Extra | "Fecha importante"
Dominic
4 años de matrimonio.
Diciembre había llegado y con él, el poco frío que normalmente rodeaba a Australia, el sol seguía en su punto más alto, pero la brisa se hacía cada vez más templada con el pasar de las horas. La casa estaba hecha un desastre, había un montón de cajas por todas partes y solo hacía falta alguien que quisiera contribuir a que todo esto mejorara.
—¿Te llegó todo? —preguntó Daniela al otro lado de la línea.
—Sí, todo es un caos —dije, fruncí el ceño y me acerqué a las escaleras para comenzar a subir—. Espero que esto sea una buena idea.
—Se te ocurrió a ti, y me sorprende, la verdad —escuché la burla en su voz—. Anne se pondrá muy feliz, ya verás.
—Es lo que espero —suspiré.
—Ay, Dominic, ¿qué ha pasado contigo? —aguanté la respiración—. ¿A caso mi hermano mayor se ha enamorado?
—No, ahora busca algo productivo que hacer con tu vida —gruñí, ella se ríe de mí y la odio por eso—. Y gracias por la ayuda.
—Siempre que la necesites —afirmó—. Te amo, adiós.
—Y yo a ti.
Colgué y me acerqué a la puerta de la habitación de Annabella, dándome cuenta que anoche no le puse llave, y como que la rubia no lo notó. Al entrar me encuentro con Annabella frente a la ventana, llevaba un vestido corto de color azul cielo y el cabello suelto. Anne era un dulce exquisito para la vista.
Camino hacia ella cuando aún no se percata de mi presencia, inclinándome cuando estoy lo suficientemente cerca pasar rozar su oreja con mis labios.
—¿Qué es lo que haces? —da un pequeño respingo en su lugar cuando escucha mi voz, llevándose una mano al pecho y otra a los labios.
—Santo Dios, Dominic —jadea, haciéndome sonreír. Sentí su corazón latir desbocado cuando mi pecho se pega a su espalda y mis brazos rodean su cuerpo—. ¿Quieres matarme de un infarto?
—No creo que te mueras de un infarto —presioné mis labios contra la unión de su cuello y su hombro.
Suspiró y como pocas veces hacia, se relajó entre mis brazos.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó.
—Vine a cerciorarme de que no te estuvieras ahogando en la tina otra vez —le dije al oído.
—Eso fue hace años, Dominic —dijo y se alejó un poco para darse la vuelta—. Y no me estaba ahogando.
—A mí me pareció que sí —rodó los ojos y fue imposible contenerme, así acuné su perfecto rostro entre mis manos y besé su dulce boca.
Soltó un suspiro que me descontroló por completo, la atraje hacia mí como si fuese a desaparecer. Sus pequeñas manos fueron a mi cuello y se entregó por completo a ese beso que me estaba consumiendo lentamente. Se pegó a mi cuerpo todo lo que pudo, entregándome todo lo que estaba dispuesta a darme y me quedé completamente satisfecho.
—Te tengo una sorpresa —susurré sobre sus labios.
—Mmh —suspiró y abrió los ojos—. Has estado dándome muchas cosas últimamente —dice, pone sus manos en mi pecho y nos aleja unos centímetros—. Solo falta que me compres un perro.
—¿Quieres que te compre un perro? —le quité los anteojos y los guardé en mi bolsillo, ella parpadeó varias veces.
—¿Cómo voy a cuidar de un perro si estoy todo el día aquí? —me miró como si fuera estúpido, y no se equivocaba de un todo.
Ella tenía su punto, pero yo no podía romper las reglas. Las estúpidas y absurdas reglas que yo mismo le había impuesto a la mujer que amo, pero que me negaba a hacerlo con la misma intensidad.
—No dejaré que te vuelvas a subir a la pared, así que no te compraré un perro —soltó un bufido y se cruzó de brazos.
—Idiota —sonreí y me volví a acercar a ella, pasé mis manos por su pequeña cintura.
—Soy el único idiota que puede tenerte, que no se te olvide —besé su frente y tomé su mano—. Ven.
—Te odio, ¿lo sabes? —dijo cuando salimos de la habitación.
—El sentimiento es mutuo, dulzura —sonreí y ella mordió suavemente su labio inferior.
La odiaba. Odiaba que me hiciera sentir así, odiaba necesitarla, odiaba que me hiciera desearla tanto. La odiaría de por vida.
