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03


-¡Charlie! –el grito de uno de los chicos hizo girar la cabeza del jefe de policía justo cuando salía del bosque.

-¡BELLA! –gritó corriendo hacia mí pero ella ni siquiera abrió los ojos. Seguía respirando y su corazón era un alivio para mis oídos pero tenía que entrar pronto en calor.

-Está bien, no está herida. –lo tranquilicé cuando se acercó lo suficiente para escucharme. Me ignoró y arrancó a su hija de mis brazos. Cuando lo vi doblar ligeramente las rodillas por su peso alcé los brazos de manera instintiva. Su calor se había quedado como una huella residual en mi cuerpo y mi subconsciente anhelaba aquello que no podía producir por sí solo.

Charlie sólo me dedicó una mirada que frenó en seco mi intento de cogerla de nuevo. Me dio un asentimiento rígido y se giró para meter a su hija en casa. Donde pertenecía.

Con un suspiro me alejé hasta mi coche. Ya había cumplido mi misión. Bella estaba a salvo. Un corazón roto se curaría. Los humanos eran frágiles pero resilientes. No hacía falta allí así que me monté de nuevo en el coche para alejarme del pueblo.

Pero, ¿y los lobos? ¿La rondarían? Ese pensamiento me asaltó sin previo aviso. Había visto a ese adolescente que no se despegaba de Charlie. Aún no era un animal pero lo sería. Tenía un leve aroma a ellos ya. Y Bella tenía tan mala suerte que seguramente acabaría rodeada de ellos.

Aún estaba dándole vueltas a todo eso cuando mi móvil sonó de nuevo. Lo cogí sin mirar quién era, ya lo sabía.

-Está a salvo, Alice.

Un suspiro de alivio me llegó desde el otro lado de la línea.

-Tienes que quedarte allí una semana más.

Eso me hizo alzar ambas cejas sorprendido mientras disminuía la velocidad, ya casi estaba en la salida del pueblo.

-¿Por qué?

Un silencio fue la respuesta. Esperé pacientemente mientras paraba en el arcén. El cielo empezaba a pasar de un azul oscuro a uno más claro. Estaba amaneciendo. Un día nublado, como era habitual.

-No lo sé. –dijo finalmente, su voz se notaba lejana. Sabía que estaba buceando entre las múltiples posibilidades del futuro. –Pero quédate en nuestra casa.

-Alice...-empecé a quejarme.

-¿Acaso tienes algo más que hacer? –inquirió. Podía visualizar su ceja alzada en mi mente.

-Está bien. Pero sólo una semana. –acabé cediendo refunfuñando.

-¡Perfecto! Te quiero, Jazz. –antes de que pudiera responderle que era una duendecilla de lo más insoportable me colgó.

Volví a poner el vehículo en marcha y me dispuse a ir a casa. Sólo tenía que esperar una semana para ver lo que quisiera que hubiera intuido Alice.



A pesar de lo que creía la semana no fue una tediosa espera de algún acontecimiento desconocido. Tener tiempo para mí me sentó bien. No quité las sábanas blancas de la mayoría de los muebles que habíamos dejado tras nuestra partida apresurada. Salvo de la estantería de mi habitación. Había dejado unos cuantos libros en los estantes así que me entretuve leyendo además de cazando por los alrededores.

No sabía lo mucho que necesitaba estar solo hasta que pude saborear la paz mental que la soledad me provocaba. Cualquier sentimiento era sólo mío. ¿Curiosidad por saber qué había visto Alice? Mío. ¿Preocupación por saber si Bella estaría bien? Mío. ¿Estupor por lo inconsciente que había sido mi hermano al dejarla sola? Todo mío.

Al séptimo día el silencio habitual fue roto por el sonido de un motor cuando empezaba a atardecer. Aún estaba lejos pero me posicioné en el porche delante con mi lectura de ese día en la mano. Pronto pude ver que era un coche de policía. El aroma de Charlie llegó hasta mí.

Junto con su duda, su enfado y su desesperación. Fruncí el ceño. No sabía de qué iba todo eso. Esperé a que aparcara delante de casa para caminar lentamente hacia él, dándole tiempo para que se bajara del coche.

