Extra | "Un sentimiento diferente"
Dominic
3 años de matrimonio.
Veo el punto rojo moverse por la pantalla de mi teléfono. Es Annabella moviéndose por la habitación, lo que me hace preguntarme que hace despierta a estas horas. Son casi las doce de la noche, debería estar dormida.
—¿Dónde estás? —la voz de Natasha me hace levantar la mirada. Está envuelta en una bata de baño, con el cabello recogido y una sonrisa en los labios—. Desde que llegaste no has dicho nada.
Desde que llegué no la he mirado, ni siquiera la he tocado. No sé que me ocurre, no sé porqué no me apetece hacer nada. O sí lo sé, pero no quiero admitirlo.
—¿Qué es lo que pasa? —se acerca, pone sus manos en mis rodillas, se inclina más y deja su rostro cerca del mío—. ¿Por qué no quieres hablar conmigo?
—Estoy pensando en otra cosa —fue todo lo que conseguí decir, ella hizo un puchero.
—Entonces piensa en mí.
Se acercó y presionó sus labios contra los míos, me besó lentamente, e intenté dejar de pensar en la única persona que me mantenía en las nubes, pero no pude. De pronto, el olor a fresas que desprendía la piel de Natasha se convirtió en un sutil aroma a galletas, sus labios se tornaron más suaves.
—Dom... —su voz fue un suave suspiro que me estremeció de pies a cabeza. Esos ojos marrones se convirtieron en unos azules, ese cabello castaño se volvió rubio, esa expresión común mutó a una completamente diferente—. ¿No puedes dejar de pensar en mí? —me sonrió, ladeó la cabeza y sus labios rosados besaron los míos—. ¿Ah, Dom? Pasas todo el día pensando en mí, en mis besos —susurró, rozando su nariz con la mía—. Podrías tenerme, Dom. En serio, podría ser completamente tuya —pasó su lengua por mis labios y suspiré—. Pero estás aquí, en vez de estar conmigo en casa... —ronroneó, sonrió en grande y me miró a través de su flequillo dorado—. Tú te lo pierdes, Dom.
Mi teléfono sonó y desperté de mi letargo, tragué forzado y observé el rostro de Natasha confundido frente al mío, hasta que pude darme cuenta de que no era a quien deseaba mirar justo ahora.
—¿Qué pasa?
Fruncí el entrecejo y miré el teléfono.
¡Oye, idiota! ¿Dónde estás? Te he llamado todo el día, necesito hablar contigo urgentemente.
Era Daniela, y sabía que no tenía más remedio que responderle.
¿Sobre qué? ¿Qué es lo que pasa?
La respuesta tardó dos segundos en llegar.
¿Hola? ¡Mañana es el cumpleaños de Anne! Debemos hacerle algo súper lindo, ella se lo merece. Así que, mueve tu trasero de dónde sea que estés y llámame. ¡Llámame ahora!
—¿Dominic?
—Tengo que irme —ella se apartó cuando me levanté.
—¿Qué? ¿Cómo que te vas? —frunció el entrecejo—. No puedes dejarme así, Dominic.
—No puedo quedarme —digo, caminando hacia la puerta.
—¿Y adonde se supone que vas? —exclamó—. No creo que vayas con ella, porque está claro que no la quieres.
Apreté la mandíbula y apreté con fuerza el pomo de la puerta.
—Tampoco te quiero a ti, y aún así sigo viéndote —la miro por sobre mi hombro y su expresión es consternada—. No hables de lo que no sabes, Natasha, eso te hace ver menos inteligente de lo que eres.
Y salí de ahí, sintiéndome asfixiado y completamente sucio. Estaba completamente tenso cuando entré en el ascensor, y bajé mucho peor, no podía dejar de pensar en Annabella: sus ojos, su voz, su sonrisa, su cuerpo... Todo.
Ella era todo y la quería, como la mierda que sí y era un sentimiento diferente a cualquiera que haya experimentado en toda mi vida. No podía permitírmelo, Annabella es mi garantía, nada más.
No puede ser nada más.
Cuando Armand se pone en marcha mi teléfono suena en una llamada entrante, y suspiro al ver el nombre de Daniela brillando en la pantalla.
—¿No te dije que me llamaras? —cuestionó sin dejarme hablar.
—¿Qué es lo pasa, Daniela? —suspiré, apretando el puente de mi nariz—. ¿Qué es tan importante para que me llames a esta hora?
