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Capítulo 3: Complejos

Tauro

—¿Está seguro de eso, señor?

El jefe giró su silla quedando cara a cara conmigo y me estremecí.

—¿Acaso dudas de mi gran inteligencia?

Negué rápidamente. —No, claro que no.

—Entonces ya sabes, ve a hacer lo que te he dicho.

Asentí y me retiré de su despacho. Al cerrar la puerta solté un largo suspiro. Un carraspeo al lado mía hizo que me sobresaltara.

—Eres una marioneta del jefe. Debes de elegir tus propias decisiones.

Me giré enfadada.—Piscis, tu no sabes nada, así que callate.

—Ese hombre planea algo malo, tengo ese presentimiento.— sus ojos azules brillaban más de lo normal haciendo que me pierda en ellos. Eran tan hermosos.

Sacudí mi cabeza rápidamente alejando esos pensamientos y me apoyé en la puerta bajando lentamente al suelo y sentarme.— ¿Por qué eres siempre tan frío y cortante?

—Es mi manera de ser.

—Piscis, yo sé que debajo de esa máscara de chico frío se encuentra una persona sensible, algo te ha debido de pasar como para que actúes así.

Se cruzó de brazos y me miró entrecerrando los ojos.— No me ha pasado nada.

—Yo no pienso lo mismo.— solté en un murmullo que él logro escuchar.—Puedes confiar en mí, soy de fiar.

—Tauro, no te metas en mi vida. Estoy aquí para trabajar, pero nunca me meteré en un lío como el que está planeando Cameron.

—¿A tí tambien te ha hablado del plan?—mascullé mirándolo fijamente

Asintió.—Y es una locura total. Me niego.

—Sabes que si no sigues sus ordenes te despedirá.

Su cara se volvió pálida.— Es que no puedo hacer eso. Yo no soy así.

Caitlin

—Vamos Caitlin, levántate.— mi hermano me sacudía levemente.

—No quiero.— me dí la vuelta dándole la espalda.

—El... jefe tiene algo importante que decirnos.

Me levanté rápidamente.—Voy ahora mismo.

Después de vestirme salí de casa y ví a Cáncer tecleando cosas en una tableta de último modelo. Suertudo.

—¿Qué crees que nos dirá? —pregunté curiosa mientras nos subíamos al tren. Este empezó a elevarse y se deslizó por las vías magnéticas del aire.

Me encantaba viajar en tren. Podías ver las vistas de la ciudad y sentirte como un gigante y que los demás son unas hormigas.

— No lo sé, será algunos de sus caprichosos planes. Estoy harto.

—¿Por qué? Si después de todo haces todo lo que te pide.

—Piensa solo en su bien y no en el nuestro.

—Sabes que debemos seguir las instrucciones...

Me miró indignado.— Somos sus marionetas.

El tren llegó a su destino, bajamos y caminamos en silencio hasta las oficinas de la Asociación.

Llegamos hasta su despacho, que estaba alumbrado tenuemente por los grandes ventanales de la habitación. Él estaba sentado en su silla de espaldas a nosotros, contemplando las vistas de la ciudad.

Se giró y nos miró con su típica cara seria de siempre.

—¿Para qué nos has llamado...padre?

Sonrió y la puerta se cerró de repente de un portazo.

Capricornio

—¿Quién ha sido el gracioso o graciosa que ha metido una cucaracha en mi café mientras no estaba?— miré fijamente la gran nariz de la profesora que se ponía roja cuando se enfadaba. Era extraño y gracioso a la vez.

Miró a todos enfadada, nadie decía nada. Ni un murmullo o risa, lo cual era raro.

—Como no confiese alguien, os castigo sin recreo.

De pronto todos me señalaron a mí.

—¡Chivatos!

[•••]

Después de un gran sermón y de  limpiarme varias veces la cara por la saliva que salía disparada de la boca de la profesora al gritar, me quedé castigada durante 2 horas.

Si piensan que de repente me voy a volver buena y que no volveré a gastar bromas otra vez están equivocados. Un castigo no me destruirá bitches.

La clase estaba vacía, no había nadie, los profesores al parecer, se habían olvidado de mí.

Estaba a punto de irme, cuando de repente la puerta se abre y entra un chico llorando para que después se sentara en una silla.

Según veo no se ha dado cuenta de que estoy aquí.

Me acerqué a él con la intención de animarle y me senté al lado suya.

—Hey, no estés triste.— Mierda, no se me daba bien animar a la gente.

Quitó las manos de su cara y me miró con sus ojos llorosos. Se veía muy mal. Pobre.

—No me mires. Seguro que quieres reírte de mí.— soltó en un sollozo y se apoyó en la mesa tapándose con sus brazos.

—Yo nunca me reiría de alguien que está así de mal. A mi no me gustaría que lo hicieran.— respondí con absoluta sinceridad.