-Jefe Swan. –lo saludé con cautela.

-¿Están tus padres en casa? –la pregunta salió brusca de sus labios. Su nerviosismo le estaba jugando una mala pasada. Me vi tentado a tranquilizarlo pero me retuve, quería saber el motivo de ese sentimiento.

-No, señor. Sólo yo. A mi padre lo trasladaron a Washington. –era la cuartada de escape que habíamos usado. No teníamos tiempo para pensar nada mejor.

Su ceño se frunció aún más.

-¿Estás sólo aquí? –hizo un gesto para abarcar la enorme casa a mi espalda.

Me encogí de hombros, restándole importancia.

-He decidido volver para cursar el último año a distancia. Me gusta la tranquilidad. Además, tengo dieciocho años. –técnicamente serían diecinueve. Y si era totalmente sincero serían ciento ochenta pero no era algo que pudiera decirle.

-Ah bien, bien. –el sonido de sus dedos tamborileando en el capó de su coche llenó el silencio entre nosotros. Emanaba nerviosismo pero también cierta resolución a pesar del silencio.

-¿Bella está bien? –asumí que estaría aquí por algún tema relacionado con ella. Su gesto cambió y sus emociones también. La preocupación y la pena habían sustituido a todo lo demás. Me puse en tensión. No estaba herida cuando la encontré. Sólo una ligera hipotermia. Nada mortal. Nada que provocase esa reacción en su padre.

-Ella no...-dejó de mirarme, repentinamente incómodo, y clavó la vista a mi espalda, como si la fachada de la casa le interesase profundamente.-No está bien.

La preocupación aumentó un grado más, tanto que casi tuve que contenerme para no correr hasta la casa de los Swan y comprobar por mí mismo que Bella seguía viva.

-¿Está herida? –pregunté con más ansiedad de la que me habría gustado. Sus emociones me estaban afectando. Ese hombre quería a su hija con fervor.

Negó con la cabeza y se pellizcó el puente de la nariz, intentando buscar las palabras.

-No por fuera. Pero por dentro...-su mirada volvió a centrarse en la mía. Agradecí que no pudiera ver todas las cicatrices en mi piel. Quizás me habría pegado un tiro ahí mismo. Porque yo inspiraba miedo cuando se podía ver ese lado mío. La guerra plasmada en cada centímetro de mi piel. –No está bien. Pensé que se le pasaría pero ha empeorado.

-¿Qué puedo hacer para ayudar? –pregunté sin pensar. Me sentía en el deber de ayudar a esa familia. De seguir arreglando lo que mi falta de autocontrol y mi hermano habían estropeado.

-Podrías verla. –contestó con rapidez. Era una idea que llevaba pensando bastante tiempo.- Dejarte ver para que vea que ese idiota la ha dejado tirada. Que no va a volver. ¿Te parece bien?

Omití el hecho de que había insultado a Edward para pensar en su idea. ¿Funcionaría? ¿Ayudaría a Bella a salir del agujero el hecho de saber que él no volvería aunque parte de su familia lo hiciera?

No perdía nada por intentarlo.

Asentí, dejando que un mechón rubio me rozara la mejilla. El alivio serpenteó hasta mí.

-Ella trabaja todas las tardes en la tienda de los Newton. Podrías, no sé...-agitó las manos para darle más peso a su volátil plan.-...comprar algo allí, ya sabes.

-Está bien, señor. Lo intentaré si con eso puedo ayudar.

-Gracias, chaval.

Me dedicó una última mirada, esta vez un poco más agradable que la última vez que nos despedimos y se montó en su coche.

Vi cómo desaparecía con un único pensamiento en la mente. ¿Qué diablos iba a comprar yo en la tienda de los Newton? Yo no acampaba. Yo cazaba. Eran dos cosas totalmente diferentes.

La respuesta me llegó en forma de un agudo pitido. Me saqué el móvil del bolsillo de los vaqueros para ver un mensaje de Alice.

Una caña de pescar. Mañana a las 6.

¡Diviértete!

Puse los ojos en blanco pero no pude evitar sonreír. Bueno, al menos ya sabía que compraría.


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