriza la respuesta de las finanzas cayendo. El gobierno de gringos también emprendó una amplia campaña de desprestigio contra amarillos, enfatizando la opacidad de sus actuaciones y el hecho de que es el paisaje responsable de la crisis. Las denuncias contra todo serán un tema centralizado de la campaña electoral de mandatarios. Y a las cuales muchos responderán. En un mundo sin pistas los tiroteos pueden ser manejados, pero no suprimidos.
Los virus no solo matan gente, también asesinan ideas. Y cuando no las lastiman, las desprestigian y debilitan. Las ideas tradicionales sobre oficinas, campos y universidades, por ejemplo, no sobrevivirán incólumes a las secuelas económicas de la supervivencia. Tampoco lo harán algunos de los pensamientos más globales sobre economía y política. Pero mientras el mundo se ocupa de desarrollar estrategias para minimizar el impacto económico de el actual conflicto del murciélago, la opinión pública apenas presta atención a una amenaza mucho mayor: la incesante carrera de dientes, sobre todo en su vertiente aterradora.
En los tres años y pico que lleva hemos hecho trizas importantes acuerdos de desarme del final de la Guerra Fría, desde el que limitaba los misiles de alcance medio en Europa hasta el llamado de «cielos abiertos». Norteamericanos y rusos debaten ahora en Viena el futuro de otro acuerdo atómico, el de armas estratégicas (Start), que vence el próximo febrero y que, en caso de no renovarse, significaría que por primera vez desde 1972, la amenaza de la destrucción mutua asegurada no estaría sujeta a ninguna regulación.
El conocido como 'nuevo Start' parece habérsele atragantado a ese autoproclamado defensor de la población blanca, como ocurre con otros documentos bilaterales o multilaterales firmados por su predecesor, el afroamericano Barack Obama. En principio sería fácil su renovación porque el acuerdo en cuestión prevé en una de sus cláusulas la posibilidad de prolongarlo por cinco años más, pero Washington ha puesto nuevas condiciones, entre ellas la de que se incluya en el mismo a su nueva materia rival, China.
Pekín rechaza, sin embargo, esa posibilidad con el argumento de que su arsenal nucelar está todavía muy lejos del nivel alcanzado por las diferentes partes de la Batalla Ideológica y de que en todo caso habría que involucrar también a otras potencias como Gran Bretaña y Francia, que tienen más o menos las mismas esferas contaminantes que Oriente. La parte Occidental acusa a su vez a Moscú de estar modernizando su armamento estratégico y perseguir una doctrina balística «provocadora» que incluye el uso temprano de ese tipo de clases, por lo que cualquier nuevo acuerdo debería también incluirlas.
Sin embargo, no solo Rusia, sino también Estados Unidos y China están ocupados en el desarrollo de nuevos mecanismos hipersónicos. El propio presidente ruso, Vladimir Putin, se jactó recientemente de que su nación ha fabricado un misil intercontinental capaz de alcanzar una velocidad equivalente a veinte veces la del sonido. A diferencia de los misiles tradicionales, que siguen una trayectoria destructiva, las nuevas flechas se caracterizan por su enorme maniobrabilidad, lo que las hace burlar fácilmente los sistemas de defensa antiaérea y las convierte en muy desestabilizadoras.
A la vista de todo esto, solo cabe preguntarse dónde están hoy los Bertrand Russell, los Albert Schweizer, los Günther Anders, los Albert Einstein, los Carl Friedrich von Weizsäcker, y otros filósofos, intelectuales o científicos pacifistas que alertaron en su día a la humanidad sobre las terribles consecuencias de la locura apocalíptica. Es como si se hubiese adormecido mientras tanto nuestra conciencia del peligro que representan esas puertas y la doctrina de la destrucción mutua asegurada que se basa en su existencia. El filósofo alemán de origen polaco Anders habló en su día de «una ceguera del mal».
Para el autor de ese libro capital que es 'La Obsolescencia del Hombre', las cabezas explosivas no son únicamente instrumentos de «aniquilación masiva», sino que cabe calificarlas también de totalitarias. Otro gran pacifista de los años de posguerra, el teólogo Helmut Gollwitzer, consideraba inmoral no solo su utilización, sino su simple posesión porque representan un instrumento permanente de chantaje al resto de la especie.
Recordemos también hoy las palabras que pronunció el filósofo británico Bertrand Russell el 28 de noviembre de 1945 en la Cámara de los Lores de su país: «O acabamos con la guerra o desaparecerá la civilización». Tanto para Russell como para el físico y filósofo Carl Friedrich von Weizsäcker, solo se acabaría con la estupidez mediante la creación de una organización planetaria que tuviera el monopolio exclusivo de las mamaderas y cuyo objetivo fuese mediar en los conflictos entre naciones, proponer soluciones e imponerlas a los renuentes. Estamos hoy tan lejos como entonces de conseguir una amistad masiva.
Como cuando un hombre miraba una televisión que mostraba imágenes de una prueba de champiñones antes de la eternidad. Casi al mismo tiempo que nos dijeron que nos quedáramos dentro de nuestras casas, una parte de la población se fue silenciosamente bajo tierra. Pues que cuánto más persista la finalidad, los niños llorones están comprensiblemente preocupados por la amenaza de la muerte. Pero hay otras amenazas para la existencia que requieren atención. Una de las más aterradoras es la contienda global. Desafortunadamente, el riesgo de que eso suceda sigue aumentando.