Levantó su cara lentamente y me miró secándose las lágrimas con la manga de su sudadera.

—¿Que hacías aquí sola?

—Me han castigado. Y los malditos profesores se han olvidado de mi.— sonreí al oír su risa.—¿Y tú? ¿También te han castigado?

—No.— murmuró.— He venido a un aula vacía para llorar sin que nadie se ría de mi.

—Todo el mundo llora. ¿Quién se reiría de alguien que está llorando?— me arrepentí de estas palabras al ver su cara.

—Mis amigos...— musitó con los ojos cristalizados.

—Si tus amigos se rien de tí estando en estas condiciones no son tus amigos. Deberías alejarte de ellos, no te convienen.

—Pero si me alejo estaría solo y la gente se metería conmigo.

Extendí mi mano—Capricornio Kendrick, nueva amiga a su servicio.

Estrechamos manos.— Géminis Ford, encantado.

Me quedé embobada al ver su sonrisa.

Acuario

¿Qué? No, no. No puede acabar así el libro. ¡No puede acabar así! ¿Y el beso de los protagonistas?— deslizé las páginas y giré el libro.—¿Dónde esta? ¿Me lo habré saltado o algo? Hora de releerlo.

Abrí el libro por la primera página y empecé a leerlo de nuevo.

Ya llevaba 150 páginas en una hora cuando oí que tocaban a mi puerta.

—Acuario cariño, ve a bajar y compra el pan.— mi madre sonrió mientras colocaba algunos libros de mi estantería.

Bufé y asentí sabiendo que mi madre no cambiaría de opinión. No tenía ganas de salir.

Me vestí y luego peiné con dificultad mis pelos rebeldes. Estuve un rato mirando mi reflejo en el espejo. Estoy muy gorda, debería hacer ejercicio. No me gusta mi pelo, ojalá lo tuviera mas suave y sedoso. Me toqué la cara.
Que fea soy, ¿no les hago daño en los ojos de la gente cuando me miran?

Suspiré y salí de mi habitación dirigiéndome hacia la panadería.

Ya allí esperé en la larga cola dispuesta a comprar el pan.

Las personas miraban absortas a un televisor que había en la pared de la habitación, fijé mi vista allí para matar un poco el tiempo.

Televisaban un discurso de la famosa Asociación Nova, ese tema me aburría, prefería sus propuestas anteriores. Después salieron los famosos científicos de Syltice. Al principio habló el único chico, era tan guapo. Me perdí en sus ojos, en el movimiento de su mandíbula al hablar, el nerviosismo en su voz...

Suspiro y miro al suelo, después vuelvo mi vista a la televisión para seguir atenta al proyecto que estaban exponiendo.

Cuando terminaron me quedé pensativa. ¿Y si...?

Negué rápidamente, no, sería muy arriesgado.

—Señorita, ¿va a pedir o solo está de estorbo?

Volví a la realidad e hice lo que tenía que hacer.

[•••]

Volví a casa con el pan aún caliente entre las manos, estaba deseando echarle un diente.

No. Acuario, estás a dieta. Nada de pan. Solo fruta, fruta y deporte, sí.

Me mordí el labio y dejé el pan cuidadosamente en la encimera de la cocina.

No me había dado cuenta de que mi madre había hecho pastel. Estoy babeando.

Que buena pinta tiene, debe estar buenísimo. Un bocado no le hace daño a nadie, ¿verdad?

No, Acuario. Piensa en lo bonita que te verás en bikini en verano, los chicos te querrán, serás querida.

A la mierda, tengo hambre.

Corrí hacia el pastel y lo devoré, parecía una persona que no había comido en siglos.

De pronto siento que me abofetean. —¡Acuario! ¿Que te he dicho de comer algo que no sea fruta? Debes adelgazar, se acerca el verano y nos iremos al sur con mis amigas, tengo que presumir de hija. Ahora que me doy cuenta, has engordado más, ¿Cuánto pesas?

—Mamá, sigo igual. No consigo bajar de peso.

Ella se tomó su mentón y caminó por la cocina. —Una cirugía costará mucho, descartemos esa idea, quizás si te apunto al gimnasio harás más deporte, o mejor reduzco la cantidad de comida. Si, es la mejor idea.

—¿Más? Apenas como al día, acabo sin fuerzas. No tengo energía en el cuerpo.

Su rostro mostró dureza. —Soy tu madre, harás lo que yo diga.

—¡Siempre estás decidiendo por mi! ¡Estoy harta! —le pegué un puñetazo a la mesa de la furia y salí de casa llorando de rabia.

Me senté en un banco del parque y empecé a sollozar. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas como un grifo que no tenía intención de cerrarse.

De pronto noto unos cálidos brazos rodearme sintiéndome acogida entre estos. Sonreí inconscientemente a pesar de las lágrimas.

—Libra...

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