—¡El cumpleaños de tu esposa, imbécil! —exclamó—. Te lo dije desde hace semanas.
—Estuve toda la semana ocupado, Dani.
—¿Por qué no me sorprende? —me reprocha, la escucho suspirar—. Bueno, como ya sabía que ibas a ignorar el hecho de que tu amada esposa está de cumpleaños, ya que son las doce, preparé todo por ti.
Inconscientemente sonreí, sabiendo perfectamente que mi hermanita me había salvado, como lo hace casi siempre.
—¿Siempre tienes todo planeado? —cuestioné, ella se ríe.
—Obvio, no dejaré que Anne pase un mal rato por tu culpa —hizo saber, respaldando a la rubia—. Además, sé perfectamente que sabías de su cumpleaños, y estoy más que segura que tienes un regalo para ella, solo que te haces el imbécil y no quieres decirme.
Sí, ella tenía razón. Jamás olvidaría el cumpleaños de Anne, y por supuesto que le había comprado algo, porque no dejaría pasar la fecha.
—Daniela...
—Mira, dejé dos bolsas en tu estudio —comenzó—. Una tiene un vestido para Anne que se pondrá mañana, y la otra tiene el ejemplar del libro ese que ella quería. Después puedes darle lo que tú le compraste, ya sabes.
—Ya entendí.
—Entonces, ya sabes —murmuró, estuve a un segundo de despedirme, pero me interrumpió—. ¿Dominic?
—¿Sí?
—No la hagas sentir mal, al menos no es su cumpleaños —dijo con voz tranquila y un nudo se instaló en mi garganta.
¿Tan mala imagen tiene de mí?
—No haré nada —le prometo.
—Ella te quiere, de hecho, te ama —eso me dejó estático—. Y sé que tú también la amas, pero eres demasiado menso para darte cuenta. Deberías abrirte con ella, sé que esto es un negocio, pero tal vez puedan ser felices después de todo —suspiro, y me abstengo de responderle—. Buenas noches, Dom.
Colgó y me dejó con una rara sensación que me decía lo hijo de puta que era, y es que tenía razón, Annabella no se lo merecía.
[...]
Eran casi las nueve de la mañana y Annabella seguía dormida, lo comprobé cuando entré a su habitación y sus ojos seguían cerrados. Cerré la puerta con cuidado, dejé las bolsas sobre la mesita de noche y me senté en la cama, observando la belleza de la rubia dormida.
Tenía una sudadera cubriendo la parte superior de su cuerpo, el cabello como un halo dorado esparcido por la almohada, las mejillas rosadas, los labios entreabiertos y las pestañas rozándole los pómulos. Se veía preciosa, como siempre, eso no podía negarlo jamás.
Pasé mis dedos por la tersa piel de su mejilla, me incliné hacia ella y presioné mis labios contra su frente. Se removió un poco y frunció el ceño.
—Despierta —le susurré al oído, besando su mejilla en el proceso.
—¿Qué...? —parpadeó y abrió sus ojos azules, hipnotizándome con los mismos. Me miraba confundida, como si no supiera que hacía ahí—. ¿Qué pasa?
—Feliz cumpleaños, dulzura —murmuré, ella pareció entender el motivo de mi visita, remojó sus labios y suspiró.
—Yo... —carraspeó, se frotó los ojos y volvió a mirarme—. Gracias.
Le sonreí, ella me observaba extrañada, y sabía a qué se debía.
Hace una semana habíamos tenido una fuerte discusión, y ninguno de los dos dio su brazo a torcer, por lo que no estamos en buenos términos. Anne se mostraba recelosa conmigo desde entonces, pero eso no me haría retroceder.
—Tengo algo para ti —le dije, frunció el entrecejo.
—¿Qué es? —cuestiona.
—Despierta y te lo diré —besé sus labios unos segundos, ella suspiró profundamente y se sentó, subiendo la sábana por sus piernas, como si eso pudiera alejarme de ella.
—Ya está —me miró seria, pero sabía que ese estado no le duraría mucho.
Le entregué primero la bolsa que cambiaría su humor de inmediato, ella frunció el ceño y al ver lo que contenía, sus ojos se ampliaron.
—No... —entreabrió sus labios y sacó el libro para mirarlo más de cerca—. Dominic, esto es...
—Es lo querías, ¿no? —pasé un mechón rebelde detrás de su oreja.
—Sí, yo... —miraba el libro embelesada, sonrió y me miró—. Gracias.
