
Capítulo 8: Entrenamiento y lágrimas
Cáncer.
—Aries, el puño tiene que estar derecho, no lo inclines, si lo inclinas, el golpe no llegará con la suficiente fuerza.
Aries asintió mientras golpeaba el saco como le había dicho, este salió disparado hacia atrás y volvió hacia delante balanceándose de más a menos fuerza hasta quedar quieto en su lugar.
—Ahora cuando termines de dar el golpe con el puño le añades una buena patada al costado y acabarás derribando al enemigo. — Caitlin hizo una demostración, acercándose al saco, elevando su puño y llevándolo con fuerza hacia el saco. Después levantó con rapidez su pierda derecha y le dió un golpe certero al saco. La rubia estaba con la boca abierta, claramente sorprendida, mi hermana sonrió y se sacudió las manos.
—No te saldrá de primeras, debes practicar mucho. Las técnicas de ataque no se aprenden de un día a otro. — Caitlin se recogió el pelo en una coleta y se puso unos guantes negros que cubrían sus manos, excepto los dedos y se acercó al ring que había en el gimnasio, que era en el que Tauro practicaba boxeo.
—Enfréntate contra mí. — dijo mientras levantaba una de las cuerdas y se introducía dentro del ring.
Negué rápidamente y corrí hacia mi hermana. —Ni se te ocurra, le puedes ocasionar daños.
Ella torció su rostro con confusión y luego sonrió segura. —Está hecha de acero y metal, nada le pasará.
—¿Y qué pasa contigo? Te harás daño.
—Estaré bien. Cáncer, eres demasiado sobreprotector. — rodó los ojos a la par que apoyaba su cuerpo en una esquina y desviaba su mirada a la rubia. —¿Qué? ¿Te atreves?
Aries.
—¿Qué? ¿Te atreves?
Los ojos de Caitlin destilaban desafiantes, veía emoción en su mirada. La mía, sin embargo era vacía.
Dí unos pasos hacia atrás, insegura. La castaña rodó los ojos y me hizo un gesto con la mano indicándome que subiera a pelear con ella.
Bufé y subí, claramente no iba a ganar, ella lleva mucho tiempo en la lucha, yo nunca he echo este tipo de cosas.
—Mírame a los ojos. —tomó mi barbilla e hizo que la mirara. —Tómate este combate en serio. Imagínate que estás contra alguien que quiere dañar algo que amas. Vamos Aries, yo sé que puedes. Haz que tus padres estén orgullosos de tí.
Me sonrió, y esa fue la primera sonrisa verdadera que me dedicó. Después de todo esta chica no era tan mala como parecía.
Retrocedió y se colocó en la esquina. Estiró sus brazos y piernas y volvió a dirigir su vista hacia mí.
—¿Lista?
—Lista.
Levantó su puño y lo dirigió a mi cara, con mi brazo lo paré y le pegué una patada en la rodilla pensando que la iba a derribar, sin embargo siguió en pie con una sonrisa.
Luego, con una rapidez increíble me cogió de ambos brazos y me lanzó al suelo. Cerré los ojos por el golpe ocasionado. No tenía daños, por suerte.
Se acercó a mí y me golpeó en la mandíbula, haciendo que mi rostro se corriera al lado contrario del golpe. Después se puso encima mía, impidiéndome escapar de ella.
Con mis brazos la sujeté de la espalda e intenté quitármela de encima, cosa que logré y la estampé contra una esquina.
Su cuerpo estaba encogido, sangraba del labio y sus ojos miraban a la nada. Me miró y se sentó en el suelo para después intentar enderezarse poco a poco. Caitlin cerró los ojos al ponerse en pie, claramente estaba adolorida por el golpe. Sus brazos tenían marcas moradas en las que corrían un fino hilo de líquido carmesí.
Cuando abrió sus ojos marrones me volvió a mirar con determinación. Con el dorso de la mano se limpió la sangre del labio y se colocó en posición de batalla.