—No veo nada, Dom —ralentiza su paso cuando comenzamos a bajar las escaleras.
—Sigue bajando —aprieta mi mano y suelta un gruñido entre dientes—. Quita esa cara, te gustará y todo este drama será una perdida de tiempo.
—Todo el drama lo haré cuando me caiga por las escaleras —sigue diciendo, y ante su resistencia, tiro de ella y en cuestión de segundos la tengo sobre mí hombro—. ¡Dominic!
—Así no te caerás.
—Pero si me voy a marear —susurra.
Termino de bajar las escaleras y voy directamente hacia la sala, esquivando el montón de cajas que hay por todas partes.
—¿Qué es todo esto? —cuestiona cuando la dejo sobre sus pies, sin dejarla alejarse mucho.
—Dijiste que no veías nada.
—Es por eso que te estoy preguntando —dice con obviedad, saco sus anteojos y se los entrego—. Gracias.
Se coloca los anteojos y mira a su alrededor, frunce un poco el ceño y me regala una mirada un tanto confundida, simplemente le sonrío. Muerde su labio inferior y se acerca a una de las cajas, observa todo con recelo, pero sus labios se entreabren apenas se da cuenta de todo.
—No, Dominic... —abrió la boca y comenzó a sacar cosas y cosas de la caja.
—Es una fecha importante, lo sé —murmuré desviando la mirada—, y sé que nunca hemos hecho algo como esto, pero pensé que era el momento de cambiar un poco las cosas.
—¡No puedo creerlo! —vuelvo a mirarla, y en menos de un parpadeo ya está corriendo en mi dirección y saltando hacia mí. La atrapo en el aire, sus piernas se enrollan en mi cintura y su rostro se esconde mi cuello—. Gracias, gracias, gracias.
Abrazo su cintura para mantenerla sobre mí, su rostro sale de mi cuello y una sonrisa deslumbrante aparece en su rostro.
—Gracias por esto —presionó sus labios contra los míos y después se bajó de un salto, con una sonrisa enorme comenzó a moverse por toda la sala—. No creo que hayas hecho esto tú solo, ¿verdad?
—¿Tan malo crees que soy? —cuestiono caminando hacia el sofá y tomando asiento en el mismo.
—Solo creo lo que me demuestras, Dominic —sus palabras fueron un golpe realmente bajo, sin embargo, ella tenía razón, por lo que simplemente decidí callar.
Había sido un hijo de puta con ella desde que la vi, no tenía caso querer contradecirla. ¿Quién era yo para hacerle creer otra cosa? La amaba, sí, pero tenía en claro mis planes, unos que se estaban yendo al traste por ella. Gracias a su infinita dulzura y porque Dios es realmente bueno conmigo como para no dejar que Anne me odie como debería hacerlo.
—Sin embargo —mis ojos fueron a los suyos cuando la sentí acercarse, me sonrió dulcemente y apoyó sus manos en mis piernas para mirarme fijamente—, hoy me has demostrado que no eres tan bobo como pensaba, entonces le bajé una rayita a imagen de ogro que tengo de ti.
¿Por qué me enamoré de ella? Aquí está la respuesta.
Llevé mis manos a su rostro, trazando círculos en sus mejillas rosadas con suavidad, sus ojos se cerraron y un suspiro salió de sus labios.
—Gracias por hacer esto, de verdad —susurró, aún con los ojos cerrados mientras inclinaba la cabeza hacia mis manos.
—No tienes idea de lo que haría por ti —las palabras salieron de mi boca mucho antes de que pudiera procesarlas, ganándome una mirada totalmente sorprendida por parte de la rubia frente a mí.
Sí, definitivamente no iba a retractarme, de nada iba a servir. Estaba jodido, ya no había marcha atrás. La amaba, y lo haría siempre, aunque ella no lo supiera.
[...]
Era navidad, veinticinco de diciembre y la casa tenía ese aire navideño que nunca había visto. La noche anterior mis padres decidieron venir a cenar con nosotros, mis hermanos formaron parte y Anne pareció encantada con ese detalle.
La mañana comenzó atareada para mí, el trabajo parecía no querer dejarme en paz ni en navidad, por lo que me limité a seguir haciendo lo que me correspondía desde casa. En otras noticias, Annabella amaneció más enérgica de lo normal, el hecho de que la dejara vagar por la casa sin restricciones la volvió literalmente loca, entonces estaba dando vueltas por todas partes.
