VII
Me siento como
el desplome de la llama.
Esa llama tibia
que empieza por ser agua salada
en la ventana.
Ese rastro de naufragio
de sal,
en un resquicio gris,
de esa puerta que has abierto.
Esa línea de fuga
entre los edificios
y las calles llameantes,
que duermen en un suelo zizagueante.
Veo un rostro opaco
que no es el mío.
Ya que soy un espejo de sal
que se traga las lágrimas.
A veces tengo la sensación
de que soy una vía de tren perdida
y que no puedo llegar hasta ti.
Como si fuera un control remoto
pifiándolo todo de un mar blanco,
o nubes que de pronto fueran un desierto
incoloro.
A veces siento que soy mi enemiga,
como si no guardara un destino bajo
mis alas,
y sólo tuviera un desplome de electricidad
gris tatuado en el pecho.
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