Vaya, tenía fuerzas. Estoy sorprendida.
—Me gusta tu actitud.
—¿Qué? — preguntó con confusión.
—Has recibido una paliza, acabas de ser derrumbada y sigues manteniéndote en pie como si nada hubiera pasado, eso me gusta. Eres fuerte y valiente.
Sonrió sin quitar su posición de ataque. —A mi me gusta la seguridad que tienes al pelear. Demuestras que no tienes miedo, bueno, a parte de que no tienes sentimientos, pero yo si estuviera en tu lugar no lo hubiera hecho tan bien como tú.
—Gracias. — le sonreí levemente a la vez que miraba al suelo.
De pronto un golpe fuerte en la mandíbula hizo que cayera al suelo. Noté un sabor salado en mi boca y supe perfectamente de lo que se trataba, sangre.
Caitlin se agachó a mi altura y me miró a los ojos a la par que sonreía. —Regla número 1, no dejarse distraer por el enemigo, este puede aprovechar y derribarte.
Asentí como pude en el suelo y apoyé mis palmas en estos y me levanté con algo de dificultad. La castaña me tendió una mano que acepté sin duda y la puerta del gimnasio se abrió de repente dejándonos ver a ciertas castañas.
Tauro.
—Como estás mejor te voy a enseñar el gimnasio, donde practico boxeo.
La chica de al lado mía tensó su cuerpo cuando abrí la puerta y vió a los dos hijos del jefe y la sujeto. Los tres clavaron su vista en nosotras y me puse nerviosa al notar la mirada de Cáncer sobre mí.
—Eh...—murmuré. — ¿Interrumpimos algo?
Cáncer negó con la cabeza rápidamente y se acercó a paso ligero hacia mí haciendo que me ponga más nerviosa. No es que me guste, pero el hecho de que sea el hijo de mi jefe intimida un poco. Además de que apenas hablábamos. Con Caitlin si me hablaba más, pero con su hermano, no.
—Estábamos enseñándole técnicas de ataque a Aries. ¿Vosotras qué hacéis aquí?
Iba a hablar, pero Capricornio me interrumpió. — Tauro me iba a enseñar a boxear.
Sonreí nerviosa y me froté las palmas de las manos contra mi pantalón, porque estaban sudorosas.
—Genial, entonces os dejamos solas. Vamos chicas. —Cáncer nos sonrió y salió del gimnasio. Caitlin y Aries salieron del ring y nos dieron una mirada de soslayo antes de irse.
—Que raro. —murmuró la castaña.
—Lo sé. ¿Empezamos?
Ella me sonrió y avanzó hacia el saco de boxeo. Lo tocó con un dedo, y ladeó la cabeza confundida.
—¿Qué pasa? ¿Demasiado duro?
—No, lo contrario. Antes estuve en boxeo y al tocar el saco me daba la sensación de que parecía una roca. Ahora me recuerda a una almohada. Será por la operación.
Se tocó los dedos mirándolos con mirada vacía. Sus ojos eran todo lo contrario a lo sucedido antes. Cuando sufrió aquellos dolores podía jurar que sus ojos no tenían el brillo característico que ví cuando los miré por primera vez.
—¿Estuviste en boxeo? ¡Que bien! ¿Quién te enseñó?
Me miró y luego bajó su mirada al suelo. Enredó un mechón de pelo entre su dedo a la par que movia su pie con nerviosismo.
—Mi hermano. — murmuró. Luego se sentó en el borde del ring y miró al suelo, de nuevo. — Era más pequeño que yo, pero este tipo de deportes se le daban genial. Amaba el boxeo y el fútbol. De mayor quería ser futbolista, ¿sabes? Pero yo arruiné su sueño. Soy un monstruo.