—Falta algo más —busqué la cajita de terciopelo azul que descansaba en la mesita de noche y se la di—. Feliz cumpleaños.
Anne mordió su labio inferior y acarició la cajita antes de abrirla y soltar un jadeo, se llevó una mano a los labios y sonrió después.
—Es preciosa, Dom —sacó la pulsera dorada con pequeños girasoles y la observó por un largo segundo—. Me encanta, gracias.
—No tienes que agradecerme —ella sonrió levemente. Mentiría si dijera que el gesto no me enterneció el alma, porque su sonrisa siempre sería la mejor recompensa—. Ven aquí.
Dejó todo a un lado en la mesita de luz y se arrastró hasta mi regazo con rapidez, sus labios no tardaron en caer sobre los míos, y con ello, todo pareció tomar su respectivo lugar. La acomodé a horcajadas sobre mí y sus manos se posaron en mi cuello, profundizando el beso.
Mis manos se pierden en su cabellera dorada, acercándola a mí todo lo que me permite, y aunque sé lo me está pasando, no quiero reconocerlo.
Sus manos suaves y frías de pasan por mi pecho, mientras que las mías se pierden bajo la sudadera azul que lleva puesta, subiéndola lentamente.
—Dom... —suspiró cuando le saqué la prenda, admirando su desnudez.
—Déjame darte los buenos días.
Asintió mirándome fijamente, embocé una sonrisa cuando nos di la vuelta y la dejé sobre el colchón. Su pecho subía y bajaba lentamente por cada respiración, sus mejillas se sonrojaron y se mordió el labio inferior cuando me acerqué a ella con intensiones de besarla. Sus manos no tardaron en posarse en mi rostro, soltando un gemido en cuanto nuestros labios se juntan.
No dejo de besarla mientras me deshago del pequeño short deportivo que trae puesto por sus piernas, acariciando las mismas en el proceso, robándole suspiros que se vuelven miel en mis labios.
Los movimientos de Annabella eran tan tiernos y salvajes a la vez que, a veces, me resultaba confuso estar con ella. En algunos momentos, ella parece querer llevarse todo el control, sin embargo, hay días en los que me deja estar a cargo, como hoy.
—Dom —suspiró cuando comencé a besar su cuello.
—Eres lo más dulce que existe —murmuré sobre su piel, arrastrando mis labios hasta su pecho—, y eres mía —sus manos se pierden en mi cabello cuando tiro levemente de su pezón erguido entre mis labios—. Siempre serás mía, ¿no es así? —sigo bajando, besando su abdomen y su vientre, escuchando su respiración errática salir entre gemidos de su exquisita boca—. Dime que serás mía siempre, Anne.
—Soy tuya, soy... ¡Dominic! —jadeó y arqueó su espalda mis labios entraron en contacto con su centro, cuando descubrí el poder que tenía sobre ella, sobre su piel.
Húmeda y exquisita. Annabella es lo mejor que probado: dulce, cálida. Nada se le compara. Sus labios siguen emitiendo una versión inentendible de mi nombre mientras mi lengua se pasea por libertad por su feminidad, su cuerpo se tensa, su respiración es un desastre. Mis sentidos reaccionan a ella, una corriente eléctrica me recorre la columna cuando la excitación es incontenible.
—Dom, por favor, por favor —gime inconscientemente, aferrándose a mí como único salvavidas para descargar todo su placer.
Succiono su clítoris entre mis labios y explota, un glorioso orgasmo la golpea y mi nombre pasa a convertirse en un mantra para ella. Suelta un pesado suspiro y un último gemido sale de sus labios cuando su cuerpo se vuelve laxo sobre la cama.
Reanudo mis besos otra vez, ahora ascendiendo por su perlada y dulce piel hasta llegar a sus labios. Tiembla ligeramente, su respiración es lenta y pausada, tiene los ojos tan adormecidos que apenas y puede abrirlos.
—¿Estás bien?
—Creo que estuve a punto de desmayarme —su respuesta me hace sonreír.
—Creí que tenías más resistencia —la provoco, ella muerde una sonrisa y lleva sus manos al cordón de mi pantalón deportivo para después empujarlo hacia abajo.
—Y la tengo —empuja la prenda fuera mi cuerpo con sus pies y con algo de mi ayuda, ambos quedamos expuestos—, es que me tomaste por sorpresa.
No la dejo pensar y enrollo mi brazo en su cintura para darnos la vuelta, suelta un jadeo cuando se ve a sí misma a horcajadas sobre mí.
