Invade la ecuación en verso libre,

que hay debajo de mi piel blanca.

Resuelve mis deseos como si fueran

sus mantras.

Mariposas de lujuria

que tiene que repetir 

hasta clavarnos en la arena.

Hasta reventar la sed,

hasta no ser más que un recuerdo de sudor

en la marea.

Que nos beba la autopista

de caricias.

El temblor de un cigarro en la orilla.

Que no exista el miedo.

O que la vergüenza solo sea algo

que traspasa la piel.

La deja transparente.

Que todo sea como los apéndices de un libro.

Tú me apartas

o me restriegas tu nombre,

con la tinta del desvanecimiento

de un vaso.

En el azul sinuoso de tus labios.

Con la dislexia sensorial

de un daltónico,

confundes mi mirada.

Hasta que se  está pudriendo,

supurando en espinas.

Suplicando cuesta abajo

que entres con motores

en las fauces de este grosor,

que me está matando.

En este dolor que supura

con las marcas de Sade,

el martirio de mi alma.

Que me acoples los cardenales,

a tus marcas de satisfacción.

Y a la carrera del mar suplicando

a la atmósfera venirse arriba.

Que los colores del cielo, sean un nuevo

tono de nieve en tus párpados.