Suspiró y de pronto salieron lágrimas de sus ojos. Soltó un sollozo y se cubrió la cara con sus manos. Inmediatamente fui a envolverla entre mis brazos.
—¿Por qué lloro? No debería hacerlo. Soy una débil, una inútil. —su voz era quebrada, apenas se le oía. Se me partió el corazón al oírle decir esas palabras. —Me presenté a este proyecto para no sentir más dolor, sin embargo sigo igual y además mi vida depende del metal implantado en mi cuerpo. Odio todo.
Tomé su barbilla y la obligué a mirarme a los ojos. —Mírame. No eres una inútil ni nada parecido. Eres una chica genial, y si estas aquí es por algo. Pronto te haré análisis para ver que hay mal en tí. Te prometo que no sentirás más dolor. Te prometo que no sufrirás.
Ella asintió cerrando los ojos y limpió las lágrimas de su cara.
Géminis.
Llevo en esta habitación más de una hora y Piscis no aparece. Creo que debería ir a buscarlo.
Pulsé la pantalla que se hallaba al lado de la puerta y esta se abrió. Empecé a correr velozmente por los pasillos hasta que frené frente una puerta.
Mi sensor detectaba al chico de ojos azules ahí dentro, y estaba hablando por teléfono. La puerta estaba cerrada, pero podía escuchar su voz y la de la persona de la otra línea con claridad.
—Mamá, déjalo.
—Hijo, me preocupo por tí. Debes seguir inyectándote la medicina o si no irás a peor.
—Pero cuesta mucho, más la operación... Nos quedaremos en ruina.
—Lo importante es tu salud. Juntos sabremos como salir de esta.
—¿Cómo está papá?
—Está bien. Ahora está trabajando. Le daré saludos de tu parte.
—¿Y Priscila? ¿Cómo está?
Se escuchó una leve risa. — Está muy bien, sigue igual de alegre que siempre. Dice que te echa de menos.
El chico sollozó. — Dile que la echo yo también de menos. Bueno mamá, debo seguir trabajando, no puedo permitir que me despidan. Te quiero, adiós.
Colgó y oí un suspiro. La puerta se abrió de repente haciendo que sus ojos se encontraran con los míos.
—¿Qué haces aquí? — sus ojos estaban rojos e hinchados y su voz sonó rota. Inmediatamente lo agarré del brazo, lo llevé hacia las habitaciones, ignorando sus quejas y lo eché en una cama.
—Debes descansar. Estás agotado. Ni se te ocurra dejar de inyectarte la medicina. Te pondrás peor.
Se reincorporó y se llevó las manos al pelo, peinándolo con frustración. — No eres mi madre, no digas lo que debo hacer.
Llevé mi mano a su frente, esta ardía. —Tienes fiebre, reposa.
Negó con la cabeza y se levantó de la cama de un salto, al hacerlo se tambaleó y en un movimiento repentino se agarró a mi brazo y cayó sobre mí.
Su peso era ligero, parecía una delicada pluma.
Lo apoyé en la cama, de nuevo, y no me sorprendió verlo dormido. Estaba enfermo, debía cuidarlo. Era como mi tutor, tiene que estar bien.
No sé a qué ha venido la acción de dejar de inyectarse su medicina. No lo entendía.
Aún no sé que es lo que debo hacer. Me inscribí a este proyecto para no sufrir. Los comentarios de la gente me dolían.
De pronto me vino a la mente aquella chica castaña, cuando la conocí en el instituto. Curiosamente se presentó al proyecto, al igual que yo. Tiene un duro pasado, no sé cual es, pero me gustaría saberlo.
¿Dónde estará? ¿Por qué nos han separado a la mitad del grupo? Debe de ser por alguna razón. Aunque sé que ella está aquí, en este edificio.
Pensaba que ella podría ser mi amiga, pero en estas circunstancias es algo difícil.
Y sin saber por qué, me eché a correr en busca de aquella chica.
Necesitaba ver a Capricornio.
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