—¿Cómo ahora? —se ríe, un sonido encantador que me resulta bastante estimulante.
—Sí, justo como ahora —su cabello rubio brilla por los pocos rayos de sol que entran por la ventana, sus mejillas están rosadas y sus labios hinchados, sus ojos azules resplandecientes y su belleza resalta.
Es una diosa del Olimpo viviendo entre los mortales.
—Quiero verte —le ordeno, ella suspira y asiente sin dejar de verme.
Sostengo su pequeña cintura con mis manos cuando se inclina hacia adelante, siseo una maldición entre dientes cuando su mano se cierra alrededor de mi miembro para después guiarme a su entrada. Observo su expresión de placer cuando comienza a bajar sobre mí: ojos cerrados, labios entreabiertos.
Su calor me recibe, y lejos de ser excitante, me resulta reconfortante. Me siento raramente completo, como si el estar así, con ella, juntara todas mis piezas faltantes.
—Dios —suelta en un suspiro, presionándose contra mí y echando la cabeza para atrás.
Comienza subir y a bajar lentamente, como si no tuviera prisa, como su quisiera pasarse todo el día así. Y no me quejo, Annabella es el mejor espectáculo de todos, jamás me casaría de verla.
Sus manos se apoyan en mi pecho en busca de soporte, las mías recorren su cintura, su trasero, sus pechos... Me dedico a recorrer su piel blanca y suaves, deleitándome con el calor que emana su cuerpo. Continúa con su ritmo lento, acelerando de a poco, haciendo que varios jadeos se nos escapen a ambos.
El movimiento de sus caderas son el vivo pecado de la lujuria, sus gemidos son música para mis oídos, su piel es mi fantasía más sucia.
La tensión se apodera de ambos, llevándome a apretar su cintura con mis dedos, invitándola a ir más rápido, acto que no piensa dos veces. Sus manos se aprietan en mis brazos y su interior me aprietan cuando todo su cuerpo se tensiona, suelta un largo gemido cuando cierra los ojos con fuerza y explota alrededor de mí.
Y es entonces cuando me dejo ir también, sintiendo la satisfacción recorrer mi sistema por completo. Salgo de su interior justo antes de que se deje caer sobre mi pecho con la respiración agitada, el corazón latiéndole tan fuerte que lo puedo sentir junto al mío igual de eufórico.
Paso una de mis manos por su espalda, sintiendo su piel húmeda por la fina capa de sudor que cubre su cuerpo. Acaricio su cabello, siento como nuestros corazones comienzan a ralentizar su ritmo junto con nuestras respiraciones, y entonces esa paz que pocas veces experimento se apodera de mí.
—Gracias —murmuró de repente, inclinando la cabeza hacia atrás para mirarme—, por no olvidarlo.
Sus ojos azules centelleantes de sentimientos logran estremecerme y la realidad me golpea.
—Jamás lo olvidaría —le digo de vuelta, y es la verdad.
Una sonrisa luminosa se abre paso en sus preciosos labios, se impulsa hacia arriba y me besa. Llevo mi mano a la parte trasera de su cuello y le devuelvo el beso, ese que promete a ser más que un simple roce de labios.
Y me siento un imbécil cuando ignoro a la voz en mi cabeza que me está gritando lo que pasa, que me dice porque no puedo dejar de pensar en ella, porque me cuesta tanto admitir lo que realmente está ocurriéndome.
No quiero admitir que me gusta verla despierta tanto como me gusta verla cerrar los ojos cada noche. No quiero admitir que su sonrisa es todo lo que necesito ver cuándo el día ha sido una completa mierda. No quiero admitir que, aquellas discusiones sin sentido, es lo que más me acerca a sus sentimientos.
No quiero admitir que me gusta mi esposa cuando ya estoy enamorado de ella.
★★★
¡Hola, hola!
¿Cómo están, mis panditas hermosos?
Aquí les traje otro capítulo extra de nuestros hermosos bebés: Dom y Anne.
Decidí subir solo este capítulo hoy porque estoy trabajando en el siguiente, y tengo un problemita con el computador.
¡Estoy trabajando en la siguiente historia! Y es extensa, y cuando digo extensa es porque es EXTENSA.
Estoy un poquito atareada con temas académicos y bueno, hago todo lo que puedo para estar activa por acá.
Espero les guste el capítulo.
Los amo con todo mi corazón.
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