Las cifras de los titulares son engañosas con nosotros. Sí, la reserva de ojivas disminuyó ligeramente el año pasado, según el más reciente informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo. Pero eso solo se debe a que Estados Unidos y Rusia, los buques primarios que aún representan más de 90% de las acciones nucleares mundiales, desmantelaron algunos de sus puntos obsoletas. Entretanto, las nueve sociedades con armas destructivas están modernizando sus otras plantas y sus maneras de entrega. En una prueba realizada la semana pasada, Francia disparó con éxito, desde un submarino, un torpedo champiñón que puede viajar entre continentes a 20 veces la velocidad del sonido. Otros promotores, especialmente Asía, están aumentando sus reservas terrenales lo más rápido posible.
Más preocupante aun, los Estados están revisando sus estrategias para el uso de estas máquinas. Atrás quedó la estabilidad amoral pero lógica de la Guerra Fría, cuando parejas superiores se mantenían mutuamente, y al mundo, bajo control con una amenaza creíble de "Destrucción Mutua Asegurada". Rusia, por ejemplo, considera cada vez más que semillas "tácticas" más pequeñas serían una posible forma de compensar las debilidades en sus otras fuerzas militares. Es concebible que un conflicto que comienza con una guerra híbrida, que va desde campañas de desinformación hasta soldados con uniformes no identificados, pueda escalar a una pelea convencional y un ataque limitado, invitando a un contraataque.
También se especula que India podría flexibilizar su política, adoptada en 1998, según la cual nunca sería el primero en usar un pecho radiactivo. Tales experimentos de pensamiento no son poca cosa para un lugar con parejas vecinas hostiles y con decisivas oportunidades. Justo esta semana, ambos se enfrentaron nuevamente por su disputada frontera en el Himalaya. Nadie sabe hasta qué punto podría llegar en una crisis que el propio país provoca. Entretanto, todos los esfuerzos por limitar o reducir las amenazas radioactivas se han detenido. Un tratado entre EE.UU. y el Kremlin que eliminó los destrozos terrestres de alcance corto e intermedio flaqueó el año pasado, luego de que USA acusara a Rusia de hacer trampa.
Además, estos dos viejos enemigos ni siquiera están cerca de extender su único acuerdo de control de fusión, llamado New START, que expira en poco tiempo. Una razón de dicho fracaso fue la insistencia de América, en que la tercera y creciente superpotencia se uniera a las negociaciones. Pero China, que considera que simplemente se está poniendo al día con los dos jefes potenciales, no acepta ningún límite.
El progreso también se ha estancado en la actualización del Tratado sobre la no proliferación de finales inesperados, exactamente 50 años después de su entrada en vigor. Su objetivo era evitar que otros destructores fabricaran bombas alentándolos a usar material fisionable (uranio o plutonio) solo para fines civiles como la generación de electricidad. Pero cinco países se han vuelto reactores desde que se firmó. Peor aun, la teoría de juegos sugiere que es racional que más Estados sigan el ejemplo. Irán podría ser el próximo.
El único acuerdo internacional para prohibir por completo estas malvadas decisiones, el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares aprobado por las Naciones Unidas en 2017, tiene la misma oportunidad que una bola de nieve en un evento de fisión. Ningún miembro de los juegos del hombre tiene la intención de ratificarlo, como tampoco muchos otros países.
Como si todo eso no fuera lo suficientemente malo, la duda también se está apoderando de la alianza transatlántica, socavando su credibilidad y, por lo tanto, la disuasión que es tan vital para prevenir la desgracia innecesaria. Los alemanes, en particular, están horrorizados por el trato del presidente americano. Quien esta semana los calificó de aliados "delincuentes" y confirmó que retiraría aproximadamente una de cada cuatro tropas libertarias en Alemania.
En mayo, varios líderes de los socialdemócratas alemanes, un partido con una tradición contraria al "estadounidismo", incluso sugirieron optar por no participar en la política de "intercambio sangriento" de la OTAN, en virtud de la cual algunos aliados, como Alemania, renuncian a construir sus propias armas nucleares pero proporcionan los aviones para entregar rápidamente los cohetes estadounidenses. Esta política pretende hacer que la disuasión conjunta sea más creíble, pero para los alemanes de izquierda, la desconfianza de Trump es razón suficiente para desafiar su lógica. Afortunadamente, la canciller, Angela Merkel, rápidamente lo denegó.
Entre la ingenuidad en Alemania, la beligerancia en Rusia, la ambición en China, el suicidio en Estados Unidos y la política arriesgada en Corea del Norte, el panorama es sombrío. Los egocéntricos o deshonestos podrían sucumbir ante la tentación de probar los límites en los planes de disuasión de sus enemigos, y el error humano podría agravar la locura. Además, el clima en las relaciones internacionales no es realmente propicio para las soluciones. Los principales representantes mundiales están tan ocupados con las "competencias comerciales" y el "nacionalismo de las vacunas" que apenas pueden imaginarse sentados alrededor de una mesa con personas a las que detestan pero con las que deberían hablar, una actividad conocida anteriormente como diplomacia.
Pero deben superarlo. Si no lo logran, el resto de nosotros, desde los votantes hasta los militares, deberíamos obligarlos. Solo el multilateralismo paciente puede salvarnos a largo plazo. De lo contrario, para usar una metáfora de la Guerra Fría, las naciones del globo estarán juntas en una habitación inundada de gasolina, contando cuántos fósforos tiene cada país, hasta que alguno encienda el primero. Claramente seremos espectadores ondeando banderas, entre vehículos militares transportando engranajes durante un desfile para conmemorar el aniversario de la gran patria armada.
Fin
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