Búnkers
Parado en semáforos en rojo, con la mente nublada por los contraluces de la ciudad, luces de neón y relámpagos en el parabrisas, la vida pasaba deprisa en los retrovisores y los cristales delanteros llovían máscaras de lágrimas, parecía la ciudad de los payasos tristes, ciudad de lluvia, edificios de nostalgia, sombras grises y ventanas aceituna. Los rayos cobrizos de las farolas, las sombras de los transeúntes pidiendo auxilio a los taxis, o una vuelta a casa. La sociedad le parecía tan discordante como una nota no acorde a las cuerdas de un bajo, un compendio de disturbios emocionales, ubicados en las afueras de la personalidad, dónde la inseguridad está siempre bailando canciones que no pasan de moda.
En realidad somos como búnkers
que esperan encontrarse con algo
de luz en mitad de la noche,
ilusiones efímeras
que solo cobraban vida en el taxi
dónde vi sus ojos por primera vez.
Calles frías en las que acortábamos
la distancia,
sobre el capó del taxi
decidimos pararnos
a ver estrellas.
El contador era un aguacero
en el que me protegía
de la lluvia.
Nos gusta la lluvia
pero nos gusta vivirla juntos
y pasear bajo el mismo paraguas.
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