Eso no me convenía del todo, sabía de sus tendencias a hacer locuras cuando estaba sola, aunque no haya hecho nada desde hace más de un año, pero eso no me hace confiar del todo. De alguna manera, encontré la forma de mantenerla vigilada.
Estaba en mi estudio, mirando absolutamente todo, abriendo y cerrando libros, haciendo más preguntas que una niña de cinco años, pero era mejor observarla que tenerla dando saltos por toda la casa.
—¿De verdad tienes que hacer tu trabajo hoy? —preguntó dando un en medio del estudio, haciendo que la falda corta de su vestido volara.
—Sí, es mi trabajo Annabella —digo, concentrándome en las hojas y no en ella y lo bien que se veía con ese vestido rojo—. Soy el jefe, por si lo olvidaste.
—No, no lo he olvidado —murmura, vuelvo a mirarla. Sus ojos azules se encuentran con los míos y se muerde el labio inferior—. Solo digo, puedes mandar a todos al demonio por una vez, no creo que te vayas a la quiebra por eso. Unos millones no creo que sean algo relevante.
—Amaneciste contestona, ¿no? —ella sonríe y se mira las uñas.
—Es la época, supongo —se encogió de hombros.
Sonreí y sacudí la cabeza, tratando de seguir en dónde me había quedado.
Era difícil concertarse con ella aquí.
—¿Qué es lo que haces? —cuestiona de pronto, caminado hacia mí.
—Firmando unos permisos —le digo, ella asiente solamente.
—Gracias por la pulsera —dijo rompiendo el silencio.
—No es nada —vi como agachó la cabeza para jugar con sus dedos.
—Espero te haya gustado el reloj —musitó en voz baja, sin mirarme, con las mejillas rojas—. No sabía que comprarte, Daniela lo hizo por mí.
—No tenías por qué hacerlo —le dije, su ceño se frunció un poco y se sonrojó aún más, como si fuera posible. No me dijo nada más, y supuse que no le había gustado mi comentario. Dejé los papeles en el escritorio y tomé su mano, fría y suave—. Gracias.
—No es nada —repitió mis palabras y me regaló media sonrisa que, sin saberlo, necesitaba.
Se acerca a mí, sin importarle que estoy trabajando y se sienta en mi regazo, apoya su rostro en mi pecho y suelta un suspiro. Un poco atónito por sus acciones, envuelvo su cuerpo entre mis brazos, sintiendo su calidez envolverme por completo. Aspiro el dulce aroma que desprende su piel y me permito dejar de ser el imbécil de siempre.
Cada día mi tarea de alejarla de mí se hace más difícil, más cuando la necesito tanto, cuando quiero tenerla así siempre.
—Fue una buena navidad —musitó, jugando con una de mis manos.
—¿Sabes que fue lo mejor? —inclina la cabeza para atrás, mirándome con sus grandes ojos azules. Sacude la cabeza en negativa, sin siquiera parpadear, lo que me hace sonreír—. Tú fuiste la mejor parte.
★★★
¡Holaaa!
No saben la alegría que me da estar aquí, contando un poquito más de la vida de estos dos. Y es que los amo, puedo estar escribiendo otra cosa, que ellos vienen y se meten en mi mente siempre.
¿Quien más los extraña? No creo ser la única.
Anne y Dom son mi punto débil, mi talón de Aquiles, lo admito.
Gente, necesitaba hacer otro extra, porque los extrañaba como no tienen idea. Y esa que, los extras no se acaban, pero por ahora, nos quedaremos este.
Bebé Anne y Daddy Dom tienen vida para largo, así que no se sorprendan cuando les traiga otro extra.
Ellos me han enseñado que es lo bueno y lo malo, de verdad que sí.
Tendremos más extras, no sé cuándo, pero los tendremos.
🔴 EN OTRAS NOTICIAS 🔴
Tenemos historia de Aibyleen, el retoño de estos dos dioses caídos del cielo.
¡Los que no la han ido a leer, ¿qué esperan?!
Estoy segura que les encantará.
Está disponible en mi perfil: ValerynCaceres
En fin, sin más que agregar... ¡GRACIAS POR LEER!
Los amo un montón. ❤️
Besos.✨
La Osa Mayor. 🐼
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